¡Marx tenía razón!

La crisis del capitalismo va acompañada por una crisis del pensamiento burgués: la filosofía, la economía, la moral…  Todo está en un estado de efervescencia. En lugar del anterior optimismo que manifestaba confiadamente que el capitalismo había solucionado todos sus problemas, hay un estado de ánimo que todo lo impregna de tristeza. No hace mucho tiempo, Gordon Brown proclamó confiadamente «el fin del ciclo de auge y recesión». Después de la crisis de 2008 se vio obligado a comerse sus palabras.

El último episodio de la crisis del euro muestra que la burguesía no tiene idea de cómo resolver los problemas de Grecia e Italia, que a su vez, amenazan el futuro de la moneda común europea, e incluso de la propia UE. Este es un catalizador potencial de un nuevo colapso a escala mundial, que será aún más profundo que la crisis de 2008.

La crisis actual se supone que no tenía que haber sucedido. Hasta hace poco la mayoría de los economistas burgueses creían que el mercado, si se le dejaba solo, era capaz de resolver todos los problemas, equilibrando por arte de magia la oferta y la demanda (la «hipótesis del mercado eficiente»), de modo que nunca podría darse una repetición del crack de 1929 y de la Gran Depresión.

La predicción de Marx de una crisis de sobreproducción había sido relegada al basurero de la historia. Aquellos que todavía se adherían a la visión de Marx de que el sistema capitalista estaba desgarrado por contradicciones insolubles y de que contenía dentro de sí las semillas de su propia destrucción eran considerados como simples excéntricos. ¿Acaso la caída de la Unión Soviética no había demostrado finalmente el fracaso del comunismo? ¿No había terminado la historia con el triunfo del capitalismo como el único sistema socio-económico posible?

Eso fue entonces. Pero en el espacio de 20 años (un período no muy largo en los anales de la sociedad humana) la rueda de la historia ha dado un giro de 180 grados. Y ahora los antiguos críticos de Marx y el marxismo están entonando una melodía muy diferente. De repente, las teorías económicas de Carlos Marx se están tomando muy en serio. El Capital es ahora un best seller en Alemania. Un número creciente de economistas está estudiando detenidamente sus páginas, con la esperanza de encontrar una explicación a lo que ha ido mal.

Crisis de la economía burguesa

La razón de esta extraña conversión no es difícil de entender. Todas las teorías de los economistas burgueses oficiales han sido falsificadas por la marcha de los acontecimientos. Los economistas fueron incapaces de predecir ninguno de los grandes acontecimientos económicos de los últimos treinta años. No predijeron la recesión actual (de hecho, negaron su posibilidad), pero tampoco predijeron el auge febril que la precedió.

La teoría económica burguesa ha sido puesta a prueba y ha fracasado. Ninguna persona seria la toma en serio. No es de extrañar que algunas empresas grandes tengan que consultar astrólogos profesionales antes de decidir dónde invertir su dinero. Éstos, probablemente, sean más útiles que los economistas universitarios y, de todas maneras, el grado de éxito de sus predicciones no sería peor.

En julio de 2009, tras el comienzo de la recesión, la revista The Economist realizó un seminario en Londres para discutir la siguiente cuestión: ¿Qué aqueja a la economía? Esto puso de manifiesto que para un número cada vez mayor de economistas la teoría convencional no tiene ninguna relevancia. El ganador del Premio Nobel, Paul Krugman, admitió que «los últimos 30 años de desarrollo de la teoría macroeconómica ha sido, en el mejor de los casos, espectacularmente inútil o, peor, directamente perjudicial».

Esta opinión es un epitafio adecuado para las teorías de la economía burguesa. Nada de lo que ha sucedido desde entonces nos da ninguna razón para dudar de ella. La crisis griega que ahora amenaza con arrastrar al conjunto de Europa, hundir al euro e incluso romper la Unión Europea ha servido para subrayar la total incapacidad de los economistas y de los políticos para ofrecer una solución.

En realidad no tienen ninguna salida. Hagan lo que hagan estará mal. Incluso si (como es muy probable) deciden invertir más dinero en Grecia, los mercados volverán su atención a otros países: Irlanda, Portugal, España, Italia, Bélgica, e incluso Francia. Angela Merkel retuerce en vano las manos y se queja de las «irresponsables» agencias de crédito. Este es el funcionamiento del «libre mercado» que todos aceptan. No se puede aceptar la economía de mercado y luego quejarse de las consecuencias inevitables.

Cuatro años después de la primera crisis, el mundo va de cabeza a un nuevo colapso y no hay nada que puede impedirlo. Millones de personas van a sufrir las consecuencias. El desempleo se disparará a niveles no vistos desde la década de 1930. Los niveles de vida caerán en picado. Y el resultado inevitable será una intensificación de la lucha de clases en todas partes.

