EE.UU.: La victoria de Trump ¿qué significa realmente?

Los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos han sorprendido al mundo entero.

En este episodio Jorge Martín entrevista a Laura Brown de los Comunistas Revolucionarios de América (sección estadounidense de la ICR) para discutir el resultado electoral y auténtico significado del fenómeno del trumpismo.

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La lucha por la revolución mundial – Editorial América Socialista número 37

Un tema clave del presente número es el internacionalismo. Publicamos un importante artículo de Fred Weston sobre cómo se construyó la Internacional Comunista. Es muy importante que nuestros jóvenes camaradas comprendan quiénes somos y de dónde venimos. La historia de nuestro movimiento es muy rica en enseñanzas y merece un estudio cuidadoso.

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Inundaciones en Valencia – el capitalismo es culpable

En este episodio de El fantasma del comunismo conversamos con Nacho Cases, de la Organización Comunista Revolucionaria en València, Estado español, acerca de las lluvias torrenciales que han dejado cientos de muertos e incontables daños materiales. Una terrible tragedia provocada por un fenómeno natural, pero agravada por la voracidad de la sed insaciable de beneficio privado del propio sistema capitalista.

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Carta de Trotski a revolucionarios sudafricanos

A principios de la década de 1930, el joven Partido Comunista de Sudáfrica (CPSA) entró en una profunda crisis. El partido quedó reducido a una secta irrelevante por una combinación de las desastrosas políticas de la Internacional Comunista estalinizada durante el llamado «Tercer Periodo», y un régimen interno tóxico, caracterizado por expulsiones burocráticas y agrios enfrentamientos personales.

En este periodo, varios grupos de comunistas que habían sido expulsados del partido o se habían marchado disgustados empezaron a unirse en torno a las ideas de la Oposición de Izquierda de Trotski. Uno de estos grupos de trotskistas sudafricanos de Ciudad del Cabo fundó el «Club Lenin» en julio de 1933, y comenzó a elaborar un programa político en agosto de 1934 con vistas a lanzar un partido político: el Partido Obrero de Sudáfrica.

Durante el proceso de redacción, surgieron importantes diferencias en el seno del grupo y la mayoría presentó una serie de tesis al Secretariado Internacional de la Oposición de Izquierda para que diera su opinión. En sus tesis, la mayoría rechazó la consigna de una «República Negra» en Sudáfrica, que en ese momento estaba planteando el estalinista CPSA, por considerarla una concesión excesiva al nacionalismo, en contraposición a la lucha unida de los trabajadores blancos y negros para derrocar al capitalismo y establecer un estado obrero al estilo de la Unión Soviética.

En su carta, Trotski abordó ésta y otras cuestiones relacionadas en el contexto sudafricano, explicando el vínculo entre las reivindicaciones «nacional democráticas», como la de una «República Negra», y la revolución socialista. 

Volvemos a publicar la carta de Trotski en su totalidad, 30 años después de las primeras elecciones democráticas en Sudáfrica, porque proporciona una breve pero brillante aplicación concreta del enfoque comunista a la lucha de liberación nacional de los pueblos oprimidos. 

La carta de Trotski también contiene una serie de ideas que han demostrado ser proféticas a la luz de los acontecimientos posteriores, en particular en lo que respecta al papel central de la lucha de clases en el movimiento para derrocar el apartheid; la traición de las claras demandas sociales de los trabajadores sudafricanos por parte de la dirección del Congreso Nacional Africano en la década de 1990; y el completo abandono de cualquier independencia política por parte del Partido Comunista Sudafricano, que impidió a la clase obrera desempeñar un papel independiente en la revolución sudafricana. 

30 años después, los objetivos sociales de la Revolución sudafricana siguen totalmente sin alcanzarse. Sólo una revolución socialista, dirigida por un partido independiente y revolucionario de la clase obrera, puede ofrecer una salida a la crisis a la que se enfrentan las masas sudafricanas.

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Es evidente que las tesis se escribieron basándose en un atento estudio de la situación económica y política de Sudáfrica y de la literatura marxista-leninista, especialmente la de los bolcheviques leninistas. La seria consideración científica de todos los problemas es una de las condiciones más importantes del éxito de una organización revolucionaria.

El ejemplo de nuestros amigos sudafricanos confirma una vez más el hecho de que en la época actual sólo los bolcheviques leninistas, es decir los revolucionarios proletarios coherentes, adoptan una actitud seria hacia la teoría, analizan la realidad y aprenden antes de ponerse a enseñar a los demás. La burocracia stalinista hace tiempo reemplazó el marxismo por una mezcla de ignorancia y desvergüenza.

En el siguiente artículo deseo hacer ciertas observaciones sobre el proyecto de tesis que servirá de programa al Partido Obrero de Sudáfrica. En ningún momento estas observaciones se oponen al texto de las tesis. Conozco demasiado poco las condiciones sudafricanas como para pretender dar una opinión concluyente sobre una serie de problemas políticos.

Únicamente en algunos puntos me veo obligado a manifestarme en desacuerdo con determinados aspectos del proyecto de tesis. Pero tampoco aquí, por lo que puedo juzgar desde lejos, tenemos diferencias de principios con los autores. Más bien se trata de algunas exageraciones polémicas producto de la lucha contra la perniciosa política nacional del estalinismo.

Pero es en interés de la causa no disimular ni siquiera las más leves inexactitudes del texto sino, por el contrario, plantearlas para que se discutan abiertamente y obtener así una redacción lo más clara y perfecta posible. Tal es el objetivo de estas líneas, dictadas por el deseo de brindar una ayuda a nuestros bolcheviques leninistas sudafricanos en la gran y responsable tarea a la que se hallan abocados.

Las posesiones sudafricanas de Gran Bretaña constituyen un dominio sólo desde el punto de vista de la minoría blanca. Desde la perspectiva de la mayoría negra, Sudáfrica es una colonia esclavizada.

No se puede pensar en ningún cambio social (en primer lugar en una revolución agraria) mientras el imperialismo británico retenga el dominio de Sudáfrica. El derrocamiento del imperialismo británico es tan indispensable para el triunfo del socialismo en Sudáfrica como en la propia Gran Bretaña.

Si, como es de suponer, la revolución comienza primero en Gran Bretaña, cuanto menos apoyo encuentre la burguesía inglesa en las colonias y dominios, incluso en una posesión tan importante como Sudáfrica, tanto más rápida será su derrota en su propio país. En consecuencia la lucha por la expulsión del imperialismo británico, sus instrumentos y sus agentes constituye una parte indispensable del Programa del partido proletario sudafricano.

¿Una república negra?

La liquidación de la hegemonía del imperialismo británico en Sudáfrica puede producirse como consecuencia de la derrota militar de Gran Bretaña y la desintegración del imperio. En este caso, durante un período que difícilmente sea prolongado los sudafricanos blancos todavía podrían mantener su dominación sobre los negros.

Otra posibilidad, que en la práctica está ligada con la primera, es una revolución en Gran Bretaña y en sus posesiones. Las tres cuartas partes de la población sudafricana (casi seis millones sobre un total de cerca de ocho) no son europeas. Es inconcebible una revolución victoriosa sin el despertar de las masas nativas. A la vez eso les dará lo que hoy les falta, confianza en sus propias fuerzas, una conciencia personal más elevada, un nivel cultural superior.

En estas condiciones, la república sudafricana surgirá antes que nada como una república “negra”; por supuesto esto no excluye la total igualdad para los blancos o las relaciones fraternales entre ambas razas; dependerá fundamentalmente de la conducta que adopten los blancos. Pero es obvio que la mayoría predominante de la población, liberada de su dependencia esclavizante, pondrá su impronta en el Estado.

Dado que una revolución victoriosa cambiará radicalmente no sólo la relación entre las clases sino también la relación entre las razas, y garantizará a los negros el lugar que les corresponde en el Estado de acuerdo a su número, la revolución social tendrá en Sudáfrica también un carácter nacional.

No tenemos la menor razón para cerrar los ojos ante este aspecto de la cuestión o para disminuir su importancia. Por el contrario, el partido proletario, abierta y audazmente, en las palabras y en los hechos, tiene que tomar en sus manos la solución del problema nacional (racial).

No obstante, el partido proletario puede y debe resolver el problema nacional con sus propios métodos. El arma histórica para la liberación nacional sólo puede ser la lucha de clases. Ya en 1924 la Comintern transformó el programa de liberación nacional de los pueblos coloniales en una hueca abstracción democrática que se eleva por sobre la realidad de las relaciones de clase. En la lucha contra la opresión nacional las distintas clases se liberan (circunstancialmente) de sus intereses materiales y se convierten en simples fuerzas “antiimperialistas”.

Para que estas espirituales “fuerzas” cumplan valientemente con el objetivo que les asigna la Comintern, se les promete como recompensa un espiritual Estado “nacional-democrático”, con la inevitable referencia a la fórmula de Lenin: “dictadura democrática del proletariado y del campesinado”.

Las tesis señalan que en 1917 Lenin descartó abiertamente, de una vez y para siempre, la fórmula de “dictadura democrática del proletariado y del campesinado” como condición necesaria para la solución del problema agrario. Esto es totalmente correcto.

Pero para evitar malentendidos tenemos que agregar: a) Lenin siempre habló de una dictadura revolucionaria democrático burguesa y no de un espiritual Estado “del pueblo”; b) en la lucha por la dictadura democrático burguesa, no planteó el bloque de todas las fuerzas anti zaristas sino que llevó a cabo una política proletaria de independencia de clase.

El bloque “anti zarista” era la idea de los socialrevolucionarios rusos y de los cadetes de izquierda, es decir de los partidos de la pequeña y mediana burguesía. Los bolcheviques siempre libraron una lucha irreconciliable contra estos partidos.

No podemos estar de acuerdo con la forma en que se expresan las tesis cuando afirman que la consigna de “República negra” es tan perniciosa para la causa revolucionaria como la consigna “Sudáfrica para los blancos”. Mientras que con la última se apoya la opresión más total, con la primera se dan los pasos iniciales hacia la liberación.

Tenemos que aceptar resueltamente y sin reservas el absoluto e incondicional derecho de los negros a la independencia. La solidaridad entre los trabajadores negros y blancos sólo se cultivará y fortalecerá en la lucha común contra los explotadores blancos.

Es su decisión 

Es posible que después del triunfo los negros no crean necesario formar un Estado negro separado en Sudáfrica. Por supuesto que no los obligaremos a implantarlo. Pero que tomen su decisión libremente, en base a su propia experiencia, no obligados por el sjambok (látigo) de los opresores blancos. Los revolucionarios proletarios nunca deben olvidar el derecho de las nacionalidades oprimidas a la autodeterminación, incluso a la separación plena, ni la obligación del proletariado de la nación opresora de defender este derecho con las armas en la mano si fuera necesario.

Las tesis señalan muy correctamente que en Rusia fue la Revolución de Octubre la que solucionó el problema nacional. Los movimientos democráticos nacionales eran impotentes de por sí para liquidar por su cuenta la opresión nacional del zarismo. Sólo porque el movimiento de las nacionalidades oprimidas y el movimiento agrario del campesinado dieron al proletariado la posibilidad de tomar el poder y establecer su dictadura, la cuestión nacional y el problema agrario encontraron una definitiva y audaz solución.

Pero esa conjunción de los movimientos nacionales con la lucha del proletariado por el poder fue políticamente posible debido a que los bolcheviques durante toda su historia libraron una lucha irreconciliable con los opresores gran rusos, apoyando siempre y sin reservas el derecho de las naciones oprimidas a su autodeterminación, incluso a la separación de Rusia.

Sin embargo, la política de Lenin respecto a las naciones oprimidas no tenía nada en común con la política de los epígonos. El Partido Bolchevique defendió el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas con los métodos de la lucha de clases proletaria, rechazando totalmente la charlatanería de los bloques “anti imperialistas” con los numerosos partidos nacionales pequeñoburgueses de la Rusia zarista (el Partido Socialista Polaco [PPS, partido de Pilsudsky en la Polonia zarista], Dashnaki en Armenia, los nacionalistas ucranianos, los judíos sionistas, etcétera).

Alianzas temporales

Los bolcheviques siempre desenmascararon implacablemente a estos partidos, así como a los socialrevolucionarios rusos, por sus vacilaciones y su aventurerismo, pero especialmente por su mentira ideológica de estar por encima de la lucha de clases. Lenin no cejó en su crítica intransigente aún cuando las circunstancias lo obligaron a concluir con ellos tal o cual acuerdo episódico, estrictamente práctico.

Quedaba fuera de toda discusión cualquier alianza permanente bajo la bandera del “anti zarismo”. Sólo gracias a esta irreconciliable política de clase logró el bolchevismo, en el momento de la Revolución, desplazar a los mencheviques, a los socialrevolucionarios, a los partidos pequeñoburgueses nacionales y nuclear alrededor del proletariado a las masas campesinas y a las nacionalidades oprimidas.

“No debemos -dicen las tesis- competir con el Congreso Nacional Africano con consignas nacionalistas para ganar a las masas nativas”. La idea en sí misma es correcta, pero hay que ampliarla concretamente. Como no estoy suficientemente al tanto de las actividades del Congreso Nacional, no puedo más que basarme en analogías para delinear una política respecto a él; desde ya aclaro que estoy dispuesto a introducir en mis recomendaciones todas las modificaciones necesarias.

  1. Los bolcheviques leninistas deben salir en defensa del Congreso, tal como éste es, en todos los casos en que lo ataquen los opresores blancos y sus agentes chovinistas en las filas de las organizaciones obreras.
  2. Los bolcheviques leninistas han de dar más importancia a las tendencias progresivas del programa del Congreso que a sus tendencias reaccionarias.
  3. Los bolcheviques leninistas denunciarán ante las masas nativas la incapacidad del Congreso de lograr la concreción incluso de sus propias reivindicaciones, debido a su política superficial y conciliadora. A diferencia del Congreso, los bolcheviques leninistas llevan adelante un programa revolucionario de lucha de clases.
  4. Son admisibles los acuerdos episódicos con el Congreso, si las circunstancias obligan a tomarlos, sólo dentro del marco de tareas prácticas estrictamente definidas, manteniendo la independencia total y absoluta de nuestra organización y nuestra libertad de crítica política. 

Las tesis no plantean como consigna política fundamental un “Estado nacional-democrático” sino un “Octubre” sudafricano. Demuestran convincentemente que :

a) en Sudáfrica el problema nacional y el problema agrario coinciden básicamente.
b) Ambos problemas sólo se podrán resolver de manera revolucionaria.
c) La solución de estos problemas lleva inevitablemente a la dictadura del proletariado, que dirigirá a las masas campesinas nativas.
d) La dictadura del proletariado abrirá una era de régimen soviético y reconstrucción socialista. Esta conclusión es la piedra angular de toda la estructura del programa. 

En esto estamos en total acuerdo.

Pero hay que llevar a las masas a esta formulación “estratégica” general por medio de una serie de consignas tácticas. En cada etapa determinada sólo se podrá elaborar estas consignas en base a un análisis de las circunstancias concretas de la vida y de la lucha del proletariado y del campesinado y del conjunto de la situación interna e internacional. Sin profundizar en esta materia, quiero encarar brevemente las relaciones recíprocas entre las consignas nacionales y las agrarias.

Las tesis señalan varias veces que se debe privilegiar las reivindicaciones agrarias por sobre las nacionales. Esta es una cuestión muy importante, que merece un serio análisis. Dejar a un lado o debilitar las consignas nacionales para no chocar con los chovinistas blancos en las filas de la clase trabajadora sería, por supuesto, un oportunismo criminal, totalmente ajeno a los autores y partidarios de las tesis. Esto surge claramente del contexto de las tesis, imbuidas del espíritu del internacionalismo revolucionario.

Las tesis plantean de manera admirable que a esos “socialistas” que luchan por los privilegios de los blancos “tenemos que señalarlos como los mayores enemigos de la revolución”. Por lo tanto debemos buscar otra explicación, brevemente señalada en el mismo texto: las masas campesinas nativas atrasadas sienten mucho más directamente la opresión agraria que la opresión nacional.

Es muy posible. La mayor parte de los nativos son campesinos; el grueso de la tierra está en manos de una minoría blanca. Durante su lucha por la tierra, los campesinos rusos depositaron mucho tiempo su fe en el zar y se negaban obstinadamente a sacar conclusiones políticas.

Hubo un período muy prolongado en que el campesino sólo aceptó la primera parte de la consigna tradicional de la intelectualidad revolucionaria, “Tierra y Libertad”. Fueron necesarias décadas de malestar rural y la influencia y la acción de los trabajadores urbanos para que el campesinado relacionara ambas consignas.

El pobre bantú esclavizado difícilmente deposite más esperanzas en Mac Donald que en el rey británico. Pero este gran atraso político también se refleja en la falta de conciencia nacional. A la vez siente muy agudamente la opresión fiscal y la del terrateniente. Dadas estas condiciones, la propaganda puede y debe partir ante todo de las consignas de revolución agraria, para llegar así, paso a paso, a través de la experiencia de la lucha, a que el campesinado extraiga las necesarias conclusiones políticas y nacionales.

El papel de los trabajadores avanzados

Si estas consideraciones hipotéticas son correctas, entonces más que el programa mismo nos interesan las vías y medios de llevar este programa a la conciencia de las masas nativas.

Teniendo en cuenta la pequeña cantidad de cuadros revolucionarios con que contamos y la extrema dispersión del campesinado, en el futuro inmediato, al menos, sobre éste podrán influir fundamentalmente, si no exclusivamente, los obreros avanzados. En consecuencia, es muy importante educar a los obreros avanzados en la clara comprensión del significado de la revolución agraria para el destino histórico de Sudáfrica.

El proletariado del país está constituido por parias negros atrasados y una privilegiada, arrogante, casta de blancos. Aquí reside la principal dificultad. Como lo plantean correctamente las tesis, las convulsiones económicas del capitalismo putrefacto tienen que sacudir brutalmente las viejas barreras y facilitar la confluencia revolucionaria.

De todos modos, el peor crimen de parte de los revolucionarios sería hacer la menor concesión a los privilegios y prejuicios de los blancos. Quien le da aunque sea el dedo meñique al demonio del chovinismo está perdido.

El partido revolucionario tiene que plantearle a todo obrero blanco la siguiente alternativa: o con el imperialismo británico y la burguesía blanca de Sudáfrica, o con los trabajadores y campesinos negros contra los señores feudales y esclavistas blancos y sus agentes en las filas de la clase obrera.

