Declaración de los Comunistas Revolucionarios de América: ¡Abajo el bloqueo imperialista contra Cuba!

El 18 de octubre, Cuba sufrió un apagón masivo que dejó sin electricidad a más de 10 millones de personas. Dos días después, el huracán Oscar azotó la costa oriental de la isla, agravando la crisis. El apagón es consecuencia directa del embargo estadounidense, que sanciona a los barcos que transportan combustible a la isla y ha privado a Cuba de las divisas necesarias para importar combustible y piezas de repuesto para mantener la producción y distribución de energía. Para que el pueblo cubano pueda vivir, el embargo imperialista debe morir.

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AMSOC 37

Como se construyó la Internacional Comunista

  1. L Trotski, ‘Manifesto of the First Congress of the Comintern’, The New International, Vol. 9, No. 6, 1943, pg 191, nuestra traducción
  2. V I Lenin, Condiciones de admisión en la internacional comunista, Obras completas, Tomo 41, Progreso, pág. 211, énfasis añadido
  3.  Ibid. pág. 214
  4. II CONGRESO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA, Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Cuadernos de Pasado y Presente, tomo 43, 1973, pág. 141
  5. Ibid. pág. 142
  6.  Ibid. pág. 144
  7. Ibid.
  8.  L Trotski, La situación económica mundial. Discurso ante el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, MIA, Edicions Internacionals Sedov, 2017
  9. L Trotski, ‘Report on the World Economic Crisis and the New Tasks of the Communist International’, The First Five Years of the Comintern, Wellred Books, 2020,, pg 277, enfasis añadido, nuestra traducción
  10.  Ibid, Pág 410 , nuestra traducción
  11. Published in Resolutions and Theses of the Fourth Congress of the Communist International, Centropress, 1922, pág 36, Nuestra traducción
  12. Ibid.
  13. Ibid.
  14. Ibid.

El socialismo en un solo país: Cómo Stalin abandonó el marxismo

  1. K Marx, F Engels El Manifiesto del Partido Comunista, MIA 1999
  2. K Marx F Engels La ideología alemana, Obras Escogidas en tres tomos, Progreso 1974
  3. ibid.
  4. ibid
  5. K Marx, F Engels El Manifiesto del Partido Comunista, MIA 1999, énfasis añadido
  6. Ibid.
  7.  K Marx, F Engels, Circular del Comité Central a la Liga Comunista, Marzo de 1850, MIA  énfasis añadido
  8. L Trotsky Resultados y Perspectivas, MIA 2010
  9. V I Lenin Las tareas del proletariado en la presente revolución (Tésis de Abril) MIA 2000
  10. V I Lenin, Resolución sobre el momento actual, Obras Completas tomo 31, Progreso, 1985, pág. 462
  11. V I Lenin, La revolución proletaria y el renegado, Kautsky Obras escogidas tomo 9, Progreso, 1973, pág. 25 
  12. Ibid. pág. 28
  13. V I Lenin, Mejor poco, pero mejor Obras Completas, tomo 36, Euskal Herriko Komunistak, pág. 533
  14. Ibid. pág. 536
  15. Citado en L. Trotsky, La Revolución Traicionada,  Centro Marx, 2021 pág. 226
  16. J Stalin Los fundamentos del leninismo, MIA, 2002
  17. J Stalin Cuestiones del Leninismo, Ediciones en lenguas extranjeras, 1977 pág. 39J Stalin
  18. Los fundamentos del leninismo, MIA, 2002
  19. L Trotsky La Internacional Comunista después de Lenin, Edicions Internacionals Sedov, 2017, pág. 119

«Vence a los blancos con la cuña roja»

  1. S Lissitzky-Kuppers (ed.), El Lissitzky: Life, Letters, Texts, Thames and Hudson, 1992, pg 329, nuestra traducción 
  2. L Trotski Literatura y Revolución, Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx, pág. 147
  3. Ibid. pág. 100
  4. K Malevich, ‘Suprematism’, The Non Objective World, Paul Theobald and co., 1959, pg 67
  5. E Lissitzky, Russia: An Architecture for World Revolution, M.I.T. Press, 1930, pg 29

Guerra y revolución: El caso de Austria 1914-18

  1. V I Lenin, Carta a FRANZ KORITSCHONER, Lenin Obras Completas Tomo 49, Progreso 1988
  2. L Trotski, ‘At Brest-Litovsk’, The Proletarian Revolution In Russia, The Communist Press, 1918, pág 350, Nuestra traducción
  3. Citado en H Hautmann, Die verlorene Räterepublik, Europa Verlag, 1971, pág 51, Nuestra traducción
  4. Ibid.
  5. Citado en H Hautmann, Geschichte der Rätebewegung in Österreich 1918-1924, Europaverlag, Wien 1987, pág. 157, nuestra traducción 
  6. Arbeiter-Zeitung, Vol. 30, No. 16, 16 January 1918, pág 1, nuestra traducción
  7.  O Bauer, Die österreichische Revolution, Wiener Volksbuchhandlung, 1923, pág 65, nuestra traducción
  8. Arbeiter-Zeitung, Vol. 30, No. 17, 17 January 1918, pág 1
  9.  K Kautsky, La dictadura del proletariado, Alejandría Proletaria, 2018 pág. 27

Cuando el imperialismo estadounidense invadió la Rusia soviética

  1.  V I Lenin, ‘Decree on Peace’, Lenin Collected Works, Vol. 26, Progress Publishers, 1964, pág. 249, nuestra traducción
  2. A S Link et al. (eds.), The Papers of Woodrow Wilson, Vol. 45, Princeton University Press, 1984, pág. 536, nuestra traducción
  3. J V Fuller (ed.), ‘The Ambassador in France (Sharp) to the Secretary of State’, Papers Relating to the Foreign Relations of the United States, Vol. 2, United States Government Printing Office, 1932, pçag 33, nuestra traducción
  4. W A Williams, ‘American Intervention in Russia, 1917-1920,’ Studies on the Left, No. 3, 1963, pág 35, nuestra traducción
  5. J V Fuller (ed.), ‘The Ambassador in Russia (Francis) to the Secretary of State’, Papers Relating to the Foreign Relations of the United States, Vol. 1, United States Government Printing Office, 1931, pág 538
  6. J V Fuller (ed.), ‘The Ambassador in Russia (Francis) to the Secretary of State’, Papers Relating to the Foreign Relations of the United States, Vol. 1, United States Government Printing Office, 1931, pg 538, nuestra traducción 
  7.  W S Graves, America’s Siberian Adventure, Peter Smith Publishers, 1941, pg 7-8
  8. J V Fuller (ed.), ‘The Acting Secretary of State to the Ambassador in Japan (Morris)’, Papers Relating to the Foreign Relations of the United States, Vol. 2, United States Government Printing Office, 1932, pág. 388
  9. V I Lenin, Carta a los obreros norteamericanos, Obras escogidas Tomo III, Progreso, 1961 pág. 25-26
  10. Ibid. pág. 24
  11. Ibid. pág 21
  12. ibid. pág. 24
  13. Historical Files of the American Expeditionary Force, North Russia, 1918-1919, U.S. National
  14. Archives and Records Administration, M 924, Roll 1, 23-11.1. Nuestra traducción
  15. Ibid.
  16. Ibid.
  17.  D Habib, Playing Into the Hands of Isolationists: Woodrow Wilson’s Russian Policy, 1918-1920, San Jose State University, 1995, pág 31, Nuestra traducción
  18. H Otoupalik (ed.), Quartered in Hell: The Story of the American North Russia Expeditionary Force 1918-1919. Doughboy Historical Society, 1982, pág 179
  19. Historical Files of the American Expeditionary Force, North Russia, 1918-1919, U.S. National Archives and Records Administration, M 924, Roll 1, 23-11.1.
  20. Ibid.
  21. Ibid.
  22. Ibid.
  23. V I Lenin, Palabras proféticas, Obras Tomo VIII, Progreso, 1973 pág. 114

Combatir la agresión israelí, combatir el imperialismo – declaración de la Internacional Comunista Revolucionaria

Nubes de tormenta se ciernen sobre Oriente Medio mientras Israel, respaldado por las potencias imperialistas occidentales, empuja a la región cada vez más cerca de una devastadora guerra regional total, poniendo de relieve una vez más la disyuntiva que tiene ante sí la humanidad: o el socialismo o la barbarie.

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NUEVAS TAREAS Y NUEVAS FUERZAS

Lenin

El 22 de enero (9 de enero en el calendario antiguo) 1905, tropas zaristas abrieron fuego contra un grupo de manifestantes desarmados, asesinando a cientos de ellos. Los trabajadores alrededor de Rusia respondieron con un movimiento de huelgas revolucionarias. 

Lenin comprendió el significado de la situación. En ‘Nuevas Tareas y Nuevas Fuerzas’, publicado en el periódico Bolchevique, Vperyod, el 8 de marzo (23 de febrero calendario antiguo), le insistió al movimiento socialdemócrata ruso deshacerse del satanismo y proveer una expresión organizada y dirección para el movimiento obrero revolucionario. 

Hemos elegido volver a publicar esto en el centenario de la muerte de Lenin porque nos permite ver la esencia de Lenin como un pensador, un dirigente y un revolucionario, en sus propias palabras. Aunque el artículo no puede removerse del contexto – una situación revolucionaria en el cual los trabajadores entraron en conflicto directo con el estado zarista – aún contiene lecciones importantes para los revolucionarios de hoy.


El desarrollo del movimiento obrero de masas en Rusia, vinculado con el desarrollo de la socialdemocracia, se caracteriza por tres importantes transiciones. Primera: de los estrechos círculos de propaganda a la amplia agitación económica entre las masas; segunda: a la agitación política en gran escala y a manifestaciones abiertas, de calle; tercera: a la verdadera guerra civil, a la lucha revolucionaria directa, a la insurrección armada del pueblo.

Cada una de estas transiciones fue preparada, por una parte, por la acción del pensamiento socialista, que se orientaba fundamentalmente en una dirección, y por otra parte, por los profundos cambios operados en las condiciones de vida y en la mentalidad de la clase obrera, por el despertar de nuevas capas de la clase obrera a la lucha cada vez más consciente y activa. Estos cambios se produjeron a veces en forma imperceptible, el proletariado concentró sus fuerzas entre bastidores, de modo poco visible, lo que a menudo provocaba el desencanto de los intelectuales en cuanto a la firmeza y vitalidad del movimiento de masas. 

Después se operaba el viraje y todo el movimiento revolucionario parecía ascender de golpe a una fase nueva y más alta. El proletariado y su vanguardia, la socialdemocracia, se veían ante tareas prácticamente nuevas, para cuya solución surgían, como si brotasen de la tierra, nuevas fuerzas, que poco antes del viraje nadie habría sospechado que existieran. Pero todo esto no ocurría de golpe, sin vacilaciones y sin luchas de tendencias en el seno de la socialdemocracia, sin recaídas en concepciones ya caducas, en apariencia muertas y enterradas desde hacía mucho tiempo. También ahora la socialdemocracia pasa, en Rusia, por uno de esos períodos de vacilación. Hubo una época en que la agitación política tenía que abrirse paso entre teorías oportunistas, en que se temía que las fuerzas no bastarían para abordar las nuevas tareas, en que el hecho de que la socialdemocracia se mantuviese a la zaga de las exigencias del proletariado se justificaba repitiendo a todas horas las palabras “de clase” o interpretando las relaciones entre el partido y la clase en un sentido seguidista. La marcha del movimiento barrió todas estas preocupaciones miopes y concepciones retardatarias. El ascenso actual va acompañado una vez más, aunque en una forma algo distinta, por una lucha contra los círculos y las tendencias ya caducos. Los partidarios de Rabócheie Dielo han resucitado, encarnados en los neoiskristas. Para adaptar nuestra táctica y nuestra organización a las nuevas tareas, debemos vencer la resistencia de las teorías oportunistas sobre las “demostraciones de tipo superior” (plan de la campaña de los zemstvos) o sobre la “organización como proceso”; debemos combatir el temor reaccionario a “señalar” el momento apropiado para la insurrección, o a la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado.