Naciones enteras en bancarrota

La primera fase de la crisis que comenzó en el año 2008 se caracterizó por el impago de los grandes bancos. Todo el sistema bancario de los EE.UU. y del resto del mundo se salvó sólo por la inyección masiva de miles de millones de dólares y euros por parte de los Estados. Pero la pregunta que debe hacerse es: ¿Qué queda de la vieja idea de que el libre mercado, si se le deja solo, va a resolver todos los problemas? ¿Qué queda de la vieja idea de que el Estado no debe interferir en el funcionamiento de la economía?

La inyección masiva de dinero público no resolvió nada. La crisis no ha sido resuelta.

Simplemente se ha desplazado a los Estados. Todo lo que ha ocurrido es que, en lugar de un déficit masivo de los bancos, tenemos un enorme agujero negro en las finanzas públicas. ¿Y quién va a pagar por esto? No los banqueros adinerados que, habiendo presidido la destrucción del orden financiero mundial, se han embolsado con calma el dinero público y ahora se están concediendo a sí mismos fastuosas bonificaciones de dinero.

¡No! Los déficits de los que los economistas y los políticos se quejan tan amargamente deben ser pagados por los sectores más pobres e indefensos de la sociedad. De repente no hay dinero para los ancianos, los enfermos, los desempleados…, pero siempre hay de sobra para los banqueros. Esto significa un régimen de austeridad permanente. Pero esto sólo genera nuevas contradicciones. Con la reducción de la demanda, se reduce aún más el mercado, y por lo tanto se agrava la crisis de sobreproducción.

Ahora los economistas están prediciendo un nuevo colapso, con divisas y gobiernos cayendo y amenazando el tejido mismo del sistema financiero mundial. Y a pesar de lo que dicen los políticos sobre la necesidad de reducir el déficit, las deudas han alcanzado un nivel que no se puede pagar. Grecia ofrece un ejemplo gráfico de este hecho. El futuro que se avecina es de una crisis aún más profunda, una caída de los niveles de vida, ajustes dolorosos y un creciente empobrecimiento de la mayoría. Esta es una receta acabada para la agitación y la lucha de clases a un nivel aún más alto. Se trata de una crisis sistémica del capitalismo a escala mundial.

Dudas

Ahora que los acontecimientos han hecho bajar a tierra por lo menos a algunos pensadores burgueses, estamos viendo todo tipo de artículos que a regañadientes reconocen que, después de todo, Marx tenía razón. Tomemos como ejemplo un reciente artículo de John Gray en la revista de noticias de la BBC, con el título: Un punto de vista: La revolución del capitalismo,BBC News, 4 de septiembre de 2011. En él dice:

«Como un efecto colateral de la crisis financiera, cada vez más gente está empezando a pensar que Carlos Marx tenía razón. El gran filósofo, economista y revolucionario alemán del siglo XIX creía que el capitalismo era radicalmente inestable. Tenía una tendencia intrínseca a producir cada vez más grandes auges y recesiones, y a el largo plazo estaba destinado a destruirse a sí mismo».

Ahora bien, esto es algo que gente como John Gray en el pasado lo hubiera ridiculizado. Ahora, sin embargo, se ven obligados a tratarlo en serio. Así que el Sr. Gray ahora acepta lo que se está volviendo cada vez más evidente: que el capitalismo contiene en sí las semillas de su propia destrucción; que es un sistema anárquico y caótico caracterizado por crisis periódicas que echa a la gente del trabajo y provoca inestabilidad social y política.

El Manifiesto Comunista es el libro más relevante que se puede leer hoy en día. Es realmente extraordinario pensar que un libro escrito hace más de 150 años pueda presentar una imagen del mundo del siglo XXI tan vívida y objetiva. Gray ahora reconoce que fue sorprendentemente clarividente:

«En aquel momento nada parecía más sólido que la sociedad en cuyos márgenes vivía Marx. Un siglo y medio después nos encontramos en el mundo que él previó, en donde la vida de cada persona es experimental y provisional, y la ruina súbita puede ocurrir en cualquier momento».

Aunque niega que el socialismo sea la alternativa lógica al capitalismo decadente, Grey se ve obligado a admitir que Marx comprendió el funcionamiento de la economía capitalista mucho mejor que la burguesía y sus «expertos» economistas:

«Más profundamente, Marx comprendió que el capitalismo destruye a su propia base social –el estilo de vida de la clase media–. La terminología marxista de burguesía y proletariado tiene un tono arcaico».

«Sin embargo, cuando argumentó que el capitalismo hundiría a la clase media en un tipo de existencia precaria como la de los trabajadores de su tiempo, Marx previó un cambio en nuestra forma de vivir que sólo ahora estamos luchando para hacer frente».