El derrocamiento de la dominación británica sobre la población negra de Sudáfrica no significará, por supuesto, la ruptura económica y cultural con la ex madre patria si ésta se libera de la opresión de sus bandidos imperialistas. La Inglaterra soviética podrá ejercer una poderosa influencia económica y cultural sobre Sudáfrica a través de los blancos que en los hechos, en la lucha real, ligaron su destino al de los actuales esclavos coloniales. Esta influencia no se apoyará en la dominación sino en una recíproca cooperación proletaria.

Pero posiblemente será mucho más importante la influencia de la Sudáfrica soviética sobre el conjunto del continente negro. Ayudar a los negros a alcanzar a la raza blanca para ascender con ella a nuevas cimas culturales será uno de los grandes y nobles objetivos del socialismo victorioso.

Para concluir quiero decir unas palabras sobre el problema de la organización legal o ilegal, en lo que hace a la formación del partido.

Las tesis subrayan correctamente la ligazón inseparable entre organización y tareas revolucionarias, y la necesidad de complementar el aparato legal con un aparato ilegal. Por supuesto, nadie propone crear un aparato ilegal para que cumpla las funciones que en las condiciones actuales puede llevar a cabo un aparato legal.

Pero si se aproxima una crisis política hay que crear núcleos ilegales especiales del partido que se desarrollarán en tanto las circunstancias lo requieran. Una parte del trabajo, y por cierto muy importante, en ninguna situación puede llevarse a cabo abiertamente, ante los ojos de los enemigos de clase.

Sin embargo, en la etapa actual la forma más importante de trabajo legal o semilegal de los revolucionarios es el que se desarrolla en las organizaciones de masas, especialmente en los sindicatos. Los dirigentes sindicales son la policía oficiosa del capitalismo y combaten despiadadamente a los revolucionarios.

Tenemos que ser capaces de trabajar en las organizaciones de masas y evitar caer bajo los golpes del aparato reaccionario. Esta es una parte importante -para este período la más importante del trabajo ilegal. Un grupo revolucionario que actúa en un sindicato, si aprendió en la práctica todas las normas conspirativas necesarias, podrá clandestinizar su trabajo cuando las circunstancias lo exijan.

Lenin: Esbozo inicial de las Tesis sobre los problemas nacional y colonial

Lenin siempre comprendió la relación entre la lucha por la liberación nacional y la revolución socialista mundial. Sin su defensa de principios del derecho de las naciones a la autodeterminación, los bolcheviques nunca habrían logrado tomar el poder en Rusia, que estaba compuesta por más de 130 grupos nacionales reconocidos.

Tras la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, se estaba produciendo un inmenso despertar nacional en las colonias y semicolonias dominadas por el imperialismo. Lenin reconoció el enorme potencial revolucionario de estos movimientos y condenó la hipocresía de los partidos de la llamada Internacional Socialista, que hablaban de boquilla de la igualdad y la «fraternidad» de las naciones, mientras apoyaban tácitamente a sus propias clases dominantes imperialistas.

En este contexto, Lenin preparó sus «Esbozos de la tesis sobre las cuestiones nacionales y coloniales» en junio de 1920. Éstas se sometieron a debate en el II Congreso de la Internacional Comunista, al que asistieron 30 delegados de países coloniales y semicoloniales, entre ellos China, India, México y Palestina.

Publicamos aquí el esbozo de la tesis de Lenin porque ofrecen el resumen más claro posible del genuino enfoque marxista de la lucha de las naciones oprimidas contra el imperialismo. Hoy en día, las tesis siguen ofreciendo una guía vital para los comunistas que luchan por la aniquilación del imperialismo en el contexto de un fermento revolucionario en todo el mundo.


5 de junio de 1920

1. A la democracia burguesa le es propio, por su naturaleza misma, un modo abstracto o formal de plantear el problema de la igualdad en general, incluida la igualdad nacional. La democracia burguesa proclama, a título de igualdad del individuo en general, la igualdad formal o jurídica entre el propietario y el proletario, entre el explotador y el explotado, con lo que hace víctimas del mayor engaño a las clases oprimidas. La idea de la igualdad, que es de por sí un reflejo de las relaciones de la producción mercantil, es transformada por la burguesía en una arma de lucha contra la supresión de las clases, so pretexto de una pretendida igualdad absoluta de las personas. El verdadero sentido de la reivindicación de igualdad no consiste sino en exigir la supresión de las clases.

2. De acuerdo con su tarea fundamental de luchar contra la democracia burguesa y denunciar su falsedad e hipocresía, el Partido Comunista, intérprete consciente de la lucha del proletariado por derrocar el yugo de la burguesía, debe considerar también fundamental, en lo que respecta al problema nacional, no principios abstractos o formales, sino: 1) apreciar con exactitud la situación histórica concreta y, ante todo, la situación económica; 2) destacar los intereses de las clases oprimidas, de los trabajadores, de los explotados, distinguiendolos con absoluta claridad del concepto general de intereses de toda la nación en su conjunto, que significa los intereses de la clase dominante; 3) establecer asimismo una neta diferencia entre naciones oprimidas, dependientes, carentes de igualdad de derechos, y naciones opresoras, explotadoras, soberanas, en oposición a la mentira democrática burguesa que encubre la esclavización colonial y financiera -propia de la época del capital financiero y del imperialismo- de la inmensa mayoría de la población de la Tierra por una insignificante minoría de países capitalistas adelantados y muy ricos.

3. La guerra imperialista de 1914-1918 ha puesto de relieve con particular claridad ante todas las naciones y ante las clases oprimidas del mundo entero la mendacidad de la fraseología democrática burguesa, demostrando en la práctica que el Tratado de Versalles, dictado por las decantadas «democracias occidentales», constituye una violencia aún más feroz e infame sobre las naciones débiles que el Tratado de Brest-Litovsk, impuesto por los junkers alemanes y el kaiser. La Sociedad de Naciones, así como toda la política de posguerra de la Entente, revela con mayor evidencia y de un modo más tajante aún esta verdad, intensificando por doquier la lucha revolucionaria, tanto del proletariado de los países avanzados como de todas las masas trabajadoras de las colonias y de los países dependientes, y acelerando el desvanecimiento de las ilusiones nacionales pequeñoburguesas sobre la posibilidad de la convivencia pacífica y la igualdad de las naciones bajo el capitalismo.

4. De los principios básicos expuestos más arriba se deduce que la piedra angular de toda la política de la Internacional Comunista, en lo que al problema nacional y colonial se refiere, debe consistir en unir a los proletarios y a las masas trabajadoras de todas las naciones y de todos los países para la lucha revolucionaria conjunta por el derrocamiento de los terratenientes y de la burguesía. Porque solo una unión de este tipo garantiza el triunfo sobre el capitalismo, sin el cual es imposible suprimir la opresión y la desigualdad nacionales.

5. La situación política mundial ha puesto ahora a la orden del dia la dictadura del proletariado, y todos los hechos de la política internacional convergen de modo inevitable en un punto central, a saber: la lucha de la burguesía mundial contra la República Soviética de Rusia, que agrupa necesariamente a su alrededor, de una parte, los movimientos de los obreros de vanguardia de todos los países en pro del régimen sovietico y, de otra parte, todos los movimientos de liberación nacional de las colonias y de los pueblos oprimidos, los cuales se convencen por amarga experiencia de que para ellos no existe otra salvación que la victoria del Poder de los Soviets sobre el imperialismo mundial.

6. Por lo tanto, en la actualidad no hay que limitarse a reconocer o proclamar simplemente la necesidad de una unión más estrecha entre los trabajadores de las distintas naciones, sino que es preciso aplicar una política que convierta en realidad la alianza más estrecha de todos los movimientos de liberación nacional y colonial con la Rusia Soviética, haciendo que las formas de esta unión estén en consonancia con el grado de desarrollo del movimiento comunista en el seno del proletariado de cada país o del movimiento democratico burgues de liberación de los obreros y campesinos en los países atrasados o entre las naciones atrasadas.

7. La federación es la forma de transición a la unidad completa de los trabajadores de las diversas naciones. Ha revelado ya en la práctica su conveniencia tanto en las relaciones entre la República Socialista Federativa Soviética de Rusia y las otras repúblicas soviéticas (de Hungría, de Finlandia y de Letonia, en el pasado, y de Azerbaidzhán y de Ucrania, en el presente) como dentro de la misma RSFSR, en lo referente a las naciones que antes carecían de Estado propio y de autonomía (por ejemplo, las repúblicas autónomas de Bashkiria y de Tartaria en la RSFSR, fundadas en 1919 y 1920, respectivamente).

8. En este sentido, la tarea de la Internacional Comunista consiste en seguir desarrollando estas nuevas federaciones, que surgen sobre la base del régimen sovietico y del movimiento sovietico, y en estudiar y comprobar su experiencia. Al reconocer la federación como forma de transición a la unidad completa, es necesario tender a estrechar cada vez más la unión federativa, teniendo presente, primero, que sin la alianza más estrecha de las repúblicas soviéticas es imposible salvaguardar su existencia, cercadas por las potencias imperialistas del mundo entero, incomparablemente más poderosas en el sentido militar; segundo, que es imprescindible una estrecha alianza económica de las repúblicas soviéticas, sin lo cual no es posible restablecer las fuerzas productivas destruidas por el imperialismo ni asegurar el bienestar de los trabajadores, y tercero, que la tendencia a crear una economía mundial única, regulada de acuerdo con un plan general por el proletariado de todas las naciones, se ha revelado ya con plena nitidez en el capitalismo y deberá desarrollarse, sin duda alguna, hasta realizarse por completo en el socialismo.

9. En el terreno de las relaciones dentro del Estado, la política nacional de la Internacional Comunista no puede circunscribirse a un simple reconocimiento formal -puramente declarativo y que, en la práctica, no obliga a nada- de la igualdad de las naciones, cosa que hacen los demócratas burgueses, ya se presenten sin rebozo como tales o se encubren con el título de socialistas, a semejanza de los socialistas de la II Internacional.

No basta con que en toda la labor de agitación y propaganda de los partidos comunistas -tanto desde la tribuna parlamentaria como fuera de ella- se denuncien implacablemente las continuas violaciones de la igualdad de las naciones y de las garantías de los derechos de las minorías nacionales en todos los Estados capitalistas, a despecho de sus instituciones «democráticas». Ademas de eso, es preciso: 1) explicar de manera constante que solo el regimen sovietico puede proporcionar realmente la igualdad de derechos de las naciones, uniendo primero a los proletarios, y luego a toda la masa de los trabajadores, en la lucha contra la burguesia, y 2) que todos los partidos comunistas presten una ayuda directa al movimiento revolucionario en las naciones dependientes o que no gozan de igualdad de derechos (por ejemplo, en Irlanda, entre los negros de EE.UU., etc.) y en las colonias.

Sin esta última condición, de suma importancia, la lucha contra la opresión de las naciones dependientes y de las colonias, lo mismo que el reconocimiento de su derecho a separarse y formar un Estado aparte, siguen siendo un rótulo falaz, como vemos en los partidos de la II Internacional.

10. El reconocimiento verbal del internacionalismo y su sustitución efectiva, en toda la propaganda, la agitación y la labor práctica, por el nacionalismo y el pacifismo pequeñoburgueses es el fenómeno más común no solo entre los partidos de la II Internacional, sino también entre los que abandonaron esta organización y, con frecuencia, incluso entre los que ahora se llaman comunistas. La lucha contra este mal, contra los prejuicios nacionales pequeñoburgueses más arraigados, pasa tanto más al primer piano cuanto mayor es la actualidad de la tarea de transformar la dictadura del proletariado, convirtiéndola de nacional (es decir, existente en un solo país e incapaz de determinar la política mundial) en internacional (es decir, en dictadura del proletariado existente, por lo menos, en varios países avanzados y capaz de influir de manera decisiva en toda la política mundial). El nacionalismo pequeñoburgués llama internacionalismo al mero reconocimiento de la igualdad de derechos de las naciones (que tiene un carácter puramente verbal), manteniendo intacto el egoísmo nacional, en tanto que el internacionalismo proletario exige: 1) que los intereses de la lucha proletaria en un país sean subordinados a los intereses de esta lucha a escala mundial; 2) que la nación que ha triunfado sobre la burguesía sea capaz y esté dispuesta a hacer los mayores sacrificios nacionales en aras del derrocamiento del capital internacional. 

Así pues, en los Estados ya completamente capitalistas, en los que actúan partidos obreros que son la verdadera vanguardia del proletariado, la tarea esencial y primordial consiste en combatir las deformaciones oportunistas y pacifistas pequeñoburguesas de la concepción y la política del internacionalismo.

11. En lo que respecta a los Estados y las naciones más atrasados, donde predominan las relaciones feudales o patriarcales y patriarcal-campesinas, es preciso tener presente, en particular:

Primero, la necesidad de que todos los partidos comunistas ayuden al movimiento democratico burgues de liberación en dichos países; el deber de prestar la ayuda más activa incumbe, en primer término, a los obreros del país del que la nación atrasada depende en el aspecto financiero o como colonia;

Segundo,  la necesidad de luchar contra el clero y demás elementos reaccionarios y medievales, que tienen influencia en los países atrasados;

Tercero, la necesidad de luchar contra el panislamismo y otras corrientes semejantes, que tratan de combinar el movimiento de liberación contra el imperialismo europeo y norteamericano con el fortalecimiento de las posiciones de los kanes, de los latifundistas, de los mulahs, etc.;

Cuarto, la necesidad de apoyar especialmente en los países atrasados el movimiento campesino contra los terratenientes, contra la gran propiedad agraria, contra toda manifestación o reminiscencia del feudalismo, y esforzarse por dar al movimiento campesino el carácter más revolucionario, estableciendo la alianza más estrecha posible entre el proletariado comunista de Europa Occidental y el movimiento revolucionario de los campesinos en Oriente, en las colonias y en los países atrasados en general; es preciso, en particular, orientar todos los esfuerzos a aplicar los postulados fundamentales del régimen sovietico en los países en que predominan las relaciones precapitalistas, creando «Soviets del pueblo trabajador», etc.; 

Quinto, la necesidad de combatir con decision la tendencia a teñir de color comunista las corrientes liberadoras democraticas burguesas en los paises atrasados; la Internacional Comunista debe apoyar los movimientos nacionales democraticos burgueses en las colonias y en los paises atrasados solo a condicion de que los elementos de los futuros partidos proletarios -comunistas no solo de nombre- se agrupen y eduquen en todos los paises atrasados para adquirir plena conciencia de la mision especial que les incumbe: luchar contra los movimientos democraticos burgueses dentro de sus respectivas naciones; la Internacional Comunista debe concluir una alianza temporal con la democracia burguesa de las colonias y de los paises atrasados, pero no fusionarse con ella, sino proteger a toda costa la independencia del movimiento proletario, incluso en sus formas mas rudimentarias;

Sexto, la necesidad de explicar y denunciar inflexiblemente ante las grandes masas trabajadoras de todos los países, y en particular de los atrasados, el engaño a que recurren de modo sistemático las potencias imperialistas, las cuales crean, bajo el aspecto de Estados independientes en el terreno político, Estados que dependen de ellos por completo en el sentido económico, financiero y militar; en la presente situación internacional, las naciones dependientes y débiles no tienen otra salvación que la unión de repúblicas soviéticas.

12. La opresión secular de las colonias y de los pueblos débiles por las potencias imperialistas ha despertado en las masas trabajadoras de los países oprimidos tanto rencor como desconfianza hacia las naciones opresoras en general, incluido también el proletariado de estas naciones. La vil traición al socialismo por la mayoría de los líderes oficiales de este proletariado durante los años de 1914 a 1919, cuando, invocando «la defensa de la patria», encubrieron al estilo socialchovinismo la defensa del «derecho» de «su propia» burguesía a oprimir a las colonias y expoliar a los países dependientes en el sentido financiero, no ha podido menos de acentuar esta desconfianza, legítima en extremo. Por otra parte, cuanto más atrasado es un país, tanto más fuertes son en él la pequeña producción agrícola, el estado patriarcal y el aislamiento, que infunden de manera inevitable un vigor y una firmeza singulares a los más profundos prejuicios pequeñoburgueses, a saber: los prejuicios del egoísmo nacional y de la limitación nacional. La extinción de esos prejuicios pequeñoburgueses más arraigados, a saber: los prejuicios de egoísmo nacional, de estrechez nacional. La extinción de esos prejuicios es necesariamente un proceso muy lento, puesto que sólo pueden desaparecer después de la desaparición del imperialismo y el capitalismo en los países avanzados y una vez que cambie radicalmente toda la base de la vida económica de los países atrasados. De ahí surge el deber, para el proletariado comunista consciente de todos los países, de demostrar circunspección y atención particulares frente a las supervivencias de los sentimientos nacionales en los países y en las nacionalidades que han sufrido una prolongadísima opresión; asimismo es su deber hacer ciertas concesiones con el fin de apresurar la desaparición de esa desconfianza y esos prejuicios. La causa del triunfo sobre el capitalismo no puede tener su remate eficaz si el proletariado, y luego todas las masas trabajadoras de todos los países y naciones del mundo entero, no demuestran una aspiración voluntaria a la alianza y a la unidad.

Los címenes del imperialismo francés en Camerún

La lucha del pueblo de Camerún contra la opresión imperialista contiene muchas lecciones para los revolucionarios de toda África y del mundo. Todavía hoy en día puede sentirse el legado de la guerra sucia emprendida por el imperialismo francés para aplastar esa lucha. En este artículo, Jules Legendre explica cómo Francia llegó a gobernar Camerún y los métodos que utilizó para mantener su dominación, incluso después de la independencia formal del país en 1960.

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Entre 1955 y 1970, el imperialismo francés desencadenó una guerra despiadada contra las masas de Camerún para preservar su dominio sobre el país. Mientras que los crímenes del imperialismo francés en Argelia durante el mismo período ahora son reconocidos (a regañadientes) por la mayoría de los políticos burgueses, los crímenes de la clase dominante francesa en Camerún siguen siendo negados o minimizados.

Un número creciente de trabajos han comenzado a aclarar los métodos con los que el imperialismo francés mantuvo su control sobre Camerún, incluso después de su independencia formal en 1960. Los comunistas deberían acoger con satisfacción esta evolución, independientemente de las conclusiones limitadas a las que tienden a llegar los autores académicos de estos trabajos. El estudio de los crímenes del imperialismo francés en Camerún, de la lucha llevada a cabo por la Unión de los Pueblos de Camerún (UPC) y de su derrota final, encierran importantes lecciones para la lucha contra el imperialismo en la actualidad. 

