El pueblo de Puerto Rico ha vivido uno de los procesos electorales más intensos de su historia colonial. En una particular coyuntura, se unieron en una “Alianza de País” el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y el Movimiento Victoria Ciudadana (MVC). El primero –fundado en el 1946– es el histórico representante de esa opción descolonizadora a nivel electoral y el segundo se constituyó en el 2019 para agrupar diferentes tendencias ideológicas y políticas en una sola opción electoral “anti-neoliberal”.
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En este episodio de El fantasma del comunismo Jorge Martín y Frank Josué Solar Cabrales, desde Santiago de Cuba, discuten el bloqueo imperialista en Cuba y las dificultades a las que se enfrenta la revolución y el impacto de las medidas de mercado adoptadas.
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El sorprendente resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos ofrece un ejemplo más de los cambios bruscos y repentinos que están implícitos en la situación. Hasta el último minuto, los expertos de los medios de comunicación hicieron el máximo esfuerzo para demostrar que las encuestas apuntaban a una victoria de Harris, aunque por un estrecho margen.
Pero se equivocaron.
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Los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos han sorprendido al mundo entero.
En este episodio Jorge Martín entrevista a Laura Brown de los Comunistas Revolucionarios de América (sección estadounidense de la ICR) para discutir el resultado electoral y auténtico significado del fenómeno del trumpismo.
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Un tema clave del presente número es el internacionalismo. Publicamos un importante artículo de Fred Weston sobre cómo se construyó la Internacional Comunista. Es muy importante que nuestros jóvenes camaradas comprendan quiénes somos y de dónde venimos. La historia de nuestro movimiento es muy rica en enseñanzas y merece un estudio cuidadoso.
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En este episodio de El fantasma del comunismo conversamos con Nacho Cases, de la Organización Comunista Revolucionaria en València, Estado español, acerca de las lluvias torrenciales que han dejado cientos de muertos e incontables daños materiales. Una terrible tragedia provocada por un fenómeno natural, pero agravada por la voracidad de la sed insaciable de beneficio privado del propio sistema capitalista.
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Carta de Trotski a revolucionarios sudafricanos
A principios de la década de 1930, el joven Partido Comunista de Sudáfrica (CPSA) entró en una profunda crisis. El partido quedó reducido a una secta irrelevante por una combinación de las desastrosas políticas de la Internacional Comunista estalinizada durante el llamado «Tercer Periodo», y un régimen interno tóxico, caracterizado por expulsiones burocráticas y agrios enfrentamientos personales.
En este periodo, varios grupos de comunistas que habían sido expulsados del partido o se habían marchado disgustados empezaron a unirse en torno a las ideas de la Oposición de Izquierda de Trotski. Uno de estos grupos de trotskistas sudafricanos de Ciudad del Cabo fundó el «Club Lenin» en julio de 1933, y comenzó a elaborar un programa político en agosto de 1934 con vistas a lanzar un partido político: el Partido Obrero de Sudáfrica.
Durante el proceso de redacción, surgieron importantes diferencias en el seno del grupo y la mayoría presentó una serie de tesis al Secretariado Internacional de la Oposición de Izquierda para que diera su opinión. En sus tesis, la mayoría rechazó la consigna de una «República Negra» en Sudáfrica, que en ese momento estaba planteando el estalinista CPSA, por considerarla una concesión excesiva al nacionalismo, en contraposición a la lucha unida de los trabajadores blancos y negros para derrocar al capitalismo y establecer un estado obrero al estilo de la Unión Soviética.
En su carta, Trotski abordó ésta y otras cuestiones relacionadas en el contexto sudafricano, explicando el vínculo entre las reivindicaciones «nacional democráticas», como la de una «República Negra», y la revolución socialista.
Volvemos a publicar la carta de Trotski en su totalidad, 30 años después de las primeras elecciones democráticas en Sudáfrica, porque proporciona una breve pero brillante aplicación concreta del enfoque comunista a la lucha de liberación nacional de los pueblos oprimidos.
La carta de Trotski también contiene una serie de ideas que han demostrado ser proféticas a la luz de los acontecimientos posteriores, en particular en lo que respecta al papel central de la lucha de clases en el movimiento para derrocar el apartheid; la traición de las claras demandas sociales de los trabajadores sudafricanos por parte de la dirección del Congreso Nacional Africano en la década de 1990; y el completo abandono de cualquier independencia política por parte del Partido Comunista Sudafricano, que impidió a la clase obrera desempeñar un papel independiente en la revolución sudafricana.
30 años después, los objetivos sociales de la Revolución sudafricana siguen totalmente sin alcanzarse. Sólo una revolución socialista, dirigida por un partido independiente y revolucionario de la clase obrera, puede ofrecer una salida a la crisis a la que se enfrentan las masas sudafricanas.
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Es evidente que las tesis se escribieron basándose en un atento estudio de la situación económica y política de Sudáfrica y de la literatura marxista-leninista, especialmente la de los bolcheviques leninistas. La seria consideración científica de todos los problemas es una de las condiciones más importantes del éxito de una organización revolucionaria.
El ejemplo de nuestros amigos sudafricanos confirma una vez más el hecho de que en la época actual sólo los bolcheviques leninistas, es decir los revolucionarios proletarios coherentes, adoptan una actitud seria hacia la teoría, analizan la realidad y aprenden antes de ponerse a enseñar a los demás. La burocracia stalinista hace tiempo reemplazó el marxismo por una mezcla de ignorancia y desvergüenza.
En el siguiente artículo deseo hacer ciertas observaciones sobre el proyecto de tesis que servirá de programa al Partido Obrero de Sudáfrica. En ningún momento estas observaciones se oponen al texto de las tesis. Conozco demasiado poco las condiciones sudafricanas como para pretender dar una opinión concluyente sobre una serie de problemas políticos.
Únicamente en algunos puntos me veo obligado a manifestarme en desacuerdo con determinados aspectos del proyecto de tesis. Pero tampoco aquí, por lo que puedo juzgar desde lejos, tenemos diferencias de principios con los autores. Más bien se trata de algunas exageraciones polémicas producto de la lucha contra la perniciosa política nacional del estalinismo.
Pero es en interés de la causa no disimular ni siquiera las más leves inexactitudes del texto sino, por el contrario, plantearlas para que se discutan abiertamente y obtener así una redacción lo más clara y perfecta posible. Tal es el objetivo de estas líneas, dictadas por el deseo de brindar una ayuda a nuestros bolcheviques leninistas sudafricanos en la gran y responsable tarea a la que se hallan abocados.
Las posesiones sudafricanas de Gran Bretaña constituyen un dominio sólo desde el punto de vista de la minoría blanca. Desde la perspectiva de la mayoría negra, Sudáfrica es una colonia esclavizada.
No se puede pensar en ningún cambio social (en primer lugar en una revolución agraria) mientras el imperialismo británico retenga el dominio de Sudáfrica. El derrocamiento del imperialismo británico es tan indispensable para el triunfo del socialismo en Sudáfrica como en la propia Gran Bretaña.
Si, como es de suponer, la revolución comienza primero en Gran Bretaña, cuanto menos apoyo encuentre la burguesía inglesa en las colonias y dominios, incluso en una posesión tan importante como Sudáfrica, tanto más rápida será su derrota en su propio país. En consecuencia la lucha por la expulsión del imperialismo británico, sus instrumentos y sus agentes constituye una parte indispensable del Programa del partido proletario sudafricano.
¿Una república negra?
La liquidación de la hegemonía del imperialismo británico en Sudáfrica puede producirse como consecuencia de la derrota militar de Gran Bretaña y la desintegración del imperio. En este caso, durante un período que difícilmente sea prolongado los sudafricanos blancos todavía podrían mantener su dominación sobre los negros.