Condena devastadora

Hay un sentimiento creciente entre todos los sectores de la sociedad de que nuestras vidas están dominadas por fuerzas que se escapan a nuestro control. La sociedad es presa de un corrosivo sentimiento de miedo e incertidumbre, como lo admite Gray:

«Pero tenemos muy poco control efectivo sobre nuestras vidas, y la incertidumbre en que nos toca vivir está siendo agravada por políticas diseñadas para hacer frente a la crisis financiera. Unas tasas de interés de cero, junto con el aumento de precios significa que usted está consiguiendo un rendimiento negativo de su dinero y, conforme avanza el tiempo, su capital se está erosionando».

La situación de muchos jóvenes es aún peor. La crisis del capitalismo produce sus efectos más terribles entre los jóvenes. El desempleo entre los jóvenes está aumentando en todas partes. Esta es la razón de las protestas estudiantiles y motines en Gran Bretaña, del movimiento de los indignados en España, de las ocupaciones de las escuelas de Grecia y también de los levantamientos en Túnez y Egipto, donde alrededor del 75% de los jóvenes están desempleados.

Toda una generación de jóvenes está siendo sacrificada en el altar de los beneficios. Muchos que buscaban la salvación en una educación superior han encontrado esta avenida bloqueada. En Gran Bretaña, donde la educación superior era gratis, ahora los jóvenes a fin de adquirir una educación tendrán que incurrir en deudas.

En el otro extremo de la escala de la edad, trabajadores cercanos a la jubilación descubren que deben trabajar más tiempo y pagar más para obtener pensiones más bajas, que condenarán a muchos a la pobreza en la vejez. Para jóvenes y adultos por igual, la perspectiva a la que se enfrentan hoy en día es una vida de inseguridad.

Toda la vieja hipocresía burguesa sobre los valores de la moral y la familia ha sido desenmascarada. La epidemia de desempleo, de falta de vivienda, de aplastante deuda y la desigualdad social extrema que ha convertido a toda una generación en parias ha socavado la familia y ha creado una pesadilla de pobreza sistémica, desesperanza, degradación y desesperación. Una vez más, en palabras de Gray:

«Para muchos, las mujeres y los pobres por ejemplo, estos valores victorianos pueden ser muy sofocantes en sus efectos. Pero el hecho más importante es que el libre mercado funciona para socavar las virtudes que mantienen la vida burguesa».

«Cuando los ahorros están desvaneciéndose, ser ahorrativo puede ser el camino a la ruina. Es la persona que toma prestado y no tiene miedo a declararse en quiebra la que sobrevive y prospera. (…)

«En una sociedad que está siendo continuamente transformada por las fuerzas del mercado, los valores tradicionales son disfuncionales y cualquier persona que trata de seguirlos se arriesga a terminar mal».

El argumento que tanto gusta a los sociólogos burgueses de que la clase obrera ha dejado de existir se ha caído por su propio peso. En el último período, capas importantes de la población activa que antes se consideraban a sí mismos como clase media se han proletarizado. Profesores, funcionarios, empleados de banca, etc. han sido empujados a las filas de la clase obrera y del movimiento obrero, donde se han vuelto en algunos casos los sectores más militantes.

Gray admite que los viejos argumentos de que «todo el mundo puede prosperar» y «todos somos clase media» han sido falsificados por los acontecimientos. Él dice:

«De hecho, en Gran Bretaña, los EE.UU. y muchos otros países desarrollados en los últimos 20 o 30 años, ha estado sucediendo lo contrario. La seguridad en el trabajo no existe, los oficios y profesiones del pasado han desaparecido en gran medida y carreras de toda la vida son apenas recuerdos».

«Si la gente tiene alguna riqueza, ésta está en sus casas, pero los precios de las casas no siempre aumentan. Cuando obtener crédito es difícil como pasa ahora, pueden estar estancados durante años. Una minoría decreciente tendrá una pensión con la que podrá vivir cómodamente, y no muchos tienen ahorros significativos».

«Cada vez más gente vive día a día, con poca idea de lo que el futuro puede depararle. La gente de clase media solía pensar que su vida se desarrollaba en una progresión ordenada. Pero ya no es posible mirar la vida como una sucesión de etapas en las que cada una es un paso adelante respecto a la anterior».

«En el proceso de destrucción creativa, la posibilidad de escalar ha sido eliminada y para un número creciente de gente una existencia como clase media ya no es siquiera una aspiración».

Estas palabras representan una condena devastadora del sistema capitalista. Muestran también que las reservas sociales de la reacción se han reducido considerablemente, porque un gran sector de los trabajadores de cuello blanco se acerca a la clase obrera tradicional. En las recientes movilizaciones de masas en España y, en particular, en Grecia, estas capas se encontraban en la primera línea de la lucha de clases.