Colonización

Camerún no fue colonizado originalmente por Francia. En la década de 1860, empresas alemanas establecieron puestos comerciales en la costa del Golfo de Guinea, con el objetivo de exportar sus mercancías al interior del continente africano. En 1885, la Conferencia de Berlín confirmó la soberanía alemana sobre lo que se conoció como «Kamerun».

La gran oleada de colonización del siglo XIX, que repartió Asia y África entre un puñado de potencias imperialistas, no estuvo motivada ni por la sed de conquista de unos pocos militares o políticos ávidos de poder, ni por la intención de «civilizar» estos continentes. El objetivo principal de la colonización era garantizar campos para la exportación de capital, fuentes de materias primas y mercados cautivos para las grandes potencias. La brutal explotación de la población local permitía obtener superbeneficios, mientras que el dominio directo de los nuevos mercados por parte de la metrópoli colonial permitía protegerlos de la competencia de otras potencias mediante un monopolio legal o, como mínimo, mediante exorbitantes aranceles aduaneros.

El capitalismo alemán se desarrolló más tarde que sus rivales, por lo que llegó tarde a esta carrera por la dominación imperialista. Cuando se lanzó a la conquista de sus propias colonias en la década de 1880, gran parte de África y Asia ya habían sido ocupadas por Gran Bretaña, Francia, España y Portugal.

Esta situación era insostenible desde el punto de vista del capitalismo alemán. A medida que su economía crecía, Alemania se veía cada vez más presionada por la falta de salidas para sus productos y capitales. Por ello, Berlín entró en confrontación con las potencias coloniales ya establecidas, encabezadas por Francia y Gran Bretaña. Fue este enfrentamiento el que condujo a la Primera Guerra Mundial.

Tras la derrota de Alemania en 1918, sus escasas colonias se repartieron entre los vencedores. Para dar a este reparto una apariencia «humanitaria», la Sociedad de Naciones (precursora de las Naciones Unidas) concedió a estas colonias un estatuto especial: el de territorios «bajo mandato». Oficialmente, la «potencia mandataria» se encargaba de trabajar por el «desarrollo» de los pueblos indígenas hasta que pudieran llegar a ser independientes o autónomos. En la práctica, los territorios bajo mandato eran gestionados como todas las demás colonias por sus nuevos colonizadores. En cuanto a la Sociedad de Naciones -esa «cocina de ladrones», como decía Lenin- no tenía nada más que decir al respecto.

El Kamerun alemán quedó así dividido en 1919. En el noroeste, dos pequeños territorios se añadieron a las posesiones del Imperio Británico, mientras que la mayor parte se convirtió en el Camerún francés. Privada de todo derecho democrático, la población indígena fue sometida a trabajos forzados. Las empresas francesas dominaron por completo la economía del territorio. Aceite de palma, plátanos, hule, cacao, etc. – todos estos recursos enriquecieron a la burguesía francesa, que también encontró importantes mercados en las colonias, que se convirtieron en los principales socios comerciales de Francia en la década de 1930.

Unión de los Pueblos de Camerún

La Segunda Guerra Mundial sacudió el imperio colonial francés. Su prestigio se vio minado por la derrota de 1940 y la ocupación nazi de Francia. Además, el líder de la «Francia Libre», Charles De Gaulle, prometió nuevos derechos a la población autóctona para ganarse el apoyo de las colonias durante la guerra.

Al final de la guerra, los resultados de estas reformas fueron irrisorios. Los pocos derechos concedidos permitieron a un puñado de indígenas privilegiados sentarse en la Asamblea Nacional de París. Pero, en general, la situación seguía siendo la misma. Las autoridades coloniales sometieron a la población a un control implacable y a una represión feroz. En septiembre de 1945, por ejemplo, estalló en Duala una huelga de ferroviarios que muy pronto adquirió carácter de movimiento de masas. Casi 100 personas murieron en la represión. Los huelguistas fueron incluso bombardeados desde el cielo.

En esa época se formaron «círculos de estudio marxistas» en las colonias francesas de África Occidental. Reunidos en torno a sindicalistas franceses, miembros del Partido Comunista Francés, los jóvenes trabajadores autóctonos descubrían las ideas del movimiento obrero europeo y debatían los problemas políticos de las colonias. En Camerún, el profesor Gastón Donnat organizó un pequeño círculo en el que participaron varios funcionarios indígenas. Donnat fue finalmente expulsado por la policía, pero de este círculo surgieron los líderes del principal movimiento político en la lucha por la independencia: la Unión de los Pueblos de Camerún (UPC).

La UPC se fundó oficialmente en 1948 y creció rápidamente, gracias sobre todo a sus estrechos vínculos con el movimiento obrero y los sindicatos cameruneses, de los que procedían la mayoría de los cuadros del partido, empezando por su principal dirigente: Ruben Um Nyobé. De 100 miembros en 1948, pasó a 7.000 en 1949 y a 14.000 en 1950. En la primera mitad de los años 50, contaba con casi 20.000 militantes cuyas actividades abarcaban casi todo el país.

Los «upecistas», como se les conocía, eran luchadores decididos y no dudaban en enfrentarse a la represión colonial, pero su programa era totalmente reformista. Su objetivo oficial era obligar a la potencia colonial a respetar los términos del mandato otorgado por la Sociedad de Naciones y confirmado por la ONU en 1946: preparar a Camerún para la independencia. Para conseguirlo, la UPC pretendía atenerse estrictamente al marco legal impuesto por el colonialismo francés, como demostración de seriedad y buena voluntad, y enviar quejas a la ONU, de la que esperaba una reacción positiva. La UPC pretendía superar todas las «divisiones ideológicas», es decir, de clase. La idea era unir a «todos los cameruneses» en la lucha contra el colonialismo. En 1953, Nyobé afirmaba que «los pueblos coloniales no pueden hacer la política de un partido, ni la de un Estado, ni, más aún, la de un hombre. Los pueblos coloniales hacen su propia política, que es la política de la liberación del yugo colonial». 

Esta ausencia de un punto de vista de clase claramente definido fue uno de los principales defectos de la política de la UPC. Ni la reforma agraria, que podría haber ayudado a movilizar a los campesinos más pobres pero habría enfadado a los jefes tradicionales, ni el control obrero en las pocas fábricas de Camerún estaban incluidos en su programa. 

La burguesía indígena

El primer obstáculo en el camino de la UPC fue su propia creencia, totalmente infundada, de que la ONU podía ayudar a los pueblos colonizados. Como la Sociedad de Naciones en su día, la ONU no es independiente de las clases sociales ni de las grandes potencias imperialistas. En consecuencia, las quejas de la UPC ante esta institución sólo suscitaron indiferencia o, en el mejor de los casos, protestas puramente verbales.

Las ilusiones de los dirigentes de la UPC sobre el papel de la ONU eran una prolongación de su negativa a adoptar un punto de vista de clase claramente definido. Pretendían situarse «por encima» de las clases sociales. Hay que decir que, en aquella época, este grave error estaba en consonancia con lo que los miembros estalinistas del PCF enseñaban en los «círculos marxistas» que organizaban en las colonias. La idea que subyacía a este error fue resumida muy bien por un teórico del PCF de la época, Yves Benot, en 1960: 

«La existencia del hecho colonial hace de la unidad en la lucha nacional una prioridad, por encima de las diferencias que puedan surgir en el seno de la nación colonizada… Mientras exista la dominación colonial, el proceso de diferenciación de clases queda necesariamente enmascarado y frenado por las exigencias de la lucha nacional, mientras que este proceso sólo puede acelerarse tras la independencia.»

En otras palabras, en nombre de las «reivindicaciones de la lucha nacional», la clase obrera camerunesa no debía tratar de dirigir esta lucha y darle un carácter socialista, sino que debía tratar de «unir a todos los cameruneses».

Esta política estaba en contradicción directa con la realidad objetiva. Contrariamente a lo que creía Yves Benot, la población autóctona estaba efectivamente dividida en función de las clases. Por ejemplo, para asegurar su dominio, el poder colonial se apoyaba en los llamados «jefes indígenas». Se suponía que eran líderes comunitarios «tradicionales», pero en realidad eran seleccionados por la administración colonial, que reconocía su autoridad y los convertía en sus agentes oficiales, favoreciendo a los que eran leales y sustituyendo a los demás. La división de clases entre los jefes y los campesinos pobres se vio así reforzada por la dominación francesa. 

También se desarrolló una pequeña clase obrera indígena, formada por los empleados de las pocas empresas modernas establecidas en las grandes ciudades como Duala y Yaundé, así como por los numerosos pequeños funcionarios de la administración colonial. Por último, el desarrollo del capitalismo en Camerún dio lugar a la aparición de una pequeña burguesía comercial, e incluso a la aparición de una embrionaria burguesía indígena, que sirvió de intermediaria al capital francés y ocupó los escaños concedidos a Camerún en la Asamblea Nacional francesa.

Estas clases sociales no tenían todas los mismos intereses. La pequeña burguesía indígena dependía totalmente del imperialismo francés, del que no deseaba separarse. Por su parte, los jefes tradicionales son radicalmente hostiles a cualquier idea de reforma agraria, sin la cual sería imposible sacar a la masa de campesinos de la pobreza. Así pues, la clase obrera y los campesinos pobres tenían que enfrentarse no sólo al régimen colonial, sino también a la fracción de la población indígena que se beneficiaba de él. Al intentar unir a todas estas clases en una lucha común, la UPC se estaba condenando al fracaso.

Revolución permanente

Esta situación no es exclusiva de Camerún. Se puede encontrar en todos los países en los que el capitalismo se desarrolló tardíamente y fue introducido desde el exterior, a través del influjo de capital extranjero. Fue para encontrar una solución a un problema similar en la Rusia zarista que el marxista León Trotski desarrolló su teoría de la «revolución permanente» en 1905. Como la burguesía rusa estaba a la vez sometida a los intereses de los inversores imperialistas, atada a los grandes terratenientes y dependiente del Estado zarista, no podía combatir seriamente a ninguno de ellos y sacar al país de su estado de atraso extremo.

Por lo tanto, explicó Trotski, la dirección de la revolución tenía que recaer en la clase obrera, que tenía que ganarse el apoyo del campesinado y, sobre esa base, tomar el poder. Entonces la clase obrera podría completar las tareas de la revolución democrático-burguesa: el derrocamiento del despotismo zarista y la concesión de derechos democráticos; la igualdad para las nacionalidades oprimidas en el imperio; la expropiación de la aristocracia terrateniente y la iglesia; y la distribución de la tierra al campesinado. Sin embargo, al tomar el poder, la clase obrera comenzaría inevitablemente a llevar a cabo las tareas de la revolución socialista, que sólo podrían consolidarse si la revolución se desarrollaba a escala internacional.

Adoptada por los bolcheviques en 1917, con las Tesis de Abril de Lenin, fue esta perspectiva la que condujo a la victoria de la Revolución Rusa. Sin embargo, fue completamente abandonada por la contrarrevolución estalinista en la URSS, que infectó a la Internacional Comunista con un enfoque oportunista y «etapista» de la revolución colonial. En todo el mundo, los partidos comunistas estalinizados ataron de pies y manos a los obreros avanzados a la supuesta burguesía «progresista» o «patriótica» de las colonias, con resultados desastrosos. 

Sin embargo, la teoría de la revolución permanente sigue siendo indispensable en todos los países sometidos al yugo del colonialismo o del imperialismo. La lucha por una auténtica liberación nacional era -y sigue siendo- inseparable de la lucha de clases y de la lucha por el socialismo. La historia de Camerún es una perfecta demostración de ello, pero trágicamente de manera negativa.

Represión feroz

Aunque las reivindicaciones y los métodos de la UPC eran muy moderados, la simple exigencia democrática de igualdad de derechos para nativos y colonos era, no obstante, un ataque directo al orden colonial. Además, la UPC también abogaba por el fin de la dominación francesa de África y proclamaba su solidaridad con la «heroica lucha» del pueblo vietnamita contra el colonialismo francés. Todo ello provocó la abierta hostilidad de la administración y los colonos franceses, así como de la capa privilegiada de la población indígena que se beneficiaba de la colonización y aspiraba a mantener el statu quo.

La UPC sufrió un acoso constante. Los locales del partido eran asaltados regularmente, sus archivos confiscados y sus activistas detenidos o apaleados cada vez que intentaban organizar un acto público. Las autoridades coloniales también orquestaron una campaña de propaganda sistemática contra el partido. Los sacerdotes católicos apoyaron esta cruzada contra el supuesto peligro «comunista y pagano».

Para debilitar al partido, la administración francesa no dudó en crear partidos autóctonos rivales de la UPC, que retomaban sus consignas independentistas pero les daban un contenido diferente: por ejemplo, estos partidos abogaban por la «independencia», pero sólo dentro de la «Unión Francesa», el nuevo disfraz oficial del imperio colonial francés tras la Segunda Guerra Mundial. Apoyados por las autoridades coloniales, estos partidos títere ganaron todas las elecciones rellenando urnas. En sus memorias, el funcionario colonial Guy Georgy se jactaba de haber lanzado la carrera política del futuro presidente camerunés Ahmadou Ahidjo: «Hice que le eligieran delegado en la Asamblea Territorial. Prácticamente conseguimos que la gente le votara metiendo papeletas en las urnas». Este simulacro de democracia era tanto más útil para las potencias coloniales cuanto que les permitía disponer de «representantes electos» del pueblo camerunés, de los que luego podían presumir en las asambleas de la ONU.

En estas condiciones, la UPC se radicalizó y, en 1955, exigió la independencia inmediata de Camerún, fuera de la Unión Francesa. A finales de mayo de 1955, después de que las manifestaciones de la UPC fueran prohibidas una vez más por las autoridades coloniales, estallaron disturbios en muchas ciudades, que fueron reprimidos ferozmente. La administración colonial aprovechó este pretexto para desatar una feroz campaña de terror contra la UPC. Sus oficinas fueron saqueadas e incendiadas en todo el país. Las autoridades también movilizaron a los jefes indígenas pro franceses, que crearon milicias para masacrar a los upecistas. En julio de 1955, la UPC fue prohibida oficialmente. Sus activistas y dirigentes, que habían escapado a las detenciones y los asesinatos, pasaron a la clandestinidad. Fue el comienzo de una guerra colonial que se desarrollaría en la sombra.

Guerra colonial

Mientras que la guerra de Argelia, que estalló a finales de 1954, aparece a menudo en las páginas de la prensa burguesa francesa, la represión de las guerrillas upecistas es ampliamente ignorada. Sin embargo, fue masiva. Sin apoyo material ni armas modernas, pero con un sólido apoyo popular en muchas regiones, la resistencia de la UPC fue perseguida sin piedad por el ejército y la policía franceses, así como por sus auxiliares cameruneses.

Como en Indochina (Vietnam) y Argelia, las fuerzas de represión tomaron como objetivo a la población civil para privar a la rebelión de su base de apoyo. Pueblos enteros fueron «desplazados», es decir, deportados. Al mismo tiempo, no se pasaron por alto los intereses económicos directos de los imperialistas: en ocasiones se obligó a las poblaciones desplazadas a trabajar para empresas francesas.

La tortura y las ejecuciones sumarias, a menudo seguidas de la exhibición pública de los cadáveres, se convirtieron en algo habitual. Tras ser asesinado por el ejército francés en 1958, el cadáver de Ruben Um Nyobé fue expuesto en su pueblo natal por las fuerzas francesas. En algunas regiones, sobre todo en el oeste del país, pueblos enteros fueron masacrados por el ejército francés y sus auxiliares. La represión se extendió incluso más allá de las fronteras de Camerún: uno de los líderes de la UPC, Felix Moumié, fue asesinado por los servicios secretos franceses en Ginebra. En total, la represión causó al menos decenas de miles de muertos, quizás hasta 200.000, e innumerables heridos.

A pesar de esta implacable represión, la rebelión de la UPC demostró una resistencia heroica y se mantuvo hasta principios de la década de 1960. Los últimos combatientes de la UPC no fueron «liquidados» hasta 1970, una década después de que Camerún obtuviera oficialmente la «independencia».

Fachada de independencia

En cuanto a la cuestión de la independencia, el imperialismo francés cambió su enfoque a partir de 1958. Frente al creciente número de movimientos de liberación nacional, optó por sustituir el control colonial directo por la dominación indirecta. La idea era simple: transformar las colonias africanas en pequeños Estados formalmente independientes, pero en realidad gobernados por déspotas pro-franceses. Su economía, defensa y política exterior estarían sujetas al control directo de Francia, bajo la apariencia de «cooperación» y «asistencia».

Concebida ya en 1956 bajo el nombre de «autonomía territorial», esta política adoptó varias formas sucesivas antes de culminar en 1960, cuando 14 territorios franceses de África se convirtieron oficialmente en países independientes. Pero la inmensa mayoría de ellos siguieron dependiendo por completo del imperialismo francés.

Los «asesores» franceses elaboraban sus presupuestos, dirigían sus ejércitos y supervisaban sus administraciones. Su moneda era impresa en París por la Banque de France. Los acuerdos secretos de defensa permiten a Francia intervenir militarmente cuando lo desea. Entre 1960 y 1990, las tropas francesas intervinieron casi 20 veces en el África subsahariana. Por supuesto, las empresas francesas fueron mimadas por los nuevos regímenes, que a cambio recibieron sobornos, algunos de los cuales acabaron en los bolsillos de los políticos franceses. Este fue el comienzo de lo que se ha dado en llamar «la Françafrique».

Camerún fue uno de estos 14 países formalmente independientes. En 1960, el político pro francés Ahmadou Ahidjo instauró una brutal dictadura. Bajo la dirección de asesores franceses, la policía y el ejército persiguieron a los opositores, empezando por los upecistas supervivientes. 

La situación de la UPC era tanto más difícil cuanto que su principal objetivo, la independencia, se había alcanzado formalmente. A falta de una perspectiva que fuera más allá de ese objetivo, y sin un programa socialista que hubiera podido contribuir a movilizar a los obreros y a los campesinos pobres contra la dominación de las empresas francesas y de los grandes terratenientes, el movimiento fue desapareciendo bajo los golpes del Estado.

Mientras tanto, en 1961, el imperialismo francés consiguió hacerse con parte de las antiguas colonias británicas. En nombre de la «unidad nacional», se anexionó la mitad del Camerún británico bajo la apariencia de la «República Federal de Camerún». Menos de una década después, se abolieron la mayoría de los derechos nacionales de la minoría anglófona y se revocó la autonomía del antiguo Camerún británico.