Otra posibilidad, que en la práctica está ligada con la primera, es una revolución en Gran Bretaña y en sus posesiones. Las tres cuartas partes de la población sudafricana (casi seis millones sobre un total de cerca de ocho) no son europeas. Es inconcebible una revolución victoriosa sin el despertar de las masas nativas. A la vez eso les dará lo que hoy les falta, confianza en sus propias fuerzas, una conciencia personal más elevada, un nivel cultural superior.
En estas condiciones, la república sudafricana surgirá antes que nada como una república “negra”; por supuesto esto no excluye la total igualdad para los blancos o las relaciones fraternales entre ambas razas; dependerá fundamentalmente de la conducta que adopten los blancos. Pero es obvio que la mayoría predominante de la población, liberada de su dependencia esclavizante, pondrá su impronta en el Estado.
Dado que una revolución victoriosa cambiará radicalmente no sólo la relación entre las clases sino también la relación entre las razas, y garantizará a los negros el lugar que les corresponde en el Estado de acuerdo a su número, la revolución social tendrá en Sudáfrica también un carácter nacional.
No tenemos la menor razón para cerrar los ojos ante este aspecto de la cuestión o para disminuir su importancia. Por el contrario, el partido proletario, abierta y audazmente, en las palabras y en los hechos, tiene que tomar en sus manos la solución del problema nacional (racial).
No obstante, el partido proletario puede y debe resolver el problema nacional con sus propios métodos. El arma histórica para la liberación nacional sólo puede ser la lucha de clases. Ya en 1924 la Comintern transformó el programa de liberación nacional de los pueblos coloniales en una hueca abstracción democrática que se eleva por sobre la realidad de las relaciones de clase. En la lucha contra la opresión nacional las distintas clases se liberan (circunstancialmente) de sus intereses materiales y se convierten en simples fuerzas “antiimperialistas”.
Para que estas espirituales “fuerzas” cumplan valientemente con el objetivo que les asigna la Comintern, se les promete como recompensa un espiritual Estado “nacional-democrático”, con la inevitable referencia a la fórmula de Lenin: “dictadura democrática del proletariado y del campesinado”.
Las tesis señalan que en 1917 Lenin descartó abiertamente, de una vez y para siempre, la fórmula de “dictadura democrática del proletariado y del campesinado” como condición necesaria para la solución del problema agrario. Esto es totalmente correcto.
Pero para evitar malentendidos tenemos que agregar: a) Lenin siempre habló de una dictadura revolucionaria democrático burguesa y no de un espiritual Estado “del pueblo”; b) en la lucha por la dictadura democrático burguesa, no planteó el bloque de todas las fuerzas anti zaristas sino que llevó a cabo una política proletaria de independencia de clase.
El bloque “anti zarista” era la idea de los socialrevolucionarios rusos y de los cadetes de izquierda, es decir de los partidos de la pequeña y mediana burguesía. Los bolcheviques siempre libraron una lucha irreconciliable contra estos partidos.
No podemos estar de acuerdo con la forma en que se expresan las tesis cuando afirman que la consigna de “República negra” es tan perniciosa para la causa revolucionaria como la consigna “Sudáfrica para los blancos”. Mientras que con la última se apoya la opresión más total, con la primera se dan los pasos iniciales hacia la liberación.
Tenemos que aceptar resueltamente y sin reservas el absoluto e incondicional derecho de los negros a la independencia. La solidaridad entre los trabajadores negros y blancos sólo se cultivará y fortalecerá en la lucha común contra los explotadores blancos.
Es su decisión
Es posible que después del triunfo los negros no crean necesario formar un Estado negro separado en Sudáfrica. Por supuesto que no los obligaremos a implantarlo. Pero que tomen su decisión libremente, en base a su propia experiencia, no obligados por el sjambok (látigo) de los opresores blancos. Los revolucionarios proletarios nunca deben olvidar el derecho de las nacionalidades oprimidas a la autodeterminación, incluso a la separación plena, ni la obligación del proletariado de la nación opresora de defender este derecho con las armas en la mano si fuera necesario.
Las tesis señalan muy correctamente que en Rusia fue la Revolución de Octubre la que solucionó el problema nacional. Los movimientos democráticos nacionales eran impotentes de por sí para liquidar por su cuenta la opresión nacional del zarismo. Sólo porque el movimiento de las nacionalidades oprimidas y el movimiento agrario del campesinado dieron al proletariado la posibilidad de tomar el poder y establecer su dictadura, la cuestión nacional y el problema agrario encontraron una definitiva y audaz solución.
Pero esa conjunción de los movimientos nacionales con la lucha del proletariado por el poder fue políticamente posible debido a que los bolcheviques durante toda su historia libraron una lucha irreconciliable con los opresores gran rusos, apoyando siempre y sin reservas el derecho de las naciones oprimidas a su autodeterminación, incluso a la separación de Rusia.
Sin embargo, la política de Lenin respecto a las naciones oprimidas no tenía nada en común con la política de los epígonos. El Partido Bolchevique defendió el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas con los métodos de la lucha de clases proletaria, rechazando totalmente la charlatanería de los bloques “anti imperialistas” con los numerosos partidos nacionales pequeñoburgueses de la Rusia zarista (el Partido Socialista Polaco [PPS, partido de Pilsudsky en la Polonia zarista], Dashnaki en Armenia, los nacionalistas ucranianos, los judíos sionistas, etcétera).
Alianzas temporales
Los bolcheviques siempre desenmascararon implacablemente a estos partidos, así como a los socialrevolucionarios rusos, por sus vacilaciones y su aventurerismo, pero especialmente por su mentira ideológica de estar por encima de la lucha de clases. Lenin no cejó en su crítica intransigente aún cuando las circunstancias lo obligaron a concluir con ellos tal o cual acuerdo episódico, estrictamente práctico.
Quedaba fuera de toda discusión cualquier alianza permanente bajo la bandera del “anti zarismo”. Sólo gracias a esta irreconciliable política de clase logró el bolchevismo, en el momento de la Revolución, desplazar a los mencheviques, a los socialrevolucionarios, a los partidos pequeñoburgueses nacionales y nuclear alrededor del proletariado a las masas campesinas y a las nacionalidades oprimidas.
“No debemos -dicen las tesis- competir con el Congreso Nacional Africano con consignas nacionalistas para ganar a las masas nativas”. La idea en sí misma es correcta, pero hay que ampliarla concretamente. Como no estoy suficientemente al tanto de las actividades del Congreso Nacional, no puedo más que basarme en analogías para delinear una política respecto a él; desde ya aclaro que estoy dispuesto a introducir en mis recomendaciones todas las modificaciones necesarias.
- Los bolcheviques leninistas deben salir en defensa del Congreso, tal como éste es, en todos los casos en que lo ataquen los opresores blancos y sus agentes chovinistas en las filas de las organizaciones obreras.
- Los bolcheviques leninistas han de dar más importancia a las tendencias progresivas del programa del Congreso que a sus tendencias reaccionarias.
- Los bolcheviques leninistas denunciarán ante las masas nativas la incapacidad del Congreso de lograr la concreción incluso de sus propias reivindicaciones, debido a su política superficial y conciliadora. A diferencia del Congreso, los bolcheviques leninistas llevan adelante un programa revolucionario de lucha de clases.
- Son admisibles los acuerdos episódicos con el Congreso, si las circunstancias obligan a tomarlos, sólo dentro del marco de tareas prácticas estrictamente definidas, manteniendo la independencia total y absoluta de nuestra organización y nuestra libertad de crítica política.