Marx y el “mercado»

Marx predijo que el desarrollo del capitalismo conduciría inexorablemente a la concentración del capital, una inmensa acumulación de riqueza por un lado, y una acumulación igual de pobreza, miseria y trabajo insoportable en el otro extremo del espectro social. Durante décadas, esta idea fue desechada por los economistas burgueses y los sociólogos universitarios que insistieron en que la sociedad se estaba volviendo cada vez más igualitaria y que todo el mundo se estaba convirtiendo en clase media. Ahora todas estas ilusiones se han disipado.

Businessweek recientemente publicó un artículo con el título Marx y el mercado y advirtió que Marx podría haber tenido razón en algunas cosas, pero en realidad estaba equivocado y era peligroso. Expresa su preocupación porque «el pesimista y combativo filósofo parece encontrar adeptos en cada nueva generación».

Y continúa:

«Incluso se podría decir que el Barbudo nunca ha tenido mejor aspecto. La actual crisis financiera mundial ha dado lugar a un nuevo contingente de insólitos admiradores. En 2009 el periódico oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, publicó un artículo elogiando el diagnóstico de Marx sobre la desigualdad de ingresos, lo cual es un gran reconocimiento, considerando que Marx declaró que la religión es ‘el opio del pueblo’. En Shanghái, el centro archicapitalista de la supuesta comunista China, en 2010 el público se agolpó para ver un musical basado en El Capital, la obra más famosa de Marx. En Japón, El Capital ha salido en una versión cómic».

Y añade:

«El que Marx esté en boga debería verse natural en un momento en que los bancos europeos están al borde del colapso y en que  los niveles de pobreza en los EE.UU. han alcanzado niveles nunca vistos en casi dos décadas».

“A pesar de que Marx estaba equivocado acerca de muchas cosas, y de que su influencia fue muy perniciosa en lugares como la URSS y China, hay áreas de sus (voluminosos) escritos que son increíblemente perceptivos. Uno de los argumentos más importantes de Marx era que el capitalismo era intrínsecamente inestable. Uno sólo tiene que mirar a los titulares de Europa –la cual está siendo perseguida por el fantasma de una posible moratoria griega, un desastre bancario y el colapso de la zona del euro como moneda única– para ver que tenía razón.

Marx diagnosticó la inestabilidad del capitalismo en un momento en que sus contemporáneos y predecesores, tales como Adam Smith y John Stuart Mill, estaban mayormente cautivados por su capacidad para satisfacer las necesidades humanas».

George Magnus

Hasta aquí Businessweek. Ahora vamos a leer lo que George Magnus, analista económico del banco UBS, escribió recientemente en un artículo con el título intrigante: Demos a Carlos Marx la oportunidad de salvar la economía mundial.

Con sede en Suiza, UBS es uno de los pilares del mundo financiero, con oficinas en más de 50 países y más de 2 billones de dólares americanos en activos. Sin embargo, en un ensayo deBloomberg View, publicado el 28 de agosto, Magnus escribió que «la economía global de hoy tiene algún parecido asombroso a lo que Marx había previsto». En su artículo empieza describiendo a los responsables políticos como «tratando de entender el aluvión de pánico financiero, las protestas y otros males que afligen al mundo» y sugiere que haríamos bien en estudiar la obra de «un economista muerto hace mucho tiempo, Carlos Marx»:

«Consideremos, por ejemplo, la predicción de Marx de cómo se manifestaría el conflicto inherente entre el capital y el trabajo. Tal y como escribió en El Capital, la búsqueda de beneficios y productividad de las empresas, naturalmente, les lleva a necesitar cada vez menos trabajadores, creando un ‘ejército industrial de reserva’ de pobres y desempleados: ‘Por tanto, la acumulación de riqueza en un polo representa, al mismo tiempo, la acumulación de la miseria en el otro polo’».

Y continúa:

«El proceso que él [Marx] describe es visible en todo el mundo desarrollado, particularmente en los EE.UU. Los esfuerzos de las empresas para reducir costos y evitar la contratación han aumentado las ganancias corporativas de EE.UU. como porcentaje de la producción económica total al más alto nivel en más de seis décadas, mientras que la tasa de desempleo se sitúa en el 9,1 por ciento y los salarios reales están estancados.

«Mientras tanto, según algunos cálculos, la desigualdad de ingresos de EE.UU. está cerca de su nivel más alto desde la década de 1920. Antes de 2008, la disparidad en los ingresos estaba disimulada tras factores tales como el crédito fácil, que permitió a los hogares pobres disfrutar de un estilo de vida más próspero. Ahora el problema está saliendo con toda su crudeza».

Magnus cita con aprobación el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política(1859) de Marx:

«Al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí».