El retrato de la socialdemocracia con respecto a las necesidades urgentes del proletariado se justifica, una vez más, repitiendo con excesiva frecuencia (y a veces tontamente) las palabras “de clase” y degradando las tareas del partido en relación con la clase. De nuevo se tergiversa la consigna de la “actividad independiente de los obreros”, ensalzando las formas más bajas de la iniciativa y pasando por alto las formas superiores de la actividad independiente verdaderamente socialdemócrata, de la auténtica iniciativa revolucionaria del propio proletariado. No cabe la menor duda de que también esta vez la marcha del movimiento barrerá todas estas supervivencias de concepciones caducas y que ya no responden a las exigencias de la realidad. Pero ello no se reducirá sólo a la refutación de los viejos errores, sino que será necesario llevar a cabo una labor revolucionaria positiva mucho más intensa, destinada a realizar en la práctica las nuevas tareas, a ganar para nuestro partido y poner a disposición de éste las nuevas fuerzas, que acuden ahora al campo revolucionario en tan gran número. Estos problemas de la labor revolucionaria positiva son los que deben ocupar el centro de la atención en las deliberaciones del próximo III Congreso, y en ellos deben concentrar su atención todos los miembros de nuestro partido, en su trabajo local y en el trabajo general. Cuáles son las nuevas tareas que tenemos ante nosotros, ya lo hemos expuesto en rasgos generales más de una vez; extender la agitación a nuevas capas de la población pobre de la ciudad y el campo, crear una organización más amplia, dinámica y fuerte, preparar la insurrección y el armamento del pueblo, y llegar, para estos fines, a un acuerdo con los demócratas revolucionarios. Que existen nuevas fuerzas para realizar estas tareas, nos lo dicen con elocuencia las noticias sobre paros generales en toda Rusia, sobre las huelgas y el espíritu revolucionario de la juventud, de la intelectualidad democrática en general y aun de muchos sectores de la burguesía. La existencia de estas enormes fuerzas nuevas, y la firme certeza de que el actual fermento revolucionario, sin precedentes en Rusia, ha afectado, hasta ahora, apenas a una pequeña parte de las inmensas reservas de material inflamable existentes en la clase obrera y en el campesinado, constituyen una garantía plena e incondicional de que las nuevas tareas pueden ser resueltas y lo serán, sin duda alguna. El problema práctico que se nos plantea es, sobre todo, el de cómo aprovechar, encauzar, unir y organizar estas fuerzas nuevas; el de cómo concentrar la labor socialdemócrata en las nuevas y más altas tareas que la situación actual coloca en primer plano, sin olvidar ni por un momento las viejas y habituales tareas que tenemos y seguiremos teniendo a nuestro cargo mientras siga en pie el mundo de la explotación capitalista. 

[…]

Pero lo que en especial nos interesa, desde el punto de vista de las tareas actuales, es el problema de descargar a los revolucionarios de una parte de sus funciones. El período inicial de la revolución, que estamos viviendo, da a este problema una significación muy actual y de gran alcance. “Cuanta más energía pongamos en desarrollar la lucha revolucionaria, tanto más obligado se verá el gobierno a legalizar parte del trabajo sindical, quitándonos así una parte de la carga que pesa sobre nosotros”, se decía en ¿Qué hacer? *. Pero la enérgica lucha revolucionaria nos libera de una “parte de nuestra carga”, no sólo por ese camino, sino también por muchos otros. El momento actual no se ha limitado a ‘legalizar’ mucho de lo que antes estaba prohibido. Ha ampliado el movimiento en tal medida que aún sin necesidad de legalización por parte del gobierno se ha incorporado a la práctica, se ha convertido en costumbre y hecho asequible para la masa mucho de lo que antes sólo se consideraba y era asequible para los revolucionarios. Toda la trayectoria histórica del desarrollo del movimiento socialdemócrata se caracteriza por el hecho de haber ido conquistando una libertad de acción cada vez mayor, a pesar de todos los obstáculos, a pesar de las leyes del zarismo y de las medidas policiales. El proletariado revolucionario se rodea, por así decirlo, de cierta atmósfera de simpatía y apoyo, inaccesible para el gobierno, tanto por parte de la clase obrera como por parte de otras clases (que, por supuesto, concuerdan sólo con una pequeña fracción de las reivindicaciones de la democracia obrera). En las primeras etapas del movimiento, los socialdemócratas tuvieron que hacerse cargo de una cantidad enorme de trabajo que equivalía casi a una labor cultural, o debieron ocuparse casi exclusivamente de la agitación de tipo económico. Ahora, estas funciones van pasando poco a poco, una tras otra, a manos de nuevas fuerzas, de capas más amplias, incorporadas al movimiento. En manos de las organizaciones revolucionarias se concentra cada vez más la función de la verdadera dirección política, la función de extraer, de la protesta de los obreros y del descontento del pueblo, las conclusiones social democráticas. Al principio temíamos enseñar a los obreros, en sentido directo y en sentido figurado, a leer y escribir. Ahora, el nivel de cultura política se ha elevado en proporciones tan enormes, que podemos y debemos concentrar ya todas nuestras fuerzas en los objetivos social democráticos directos del encauzamiento organizativo de la corriente revolucionaria. Ahora los liberales y la prensa legal se encargan de realizar una gran cantidad de la labor “preparatoria” que antes nos obligaba a distraer demasiadas fuerzas. Ahora, la propaganda abierta de las ideas y reivindicaciones democráticas, no perseguida ya por el debilitado gobierno, se ha extendido de tal modo, que nos vemos obligados a adaptarnos a la envergadura totalmente nueva del movimiento. No cabe duda de que en esta labor preparatoria hay cizaña y hay trigo, y de que los socialdemócratas tendrán que preocuparse ahora, cada vez más, por combatir la influencia de la democracia burguesa sobre los obreros. Pero esta labor encerrará un contenido socialdemócrata mucho más real que nuestra actividad anterior, que apuntaba ante todo a conmover a las masas carentes de conciencia política. 

Cuanto más se extienda el movimiento popular, más de manifiesto se pondrá la verdadera naturaleza de las diversas clases, más apremiante se hará la tarea del partido, de guiar a la clase, de ser su organizador, en lugar de marchar a la zaga de los acontecimientos. Cuanto más se desarrolle por todas partes la iniciativa revolucionaria en todas sus formas, más evidente se hará la oquedad y vaciedad de las frases de Rábócheie Diélo acerca de la actividad independiente en general que tanto gustan de repetir los gritones *, más se destacará la significación de la actividad independiente social democrática, mayores serán las exigencias que los acontecimientos plantean a nuestra iniciativa revo­ * Vperiod corrigió «gritones” por “neoiskristas”. Cuanto más anchos se hacen los nuevos torrentes del movimiento social, cuyo número crece sin cesar, mayor importancia adquiere la existencia de una fuerte organización socialdemócrata, capaz de ofrecer un nuevo cauce a estos torrentes. Cuanto más trabajan a nuestro favor esta propaganda y esta agitación democrática que se desarrolla con independencia de nosotros, más importante es la dirección organizada por parte de la socialdemocracia, para poner la independencia de la clase obrera a salvo de los demócratas burgueses. 

Para la socialdemocracia, una época revolucionaria es lo que para un ejército el tiempo de guerra. Debemos ampliar los cuadros de nuestro ejército, sacarlos del régimen de paz y ponerlos en pie de guerra, movilizar a los reservistas, llamar de nuevo bajo las armas a los que se hallan disfrutando de licencia, formar nuevos cuerpos auxiliares, unidades y servicios. No hay que olvidar que en la guerra es necesario e inevitable reforzar los contingentes con reclutas poco instruidos, sustituir sobre la marcha a los oficiales por soldados rasos, acelerar y simplificar el ascenso de soldados a oficiales. 

Hablando sin metáforas: debemos aumentar considerablemente los efectivos de todas las organizaciones del partido y de todas las organizaciones afines a éste, para poder marchar en cierta medida al ritmo del torrente de energía revolucionaria del pueblo, que ha centuplicado su vigor. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que se descuide la constante instrucción de la educación sistemática en los conocimientos del marxismo. Claro está que no; pero debemos recordar que ahora tienen mucha más importancia, para la formación y la educación, las acciones de lucha, que se encargan precisamente de enseñar a los no instruidos en nuestro sentido, y sólo en él. No debe olvidarse que nuestra fidelidad “doctrinaria” al marxismo se ve fortalecida ahora por la marcha de los acontecimientos revolucionarios, que proporciona a la masa lecciones concretas en todas partes, y que todas estas lecciones confirman nuestro dogma. No hablamos, pues, de renunciar al dogma, ni de ceder en nuestra actitud desconfiada y recelosa frente a los confusos intelectuales y las cabezas huecas revolucionarias: muy al contrario. Hablamos de nuevos métodos de enseñanza del dogma, que un socialdemócrata jamás, ni en circunstancia alguna, debe olvidar. Hablamos de lo importante que es ahora aprovechar las enseñanzas concretas de los grandes acontecimientos revolucionarios, para hacer llegar, no ya a los círculos sino a las masas, nuestras viejas lecciones “dogmáticas”; por ejemplo, la de que es necesario combinar en la práctica el terror con la insurrección, o que es preciso saber descubrir detrás del liberalismo de la sociedad rusa educada los intereses de clase de nuestra burguesía (véase nuestra polémica con los socialistas-revolucionarios acerca de este problema, en el núm. 3 de Vperiod*).

No se trata, por lo tanto, de reducir nuestras altas exigencias socialdemócratas o de ceder en nuestra intransigencia ortodoxa, sino de fortalecer tanto lo uno como lo otro por nuevos caminos y mediante nuevos métodos de enseñanza. En tiempos de guerra los reclutas deben obtener su adiestramiento directamente de las operaciones militares. ¡Utilicen, pues, con mayor audacia los nuevos métodos de enseñanza, camaradas! ¡Formen con mayor energía nuevos grupos de lucha, envíenlos al combate, recluten a más obreros jóvenes, amplíen los marcos habituales de todas las organizaciones de partido, desde los comités hasta los grupos de fábrica, uniones sindicales y círculos de estudiantes! Recuerden que cada demora imputable a nosotros en estos asuntos favorece a los enemigos de la socialdemocracia, pues los nuevos arroyos buscan con impaciencia su camino, y si no encuentran un cauce socialdemócrata se precipitan a otro que no lo sea. Recuerden que todo paso práctico del movimiento revolucionario instruirá inevitable e indefectiblemente a los jóvenes reclutas en la ciencia socialdemócrata, pues esta ciencia se basa en la apreciación objetivamente correcta de las fuerzas y tendencias de las distintas clases, y la revolución no es otra cosa que la destrucción de la antigua superestructura y la acción independiente de diferentes clases que tratan de erigir a su modo una superestructura nueva. ¡Pero no degraden nuestra ciencia revolucionaria convirtiéndola en un simple dogma libresco, no la vulgaricen con lamentables frases acerca de la táctica como proceso y la organización como proceso, con frases que tratan de justificar el desconcierto, la indecisión y la falta de iniciativa! ¡Ofrezcan mayor campo de acción a las diversas actividades de los más diferentes grupos y círculos, y estén seguros de que, aun prescindiendo de nuestros consejos y con independencia de ellos, serán encauzados hacia el campo justo por las exigencias inexorables de la marcha de los acontecimientos revolucionarios! Es una vieja verdad la de que en política hay que aprender muchas veces del enemigo. Y en tiempos revolucionarios, el enemigo nos impone las conclusiones correctas en forma particularmente instructiva y rápida. 

Extraigamos, pues, las conclusiones: hay que tener en cuenta la existencia de un movimiento cien veces más fuerte que antes, el nuevo ritmo del trabajo, la atmósfera más libre y la mayor amplitud del campo de acción. Necesitamos un impulso muy distinto en todo el trabajo. Es preciso desplazar el centro de gravedad, del adiestramiento pacífico a las acciones de lucha. Debemos reclutar con mayor audacia, rapidez y amplitud de criterio a jóvenes combatientes para todas y cada una de nuestras organizaciones. Con este fin, es necesario crear, sin perder ni un minuto, cientos de nuevas organizaciones. Sí, digo cientos, sin incurrir en ninguna exageración, y no me digan que ya es “demasiado tarde” para encarar una labor de organización tan extensa. No, nunca es demasiado tarde para organizarse. Debemos utilizar la libertad que conquistamos legalmente, y la libertad de que nos apoderamos a pesar de la ley, para multiplicar y fortalecer las diferentes organizaciones del partido. Cualquiera sea el curso de la revolución, o su desenlace, y por pronto que la obliguen a detenerse unas u otras circunstancias, sus conquistas reales sólo se afianzarán y quedarán aseguradas en la medida en que el proletariado se organice. 

