NUEVAS TAREAS Y NUEVAS FUERZAS

Lenin

El 22 de enero (9 de enero en el calendario antiguo) 1905, tropas zaristas abrieron fuego contra un grupo de manifestantes desarmados, asesinando a cientos de ellos. Los trabajadores alrededor de Rusia respondieron con un movimiento de huelgas revolucionarias. 

Lenin comprendió el significado de la situación. En ‘Nuevas Tareas y Nuevas Fuerzas’, publicado en el periódico Bolchevique, Vperyod, el 8 de marzo (23 de febrero calendario antiguo), le insistió al movimiento socialdemócrata ruso deshacerse del satanismo y proveer una expresión organizada y dirección para el movimiento obrero revolucionario. 

Hemos elegido volver a publicar esto en el centenario de la muerte de Lenin porque nos permite ver la esencia de Lenin como un pensador, un dirigente y un revolucionario, en sus propias palabras. Aunque el artículo no puede removerse del contexto – una situación revolucionaria en el cual los trabajadores entraron en conflicto directo con el estado zarista – aún contiene lecciones importantes para los revolucionarios de hoy.


El desarrollo del movimiento obrero de masas en Rusia, vinculado con el desarrollo de la socialdemocracia, se caracteriza por tres importantes transiciones. Primera: de los estrechos círculos de propaganda a la amplia agitación económica entre las masas; segunda: a la agitación política en gran escala y a manifestaciones abiertas, de calle; tercera: a la verdadera guerra civil, a la lucha revolucionaria directa, a la insurrección armada del pueblo.

Cada una de estas transiciones fue preparada, por una parte, por la acción del pensamiento socialista, que se orientaba fundamentalmente en una dirección, y por otra parte, por los profundos cambios operados en las condiciones de vida y en la mentalidad de la clase obrera, por el despertar de nuevas capas de la clase obrera a la lucha cada vez más consciente y activa. Estos cambios se produjeron a veces en forma imperceptible, el proletariado concentró sus fuerzas entre bastidores, de modo poco visible, lo que a menudo provocaba el desencanto de los intelectuales en cuanto a la firmeza y vitalidad del movimiento de masas. 

Después se operaba el viraje y todo el movimiento revolucionario parecía ascender de golpe a una fase nueva y más alta. El proletariado y su vanguardia, la socialdemocracia, se veían ante tareas prácticamente nuevas, para cuya solución surgían, como si brotasen de la tierra, nuevas fuerzas, que poco antes del viraje nadie habría sospechado que existieran. Pero todo esto no ocurría de golpe, sin vacilaciones y sin luchas de tendencias en el seno de la socialdemocracia, sin recaídas en concepciones ya caducas, en apariencia muertas y enterradas desde hacía mucho tiempo. También ahora la socialdemocracia pasa, en Rusia, por uno de esos períodos de vacilación. Hubo una época en que la agitación política tenía que abrirse paso entre teorías oportunistas, en que se temía que las fuerzas no bastarían para abordar las nuevas tareas, en que el hecho de que la socialdemocracia se mantuviese a la zaga de las exigencias del proletariado se justificaba repitiendo a todas horas las palabras “de clase” o interpretando las relaciones entre el partido y la clase en un sentido seguidista. La marcha del movimiento barrió todas estas preocupaciones miopes y concepciones retardatarias. El ascenso actual va acompañado una vez más, aunque en una forma algo distinta, por una lucha contra los círculos y las tendencias ya caducos. Los partidarios de Rabócheie Dielo han resucitado, encarnados en los neoiskristas. Para adaptar nuestra táctica y nuestra organización a las nuevas tareas, debemos vencer la resistencia de las teorías oportunistas sobre las “demostraciones de tipo superior” (plan de la campaña de los zemstvos) o sobre la “organización como proceso”; debemos combatir el temor reaccionario a “señalar” el momento apropiado para la insurrección, o a la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado.

El retrato de la socialdemocracia con respecto a las necesidades urgentes del proletariado se justifica, una vez más, repitiendo con excesiva frecuencia (y a veces tontamente) las palabras “de clase” y degradando las tareas del partido en relación con la clase. De nuevo se tergiversa la consigna de la “actividad independiente de los obreros”, ensalzando las formas más bajas de la iniciativa y pasando por alto las formas superiores de la actividad independiente verdaderamente socialdemócrata, de la auténtica iniciativa revolucionaria del propio proletariado. No cabe la menor duda de que también esta vez la marcha del movimiento barrerá todas estas supervivencias de concepciones caducas y que ya no responden a las exigencias de la realidad. Pero ello no se reducirá sólo a la refutación de los viejos errores, sino que será necesario llevar a cabo una labor revolucionaria positiva mucho más intensa, destinada a realizar en la práctica las nuevas tareas, a ganar para nuestro partido y poner a disposición de éste las nuevas fuerzas, que acuden ahora al campo revolucionario en tan gran número. Estos problemas de la labor revolucionaria positiva son los que deben ocupar el centro de la atención en las deliberaciones del próximo III Congreso, y en ellos deben concentrar su atención todos los miembros de nuestro partido, en su trabajo local y en el trabajo general. Cuáles son las nuevas tareas que tenemos ante nosotros, ya lo hemos expuesto en rasgos generales más de una vez; extender la agitación a nuevas capas de la población pobre de la ciudad y el campo, crear una organización más amplia, dinámica y fuerte, preparar la insurrección y el armamento del pueblo, y llegar, para estos fines, a un acuerdo con los demócratas revolucionarios. Que existen nuevas fuerzas para realizar estas tareas, nos lo dicen con elocuencia las noticias sobre paros generales en toda Rusia, sobre las huelgas y el espíritu revolucionario de la juventud, de la intelectualidad democrática en general y aun de muchos sectores de la burguesía. La existencia de estas enormes fuerzas nuevas, y la firme certeza de que el actual fermento revolucionario, sin precedentes en Rusia, ha afectado, hasta ahora, apenas a una pequeña parte de las inmensas reservas de material inflamable existentes en la clase obrera y en el campesinado, constituyen una garantía plena e incondicional de que las nuevas tareas pueden ser resueltas y lo serán, sin duda alguna. El problema práctico que se nos plantea es, sobre todo, el de cómo aprovechar, encauzar, unir y organizar estas fuerzas nuevas; el de cómo concentrar la labor socialdemócrata en las nuevas y más altas tareas que la situación actual coloca en primer plano, sin olvidar ni por un momento las viejas y habituales tareas que tenemos y seguiremos teniendo a nuestro cargo mientras siga en pie el mundo de la explotación capitalista. 