Magnus dice que estas líneas tienen una especial relevancia en la situación actual:

«La cita anterior refleja la importante idea de conflicto o turbulencia cuando ocurren eventos que conducen a desafíos al poder, autoridad y legitimidad del orden político y económico existente. Durante los últimos meses, hemos visto una serie de tales desafíos en la zona del euro, en los EE.UU., e incluso, en forma embrionaria, en China. El nerviosismo reciente en los mercados financieros y el aumento de las primas de riesgo no sólo reflejan un aumento de la ansiedad sobre el deterioro de la salud de la economía global, sino también el agotamiento de la confianza de que las élites políticas son capaces de hacer frente a la situación».

Magnus reconoce que la crisis actual es una crisis de sobreproducción, a pesar de que confunde esto con la noción keynesiana de subconsumo –una idea completamente diferente (y falsa) –.

«Marx también señaló la paradoja de la sobreproducción y el bajo consumo: la gente, cuanto más se quede relegada a la pobreza, menos capaz será de consumir todos los bienes y servicios que las empresas producen. Cuando una empresa reduce los costos para aumentar los ingresos, es inteligente, pero cuando lo hacen todos, socavan la formación de los ingresos y la demanda efectiva de los cuales dependen para ingresos y beneficios.

«Este problema también es evidente en el mundo desarrollado de hoy. Tenemos una capacidad sustancial para producir, pero en los estratos de ingresos medianos y bajos, nos encontramos con una inseguridad financiera generalizada y bajas tasas de consumo. El resultado es visible en los EE.UU., donde la construcción de nuevas viviendas y las ventas de automóviles siguen siendo alrededor del 75% y 30% por debajo de sus puntos más altos en 2006, respectivamente.

«Como decía Marx en El Capital: ‘La razón última de todas las crisis reales sigue siendo la pobreza y el consumo restringido de las masas’».

Naturalmente, Magnus aboga por soluciones keynesianas para la crisis: si tan solo los capitalistas (o el Estado) dieran un poco más dinero a los trabajadores, si tan solo aliviaran la carga de la deuda de los hogares, si tan solo reestructuraran la deuda hipotecaria, si tan solo hubiera alguna condonación de la deuda, si tan solo los bancos prestaran más dinero a las pequeñas empresas, si tan solo los gobiernos y bancos centrales gastaran dinero en programas de infraestructura, si tan solo los acreedores europeos fueran más buenos con los griegos…  entonces todo estaría bien.

Si tan sólo, si tan sólo… Si los cerdos tuvieran alas… ¡Volarían! ¡Y estos economistas acusan a los marxistas de ser utópicos! Todo lo que el Sr. Magnus está pidiendo es que los capitalistas se comporten menos como capitalistas y más bien como San Francisco de Asís. Es como pedirle a un tigre carnívoro que coma ensalada en lugar de carne. Sabemos cómo el tigre reaccionaría ante esta agradable propuesta. Y también sabemos cómo los banqueros y capitalistas reaccionarían. Huelga decir que esta estupidez keynesiana no tiene absolutamente nada en común con las ideas de Carlos Marx.

Como señala Magnus, Marx predijo que las empresas necesitarían menos trabajadores a medida que mejorara la productividad, creando así un «ejército industrial de reserva» de los desempleados, cuya existencia mantendría la presión a la baja sobre los salarios de los empleados.

Como el artículo anteriormente citado de la revista Businessweek ha señalado:

«Es difícil argumentar contra eso en estos días, dado que la tasa de desempleo en los EE.UU. sigue siendo más de un 9 por ciento. El 13 de septiembre, la Oficina del Censo de los EE.UU. dio a conocer datos que muestran que el ingreso medio, ajustado a la inflación, cayó entre 1973 y 2010 para los hombres a partir de 15 años y a tiempo completo. La condición de los trabajadores de cuello azul en los EE.UU. está aún muy lejos de los salarios de subsistencia y de la ‘acumulación de la miseria’ que Marx previó. Pero las cosas no están tan brillantes en los Estados Unidos tampoco».

Nouriel Roubini

El 11 de agosto The Wall Street Journal publicó una entrevista con el conocido economista Dr. Nouriel Roubini, conocido por sus colegas economistas como el «Dr. Agorero» por su predicción de la crisis financiera de 2008. Hay un video de esta entrevista extraordinaria, que merece ser estudiada cuidadosamente, ya que muestra el pensamiento de los estrategas del Capital más perspicaces.

Roubini es totalmente escéptico acerca de la capacidad de los gobiernos y bancos centrales para evitar un nuevo colapso económico, y mucho menos de salir de la recesión actual. Él no cree que un nuevo brote de flexibilización cuantitativa, tasas de interés más bajas, o cualquiera de las otras medidas propuestas, vayan a suponer ninguna diferencia: «Si la gente no quiere pedir prestado», se pregunta, «¿para qué va a servir bajar las tasas de interés?»