Es necesario llevar ahora a la práctica, sin demoras, la consigna de ¡organizarse!, que los partidarios de la mayoría querían formular con toda precisión en el II Congreso del partido. Si no sabemos, mostrar audacia y espíritu de iniciativa en la creación de nuevas organizaciones, tendremos que renunciar a las vanas pretensiones de ser la vanguardia. Si nos detenemos, impotentes, en los límites de lo ya conseguido, en las formas y marcos de los comités, grupos, círculos y reuniones, no haremos otra cosa que demostrar nuestra incapacidad. Miles de círculos surgen ahora por todas partes, sin intervención nuestra, sin programas ni objetivos definidos, simplemente al calor de los acontecimientos. Los socialdemócratas deben proponerse como tarea establecer y afianzar relaciones directas con el mayor número posible de esos círculos, ayudarlos, ilustrarlos con sus conocimientos y experiencia, estimularlos con su iniciativa revolucionaria. Todos esos círculos, salvo los que conscientemente se mantengan al margen de la socialdemocracia, deben ingresar en forma directa a nuestro partido o vincularse con él. En el segundo caso, no debemos exigirles que acepten nuestro programa, ni que se sometan a relaciones organizativas obligatorias; basta con el simple sentimiento de protesta, con la mera simpatía por la causa de la socialdemocracia revolucionaria internacional, para que estos círculos de simpatizantes, si los socialdemócratas influyen enérgicamente sobre ellos, se conviertan, bajo la presión de los acontecimientos, primero en auxiliares democráticos y después en miembros convencidos de nuestro partido. 

Hay tanta gente, y nos faltan hombres: esta fórmula contradictoria expresa desde hace tiempo las contradicciones de la vida organizativa y de las necesidades de la socialdemocracia en materia de organización. Y esta contradicción se destaca ahora con una fuerza muy especial: a menudo escuchamos en todas partes el reclamo apasionado de nuevas fuerzas, y quejas acerca de la escasez de fuerzas en las organizaciones, a la vez que en todas partes nos ofrece su ayuda un sinnúmero de personas y brotan constantemente las fuerzas jóvenes, sobre todo en la clase obrera. El organizador práctico que se queja, en estas condiciones, de la falta de hombres, se equivoca como se equivocaba madame Roland cuando en 1793, en el momento culminante de la gran revolución francesa, escribía que Francia no tenía hombres, que todos eran pigmeos. Quienes así se expresan no ven el bosque porque se lo impiden los árboles; reconocen que los acontecimientos los han cegado, que en vez de dominar, como revolucionarios, con su conciencia y su actividad, los acontecimientos, se dejan dominar y arrollar por ellos. Semejantes organizadores deberían pasar a retiro y dejar paso a las fuerzas jóvenes, cuya energía sustituye a menudo con creces lo que les falta de experiencia. 

Lo que sobran son hombres; Rusia revolucionaria nunca dispuso de una muchedumbre de hombres como ahora. Jamás tuvo una clase revolucionaria con condiciones tan extraordinariamente favorables —por lo que se refiere a los aliados temporarios, amigos conscientes y auxiliares involuntarios— como el proletariado ruso de hoy. Los hombres abundan; sólo hace falta echar por la borda las ideas y doctrinas seguidistas, y dejar amplio margen a la iniciativa, a los “planes” y a las “actividades”; si así lo hacemos, demostraremos ser dignos representantes de la gran clase revolucionaria, y el proletariado de Rusia llevará adelante toda la gran revolución rusa, con tanto heroísmo como la comenzó. 

DE: V I Lenin, Obras completas, Tomo 9, Progreso, 1982, págs. 306-318

La última lucha de Lenin

En este artículo, el cual se escribió originalmente para el centenario del nacimiento de Lenin en 1970. Alan Woods explica el ascenso de la burocracia soviética y la lucha que Lenin libró contra ella. Lenin pudo notar los primeros síntomas de la degeneración burocrática en sus últimos dos años de actividad política. Sus artículos y cartas de este período dejaron un legado vital para todos los comunistas de hoy. 


En el último periodo activo de su vida, Lenin estuvo principalmente preocupado por los problemas de la economía soviética bajo la Nueva Política Económica. En 1921, bajo la presión de los millones de pequeños propietarios campesinos, el Estado obrero se vió  obligado a desviarse del camino hacia  la planificación e industrialización socialista con el fin de obtener grano para los trabajadores hambrientos de las ciudades. La vieja práctica de la guerra civil de requisar el grano tuvo que ser abandonada para aplacar a los campesinos, cuyo apoyo era necesario para que el estado obrero no sucumbiera ante la reacción. Se restableció un mercado libre de cereales y se hicieron concesiones a los campesinos y pequeños comerciantes mientras que las principales palancas del poder económico (bancos e industrias pesadas nacionalizadas y el monopolio estatal del comercio exterior) permanecían en manos del Estado obrero.

Esta retirada, a la que los bolcheviques se vieron obligados, no tenía como objetivo crear una sociedad socialista y sin clases, sino salvar a millones de personas de morir de hambre, reconstruir una economía destrozada y proporcionar casas y escuelas primarias, es decir, para arrastrar a Rusia al siglo XX.

El triunfo del socialismo exige un desarrollo de las fuerzas productivas a un nivel inédito en cualquier sociedad que existiera  anteriormente. Sólo cuando se eliminen las condiciones de miseria y pobreza general, podrá el pensamiento del hombre elevarse a horizontes más allá  de la lucha cotidiana por la vida. Las condiciones para esta transformación ya existen en el mundo actual. Por primera vez en la historia de la humanidad, podemos decir con toda sinceridad que ya no es necesario que nadie se muera de hambre, ni que no tenga hogar, ni que sea analfabeto.

El potencial está ahí: en la ciencia, la técnica y la industria creadas por el propio desarrollo del capitalismo, que aprovecha todos los recursos del planeta, aunque de forma incompleta, anárquica y sin desarrollar. Sólo sobre la base de un plan de producción integrado y armonioso puede realizarse este potencial. Pero esto sólo puede llevarse a cabo sobre la base de la propiedad común de los medios de producción y un plan socialista democrático.

Estas verdades elementales del marxismo se daban por supuestas por Lenin y los bolcheviques. No condujeron a los obreros a la victoria en octubre de 1917 con el fin de “construir el socialismo” dentro de las fronteras del antiguo imperio zarista, sino para dar el primer golpe de la revolución socialista internacional:

“Nosotros hemos empezado la obra,” escribió Lenin en el cuarto aniversario de la Revolución de Octubre. “Poco importa saber cuándo, en qué plazo y en qué nación culminarán los proletarios esta obra. Lo esencial es que se ha roto el hielo, que se ha abierto el camino, que se ha indicado la dirección.”

El aislamiento de la revolución 

Para Lenin, la importancia primordial de la Revolución Rusa radicaba en el ejemplo que le proporcionó a los trabajadores del mundo. El fracaso de la oleada revolucionaria que recorrió Europa en el período 1918-21 fue el factor decisivo en el desarrollo posterior. Sobre la base de una revolución europea victoriosa, el enorme potencial de la riqueza mineral de Rusia, su vasta fuerza de trabajo, podrían haberse unido a la ciencia, la tecnología y la industria de Alemania, Gran Bretaña y Francia. Los  Estados Unidos Socialistas de Europa podrían haber transformado la vida de los pueblos de Europa y Asia y haber abierto el camino a una Federación Mundial Socialista. En cambio, como resultado de la cobardía e ineptitud de los dirigentes obreros, las clases trabajadoras europeas se enfrentaron a décadas de penurias, desempleo, fascismo y una nueva guerra mundial. Por otra parte, el aislamiento del único Estado obrero del mundo en un país atrasado y campesino, abrió la puerta a la degeneración burocrática y a la reacción estalinista.

La derrota de la clase obrera alemana en marzo de 1921 obligó a la República Soviética a buscar sus propios recursos para sobrevivir. En un discurso pronunciado el 17 de octubre de 1921, Lenin expuso las consecuencias:

“Debéis recordar que nuestro País Soviético, sumido en la miseria tras largos años de pruebas, no está rodeado de una Francia o una Inglaterra socialistas, que podrían ayudarnos con su alto nivel técnico e industrial. ¡Nada de eso! Debemos recordar que ahora toda su técnica adelantada y su industria desarrollada pertenecen a los capitalistas, los cuales obran contra nosotros”.

Para sobrevivir, era necesario conciliar el deseo del campesino de obtener beneficios, incluso a costa de la clase obrera y de la construcción de la industria, única base real para la transición al socialismo.

Las concesiones otorgadas a los campesinos, pequeños empresarios y especuladores (“nepmen”) evitaron el colapso económico en 1921-22. Se restableció el comercio entre la ciudad y el campo, pero en condiciones muy desfavorables para la ciudad . La reducción de los impuestos al campesino recortó los fondos necesarios para la inversión en la industria. La industria pesada se estancó, mientras que gran parte de la industria ligera estaba en manos privadas. Incluso la reactivación de la agricultura fortaleció el elemento capitalista, no el socialista, de la sociedad soviética. Los “kulaks” (campesinos ricos), que disponían de las fincas más grandes y fértiles y del capital necesario para el equipamiento; los caballos y los fertilizantes, obtuvieron enormes beneficios. De hecho, pronto quedó claro que, bajo la NEP, la diferencia entre ricos y pobres en los pueblos crecía de forma alarmante. Los kulaks se dedicaron a acaparar el grano para subir sus precios, e incluso compraron el grano de los campesinos pobres para vendérselo más tarde, cuando los precios subieran.

Estas tendencias fueron observadas con ansiedad por Lenin, quien advirtió repetidamente de la necesidad de que la clase obrera mantuviera el control sobre las palancas de la economía. En el IV Congreso de la Internacional Comunista, en noviembre de 1922, Lenin resumió el asunto:

“La salvación de Rusia no está sólo en una buena cosecha en el campo -esto no basta-; tampoco está sólo en el buen estado de la industria ligera, que abastece a los campesinos de artículos de consumo -esto tampoco basta-; necesitamos, además, una industria pesada. Pero, para ponerla en buenas condiciones, se precisarán varios años de trabajo. La industria pesada necesita subsidios del Estado. Si no los encontramos, pereceremos como Estado civilizado, sin decir ya que también como Estado socialista”.

En este período, Lenin abordó el problema de la electrificación como un área posible en la que se podía abrir una brecha en el sólido muro del atraso ruso. Trotski, por su parte, estaba preocupado por la planificación estatal global de la industria, que prácticamente se había perdido bajo la NEP. En todo momento insistió en la necesidad de reforzar el “Gosplan”, la Agencia de Planificación Estatal, como medio de fomentar una reactivación general planificada de la industria. Lenin, al principio, desconfiaba de la idea, no porque rechazara la planificación, sino por la lacra de la burocracia imperante en las instituciones soviéticas, que, temía, convertiría un Gosplan ampliado y reforzado en un juego de papel.

Por muy diferentes que fueran sus planteamientos sobre esta cuestión, Lenin y Trotski estaban completamente de acuerdo sobre la urgente necesidad de fortalecer los elementos socialistas en la economía y de acabar con el retroceso en la dirección del “capitalismo campesino”. Sin embargo, tal era  la presión del interés de los kulaks que incluso una parte de la dirección bolchevique empezó a ceder. La cuestión sobre qué camino tomaría el poder soviético se planteó a bocajarro en la controversia sobre el monopolio del comercio exterior que estalló en marzo de 1922.

Monopolio del comercio exterior

El monopolio del comercio exterior, establecido en abril de 1918, fue una medida vital para asegurar la economía socialista contra la amenaza de penetración y dominación del capital extranjero. Bajo la NEP, el monopolio se hizo aún más importante como baluarte contra las crecientes tendencias capitalistas. A principios de 1922, a petición de Lenin, A.M. Lezhava redactó unas Tesis Sobre el Comercio Exterior que subrayaban la necesidad de reforzar el monopolio y supervisar estrictamente las exportaciones e importaciones. A pesar de ello, el Comité Central Bolchevique estaba dividido. Stalin, Zinóviev y Kámenev se opusieron a las propuestas de Lenin y abogaron por la relajación del monopolio, mientras que Sokolnikov, Bujarin y Piatakov llegaron a pedir su abolición.

El 15 de mayo, Lenin escribió la siguiente carta a Stalin:

“Cam. Stalin: En vista de la situación creada propongo que, después de consultar a los miembros del Buró Político, se apruebe la siguiente directiva: “El C.C. ratifica el monopolio del comercio exterior y resuelve suspender en todas partes los estudios y preparativos vinculados a la fusión del CSEN y el CPCE.” La presente es reservada; hágase firmar a los comisarios con esa advertencia y devuélvase el original a Stalin sin sacar copias.”