Perspectivas

Las lecciones de la guerra «olvidada» de Camerún nunca han sido más pertinentes. Hoy en día, la dominación del imperialismo francés sobre sus antiguas colonias está siendo cuestionada en toda África. Pero Francia sigue presente en Camerún. Las empresas francesas siguen saqueando las riquezas del país.

Las consecuencias de esta dominación imperialista son evidentes. Aunque Camerún es rico en tierras fértiles y recursos naturales (petróleo, cobalto, hierro, uranio, etc.), el 40% de su población vive por debajo del umbral de la pobreza, el 34% no tiene acceso al agua potable y casi el 65% está subempleado (en paro o en trabajos ocasionales y precarios).

El régimen de terror instaurado por Ahidjo en 1960 no desapareció con el final de su presidencia en 1982. Su sustituto, Paul Biya, ha mantenido su espíritu, si no su forma. En el poder desde hace más de 40 años, fue «reelegido» en 2018 tras obtener más del 70% de los votos en unas elecciones ampliamente amañadas. Esto no impidió que el entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drian, enviara a Biya sus «mejores deseos de éxito». Unos meses antes de este benévolo mensaje, el régimen de Biya había desencadenado una guerra civil -que aún colea- contra las poblaciones de las regiones anglófonas del país.

Así que la pregunta sigue siendo: ¿cómo puede liberarse Camerún de la dominación imperialista? La burguesía camerunesa, débil y totalmente corrupta, es incapaz de desafiarla, por no hablar de derrocarla. Vive esencialmente de las subvenciones que recibe de las empresas extranjeras y del saqueo de los presupuestos públicos. Es incapaz de oponerse seriamente ni al régimen de Biya ni a sus protectores imperialistas. Son parte integrante del régimen, alimentándose de las migajas del saqueo imperialista de los recursos de Camerún. 

Esto se refleja en el carácter de los partidos burgueses o reformistas de la oposición, incapaces de imaginar un futuro para Camerún fuera de la dominación imperialista. Desmoralizados por la larga y feroz dictadura de Paul Biya, los intelectuales cameruneses «progresistas» debaten si no sería preferible para Camerún, emancipándose de París, caer bajo la dominación del imperialismo chino o ruso.

En efecto, los imperialismos ruso y chino intentan desalojar al imperialismo francés de sus posiciones históricas en África Central, y lo están consiguiendo. En junio de 2021, el embajador francés en Camerún se quejaba de que «la cuota de mercado controlada por las empresas francesas en Camerún ha caído del 40% en los años 90 al 10% en la actualidad», porque China «ha estado dominando prácticamente todos los contratos de infraestructuras en Camerún». Pero esto no tiene nada que ver con una lucha antiimperialista. 

Las empresas chinas explotan a los trabajadores africanos tan despiadadamente como sus homólogas francesas, y cuando China presta dinero a los gobiernos africanos, es para construir infraestructuras destinadas a ayudar a su explotación imperialista del continente. Sustituir París por Moscú o Pekín no mejorará ni un ápice la situación de los obreros y campesinos cameruneses. 

Hoy, como antes de la independencia, la única salida para el pueblo camerunés es la revolución socialista. La clase obrera camerunesa sigue siendo la única fuerza social capaz de organizarse de forma independiente, reunir a todos los explotados y conducirlos a la victoria. Pero sólo si se organiza en un partido comunista independiente y revolucionario.

Esta perspectiva es inseparable del desarrollo de la revolución en el Golfo de Guinea en su conjunto, y en Nigeria en particular, que cuenta con la clase obrera más fuerte de la región. La crisis del capitalismo está desestabilizando el dominio capitalista en todo el mundo. En África, el viejo orden se está desmoronando a medida que un ambiente revolucionario recorre el continente. Armada con las lecciones del pasado, una nueva generación de comunistas debe hacer frente a las tareas que plantea la historia: la liberación de la opresión imperialista, la erradicación de la miseria y la emancipación socialista de todo el género humano.

50 años de la revolución etíope

Este año se cumple el 50 aniversario de la Revolución etíope, que comenzó como un levantamiento contra el despotismo semifeudal del Emperador Haile Selassie, pero que iría mucho más allá, culminando con la abolición del capitalismo en el país. En este artículo, Ben Curry relata estos dramáticos acontecimientos y explica los complejos procesos que determinaron el curso de la revolución.


El pasado mes de febrero se cumplieron 50 años del estallido de la Revolución etíope de 1974, que derrocó al emperador Haile Selassie, acabando con una dinastía de 800 años que decía remontar sus raíces al rey bíblico Salomón.

En los acontecimientos que le siguieron, no sólo fue aplastada la autocracia, sino también el latifundismo  y el capitalismo. Y Etiopía no es el único país en el que ocurrió esto; en el periodo de la posguerra se establecieron economías planificadas nacionalizadas en una serie de países de toda África, como Angola, Mozambique y Somalia.

Sin embargo, en lugar de proporcionar la chispa para una revolución socialista en todo el continente, estos regímenes adoptaron las mismas características deformadas del estalinismo ruso. En la década de 1990, el proceso se invirtió y se restauró el capitalismo.

Hoy, el sistema capitalista sacudido por la crisis no ofrece ninguna perspectiva de desarrollo o progreso. De hecho, el Cuerno de África, y todo el continente, están bajo la amenaza de la barbarie. Sólo la revolución socialista mundial puede ofrecer una salida. Acontecimientos revolucionarios como los de hace 50 años en Etiopía, con todas sus peculiaridades, contienen enormes lecciones, obtenidas a un precio amargo, para la generación joven de revolucionarios de África y de todo el mundo en la actualidad.

Modernizar un Estado feudal

Históricamente, Etiopía fue más o menos la única entre las naciones de África en evitar la ocupación colonial directa por parte de una potencia europea, con la excepción del breve periodo de ocupación por parte de la Italia fascista. Pero desde sus inicios, Etiopía fue moldeada económica y políticamente, e incluso en sus fronteras, por la extrema presión externa del imperialismo.

El Estado-nación etíope moderno se forjó a finales del siglo XIX, en medio de la carrera por el «reparto de África» del imperialismo europeo. Surgió como un complejo mosaico de etnias, nacionalidades, lenguas y religiones sobre el que el emperador cristiano amárico y su camarilla gobernaban con la mayor brutalidad y sin consideración por sus súbditos.

En 1916, el joven emperador Haile Selassie ascendió al trono etíope. Selassie no era tonto y comprendió que para evitar ser absorbido directamente por algún imperio europeo, su régimen feudal tenía que modernizarse, por lo que puso en marcha un programa de reformas.

De hecho, un sector de la antigua élite aristocrática compartía su visión. Llamados los «japonistas», soñaban con remediar el subdesarrollo de Etiopía emulando las hazañas del Japón Meiji en la segunda mitad del siglo XIX. En aquella época, el Estado feudal japonés había logrado forzar el desarrollo de un poderoso capitalismo interno japonés copiando las prácticas industriales y comerciales de Occidente. El problema era que los «japonizadores» etíopes esperaban conseguir la misma hazaña unos 50-100 años más tarde, cuando el mundo estaba dominado por un puñado de potencias imperialistas avanzadas.

El desarrollo de Etiopía fue extremadamente tardío. En el momento de la revolución de 1974, el país seguía estando muy atrasado, mucho más incluso que Rusia en 1917.

Bajo el feudalismo etíope, cuatro quintos de la población eran campesinos de subsistencia. Casi toda la tierra cultivable era propiedad de la aristocracia y la iglesia. Los campesinos, concentrados en gran parte en las regiones más frías del altiplano, pagaban enormes tributos o rentas a sus aristócratas feudales locales, en algunos casos hasta el 50% o más de sus productos, así como trabajo de corvée y obligaciones militares.

El analfabetismo era del 93%, la esperanza de vida media se mantenía en 33 años y el ingreso anual  per cápita  era de sólo 60 dólares, apenas una décima parte de lo que era en la Argelia contemporánea, lo que refleja el hecho de que gran parte del campesinado ni siquiera utilizaba el dinero. Como en la Europa medieval, una pirámide feudal tradicional de obligaciones militares, con el Emperador en su cúspide, constituía la base del Estado. La aristocracia, por tanto, disfrutaba de un poder significativo.

Pero, gracias a las reformas de Selassie, esta aristocracia fue sustituida cada vez más por una burocracia estatal moderna y un ejército formado por profesionales asalariados, pagados con ayuda extranjera (en la posguerra, principalmente de Estados Unidos) y con cultivos comerciales destinados a la exportación, como el café. Para cubrir los puestos profesionales en el Estado y fomentar el crecimiento de la industria nacional y el desarrollo, el Estado también ayudó a jóvenes de origen humilde a salir al extranjero para formarse en universidades extranjeras.

Independientemente de sus intenciones, el resultado no fue la creación de una nación capitalista desarrollada y liberal. Las reformas de Selassie dejaron intactas las relaciones feudales sobre la tierra. Su destrucción era absolutamente esencial para acabar con el abrumador atraso del país.

El auge del capitalismo en la posguerra condujo a un dominio cada vez más decisivo del mercado mundial, aplastando a los campesinos. Mientras intentaban escapar de la muerte lenta por hambre en el campo, ciudades como Adís Abeba crecieron a un ritmo vertiginoso. Pero a diferencia de otras naciones semicoloniales, el capital extranjero apenas había empezado a penetrar en Etiopía. También en las ciudades el desarrollo capitalista era extremadamente limitado. La población urbana de Etiopía era de unos 3 millones de habitantes de un total de 32 millones en 1974. Pero la mayoría de esta población formaba parte del sector informal, estaba desempleada o era lumpenproletaria. La clase obrera era minoritaria incluso en las ciudades. La Confederación Etíopes de Sindicatos Obreros (CELU), que agrupaba a trabajadores de todos los sectores, sólo contaba con 80.000 afiliados.

Sin embargo, a pesar de su pequeño tamaño, el proletariado pondría su sello decisivo en la revolución etíope.

Y aunque las reformas del Emperador no lograron construir un poderoso capitalismo nacional, la creación de un Estado moderno y burocrático sirvió para liberarle de su dependencia de la aristocracia feudal. Como resultado, el poder se concentró cada vez más en manos del autócrata Selassie, apoyándose en el más estrecho de los puntales: el recién formado ejército profesional. También éste dejaría su peculiar impronta en los acontecimientos.

La revolución de febrero de 1974

La radicalización mundial de los años sesenta resonó en Etiopía como en todas partes. Los estudiantes que habían sido enviados a Europa y América para formarse como funcionarios del Estado burocrático regresaron con ideas radicales, influidos por los movimientos contra la guerra de Vietnam, por los derechos civiles y en solidaridad con Palestina, pero sobre todo por las ideas maoístas, entonces de moda entre muchos estudiantes occidentales.

En la década de 1960, Etiopía era un polvorín. Estallaron revueltas campesinas que fueron aplastadas en Sidamo, Gojjam, Bale y otros lugares. Muchas revueltas adoptaron la forma de movimientos de liberación nacional.

En la posguerra, las Naciones Unidas, con toda su sabiduría, anexaron la antigua colonia italiana de Eritrea a Etiopía, sin tomar en cuenta  la opinión del pueblo eritreo. Como resultado se desarrollaron heroicos movimientos guerrilleros entre los eritreos y en las tierras bajas de Ogaden, mayormente somalí, en el este.

En Tigré, el resentimiento  de cómo el levantamiento Woyanne de mayo de 1943 había sido derrotado por los bombarderos británicos de la RAF enviados desde Adén, crecía, a la vez que el recién restaurado régimen de Selassie había masacrado a campesinos y había introducido impuestos viciosos y punitivos cinco veces más altos que los de los fascistas italianos.

Las fuerzas de choque frente a estas insurrecciones campesinas, eran tropas de soldados mal pagados,  acampados permanentemente en las tierras bajas calurosas, áridas y plagadas de mosquitos donde operaban las guerrillas. Selassie había concebido un Estado moderno y burocrático para hacer frente a las presiones del imperialismo. Pero los hombres que formaban las filas y los rangos inferiores de los oficiales de su ejército tenían sus propias ideas sobre la trayectoria de Etiopía. Despreciaban a la aristocracia parasitaria que vivía en la abundancia sin mover un dedo por el desarrollo de la nación.

Ya en 1960, un grupo de oficiales había lanzado un golpe de estado contra el régimen de Selassie, que consideraban la principal fuerza que mantenía a Etiopía en el atraso. El golpe fracasó y sus líderes fueron ejecutados públicamente. Pero la mística de la monarquía quedó empañada para siempre. Fue un indicio de lo que estaba por venir.

Las ya difíciles condiciones se estaban volviendo insoportables para las masas. Mientras que en los países capitalistas avanzados el auge económico de la posguerra permitió que la clase dominante concediera ciertas reformas, en el llamado Tercer Mundo el panorama era completamente distinto. Todo llegó a un punto crítico con la crisis mundial del capitalismo en la década de 1970. 

En 1973, el efecto de las inmensas cantidades extraídas del campesinado por la aristocracia feudal se combinó con la sequía para provocar una terrible hambruna en el norte de Etiopía. Al menos 200.000 personas murieron de hambre. El estado intentó inútilmente encubrir su crimen, pero circularon escenas de la hambruna, empalmadas con imágenes de las obscenas celebraciones del 80 cumpleaños de Selassie, que se inauguraron casi al mismo tiempo con una salva de 80 cañonazos y costaron 35 millones de dólares.

Ese mismo año, la guerra en Oriente Medio fue el catalizador de una recesión mundial. Los precios del petróleo se dispararon. En una situación que guarda paralelismos con el mundo actual, el drástico incremento  del  precio del petróleo provocó un aumento del 50% del precio de la gasolina de la noche a la mañana en Etiopía.

Fue más de lo que las masas podían soportar. La clase obrera irrumpió en escena. Empezaron a estallar huelgas: primero entre los taxistas, que fueron de los más inmediatamente afectados por la subida del precio del combustible. Rápidamente se les unieron profesores y estudiantes radicales. A partir de aquí, el movimiento huelguístico se extendió como la pólvora.

Pronto quedó claro que lo que había empezado no era una simple oleada huelguística. Era una revolución.

Las consignas económicas se completan con consignas políticas, como el derecho a la protesta y la democracia. Aunque en esta fase el movimiento era totalmente urbano, los estudiantes empezaron a plantear la importante reivindicación de «tierra para el que la trabaja».

A partir de estas capas, el malestar social se extendió a todos los sectores de la población. En Adís Abeba estallaron importantes disturbios.

El ejército no quedó inmune. Los soldados rasos sufrían las mismas condiciones que los obreros y los pobres de las ciudades, agravadas por el descontento de estar estancados en campañas de contrainsurgencia en Eritrea y Ogadén.

Así estallaron motines por los sueldos, las pensiones y contra la disciplina arbitraria y severa. En un incidente explosivo, los soldados tomaron como rehén a un general. El régimen tenía que andar con pies de plomo, y en ese incidente Hallie Selassie intervino personalmente para liberar al general capturado. Pero tras su liberación, el mismo desafortunado general visitó un segundo batallón e inmediatamente fue detenido de nuevo y los soldados le obligaron a comer pan relleno de arenilla y agua contaminada: lo mismo con lo que se esperaba que subsistieran ellos. 

En un par de semanas, el primer ministro se vio obligado a dimitir. En todas partes donde se extendió el movimiento, trabajadores, estudiantes, profesores y soldados crearon espontáneamente «comités de coordinación». En Jimma, la ciudad más grande de la provincia de Oromia, el comité de coordinación incluso tomó el poder brevemente.

Estos comités no tenían nada que envidiar a los soviets, asambleas revolucionarias de trabajadores y soldados surgidas en Rusia en 1905 y 1917. Si hubiera existido un partido revolucionario en Etiopía en ese momento, habría hecho un llamamiento para unir a todos los comités en comités de ciudad, regionales y nacionales. Naturalmente, habría invitado a los representantes de los comités de coordinación de los soldados a sentarse conjuntamente con los de los trabajadores. Habría lanzado una campaña sistemática para ganarse a las bases del ejército y, a través de estas conexiones, armar a los trabajadores. Sobre esta base, un partido así podría haber tomado el poder.

Pero la clase obrera etíope acababa de nacer. No existía tal partido. Es cierto que los estudiantes que regresaban del extranjero habían empezado a formar el núcleo de los futuros partidos de masas. Pero apenas habían empezado a establecer vínculos con los trabajadores.

De hecho, los estudiantes ni siquiera poseían el concepto de una revolución dirigida por el proletariado a través de órganos democráticos de gobierno de la clase obrera en la línea de la de Rusia en 1917. En su lugar, se aferraron a la idea maoísta de la guerra de guerrillas campesina. Si un país parecía maduro para poner a prueba la concepción maoísta de la guerra de guerrillas rural, sin duda habría sido la Etiopía campesina. Pero sus esquemas fueron totalmente reventados por los acontecimientos de 1974, que les tomaron completamente por sorpresa. 

Fue, pues, un verdadero bautismo de fuego para la joven clase obrera etíope. Sin un partido capaz de organizar y aportar claridad a sus capas más avanzadas, no pudo asumir el lugar que le correspondía a la cabeza de la revolución. En estas circunstancias, los acontecimientos se desarrollaron de una manera muy peculiar.

El ascenso del Derg 

A través de concesiones, el Emperador pudo convencer al ejército de que regresara a los cuarteles en marzo. Pero justo cuando el malestar se calmó temporalmente dentro del ejército, los trabajadores del tabaco se declararon en huelga, y el 8 de marzo de 1974 la confederación sindical CELU anunció una huelga general. Todas las capas de la sociedad etíope que habían sufrido alguna opresión o perjuicio salieron bajo sus consignas. El 20 de abril, 100.000 musulmanes marcharon por Adís Abeba exigiendo el derecho a la libertad de culto y el fin de la discriminación. Incluso trabajadores empleados por la Iglesia Ortodoxa Etíope se declararon en huelga.

Una de las principales consignas planteadas en todas partes fue el despido de los funcionarios corruptos, los gobernadores provinciales y los oficiales del ejército. De hecho, sólo se convenció a los soldados de que regresaran a los cuarteles bajo la promesa de destituir a los odiados oficiales superiores. Pero cuando, en abril, la mayoría de los antiguos oficiales permanecieron en sus puestos, el comité coordinador de la 4ª División del ejército empezó a tomar las cosas en sus propias manos deteniendo a alrededor de 200 oficiales superiores.

Pero en los meses de mayo y junio, el movimiento huelguístico empezó a decaer. Sin una dirección revolucionaria unificadora que canalizara todas las corrientes de descontento, los acontecimientos empezaron a desarrollarse de manera inconsistente.