[…]

Pero lo que en especial nos interesa, desde el punto de vista de las tareas actuales, es el problema de descargar a los revolucionarios de una parte de sus funciones. El período inicial de la revolución, que estamos viviendo, da a este problema una significación muy actual y de gran alcance. “Cuanta más energía pongamos en desarrollar la lucha revolucionaria, tanto más obligado se verá el gobierno a legalizar parte del trabajo sindical, quitándonos así una parte de la carga que pesa sobre nosotros”, se decía en ¿Qué hacer? *. Pero la enérgica lucha revolucionaria nos libera de una “parte de nuestra carga”, no sólo por ese camino, sino también por muchos otros. El momento actual no se ha limitado a ‘legalizar’ mucho de lo que antes estaba prohibido. Ha ampliado el movimiento en tal medida que aún sin necesidad de legalización por parte del gobierno se ha incorporado a la práctica, se ha convertido en costumbre y hecho asequible para la masa mucho de lo que antes sólo se consideraba y era asequible para los revolucionarios. Toda la trayectoria histórica del desarrollo del movimiento socialdemócrata se caracteriza por el hecho de haber ido conquistando una libertad de acción cada vez mayor, a pesar de todos los obstáculos, a pesar de las leyes del zarismo y de las medidas policiales. El proletariado revolucionario se rodea, por así decirlo, de cierta atmósfera de simpatía y apoyo, inaccesible para el gobierno, tanto por parte de la clase obrera como por parte de otras clases (que, por supuesto, concuerdan sólo con una pequeña fracción de las reivindicaciones de la democracia obrera). En las primeras etapas del movimiento, los socialdemócratas tuvieron que hacerse cargo de una cantidad enorme de trabajo que equivalía casi a una labor cultural, o debieron ocuparse casi exclusivamente de la agitación de tipo económico. Ahora, estas funciones van pasando poco a poco, una tras otra, a manos de nuevas fuerzas, de capas más amplias, incorporadas al movimiento. En manos de las organizaciones revolucionarias se concentra cada vez más la función de la verdadera dirección política, la función de extraer, de la protesta de los obreros y del descontento del pueblo, las conclusiones social democráticas. Al principio temíamos enseñar a los obreros, en sentido directo y en sentido figurado, a leer y escribir. Ahora, el nivel de cultura política se ha elevado en proporciones tan enormes, que podemos y debemos concentrar ya todas nuestras fuerzas en los objetivos social democráticos directos del encauzamiento organizativo de la corriente revolucionaria. Ahora los liberales y la prensa legal se encargan de realizar una gran cantidad de la labor “preparatoria” que antes nos obligaba a distraer demasiadas fuerzas. Ahora, la propaganda abierta de las ideas y reivindicaciones democráticas, no perseguida ya por el debilitado gobierno, se ha extendido de tal modo, que nos vemos obligados a adaptarnos a la envergadura totalmente nueva del movimiento. No cabe duda de que en esta labor preparatoria hay cizaña y hay trigo, y de que los socialdemócratas tendrán que preocuparse ahora, cada vez más, por combatir la influencia de la democracia burguesa sobre los obreros. Pero esta labor encerrará un contenido socialdemócrata mucho más real que nuestra actividad anterior, que apuntaba ante todo a conmover a las masas carentes de conciencia política. 

Cuanto más se extienda el movimiento popular, más de manifiesto se pondrá la verdadera naturaleza de las diversas clases, más apremiante se hará la tarea del partido, de guiar a la clase, de ser su organizador, en lugar de marchar a la zaga de los acontecimientos. Cuanto más se desarrolle por todas partes la iniciativa revolucionaria en todas sus formas, más evidente se hará la oquedad y vaciedad de las frases de Rábócheie Diélo acerca de la actividad independiente en general que tanto gustan de repetir los gritones *, más se destacará la significación de la actividad independiente social democrática, mayores serán las exigencias que los acontecimientos plantean a nuestra iniciativa revo­ * Vperiod corrigió «gritones” por “neoiskristas”. Cuanto más anchos se hacen los nuevos torrentes del movimiento social, cuyo número crece sin cesar, mayor importancia adquiere la existencia de una fuerte organización socialdemócrata, capaz de ofrecer un nuevo cauce a estos torrentes. Cuanto más trabajan a nuestro favor esta propaganda y esta agitación democrática que se desarrolla con independencia de nosotros, más importante es la dirección organizada por parte de la socialdemocracia, para poner la independencia de la clase obrera a salvo de los demócratas burgueses. 

Para la socialdemocracia, una época revolucionaria es lo que para un ejército el tiempo de guerra. Debemos ampliar los cuadros de nuestro ejército, sacarlos del régimen de paz y ponerlos en pie de guerra, movilizar a los reservistas, llamar de nuevo bajo las armas a los que se hallan disfrutando de licencia, formar nuevos cuerpos auxiliares, unidades y servicios. No hay que olvidar que en la guerra es necesario e inevitable reforzar los contingentes con reclutas poco instruidos, sustituir sobre la marcha a los oficiales por soldados rasos, acelerar y simplificar el ascenso de soldados a oficiales. 