Argumenta que la cadena de crédito se ha roto, y que el capitalismo ha entrado en un círculo vicioso en el que el exceso de capacidad (sobreproducción), la caída de la demanda de los consumidores, los altos niveles de deuda… todo genera una falta de confianza en los inversionistas que a su vez se reflejará en fuertes caídas en la Bolsa de valores, caída de precios de los activos y un colapso en la economía real.

Llega a la conclusión de que la economía de mercado no puede evitar una recesión, porque «no hay suficiente demanda final». También relaciona esta falta de demanda a un largo período en que el capital ha exprimido a la mano de obra, y la proporción de los beneficios ha aumentado a expensas de los salarios. Destaca la intensificación de la explotación, los salarios reales estancados o en descenso, y los niveles sin precedentes de la desigualdad como un elemento central para el estado turbulento de la economía en el mundo.

Al igual que todos los demás economistas, Roubini no tiene solución real a la crisis actual, a excepción de más inyecciones monetarias de los bancos centrales para evitar otra crisis. Sin embargo, admitió con franqueza que la política monetaria por sí sola no será suficiente, y que las empresas y los gobiernos no están ayudando.

Europa y los Estados Unidos están llevando a cabo programas de austeridad para tratar de arreglar su endeudada economía, cuando deberían estar introduciendo un mayor estímulo monetario, dijo. Sus conclusiones no podrían ser más pesimistas: «Carlos Marx tenía razón, en algún momento el capitalismo podría destruirse a sí mismo», dijo Roubini. «Pensábamos que los mercados funcionaban. No están funcionando«. (El énfasis es mío).

Al recortar los salarios, han recortado el mercado, reducido la demanda final y causado una sobreproducción (exceso de capacidad) a escala mundial: «No se pueden seguir desplazando los ingresos de los trabajadores a los capitalistas, sin provocar un exceso de capacidad y una falta de demanda total. Y eso es lo que está pasando», indicó el economista.

Roubini predijo que hay más de un 50% de posibilidades de que todo el mundo se sumerja en otra recesión global y los próximos dos o tres meses revelarán la dirección de la economía: «Estamos a velocidad de punto muerto en este momento, y no sabemos si vamos a ir arriba o abajo «, dijo.

Roubini dice que está convirtiendo su dinero en metálico, apostando principalmente en bonos del Tesoro de los EE.UU. «Ahora no es el momento para los activos de riesgo», dijo. El entrevistador del Wall Street Journal, a este punto totalmente alarmado, preguntó a Roubini si pensaba que la caída del capitalismo era inminente. Éste respondió: «No estamos ahí todavía», pero dejó claro que él pensaba que estábamos de camino hacia una «segunda edición de la Gran Depresión».

¿Estaba equivocado Marx acerca de la revolución?

Contrariamente a la imagen reconfortante que se solía presentar del sistema capitalista ofreciendo un futuro seguro y próspero para todos, vemos la realidad de un mundo en el que millones de personas sufren de la pobreza y el hambre, mientras que los súper ricos se enriquecen cada día más. Volvamos el artículo de John Gray:

«Una pequeña minoría ha acumulado una enorme riqueza pero incluso eso tiene una cualidad evanescente, casi fantasmal. En la época victoriana los verdaderamente ricos podían permitirse relajarse, siempre y cuando fueran conservadores en la forma en que invertían su dinero. Cuando a los héroes de las novelas de Dickens por fin les llega su herencia, no hacen nada el resto de su vida.

«Hoy no hay un paraíso de la seguridad. Los giros del mercado son tales que nadie puede saber qué va a tener valor, incluso unos pocos años por delante».

«Este estado de agitación perpetua es la revolución permanente del capitalismo y creo que va a estar con nosotros en cualquier futuro que sea realísticamente imaginable. Sólo hemos recorrido una parte del camino de una crisis financiera que pondrá muchas más cosas patas arriba».

¿Qué conclusión saca Gray de todo esto? Sólo esto: que el capitalismo está destruyendose a sí mismo:

«El capitalismo ha conducido a una revolución, pero no a la que Marx esperaba. El apasionado pensador alemán odiaba la vida burguesa y miraba hacia el comunismo para destruirlo. Tal y como él predijo, el mundo burgués ha sido destruido».

Pero luego añade: «No fue el comunismo quien lo hizo. Es el capitalismo el que ha matado a la burguesía». Esta es una conclusión de lo más peculiar. La burguesía no ha sido «matada» en absoluto, por usar la terminología melodramática de Gray. Está muy viva. Tiene en sus manos la tierra, los bancos y las grandes corporaciones. Toma todas las decisiones fundamentales que afectan a la vida y el destino de millones de personas en el planeta.