Al mismo tiempo, escribió a Stalin y a Frumkin (vicecomisario del Pueblo para el Comercio Exterior) insistiendo en que había que “prohibir formalmente todas las conversaciones y negociaciones, comisiones, etc., relativas a la relajación del monopolio del comercio exterior”.

La respuesta de Stalin fue evasiva: “No tengo ninguna objeción a una ‘prohibición formal’ de las medidas para mitigar el monopolio del comercio exterior en la etapa actual. De todos modos, creo que la mitigación se está volviendo indispensable”.

El 26 de mayo, Lenin sufrió el primer ataque de su enfermedad, que lo dejó fuera de actividad hasta septiembre. Mientras tanto, a pesar de la petición de Lenin, se volvió a plantear la cuestión de la “mitigación” del monopolio. El 12 de octubre, Sokolnikov presentó una resolución en el pleno del Comité Central, para la flexibilización del monopolio del comercio exterior. Lenin y Trotski estaban ausentes, y la resolución fue aprobada por abrumadora mayoría.

El 13 de octubre, Lenin escribió al Comité Central a través de Stalin, con quien ya había discutido el asunto. Lenin protestó contra la decisión y exigió que la cuestión se planteara de nuevo en el próximo pleno de diciembre. Posteriormente, Stalin escribió a los miembros del CC:

“La carta del camarada Lenin no me ha persuadido de que la decisión del CC fuera errónea… No obstante, en vista de la insistencia del camarada Lenin en que se retrase el cumplimiento de la decisión del Pleno del CC, votaré a favor de un aplazamiento para que la cuestión pueda volver a plantearse para su discusión en el próximo Pleno al que asistirá el camarada Lenin”.

El 16 de octubre se acordó posponer el asunto hasta el siguiente pleno. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha del pleno, Lenin estaba cada vez más preocupado porque su estado de salud no le permitiría hablar. El 12 de diciembre, escribió su primera carta a Trotski pidiéndole que asumiera “defender en el próximo pleno nuestro punto de vista común sobre la necesidad absoluta de mantener y afianzar el monopolio del comercio exterior”. Las cartas escritas por Lenin indican claramente el bloque político que existía entre Lenin y Trotski en esta época. Demuestran la fe implícita de Lenin en los juicios políticos de Trotski, una fe nacida de años de trabajo común a la cabeza del Estado soviético. Y no es casualidad que en esta época Lenin no recurriera a nadie más para defender sus opiniones en el Comité Central. Incluso sus otros confidentes, Frumkin y Stomoniakov, no eran miembros del Comité Central.

Al enterarse de los preparativos de Lenin para una lucha y de su bloque con Trotski, el Comité Central se echó atrás sin luchar. El 18 de diciembre, la resolución de octubre fue anulada incondicionalmente. El primer asalto en la batalla contra el elemento pro-kulak en la dirección del partido fue ganado por la fracción leninista. La batalla fue continuada después de la muerte de Lenin por Trotski y la Oposición de Izquierda, que fueron los únicos que mantuvieron en alto la bandera y el programa de Lenin frente a la contrarrevolución política estalinista.

La amenaza de burocratismo

Friedrich Engels explicó hace tiempo que en cualquier sociedad en la que el arte, la ciencia y el gobierno son el dominio de una minoría, ésta utilizará y abusará de su posición en su propio interés. Debido al aislamiento de la revolución en un país atrasado, los bolcheviques se vieron obligados a recurrir a los servicios de una serie de antiguos funcionarios zaristas para mantener el estado y la sociedad en funcionamiento. Estos elementos, que habían mantenido en jaque al gobierno obrero en los primeros días de la revolución, se fueron dando cuenta de que el poder soviético no iba a ser aplastado por la fuerza armada. Una vez pasados los peligros de la guerra civil, muchos antiguos enemigos del bolchevismo comenzaron a infiltrarse en el Estado, en los sindicatos e incluso en el partido.

La primera “purga”, en 1921, no tuvo nada que ver con los posteriores y grotescos juicios inculpatorios de Stalin, en los que se asesinó a toda la vieja cúpula bolchevique. Nadie fue juzgado, asesinado o encarcelado. Pero se crearon comisiones especiales del partido para expulsar del mismo a los miles de arribistas y burgueses que se habían afiliado para favorecer sus propios intereses. Los delitos por los que se expulsaba a la gente eran “el burocratismo, el arribismo, el abuso por parte de los miembros del partido de su estatus partidario o soviético, la violación de las relaciones de camaradería dentro del partido, la difusión de rumores infundados y no verificados, insinuaciones u otros informes que reflejen al partido o a miembros individuales del mismo, y que destruyan la unidad y la autoridad del partido”.

Para llevar a cabo una lucha contra la burocracia, Lenin abogó por la creación de un “Comisariado de Inspección Obrera y Campesina” (RABKRIN), como máximo árbitro y guardián de la moral del partido, y como arma contra los elementos ajenos al aparato estatal soviético. En el centro del RABKRIN, Lenin colocó a un hombre al que respetaba por su capacidad organizativa y su fuerte carácter: Stalin.

Entre otras funciones importantes, el RABKRIN examinaba la selección y el nombramiento de los trabajadores responsables del Estado y del partido. Quien tenía el poder de frenar la promoción de algunos y avanzar la de otros, obviamente tenía un arma que podía servir a sus propios intereses. Stalin no tuvo escrúpulos en utilizarla para los suyos. El RABKRIN pasó de ser un arma contra la burocracia a un foco de intrigas arribistas.. Stalin utilizó su posición en el RABKRIN cínicamente, y más tarde su control del Secretariado del partido, para reunir en torno a sí un bloque de hombres sumisos, nulidades cuya única lealtad era hacia el hombre que les ayudó a ascender a posiciones cómodas. De ser el más alto árbitro de la moralidad del partido, el RABKRIN se hundió en las más bajas profundidades del cinismo burocrático.

Trotski se dio cuenta de lo que ocurría antes que Lenin, cuya enfermedad le impedía supervisar de cerca el trabajo del partido. Trotski señaló que “los que trabajan en el RABKRIN son sobre todo obreros que han tenido problemas en otros campos”, y llamó la atención sobre la “extrema prevalencia de la intriga en los órganos del RABKRIN, que se ha convertido en un tópico en todo el país”.

Lenin siguió defendiendo el RABKRIN contra las críticas de Trotski. Sin embargo, en sus últimos trabajos vemos que abrió sus ojos ante  la amenaza de la burocracia desde este sector y al papel de Stalin quien les guiaba . En su artículo “Cómo tenemos que reorganizar la inspección obrera y campesina”, Lenin relacionó la cuestión con la deformación burocrática del aparato estatal obrero:

“Nuestra administración pública, excluido el Comisariado del pueblo de Negocios Extranjeros, en sumo grado de supervivencia de la vieja administración que ha sufrido mínimos cambios de alguna importancia. Sólo ha sido ligeramente retocada por encima; en los demás aspectos sigue siendo lo más típicamente viejo de nuestra vieja administración pública.”

Sin embargo, en el último artículo de Lenin, escrito el 2 de marzo de 1923, ‘Más vale poco y bueno’, lanzó el ataque más mordaz contra el RABKRIN:

“Hablemos con franqueza. El Comisariado del Pueblo de la Inspección Obrera y Campesina no goza en la actualidad de la menor autoridad.

Todos saben que no hay instituciones peor organizadas que las de nuestra Inspección Obrera y Campesina, y que en las condiciones actuales nada podemos esperar de este comisariato del pueblo.”

En el mismo artículo, Lenin incluyó un comentario dirigido directamente a Stalin: “Dicho sea entre paréntesis, tenemos burócratas, no sólo en las instituciones soviéticas, sino también en las del partido.”

El hecho de que Lenin señala a Stalin como el potencial cabecilla de una facción de burócratas en el partido es un ejemplo de su clarividencia. En ese momento, el poder de Stalin en el “aparato” era invisible para la mayoría, incluso de los miembros del partido, mientras que la mayoría de los dirigentes no lo creían capaz de utilizarlo, en vista de su notoriamente mediocre dominio de la política y la teoría. Incluso después de la muerte de Lenin, no fue Stalin, sino Zinóviev, quien encabezó la “Troika” (Zinóviev, Kámenev, Stalin) que empujó al partido a dar los primeros y fatídicos pasos para alejarse de las tradiciones de Octubre bajo el pretexto de un ataque al “trotskismo”.

No fue casualidad que el último consejo de Lenin al partido fuera advertirle contra el abuso de poder “desleal” e “intolerante” de Stalin y abogar por su destitución del cargo de Secretario General.

La cuestión georgiana

La derrota de la revolución obrera europea dio aún más importancia al trabajo de la Internacional Comunista por una revolución de los pueblos esclavizados del Este. La Revolución de Octubre dio un poderoso impulso a la lucha de las colonias contra sus opresores imperialistas. En particular, la orgullosa consigna de “el derecho de las naciones a la autodeterminación” blasonada en la bandera del bolchevismo animó a los millones de oprimidos de Asia y África.

Prácticamente el primer acto del gobierno obrero fue reconocer la independencia de Finlandia, aunque eso significaba inevitablemente conceder la independencia a un gobierno capitalista hostil. Naturalmente, los marxistas defienden firmemente la unión de todos los pueblos en una Federación Socialista Mundial. Pero esa unidad no puede realizarse por la fuerza, sino sólo por el libre consentimiento de los obreros y campesinos de los distintos países. Sobre todo, cuando los obreros de una antigua nación imperialista toman el poder, tienen el deber de respetar los deseos de los pueblos de las antiguas colonias, incluso si desean separarse. La unificación puede lograrse más tarde, sobre la base del ejemplo y la persuasión.

En 1921, el Ejército Rojo se vio obligado a intervenir en Georgia, donde el gobierno había tratado constantemente con Gran Bretaña y otras potencias capitalistas contra el Estado Soviético. Lenin estaba muy preocupado porque esta acción militar no fuera vista como la anexión de Georgia a Rusia, identificando así al Estado soviético con los opresores zaristas. Escribió una carta tras otra instruyendo a Orzhonikidze, el representante del Comité Central ruso en Georgia, para que siguiera una “política especial de concesiones respecto de los intelectuales y pequeños comerciantes georgianos. y los pequeños comerciantes georgianos”, y abogando por el establecimiento de una “un bloque con Zhordania o cop mencheviques georgianos semejantes a él”. El 10 de marzo, envió un telegrama instando a la necesidad de que “observen una actitud especialmente respetuosa hacia los organismos soberanos de Georgia y traten con atención y prudencia especiales a la población georgiana”

Sin embargo, las actividades de Orzhonikidze en Georgia estaban relacionadas con la camarilla de Stalin en el partido. Stalin estaba trabajando en propuestas para la unificación de la Federación Socialista Soviética Rusa con las demás repúblicas soviéticas no rusas. En agosto de 1922, mientras Lenin estaba fuera de combate, se creó una comisión en la que Stalin era la figura principal para elaborar los términos de la unificación.

Cuando aparecieron las tesis de Stalin, fueron firmemente rechazadas por el Comité Central del Partido Comunista de Georgia. El 22 de septiembre, los dirigentes comunistas georgianos aprobaron la siguiente moción:

“La unión en forma de autonomización de las repúblicas independientes, propuesta sobre la base de las tesis de Stalin es prematura. Es necesaria una unión de esfuerzos económicos y una política común, pero deben conservarse todos los atributos de la independencia”.

Las protestas de los georgianos no fueron escuchadas. Stalin se empeñó en aprobar sus propias propuestas. La comisión se reunió los días 23 y 24 de septiembre, bajo la presidencia del títere de Stalin, Molotov y rechazó la moción georgiana, con un solo voto a favor (Mdivani, el representante georgiano). El 25 de septiembre, los materiales de la Comisión fueron enviados a Lenin, que estaba convaleciente en Gorki. Sin esperar la opinión de Lenin, y sin siquiera una discusión en el Politburó, el Secretariado (el centro de Stalin en el partido) envió la decisión de la Comisión a todos los miembros del CC para preparar el Pleno de octubre.

El 26 de septiembre, Lenin escribió al Comité Central a través de Kámenev instando a la cautela en esta cuestión y advirtiendo contra el intento de Stalin de apresurar el asunto. (“Stalin tiene cierta tendencia a apresurarse”) Lenin había quedado con él al día siguiente. Todavía no sospechaba hasta qué punto había llegado Stalin para forzar la unificación. Sin embargo, incluso esta carta indica su oposición a cualquier afrenta a las aspiraciones nacionales de un pequeño pueblo y a reforzar así el dominio del nacionalismo.