Se produjo una curiosa situación en el ejército. La decadencia temporal de la oleada huelguística dejó aislados a los soldados y oficiales subalternos. Temían dar un golpe de Estado, para no correr la misma suerte que los golpistas de 1960. Pero no podían retroceder: los arrestos ya los habían llevado demasiado lejos y temían las represalias.

Así que los comités continuaron extendiéndose por las fuerzas armadas hasta que, en junio de 1974, todas las unidades del ejército fueron convocadas por el comité coordinador de la 4ª División a enviar tres delegados (de cualquier rango, excluyendo a los odiados oficiales superiores del antiguo régimen) a un nuevo organismo. Este órgano, compuesto por 106 delegados, se denominaba a sí mismo Consejo Administrativo Militar Provisional (CAMP) y se conocía simplemente como el Derg (de «comité» en amárico).

Pronto, este poderoso comité empezó a mostrar sus músculos. Cortésmente «pedía» a los ministros que llevaran a cabo tal o cual petición… a los ministros les era difícil negarse. El Derg incluso se dirigió al propio Selassie y le «pidió» permiso para «trabajar con el gabinete» para «promover la unidad y el desarrollo del país». Selassie lo aprobó, y el Derg adquirió una cobertura legal para sus acciones.

En resumen, en la segunda mitad de 1974, Etiopía fue testigo de lo que desde entonces se ha denominado un «golpe de estado sigiloso», en el que el Derg empezó a concentrar cada vez más poder en sus manos. Hasta septiembre de 1974 no anunció finalmente que el Emperador había sido depuesto, y en 1975 Selassie murió en circunstancias misteriosas, presumiblemente por órdenes del Derg.

El Derg había ascendido al poder.

Cuando se pidió inicialmente a las unidades del ejército que enviaran representantes al Derg, la mayoría no comprendió la importancia de esa decisión. Sin duda, los que convocaron el Derg eran igual de poco conscientes de dónde les llevaría su rumbo. Todo tipo de elementos accidentales acabaron estando representados dentro de él. En algunos casos, los oficiales al mando enviaron a inadaptados como representantes al Derg simplemente para quitárselos de en medio, y acabarían arrepintiéndose de haberlo hecho. Estos fueron los orígenes de un delegado del Derg, Mengistu Haile Mariam, futuro dictador de Etiopía.

Lo que surgió fue una camarilla militar de soldados y oficiales de bajo rango. Pero su autoproclamado gobierno no fue recibido sin protesta. En septiembre de 1974, presintiendo que el Derg estaba consolidando una dictadura militar, el CELU convocó una huelga general organizada apresuradamente. Sin embargo, al no estar bien preparada, la huelga general no llegó a materializarse y el Derg reaccionó con represión, cerrando los comités de coordinación de los lugares de trabajo.

Los comités de coordinación del resto del ejército -en particular los que más simpatizaban con los trabajadores en el cuerpo de ingenieros, las fuerzas aéreas y el Primer Ejército- también desafiaron al comité de coordinación de la 4ª División y su derecho a formar una camarilla exclusiva en torno a sí mismos. Exigieron un gobierno civil, la nacionalización de la tierra y de las grandes empresas y la planificación económica del país. También ellos fueron objeto de represión.

Pero los golpes que asestó el Derg para concretar su poder no sólo se dirigieron contra la izquierda. También acorraló a altos funcionarios de la vieja aristocracia. El 23 de noviembre de 1974, el Derg probó la sangre por primera vez al ejecutar a 60 de sus oponentes. La mayoría eran altos funcionarios del antiguo régimen, pero también había miembros del Derg, incluido su primer presidente, Aman Andom. Fue un indicio de las violentas luchas internas que se avecinaban dentro del Derg.

Pero la camarilla gobernante no se conformó con unas cuantas detenciones de defensores del régimen. Para consolidar su poder tenía que ir más lejos. A principios de 1975, tomó medidas decisivas para romper por completo la espina dorsal de la antigua clase dirigente.

Aunque no tenía la intención ni el deseo de ceder el poder a las masas, el Derg se apoyó en ellas para asestar golpes contra la vieja élite aristocrática y el viejo Estado. Se inició la reforma agraria. Se nacionalizó la tierra y se asignó a los campesinos en función de su uso. Estas medidas fueron tremendamente populares y su anuncio congregó a cientos de miles de personas en manifestaciones de apoyo.

El Derg no podía doblegar a la aristocracia confiando en el viejo aparato del Estado para cumplir sus órdenes. Por ello movilizó a unos 60.000 estudiantes y profesores radicales y los envió al campo a agitar entre los campesinos para que redistribuyeran la tierra entre ellos. El estímulo apenas era necesario, pero la medida tenía la ventaja para el Derg de dispersar por el campo a miles de jóvenes radicales a los que percibía correctamente como una seria amenaza para su dominio.

La cosa no quedó ahí. Las viviendas urbanas fueron nacionalizadas, al igual que los bancos, las compañías de seguros y la mayoría de las grandes industrias. 

Las nacionalizaciones del Derg llegaron tan lejos que abolieron el capitalismo en Etiopía, y eso que el capital expropiado no superaba los 30 millones de dólares. De esta suma, 10 millones de dólares correspondían al capital de los grandes bancos dominados por británicos e italianos. La minúscula clase capitalista etíope representaba una fracción del resto.

¿Qué era el Derg?

En un artículo que analizaba este proceso, titulado La revolución colonial y los Estados obreros deformados, Ted Grant explicaba que lo que se estaba desarrollando verificaba la teoría de Trotski sobre la revolución permanente, pero de forma distorsionada:

«Toda la esencia de la teoría de la revolución permanente de Trotski reside en la idea de que la burguesía colonial y la burguesía de los países atrasados son incapaces de llevar a cabo las tareas de la revolución democrático-burguesa. Esto se debe a sus vínculos con los terratenientes y los imperialistas. Los bancos tienen hipotecas sobre la tierra, los industriales tienen fincas en el campo, los terratenientes invierten en la industria y el conjunto está enredado y vinculado con el imperialismo en una red de intereses creados opuestos al cambio».

Por lo tanto, la única clase revolucionaria en Etiopía que podía tomar el poder y asumir las tareas de aplastar el feudalismo, llevar a cabo la reforma agraria y modernizar la nación era la clase obrera, apoyándose en el campesinado. Pero la clase obrera no se quedaría ahí. También tendría que llevar a cabo avances y expropiaciones contra la clase capitalista contrarrevolucionaria, iniciando así las tareas de la revolución socialista, aunque éstas sólo podrían completarse a escala mundial. Así, la revolución se convierte en «permanente».

Los acontecimientos seguían un camino similar al predicho por Trotski, pero de manera distorsionada. En 1975, el capitalismo y el latifundismo fueron aplastados en Etiopía. Sin embargo, no fueron aplastados por la clase obrera organizada que tomó el poder con una perspectiva de revolución socialista mundial, como en Rusia en 1917. Más bien, fueron aplastados por una camarilla militar que se había apoyado en las masas para asestar un golpe mortal a los capitalistas y terratenientes, pero que también había asestado golpes a esas mismas masas.

¿Cómo caracterizar este régimen inusual? Aquí cobra gran importancia un enfoque teórico correcto basado en el método marxista.

Trágicamente, los dos principales grupos maoístas de Etiopía -el Partido Revolucionario Popular Etíope (EPRP) y el Movimiento Socialista de Toda Etiopía (o «Meison», por sus siglas en amárico)- no comprendieron la naturaleza del régimen. Sus errores tendrán consecuencias catastróficas.

Al principio, ambos señalaron la represión de los trabajadores a finales de 1974 y tacharon superficialmente el régimen como «fascista». Pero entonces llegaron las medidas revolucionarias de 1975, que desorientaron por completo a ambos grupos.

Al intentar caracterizar al Derg, cada uno se aferró a uno de sus rasgos y llegó a conclusiones totalmente opuestas. El EPRP insistió en calificar al régimen de «fascista» señalando la represión continúa. Meison, por el contrario, dio un giro de 180 grados, señaló las medidas revolucionarias del Derg y apoyó plenamente a la junta.

Como en la parábola de los ciegos que se encuentran con un elefante, en la que cada uno llega a una descripción completamente distinta del animal basándose en palpar sólo una parte de su anatomía, los maoístas etíopes habían identificado cada uno un lado del régimen sin captar su esencia. Es un hecho que sólo Ted Grant comprendió el verdadero significado del Derg.

Cuando estalló la revolución en Etiopía, la clase obrera era demasiado pequeña y carecía de la dirección necesaria para tomar el poder. Pero si la clase obrera era débil, la clase capitalista etíope era aún más débil.

En este callejón sin salida entraron los oficiales subalternos y de rango medio, que tomaron el poder y se colocaron por encima de la sociedad equilibrándose entre las clases, asestando golpes a las masas y a la antigua clase dominante. Esta es una característica típica de lo que los marxistas llaman regímenes «bonapartistas», por analogía con la dictadura de Napoleón Bonaparte, que tienden a surgir cuando la lucha de clases llega a un punto muerto.

Regímenes de este tipo, en los que el ejército se equilibra entre las clases para posicionarse sobre ellas, se convirtieron en la norma en gran parte del llamado «tercer mundo» en el periodo de posguerra. ¿Por qué? Porque condiciones similares produjeron resultados similares. La antigua clase dominante estaba demasiado desacreditada por la crisis social crónica para poder gobernar. Pero la clase obrera carecía de las fuerzas o la dirección necesaria para conquistar el poder. La lucha de clases llegó a un callejón sin salida.

Pero no todos los regímenes bonapartistas son iguales.

Como explicó Ted Grant, el hecho de que en gran parte del mundo colonial y semicolonial, especialmente en Asia y África, el Estado capitalista fuera de reciente creación, fue un factor significativo. No se había perfeccionado durante siglos, como en el mundo capitalista avanzado. Y la clase capitalista se había mostrado incapaz de cimentar la lealtad de los cuerpos armados del Estado, algo que sólo podía esperar conseguir al desarrollar seriamente las fuerzas productivas.

Muchos oficiales de bajo y medio rango despreciaban a los terratenientes y capitalistas, que consumían todo sin contribuir nada al desarrollo nacional. Cuando estos oficiales tomaron el poder en las décadas de posguerra, no tuvieron dudas en golpear fuertemente a las antiguas clases dominantes. 

Las principales potencias imperialistas no podían intervenir directamente. Precisamente en ese momento, se veían obligadas a retroceder y retirarse del dominio colonial directo por la enorme oleada de revoluciones coloniales, lo que animó a muchos de estos oficiales a tomar medidas radicales.

En varios países, los regímenes de oficiales hicieron serios incursiones en la propiedad de la clase capitalista: en Egipto, por ejemplo, Nasser nacionalizó una serie de empresas extranjeras e importantes recursos, incluido el Canal de Suez; mientras que en Irak, los oficiales nacionalizaron los campos petrolíferos y otros recursos. Sin embargo, el Estado no puede moldear la sociedad completamente a su antojo. Todo régimen debe basarse, en última instancia, en un cierto conjunto de relaciones de propiedad y de clase en la sociedad. 

En estos países, las expropiaciones nunca llegaron a abolir por completo el capitalismo. Siguieron siendo, a todos los efectos, regímenes burgueses bonapartistas que descansaban sobre una economía capitalista, aunque la clase burguesa fuera privada del poder político.

Pero de ningún modo estaba prescrito de antemano que regímenes similares no pudieran llegar hasta el final, expropiando completamente a la débil clase capitalista.

Y esto fue precisamente lo que ocurrió no sólo en Etiopía bajo el Derg, sino también en Siria, Birmania y su vecina Somalia, entre otros muchos países, durante las revoluciones coloniales. Aquí, con la expropiación total de la burguesía, se abolió el capitalismo. Por supuesto, esto no fue una gran hazaña dado el carácter débil de la clase capitalista en Etiopía. Como explicó Trotski: A un león se le mata de un disparo, a la pulga se la aplasta entre las uñas.

Pero bajo estos regímenes, la clase obrera era mera observadora pasiva y no ejercía el poder político, lo cual es un requisito previo para una transición hacia el socialismo. Como explica Ted Grant, no había soviets ni órganos de poder obrero:

«En una revolución según la norma, tales comités ad hoc y organizaciones tradicionales son indispensables. Son un campo de entrenamiento para los trabajadores en el arte de dirigir el Estado, de desarrollar la solidaridad y la comprensión de los trabajadores. Tras un derrocamiento victorioso del capital, se convierten en vehículos para el gobierno de los trabajadores, en los órganos del nuevo Estado y de la democracia obrera.

«Pero donde -como en Europa del Este, China, Cuba, Siria, Etiopía- el derrocamiento tiene lugar con el apoyo de los obreros y campesinos, ciertamente, pero sin su control activo, está claro que el resultado debe ser diferente. Los intelectuales pequeñoburgueses, los oficiales del ejército, los jefes de las bandas guerrilleras utilizan a los obreros y campesinos como carne de cañón, como meros puntos de apoyo, como reposa armas, por así decirlo.

«Su objetivo, consciente o inconsciente, no es el poder para los obreros y campesinos, sino el poder para su élite».

Así pues, estos regímenes podrían calificarse de bonapartistas. Pero era el bonapartismo basado en la propiedad estatal, no en la propiedad capitalista, que había sido abolida. Eran, como los describió Ted Grant, regímenes bonapartistas proletarios. Y tenían como modelo el Estado obrero deformado de la Unión Soviética, con el que sólo diferían superficialmente.

Otros regímenes llegaron al mismo resultado por un camino diferente. En China y Cuba, el capitalismo fue expropiado a manos de ejércitos guerrilleros victoriosos. En Europa del Este, las expropiaciones tuvieron lugar por orden del Ejército Rojo a partir de 1948. En todos estos casos, pudieron haber disfrutado del apoyo pasivo de la clase obrera, pero no contaban con su participación activa.

La Unión Soviética había comenzado en 1917 como un régimen sano de democracia obrera, pero en condiciones de aislamiento y atraso económico había degenerado, conduciendo a la expropiación política de la clase obrera por una burocracia parasitaria y privilegiada, mientras que la planificación económica permanecía intacta. Estos nuevos regímenes no eran fundamentalmente diferentes del régimen estalinista degenerado de Rusia.

Y el estalinismo se había fortalecido masivamente con las victorias del Ejército Rojo y la Revolución China de 1949. Aquí había ejemplos pre-existentes de bonapartismo proletario que podían copiarse. La existencia de la caricatura burocrática del socialismo en la URSS ejercía una atracción magnética sobre camarillas de oficiales de todo el llamado «tercer mundo», y sus deformaciones burocráticas no hacían sino aumentar su atractivo.

Al fin y al cabo, el «socialismo», tal y como parecía existir en la forma de la Unión Soviética, parecía demostrar que existía otra vía para las naciones subdesarrolladas, en la que la sociedad podía desarrollarse mediante una economía planificada, permitiendo al mismo tiempo que una capa superior siguiera disfrutando de enormes privilegios. Como dijo Ted Grant:

«El cambio al bonapartismo proletario en realidad aumenta su poder, prestigio, privilegios e ingresos. Se convierten en el único estrato de mando y dirección de la sociedad, elevándose aún más sobre las masas que en el pasado. En lugar de estar al servicio de la débil, cobarde e ineficaz burguesía, se convierten en los dueños de la sociedad».

El más mínimo grado de independencia política de la clase obrera es una amenaza para los intereses de la capa dominante privilegiada en un régimen bonapartista proletario, que no tiene ningún interés en una transición hacia el verdadero socialismo. Este estrato debe esforzarse inevitablemente por aplastar dicha oposición allí donde se convierta en una amenaza seria. Como tal, el EPRP tenía razón al describirlo como un régimen dictatorial que intentaba consolidarse mediante la represión. Como explicó Ted Grant:

«No en vano Trotski explicó al Partido Socialista Obrero Americano que, separado de la propiedad estatal de la industria y la tierra, ¡el régimen político en Rusia era fascista! No había nada que distinguiera el régimen político de Stalin del de Hitler excepto el hecho decisivo de que uno defendía y tenía sus privilegios basados en la propiedad estatal mientras que el otro tenía sus privilegios, poder, ingresos y prestigio basados en la defensa de la propiedad privada.»

Esta diferencia en las relaciones de propiedad es clave. Por ello, al equiparar al Derg con el «fascismo» y oponerse a él con una noción abstracta de «democracia», el EPRP cometió un error político, socavando su propia capacidad para desafiar al Derg. Los métodos dictatoriales del Derg, en la medida en que se aplicaban a las masas, eran odiados. Pero en la medida en que se utilizaban contra los señores feudales y los capitalistas, no sólo eran extremadamente populares, sino históricamente progresistas. El discurso abstracto sobre la «democracia» dejó al EPRP expuesto a las acusaciones del Derg de que era una quinta columna contrarrevolucionaria que defendía los derechos democráticos de las clases contrarrevolucionarias.

Mientras tanto, los errores teóricos de Meison le llevaron a caer muy, muy bajo. Al levantar únicamente las acciones revolucionarias del Derg y prestarle todo su apoyo contra sus enemigos, Meison se subordinó a los oficiales pequeñoburgueses, y se convertiría en cómplice de todos los crímenes del terror de Mengistu cuando éste trató de consolidar su poder aplastando a la juventud revolucionaria.

El ascenso de Mengistu

Cuando el Derg subió al poder, había muy pocas cosas que lo mantenían unido y podría convertirse en una camarilla gobernante muy inestable. Desde luego, no pretendía tener ninguna afinidad con las ideas marxistas, que eran totalmente ajenas a sus miembros. En la medida en que los oficiales estaban unidos por una ideología, ésta era nacionalista, resumida en el lema del Derg: «Etiopía Tikdem» («Etiopía primero»).

El Derg no tardó en dividirse sobre muchas cuestiones, entre ellas cómo hacer frente a la creciente influencia de masas de Meison y, especialmente, del EPRP. Este último había crecido enormemente. Contaba con el apoyo de la gran mayoría de los jóvenes, se había hecho con el liderazgo del CELU y, según todas los inidicios, su influencia crecía rápidamente también dentro del ejército. También estaban surgiendo otras diferencias dentro del Derg, como la forma de abordar la cuestión nacional eritrea.

En medio de estas diferencias, también maniobraban individuos con ambiciones personales, entre ellos, el  peor de estos maniobradores era Mengistu. Por razones pragmáticas y no de principios, Mengistu vio la oportunidad de impulsarse buscando el apoyo de la Unión Soviética, así como manipulando astutamente las diferencias entre los grupos maoístas dirigidos por estudiantes.