Las tesis no plantean como consigna política fundamental un “Estado nacional-democrático” sino un “Octubre” sudafricano. Demuestran convincentemente que :
a) en Sudáfrica el problema nacional y el problema agrario coinciden básicamente.
b) Ambos problemas sólo se podrán resolver de manera revolucionaria.
c) La solución de estos problemas lleva inevitablemente a la dictadura del proletariado, que dirigirá a las masas campesinas nativas.
d) La dictadura del proletariado abrirá una era de régimen soviético y reconstrucción socialista. Esta conclusión es la piedra angular de toda la estructura del programa.
En esto estamos en total acuerdo.
Pero hay que llevar a las masas a esta formulación “estratégica” general por medio de una serie de consignas tácticas. En cada etapa determinada sólo se podrá elaborar estas consignas en base a un análisis de las circunstancias concretas de la vida y de la lucha del proletariado y del campesinado y del conjunto de la situación interna e internacional. Sin profundizar en esta materia, quiero encarar brevemente las relaciones recíprocas entre las consignas nacionales y las agrarias.
Las tesis señalan varias veces que se debe privilegiar las reivindicaciones agrarias por sobre las nacionales. Esta es una cuestión muy importante, que merece un serio análisis. Dejar a un lado o debilitar las consignas nacionales para no chocar con los chovinistas blancos en las filas de la clase trabajadora sería, por supuesto, un oportunismo criminal, totalmente ajeno a los autores y partidarios de las tesis. Esto surge claramente del contexto de las tesis, imbuidas del espíritu del internacionalismo revolucionario.
Las tesis plantean de manera admirable que a esos “socialistas” que luchan por los privilegios de los blancos “tenemos que señalarlos como los mayores enemigos de la revolución”. Por lo tanto debemos buscar otra explicación, brevemente señalada en el mismo texto: las masas campesinas nativas atrasadas sienten mucho más directamente la opresión agraria que la opresión nacional.
Es muy posible. La mayor parte de los nativos son campesinos; el grueso de la tierra está en manos de una minoría blanca. Durante su lucha por la tierra, los campesinos rusos depositaron mucho tiempo su fe en el zar y se negaban obstinadamente a sacar conclusiones políticas.
Hubo un período muy prolongado en que el campesino sólo aceptó la primera parte de la consigna tradicional de la intelectualidad revolucionaria, “Tierra y Libertad”. Fueron necesarias décadas de malestar rural y la influencia y la acción de los trabajadores urbanos para que el campesinado relacionara ambas consignas.
El pobre bantú esclavizado difícilmente deposite más esperanzas en Mac Donald que en el rey británico. Pero este gran atraso político también se refleja en la falta de conciencia nacional. A la vez siente muy agudamente la opresión fiscal y la del terrateniente. Dadas estas condiciones, la propaganda puede y debe partir ante todo de las consignas de revolución agraria, para llegar así, paso a paso, a través de la experiencia de la lucha, a que el campesinado extraiga las necesarias conclusiones políticas y nacionales.
El papel de los trabajadores avanzados
Si estas consideraciones hipotéticas son correctas, entonces más que el programa mismo nos interesan las vías y medios de llevar este programa a la conciencia de las masas nativas.
Teniendo en cuenta la pequeña cantidad de cuadros revolucionarios con que contamos y la extrema dispersión del campesinado, en el futuro inmediato, al menos, sobre éste podrán influir fundamentalmente, si no exclusivamente, los obreros avanzados. En consecuencia, es muy importante educar a los obreros avanzados en la clara comprensión del significado de la revolución agraria para el destino histórico de Sudáfrica.
El proletariado del país está constituido por parias negros atrasados y una privilegiada, arrogante, casta de blancos. Aquí reside la principal dificultad. Como lo plantean correctamente las tesis, las convulsiones económicas del capitalismo putrefacto tienen que sacudir brutalmente las viejas barreras y facilitar la confluencia revolucionaria.
De todos modos, el peor crimen de parte de los revolucionarios sería hacer la menor concesión a los privilegios y prejuicios de los blancos. Quien le da aunque sea el dedo meñique al demonio del chovinismo está perdido.
El partido revolucionario tiene que plantearle a todo obrero blanco la siguiente alternativa: o con el imperialismo británico y la burguesía blanca de Sudáfrica, o con los trabajadores y campesinos negros contra los señores feudales y esclavistas blancos y sus agentes en las filas de la clase obrera.
El derrocamiento de la dominación británica sobre la población negra de Sudáfrica no significará, por supuesto, la ruptura económica y cultural con la ex madre patria si ésta se libera de la opresión de sus bandidos imperialistas. La Inglaterra soviética podrá ejercer una poderosa influencia económica y cultural sobre Sudáfrica a través de los blancos que en los hechos, en la lucha real, ligaron su destino al de los actuales esclavos coloniales. Esta influencia no se apoyará en la dominación sino en una recíproca cooperación proletaria.
Pero posiblemente será mucho más importante la influencia de la Sudáfrica soviética sobre el conjunto del continente negro. Ayudar a los negros a alcanzar a la raza blanca para ascender con ella a nuevas cimas culturales será uno de los grandes y nobles objetivos del socialismo victorioso.
Para concluir quiero decir unas palabras sobre el problema de la organización legal o ilegal, en lo que hace a la formación del partido.
Las tesis subrayan correctamente la ligazón inseparable entre organización y tareas revolucionarias, y la necesidad de complementar el aparato legal con un aparato ilegal. Por supuesto, nadie propone crear un aparato ilegal para que cumpla las funciones que en las condiciones actuales puede llevar a cabo un aparato legal.
Pero si se aproxima una crisis política hay que crear núcleos ilegales especiales del partido que se desarrollarán en tanto las circunstancias lo requieran. Una parte del trabajo, y por cierto muy importante, en ninguna situación puede llevarse a cabo abiertamente, ante los ojos de los enemigos de clase.
Sin embargo, en la etapa actual la forma más importante de trabajo legal o semilegal de los revolucionarios es el que se desarrolla en las organizaciones de masas, especialmente en los sindicatos. Los dirigentes sindicales son la policía oficiosa del capitalismo y combaten despiadadamente a los revolucionarios.
Tenemos que ser capaces de trabajar en las organizaciones de masas y evitar caer bajo los golpes del aparato reaccionario. Esta es una parte importante -para este período la más importante del trabajo ilegal. Un grupo revolucionario que actúa en un sindicato, si aprendió en la práctica todas las normas conspirativas necesarias, podrá clandestinizar su trabajo cuando las circunstancias lo exijan.
Lenin: Esbozo inicial de las Tesis sobre los problemas nacional y colonial
Lenin siempre comprendió la relación entre la lucha por la liberación nacional y la revolución socialista mundial. Sin su defensa de principios del derecho de las naciones a la autodeterminación, los bolcheviques nunca habrían logrado tomar el poder en Rusia, que estaba compuesta por más de 130 grupos nacionales reconocidos.
Tras la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, se estaba produciendo un inmenso despertar nacional en las colonias y semicolonias dominadas por el imperialismo. Lenin reconoció el enorme potencial revolucionario de estos movimientos y condenó la hipocresía de los partidos de la llamada Internacional Socialista, que hablaban de boquilla de la igualdad y la «fraternidad» de las naciones, mientras apoyaban tácitamente a sus propias clases dominantes imperialistas.
En este contexto, Lenin preparó sus «Esbozos de la tesis sobre las cuestiones nacionales y coloniales» en junio de 1920. Éstas se sometieron a debate en el II Congreso de la Internacional Comunista, al que asistieron 30 delegados de países coloniales y semicoloniales, entre ellos China, India, México y Palestina.