Gente como Gray se ve obligada a admitir lo que no se puede negar. Sí, el sistema capitalista está en crisis. Todo el mundo sabe esto. Pero, ¿cuál es el antídoto a la crisis? Si el capitalismo es un sistema anárquico y caótico que desemboca inevitablemente en situaciones de crisis, entonces hay que concluir que con el fin de eliminar las crisis, es necesario abolir el sistema capitalista. Si dices «A», también se debe decir «B», «C» y «D», pero esto es lo que los economistas burgueses se niegan a hacer.

Lo que Gray y gente como él no pueden aceptar es que la crisis del capitalismo puede y va a terminar en la revolución socialista:

«Marx dio la bienvenida a la autodestrucción del capitalismo. Estaba seguro de que se produciría una revolución popular que instauraría un sistema comunista que sería más productivo y mucho más humano. Marx estaba equivocado sobre el comunismo. Donde fue proféticamente correcto fue en su comprensión de la revolución del capitalismo. No es sólo la inestabilidad endémica del capitalismo lo que él entendió, aunque en este sentido era mucho más perspicaz que la mayoría de los economistas de su época y la nuestra».

Pero ¡espere un minuto, señor Gray! ¿De verdad se imagina que una crisis que está arrojando el mundo al caos, que condena a millones de personas al desempleo, la pobreza y la desesperación, que le roba a la juventud su futuro y destruye la salud, la vivienda, la educación y la cultura… que todo esto puede ocurrir sin que se produzca una crisis social y política? ¿No puede ver que la crisis del capitalismo está preparando las condiciones para la revolución en todas partes?

Esto ya no es una propuesta teórica. Es un hecho. Si tomamos sólo los últimos doce meses, ¿qué vemos? Los movimientos revolucionarios se han producido en un país tras otro: Túnez, Egipto, Grecia, España… Incluso en los Estados Unidos tenemos el movimiento «Okupa Wall Street» y antes que éste tuvimos las protestas masivas de Wisconsin.

Estos dramáticos acontecimientos son una clara expresión del hecho de que la crisis del capitalismo está produciendo una reacción masiva a escala mundial, y de que un número creciente de personas están empezando a sacar conclusiones revolucionarias. Esto fue resumido por Michael Moore en el programa de TV   BBC Newsnight, cuando llegó a decir que «hay que acabar con el capitalismo».

«Las naciones occidentales están ahora maduras para la revolución»

Esto es reconocido al menos por algunos de los estrategas del Capital, como Andreas Whittam Smith, un periodista financiero y fundador de The Independent. El jueves 20 de octubre, escribió un artículo con el título: Las naciones occidentales están ahora maduras para la revolución, donde dice:

«Si va a haber un estallido revolucionario, uno no recibe mucho aviso. Escribiendo de las revoluciones europeas de 1848, por ejemplo, un historiador [Peter N Staerns] señaló recientemente: ‘A principios de 1848 nadie creía que la revolución fuera inminente’. Ahora la razón por la que he vuelto a 1848 se debe a que esta fecha se repite continuamente en mi cabeza según se extiende la oleada de protesta contra el capitalismo contemporáneo por todo el mundo.

«Ni París en 1968, ni tampoco 1917 a 1921 cuando, en el caos que siguió a la Primera Guerra Mundial, se estableció el dominio de los trabajadores temporalmente en algunas ciudades alemanas. En lugar de eso, he dirigido mi atención a 1848, cuando gran parte de Europa continental salió a la calle en lo que se hizo llamar la Primavera de las Naciones, o la Primavera de los Pueblos o el Año de la Revolución».

Whittam Smith, quien admite que estaría «horrorizado ante la perspectiva de la revolución o nada que se le parezca», sin embargo, cree que hay «una buena razón por la que debemos tener miedo»: el intolerable abismo que se ha abierto entre ricos y pobres. Cita la consigna de «Okupa Wall Street»: «Lo único que todos tenemos en común es que somos el 99 por ciento que no tolerará más la codicia y la corrupción del uno por ciento» y continúa:

«Durante los últimos 25 años, el abismo entre los ingresos de los ricos y los pobres se ha ido profundizando. La disparidad que comenzó a desarrollarse en los EE.UU. y el Reino Unido a finales de la década de 1970 se ha ido extendiendo. Un estudio de la OCDE publicado en mayo mostró que países como Dinamarca, Alemania y Suecia, que tradicionalmente han tenido una baja desigualdad, ya no se escapan».

«El resultado es que en el Occidente industrializado el ingreso promedio del 10 por cien más rico de la población es de aproximadamente nueve veces mayor que el del 10 por ciento más pobre. Esa es una diferencia enorme. Y si la comparación se hace entre, por ejemplo, la paga de los directores de las grandes empresas en comparación con la de su personal, la diferencia es asombrosa. En muchos casos, los directores ganan 200 veces más que sus trabajadores peor remunerados. En algún momento, esta diferencia excesiva va a causar problemas. ¿Ha llegado ese momento?»

Para volver de nuevo a 1848.

