¿Qué pensaría Marx?

Publicamos el editorial del número 26 de América Socialista – en defensa del marxismo. El último número de América Socialista es ¡disponible para comprar ahora!

En el primer número de la recién relanzada revista América Socialista – En defensa del marxismo, tratamos temas relacionados con la filosofía marxista, mientras que el segundo número se concentró en la cuestión del materialismo histórico. En el presente número, pasamos al tercer aspecto de lo que Lenin describió como «las fuentes y partes integrantes del marxismo», a saber, la economía.

El artículo principal de Adam Booth La escuela austriaca de economía: los fanáticos del capitalismo de libre mercado es una polémica contra uno de los elementos más significativos de la teoría económica burguesa, el dogma del libre mercado y, en particular, el hombre que probablemente fue su principal inspirador y gurú, Friedrich Hayek.

El Manifiesto Comunista de 1848 ya había señalado los grandes avances que el capitalismo había hecho posibles en su período de ascenso. Pero también explicó las contradicciones inherentes e  insolubles implícitas en el mismo, y que periódicamente quedan al descubierto por crisis que lo sacuden hasta sus cimientos.

Los fanáticos del libre mercado como Hayek atribuyen estas crisis a factores subjetivos: la irresponsabilidad de los inversores, la torpeza de los banqueros centrales y las actividades entrometidas de los reguladores financieros, que persisten en interferir con el libre mercado, en lugar de permitirle hacer su magia sin la ayuda del Estado.

Estas llamadas «teorías» no convencerán hoy a ninguna persona seria. Pero ante el desastre que se avecina, la clase dominante se ha visto obligada a tirar todas las teorías económicas aceptadas a la basura. El mismo Estado que, según la teoría del libre mercado, debería desempeñar un papel pequeño o nulo en la vida económica, se ha convertido ahora en lo único que sostiene al sistema capitalista.

Ya en 2009, el célebre economista Paul Krugman admitía que durante los últimos 30 años la mayor parte de la teoría macroeconómica había sido “espectacularmente inútil en el mejor de los casos y positivamente dañina en el peor de los casos”. Ese sería un epitafio apropiado para la economía burguesa en general y las tonterías del libre mercado de reaccionarios como Hayek en particular.

¿Qué pensaría Marx?

Mientras preparaba notas para este editorial, encontré un artículo publicado en Businessweek el 27 de junio de 2013 con un título intrigante: «¿Qué pensaría Karl Marx?»

Comenzaba con un relato nostálgico de los viejos buenos tiempos, cuando la economía global se abrió tras el colapso del Muro de Berlín y la Unión Soviética a finales de la década de 1980.

Los marxistas sostienen que los principales obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo son: 1) la propiedad privada y 2) el Estado nacional. Pero, al menos durante un período temporal, los capitalistas habían logrado superar el segundo obstáculo mediante una expansión sin precedentes del comercio mundial.

La entrada de China, India y otras economías en la economía mundial dio un nuevo impulso a lo que se ha llamado ‘globalización’, palabra que sirvió para expresar la intensificación de la división internacional del trabajo, acompañada de la rápida integración de capital, tecnología, personas e información a través de las fronteras nacionales.

Este fenómeno, que ya fue predicho por Marx y Engels en las páginas de El Manifiesto Comunista, fue el principal motor del rápido crecimiento de la economía mundial, lo que permitió al capitalismo establecer un cierto equilibrio durante varias décadas.

Cuando el artículo apareció en Businessweek, el comercio mundial se había triplicado en comparación con principios de la década de 1990, lo que refleja el aumento del libre flujo de bienes, inversiones, personas e ideas. En ese momento, todo parecía color de rosa en el jardín capitalista. Francis Fukuyama proclamó triunfalmente el fin de la historia.

La clase capitalista y sus apologistas se envanecieron con una confianza recién descubierta. Por fin, el espectro del comunismo había sido exorcizado. O eso pensaban.