Publicamos aquí el esbozo de la tesis de Lenin porque ofrecen el resumen más claro posible del genuino enfoque marxista de la lucha de las naciones oprimidas contra el imperialismo. Hoy en día, las tesis siguen ofreciendo una guía vital para los comunistas que luchan por la aniquilación del imperialismo en el contexto de un fermento revolucionario en todo el mundo.
5 de junio de 1920
1. A la democracia burguesa le es propio, por su naturaleza misma, un modo abstracto o formal de plantear el problema de la igualdad en general, incluida la igualdad nacional. La democracia burguesa proclama, a título de igualdad del individuo en general, la igualdad formal o jurídica entre el propietario y el proletario, entre el explotador y el explotado, con lo que hace víctimas del mayor engaño a las clases oprimidas. La idea de la igualdad, que es de por sí un reflejo de las relaciones de la producción mercantil, es transformada por la burguesía en una arma de lucha contra la supresión de las clases, so pretexto de una pretendida igualdad absoluta de las personas. El verdadero sentido de la reivindicación de igualdad no consiste sino en exigir la supresión de las clases.
2. De acuerdo con su tarea fundamental de luchar contra la democracia burguesa y denunciar su falsedad e hipocresía, el Partido Comunista, intérprete consciente de la lucha del proletariado por derrocar el yugo de la burguesía, debe considerar también fundamental, en lo que respecta al problema nacional, no principios abstractos o formales, sino: 1) apreciar con exactitud la situación histórica concreta y, ante todo, la situación económica; 2) destacar los intereses de las clases oprimidas, de los trabajadores, de los explotados, distinguiendolos con absoluta claridad del concepto general de intereses de toda la nación en su conjunto, que significa los intereses de la clase dominante; 3) establecer asimismo una neta diferencia entre naciones oprimidas, dependientes, carentes de igualdad de derechos, y naciones opresoras, explotadoras, soberanas, en oposición a la mentira democrática burguesa que encubre la esclavización colonial y financiera -propia de la época del capital financiero y del imperialismo- de la inmensa mayoría de la población de la Tierra por una insignificante minoría de países capitalistas adelantados y muy ricos.
3. La guerra imperialista de 1914-1918 ha puesto de relieve con particular claridad ante todas las naciones y ante las clases oprimidas del mundo entero la mendacidad de la fraseología democrática burguesa, demostrando en la práctica que el Tratado de Versalles, dictado por las decantadas «democracias occidentales», constituye una violencia aún más feroz e infame sobre las naciones débiles que el Tratado de Brest-Litovsk, impuesto por los junkers alemanes y el kaiser. La Sociedad de Naciones, así como toda la política de posguerra de la Entente, revela con mayor evidencia y de un modo más tajante aún esta verdad, intensificando por doquier la lucha revolucionaria, tanto del proletariado de los países avanzados como de todas las masas trabajadoras de las colonias y de los países dependientes, y acelerando el desvanecimiento de las ilusiones nacionales pequeñoburguesas sobre la posibilidad de la convivencia pacífica y la igualdad de las naciones bajo el capitalismo.
4. De los principios básicos expuestos más arriba se deduce que la piedra angular de toda la política de la Internacional Comunista, en lo que al problema nacional y colonial se refiere, debe consistir en unir a los proletarios y a las masas trabajadoras de todas las naciones y de todos los países para la lucha revolucionaria conjunta por el derrocamiento de los terratenientes y de la burguesía. Porque solo una unión de este tipo garantiza el triunfo sobre el capitalismo, sin el cual es imposible suprimir la opresión y la desigualdad nacionales.
5. La situación política mundial ha puesto ahora a la orden del dia la dictadura del proletariado, y todos los hechos de la política internacional convergen de modo inevitable en un punto central, a saber: la lucha de la burguesía mundial contra la República Soviética de Rusia, que agrupa necesariamente a su alrededor, de una parte, los movimientos de los obreros de vanguardia de todos los países en pro del régimen sovietico y, de otra parte, todos los movimientos de liberación nacional de las colonias y de los pueblos oprimidos, los cuales se convencen por amarga experiencia de que para ellos no existe otra salvación que la victoria del Poder de los Soviets sobre el imperialismo mundial.
6. Por lo tanto, en la actualidad no hay que limitarse a reconocer o proclamar simplemente la necesidad de una unión más estrecha entre los trabajadores de las distintas naciones, sino que es preciso aplicar una política que convierta en realidad la alianza más estrecha de todos los movimientos de liberación nacional y colonial con la Rusia Soviética, haciendo que las formas de esta unión estén en consonancia con el grado de desarrollo del movimiento comunista en el seno del proletariado de cada país o del movimiento democratico burgues de liberación de los obreros y campesinos en los países atrasados o entre las naciones atrasadas.
7. La federación es la forma de transición a la unidad completa de los trabajadores de las diversas naciones. Ha revelado ya en la práctica su conveniencia tanto en las relaciones entre la República Socialista Federativa Soviética de Rusia y las otras repúblicas soviéticas (de Hungría, de Finlandia y de Letonia, en el pasado, y de Azerbaidzhán y de Ucrania, en el presente) como dentro de la misma RSFSR, en lo referente a las naciones que antes carecían de Estado propio y de autonomía (por ejemplo, las repúblicas autónomas de Bashkiria y de Tartaria en la RSFSR, fundadas en 1919 y 1920, respectivamente).
8. En este sentido, la tarea de la Internacional Comunista consiste en seguir desarrollando estas nuevas federaciones, que surgen sobre la base del régimen sovietico y del movimiento sovietico, y en estudiar y comprobar su experiencia. Al reconocer la federación como forma de transición a la unidad completa, es necesario tender a estrechar cada vez más la unión federativa, teniendo presente, primero, que sin la alianza más estrecha de las repúblicas soviéticas es imposible salvaguardar su existencia, cercadas por las potencias imperialistas del mundo entero, incomparablemente más poderosas en el sentido militar; segundo, que es imprescindible una estrecha alianza económica de las repúblicas soviéticas, sin lo cual no es posible restablecer las fuerzas productivas destruidas por el imperialismo ni asegurar el bienestar de los trabajadores, y tercero, que la tendencia a crear una economía mundial única, regulada de acuerdo con un plan general por el proletariado de todas las naciones, se ha revelado ya con plena nitidez en el capitalismo y deberá desarrollarse, sin duda alguna, hasta realizarse por completo en el socialismo.
9. En el terreno de las relaciones dentro del Estado, la política nacional de la Internacional Comunista no puede circunscribirse a un simple reconocimiento formal -puramente declarativo y que, en la práctica, no obliga a nada- de la igualdad de las naciones, cosa que hacen los demócratas burgueses, ya se presenten sin rebozo como tales o se encubren con el título de socialistas, a semejanza de los socialistas de la II Internacional.
No basta con que en toda la labor de agitación y propaganda de los partidos comunistas -tanto desde la tribuna parlamentaria como fuera de ella- se denuncien implacablemente las continuas violaciones de la igualdad de las naciones y de las garantías de los derechos de las minorías nacionales en todos los Estados capitalistas, a despecho de sus instituciones «democráticas». Ademas de eso, es preciso: 1) explicar de manera constante que solo el regimen sovietico puede proporcionar realmente la igualdad de derechos de las naciones, uniendo primero a los proletarios, y luego a toda la masa de los trabajadores, en la lucha contra la burguesia, y 2) que todos los partidos comunistas presten una ayuda directa al movimiento revolucionario en las naciones dependientes o que no gozan de igualdad de derechos (por ejemplo, en Irlanda, entre los negros de EE.UU., etc.) y en las colonias.