Hablando sin metáforas: debemos aumentar considerablemente los efectivos de todas las organizaciones del partido y de todas las organizaciones afines a éste, para poder marchar en cierta medida al ritmo del torrente de energía revolucionaria del pueblo, que ha centuplicado su vigor. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que se descuide la constante instrucción de la educación sistemática en los conocimientos del marxismo. Claro está que no; pero debemos recordar que ahora tienen mucha más importancia, para la formación y la educación, las acciones de lucha, que se encargan precisamente de enseñar a los no instruidos en nuestro sentido, y sólo en él. No debe olvidarse que nuestra fidelidad “doctrinaria” al marxismo se ve fortalecida ahora por la marcha de los acontecimientos revolucionarios, que proporciona a la masa lecciones concretas en todas partes, y que todas estas lecciones confirman nuestro dogma. No hablamos, pues, de renunciar al dogma, ni de ceder en nuestra actitud desconfiada y recelosa frente a los confusos intelectuales y las cabezas huecas revolucionarias: muy al contrario. Hablamos de nuevos métodos de enseñanza del dogma, que un socialdemócrata jamás, ni en circunstancia alguna, debe olvidar. Hablamos de lo importante que es ahora aprovechar las enseñanzas concretas de los grandes acontecimientos revolucionarios, para hacer llegar, no ya a los círculos sino a las masas, nuestras viejas lecciones “dogmáticas”; por ejemplo, la de que es necesario combinar en la práctica el terror con la insurrección, o que es preciso saber descubrir detrás del liberalismo de la sociedad rusa educada los intereses de clase de nuestra burguesía (véase nuestra polémica con los socialistas-revolucionarios acerca de este problema, en el núm. 3 de Vperiod*).

No se trata, por lo tanto, de reducir nuestras altas exigencias socialdemócratas o de ceder en nuestra intransigencia ortodoxa, sino de fortalecer tanto lo uno como lo otro por nuevos caminos y mediante nuevos métodos de enseñanza. En tiempos de guerra los reclutas deben obtener su adiestramiento directamente de las operaciones militares. ¡Utilicen, pues, con mayor audacia los nuevos métodos de enseñanza, camaradas! ¡Formen con mayor energía nuevos grupos de lucha, envíenlos al combate, recluten a más obreros jóvenes, amplíen los marcos habituales de todas las organizaciones de partido, desde los comités hasta los grupos de fábrica, uniones sindicales y círculos de estudiantes! Recuerden que cada demora imputable a nosotros en estos asuntos favorece a los enemigos de la socialdemocracia, pues los nuevos arroyos buscan con impaciencia su camino, y si no encuentran un cauce socialdemócrata se precipitan a otro que no lo sea. Recuerden que todo paso práctico del movimiento revolucionario instruirá inevitable e indefectiblemente a los jóvenes reclutas en la ciencia socialdemócrata, pues esta ciencia se basa en la apreciación objetivamente correcta de las fuerzas y tendencias de las distintas clases, y la revolución no es otra cosa que la destrucción de la antigua superestructura y la acción independiente de diferentes clases que tratan de erigir a su modo una superestructura nueva. ¡Pero no degraden nuestra ciencia revolucionaria convirtiéndola en un simple dogma libresco, no la vulgaricen con lamentables frases acerca de la táctica como proceso y la organización como proceso, con frases que tratan de justificar el desconcierto, la indecisión y la falta de iniciativa! ¡Ofrezcan mayor campo de acción a las diversas actividades de los más diferentes grupos y círculos, y estén seguros de que, aun prescindiendo de nuestros consejos y con independencia de ellos, serán encauzados hacia el campo justo por las exigencias inexorables de la marcha de los acontecimientos revolucionarios! Es una vieja verdad la de que en política hay que aprender muchas veces del enemigo. Y en tiempos revolucionarios, el enemigo nos impone las conclusiones correctas en forma particularmente instructiva y rápida. 

Extraigamos, pues, las conclusiones: hay que tener en cuenta la existencia de un movimiento cien veces más fuerte que antes, el nuevo ritmo del trabajo, la atmósfera más libre y la mayor amplitud del campo de acción. Necesitamos un impulso muy distinto en todo el trabajo. Es preciso desplazar el centro de gravedad, del adiestramiento pacífico a las acciones de lucha. Debemos reclutar con mayor audacia, rapidez y amplitud de criterio a jóvenes combatientes para todas y cada una de nuestras organizaciones. Con este fin, es necesario crear, sin perder ni un minuto, cientos de nuevas organizaciones. Sí, digo cientos, sin incurrir en ninguna exageración, y no me digan que ya es “demasiado tarde” para encarar una labor de organización tan extensa. No, nunca es demasiado tarde para organizarse. Debemos utilizar la libertad que conquistamos legalmente, y la libertad de que nos apoderamos a pesar de la ley, para multiplicar y fortalecer las diferentes organizaciones del partido. Cualquiera sea el curso de la revolución, o su desenlace, y por pronto que la obliguen a detenerse unas u otras circunstancias, sus conquistas reales sólo se afianzarán y quedarán aseguradas en la medida en que el proletariado se organice. 

Es necesario llevar ahora a la práctica, sin demoras, la consigna de ¡organizarse!, que los partidarios de la mayoría querían formular con toda precisión en el II Congreso del partido. Si no sabemos, mostrar audacia y espíritu de iniciativa en la creación de nuevas organizaciones, tendremos que renunciar a las vanas pretensiones de ser la vanguardia. Si nos detenemos, impotentes, en los límites de lo ya conseguido, en las formas y marcos de los comités, grupos, círculos y reuniones, no haremos otra cosa que demostrar nuestra incapacidad. Miles de círculos surgen ahora por todas partes, sin intervención nuestra, sin programas ni objetivos definidos, simplemente al calor de los acontecimientos. Los socialdemócratas deben proponerse como tarea establecer y afianzar relaciones directas con el mayor número posible de esos círculos, ayudarlos, ilustrarlos con sus conocimientos y experiencia, estimularlos con su iniciativa revolucionaria. Todos esos círculos, salvo los que conscientemente se mantengan al margen de la socialdemocracia, deben ingresar en forma directa a nuestro partido o vincularse con él. En el segundo caso, no debemos exigirles que acepten nuestro programa, ni que se sometan a relaciones organizativas obligatorias; basta con el simple sentimiento de protesta, con la mera simpatía por la causa de la socialdemocracia revolucionaria internacional, para que estos círculos de simpatizantes, si los socialdemócratas influyen enérgicamente sobre ellos, se conviertan, bajo la presión de los acontecimientos, primero en auxiliares democráticos y después en miembros convencidos de nuestro partido. 