“Lo importante es que no demos pábulo a los “independistas”, que no destruyamos su independencia, sino que organicemos otro nuevo piso, una federación de repúblicas iguales en derechos”

Las enmiendas de Lenin pretendían suavizar el tono del proyecto original de Stalin para dar cabida a los “independentistas”, a quienes consideraba, en este punto, equivocados. En respuesta a los suaves comentarios de Lenin, Stalin escribió a los miembros del Politburó el 27 de septiembre una serie de bruscas y hoscas réplicas, entre ellas la siguiente:

“En el párrafo 4, a juicio mío, el camarada Lenin se ha ”precipitado demasiado” al rechazar la fusión de los Comisariados de Hacienda, Abastecimientos, Trabajo y Economía pública con los Comisariados federativos. Casi no puede ponerse en duda que esta ”prensa” les va a servir a los ”independientes” en detrimento del liberalismo nacional Lenin.”

La grosera respuesta de Stalin fue la expresión de su inconfesable molestia por la “intromisión” de Lenin en lo que consideraba su dominio privado, acentuada por el temor al resultado de la intervención de Lenin.

Los temores de Stalin estaban bien fundados. Tras su discusión con Mdivani, Lenin se convenció de que el asunto de Georgia estaba siendo mal manejado por Stalin, y se puso a trabajar en la acumulación de pruebas. El 6 de octubre, Lenin escribió un memorando al Politburó, Sobre la lucha contra el chovinismo nacional dominante:

“Declaro una guerra a muerte al chovinismo ruso. Lo comeré con todas mis muelas sanas en cuanto me libre de la maldita muela”.

Lenin aún no había comprendido toda la importancia de lo ocurrido en Georgia. No sabía que Stalin, para fortalecer su mano, había llevado a cabo una purga de los mejores cuadros del bolchevismo georgiano, sustituyendo el viejo comité central por elementos nuevos y más “flexibles”.

Lo que sabía era suficiente para despertar las sospechas de Lenin. En la semana siguiente comenzó a recoger discretamente información sobre el “asunto” georgiano, y consiguió que el Comité Central enviara a Rykov y Dzerzhinsky a Tiflis para investigar las quejas de los bolcheviques georgianos.

El testamento de Lenin

Los días 23 y 24 de diciembre, Lenin comenzó a dictar a su secretario sus famosas cartas al Congreso. Insistió en que debían ser secretas. El trabajo de Lenin avanzó lenta y penosamente, interrumpido por ataques de enfermedad. Pero a través de todo ello, se hace cada vez más clara la idea de que el enemigo central estaba en el “aparato” burocrático del Estado y del partido, y en el hombre que estaba a su cabeza, Stalin.

En La situación real en Rusia, Trotski registra la última conversación que tuvo con Lenin poco antes de su segundo ataque. En respuesta a la sugerencia de Lenin de que Trotski participara en una nueva comisión para luchar contra la burocracia (ver “Cómo reorganizar la Inspección Obrera y Campesina”). Trotski respondió lo siguiente:

“‘Vladímir Ilich, a mi parecer, en la lucha actual con el burocratismo en el aparato soviético no debemos olvidar que tanto en el centro como en las provincias se está efectuando una selección especial de funcionarios y especialistas en torno a ciertas personalidades y grupos del partido, es decir, el Comité Central, etc. Atacando a los funcionarios soviéticos se combate a los líderes del partido. El especialista es un miembro de su séquito. En tales circunstancias, yo no podría emprender esta labor’.

“Vladímir Ilich reflexionó un momento y dijo: ‘Es decir, que yo proponga una lucha con el burocratismo soviético y usted quiere añadir a esto el burocratismo de la Comisión de Organización del partido’. Yo me eché a reír ante aquella salida inesperada, porque no se me había ocurrido una expresión tan clara de mi idea, y respondí: ‘Así lo entiendo’.

“Entonces, Vladímir Ilich repuso: ‘Está bien, le propongo la formación de un bloque’. Yo dije: ‘Siempre estoy dispuesto a formar un bloque con un hombre bueno’”.

Esta conversación es importante por la luz que arroja sobre el contenido de las últimas obras de Lenin, especialmente el famoso ‘Testamento’, las cartas sobre la cuestión nacional y ‘Más vale poco y bueno. El tono de sus cartas se vuelve cada vez más agudo, sus objetivos más claramente definidos, cada día. No importa la cuestión que trate, el pensamiento central es el mismo, la necesidad de combatir la presión de las fuerzas de clase ajenas en el Estado y en el partido, el desarraigo de la burocracia, la lucha contra el chovinismo gran ruso, la lucha contra la camarilla de Stalin en el partido.

A pesar de las insistentes peticiones de Lenin de que sus notas se mantuvieran estrictamente secretas, la primera parte del ‘Testamento’ llegó a manos del Secretariado y de Stalin, quien inmediatamente se dio cuenta del peligro de la intervención de Lenin y tomó medidas para impedirla. Se ejerció una fuerte presión sobre las secretarias de Lenin para evitar que éste descubriera cualquier noticia que pudiera “molestarle”.

Sin embargo, Lenin se enteró por Dzerzhinsky de que, entre otras tropelías perpetradas por la facción de Stalin, Orzhonikidze había llegado a golpear a uno de los opositores georgianos. Esto puede parecer poca cosa si se compara con el terror estalinista posterior, pero conmocionó profundamente a Lenin. Su secretaria anotó en su diario del 30 de enero de 1923 las palabras de Lenin: “En vísperas de mi enfermedad, Dzerzhinskí me ha hablado de los trabajos de la comisión y del “incidente” y ésto me ha inferido un duro golpe.”

Para comprender la enormidad de este crimen, es necesario conocer las relaciones entre el nacionalismo ruso (más correctamente gran ruso) y las minorías nacionales que, bajo los zares, eran tratadas con el mismo desprecio y la misma bárbara arbitrariedad que los negros y los indios bajo el Imperio Británico. La tarea histórica de la Revolución Rusa fue elevar a estas minorías despreciadas a la categoría de hombres de pleno derecho, con sus propios derechos y dignidad. La idea de que un representante de la nación gran rusa abusara o golpeara a un georgiano era un crimen contra el internacionalismo proletario, una monstruosidad zarista que habría sido castigada de la forma más drástica: con la expulsión del partido, como mínimo. Por eso Lenin descargó su ira contra Stalin y Orzhonikidze, exigiendo “hay que castigar ejemplarmente al camarada Ordzhonikidze”.

Stalin puso todos los obstáculos para que Lenin no recibiera información de Georgia. Numerosos pasajes de los diarios de las secretarias de Lenin dan una clara imagen de este acoso burocrático:

“Jueves 25 de enero ha preguntado [Lenin] si hemos recibido los documentos [del comité gregoriano]. He respondido que Dzerzhinsky sólo había regresado el sábado. Y por ello no he podido pedírselos todavía.

El sábado he llamado a Dzerzhinsky; ha dicho que los documentos los tiene Stalin. He enviado una carta a Stalin, pero no se hallaba en Moscú. Ayer, 29 de enero, Stalin ha telefoneado diciendo que no podía remitir los documentos sin la aprobación del Buró Político. Me ha preguntado si yo no le he dicho a Vladímir Ilich algo más de lo necesario: ¿cómo tenía él conocimiento de los asuntos corrientes? Por ejemplo, su artículo sobre la Inspección Obrera y Campesina [RABKRIN] demuestra que le son conocidas ciertas circunstancias. He respondido que yo no le digo nada y que no tengo ningún motivo para creer que él esté al corriente. Vladímir Ilich me ha llamado hoy para saber la respuesta y me ha dicho que se batirá para que le entregaran esos documentos”. [Énfasis añadido]

Estas pocas líneas revelan crudamente la manera bravucona y burocrática con la que Stalin intentó defender su posición contra Lenin, a quien temía mortalmente, incluso en su lecho de muerte. No puede haber una ilustración más clara de la “grosería” y “deslealtad” de Stalin a la que se refiere Lenin en su ‘Testamento’.

Más vale poco y bueno

La actitud de desconfianza de Lenin hacia la comisión de Dzerzhinsky y el comportamiento del Comité Central se refleja en sus instrucciones a sus secretarias:

“1) ¿Por qué el antiguo CC del PC de Georgia fue acusado de desviacionismo?

2) ¿De qué falta de disciplina se les acusó?

3) ¿Por qué se acusa al Comité Transcaucásico de suprimir el CC del PC de Georgia?

4) Los medios físicos de supresión “biomecánica”.

5) La línea del CC del PC (del PCR(B)) en ausencia de Vladímir Ilich y en su presencia.

6) Actitud de la Comisión. ¿Examinó sólo las acusaciones contra el CC del PC de Georgia o también contra el Comité Transcaucásico? ¿Examinó el incidente de la “biomecánica”?

7) La situación actual (la campaña electoral, los mencheviques, la supresión, la discordia nacional)”.

Pero la creciente comprensión de Lenin de los métodos desleales y deshonestos de elementos de la dirección del partido le hizo desconfiar también de su propio secretariado. ¿No estaban ellos también amordazados por Stalin?

“El 24 de enero Vladímir Ilich me ha dicho: ‘Ante todo, por lo que hace a nuestro asunto “clandestino”: sé que usted me engaña’. A mis seguridades en sentido contrario, me ha dicho: ‘Sobre esto tengo mi opinión’”.

Con dificultad, el enfermo Lenin logró enterarse de que el Politburó había aceptado las conclusiones de la Comisión de Dzerzhinsky. Fue en ese momento (del 2 al 6 de febrero) cuando Lenin dictó ‘Más vale poco y bueno’, el más abierto ataque a Stalin y a la burocracia del partido hasta entonces. Los sucesos de Georgia habían convencido a Lenin de que el chovinismo podrido del Estado era el indicio más peligroso de la presión de las clases ajenas:

“Nuestro aparato estatal es hasta tal punto deplorable, por no decir detestable, que primero debemos reflexionar profundamente de qué modo luchar contra sus deficiencias, recordando que esas deficiencias provienen del pasado, que, a pesar de haber sido radicalmente cambiado, no ha sido superado…”

En su última aparición pública en una reunión política, el Undécimo Congreso del PCR(B), Lenin había advertido que la máquina del Estado se estaba escapando del control de los comunistas:

“El automóvil se desmanda; al parecer, va en él una persona que lo guía, pero el automóvil no marcha hacia donde lo guía el conductor, sino hacia donde lo lleva alguien, algo clandestino, o algo que está fuera de la ley, o que Dios sabe de dónde habrá salido, o tal vez unos especuladores, quizás unos capitalistas privados, o puede que unos y otros; pero el automóvil no va hacia donde debe y muy a menudo en dirección completamente distinta de la que imagina el que va sentado al volante.”

El veneno del nacionalismo, el rasgo más característico de todas las formas de estalinismo tenía sus raíces en la reacción de los pequeños burgueses, los kulaks, los hombres de la NEP y los funcionarios soviéticos contra el internacionalismo revolucionario de octubre.

Ruptura con Stalin

Lenin propuso luchar contra esta reacción en el próximo Congreso, en alianza con Trotski, el único miembro del Comité Central en el que podía confiar para defender su punto de vista.

Se propuso tratar personalmente la cuestión del RABKRIN y estaba “preparando una bomba” para Stalin. Su convicción de que el “aparato” del Partido conspiraba para mantenerlo fuera a toda costa queda ilustrada por la observación de su secretario de que aparentemente, además, Vladímir Ilich tiene la impresión de que no eran los médicos los que daban instrucciones al Comité Central, sino el Comité Central el que daba instrucciones a los médicos”.

Las sospechas de Lenin estaban muy bien fundadas. Una de las ideas que se barajaron seriamente en el Comité Central en ese momento fue la impresión de un número especial y único de Pravda, especialmente para el consumo de Lenin, ¡para engañarlo sobre el asunto de Georgia!