Sin esta última condición, de suma importancia, la lucha contra la opresión de las naciones dependientes y de las colonias, lo mismo que el reconocimiento de su derecho a separarse y formar un Estado aparte, siguen siendo un rótulo falaz, como vemos en los partidos de la II Internacional.
10. El reconocimiento verbal del internacionalismo y su sustitución efectiva, en toda la propaganda, la agitación y la labor práctica, por el nacionalismo y el pacifismo pequeñoburgueses es el fenómeno más común no solo entre los partidos de la II Internacional, sino también entre los que abandonaron esta organización y, con frecuencia, incluso entre los que ahora se llaman comunistas. La lucha contra este mal, contra los prejuicios nacionales pequeñoburgueses más arraigados, pasa tanto más al primer piano cuanto mayor es la actualidad de la tarea de transformar la dictadura del proletariado, convirtiéndola de nacional (es decir, existente en un solo país e incapaz de determinar la política mundial) en internacional (es decir, en dictadura del proletariado existente, por lo menos, en varios países avanzados y capaz de influir de manera decisiva en toda la política mundial). El nacionalismo pequeñoburgués llama internacionalismo al mero reconocimiento de la igualdad de derechos de las naciones (que tiene un carácter puramente verbal), manteniendo intacto el egoísmo nacional, en tanto que el internacionalismo proletario exige: 1) que los intereses de la lucha proletaria en un país sean subordinados a los intereses de esta lucha a escala mundial; 2) que la nación que ha triunfado sobre la burguesía sea capaz y esté dispuesta a hacer los mayores sacrificios nacionales en aras del derrocamiento del capital internacional.
Así pues, en los Estados ya completamente capitalistas, en los que actúan partidos obreros que son la verdadera vanguardia del proletariado, la tarea esencial y primordial consiste en combatir las deformaciones oportunistas y pacifistas pequeñoburguesas de la concepción y la política del internacionalismo.
11. En lo que respecta a los Estados y las naciones más atrasados, donde predominan las relaciones feudales o patriarcales y patriarcal-campesinas, es preciso tener presente, en particular:
Primero, la necesidad de que todos los partidos comunistas ayuden al movimiento democratico burgues de liberación en dichos países; el deber de prestar la ayuda más activa incumbe, en primer término, a los obreros del país del que la nación atrasada depende en el aspecto financiero o como colonia;
Segundo, la necesidad de luchar contra el clero y demás elementos reaccionarios y medievales, que tienen influencia en los países atrasados;
Tercero, la necesidad de luchar contra el panislamismo y otras corrientes semejantes, que tratan de combinar el movimiento de liberación contra el imperialismo europeo y norteamericano con el fortalecimiento de las posiciones de los kanes, de los latifundistas, de los mulahs, etc.;
Cuarto, la necesidad de apoyar especialmente en los países atrasados el movimiento campesino contra los terratenientes, contra la gran propiedad agraria, contra toda manifestación o reminiscencia del feudalismo, y esforzarse por dar al movimiento campesino el carácter más revolucionario, estableciendo la alianza más estrecha posible entre el proletariado comunista de Europa Occidental y el movimiento revolucionario de los campesinos en Oriente, en las colonias y en los países atrasados en general; es preciso, en particular, orientar todos los esfuerzos a aplicar los postulados fundamentales del régimen sovietico en los países en que predominan las relaciones precapitalistas, creando «Soviets del pueblo trabajador», etc.;
Quinto, la necesidad de combatir con decision la tendencia a teñir de color comunista las corrientes liberadoras democraticas burguesas en los paises atrasados; la Internacional Comunista debe apoyar los movimientos nacionales democraticos burgueses en las colonias y en los paises atrasados solo a condicion de que los elementos de los futuros partidos proletarios -comunistas no solo de nombre- se agrupen y eduquen en todos los paises atrasados para adquirir plena conciencia de la mision especial que les incumbe: luchar contra los movimientos democraticos burgueses dentro de sus respectivas naciones; la Internacional Comunista debe concluir una alianza temporal con la democracia burguesa de las colonias y de los paises atrasados, pero no fusionarse con ella, sino proteger a toda costa la independencia del movimiento proletario, incluso en sus formas mas rudimentarias;
Sexto, la necesidad de explicar y denunciar inflexiblemente ante las grandes masas trabajadoras de todos los países, y en particular de los atrasados, el engaño a que recurren de modo sistemático las potencias imperialistas, las cuales crean, bajo el aspecto de Estados independientes en el terreno político, Estados que dependen de ellos por completo en el sentido económico, financiero y militar; en la presente situación internacional, las naciones dependientes y débiles no tienen otra salvación que la unión de repúblicas soviéticas.
12. La opresión secular de las colonias y de los pueblos débiles por las potencias imperialistas ha despertado en las masas trabajadoras de los países oprimidos tanto rencor como desconfianza hacia las naciones opresoras en general, incluido también el proletariado de estas naciones. La vil traición al socialismo por la mayoría de los líderes oficiales de este proletariado durante los años de 1914 a 1919, cuando, invocando «la defensa de la patria», encubrieron al estilo socialchovinismo la defensa del «derecho» de «su propia» burguesía a oprimir a las colonias y expoliar a los países dependientes en el sentido financiero, no ha podido menos de acentuar esta desconfianza, legítima en extremo. Por otra parte, cuanto más atrasado es un país, tanto más fuertes son en él la pequeña producción agrícola, el estado patriarcal y el aislamiento, que infunden de manera inevitable un vigor y una firmeza singulares a los más profundos prejuicios pequeñoburgueses, a saber: los prejuicios del egoísmo nacional y de la limitación nacional. La extinción de esos prejuicios pequeñoburgueses más arraigados, a saber: los prejuicios de egoísmo nacional, de estrechez nacional. La extinción de esos prejuicios es necesariamente un proceso muy lento, puesto que sólo pueden desaparecer después de la desaparición del imperialismo y el capitalismo en los países avanzados y una vez que cambie radicalmente toda la base de la vida económica de los países atrasados. De ahí surge el deber, para el proletariado comunista consciente de todos los países, de demostrar circunspección y atención particulares frente a las supervivencias de los sentimientos nacionales en los países y en las nacionalidades que han sufrido una prolongadísima opresión; asimismo es su deber hacer ciertas concesiones con el fin de apresurar la desaparición de esa desconfianza y esos prejuicios. La causa del triunfo sobre el capitalismo no puede tener su remate eficaz si el proletariado, y luego todas las masas trabajadoras de todos los países y naciones del mundo entero, no demuestran una aspiración voluntaria a la alianza y a la unidad.
Los címenes del imperialismo francés en Camerún
La lucha del pueblo de Camerún contra la opresión imperialista contiene muchas lecciones para los revolucionarios de toda África y del mundo. Todavía hoy en día puede sentirse el legado de la guerra sucia emprendida por el imperialismo francés para aplastar esa lucha. En este artículo, Jules Legendre explica cómo Francia llegó a gobernar Camerún y los métodos que utilizó para mantener su dominación, incluso después de la independencia formal del país en 1960.
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Entre 1955 y 1970, el imperialismo francés desencadenó una guerra despiadada contra las masas de Camerún para preservar su dominio sobre el país. Mientras que los crímenes del imperialismo francés en Argelia durante el mismo período ahora son reconocidos (a regañadientes) por la mayoría de los políticos burgueses, los crímenes de la clase dominante francesa en Camerún siguen siendo negados o minimizados.
Un número creciente de trabajos han comenzado a aclarar los métodos con los que el imperialismo francés mantuvo su control sobre Camerún, incluso después de su independencia formal en 1960. Los comunistas deberían acoger con satisfacción esta evolución, independientemente de las conclusiones limitadas a las que tienden a llegar los autores académicos de estos trabajos. El estudio de los crímenes del imperialismo francés en Camerún, de la lucha llevada a cabo por la Unión de los Pueblos de Camerún (UPC) y de su derrota final, encierran importantes lecciones para la lucha contra el imperialismo en la actualidad.