Hay tanta gente, y nos faltan hombres: esta fórmula contradictoria expresa desde hace tiempo las contradicciones de la vida organizativa y de las necesidades de la socialdemocracia en materia de organización. Y esta contradicción se destaca ahora con una fuerza muy especial: a menudo escuchamos en todas partes el reclamo apasionado de nuevas fuerzas, y quejas acerca de la escasez de fuerzas en las organizaciones, a la vez que en todas partes nos ofrece su ayuda un sinnúmero de personas y brotan constantemente las fuerzas jóvenes, sobre todo en la clase obrera. El organizador práctico que se queja, en estas condiciones, de la falta de hombres, se equivoca como se equivocaba madame Roland cuando en 1793, en el momento culminante de la gran revolución francesa, escribía que Francia no tenía hombres, que todos eran pigmeos. Quienes así se expresan no ven el bosque porque se lo impiden los árboles; reconocen que los acontecimientos los han cegado, que en vez de dominar, como revolucionarios, con su conciencia y su actividad, los acontecimientos, se dejan dominar y arrollar por ellos. Semejantes organizadores deberían pasar a retiro y dejar paso a las fuerzas jóvenes, cuya energía sustituye a menudo con creces lo que les falta de experiencia. 

Lo que sobran son hombres; Rusia revolucionaria nunca dispuso de una muchedumbre de hombres como ahora. Jamás tuvo una clase revolucionaria con condiciones tan extraordinariamente favorables —por lo que se refiere a los aliados temporarios, amigos conscientes y auxiliares involuntarios— como el proletariado ruso de hoy. Los hombres abundan; sólo hace falta echar por la borda las ideas y doctrinas seguidistas, y dejar amplio margen a la iniciativa, a los “planes” y a las “actividades”; si así lo hacemos, demostraremos ser dignos representantes de la gran clase revolucionaria, y el proletariado de Rusia llevará adelante toda la gran revolución rusa, con tanto heroísmo como la comenzó. 

DE: V I Lenin, Obras completas, Tomo 9, Progreso, 1982, págs. 306-318

La última lucha de Lenin

En este artículo, el cual se escribió originalmente para el centenario del nacimiento de Lenin en 1970. Alan Woods explica el ascenso de la burocracia soviética y la lucha que Lenin libró contra ella. Lenin pudo notar los primeros síntomas de la degeneración burocrática en sus últimos dos años de actividad política. Sus artículos y cartas de este período dejaron un legado vital para todos los comunistas de hoy. 


En el último periodo activo de su vida, Lenin estuvo principalmente preocupado por los problemas de la economía soviética bajo la Nueva Política Económica. En 1921, bajo la presión de los millones de pequeños propietarios campesinos, el Estado obrero se vió  obligado a desviarse del camino hacia  la planificación e industrialización socialista con el fin de obtener grano para los trabajadores hambrientos de las ciudades. La vieja práctica de la guerra civil de requisar el grano tuvo que ser abandonada para aplacar a los campesinos, cuyo apoyo era necesario para que el estado obrero no sucumbiera ante la reacción. Se restableció un mercado libre de cereales y se hicieron concesiones a los campesinos y pequeños comerciantes mientras que las principales palancas del poder económico (bancos e industrias pesadas nacionalizadas y el monopolio estatal del comercio exterior) permanecían en manos del Estado obrero.

Esta retirada, a la que los bolcheviques se vieron obligados, no tenía como objetivo crear una sociedad socialista y sin clases, sino salvar a millones de personas de morir de hambre, reconstruir una economía destrozada y proporcionar casas y escuelas primarias, es decir, para arrastrar a Rusia al siglo XX.

El triunfo del socialismo exige un desarrollo de las fuerzas productivas a un nivel inédito en cualquier sociedad que existiera  anteriormente. Sólo cuando se eliminen las condiciones de miseria y pobreza general, podrá el pensamiento del hombre elevarse a horizontes más allá  de la lucha cotidiana por la vida. Las condiciones para esta transformación ya existen en el mundo actual. Por primera vez en la historia de la humanidad, podemos decir con toda sinceridad que ya no es necesario que nadie se muera de hambre, ni que no tenga hogar, ni que sea analfabeto.

El potencial está ahí: en la ciencia, la técnica y la industria creadas por el propio desarrollo del capitalismo, que aprovecha todos los recursos del planeta, aunque de forma incompleta, anárquica y sin desarrollar. Sólo sobre la base de un plan de producción integrado y armonioso puede realizarse este potencial. Pero esto sólo puede llevarse a cabo sobre la base de la propiedad común de los medios de producción y un plan socialista democrático.

Estas verdades elementales del marxismo se daban por supuestas por Lenin y los bolcheviques. No condujeron a los obreros a la victoria en octubre de 1917 con el fin de “construir el socialismo” dentro de las fronteras del antiguo imperio zarista, sino para dar el primer golpe de la revolución socialista internacional:

“Nosotros hemos empezado la obra,” escribió Lenin en el cuarto aniversario de la Revolución de Octubre. “Poco importa saber cuándo, en qué plazo y en qué nación culminarán los proletarios esta obra. Lo esencial es que se ha roto el hielo, que se ha abierto el camino, que se ha indicado la dirección.”