El argumento de que todo esto fue por el bien de la salud de Lenin no se sostiene. Como él mismo explicó, nada le agitaba y disgustaba tanto como las acciones desleales de los miembros del CC y el tejido de mentiras con que se camuflaban. La verdadera actitud de Stalin hacia el moribundo Lenin se reveló en un incidente verdaderamente monstruoso en el que se vio involucrada Krupskaya, la esposa de Lenin: al intentar defender a su marido enfermo de las groseras importunaciones de Stalin, fue recompensada con burdos abusos por parte del “leal discípulo”. Krupskaya describe el incidente en una carta a Kámenev del 23 de diciembre de 1922:

“Lev Borisovich,

“Con respecto a la breve carta escrita por mí al dictado de Vladímir Ilich con el permiso de los médicos, Stalin me llamó ayer por teléfono y se dirigió a mí de la manera más cruda. No llevo en el partido apenas un día. En todos los 30 años no he oído ni una sola palabra grosera de un camarada. Los intereses del partido y de Ilich no son menos queridos para mí que para Stalin. Ahora necesito el máximo autocontrol. Sé mejor que cualquier médico lo que se puede o no se puede decir a Ilich, porque sé lo que le molesta y lo que no, en todo caso mejor que Stalin”.

Krupskaya rogó a Kámenev, amigo personal, que la protegiera “de las groseras injerencias en mi vida personal, de las indignas trifulcas y de las amenazas”, y añadió que en cuanto a la amenaza de Stalin de llevarla ante una comisión de control “No tengo fuerzas ni tiempo para perder en esas estúpidas disputas. También soy un ser humano y mis nervios están al límite”.

La amenaza de Lenin de romper toda relación de camaradería con Stalin y sus acusaciones de “grosería” en el ‘Testamento’ se explican a menudo con vagas referencias a este incidente. Pero, en primer lugar, lo que hizo Stalin no fue un asunto “personal”, sino una grave ofensa política, castigada con la expulsión del partido. La ofensa se ve magnificada por el hecho de que la posición de Stalin en el partido le obligaba a erradicar tal comportamiento, no a defenderlo.

Sin embargo, este “pequeño incidente” debe verse en su contexto adecuado. Es sólo la más desagradable y obvia de las manifestaciones de deslealtad de Stalin.

Los últimos días de actividad de Lenin se dedicaron a organizar su lucha contra la facción de Stalin en el Congreso. Escribió una carta a Trotski pidiéndole que asumiera la defensa de los camaradas georgianos, y a los dirigentes georgianos comprometiéndose calurosamente con su causa. Hay que señalar que expresiones tan enfáticas como “de todo corazón” y “con los mejores saludos de camaradería” se encuentran muy raramente en las cartas de Lenin, que prefería un estilo de escritura más comedido. Era una medida de su compromiso con la lucha. También hay que señalar que el bloque de Lenin constituía una facción política, lo que más tarde los estalinistas denominaron “bloque anti-partido”. Los estalinistas ya habían organizado su facción que controlaba la maquinaria del partido.

Fotieva, la secretaria de Lenin, anotó las últimas notas de Lenin sobre la cuestión georgiana, evidentemente como preparación para un discurso en el Congreso:

“Indicaciones de Vladimir Ilich: hacerle observar a Solts —miembro del Presidum de la Comisión Central de Control del PCR(b)— que él (Lenin) está del lado del ofendido. Hacerle comprender a algunos de los ofendidos que está de la parte de dios. Tres elementos: 1) no se debe venir a las manos; 2) hay que hacer concesiones; 3) no se puede comparar un gran estado con uno pequeño. ¿Lo sabía Stalin? ¿Por qué no ha reaccionado? La definición de ‘desviacionismo’ por tendencia al chovinismo y al mencheviquismo demuestra esta misma tendencia en los defensores de la gran potencia. Reunir para Vladimir Ilich los materiales de la prensa”.  

El 9 de marzo, Lenin sufrió su tercera apoplejía que lo dejó paralizado e impotente. La lucha contra la degeneración burocrática pasó a Trotski y a la Oposición de Izquierda. Pero Lenin sentó las bases del programa de la Oposición, contra la burocracia, contra la amenaza de los kulak, por la industrialización y la planificación socialista, por el internacionalismo socialista y la democracia obrera.

La lucha de Trotski por rejuvenecer el partido Bolchevique

Luego de que Lenin quedara incapacitado por un derrame cerebral en marzo de 1923, Trotski se dio a la tarea de luchar por rejuvenecer el partido Bolchevique.  Niklas Albin Svensson explica cómo surgió por primera vez el conflicto entre la futura Oposición de Izquierda contra la «troika» de Stalin, Zinóviev y Kámenev, y extrae las valiosas lecciones que contiene para los comunistas de hoy.


En 1923, la situación política de la URSS empeoró. Lenin ya no podía llevar a cabo ninguna actividad política. La NEP había proporcionado cierto alivio temporal a la devastación económica de la guerra civil, pero estaba provocando malestar en las fábricas, y varias huelgas se extendieron por todo el país. Se estaba gestando una ruptura entre los trabajadores y el Partido Bolchevique. A esto se sumó el fortalecimiento de la burocracia estatal por la NEP. 

Trotski y Lenin eran muy conscientes de la lucha a la que se enfrentaban para evitar que el partido sucumbiera a la presión de la burocracia estatal. Los últimos artículos y cartas de Lenin se dirigieron precisamente contra la burocracia estatal y sus defensores en el Partido Bolchevique. Después de que Lenin fuera incapacitado por un derrame cerebral en marzo de 1923, le correspondió a Trotski asumir la lucha por preservar las verdaderas tradiciones del bolchevismo.

La lucha sale a la luz

El primer congreso del Partido Bolchevique sin la presencia de Lenin tuvo lugar en abril de 1923. Trágicamente, Lenin nunca pudo lanzar la «bomba» que había estado preparando para este congreso, por lo que el inevitable conflicto entre los principios genuinos del leninismo y la burocracia emergente permaneció bajo la superficie.

Un importante punto álgido se produjo en octubre de 1923, cuando Trotski escribió una carta al Comité Central advirtiendo de la burocratización del partido y de la perspectiva de una crisis económica y política si la dirección no la frenaba conscientemente:

“La burocratización del aparato partidario ha alcanzado proporciones inauditas a través de la aplicación de los métodos de la selección secretarial. Aún durante las horas más crueles de la guerra civil, discutimos en las organizaciones partidarias, como también en la prensa, sobre asuntos tales como el reclutamiento de especialistas, las fuerzas partidarias versus un ejército regular, la disciplina, etc.; mientras que ahora no existe muestra alguna de un intercambio de opiniones tan abierto sobre las cuestiones que realmente preocupan al partido. Se ha creado una capa muy amplia de trabajadores en el partido que pertenecen al aparato del estado o del partido y que han renunciado totalmente a sostener opiniones políticas propias, o por lo menos a expresarlas abiertamente, como si creyeran que la jerarquía secretarial fuera el aparato apropiado para la formación de opiniones partidarias y la toma de decisiones partidarias. Bajo esta capa que renuncia a tener sus propias opiniones existe una amplia capa de masas partidarias ante las cuales cada decisión se plantea como un llamado o una orden. Dentro de este estrato de la base del partido hay un grado extraordinario de descontento que es en parte absolutamente legítimo y en parte provocado por factores incidentales…”

Trotski, con palabras muy agudas, ataca el proceso de selección de los secretarios locales del partido y cómo esto crea una camarilla burocrática en el centro del partido. Explica que esto conduce a la pasividad de la masa de los miembros del partido y de la clase obrera en su conjunto, que no tienen ninguna oportunidad de participar en los debates y decisiones del partido, sino que reciben fórmulas prefabricadas como una orden, su participación «cada vez más ilusoria».

A esta carta le siguió la «Declaración de los 46», una carta dirigida al Comité Central por un grupo de destacados bolcheviques, exigiendo, entre otras cosas, el fin de los nombramientos de secretarios desde arriba.

Ambas cartas apuntaban a los nombramientos de secretarios, ya que tenían un papel especialmente negativo en ese momento. Al nombrar secretarios desde arriba, se había creado una capa de administradores a todos los niveles que no rendían cuentas a los afiliados, sino al aparato. En el pasado, cuando el aparato era relativamente sano, esta selección no había tenido en absoluto el mismo efecto y, como señala Trotski, su alcance era mucho más limitado. Ahora, sin embargo, la selección tenía lugar sobre la base de la lealtad al aparato, acelerando la burocratización del partido. Trotski describió más tarde esto como » una organización clandestina y firrmemente articulada que se levantaba dentro del partido», donde los funcionarios del partido y del estado «se hacía ateniéndose celosísimamente a un criterio normativo: contra Trotski”

Las cartas de octubre provocaron una crisis, que se vio agravada por el fracaso de los comunistas alemanes en la toma del poder, acabando con la esperanza de un alivio por parte de Occidente. La troika preparó una reunión amañada del CC y de la Comisión Central de Control a finales de octubre en la que Trotski no pudo participar debido a una enfermedad que restringió gravemente su actividad política en los tres últimos meses de 1923.

Una resolución («Sobre la situación intrapartidaria») aprobada en la reunión seguía las líneas políticas trazadas por Lenin y Trotski, pero sólo para poder condenar a Trotski y a los 46 por «una política de división fraccional». El triunvirato seguía sintiéndose inseguro en su posición, sobre todo por la incertidumbre en torno a la salud de Lenin, y se sintió obligado a transigir.

En el espíritu de la democracia de partido, a la que la mayoría de la dirección del partido decía adherirse, la oposición llevó el debate a la opinión pública en Pravda. Al principio, el debate se limitó a cuestiones económicas, pero pasó también a cuestiones internas del partido. A finales de noviembre, Preobrazhensky (uno de los 46 autores de la carta de octubre) lanzó toda una andanada contra el partido por haber seguido una línea incorrecta sobre el régimen interno del partido. Esto reavivó el conflicto en el partido.

La troika se sintió de nuevo obligada a intentar llegar a un acuerdo con Trotski. Esto produjo la resolución del 5 de diciembre, que fue aprobada en una sesión conjunta por el Politburó y el Presídium de la Comisión Central de Control.

Políticamente, la resolución del 5 de diciembre le hacía eco a la posición de Trotski, en su explicación y análisis del problema y de la dirección general que debía tomar el partido. Sin embargo, omitía el compromiso explícito de abolir el sistema de nombramiento centralizado de los secretarios del partido y respaldaba la resolución de octubre del Comité Central, que había condenado el «faccionalismo» de Trotski, así como el «curso establecido por el Politburó para la democracia interna del partido…”. No eran concesiones decisivas por parte de Trotski, pero sin duda eran precisamente el tipo de formulaciones que la troika buscaba para protegerse de las críticas y reforzar su propia autoridad.

E.H. Carr y otros historiadores no marxistas acusan a Trotski de «ingenuo», pero esto está lejos de la verdad. Trotski conocía mejor que nadie la naturaleza de la bestia a la que se enfrentaba, pero fue precisamente su correcta estimación del problema lo que le obligó a proceder con cautela.

La base material para la burocracia

A pesar de sus límites, Trotski intentó usar la resolución al máximo. En una nueva serie de discursos y artículos de diciembre de 1923 (más tarde publicado bajo el nombre de El nuevo curso) articuló su posición sobre cómo el partido Bolchevique debía tomar el ‘nuevo curso’ en el que se encontraba. 

Trotski explicó que la burocracia no se basaba en este o aquel error en la dirección Bolchevique. Como Lenin, siempre mantuvo que la burocracia había crecido debido a las condiciones materiales y en particular el atraso de Rusia. 

La debilidad de la clase obrera en Rusia era la verdadera raíz del problema. Diezmada por la guerra mundial y la guerra civil, había sido llamada para administrar el estado. Esto llevó a que los mejores trabajadores y cuadros del partido fueran absorbidos por el aparato estatal y económico. Esto era natural porque el partido, y la clase obrera, necesitaban ejercer el control sobre el Estado:

“En todo caso, debemos prever un período aún muy largo durante el cual los miembros más experimentados y activos del partido (incluidos naturalmente los comunistas de origen proletario) serán absorbidos por diferentes funciones del aparato estatal, sindical, cooperativo y del partido. Y por eso mismo, este hecho implica un peligro, ya que es una de las fuentes del burocratismo.”

El hecho de que algunos comunistas hubieran pasado por la revolución y tuvieran una larga historia en el movimiento no era garantía contra el burocratismo. Trotski rechazó este planteamiento como «fetichismo organizativo”. Explicó además:

“Toda la práctica cotidiana del estado soviético se infiltra así en el aparato del partido e introduce en él el burocratismo. El partido, en cuanto colectividad, pierde el sentido de su poder pues no lo ejerce.”