Pero detrás de este triunfalismo, ya se estaban acumulando nubes oscuras. A pesar de todo, el mismo artículo admitía en tono preocupado: «Sin embargo, Marx sigue siendo increíblemente relevante». Continuaba explicando por qué:

Una investigación más  profunda y amplia sobre las causas a más largo plazo se hace eco de la perspectiva de Marx de que el capitalismo y la inestabilidad son dos caras de la misma moneda.

Y agregaba:

La argumentación de Marx que está ganando adeptos en todo el mundo es que el capitalismo tiene una tendencia intrínseca hacia la distribución injusta y malsana de la riqueza y la renta.

El artículo incluso cita El capital, donde Marx escribe: «La acumulación de riqueza en un polo es, por lo tanto, al mismo tiempo la acumulación de miseria en el polo opuesto». 

Estas palabras, escritas hace más de 150 años, son una descripción fiel del mundo en el que vivimos hoy.

Un mundo fracturado

Apenas es necesario comentar las consecuencias económicas de la crisis actual. Las hemos explicado muchas veces en artículos y documentos.

Al contrario de lo que mucha gente cree, la pandemia no provocó la crisis actual. Simplemente sirvió para exacerbar las contradicciones que ya existían.

Incluso antes de la pandemia, la globalización, el sistema de comercio abierto que había dominado la economía mundial durante décadas, estaba en crisis. La rápida expansión del comercio mundial dio lugar a una red de cadenas de suministro cada vez más compleja. Los costos de transporte muy bajos permitieron que los bienes que podrían haberse producido en China se ensamblaran en la India, se empaquetaran en Alemania y se vendieran en Canadá.

Pero la propia complejidad de esta red de líneas de suministro representó el talón de Aquiles de todo el frágil edificio de la globalización. No le costó mucho esfuerzo a Donald Trump alterarlo. Su política de América Primero y las guerras comerciales que resultaron de ella fueron la expresión más clara de esto.

Paradójicamente, la inestable recuperación actual, lejos de resolver nada, ha expuesto cruelmente todas estas fallas. Enormes cantidades de dinero de estímulo económico, que ascienden a veinte billones de dólares, se han combinado con cambios globales dramáticos en el consumo y el desencadenamiento de una avalancha de demanda reprimida que ha abrumado por completo la capacidad de producción y las cadenas de suministro. 

Esto se expresó en la aparición repentina de todo tipo de cuellos de botella. La escasez de mano de obra y la interrupción de las cadenas de suministro, a su vez, han impedido que los proveedores lleguen a los clientes, provocando caos en los mercados y alza de precios.

Se formaron largas filas de buques de carga en los puertos congestionados que no podían descargar sus mercancías en almacenes llenos hasta el techo con paquetes que no podían recogerse debido a la escasez de conductores de camiones.

La inflación es rampante en todas partes, profundizando el descontento social, colapsando los niveles de vida y extendiendo la inestabilidad geopolítica. Y todo el tiempo, la amenaza del nacionalismo económico se hace más fuerte, a medida que cada nación intenta descargar el peso de la crisis sobre los hombros de sus vecinos.

Más recientemente, Francia y Gran Bretaña se han estado peleando por los derechos de pesca y los refugiados, mientras que todo el frágil equilibrio del Brexit se ve amenazado por el impasse acerca de Irlanda del Norte; los funcionarios de la Unión Europea hablan de “autonomía estratégica” y están creando un fondo para comprar participaciones en empresas; Estados Unidos insta a las empresas a construir plantas en el propio país, y la guerra comercial entre Estados Unidos y China sigue amenazando la recuperación del comercio mundial; y varias naciones amenazan con aplicar aranceles punitivos.

Nunca la anarquía del capitalismo se ha manifestado tan cruelmente.

Capitalismo y pandemia

Justo cuando los políticos occidentales se felicitaban por el éxito de sus proyectos de vacunación, la noticia de una nueva y aún más contagiosa variante del virus en Sudáfrica provocó inmediatamente el pánico en los mercados de valores.