El aislamiento de la revolución 

Para Lenin, la importancia primordial de la Revolución Rusa radicaba en el ejemplo que le proporcionó a los trabajadores del mundo. El fracaso de la oleada revolucionaria que recorrió Europa en el período 1918-21 fue el factor decisivo en el desarrollo posterior. Sobre la base de una revolución europea victoriosa, el enorme potencial de la riqueza mineral de Rusia, su vasta fuerza de trabajo, podrían haberse unido a la ciencia, la tecnología y la industria de Alemania, Gran Bretaña y Francia. Los  Estados Unidos Socialistas de Europa podrían haber transformado la vida de los pueblos de Europa y Asia y haber abierto el camino a una Federación Mundial Socialista. En cambio, como resultado de la cobardía e ineptitud de los dirigentes obreros, las clases trabajadoras europeas se enfrentaron a décadas de penurias, desempleo, fascismo y una nueva guerra mundial. Por otra parte, el aislamiento del único Estado obrero del mundo en un país atrasado y campesino, abrió la puerta a la degeneración burocrática y a la reacción estalinista.

La derrota de la clase obrera alemana en marzo de 1921 obligó a la República Soviética a buscar sus propios recursos para sobrevivir. En un discurso pronunciado el 17 de octubre de 1921, Lenin expuso las consecuencias:

“Debéis recordar que nuestro País Soviético, sumido en la miseria tras largos años de pruebas, no está rodeado de una Francia o una Inglaterra socialistas, que podrían ayudarnos con su alto nivel técnico e industrial. ¡Nada de eso! Debemos recordar que ahora toda su técnica adelantada y su industria desarrollada pertenecen a los capitalistas, los cuales obran contra nosotros”.

Para sobrevivir, era necesario conciliar el deseo del campesino de obtener beneficios, incluso a costa de la clase obrera y de la construcción de la industria, única base real para la transición al socialismo.

Las concesiones otorgadas a los campesinos, pequeños empresarios y especuladores (“nepmen”) evitaron el colapso económico en 1921-22. Se restableció el comercio entre la ciudad y el campo, pero en condiciones muy desfavorables para la ciudad . La reducción de los impuestos al campesino recortó los fondos necesarios para la inversión en la industria. La industria pesada se estancó, mientras que gran parte de la industria ligera estaba en manos privadas. Incluso la reactivación de la agricultura fortaleció el elemento capitalista, no el socialista, de la sociedad soviética. Los “kulaks” (campesinos ricos), que disponían de las fincas más grandes y fértiles y del capital necesario para el equipamiento; los caballos y los fertilizantes, obtuvieron enormes beneficios. De hecho, pronto quedó claro que, bajo la NEP, la diferencia entre ricos y pobres en los pueblos crecía de forma alarmante. Los kulaks se dedicaron a acaparar el grano para subir sus precios, e incluso compraron el grano de los campesinos pobres para vendérselo más tarde, cuando los precios subieran.

Estas tendencias fueron observadas con ansiedad por Lenin, quien advirtió repetidamente de la necesidad de que la clase obrera mantuviera el control sobre las palancas de la economía. En el IV Congreso de la Internacional Comunista, en noviembre de 1922, Lenin resumió el asunto:

“La salvación de Rusia no está sólo en una buena cosecha en el campo -esto no basta-; tampoco está sólo en el buen estado de la industria ligera, que abastece a los campesinos de artículos de consumo -esto tampoco basta-; necesitamos, además, una industria pesada. Pero, para ponerla en buenas condiciones, se precisarán varios años de trabajo. La industria pesada necesita subsidios del Estado. Si no los encontramos, pereceremos como Estado civilizado, sin decir ya que también como Estado socialista”.

En este período, Lenin abordó el problema de la electrificación como un área posible en la que se podía abrir una brecha en el sólido muro del atraso ruso. Trotski, por su parte, estaba preocupado por la planificación estatal global de la industria, que prácticamente se había perdido bajo la NEP. En todo momento insistió en la necesidad de reforzar el “Gosplan”, la Agencia de Planificación Estatal, como medio de fomentar una reactivación general planificada de la industria. Lenin, al principio, desconfiaba de la idea, no porque rechazara la planificación, sino por la lacra de la burocracia imperante en las instituciones soviéticas, que, temía, convertiría un Gosplan ampliado y reforzado en un juego de papel.

Por muy diferentes que fueran sus planteamientos sobre esta cuestión, Lenin y Trotski estaban completamente de acuerdo sobre la urgente necesidad de fortalecer los elementos socialistas en la economía y de acabar con el retroceso en la dirección del “capitalismo campesino”. Sin embargo, tal era  la presión del interés de los kulaks que incluso una parte de la dirección bolchevique empezó a ceder. La cuestión sobre qué camino tomaría el poder soviético se planteó a bocajarro en la controversia sobre el monopolio del comercio exterior que estalló en marzo de 1922.

Monopolio del comercio exterior

El monopolio del comercio exterior, establecido en abril de 1918, fue una medida vital para asegurar la economía socialista contra la amenaza de penetración y dominación del capital extranjero. Bajo la NEP, el monopolio se hizo aún más importante como baluarte contra las crecientes tendencias capitalistas. A principios de 1922, a petición de Lenin, A.M. Lezhava redactó unas Tesis Sobre el Comercio Exterior que subrayaban la necesidad de reforzar el monopolio y supervisar estrictamente las exportaciones e importaciones. A pesar de ello, el Comité Central Bolchevique estaba dividido. Stalin, Zinóviev y Kámenev se opusieron a las propuestas de Lenin y abogaron por la relajación del monopolio, mientras que Sokolnikov, Bujarin y Piatakov llegaron a pedir su abolición.

El 15 de mayo, Lenin escribió la siguiente carta a Stalin:

“Cam. Stalin: En vista de la situación creada propongo que, después de consultar a los miembros del Buró Político, se apruebe la siguiente directiva: “El C.C. ratifica el monopolio del comercio exterior y resuelve suspender en todas partes los estudios y preparativos vinculados a la fusión del CSEN y el CPCE.” La presente es reservada; hágase firmar a los comisarios con esa advertencia y devuélvase el original a Stalin sin sacar copias.”

Al mismo tiempo, escribió a Stalin y a Frumkin (vicecomisario del Pueblo para el Comercio Exterior) insistiendo en que había que “prohibir formalmente todas las conversaciones y negociaciones, comisiones, etc., relativas a la relajación del monopolio del comercio exterior”.