Cuando los estudiantes radicales regresaron del exilio, la facción de Mengistu entró en contacto con miembros del Meison y empezó a cooperar con ellos. Meison creyó ingenuamente que podía «influir» a Mengistu, ¡a quien incluso dieron lecciones de lo que hicieron pasar por teoría «marxista-leninista»! De hecho, todo lo que Mengistu aprendió de ellos fue suficiente retórica para convertirse en un demagogo eficaz. Fue él quien utilizó a Meison, cuyos cuadros instaló burocráticamente en cargos estatales, en comités en los barrios conocidos como kebeles, e incluso en puestos ministeriales.

En febrero de 1977, con el apoyo de Meison y de los kebeles, además del respaldo soviético, Mengistu se sintió lo suficientemente fuerte como para tomar el poder. Masacró a sus oponentes en el Derg, reduciéndolo a tan solo un comité de aprobación para su dictadura personal.

Para consolidar esta dictadura, su siguiente paso tenía que ser la liquidación de la revolución, y en particular de su vanguardia. Eso significaba acabar con los partidos de masas maoístas. Comenzó una campaña de asesinatos contra la dirección del EPRP y las guerrillas nacionalistas en lo que Mengistu y Meison denominaron perversamente el «Terror Rojo». Desgraciadamente, este terror totalmente contrarrevolucionario contó con el pleno respaldo, por no hablar de la asistencia técnica, de la Unión Soviética, incluyendo escuchas telefónicas, equipos de vigilancia de alta tecnología y expertos en inteligencia.

Unidades del ejército leales a Mengistu y turbas armadas procedentes del lumpenproletariado, vinculadas a los kebeles y dirigidas por cuadros de Meison, se desataron contra el EPRP.

El Primero de Mayo de 1977, el EPRP organizó una manifestación en Adís Abeba. El régimen respondió con ametralladoras que dejaron más de 1.000 muertos. Notoriamente, antes de que pudieran recuperar sus cuerpos de la morgue del hospital, madres y padres tuvieron que pagar el coste de las balas que acribillaron los cuerpos de sus hijos.

El reino del terror de Mengistu se saldó con la muerte de miles de jóvenes, la flor de la generación revolucionaria. Es difícil imaginar que algún régimen haya superado a Mengistu en cuanto a la variedad y crueldad de los métodos de tortura que aplicó contra sus víctimas.

Los supervivientes de aquella época afirman que apenas había un hombre o una mujer que viviera en las ciudades de Etiopía en aquel periodo, con edades comprendidas entre los 15 y los 40 años, que no hubiera sufrido torturas en alguna de las cárceles del régimen entre 1977 y 1979.

A mediados de 1977, el EPRP apenas existía en las zonas urbanas. Los cuadros que sobrevivieron huyeron al campo.

Tras apoyarse en una capa del lumpenproletariado para aplastar al EPRP, a finales de 1977 se desató una segunda oleada de terror. Esta vez, el objetivo principal era el mismo Meison. Se trataba de una operación policial mucho más sencilla. Meison no tenía organización clandestina y sus miembros eran bien conocidos por el régimen. Acabaron con ellos rápidamente. 

En 1979, Mengistu convirtió oficialmente a Etiopía en un Estado de partido único. Había adoptado todos los métodos y la parafernalia externa del régimen burocrático de la Unión Soviética.

Pero al haber diezmado a la juventud revolucionaria, el régimen de Mengistu había acabado precisamente con ese estrato de la población que podría haber luchado por preservar los logros de la revolución. Era un régimen débil que se fue debilitando a medida que las fuerzas centrífugas se apoderaban del país.

De la guerra civil al colapso

A finales de la década, el silencio sepulcral descendió sobre el movimiento revolucionario en las ciudades. Los que seguían resistiendo al régimen lo hacían desde bases guerrilleras en el campo. Muchos de los jóvenes que huyeron de las ciudades se unieron a los llamados movimientos guerrilleros nacionalistas «marxistas-leninistas».

El régimen estalinista de Mengistu se mostró completamente incapaz de resolver las tareas iniciadas por la revolución etíope, sobre todo la cuestión nacional, que puede adquirir un potencial explosivo, especialmente en las antiguas naciones coloniales y semicoloniales donde la revolución democrático-burguesa nunca se ha completado.

No en vano, los estudiantes radicales de los años 60 tomaron prestado el estribillo de Lenin al describir Etiopía como «una prisión de naciones». En la Rusia anterior a 1917, la cuestión nacional adquirió proporciones igualmente agudas. Para convencer a los obreros y campesinos de las nacionalidades oprimidas de que sus intereses estaban totalmente alineados con los de los obreros rusos, y para unir a los obreros de todas las nacionalidades en un movimiento revolucionario unido, los bolcheviques tuvieron que aplicar el mayor tacto en su política.

Para convencer a los letones, ucranianos, caucásicos, judíos y otros grupos minoritarios de que querían acabar con la bárbara opresión nacional del zarismo ruso, los bolcheviques prometieron respetar el derecho de las naciones a la autodeterminación, incluida la secesión.

En Etiopía, los eritreos llevaban una larga lucha por la independencia que se remontaba a la época de Selassie. Los movimientos guerrilleros nacional-étnicos habían empezado a surgir desde los años sesenta, y habían crecido con el despertar revolucionario de las masas campesinas. Los insurgentes somalíes se habían sublevado en Ogaden y, a partir de 1975, los estudiantes radicales habían creado el Frente de Liberación Popular de Tigré (TPLF), que ha seguido desempeñando un papel importante en la política etíope hasta nuestros días.

Un régimen obrero sano basado en los principios leninistas podría haber evitado la guerra civil. De hecho, la principal reivindicación de los insurgentes tigreanos ni siquiera era la secesión, sino la autonomía, que podría haberse concedido fácilmente. Pero la política nacional de Lenin y los bolcheviques era totalmente ajena al Derg.

Los oficiales, con su política nacionalista de «Etiopía Tikdem», estaban acostumbrados a imponer su camino. Recurrieron a métodos dictatoriales para aplastar las aspiraciones nacionales de los eritreos, somalíes, tigreanos y otros.

El «Terror Rojo» de Mengistu exacerbó aún más la situación y convenció a las nacionalidades oprimidas de que este régimen no se diferenciaba mucho del de los emperadores. Los métodos burocráticos de la política agraria de Mengistu inflamaron aún más las tendencias nacionalistas entre los campesinos.

Con el objetivo nominal de resolver el problema de la extrema parcelación de la tierra, el régimen lanzó una campaña de «aldeanización», el reasentamiento forzoso de campesinos en regiones sin cultivo, a menudo en entornos hostiles. El proceso fue a menudo una chapuza burocrática y los campesinos no recibieron ninguna de las ayudas prometidas. Pero la mayoría de las veces, esta odiada política resultó ser una mera hoja de parra para una cínica política de contrainsurgencia destinada a reasentar a las comunidades campesinas que simpatizaban con la guerrilla.

También hay que señalar aquí el juego completamente reaccionario de la Unión Soviética en medio de los horrores que se están produciendo ahora en el Cuerno de África. Moscú se alegró de ayudar a Mengistu a subir al poder. Pero antes de su llegada al poder, la URSS se había aliado con el régimen del mayor general Barre en Somalia y con las guerrillas eritreas que luchaban contra la autocracia de Selassie.

El régimen somalí también había expropiado a los capitalistas y terratenientes, y en lo fundamental no era diferente del del Derg. Pero también seguía una estrecha línea nacionalista y, armado por la URSS, Barre se preparó para la guerra con el fin de anexionar Ogaden a Etiopía.

Moscú intentó reconciliar a sus dos aliados, abogando inicialmente por una federación de Eritrea, Etiopía y Somalia. Una federación socialista del Cuerno de África podría haber sido el resultado más deseable para los pueblos de la región, pero el hecho de que estrechas camarillas nacionalistas controlaran tanto Etiopía como Somalia lo impidió.

¿Qué hizo la burocracia rusa? Simplemente tiró por la borda a sus antiguos aliados y cambió de bando, alineándose con Mengistu. Fue un movimiento carente de principios, diseñado simplemente para servir a sus intereses geopolíticos, siendo Etiopía el mayor «premio» para Moscú.

El respaldo ruso no salvó al régimen de Mengistu. Una revolución aislada en las condiciones de atraso que imperaban entonces en Etiopía siempre se habría enfrentado a enormes dificultades, a pesar de las ventajas de una economía planificada. Pero bajo Mengistu, el aislamiento se vio agravado por la chapuza burocrática y la devastadora guerra civil. Esto, a su vez, combinado con la escasez récord de lluvias, provocó los horrores de la hambruna de 1984-85 y varios cientos de miles de muertos. El gobierno respondió con nuevas y odiadas oleadas de reasentamientos lejos del norte devastado por la guerra.

Como la caída del régimen de Mengistu parecía cada vez más inevitable, la Unión Soviética (que tenía sus propios problemas) retiró su apoyo a finales de la década de 1980. Cuando la URSS se derrumbó, un Mengistu aislado, que nunca estuvo motivado por ningún principio, intentó seguir la corriente, abandonando su «marxismo-leninismo» y convirtiéndose de la noche a la mañana a los poderes del mercado. Por cierto, lo mismo hicieron las guerrillas llamadas «marxistas» que habían estado luchando contra su régimen en Tigré y Eritrea.

En 1991, el régimen de Mengistu llegó a su fin inevitable con la llegada al poder del TPLF y sus aliados. Ese mismo año, el régimen bonapartista proletario de Siad Barre se derrumbó en la vecina Somalia, provocando el colapso del Estado, la guerra civil, la hambruna y la insurgencia islamista, agravadas por la injerencia imperialista estadounidense.

Han pasado ya más de tres décadas desde el colapso del régimen de Mengistu. El mercado campa a sus anchas por el Cuerno de África. ¿Qué ha traído consigo? Nuevas y brutales camarillas gobernantes, que se han instalado en Etiopía, Eritrea y Somalia.

Durante un tiempo, el auge del crecimiento del PIB de dos dígitos del que disfrutó Etiopía en la década de 2000 fue aclamado como un milagro económico. Pero esto ha empezado a desvanecerse y las viejas heridas vuelven a abrirse. Disturbios, guerra civil en Tigré, la sombra de la hambruna planeando sobre las cabezas de millones de personas en toda la región, retórica belicista entre los regímenes. No es difícil ver el futuro que el capitalismo está creando en el Cuerno de África: un futuro de terrible miseria, asesinatos en masa, luchas étnicas y hambre. En una palabra: barbarie.

Pero hay otro camino por delante para los pueblos del Cuerno de África. Todo el continente es hoy un hervidero de descontento. La clase obrera, que en Etiopía estaba en pañales hace 50 años, es hoy más fuerte que nunca, y no sólo en Etiopía, sino en todas partes.

Si los trabajadores y la juventud de Etiopía pueden forjar un partido revolucionario, impregnado de las lecciones del pasado, entonces, a diferencia de 1974, podrán ocupar el lugar que les corresponde a la cabeza de la próxima oleada revolucionaria, que será notablemente diferente de la anterior.

Las condiciones que condujeron al ascenso del bonapartismo proletario ya no existen: el modelo burocrático y nacionalista del «socialismo en un solo país» estalinista está muerto. 

Siempre fue un callejón sin salida. La próxima oleada revolucionaria, si quiere avanzar, debe poner el poder directamente en manos de la clase obrera. Ninguna banda de oficiales, ningún grupo de intelectuales, ninguna guerrilla insurgente lo hará por los trabajadores. Esa es la lección. La próxima oleada revolucionaria debe poner a la clase obrera en el poder y pasar a una lucha continental y mundial para derrocar al capitalismo y al imperialismo en todas partes.

Entonces, y sólo entonces, cuando se hayan arrebatado las palancas de la economía a los imperialistas extranjeros y a sus secuaces locales, podremos hablar seriamente de desarrollar las fuerzas productivas, de acabar con las luchas nacionales y étnicas y de crear un futuro libre de necesidad, miseria y trabajo para los millones de obreros y campesinos.

Los condenados de la tierra de Frantz Fanon: una crítica marxista

El nombre de Frantz Fanon está íntimamente asociado a la lucha anticolonial de la posguerra, y su principal obra, Los condenados de la tierra, se cita regularmente como manual para la lucha antiimperialista en todo el mundo. En este artículo, Jorge Martín separa al verdadero Fanon de sus intérpretes poscoloniales, y explica tanto los puntos fuertes como los defectos de sus ideas.


Los condenados de la tierra de Frantz Fanon es un libro muy famoso e influyente, sobre todo en las universidades. Es común ver a Fanon y sus ideas planteadas como una «corrección» al marxismo en la cuestión de la lucha colonial, a menudo por personas que no han leído ni a Marx ni a Fanon. 

Pero si queremos entender realmente las ideas de Fanon y su relación con el marxismo, es necesario estudiar el contexto en el que se escribió Los condenados de la tierra, y comparar la perspectiva expuesta en el libro de Fanon con los acontecimientos posteriores. Y tal estudio sólo puede llevar a la conclusión de que, si bien contiene algunas ideas y advertencias muy interesantes, Los condenados de la tierra también contiene varios puntos erróneos sobre la estrategia revolucionaria y que no ofrecen un camino a seguir para los revolucionarios de hoy. 

Primeras influencias

Frantz Fanon nació en 1925 en Martinica, que hasta  hoy sigue siendo una colonia francesa. Fanon nació en lo que se podría describir como una familia de clase media, lo que le permitió recibir una buena educación. Asistió a una escuela secundaria privada donde se educó en los valores de la República Francesa -Libertad, Igualdad, Fraternidad- y se interesó en los clásicos franceses de la literatura, en los autores franceses de la Ilustración y en la Revolución Francesa. Todo esto conformó sus primeras ideas. Fanon también recibió la influencia de uno de los profesores de su lycée: el poeta Aimée Cesaire, que se había afiliado al Partido Comunista, como muchos otros intelectuales negros de su generación.

El gobierno francés capituló ante Alemania nazi en 1940, y sus colonias se dividieron entre los territorios que apoyaban al régimen de «Vichy», colaborador de los nazis y dirigido por el mariscal Pétain, y los que apoyaban a la «Francia Libre», dirigida por De Gaulle. En 1943, con 17 años, Fanon intentó sin éxito unirse a las fuerzas de la «Francia Libre» huyendo a Dominica, y en 1944 cruzó el Atlántico, desembarcando en Marruecos y viajando después a Argelia como parte del ejército de De Gaulle.

Gracias a su experiencia en el ejército, pronto se dio cuenta de que su visión idealizada de la República Francesa como país de la ilustración, la democracia y la igualdad no correspondía con la realidad. Incluso en las filas del ejército francés había racismo, discriminación y prejuicios. Los soldados estaban divididos en líneas étnicas en diferentes categorías y unidades. 

Tras la guerra, Fanón regresó a Martinica. En 1945 participó en la campaña de Aimée Cesaire para ser elegido diputado comunista. 

Estudios de psiquiatría

En 1946, Fanon viajó a Francia para terminar sus estudios de psiquiatría. Su libro, Piel negra, máscaras blancas, fue presentado originalmente como tesis para su licenciatura. Fue rechazado y luego publicado como obra independiente. Muchos intentan interpretar este libro como si fuera una obra de teoría política. En realidad, es un intento de analizar el impacto psicológico del racismo, tanto en la mente de los pueblos coloniales oprimidos como en la de los colonizadores. Por eso es muy apreciado en el mundo académico posmoderno, al que le gusta todo lo que sea oscuro y trate principalmente de la mente.

Decir, como muchos sostienen hoy, que el punto de vista de Fanon giraba en torno a la necesidad de «descolonizar la mente» es completamente falso. De hecho, si se lee lo que Fanon escribió realmente, sostiene que las personas cambian mediante la acción revolucionaria directa y que sólo un levantamiento violento contra el colonialismo puede cambiar a las personas que son súbditos coloniales. Precisamente lo contrario de lo que defiende hoy la academia posmoderna o «poscolonial». 

Tras finalizar sus estudios, trabajó en el hospital psiquiátrico de Saint-Alban, en Francia. Allí se hizo íntimo amigo y colaborador del director, Francesc Tosquelles, que había sido miembro del POUM durante la Revolución Española y se había exiliado en Francia. 

Tosquelles sostenía que no había que ver al paciente psiquiátrico de manera aislada ni intentar tratarlo sólo en función de los procesos químicos y psicológicos de su cerebro, sino que había que abordarlo también como una persona social; había que tener en cuenta el entorno y los antecedentes del paciente, no sólo para diagnosticarlo, sino también para tratarlo. Este planteamiento tuvo una gran influencia en Fanon, que cuestionó el enfoque racista dominante en psiquiatría sobre la existencia del llamado «síndrome norteafricano». 

Fanon aceptó un puesto como director de un hospital psiquiátrico en Blida-Joinville, Argelia, en 1953. Esta decisión no tuvo motivaciones políticas, simplemente el hecho de que era más fácil conseguir un puesto así en Argelia (que legalmente no era tratada como una colonia, sino como parte de Francia propia) que en la Francia metropolitana. 

La guerra de Argelia

En 1945, con la rendición de los nazis, estallaron en toda Argelia manifestaciones a favor de los derechos nacionales y democráticos que fueron brutalmente reprimidas, sobre todo en Sétif, Guelma y Kherrata, donde miles o quizá decenas de miles de argelinos fueron masacrados por el ejército francés y colonos armados. 

Escandalosamente, tanto el Partido Comunista francés como el argelino se pusieron del lado del Estado francés, calificando a los manifestantes argelinos de «matones» y «fascistas». Un miembro del PCF era ministro de la Fuerza Aérea, responsable del bombardeo aéreo de los manifestantes nacionalistas, y el PCF respaldó los «poderes especiales» para el gobierno francés en Argelia en 1956. Esto rompería definitivamente cualquier vínculo entre los partidos «comunistas» estalinistas y el movimiento de liberación argelino.

Bajo los golpes del régimen colonial, el propio movimiento de liberación se dividió acerca de la cuestión de la violencia, y una capa más combativa acabó cristalizada en el Frente de Liberación Nacional (FLN). El 1 de noviembre de 1954, el FLN llevó a cabo una serie de ataques contra la infraestructura colonial francesa, que marcaron el comienzo de la guerra de liberación nacional de Argelia. 

Fanon se unió al FLN en 1955, habiendo entrado en contacto a través de amigos y conocidos del hospital. Al principio, su función principal era proporcionar tratamiento médico y refugio a los combatientes del FLN en el hospital que dirigía, pero pronto la situación se hizo insostenible. En enero de 1956, escribió una carta de dimisión como médico y director del hospital y regresó a Francia, y después a Túnez, que era una de las bases del FLN en el extranjero. 