Esto sacó a la luz de inmediato el fracaso del llamado libre mercado para resolver los problemas más graves a los que se enfrenta la humanidad. Las grandes empresas farmacéuticas están obteniendo ganancias obscenas, mientras que millones de pobres en África, Asia y América Latina sufren muertes horribles por falta de atención médica elemental.

Una solución duradera a la pandemia solo puede lograrse mediante un plan internacional concertado que movilice todas las capacidades materiales, técnicas y científicas del planeta para erradicar esta enfermedad en todos los países sin excepción.

Un sistema basado únicamente en la codicia, la opresión y la explotación nunca podrá ofrecer tal solución. Los estrechos intereses de la clase capitalista de cada nación se expresan en el nacionalismo económico y el fortalecimiento de las fronteras para excluir a millones de hombres, mujeres, niñas y niños desesperados que huyen de guerras, enfermedades y pobreza. El lema de los capitalistas es: «sálvese quien pueda». 

Pero los virus no conocen fronteras. Y al abandonar a los países pobres a su suerte, han creado un caldo de cultivo para la aparición de mutaciones nuevas y cada vez más mortales, que eventualmente pueden resultar resistentes a cualquier vacuna. Tarde o temprano, estas nuevas mutaciones causarán estragos en los países capitalistas avanzados, y ninguna cantidad de leyes, prohibiciones ni guardias fronterizos será suficiente para evitarlo.

Después de dos años de constante sufrimiento y muerte en todo el mundo, la opinión pública se está volviendo cada vez más inquieta y desconfiada de los gobernantes que han manejado mal la crisis, amenazando sus vidas y sus medios de subsistencia.

El intento de gobiernos corruptos e incompetentes de combatir la propagación del virus con medidas draconianas ha provocado violentas protestas en las calles de Rotterdam y Viena. Y esto solo es el inicio.

Pero volvamos ahora a nuestro punto de partida.

Al final del artículo de Businessweek, el autor, tal vez dándose cuenta de que ha ido demasiado lejos en su alabanza de Marx, se apresura a calmar los nervios de sus lectores. Después de haberles provocado un grave ataque de indigestión, ahora busca brindarles cierto grado de tranquilidad.

Les asegura que “Marx el profeta revolucionario está muerto. Marx, el analista agudo, persiste”. Y agrega la reconfortante idea de que «el colapso del capitalismo no es en absoluto inevitable».

Y sobre ese punto, tenemos que decir que no se equivoca. Lenin explicó hace mucho tiempo que no existe nada parecido a una crisis final del capitalismo. Toda la historia muestra que el sistema capitalista siempre se recuperará incluso de la crisis más profunda. 

Puede y continuará tambaleándose hasta que sea derrocado por el movimiento revolucionario consciente de la clase trabajadora. Pero aquí debemos agregar una advertencia. El sistema capitalista ha agotado desde hace mucho tiempo todo el papel progresista que alguna vez pudo haber tenido.

Ahora muestra todas las horribles características de una criatura senil que ha perdido toda razón de existir, pero que obstinadamente se niega a morir. El futuro que ofrece solo puede ser uno de miseria, sufrimiento, enfermedad, guerras y muerte sin fin para la raza humana. Basta con encender los telediarios para encontrar la prueba de esta afirmación.

Pero eso no es todo. Marx dijo una vez que la alternativa a la que se enfrentaba la humanidad era el socialismo o la barbarie. Los elementos de la barbarie ya existen y amenazan la existencia misma de la civilización. Pero ahora tenemos derecho a decir que la continuación de la existencia  del capitalismo plantea una amenaza mucho mayor: para la existencia misma de la humanidad.

La patética farsa de la conferencia de la COP en Glasgow fue una admisión de que la clase capitalista es incapaz de resolver la amenaza existencial que se cierne sobre nuestro planeta. No puede resolverlo porque el problema es el propio capitalismo.

Hablemos con franqueza: para que la humanidad viva, el sistema capitalista debe perecer. Ésta es la tarea más urgente a la que nos enfrentamos. Es deber de los marxistas hacer consciente el esfuerzo inconsciente o semiconsciente de la clase trabajadora por cambiar la sociedad.

Londres. 2021.

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