La respuesta de Stalin fue evasiva: “No tengo ninguna objeción a una ‘prohibición formal’ de las medidas para mitigar el monopolio del comercio exterior en la etapa actual. De todos modos, creo que la mitigación se está volviendo indispensable”.

El 26 de mayo, Lenin sufrió el primer ataque de su enfermedad, que lo dejó fuera de actividad hasta septiembre. Mientras tanto, a pesar de la petición de Lenin, se volvió a plantear la cuestión de la “mitigación” del monopolio. El 12 de octubre, Sokolnikov presentó una resolución en el pleno del Comité Central, para la flexibilización del monopolio del comercio exterior. Lenin y Trotski estaban ausentes, y la resolución fue aprobada por abrumadora mayoría.

El 13 de octubre, Lenin escribió al Comité Central a través de Stalin, con quien ya había discutido el asunto. Lenin protestó contra la decisión y exigió que la cuestión se planteara de nuevo en el próximo pleno de diciembre. Posteriormente, Stalin escribió a los miembros del CC:

“La carta del camarada Lenin no me ha persuadido de que la decisión del CC fuera errónea… No obstante, en vista de la insistencia del camarada Lenin en que se retrase el cumplimiento de la decisión del Pleno del CC, votaré a favor de un aplazamiento para que la cuestión pueda volver a plantearse para su discusión en el próximo Pleno al que asistirá el camarada Lenin”.

El 16 de octubre se acordó posponer el asunto hasta el siguiente pleno. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha del pleno, Lenin estaba cada vez más preocupado porque su estado de salud no le permitiría hablar. El 12 de diciembre, escribió su primera carta a Trotski pidiéndole que asumiera “defender en el próximo pleno nuestro punto de vista común sobre la necesidad absoluta de mantener y afianzar el monopolio del comercio exterior”. Las cartas escritas por Lenin indican claramente el bloque político que existía entre Lenin y Trotski en esta época. Demuestran la fe implícita de Lenin en los juicios políticos de Trotski, una fe nacida de años de trabajo común a la cabeza del Estado soviético. Y no es casualidad que en esta época Lenin no recurriera a nadie más para defender sus opiniones en el Comité Central. Incluso sus otros confidentes, Frumkin y Stomoniakov, no eran miembros del Comité Central.

Al enterarse de los preparativos de Lenin para una lucha y de su bloque con Trotski, el Comité Central se echó atrás sin luchar. El 18 de diciembre, la resolución de octubre fue anulada incondicionalmente. El primer asalto en la batalla contra el elemento pro-kulak en la dirección del partido fue ganado por la fracción leninista. La batalla fue continuada después de la muerte de Lenin por Trotski y la Oposición de Izquierda, que fueron los únicos que mantuvieron en alto la bandera y el programa de Lenin frente a la contrarrevolución política estalinista.

La amenaza de burocratismo

Friedrich Engels explicó hace tiempo que en cualquier sociedad en la que el arte, la ciencia y el gobierno son el dominio de una minoría, ésta utilizará y abusará de su posición en su propio interés. Debido al aislamiento de la revolución en un país atrasado, los bolcheviques se vieron obligados a recurrir a los servicios de una serie de antiguos funcionarios zaristas para mantener el estado y la sociedad en funcionamiento. Estos elementos, que habían mantenido en jaque al gobierno obrero en los primeros días de la revolución, se fueron dando cuenta de que el poder soviético no iba a ser aplastado por la fuerza armada. Una vez pasados los peligros de la guerra civil, muchos antiguos enemigos del bolchevismo comenzaron a infiltrarse en el Estado, en los sindicatos e incluso en el partido.

La primera “purga”, en 1921, no tuvo nada que ver con los posteriores y grotescos juicios inculpatorios de Stalin, en los que se asesinó a toda la vieja cúpula bolchevique. Nadie fue juzgado, asesinado o encarcelado. Pero se crearon comisiones especiales del partido para expulsar del mismo a los miles de arribistas y burgueses que se habían afiliado para favorecer sus propios intereses. Los delitos por los que se expulsaba a la gente eran “el burocratismo, el arribismo, el abuso por parte de los miembros del partido de su estatus partidario o soviético, la violación de las relaciones de camaradería dentro del partido, la difusión de rumores infundados y no verificados, insinuaciones u otros informes que reflejen al partido o a miembros individuales del mismo, y que destruyan la unidad y la autoridad del partido”.

Para llevar a cabo una lucha contra la burocracia, Lenin abogó por la creación de un “Comisariado de Inspección Obrera y Campesina” (RABKRIN), como máximo árbitro y guardián de la moral del partido, y como arma contra los elementos ajenos al aparato estatal soviético. En el centro del RABKRIN, Lenin colocó a un hombre al que respetaba por su capacidad organizativa y su fuerte carácter: Stalin.

Entre otras funciones importantes, el RABKRIN examinaba la selección y el nombramiento de los trabajadores responsables del Estado y del partido. Quien tenía el poder de frenar la promoción de algunos y avanzar la de otros, obviamente tenía un arma que podía servir a sus propios intereses. Stalin no tuvo escrúpulos en utilizarla para los suyos. El RABKRIN pasó de ser un arma contra la burocracia a un foco de intrigas arribistas.. Stalin utilizó su posición en el RABKRIN cínicamente, y más tarde su control del Secretariado del partido, para reunir en torno a sí un bloque de hombres sumisos, nulidades cuya única lealtad era hacia el hombre que les ayudó a ascender a posiciones cómodas. De ser el más alto árbitro de la moralidad del partido, el RABKRIN se hundió en las más bajas profundidades del cinismo burocrático.

Trotski se dio cuenta de lo que ocurría antes que Lenin, cuya enfermedad le impedía supervisar de cerca el trabajo del partido. Trotski señaló que “los que trabajan en el RABKRIN son sobre todo obreros que han tenido problemas en otros campos”, y llamó la atención sobre la “extrema prevalencia de la intriga en los órganos del RABKRIN, que se ha convertido en un tópico en todo el país”.