Colonización
Camerún no fue colonizado originalmente por Francia. En la década de 1860, empresas alemanas establecieron puestos comerciales en la costa del Golfo de Guinea, con el objetivo de exportar sus mercancías al interior del continente africano. En 1885, la Conferencia de Berlín confirmó la soberanía alemana sobre lo que se conoció como «Kamerun».
La gran oleada de colonización del siglo XIX, que repartió Asia y África entre un puñado de potencias imperialistas, no estuvo motivada ni por la sed de conquista de unos pocos militares o políticos ávidos de poder, ni por la intención de «civilizar» estos continentes. El objetivo principal de la colonización era garantizar campos para la exportación de capital, fuentes de materias primas y mercados cautivos para las grandes potencias. La brutal explotación de la población local permitía obtener superbeneficios, mientras que el dominio directo de los nuevos mercados por parte de la metrópoli colonial permitía protegerlos de la competencia de otras potencias mediante un monopolio legal o, como mínimo, mediante exorbitantes aranceles aduaneros.
El capitalismo alemán se desarrolló más tarde que sus rivales, por lo que llegó tarde a esta carrera por la dominación imperialista. Cuando se lanzó a la conquista de sus propias colonias en la década de 1880, gran parte de África y Asia ya habían sido ocupadas por Gran Bretaña, Francia, España y Portugal.
Esta situación era insostenible desde el punto de vista del capitalismo alemán. A medida que su economía crecía, Alemania se veía cada vez más presionada por la falta de salidas para sus productos y capitales. Por ello, Berlín entró en confrontación con las potencias coloniales ya establecidas, encabezadas por Francia y Gran Bretaña. Fue este enfrentamiento el que condujo a la Primera Guerra Mundial.
Tras la derrota de Alemania en 1918, sus escasas colonias se repartieron entre los vencedores. Para dar a este reparto una apariencia «humanitaria», la Sociedad de Naciones (precursora de las Naciones Unidas) concedió a estas colonias un estatuto especial: el de territorios «bajo mandato». Oficialmente, la «potencia mandataria» se encargaba de trabajar por el «desarrollo» de los pueblos indígenas hasta que pudieran llegar a ser independientes o autónomos. En la práctica, los territorios bajo mandato eran gestionados como todas las demás colonias por sus nuevos colonizadores. En cuanto a la Sociedad de Naciones -esa «cocina de ladrones», como decía Lenin- no tenía nada más que decir al respecto.
El Kamerun alemán quedó así dividido en 1919. En el noroeste, dos pequeños territorios se añadieron a las posesiones del Imperio Británico, mientras que la mayor parte se convirtió en el Camerún francés. Privada de todo derecho democrático, la población indígena fue sometida a trabajos forzados. Las empresas francesas dominaron por completo la economía del territorio. Aceite de palma, plátanos, hule, cacao, etc. – todos estos recursos enriquecieron a la burguesía francesa, que también encontró importantes mercados en las colonias, que se convirtieron en los principales socios comerciales de Francia en la década de 1930.
Unión de los Pueblos de Camerún
La Segunda Guerra Mundial sacudió el imperio colonial francés. Su prestigio se vio minado por la derrota de 1940 y la ocupación nazi de Francia. Además, el líder de la «Francia Libre», Charles De Gaulle, prometió nuevos derechos a la población autóctona para ganarse el apoyo de las colonias durante la guerra.
Al final de la guerra, los resultados de estas reformas fueron irrisorios. Los pocos derechos concedidos permitieron a un puñado de indígenas privilegiados sentarse en la Asamblea Nacional de París. Pero, en general, la situación seguía siendo la misma. Las autoridades coloniales sometieron a la población a un control implacable y a una represión feroz. En septiembre de 1945, por ejemplo, estalló en Duala una huelga de ferroviarios que muy pronto adquirió carácter de movimiento de masas. Casi 100 personas murieron en la represión. Los huelguistas fueron incluso bombardeados desde el cielo.
En esa época se formaron «círculos de estudio marxistas» en las colonias francesas de África Occidental. Reunidos en torno a sindicalistas franceses, miembros del Partido Comunista Francés, los jóvenes trabajadores autóctonos descubrían las ideas del movimiento obrero europeo y debatían los problemas políticos de las colonias. En Camerún, el profesor Gastón Donnat organizó un pequeño círculo en el que participaron varios funcionarios indígenas. Donnat fue finalmente expulsado por la policía, pero de este círculo surgieron los líderes del principal movimiento político en la lucha por la independencia: la Unión de los Pueblos de Camerún (UPC).
La UPC se fundó oficialmente en 1948 y creció rápidamente, gracias sobre todo a sus estrechos vínculos con el movimiento obrero y los sindicatos cameruneses, de los que procedían la mayoría de los cuadros del partido, empezando por su principal dirigente: Ruben Um Nyobé. De 100 miembros en 1948, pasó a 7.000 en 1949 y a 14.000 en 1950. En la primera mitad de los años 50, contaba con casi 20.000 militantes cuyas actividades abarcaban casi todo el país.
Los «upecistas», como se les conocía, eran luchadores decididos y no dudaban en enfrentarse a la represión colonial, pero su programa era totalmente reformista. Su objetivo oficial era obligar a la potencia colonial a respetar los términos del mandato otorgado por la Sociedad de Naciones y confirmado por la ONU en 1946: preparar a Camerún para la independencia. Para conseguirlo, la UPC pretendía atenerse estrictamente al marco legal impuesto por el colonialismo francés, como demostración de seriedad y buena voluntad, y enviar quejas a la ONU, de la que esperaba una reacción positiva. La UPC pretendía superar todas las «divisiones ideológicas», es decir, de clase. La idea era unir a «todos los cameruneses» en la lucha contra el colonialismo. En 1953, Nyobé afirmaba que «los pueblos coloniales no pueden hacer la política de un partido, ni la de un Estado, ni, más aún, la de un hombre. Los pueblos coloniales hacen su propia política, que es la política de la liberación del yugo colonial».
Esta ausencia de un punto de vista de clase claramente definido fue uno de los principales defectos de la política de la UPC. Ni la reforma agraria, que podría haber ayudado a movilizar a los campesinos más pobres pero habría enfadado a los jefes tradicionales, ni el control obrero en las pocas fábricas de Camerún estaban incluidos en su programa.
La burguesía indígena
El primer obstáculo en el camino de la UPC fue su propia creencia, totalmente infundada, de que la ONU podía ayudar a los pueblos colonizados. Como la Sociedad de Naciones en su día, la ONU no es independiente de las clases sociales ni de las grandes potencias imperialistas. En consecuencia, las quejas de la UPC ante esta institución sólo suscitaron indiferencia o, en el mejor de los casos, protestas puramente verbales.
Las ilusiones de los dirigentes de la UPC sobre el papel de la ONU eran una prolongación de su negativa a adoptar un punto de vista de clase claramente definido. Pretendían situarse «por encima» de las clases sociales. Hay que decir que, en aquella época, este grave error estaba en consonancia con lo que los miembros estalinistas del PCF enseñaban en los «círculos marxistas» que organizaban en las colonias. La idea que subyacía a este error fue resumida muy bien por un teórico del PCF de la época, Yves Benot, en 1960:
«La existencia del hecho colonial hace de la unidad en la lucha nacional una prioridad, por encima de las diferencias que puedan surgir en el seno de la nación colonizada… Mientras exista la dominación colonial, el proceso de diferenciación de clases queda necesariamente enmascarado y frenado por las exigencias de la lucha nacional, mientras que este proceso sólo puede acelerarse tras la independencia.»