Ya convertido en una figura intelectual consolidada, en Túnez se convirtió en uno de los redactores de El Moudjahid, el periódico del FLN, donde escribió o coescribió muchos de los principales artículos, que se publicaban sin firmar. También fue nombrado embajador del Gobierno Provisional de la República Argelina (GPRA) en Ghana. Con este cargo, viajó a varias conferencias en países africanos, donde obtuvo una impresión de primera mano de la situación en estos nuevos Estados independientes.  

A finales de 1960, fue diagnosticado de leucemia y le dijeron que sólo le quedaban unos meses de vida. Tras infructuosos intentos de tratarle, murió en diciembre de 1961 en Estados Unidos a los 36 años de edad. 

Esto establece el contexto en el que se escribió Los condenados de la tierra, en la primavera y el verano de 1961. Fanon sabía que iba a morir y quería dejar por escrito algunas de sus últimas reflexiones, sobre lo que había visto en África, su experiencia en la Revolución argelina y las lecciones que de ella pudieran extraerse para otros movimientos similares. 

De hecho, el libro no fue escrito, sino dictado por Fanon, lo que se percibe en el estilo del texto. No contiene muchas referencias, ni hay muchas citas. Es sólo el discurso desnudo de un hombre moribundo, que está desesperado, enrabiado, y que quiere dejar algo por escrito sobre las cosas que realmente le preocupan. El carácter crudo del libro y su poderoso lenguaje tuvieron un gran impacto en otros revolucionarios de la época y siguen influyendo en movimientos de todo el mundo. Pero es necesario para cualquier revolucionario separar lo que es correcto en el libro de Fanon de lo que es falso. 

Internacionalismo

El título del libro procede de un verso de la letra original en francés de La Internacional, «Debout les damnés de la terre«. Sin embargo, Fanon no lo tomó directamente de La Internacional,sino a través del poema Sales nègres [Sucios Negros] del poeta haitiano Jacques Roumain, que también fue fundador del Partido Comunista de Haití. Sales nègres, escrito en 1945, es un poema sobre la rebelión de los pueblos coloniales junto con los trabajadores de los países avanzados y utiliza las palabras de la Internacional como grito de rebelión para acabar con el mundo de los banqueros y los capitalistas: 

será demasiado tarde les digo

porque hasta los tam-tam habrán aprendido el lenguaje

de la Internacional

porque habremos escogido nuestro día

el día de los sucios negros

de los sucios indios

de los sucios hindúes

de los sucios indochinos

de los sucios árabes

de los sucios malayos

de los sucios judíos

de los sucios proletarios

Y aquí estamos de pie

todos los condenados de la tierra

todos los justicieros

marchando al asalto de sus cuarteles

y de sus bancos

como un bosque de antorchas fúnebres

para acabar

de

     una

            vez

                  por

                          todas

con este mundo

de negros

de niggers

de sucios negros.

Fanon también discutió el vínculo entre la lucha de las masas oprimidas colonialmente y la del proletariado en los países imperialistas. Contrariamente a lo que plantean la mayoría de los teóricos postcoloniales, Fanon no sostuvo que la clase obrera de los países capitalistas avanzados no pudiera desempeñar un papel revolucionario. Se quejó amargamente de que la izquierda y los demócratas franceses, en particular los Partidos Socialista y Comunista, no cumplían con su deber de apoyar el movimiento de liberación argelino, por ejemplo en su famosa carta Los intelectuales y demócratas franceses y la revolución argelina (publicada como una serie de tres artículos en El Moudjahid en los números del 1, 15 y 30 de diciembre de 1957):

«Uno de los primeros deberes de los intelectuales y de los elementos democráticos de los países colonialistas es apoyar sin reservas las aspiraciones nacionales de los pueblos colonizados. Esta actitud se basa en consideraciones teóricas muy importantes: … la comunidad de intereses entre las clases trabajadoras del país conquistador y el conjunto de la población del país conquistado y dominado…»

Esta carta abierta termina con un claro llamamiento a la izquierda francesa, en el que vincula la lucha por las condiciones de vida y los derechos democráticos del pueblo francés con la lucha del pueblo argelino por la liberación nacional: 

El FLN se dirige a la izquierda francesa, a los demócratas franceses, y les pide que alienten todas las huelgas emprendidas por el pueblo francés contra el encarecimiento de la vida, los nuevos impuestos, la restricción de las libertades democráticas en Francia, todas ellas consecuencias directas de la guerra de Argelia. El FLN pide a la izquierda francesa que refuerce su acción de información y que siga explicando a las masas francesas las características de la lucha del pueblo argelino, los principios que la animan y los objetivos de la Revolución. El FLN saluda a los franceses que han tenido el valor de negarse a tomar las armas contra el pueblo argelino y que ahora están en la cárcel. Estos ejemplos deben multiplicarse…

En Los condenados de la tierra añade que la tarea de liberar a la humanidad, «a toda la humanidad, se llevará a cabo con la ayuda indispensable de los pueblos europeos», pero que para ello primero deben decidirse «despertar y desempolvarse».

El papel de la burguesía

A lo largo del libro, Fanon se muestra muy preocupado por el papel de la burguesía nacional en los países colonizados y este es uno de los puntos fuertes del libro. Describe a la burguesía nacional como traicionera; dice que nunca se le debe permitir llegar al poder porque si lo hace se convertirá en un agente del imperialismo. El único objetivo de la burguesía colonial es sustituir el dominio imperialista por el suyo propio. Fanon argumenta que no tiene ninguna de las características revolucionarias que la burguesía tuvo (y perdió) históricamente en Occidente, etc. En todo esto tiene toda la razón. 

Fanon hablaba por experiencia propia. Como representante del GPRA, vio exactamente este proceso en muchos de los nuevos países africanos independientes que visitó, y concluyó: «resulta trivial comprobar y decir que en la mayoría de los casos, para el 95 por ciento de la población de los países subdesarrollados, la independencia no aporta un cambio inmediato».

Fanon explica: 

“La burguesía nacional va a complacerse, sin complejos y muy digna, con el papel de agente de negocios de la burguesía occidental. Ese papel lucrativo, esa función de pequeño gananciero, esa estrechez de visión, esa ausencia de ambición simbolizan la incapacidad de la burguesía nacional para cumplir su papel histórico de burguesía … En sus inicios, la burguesía nacional de los países coloniales se identifica con la burguesía occidental en sus finales. No debe creerse que quema etapas. En realidad, comienza por el final. Ya está en la senectud sin haber conocido ni la petulancia, ni la intrepidez, ni el voluntarismo de la juventud y la adolescencia.”

A partir de esta premisa, Fanon extrajo conclusiones muy agudas: «En los países subdesarrollados, no se debe permitir que la burguesía encuentre las condiciones necesarias para su existencia y su crecimiento». Y añade: «La cuestión teórica que desde hace cincuenta años se plantea cada vez que se discute la historia de los países subdesarrollados -si se puede o no saltar la fase de la burguesía- debe responderse en el terreno de la acción revolucionaria, y no por la lógica.» 

Aunque Fanon parece rechazar aquí el papel de la teoría, su conclusión es, sin embargo, clara: «En realidad, la fase burguesa en la historia de los países subdesarrollados es una etapa inútil.” . E insiste: «Pero, una vez más, debemos oponernos vigorosa y definitivamente al surgimiento de una burguesía nacional».

En esto tiene toda la razón. Fanon no llegó a estas conclusiones a través de ninguna investigación teórica, sino más bien a través de su propia experiencia práctica. Esta imputación contra la burguesía nacional, la clase media y la dirección de los movimientos de liberación nacional fue escrita en 1961, poco antes de la independencia de Argelia. Es probable que Fanon no sólo se refiriera a lo que había visto en otros países africanos, sino también a lo que podía ver en el propio FLN de manera incipiente: elementos pequeñoburgueses que llegaban a la cima del movimiento, que ya se repartían el botín entre ellos y que no se preocupaban en absoluto por los condenados de la tierra que habían llevado a cabo la lucha. 

De hecho, la posición de Fanon sobre esta cuestión (el papel de la burguesía nacional en los países atrasados) se acerca a la elaborada por Trotski en La Revolución Permanente y también a la defendida en las tesis de la Internacional Comunista sobre las cuestiones colonial y oriental, adoptadas en 1920 y 1922. 

Tanto Lenin como Trotski insistían en que la burguesía de los países atrasados y oprimidos no desempeñaría, ni podría desempeñar, ningún papel progresista en la lucha contra el imperialismo. En su lugar, explicaban, las masas oprimidas, con la clase obrera a la cabeza, debían tomar el poder y derrocar al capitalismo.

Como dijo Lenin: «la Internacional Comunista habrá de promulgar, dándole una base teórica, la tesis de que los países atrasados, con la ayuda del proletariado de las naciones adelantadas, pueden pasar al régimen soviético y, a través de determinadas etapas de desarrollo, al comunismo, soslayando en su desenvolvimiento la fase capitalista.»

Pero hay diferencias importantes entre la concepción de Fanon de la revolución colonial y la planteada por Lenin y Trotski. Aquí es donde los defectos de Los condenados de la tierra se hacen más evidentes.

La clase obrera

Uno de los principales puntos débiles del libro es que Fanon no parte de un análisis científico detallado de la sociedad argelina y de su historia. Fanon hace un par de referencias a Marx y Engels en sus obras, pero está claro que nunca fue marxista. En Los condenados de la tierra sostiene que “los análisis marxistas deben modificarse ligeramente siempre que se aborda el sistema colonial». 

En realidad, como veremos, su ligera modificación se convierte en una desviación fundamental del análisis marxista. Su razonamiento para ello es que: «Cuando se percibe en su aspecto inmediato el contexto colonial, es evidente que lo que divide al mundo es primero el hecho de pertenecer o no a tal especie, a tal raza. En las colonias, la infraestructura es igualmente una superestructura. La causa es consecuencia: se es rico porque se es blanco, se es blanco porque se es rico.»

Este análisis de la sustitución de la raza por la clase en las sociedades coloniales le lleva además a concluir que «es evidente que en los países coloniales sólo el campesinado es revolucionario. No tiene nada que perder y tiene todo por ganar.» A lo que añade que también el lumpenproletariado es revolucionario: «Entonces los rufianes, los granujas, los desempleados, los vagos, atraídos, se lanzan a la lucha de liberación como robustos trabajadores», aunque más adelante él mismo admite que el lumpen puede ser utilizado por la reacción colonialista:

«El colonialismo va a encontrar igualmente en el lumpen-proletarit una masa considerable propicia a la maniobra. Todo movimiento de liberación nacional debe prestar el máximo de atención, pues, a ese lumpen-proletariat. Éste responde siempre a la llamada a la insurrección, pero si la insurrección cree poder desarrollarse ignorándolo, el lumpen-proletariat, esa masa de hambrientos y desclasados, se lanzará a la lucha armada, participará en el conflicto, pero al lado del opresor. El opresor, que jamás pierde la ocasión de hacer que los negros se peleen entre sí, utilizará con una singular alegría la inconsciencia y la ignorancia que son las taras del lumpen-proletariat. Esta reserva humana disponible, si no es organizada de inmediato por la insurrección, se encontrará, como mercenaria, al lado de las tropas colonialistas.»

Lenin y Trotski, y la Internacional Comunista bajo su dirección, insistieron en el papel dirigente del proletariado, incluso en los países atrasados y coloniales que, aunque debía participar en el movimiento general de liberación nacional, tenía que organizarse independientemente desde el principio.

Fanon teoriza que la clase obrera en un país como Argelia es de hecho «burguesa», una capa privilegiada sin la cual la sociedad colonial no podría existir. De ahí saca la conclusión de que los trabajadores tienen interés en mantener el colonialismo y, por tanto, no se puede confiar en ellos ni contar con ellos en la lucha por la liberación nacional: 

«Muchas veces se ha señalado: en los territorios coloniales, el proletariado es el núcleo del pueblo colonizado más mimado por el régimen colonial. El proletariado embrionario de las ciudades es relativamente privilegiado. En los países capitalistas, el proletariado no tiene nada que perder; eventualmente tendría todo por ganar. En los países colonialistas, el proletariado tiene mucho que perder. Representa, en efecto, la fracción del pueblo colonizado necesaria e irreemplazable para la buena marcha de la maquinaria colonial: conductores de tranvías, mineros, estibadores, intérpretes, enfermeros, etc… Son esos elementos los partidarios más fieles de los partidos nacionalistas y que, por el sitio privilegiado que ocupan en el sistema colonial, constituyen la fracción «burguesa» del pueblo colonizado. «

Las ideas de Fanon sobre el papel que desempeñan las diferentes clases en el movimiento revolucionario en los países capitalistas atrasados han sido refutadas en la práctica en muchas ocasiones en muchos países diferentes, incluso en la propia Argelia. Sí, la clase obrera argelina era muy pequeña en aquella época. Pero la clase obrera rusa también era pequeña en proporción al conjunto de la población en el momento de la Revolución Rusa de 1917 y, sin embargo, los bolcheviques se basaron en los obreros para dirigir una revolución exitosa.

La clase obrera argelina tenía una larga tradición revolucionaria: tradiciones combativas  y comunistas. Por ejemplo, en 1950, sólo 10 años antes de que Fanon escribiera estas líneas, hubo una huelga de estibadores franceses contra el envío de armas para la guerra colonial francesa en Indochina. El movimiento, convocado por el sindicato CGT, en realidad comenzó en el puerto de Orán, en Argelia, antes que en los puertos de la Francia metropolitana. Allí, 2.500 estibadores paralizaron completamente el puerto, impidiendo cualquier envío de armas para la guerra. En respuesta a la brutal represión policial, el movimiento se amplió hasta convertirse en una huelga general en toda la ciudad, en una lucha que duró semanas y que las autoridades coloniales fueron incapaces de sofocar. 

Aquí tenemos un maravilloso ejemplo del papel que desempeña la clase obrera en una sociedad capitalista, incluso en una sociedad atrasada y colonizada. Un pequeño grupo de trabajadores utiliza su poder para paralizar un sector clave de la economía, y luego reúne el apoyo de las masas, en este caso en un movimiento político antiimperialista. ¡Y estas son las capas descritas por Fanon como «la fracción burguesa del pueblo colonizado»! 

Incluso durante la guerra de liberación nacional argelina hubo varias huelgas generales importantes. En julio de 1956, el FLN convocó una huelga general nacional, no sólo en Argelia, sino también entre los trabajadores argelinos en Francia. La huelga tuvo un apoyo  masivo, no sólo entre los trabajadores sino también entre capas más amplias de la población, incluyendo el cierre de comercios y pequeños negocios, la participación de intelectuales de clase media y estudiantes, etc. 

En 1957, tras la derrota de la batalla de Argel (brillantemente retratada en la película homónima de Gillo Pontecorvo), el FLN convocó una huelga nacional de ocho días que paralizó a todo el país. La huelga fue dirigida principalmente por elementos de la clase obrera, pero implicó a todo el pueblo argelino, revelando el enorme poder de los trabajadores y también el apoyo masivo que tenía el movimiento de liberación. 

El problema de estas acciones fue que la dirección pequeñoburguesa del FLN concebía la actividad de los trabajadores nada más como un medio para ganar influencia en las negociaciones en las Naciones Unidas y presentarse como el único representante «legítimo» del pueblo argelino ante la llamada «comunidad internacional». En ningún momento la dirección del FLN consideró el movimiento huelguístico como una forma de preparar y organizar las fuerzas de la clase obrera hacia un levantamiento revolucionario de masas. 

La clase obrera desempeñó un papel muy importante en la guerra de liberación nacional argelina. Pero hay otro elemento. Había alrededor de 300.000 obreros argelinos en Francia, y muchos de ellos trabajaban en las grandes fábricas. En la fábrica de Renault Billancourt había 2.000 trabajadores argelinos, concentrados en las categorías peor pagadas, por ejemplo en la fundición, donde representaban cerca del 60% de la mano de obra. Los obreros argelinos en Francia jugaron un papel importante en la lucha de liberación nacional, organizando huelgas, financiando el movimiento, y fueron cruciales en la manifestación del 17 de octubre de 1961 en París, en la que murieron cientos de personas por la represión policial. 

Incluso en un país como Argelia en los años 50, donde la clase obrera representaba un pequeño porcentaje de la población, esta puede y debe desempeñar el papel principal en cualquier lucha revolucionaria, por dos razones principales. Primero, por la forma en que la clase obrera es capaz de desarrollar una conciencia colectiva como resultado de ser explotada por el mismo patrón en condiciones similares. 

En segundo lugar, porque la clase obrera de cualquier sociedad capitalista tiene el poder de detener la producción y paralizar la sociedad, un poder del que el campesinado y el lumpenproletariado carecen. En el centro de cualquier sociedad capitalista está la oposición entre trabajadores y capitalistas, siendo la extracción de plusvalía de la clase trabajadora el mecanismo a través del cual se acumula el capital.

Otras capas pueden desempeñar un papel importante en un movimiento revolucionario, especialmente en un país como Argelia, donde el campesinado constituía la mayoría de la población, pero sólo la clase obrera es capaz de proporcionar una dirección independiente que pueda derrocar tanto al imperialismo como a sus títeres burgueses en las colonias.

Toda la historia demuestra que el campesinado es incapaz de desempeñar un papel independiente en la lucha revolucionaria. Esto se debe a tres razones principales. En primer lugar, el campesinado como clase es muy heterogéneo, ya que se compone de diferentes capas, desde los campesinos sin tierra hasta los pequeños agricultores, pasando por los agricultores medios y ricos que emplean mano de obra asalariada. Esto significa que algunos campesinos explotan a otros campesinos. En segundo lugar, la principal característica que domina la perspectiva del campesino es su deseo de poseer tierras, resumido en el lema de «la tierra para el que la trabaja». Esto, con muy pocas excepciones, significa que el campesinado desarrolla una perspectiva individualista, estrechamente ligada a la cuestión de su propiedad individual. Finalmente, aunque un movimiento revolucionario conquiste el poder en las ciudades con la ayuda de un ejército campesino, los propios campesinos deben volver a su parcela. Por lo tanto, no pueden, como clase, detentar el poder. 

Violencia

Al principio del libro Fanon habla de la cuestión de la violencia, y tiene mucha razón en una cosa: la violencia de los oprimidos no puede compararse ni equipararse con la violencia de los opresores. Hay que entender que la violencia de los oprimidos es el resultado de décadas de represión brutal, injurias mezquinas y supresión del sentimiento nacional. En esto tiene razón. 