Lenin siguió defendiendo el RABKRIN contra las críticas de Trotski. Sin embargo, en sus últimos trabajos vemos que abrió sus ojos ante  la amenaza de la burocracia desde este sector y al papel de Stalin quien les guiaba . En su artículo “Cómo tenemos que reorganizar la inspección obrera y campesina”, Lenin relacionó la cuestión con la deformación burocrática del aparato estatal obrero:

“Nuestra administración pública, excluido el Comisariado del pueblo de Negocios Extranjeros, en sumo grado de supervivencia de la vieja administración que ha sufrido mínimos cambios de alguna importancia. Sólo ha sido ligeramente retocada por encima; en los demás aspectos sigue siendo lo más típicamente viejo de nuestra vieja administración pública.”

Sin embargo, en el último artículo de Lenin, escrito el 2 de marzo de 1923, ‘Más vale poco y bueno’, lanzó el ataque más mordaz contra el RABKRIN:

“Hablemos con franqueza. El Comisariado del Pueblo de la Inspección Obrera y Campesina no goza en la actualidad de la menor autoridad.

Todos saben que no hay instituciones peor organizadas que las de nuestra Inspección Obrera y Campesina, y que en las condiciones actuales nada podemos esperar de este comisariato del pueblo.”

En el mismo artículo, Lenin incluyó un comentario dirigido directamente a Stalin: “Dicho sea entre paréntesis, tenemos burócratas, no sólo en las instituciones soviéticas, sino también en las del partido.”

El hecho de que Lenin señala a Stalin como el potencial cabecilla de una facción de burócratas en el partido es un ejemplo de su clarividencia. En ese momento, el poder de Stalin en el “aparato” era invisible para la mayoría, incluso de los miembros del partido, mientras que la mayoría de los dirigentes no lo creían capaz de utilizarlo, en vista de su notoriamente mediocre dominio de la política y la teoría. Incluso después de la muerte de Lenin, no fue Stalin, sino Zinóviev, quien encabezó la “Troika” (Zinóviev, Kámenev, Stalin) que empujó al partido a dar los primeros y fatídicos pasos para alejarse de las tradiciones de Octubre bajo el pretexto de un ataque al “trotskismo”.

No fue casualidad que el último consejo de Lenin al partido fuera advertirle contra el abuso de poder “desleal” e “intolerante” de Stalin y abogar por su destitución del cargo de Secretario General.

La cuestión georgiana

La derrota de la revolución obrera europea dio aún más importancia al trabajo de la Internacional Comunista por una revolución de los pueblos esclavizados del Este. La Revolución de Octubre dio un poderoso impulso a la lucha de las colonias contra sus opresores imperialistas. En particular, la orgullosa consigna de “el derecho de las naciones a la autodeterminación” blasonada en la bandera del bolchevismo animó a los millones de oprimidos de Asia y África.

Prácticamente el primer acto del gobierno obrero fue reconocer la independencia de Finlandia, aunque eso significaba inevitablemente conceder la independencia a un gobierno capitalista hostil. Naturalmente, los marxistas defienden firmemente la unión de todos los pueblos en una Federación Socialista Mundial. Pero esa unidad no puede realizarse por la fuerza, sino sólo por el libre consentimiento de los obreros y campesinos de los distintos países. Sobre todo, cuando los obreros de una antigua nación imperialista toman el poder, tienen el deber de respetar los deseos de los pueblos de las antiguas colonias, incluso si desean separarse. La unificación puede lograrse más tarde, sobre la base del ejemplo y la persuasión.

En 1921, el Ejército Rojo se vio obligado a intervenir en Georgia, donde el gobierno había tratado constantemente con Gran Bretaña y otras potencias capitalistas contra el Estado Soviético. Lenin estaba muy preocupado porque esta acción militar no fuera vista como la anexión de Georgia a Rusia, identificando así al Estado soviético con los opresores zaristas. Escribió una carta tras otra instruyendo a Orzhonikidze, el representante del Comité Central ruso en Georgia, para que siguiera una “política especial de concesiones respecto de los intelectuales y pequeños comerciantes georgianos. y los pequeños comerciantes georgianos”, y abogando por el establecimiento de una “un bloque con Zhordania o cop mencheviques georgianos semejantes a él”. El 10 de marzo, envió un telegrama instando a la necesidad de que “observen una actitud especialmente respetuosa hacia los organismos soberanos de Georgia y traten con atención y prudencia especiales a la población georgiana”

Sin embargo, las actividades de Orzhonikidze en Georgia estaban relacionadas con la camarilla de Stalin en el partido. Stalin estaba trabajando en propuestas para la unificación de la Federación Socialista Soviética Rusa con las demás repúblicas soviéticas no rusas. En agosto de 1922, mientras Lenin estaba fuera de combate, se creó una comisión en la que Stalin era la figura principal para elaborar los términos de la unificación.

Cuando aparecieron las tesis de Stalin, fueron firmemente rechazadas por el Comité Central del Partido Comunista de Georgia. El 22 de septiembre, los dirigentes comunistas georgianos aprobaron la siguiente moción:

“La unión en forma de autonomización de las repúblicas independientes, propuesta sobre la base de las tesis de Stalin es prematura. Es necesaria una unión de esfuerzos económicos y una política común, pero deben conservarse todos los atributos de la independencia”.

Las protestas de los georgianos no fueron escuchadas. Stalin se empeñó en aprobar sus propias propuestas. La comisión se reunió los días 23 y 24 de septiembre, bajo la presidencia del títere de Stalin, Molotov y rechazó la moción georgiana, con un solo voto a favor (Mdivani, el representante georgiano). El 25 de septiembre, los materiales de la Comisión fueron enviados a Lenin, que estaba convaleciente en Gorki. Sin esperar la opinión de Lenin, y sin siquiera una discusión en el Politburó, el Secretariado (el centro de Stalin en el partido) envió la decisión de la Comisión a todos los miembros del CC para preparar el Pleno de octubre.