En otras palabras, en nombre de las «reivindicaciones de la lucha nacional», la clase obrera camerunesa no debía tratar de dirigir esta lucha y darle un carácter socialista, sino que debía tratar de «unir a todos los cameruneses».
Esta política estaba en contradicción directa con la realidad objetiva. Contrariamente a lo que creía Yves Benot, la población autóctona estaba efectivamente dividida en función de las clases. Por ejemplo, para asegurar su dominio, el poder colonial se apoyaba en los llamados «jefes indígenas». Se suponía que eran líderes comunitarios «tradicionales», pero en realidad eran seleccionados por la administración colonial, que reconocía su autoridad y los convertía en sus agentes oficiales, favoreciendo a los que eran leales y sustituyendo a los demás. La división de clases entre los jefes y los campesinos pobres se vio así reforzada por la dominación francesa.
También se desarrolló una pequeña clase obrera indígena, formada por los empleados de las pocas empresas modernas establecidas en las grandes ciudades como Duala y Yaundé, así como por los numerosos pequeños funcionarios de la administración colonial. Por último, el desarrollo del capitalismo en Camerún dio lugar a la aparición de una pequeña burguesía comercial, e incluso a la aparición de una embrionaria burguesía indígena, que sirvió de intermediaria al capital francés y ocupó los escaños concedidos a Camerún en la Asamblea Nacional francesa.
Estas clases sociales no tenían todas los mismos intereses. La pequeña burguesía indígena dependía totalmente del imperialismo francés, del que no deseaba separarse. Por su parte, los jefes tradicionales son radicalmente hostiles a cualquier idea de reforma agraria, sin la cual sería imposible sacar a la masa de campesinos de la pobreza. Así pues, la clase obrera y los campesinos pobres tenían que enfrentarse no sólo al régimen colonial, sino también a la fracción de la población indígena que se beneficiaba de él. Al intentar unir a todas estas clases en una lucha común, la UPC se estaba condenando al fracaso.
Revolución permanente
Esta situación no es exclusiva de Camerún. Se puede encontrar en todos los países en los que el capitalismo se desarrolló tardíamente y fue introducido desde el exterior, a través del influjo de capital extranjero. Fue para encontrar una solución a un problema similar en la Rusia zarista que el marxista León Trotski desarrolló su teoría de la «revolución permanente» en 1905. Como la burguesía rusa estaba a la vez sometida a los intereses de los inversores imperialistas, atada a los grandes terratenientes y dependiente del Estado zarista, no podía combatir seriamente a ninguno de ellos y sacar al país de su estado de atraso extremo.
Por lo tanto, explicó Trotski, la dirección de la revolución tenía que recaer en la clase obrera, que tenía que ganarse el apoyo del campesinado y, sobre esa base, tomar el poder. Entonces la clase obrera podría completar las tareas de la revolución democrático-burguesa: el derrocamiento del despotismo zarista y la concesión de derechos democráticos; la igualdad para las nacionalidades oprimidas en el imperio; la expropiación de la aristocracia terrateniente y la iglesia; y la distribución de la tierra al campesinado. Sin embargo, al tomar el poder, la clase obrera comenzaría inevitablemente a llevar a cabo las tareas de la revolución socialista, que sólo podrían consolidarse si la revolución se desarrollaba a escala internacional.
Adoptada por los bolcheviques en 1917, con las Tesis de Abril de Lenin, fue esta perspectiva la que condujo a la victoria de la Revolución Rusa. Sin embargo, fue completamente abandonada por la contrarrevolución estalinista en la URSS, que infectó a la Internacional Comunista con un enfoque oportunista y «etapista» de la revolución colonial. En todo el mundo, los partidos comunistas estalinizados ataron de pies y manos a los obreros avanzados a la supuesta burguesía «progresista» o «patriótica» de las colonias, con resultados desastrosos.
Sin embargo, la teoría de la revolución permanente sigue siendo indispensable en todos los países sometidos al yugo del colonialismo o del imperialismo. La lucha por una auténtica liberación nacional era -y sigue siendo- inseparable de la lucha de clases y de la lucha por el socialismo. La historia de Camerún es una perfecta demostración de ello, pero trágicamente de manera negativa.
Represión feroz
Aunque las reivindicaciones y los métodos de la UPC eran muy moderados, la simple exigencia democrática de igualdad de derechos para nativos y colonos era, no obstante, un ataque directo al orden colonial. Además, la UPC también abogaba por el fin de la dominación francesa de África y proclamaba su solidaridad con la «heroica lucha» del pueblo vietnamita contra el colonialismo francés. Todo ello provocó la abierta hostilidad de la administración y los colonos franceses, así como de la capa privilegiada de la población indígena que se beneficiaba de la colonización y aspiraba a mantener el statu quo.
La UPC sufrió un acoso constante. Los locales del partido eran asaltados regularmente, sus archivos confiscados y sus activistas detenidos o apaleados cada vez que intentaban organizar un acto público. Las autoridades coloniales también orquestaron una campaña de propaganda sistemática contra el partido. Los sacerdotes católicos apoyaron esta cruzada contra el supuesto peligro «comunista y pagano».
Para debilitar al partido, la administración francesa no dudó en crear partidos autóctonos rivales de la UPC, que retomaban sus consignas independentistas pero les daban un contenido diferente: por ejemplo, estos partidos abogaban por la «independencia», pero sólo dentro de la «Unión Francesa», el nuevo disfraz oficial del imperio colonial francés tras la Segunda Guerra Mundial. Apoyados por las autoridades coloniales, estos partidos títere ganaron todas las elecciones rellenando urnas. En sus memorias, el funcionario colonial Guy Georgy se jactaba de haber lanzado la carrera política del futuro presidente camerunés Ahmadou Ahidjo: «Hice que le eligieran delegado en la Asamblea Territorial. Prácticamente conseguimos que la gente le votara metiendo papeletas en las urnas». Este simulacro de democracia era tanto más útil para las potencias coloniales cuanto que les permitía disponer de «representantes electos» del pueblo camerunés, de los que luego podían presumir en las asambleas de la ONU.
En estas condiciones, la UPC se radicalizó y, en 1955, exigió la independencia inmediata de Camerún, fuera de la Unión Francesa. A finales de mayo de 1955, después de que las manifestaciones de la UPC fueran prohibidas una vez más por las autoridades coloniales, estallaron disturbios en muchas ciudades, que fueron reprimidos ferozmente. La administración colonial aprovechó este pretexto para desatar una feroz campaña de terror contra la UPC. Sus oficinas fueron saqueadas e incendiadas en todo el país. Las autoridades también movilizaron a los jefes indígenas pro franceses, que crearon milicias para masacrar a los upecistas. En julio de 1955, la UPC fue prohibida oficialmente. Sus activistas y dirigentes, que habían escapado a las detenciones y los asesinatos, pasaron a la clandestinidad. Fue el comienzo de una guerra colonial que se desarrollaría en la sombra.
Guerra colonial
Mientras que la guerra de Argelia, que estalló a finales de 1954, aparece a menudo en las páginas de la prensa burguesa francesa, la represión de las guerrillas upecistas es ampliamente ignorada. Sin embargo, fue masiva. Sin apoyo material ni armas modernas, pero con un sólido apoyo popular en muchas regiones, la resistencia de la UPC fue perseguida sin piedad por el ejército y la policía franceses, así como por sus auxiliares cameruneses.