Básicamente, la burocracia aumentaba gradual y sigilosamente en el partido, razón por la cual muchos bolcheviques fueron incapaces de detectar el proceso en ese momento. Al final, era un problema que sólo podía resolverse por el curso de la revolución en Europa y el desarrollo económico, «Pero sería un error atribuir de modo fatalista toda la responsabilidad a estos dos factores objetivos.” Lo que era necesario era exponer este proceso para que pudiera ser combatido conscientemente por el partido. Esta era la esencia del «nuevo curso» que Trotski proponía.

La juventud

El análisis de Trotski sobre el Partido Bolchevique en aquella época tiene una aplicación mucho más amplia. Sus artículos explican la relación entre la dirección y la militancia, entre centralismo y democracia, y tradición e iniciativa. También explica la necesidad de que el partido se reoriente y cambie su forma de trabajar. Son cuestiones que resonarán entre los comunistas de hoy y a las que se enfrentan en la construcción del partido.

Tanto Lenin como Trotski comprendieron que la juventud era la clave del futuro de la Unión Soviética. Al igual que todas las organizaciones revolucionarias han encontrado sus fuerzas y su energía en la juventud, así deberían hacerlo los bolcheviques en el poder. Por esa misma razón, la oposición encontró su base más fuerte entre los jóvenes.

Una de las cuestiones clave en las que Trotski hizo hincapié fue la necesidad de revitalizar el partido dando espacio a una nueva generación de miembros del partido para involucrarse en él. Esto significaba, naturalmente, dedicar tiempo y esfuerzo a integrar y elevar el nivel político de la juventud:

“Sólo por medio de una colaboración activa y constante con la nueva generación, en el marco de la democracia, la vieja guardia conservará su carácter de factor revolucionario. En caso contrario, puede cristalizarse y convertirse insensiblemente en la expresión más acabada del burocratismo.”

Traza aquí una opción clara para la generación más veterana del partido. Podrían colaborar e integrar a la nueva generación, dejándoles espacio para crecer. O bien convertirse en parte del problema.

Trotski tuvo cuidado en cómo trataba esta cuestión, porque vio como la educación y la formación se estaba convirtiendo en algo seco y formalista, apartado de la vida real. Atacó los métodos “puramente escolares, pedagógicos” de desarrollar el nivel teórico. En cambio,  argumentó que cada generación debía conquistar la teoría por sí misma:

“Por eso el medio por el cual la tradición combativa del ejército o la tradición revolucionaria del partido se trasmiten a los jóvenes tiene tanta importancia. Sin una filiación continuada, y por lo tanto sin la tradición, no puede haber progresión continua. Pero la tradición no es un canon rígido o un manual oficial; no se puede aprenderlo de memoria, aceptarlo como un evangelio, creer todo lo que dice la vieja generación ‘porque ella lo dice’. Por el contrario, es preciso conquistar de alguna manera la tradición por medio de un trabajo interno, elaborarla uno mismo de manera crítica y asimilarla. Si no, todo el edificio será construido sobre la arena.”

La resistencia de la capa más antigua de los miembros del partido no era un fenómeno nuevo, sino algo contra lo que Lenin tuvo que luchar una y otra vez, y Zinóviev, Kámenev y Stalin aparecían con frecuencia a la cabeza de esta tendencia. Lenin se refería a ellos como los «viejos bolcheviques» o los «hombres del comité», en gran medida indistintamente. En cada giro decisivo de la Revolución Rusa, estos hombres desempeñaron un papel conservador.

“Combate con puños y dientes”

“ El leninismo consiste en no mirar hacia atrás, en no dejarse influir por los precedentes, referencias y citas puramente formales.” 

La Vieja Guardia, en su lucha contra Lenin y Trotski, apelaba constantemente a las «tradiciones del Partido Bolchevique». Trotski atacó la apelación a la tradición como completamente antirrevolucionaria. Lo comparó con el Partido Socialdemócrata Alemán, que en un periodo de relativa calma en la lucha de clases se había infestado particularmente de esta enfermedad:

“Esta tradición, que no es totalmente extraña, tenía un carácter semiautomático: cada día derivaba naturalmente del precedente y, también naturalmente, preparaba el siguiente. La organización crecía, la prensa se desarrollaba y las finanzas aumentaban…

“En este automatismo se formó toda la generación que sucedió a Bebel: una generación de burócratas, filisteos, espíritus obtusos, cuya fisonomía política se puso en evidencia apenas comenzó la guerra imperialista.”

En los momentos decisivos de la historia, las tradiciones forjadas en un periodo anterior se convierten en una enorme barrera para el futuro desarrollo del partido. No es tan extraño, en realidad, que quienes quieren romper las cadenas de la vieja sociedad sobre la economía, pero también sobre las mentes y las ideas de la humanidad, tienen que luchar constantemente por liberarse de la rutina y el conservadurismo:

“Cada vez que las condiciones objetivas exigen un nuevo giro, un viraje audaz, una iniciativa creadora, la resistencia conservadora manifiesta una tendencia natural a oponer a las nuevas tareas, a las nuevas condiciones, a la nueva orientación, las -viejas tradiciones-, el pretendido “viejo bolchevismo”, en realidad la envoltura vacía de un período que acabamos de dejar atrás.”

Trotski describe cómo cada giro en la Internacional Comunista, hasta ese entonces, había requerido siempre una lucha contra las viejas fuerzas, contra los elementos conservadores, se tratara de un giro a la «izquierda», por así decirlo, o a la «derecha».

Trotski explica  cómo en 1921, en su lucha contra el ultra-izquierdismo, Lenin “salvó literalmente a la Internacional del aniquilamiento y de la disgregación con que era amenazada por el ‘izquierdismo’ automático, desprovisto de espíritu crítico, que, en un breve lapso de tiempo, se había constituido en rígida tradición.”

Sin embargo, el exitoso giro hacia el frente único que se había adoptado tras una lucha en 1921 se convirtió en un obstáculo en 1923. Trotski escribió que desempeñó «un papel muy grave en los acontecimientos del último semestre de 1923». En otras palabras, condujo a la derrota de la Revolución Alemana. Era necesario un nuevo giro:

“Si el partido comunista hubiese modificado bruscamente la orientación de su trabajo y hubiese consagrado los cinco o seis meses que le concedía la historia a una preparación directa política, orgánica y técnica de la toma del poder, el desenlace de los acontecimientos habría sido muy distinto del que se produjo en noviembre.”

Trotski describió que el leninismo «combate con puños y dientes», y es una muy buena descripción. Es precisamente en la lucha donde ponemos a prueba nuestras ideas, identificamos lo que funciona y lo que no, cotejamos nuestros planes, experiencia y teoría con la realidad:

“una vez embarcado en la lucha, no ocuparse demasiado de los modelos y de los precedentes, profundizar en la realidad tal cual es y buscar en ella las fuerzas necesarias para la victoria.”

El balance entre la democracia y el centralismo

La clave para el desarrollo de la posición correcta empieza con la dirección: 

“En este caso, la garantía esencial es una dirección justa y la atención puesta en las necesidades del momento que se reflejan en el partido y la elasticidad del aparato, que no debe paralizar sino organizar la iniciativa del partido, que no debe temer a la crítica ni tratar de frenarla, por miedo al faccionalismo.”

En aquel momento, el Partido Bolchevique empezaba a comportarse precisamente de forma opuesta. Las críticas eran tachadas de «faccionalismo», se reprimía la iniciativa, todo ello en nombre de la «unidad» y del mantenimiento de la dirección del partido. En realidad, como señaló Trotski, tales medidas no sofocaron el faccionalismo sino que, por el contrario, lo agravaron mucho más. Beneficiaron especialmente a la facción burocrática, que prosperaba en las intrigas de trastienda más que en el debate abierto.

“La democracia y el centralismo son dos aspectos de la organización del partido. Lo que hay que hacer es lograr su armonización de la manera más justa, es decir que mejor corresponda a la situación. Durante el último período, el equilibrio fue roto a favor del aparato. La iniciativa del partido estaba reducida al mínimo. Esa es la causa de la aparición de hábitos y procedimientos en la dirección que contradicen fundamentalmente el espíritu de la organización revolucionaria del proletariado..”

Lo que Trotski explica es que el equilibrio entre democracia y centralismo en una organización revolucionaria no es fijo, sino que depende de la situación. La consecuencia de un centralismo excesivo es privar a las filas del partido de su iniciativa y de su participación. En condiciones de guerra civil, por supuesto, esto era un mal necesario, pero en las condiciones de 1923, se estaba convirtiendo en algo peligroso.

No era un problema de tal o cual «desviación aislada», sino de «la política general del aparato, de su tendencia burocrática». No se trataba sólo de una cuestión organizativa, sino que inevitablemente acabaría provocando desviaciones políticas:

“En su desarrollo gradual, el burocratismo amenaza con separar a los dirigentes de la masa, con llevarlos a concentrar únicamente su atención en los problemas administrativos, en las designaciones; amenaza también con restringir su horizonte, debilitar su sentido revolucionario, es decir, provocar una degeneración más o menos oportunista de la vieja guardia o al menos de un sector considerable de ésta.”

Trotski expone aquí con precisión los problemas que iban a acosar a la Internacional Comunista durante las décadas siguientes. Aunque hubo periodos de bandazos hacia la ultraizquierda, la desviación abrumadora fue hacia la derecha, con consecuencias desastrosas.

La troika y sus partidarios desoyeron los consejos de Trotski. Mientras Lenin yacía en su lecho de muerte, en la Conferencia del Partido de enero de 1924, ellos procedieron rápidamente a cerrar el debate en Pravda y a disciplinar a la organización juvenil y a la oposición.

Políticamente, la burocratización significó el renacimiento del menchevismo, aunque ahora revestido de nuevos colores «comunistas». Resucitó la teoría de las etapas y, en lugar de la desconfianza de Lenin hacia los liberales, se abogó por una alianza con la «burguesía progresista». Y, por supuesto, se abandonó la revolución internacional en favor del «socialismo en un solo país», cuya conclusión final lógica fue la política contrarrevolucionaria de la «coexistencia pacífica» adoptada bajo Jrushchov. Todas estas ideas reflejaban la estrechez de miras de la burocracia en ascenso, que veía los movimientos, la iniciativa y el espíritu revolucionarios como una amenaza.

Los artículos del Nuevo Curso sentaron las bases teóricas de la Oposición de Izquierda y de su lucha contra la burocracia ascendente. Pero las ideas contenidas en estos escritos no son sólo de interés histórico. El espíritu y los métodos revolucionarios que Trotski defendía son la base sobre la que se construirá el futuro partido revolucionario mundial.

Lenin contra el ‘Oblómovismo’: la lucha por la acción revolucionaria

La célebre novela de 1859 de Ivan Goncharov, ‘Oblómov’, fue popular en Rusia como retrato de la aristocracia moribunda. A Lenin le gustaba este libro y lo citaba con frecuencia. En este artículo, Ben Gliniecki explora el fenómeno del ‘oblomovismo’ y cómo Lenin lo utilizó como arma cultural para expulsar al conservadurismo ocioso del movimiento revolucionario en Rusia.


«Estoy tan harto de esta dilación», tronó Vladimir Lenin en una carta a Bogdanov en febrero de 1905. «Ojalá hicieran algo… en vez de limitarse a hablar sobre ello».

La furia de Lenin iba dirigida contra la inercia de miras estrechas del Partido Bolchevique ante los acontecimientos revolucionarios de 1905. 

De hecho, desde 1902, con la publicación de su folleto «¿Qué hacer?», Lenin había estado librando una guerra contra el conservadurismo, la indecisión, las vacilaciones y los titubeos abstractos de los revolucionarios rusos. Exigía una acción consciente y decisiva para impulsar el movimiento revolucionario.

Con ello, Lenin luchaba contra los rasgos de «un personaje típico de la vida rusa», que en su opinión infectaban a todas las clases de la sociedad rusa: Ilya Ilich Oblómov.

Retrato de una clase socialmente inútil

La novela Oblómov, de Ivan Goncharov, de 1859, es un divertido retrato de alguien socialmente inútil, desaliñado, un miembro menor de la alta burguesía terrateniente de la Rusia zarista. El libro fue muy leído en Rusia, incluso por Lenin, que nació 11 años después de su publicación.

Tal fue su éxito que el «oblomovismo» se convirtió en un término común para describir a la ociosidad improductiva, algo que Lenin estaba decidido a purgar del movimiento revolucionario.

La fuente del oblomovismo es la clase terrateniente históricamente exhausta y parasitaria de Rusia. La podredumbre que se apoderó de esta clase social en decadencia se filtró por el resto de la sociedad rusa, tal y como la veía Lenin.