En otro relato, el profesor Stearns escribió que la mayoría de las revoluciones de 1848 estallaron sin orden ni concierto. «Normalmente, solía haber un período breve y confuso de reivindicaciones y manifestaciones, durante el cual la incertidumbre del gobierno contribuyó a prolongar la tensión».

Hay un claro paralelismo entre esto y lo que vemos ahora. Que el movimiento de protesta actual es confuso en sus objetivos es evidente. Pero refleja un estado de ánimo general de ira que se está acumulando bajo la superficie y que tarde o temprano tiene que encontrar una salida. Una encuesta de la revista Time mostró algunos resultados interesantes:

«EE.UU.: 54% tiene una opinión favorable del movimiento «Okupa Wall Street», el 79% cree que la diferencia entre ricos y pobres ha crecido demasiado, el 71% cree que los altos directivos de las instituciones financieras deben ser llevados a juicio, el 68% piensa que los ricos deberían pagar más impuestos, sólo el 27% tiene una opinión favorable del movimiento Tea Party (33% desfavorable)».

Por supuesto, es demasiado pronto para hablar de una revolución en los EE.UU.. Pero está claro que la crisis del capitalismo está produciendo un creciente ambiente de crítica entre amplias capas de la población. Hay un fermento y un cuestionamiento del capitalismo que no existía antes. Se puede decir que estos movimientos de masas carecen de un programa claro, y eso es ciertamente el caso. Pero son sin duda movimientos anticapitalistas, y tarde o temprano, en un país u otro, la cuestión del derrocamiento revolucionario del capitalismo se va a plantear.

¿No hay alternativa?

Los economistas burgueses son tan miopes y estrechos de miras que se aferran al anticuado sistema capitalista, incluso cuando se ven obligados a admitir que está en un estado terminalmente enfermizo y condenado al colapso. Imaginar que la raza humana es incapaz de descubrir una alternativa viable a este sistema podrido, corrupto y degenerado es francamente una afrenta a la humanidad.

¿Es realmente cierto que no hay alternativa al capitalismo? No, no es cierto. La alternativa es un sistema basado en la producción para las necesidades de la mayoría y no el beneficio de unos pocos; un sistema que reemplaza el caos y la anarquía con la planificación armoniosa, que sustituye al dominio de una minoría de parásitos ricos con el dominio de la mayoría que produce toda la riqueza de la sociedad. El nombre de esta alternativa es el socialismo.

Uno puede discutir acerca de palabras, pero el nombre de este sistema es el socialismo –no la caricatura burocrática y totalitaria que existía en la Rusia estalinista, sino una verdadera democracia basada en la propiedad, control y gestión de las fuerzas productivas por la clase obrera–. ¿Es esta idea realmente tan difícil de entender? ¿Es realmente utópico sugerir que la raza humana puede apoderarse de su propio destino y gestionar la sociedad sobre la base de un plan democrático de producción?

La necesidad de una economía socialista planificada no es un invento de Marx o de cualquier otro pensador. Fluye de la necesidad objetiva. La posibilidad del socialismo mundial se deriva de las condiciones actuales del capitalismo mismo. Todo lo que se necesita es que la clase obrera, que constituye la mayoría de la sociedad, se haga cargo del funcionamiento de la sociedad, expropie los bancos y grandes monopolios y movilice al colosal potencial productivo no utilizado para resolver los problemas de la sociedad.

En su Contribución a la Crítica de la Economía Política, Marx escribió lo siguiente:

«Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización».

Las soluciones a los problemas a los que nos enfrentamos ya existen. Durante los últimos 200 años, el capitalismo ha creado una fuerza productiva colosal. Pero es incapaz de utilizar este potencial al máximo. La crisis actual es sólo una manifestación del hecho de que la industria, la ciencia y la tecnología han crecido hasta el punto en que no se pueden contener en los estrechos límites de la propiedad privada y el Estado nacional.

Hace veinte años, Francis Fukuyama habló del fin de la historia. Pero la historia no ha terminado. De hecho, la verdadera historia de nuestra especie sólo se iniciará cuando se ponga fin a la esclavitud de la sociedad de clases y comencemos a establecer el control sobre nuestras vidas y destinos. Esto es lo que el socialismo realmente es: el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad.

La crisis actual no es más que una manifestación de la rebelión de las fuerzas productivas contra estas limitaciones sofocantes. Una vez que la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología sean liberadas de las restricciones sofocantes del capitalismo, las fuerzas productivas serían capaces de satisfacer inmediatamente todas las necesidades humanas sin ninguna dificultad.

Por primera vez en la historia, la humanidad estaría libre para desarrollar todo su potencial. Una reducción general del tiempo de trabajo constituiría la base material para una auténtica revolución cultural. La cultura, el arte, la música, la literatura y la ciencia se elevarían a alturas inimaginables.

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