Como en Indochina (Vietnam) y Argelia, las fuerzas de represión tomaron como objetivo a la población civil para privar a la rebelión de su base de apoyo. Pueblos enteros fueron «desplazados», es decir, deportados. Al mismo tiempo, no se pasaron por alto los intereses económicos directos de los imperialistas: en ocasiones se obligó a las poblaciones desplazadas a trabajar para empresas francesas.
La tortura y las ejecuciones sumarias, a menudo seguidas de la exhibición pública de los cadáveres, se convirtieron en algo habitual. Tras ser asesinado por el ejército francés en 1958, el cadáver de Ruben Um Nyobé fue expuesto en su pueblo natal por las fuerzas francesas. En algunas regiones, sobre todo en el oeste del país, pueblos enteros fueron masacrados por el ejército francés y sus auxiliares. La represión se extendió incluso más allá de las fronteras de Camerún: uno de los líderes de la UPC, Felix Moumié, fue asesinado por los servicios secretos franceses en Ginebra. En total, la represión causó al menos decenas de miles de muertos, quizás hasta 200.000, e innumerables heridos.
A pesar de esta implacable represión, la rebelión de la UPC demostró una resistencia heroica y se mantuvo hasta principios de la década de 1960. Los últimos combatientes de la UPC no fueron «liquidados» hasta 1970, una década después de que Camerún obtuviera oficialmente la «independencia».
Fachada de independencia
En cuanto a la cuestión de la independencia, el imperialismo francés cambió su enfoque a partir de 1958. Frente al creciente número de movimientos de liberación nacional, optó por sustituir el control colonial directo por la dominación indirecta. La idea era simple: transformar las colonias africanas en pequeños Estados formalmente independientes, pero en realidad gobernados por déspotas pro-franceses. Su economía, defensa y política exterior estarían sujetas al control directo de Francia, bajo la apariencia de «cooperación» y «asistencia».
Concebida ya en 1956 bajo el nombre de «autonomía territorial», esta política adoptó varias formas sucesivas antes de culminar en 1960, cuando 14 territorios franceses de África se convirtieron oficialmente en países independientes. Pero la inmensa mayoría de ellos siguieron dependiendo por completo del imperialismo francés.
Los «asesores» franceses elaboraban sus presupuestos, dirigían sus ejércitos y supervisaban sus administraciones. Su moneda era impresa en París por la Banque de France. Los acuerdos secretos de defensa permiten a Francia intervenir militarmente cuando lo desea. Entre 1960 y 1990, las tropas francesas intervinieron casi 20 veces en el África subsahariana. Por supuesto, las empresas francesas fueron mimadas por los nuevos regímenes, que a cambio recibieron sobornos, algunos de los cuales acabaron en los bolsillos de los políticos franceses. Este fue el comienzo de lo que se ha dado en llamar «la Françafrique».
Camerún fue uno de estos 14 países formalmente independientes. En 1960, el político pro francés Ahmadou Ahidjo instauró una brutal dictadura. Bajo la dirección de asesores franceses, la policía y el ejército persiguieron a los opositores, empezando por los upecistas supervivientes.
La situación de la UPC era tanto más difícil cuanto que su principal objetivo, la independencia, se había alcanzado formalmente. A falta de una perspectiva que fuera más allá de ese objetivo, y sin un programa socialista que hubiera podido contribuir a movilizar a los obreros y a los campesinos pobres contra la dominación de las empresas francesas y de los grandes terratenientes, el movimiento fue desapareciendo bajo los golpes del Estado.
Mientras tanto, en 1961, el imperialismo francés consiguió hacerse con parte de las antiguas colonias británicas. En nombre de la «unidad nacional», se anexionó la mitad del Camerún británico bajo la apariencia de la «República Federal de Camerún». Menos de una década después, se abolieron la mayoría de los derechos nacionales de la minoría anglófona y se revocó la autonomía del antiguo Camerún británico.
Perspectivas
Las lecciones de la guerra «olvidada» de Camerún nunca han sido más pertinentes. Hoy en día, la dominación del imperialismo francés sobre sus antiguas colonias está siendo cuestionada en toda África. Pero Francia sigue presente en Camerún. Las empresas francesas siguen saqueando las riquezas del país.
Las consecuencias de esta dominación imperialista son evidentes. Aunque Camerún es rico en tierras fértiles y recursos naturales (petróleo, cobalto, hierro, uranio, etc.), el 40% de su población vive por debajo del umbral de la pobreza, el 34% no tiene acceso al agua potable y casi el 65% está subempleado (en paro o en trabajos ocasionales y precarios).
El régimen de terror instaurado por Ahidjo en 1960 no desapareció con el final de su presidencia en 1982. Su sustituto, Paul Biya, ha mantenido su espíritu, si no su forma. En el poder desde hace más de 40 años, fue «reelegido» en 2018 tras obtener más del 70% de los votos en unas elecciones ampliamente amañadas. Esto no impidió que el entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drian, enviara a Biya sus «mejores deseos de éxito». Unos meses antes de este benévolo mensaje, el régimen de Biya había desencadenado una guerra civil -que aún colea- contra las poblaciones de las regiones anglófonas del país.
Así que la pregunta sigue siendo: ¿cómo puede liberarse Camerún de la dominación imperialista? La burguesía camerunesa, débil y totalmente corrupta, es incapaz de desafiarla, por no hablar de derrocarla. Vive esencialmente de las subvenciones que recibe de las empresas extranjeras y del saqueo de los presupuestos públicos. Es incapaz de oponerse seriamente ni al régimen de Biya ni a sus protectores imperialistas. Son parte integrante del régimen, alimentándose de las migajas del saqueo imperialista de los recursos de Camerún.
Esto se refleja en el carácter de los partidos burgueses o reformistas de la oposición, incapaces de imaginar un futuro para Camerún fuera de la dominación imperialista. Desmoralizados por la larga y feroz dictadura de Paul Biya, los intelectuales cameruneses «progresistas» debaten si no sería preferible para Camerún, emancipándose de París, caer bajo la dominación del imperialismo chino o ruso.
En efecto, los imperialismos ruso y chino intentan desalojar al imperialismo francés de sus posiciones históricas en África Central, y lo están consiguiendo. En junio de 2021, el embajador francés en Camerún se quejaba de que «la cuota de mercado controlada por las empresas francesas en Camerún ha caído del 40% en los años 90 al 10% en la actualidad», porque China «ha estado dominando prácticamente todos los contratos de infraestructuras en Camerún». Pero esto no tiene nada que ver con una lucha antiimperialista.
Las empresas chinas explotan a los trabajadores africanos tan despiadadamente como sus homólogas francesas, y cuando China presta dinero a los gobiernos africanos, es para construir infraestructuras destinadas a ayudar a su explotación imperialista del continente. Sustituir París por Moscú o Pekín no mejorará ni un ápice la situación de los obreros y campesinos cameruneses.
Hoy, como antes de la independencia, la única salida para el pueblo camerunés es la revolución socialista. La clase obrera camerunesa sigue siendo la única fuerza social capaz de organizarse de forma independiente, reunir a todos los explotados y conducirlos a la victoria. Pero sólo si se organiza en un partido comunista independiente y revolucionario.
Esta perspectiva es inseparable del desarrollo de la revolución en el Golfo de Guinea en su conjunto, y en Nigeria en particular, que cuenta con la clase obrera más fuerte de la región. La crisis del capitalismo está desestabilizando el dominio capitalista en todo el mundo. En África, el viejo orden se está desmoronando a medida que un ambiente revolucionario recorre el continente. Armada con las lecciones del pasado, una nueva generación de comunistas debe hacer frente a las tareas que plantea la historia: la liberación de la opresión imperialista, la erradicación de la miseria y la emancipación socialista de todo el género humano.