Pero se equivoca en dos aspectos con respecto a la violencia. Primero, cuando describe la violencia como una experiencia catártica necesaria, desde un punto de vista individual y colectivo: «Pero resulta que para el pueblo colonizado esta violencia, como constituye su única labor, reviste caracteres positivos, formativos. Esta praxis violenta es totalizadora… En el plano de los individuos, la violencia desintoxica. Libra al colonizado de su complejo de inferioridad, de sus actitudes contemplativas o desesperadas. Lo hace intrépido, lo rehabilita ante sus propios ojos». 

Esta exageración del papel de la violencia, que quizás refleja la formación de Fanon como psiquiatra, delata una grave debilidad en el análisis de Fanon. Es cierto que la mentalidad de los oprimidos cambia en el curso de una revolución y que la acción colectiva sirve para revelar la fuerza del movimiento de masas y crea confianza en sus propias fuerzas. Eso no requiere  que cada individuo mate a un agente del poder colonial o haga estallar una bomba. 

La aplicación incoherente de Fanon de un análisis de clase también le llevó a conclusiones completamente falsas. Después de haber hecho una crítica correcta del papel de la burguesía nacional en los países coloniales, luego argumenta que el problema radica en los métodos utilizados para lograr la independencia en países como Senegal. Allí, explica Fanon, la independencia se consiguió por medios pacíficos, negociaciones y compromisos. La independencia fue concedida por la antigua potencia colonial y por eso salió mal. 

Si, por el contrario, se utiliza la violencia revolucionaria para derrocar y expulsar a los colonialistas, argumenta Fanon, el «pueblo», tras haber llevado a cabo la lucha armada, seguiría teniendo el control del movimiento después de tomar el poder, y no permitiría el ascenso burguesía. «Aunque la lucha armada haya sido simbólica y aunque se haya desmovilizado por una rápida descolonización, el pueblo tiene tiempo de convencerse de que la liberación ha sido labor de todos y de cada uno de ellos, que el dirigente no tiene mérito especial. … Cuando han participado, mediante la violencia, en la liberación nacional, las masas no permiten a nadie posar como «liberador»” afirma. “Iluminada por la violencia, la conciencia del pueblo se rebela contra toda pacificación” 

Argelia demostraría que Fanon estaba equivocado. La revolución argelina, una vez conquistada la independencia en 1962, pasó por una primera fase muy radical de ocupaciones de tierras, ocupaciones de fábricas y autogestión obrera, y nacionalización de industrias. Muy pronto, sin embargo, esto fue completamente revertido por el golpe de Boumédiène en 1965 y el establecimiento de una dictadura burocrática y capitalista. Esto era exactamente contra lo que Fanon estaba advirtiendo y lo que quería evitar. 

El hecho de que la revolución argelina se llevara a cabo mediante la lucha armada, mediante la violencia, no impidió que se produjera esa misma degeneración. La cuestión crucial no era el grado de violencia utilizado en la lucha por la independencia, sino el carácter de clase y el programa de los dirigentes. La responsabilidad de ello recae principalmente en los Partidos Comunistas francés y argelino, que habían abandonado una clara posición leninista. 

Una teoría defectuosa conducirá a errores en la práctica, y Fanon cometió uno de esos errores como embajador del gobierno provisional argelino. En ese momento, Fanon estaba discutiendo con diferentes grupos de todo el continente que buscaban la ayuda de los argelinos para su lucha. En Angola, dos de estos grupos se pusieron en contacto con el FLN. Uno era la UPA (Unión de Pueblos de Angola) de Holden Roberto y el otro era el MPLA (Movimiento Popular de Liberación de Angola). 

En lugar de fijarse en su política, su contenido de clase o cualquier otro factor de ese tipo, Fanon se concentró en una sola cosa: cuál de los dos grupos era el que quería iniciar la lucha armada lo antes posible. El MPLA quería hacer un trabajo preparatorio y construir bases en las ciudades antes de lanzarse a la lucha armada. Esto llevó a Fanon a elegir al peor de los dos grupos: la UPA de Holden Roberto.

Esta organización de base tribal, que ya estaba financiada por Estados Unidos, se convertiría en el FLNA, una de las principales fuerzas reaccionarias durante la guerra civil angoleña tras la independencia. Contaba con el apoyo de Estados Unidos, China y el reaccionario dictador zaireño Mobutu Sese Seko, y luchó en el mismo bando que los asesinos reaccionarios de la UNITA y la Sudáfrica del apartheid contra el MPLA y los cubanos en la famosa batalla de Cuito Cuanavale. Con la aprobación de Fanon y el apoyo del FLN argelino, la UPA lanzó una incursión armada chapucera y mal preparada en Angola desde el Congo en 1961, que condujo al desastre. 

Si se toma la violencia como único criterio, se cometerán todo tipo de errores. Habrá organizaciones que estén a favor de la violencia por todas las razones equivocadas, que tengan una perspectiva equivocada, una política equivocada. En este caso, Fanon acabó apoyando a un grupo que también contaba con el respaldo de la CIA, y que unos años más tarde estaría en el mismo bando que la Sudáfrica del apartheid. 

¿Capitalismo o socialismo?

Fanon también estaba muy confundido sobre qué tipo de sociedad crearía la Revolución argelina. ¿Socialismo? ¿Capitalismo? A lo largo del libro dice cosas diferentes sobre esta cuestión, contradiciéndose a sí mismo. En un momento dado dice: «la elección de un régimen socialista, de un régimen dirigido a la totalidad del pueblo, basado en el principio de que el hombre es el bien más precioso, nos permitirá ir más rápidamente, más armónicamente». Pero en otro pasaje dice: «La confrontación fundamental, que parecía ser la del colonialismo y el anticolonialismo, es decir, el capitalismo y socialismo, pierde importancia. Lo que cuenta ahora, el problema que cierra el horizonte, es la necesidad de una redistribución de las riquezas. La humanidad, so pena de verse sacudida, debe responder a este problema.». ¿Cómo puede haber redistribución de la riqueza si se evita la cuestión del capitalismo o del socialismo?

Y luego añade:

«Los países subdesarrollados, por el contrario, deben esforzarse por descubrir valores propios, métodos y un estilo específicos. El problema concreto frente al cual nos encontramos no es el de la opción, a toda costa, entre socialismo y capitalismo tal como son definidos por hombres de continentes y épocas diferentes.».

Así pues, lo que está diciendo es que el conflicto entre socialismo y capitalismo no era relevante para Argelia a mediados del siglo XX, como si fuera solo una cuestión de la Europa del siglo XIX. ¿Cuál era su alternativa a esta «falsa elección»? El Movimiento de Países No Alineados, fundado en la Conferencia de Bandung de 1955. En el contexto de la lucha entre el bloque diplomático en torno a la Unión Soviética estalinista y el bloque imperialista occidental, liderado por EEUU, una serie de países del Tercer Mundo intentaron equilibrarse entre ambos y tratar de ganar más autonomía. 

Aquello era similar a algunas de las ideas que flotan hoy en día sobre el carácter progresista de un «mundo multipolar». Pero debemos subrayar que el MNOAL y la Conferencia de Bandung no luchaban por la liberación nacional y no tenían ningún contenido progresista. Allí participaron todo tipo de países diferentes. Algunos, como Yugoslavia, habían abolido el capitalismo, pero otros eran monarquías reaccionarias semifeudales, como Arabia Saudí, Kuwait y Marruecos, algunos de ellos incluso estrechamente aliados del imperialismo estadounidense. Y se suponía que ésta era la alternativa a la «falsa elección entre socialismo y capitalismo».

Por supuesto, algunas de las limitaciones del pensamiento político de Fanon procedían de la traición del estalinismo. El estalinizado Partido Comunista de Francia había traicionado la Revolución argelina, la Unión Soviética no estaba promoviendo la revolución mundial, sino que promovía la «coexistencia pacífica». No era una propuesta muy atractiva, y él buscaba una especie de tercera vía. 

Desgraciadamente, esto llevó a Fanon a sacar algunas conclusiones extremadamente ingenuas. En el libro, sostiene que los países coloniales tienen que luchar por la liberación nacional mediante la lucha violenta y luego convencer a los países imperialistas de que les conviene permitir y ayudar al desarrollo nacional de esos países recién independizados:

«En la medida en que el Tercer Mundo está abandonado y condenado a la regresión, o al estancamiento en todo caso, por el egoísmo y la inmoralidad de las naciones occidentales, los pueblos subdesarrollados decidirán evolucionar en autarquía colectiva. Las industrias occidentales se verán rápidamente privadas de sus mercados de ultramar. Las máquinas se amontonarán en los depósitos y, en el mercado europeo, se desarrollará una lucha inexorable entre los grupos financieros y los trusts. Cierre de fábricas, lock-out o desempleo conducirán al proletariado europeo a desencadenar una lucha abierta contra el régimen capitalista. Los monopolios comprenderán entonces que su interés bien entendido consiste en ayudar y hacerlo masivamente y sin demasiadas condiciones a los países subdesarrollados. […]

«Por el contrario, debemos decir y explicar a los países capitalistas que el problema fundamental de la época contemporánea no es la guerra entre el régimen socialista y ellos. Hay que poner fin a esa guerra fría que no lleva a ninguna parte, detener los preparativos de la destrucción nuclear del mundo, invertir generosamente y ayudar técnicamente a las regiones subdesarrolladas

Distorsiones

En resumen, podemos decir que hay al menos dos puntos fuertes y muy importantes en Los condenados de la tierra. Primero, una crítica muy aguda y una advertencia contra la burguesía nacional de los países coloniales. Segundo, que la descolonización sólo puede ser llevada a cabo con éxito por las propias masas en una revolución. Esto se refleja en el hecho de que Fanon, una persona de clase media y educada de Martinica, en el Caribe, decidió unirse a la lucha en el país donde estaba establecido, y defendió el derecho del pueblo de Argelia a levantarse contra la violencia de los opresores. 

Pero en cuanto a que este libro sea una contribución útil o un proyecto de estrategia revolucionaria en los países dominados por el imperialismo, contiene muchas afirmaciones confusas y otras claramente erróneas y contraproducentes. 

Además, Fanon ha sido tergiversado hasta quedar irreconocible por los académicos de las universidades. Fanon es extremadamente popular en esos círculos, donde recogen los aspectos más oscuros de lo que dijo Fanon, tergiversan sus ideas, les dan la vuelta y las convierten en algo que es completamente incomprensible y que tiene muy poco que ver con lo que Fanon dijo o hizo en realidad. 

Por ejemplo; un grupo de académicos de una universidad canadiense organizó un seminario sobre Fanon en 2020 y escribió sobre «las geografías de Fanon»: 

«[A]través de sus textos, Fanon es el árbitro del conocimiento geográfico, y esta posicionalidad le proporciona una especie de precisión cartográfica que simultáneamente se aferra a, y colapsa, la colonialidad… Las geografías de Fanon no pueden ser teorizadas como encerradas o contenidas. Sus escritos pueden compartirse, debatirse y practicarse en colaboración, y este tipo de capacidad se presta a un sentido interdisciplinar y abierto del lugar». 

Es casi imposible entender una sola palabra de lo que aquí se quiere decir, y eso es intencional. 

No es casualidad que los académicos decoloniales posmodernos se basen tanto en Fanon, recogiendo los elementos más oscuros y confusos de su obra y haciendo especial hincapié en sus escritos sobre psiquiatría. Lo único que les preocupa es la «descolonización de la mente». Son perdedores de tiempo que giran en torno a la contemplación de sus propios procesos mentales internos. 

A diferencia de ellos, Fanon era un revolucionario. Insistió en que se le diera un papel de combatiente en el movimiento, lo que le negaron los dirigentes del FLN, que pensaban que podía desempeñar un papel más útil en otras funciones. Es como revolucionario como debe ser juzgado y es nuestro deber señalar los defectos de su punto de vista sobre la estrategia revolucionaria, así como sus puntos fuertes. 

¿Qué camino seguir?

Hoy en día, la inmensa mayoría de los antiguos países coloniales han logrado la independencia formal, pero como Fanon advirtió con clarividencia, bajo el dominio de sus burguesías «nacionales» siguen encadenados al imperialismo y las masas de trabajadores y campesinos siguen siendo oprimidas.

En los últimos años hemos visto valientes levantamientos de masas en un país tras otro, en Egipto y Túnez, en Sudán, en Líbano, en Irak, en Chile, en Ecuador, y muchos más. No faltan el heroísmo, el coraje y la voluntad de luchar por una auténtica liberación. 

Es necesario armar la vanguardia revolucionaria de estos países con una clara comprensión teórica del camino a seguir en términos de las fuerzas de clase implicadas en la revolución y del carácter que debe adoptar. Para ello, tenemos que volver a Lenin y a los primeros días de la Internacional Comunista. 

Los países dominados sólo pueden conseguir una auténtica liberación derrocando al imperialismo. Esta tarea no puede ser llevada a cabo por la burguesía nacional, que es incapaz y no está dispuesta a desempeñar ningún papel progresista (como Fanon señaló correctamente) y está atada de mil maneras diferentes al imperialismo extranjero. 

Sólo la clase obrera, a la cabeza de la nación, podrá romper las cadenas de la dominación imperialista. Las tareas democráticas nacionales se combinarán con las tareas socialistas expropiando no sólo a las multinacionales sino también a los capitalistas locales. Por último, la revolución no puede completarse dentro de las fronteras nacionales, sino que debe adquirir un alcance internacional. Sólo a través de la revolución socialista mundial podrán los países dominados por el atraso alcanzar un futuro de desarrollo económico y auténtica libertad. 

RECUADRO: El papel de los estalinistas en Argelia

El deplorable papel de los partidos comunistas estalinizados de Francia y Argelia tendría un impacto significativo y negativo en el curso de la Revolución argelina y en las ideas de Franz Fanon.

En 1941, cuando la Unión Soviética entró en la Segunda Guerra Mundial del lado de los aliados, el Partido Comunista de Francia y el Partido Comunista de Argelia abandonaron la consigna de la independencia de Argelia. La razón era que los imperialistas franceses eran, por supuesto, aliados de la URSS en el bando de la «democracia contra el fascismo» y defender la independencia de Argelia les habría molestado, así que no se podía. 

Esta era la traicionera política estalinista de los partidos comunistas de todo el mundo en aquella época. Esto tuvo un impacto terrible en la revolución argelina y significó que el Partido Comunista y las ideas comunistas en general no podían tener casi ningún impacto en el movimiento. 

El ejército alemán se rindió incondicionalmente a los Aliados el 8 de mayo de 1945. En Argelia, como en muchos otros lugares, hubo manifestaciones para celebrar la liberación de Francia y la derrota de los nazis. En algunas de estas manifestaciones, los argelinos que habían luchado en la guerra contra el fascismo acudieron con la bandera nacionalista argelina y con consignas contra la Alemania nazi, pero también con consignas anticoloniales y exigiendo la libertad de Messali Hadj, que era el líder histórico del movimiento nacional argelino y dirigente del proscrito Partido Popular Argelino (PPA). 

Hubo un incidente en la ciudad de Sétif, en el que la policía se enfrentó a una de esas manifestaciones, trató de llevarse la bandera argelina y abrió fuego, matando a algunos de los manifestantes y desencadenando acontecimientos que desembocaron en una horrible masacre. Durante unas semanas, en toda una serie de ciudades -Sétif, Guelma, Kherrata- los colonos blancos organizaron milicias armadas con el apoyo de las autoridades francesas y procedieron a una matanza de árabes argelinos. El ejército francés intervino para «restablecer el orden» llevando a cabo numerosas ejecuciones, utilizando el bombardeo aéreo contra las ciudades y pueblos argelinos menos accesibles y empleando la marina para bombardear Kherrata.

A día de hoy no está claro cuántos murieron en la brutal represión colonial francesa, pero las estimaciones oscilan entre 6.000 y 30.000 argelinos masacrados en estos «acontecimientos», tal y como se describen en la historia oficial francesa. 

Muchos argelinos pensaron que la liberación de la Alemania nazi significaba también democracia y libertad para Argelia y el fin del colonialismo. Pronto se dieron cuenta de que no iba a ser así. 

Por si esto no fuera suficiente, el Partido Comunista Francés (PCF) desempeñó un papel deplorable en la masacre. En aquella época, el PCF formaba parte del gobierno francés de unidad nacional y un miembro del PCF, Charles Tillon, era el Ministro de la Fuerza Aérea, por lo tanto, responsable directo del bombardeo aéreo de las aldeas argelinas. 

El periódico del PCF, L’Humanité, describió los hechos como provocados por «provocadores pro-Hitler». Es decir, el pueblo argelino que celebraba la victoria contra el nazismo y ondeaba la bandera de la libertad de Argelia formaba parte, según los dirigentes del PCF, ¡de una provocación pro-Hitler! 

El 11 de mayo, L’Humanité publicó una breve nota: «En Setif: ataque fascista el día de la victoria». Era una reproducción sin comentarios (pero con un titular claro) de una nota gubernamental: «Elementos perturbadores de inspiración hitleriana se lanzaron a la agresión armada en Setif contra la población que celebraba la capitulación de Hitler. La policía, ayudada por el ejército, mantiene el orden».

El 12 de mayo, el Partido Comunista distribuyó un folleto de advertencia en las ciudades de Argelia. Firmado por cinco representantes del Comité Central, exigía «dar muerte a los instigadores de la revuelta y a los matones que la han dirigido. No se trata de venganza ni de represalias. Se trata de medidas de justicia. Son medidas de seguridad para el país».

El Partido Comunista Argelino exigió en su periódico: «Hay que castigar inmediatamente a los organizadores de estos disturbios de forma rápida y despiadada, dar muerte a los instigadores de la revuelta y a los matones que la han dirigido».

En algunas de las ciudades afectadas, los dirigentes locales del PCA se unieron a las milicias de colonos franceses que llevaban a cabo las masacres, a pesar de que algunos de los que participaban en las manifestaciones pro argelinas eran también miembros del Partido Comunista. Esto creó una ruptura total entre el PCF y el movimiento nacional argelino. 

En 1956 se produjo otro incidente crucial cuando el Parlamento francés votó a favor de otorgar poderes especiales al gobierno para hacer frente a la revuelta argelina que había comenzado en 1954, y el PCF votó a favor. 

Este es el terrible historial del PCF estalinista en relación con la lucha de liberación argelina. Esto no habría pasado desapercibido para Fanon, alejándolo aún más del marxismo en sus ideas.

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