En la novela, Oblómov es un terrateniente menor que no ha trabajado un solo día en su vida. Uno de los primeros capítulos es un recuerdo sobre su juventud en la finca propiedad de la familia de Oblómov, caracterizada por una inercia despreocupada. 

El tono lo marca el padre de Oblómov, que «tampoco… estaba con los brazos cruzados. Permanecía toda la mañana sentado ante una ventana, observando y vigilando lo que se hacía en el patio» En cuanto a la madre de Oblómov: «se pasaba tres horas explicando a Averka, el sastre, cómo debía de arreglárselas para transformar una levita de su esposo en una chaqueta… vigilando para que el hombre no se quedara con el más pequeño retal de la tela.» Esta es la idea que tienen los pequeños terratenientes sobre el trabajo: vigilar que otras personas trabajen para ellos.

De niño, el propio Oblómov es sacado con frecuencia de la escuela por razones espurias, o simplemente para que su madre lo mime. La escuela, como el trabajo, era una desafortunada interrupción en su vida. La familia Oblómov «concebían la vida como un estado de perfecto reposo, turbado de vez en vez por una enfermedad, una pérdida de dinero, una disputa y también por el trabajo.»

Oblómov siente nostalgia de esta quietud letárgica de su juventud. Quiere que la vida cambie y se altere lo menos posible. «Todo lo que se hacía en tiempos del padre de Oblómov, se había hecho en tiempos de su abuelo y bisabuelo, y tal vez, se sigue haciendo. En semejante ambiente, ¿cómo era posible que se despertase el interés por el estudio? ¿Qué metas, qué horizontes podían imaginarse? No era necesario emprender nada nuevo, la vida seguía fluyendo como un río de apacible curso, y todo lo que debían hacer ellos era sentarse en espera de los acontecimientos inexorables de la vida, que venían por sí mismos, sin necesidad de que nadie los llamara.»

No disfrutó su educación de primera clase. «La lectura de la historia le descorazonaba y producía una verdadera desazón.» Sus estudios tenían como único objetivo conseguir un puesto en la administración pública de San Petersburgo. Pero al cabo de poco tiempo Oblómov se dio cuenta de que su trabajo era demasiado exigente: todo aquello «le horrorizaba y le aburría terriblemente», por lo que renunció a vivir en Petersburgo de las rentas de su hacienda, a muchos miles de kilómetros de distancia.

Desgraciadamente, su finca necesita una reforma. Años de abandono han provocado la disminución de los ingresos y el desmoronamiento de las infraestructuras. Se necesita una escuela y una carretera. La propia casa de Oblómov está en mal estado.

Su aversión al cambio, a las reformas y a cualquier tipo de trabajo hace que Oblómov sea totalmente incapaz de resolver los problemas a los que se enfrenta su hacienda. El progreso y la modernización le son ajenos. El mundo que hizo de Oblómov el hombre que es, se enfrenta ahora a la extinción debido a las insuficiencias y defectos que produjo en él.

A la lenta decadencia del mundo de Oblómov se contrapone la de su amigo Stolz, de educación estricta y disciplinada, trabajador y previsor. Stolz es presentado como el futuro de ojos brillantes, basado en el comercio internacional y el trabajo productivo, que intenta desesperadamente sacar a su amigo Oblómov de su inactividad, para salvarlo de sí mismo.

Para ello, Stolz le presenta a Oblómov a su amiga Olga, que ve en Oblómov a alguien a quien puede rescatar de las negras profundidades de su pasividad. A pesar de sus esfuerzos, al final llega a la conclusión de que es imposible. «Una piedra habría cobrado vida con lo que he hecho», le dice enfadada a Oblómov. «Creía que lograría resucitarte. Pero veo que estás muerto desde hace mucho tiempo.” 

Oblómov estaba condenado a las contradicciones de su propia educación y posición social. La fuerza de voluntad de Olga, sus ruegos y súplicas, no suponen al final ninguna diferencia en ese proceso histórico.

Lo que Goncharov retrata en esta novela es la aristocracia moribunda de la sociedad rusa. No muere a causa de una catástrofe externa, sino víctima de la lógica de sus propios procesos internos. Los hombres que creó son los que, inevitablemente, supervisarán su ruina.

Goncharov ofrece una brillante visión de la decadencia del zarismo ruso. Y 60 años después de la publicación de su libro, esa carcasa putrefacta sería finalmente barrida del escenario de la historia, no por la burguesía rusa, que demostró ser demasiado débil para la tarea, sino por los obreros y campesinos rusos, dirigidos por Lenin y el Partido Bolchevique.

¿Qué hacer?

El oblomovismo de la clase aristocrática rusa infectó todos los poros de la sociedad rusa, según Lenin. Hace mucho tiempo, Marx y Engels explicaron que «las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época». La clase dominante en estado de putrefacción estaba filtrando su veneno a los obreros y campesinos de Rusia. 

Fue contra estos rasgos Oblómovistas del movimiento revolucionario que Lenin comenzó a librar una lucha implacable en los primeros años del siglo XX.

En 1903, el Partido Obrero Socialdemócrata ruso se dividió en dos facciones: bolcheviques y mencheviques. La causa inmediata de la escisión fueron cuestiones organizativas secundarias. Lo que subyacía realmente era que el partido estaba intentando pasar de una vida embrionaria, de pequeños círculos, a un trabajo de agitación más amplio, que requería estructura, disciplina, procesos establecidos y criterios claros de afiliación. Lenin y los bolcheviques adoptaron este cambio hacia la profesionalización, mientras que los mencheviques se aferraron a las viejas rutinas de los pequeños círculos y a los métodos conservadores.

» A los que están acostumbrados a la holgada bata y a las pantuflas del oblomovismo de la vida familiar de los círculos», escribió Lenin en 1904, «unos estatutos formales les parecen algo estrecho, apretado, pesado, ruin, burocrático, avasallador, un estorbo para el libre «proceso» de la lucha ideológica. El anarquismo señorial no comprende que hacen falta unos estatutos formales precisamente para sustituir el estrecho nexo de los círculos con un amplio nexo de partido.»

Aquí Lenin se refiere al Oblómov del primer tercio de la novela de Goncharov, durante el cual el protagonista holgazanea por su apartamento en bata. Ante las facturas que hay que pagar, la amenaza de desahucio de su piso y la ruina de su hacienda, Oblómov se limita a quejarse, procrastinar, soñar despierto y culpar a los demás de sus problemas. No emprende ninguna acción práctica, se limita a tener grandes pensamientos sin hacer nada al respecto.

No sólo los mencheviques se contagiaron de este oblomovismo. Durante los acontecimientos revolucionarios de 1905 en Rusia, muchos bolcheviques también se mostraron estrechos de miras, indecisos y distantes.

Al igual que Oblómov prefiere la seguridad de la inactividad al espíritu pionero de Stolz, los bolcheviques, en 1905, temían basarse en la lucha de clases que se ampliaba y crecía, prefiriendo sus pequeños comités y grupos de lectura. Lenin escribió furiosamente:

«El revolucionario profesional debe establecer en cada lugar decenas de nuevos contactos, confiarles en presencia suya toda la labor, enseñarles e impulsarlos, no con sermones, sino con el trabajo. Después, marchar a otro lugar y, al cabo de uno o dos meses, regresar para comprobar cómo actúan los jóvenes substitutos. Le aseguro que entre nosotros existe un temor idiota a la juventud, temor filisteo, digno de Oblómov. Se lo suplico: luche contra este temor con todas sus fuerzas.»

La lucha de Lenin contra el oblomovismo continuó hasta 1917. Exigió una política clara en lugar de la confusa actitud de Stalin hacia el gobierno provisional tras la revolución de febrero y condenó enérgicamente la cobardía indecisa de Zinóviev y Kámenev, que se acobardaron en vísperas de la insurrección.

La cobardía como excusa para no tomar medidas decisivas es una especialidad de Oblómov:

««¡Ahora o nunca! ¡Ser o no ser!…” Oblómov se levantó bruscamente del asiento, pero al no encontrar en el acto las zapatillas con los pies, tornó a sentarse.»

Sin una lucha decidida contra esta paralizante indecisión en el Partido Bolchevique, la Revolución de Octubre probablemente no se habría producido.

Pero ni siquiera la Revolución Rusa bastó para eliminar todo rastro de oblomovismo de la sociedad rusa, que seguía lastrada por el atraso económico y la lentitud de la vida rural.

«Rusia ha pasado por tres revoluciones», dijo Lenin en 1922, «pero los Oblómov siguen existiendo, porque no sólo los hubo entre los terratenientes, sino también entre los campesinos; y no sólo entre los campe sinos, sino también entre los intelectuales; y no sólo entre los intelectuales, sino también entre los obreros y los comunistas.»

El Oblomovismo era un síntoma del atraso de la sociedad rusa, origen del ascenso de la burocracia en el aparato del Estado y, finalmente, en el propio partido bolchevique. Lenin reconoció que la única solución a este problema era romper el aislamiento de la revolución y extenderla a los países capitalistas avanzados como medio para desarrollar las fuerzas productivas lo más rápidamente posible. Mientras tanto, sin embargo, se vio obligado a librar una lucha de retaguardia para mantener a raya el azote del oblomovismo durante el mayor tiempo posible. 

No fue una tarea fácil. Tras la revolución, el aparato estatal comenzó a crecer exponencialmente. En 1922 había 243.000 empleados públicos sólo en Moscú. No estaba claro qué hacían exactamente todos estos apparatchiks, aparte de cobrar su salario. 

Según Lenin, en el Estado soviético había mucha ensoñación, ineficacia y dilación. E insistió en eliminarlos.

«Nuestro peor enemigo interno es el burócrata, el comunista instalado en un puesto responsable (o no responsable) de los Soviets que goza de estimación general por su honestidad», declaró Lenin. 

«No ha aprendido a combatir el papeleo; no es capaz de combatirlo, lo protege. Debemos liberarnos de ese enemigo, y lo lograremos con la ayuda de todos los obreros y campesinos con conciencia de clase. Toda la masa de obreros y campesinos sin partido marchará como un solo hombre tras el destacamento de vanguardia del Partido Comunista contra ese enemigo, ese desorden y ese oblomovismo. No debe haber la menor vacilación en este asunto».

En esta lucha contra la burocracia, Lenin volvió al mismo tema con el que había comenzado su batalla contra el rutinismo conservador de los mencheviques 20 años antes. Lo que se necesitaba entre los empleados estatales comunistas, dijo, era un pensamiento flexible y dinámico que impulsara al Estado soviético hacia adelante con nuevas ideas, en lugar de permitir que se estancara.

«Puedo entender que los comunistas necesitan tiempo para aprender a comerciar», dijo, «y sé que los que están aprendiendo cometerán los errores más burdos durante varios años; pero la historia les perdonará porque son completamente nuevos en el negocio. Para ello debemos flexibilizar nuestro pensamiento y desechar todo el oblomovismo comunista, o más bien ruso, y mucho más.»

Actualidad

Por supuesto, el oblomovismo no es una enfermedad peculiarmente rusa, que es lo que hace de la novela de Goncharov un clásico en todos los idiomas.

Hoy en día encontramos oblomovistas en todos los ámbitos de la vida, incluido el movimiento revolucionario. Debemos ser tan implacables como Lenin a la hora de expulsar del partido revolucionario el rutinismo y la dilación conservadores, estrechos y propios de la mentalidad de pequeño círculos. La indecisión, la apatía y la inactividad son rasgos inadmisibles en los comunistas revolucionarios.

Deberíamos prestar atención a la sugerencia del propio Lenin:

«Me gustaría coger a algunos camaradas de nuestro partido -bastantes-, encerrarlos en una habitación y hacerles leer Oblómov una y otra vez hasta que se pongan de rodillas y digan: ‘No podemos soportarlo más’. Entonces habría que someterlos a un examen: «¿Has comprendido la esencia del oblomovismo? ¿Te has dado cuenta de que también está en ti? ¿Has resuelto por fin librarte de esta enfermedad?».

Pero la exhortación de Lenin no es la única razón para leer Oblómov. La novela es extremadamente rica en humor, filosofía y emoción. Lenin caricaturiza a Oblómov para plantear una cuestión política, utilizando una referencia cultural que la mayoría de los rusos habrían entendido en aquella época. Pero este retrato unilateral del personaje apenas araña la superficie de todo lo que el libro tiene que ofrecer.

No lo dejes para más tarde. Sé decidido: ¡lee Oblómov hoy mismo!

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