El 26 de septiembre, Lenin escribió al Comité Central a través de Kámenev instando a la cautela en esta cuestión y advirtiendo contra el intento de Stalin de apresurar el asunto. (“Stalin tiene cierta tendencia a apresurarse”) Lenin había quedado con él al día siguiente. Todavía no sospechaba hasta qué punto había llegado Stalin para forzar la unificación. Sin embargo, incluso esta carta indica su oposición a cualquier afrenta a las aspiraciones nacionales de un pequeño pueblo y a reforzar así el dominio del nacionalismo.

“Lo importante es que no demos pábulo a los “independistas”, que no destruyamos su independencia, sino que organicemos otro nuevo piso, una federación de repúblicas iguales en derechos”

Las enmiendas de Lenin pretendían suavizar el tono del proyecto original de Stalin para dar cabida a los “independentistas”, a quienes consideraba, en este punto, equivocados. En respuesta a los suaves comentarios de Lenin, Stalin escribió a los miembros del Politburó el 27 de septiembre una serie de bruscas y hoscas réplicas, entre ellas la siguiente:

“En el párrafo 4, a juicio mío, el camarada Lenin se ha ”precipitado demasiado” al rechazar la fusión de los Comisariados de Hacienda, Abastecimientos, Trabajo y Economía pública con los Comisariados federativos. Casi no puede ponerse en duda que esta ”prensa” les va a servir a los ”independientes” en detrimento del liberalismo nacional Lenin.”

La grosera respuesta de Stalin fue la expresión de su inconfesable molestia por la “intromisión” de Lenin en lo que consideraba su dominio privado, acentuada por el temor al resultado de la intervención de Lenin.

Los temores de Stalin estaban bien fundados. Tras su discusión con Mdivani, Lenin se convenció de que el asunto de Georgia estaba siendo mal manejado por Stalin, y se puso a trabajar en la acumulación de pruebas. El 6 de octubre, Lenin escribió un memorando al Politburó, Sobre la lucha contra el chovinismo nacional dominante:

“Declaro una guerra a muerte al chovinismo ruso. Lo comeré con todas mis muelas sanas en cuanto me libre de la maldita muela”.

Lenin aún no había comprendido toda la importancia de lo ocurrido en Georgia. No sabía que Stalin, para fortalecer su mano, había llevado a cabo una purga de los mejores cuadros del bolchevismo georgiano, sustituyendo el viejo comité central por elementos nuevos y más “flexibles”.

Lo que sabía era suficiente para despertar las sospechas de Lenin. En la semana siguiente comenzó a recoger discretamente información sobre el “asunto” georgiano, y consiguió que el Comité Central enviara a Rykov y Dzerzhinsky a Tiflis para investigar las quejas de los bolcheviques georgianos.

El testamento de Lenin

Los días 23 y 24 de diciembre, Lenin comenzó a dictar a su secretario sus famosas cartas al Congreso. Insistió en que debían ser secretas. El trabajo de Lenin avanzó lenta y penosamente, interrumpido por ataques de enfermedad. Pero a través de todo ello, se hace cada vez más clara la idea de que el enemigo central estaba en el “aparato” burocrático del Estado y del partido, y en el hombre que estaba a su cabeza, Stalin.

En La situación real en Rusia, Trotski registra la última conversación que tuvo con Lenin poco antes de su segundo ataque. En respuesta a la sugerencia de Lenin de que Trotski participara en una nueva comisión para luchar contra la burocracia (ver “Cómo reorganizar la Inspección Obrera y Campesina”). Trotski respondió lo siguiente:

“‘Vladímir Ilich, a mi parecer, en la lucha actual con el burocratismo en el aparato soviético no debemos olvidar que tanto en el centro como en las provincias se está efectuando una selección especial de funcionarios y especialistas en torno a ciertas personalidades y grupos del partido, es decir, el Comité Central, etc. Atacando a los funcionarios soviéticos se combate a los líderes del partido. El especialista es un miembro de su séquito. En tales circunstancias, yo no podría emprender esta labor’.

“Vladímir Ilich reflexionó un momento y dijo: ‘Es decir, que yo proponga una lucha con el burocratismo soviético y usted quiere añadir a esto el burocratismo de la Comisión de Organización del partido’. Yo me eché a reír ante aquella salida inesperada, porque no se me había ocurrido una expresión tan clara de mi idea, y respondí: ‘Así lo entiendo’.

“Entonces, Vladímir Ilich repuso: ‘Está bien, le propongo la formación de un bloque’. Yo dije: ‘Siempre estoy dispuesto a formar un bloque con un hombre bueno’”.

Esta conversación es importante por la luz que arroja sobre el contenido de las últimas obras de Lenin, especialmente el famoso ‘Testamento’, las cartas sobre la cuestión nacional y ‘Más vale poco y bueno. El tono de sus cartas se vuelve cada vez más agudo, sus objetivos más claramente definidos, cada día. No importa la cuestión que trate, el pensamiento central es el mismo, la necesidad de combatir la presión de las fuerzas de clase ajenas en el Estado y en el partido, el desarraigo de la burocracia, la lucha contra el chovinismo gran ruso, la lucha contra la camarilla de Stalin en el partido.

A pesar de las insistentes peticiones de Lenin de que sus notas se mantuvieran estrictamente secretas, la primera parte del ‘Testamento’ llegó a manos del Secretariado y de Stalin, quien inmediatamente se dio cuenta del peligro de la intervención de Lenin y tomó medidas para impedirla. Se ejerció una fuerte presión sobre las secretarias de Lenin para evitar que éste descubriera cualquier noticia que pudiera “molestarle”.

Sin embargo, Lenin se enteró por Dzerzhinsky de que, entre otras tropelías perpetradas por la facción de Stalin, Orzhonikidze había llegado a golpear a uno de los opositores georgianos. Esto puede parecer poca cosa si se compara con el terror estalinista posterior, pero conmocionó profundamente a Lenin. Su secretaria anotó en su diario del 30 de enero de 1923 las palabras de Lenin: “En vísperas de mi enfermedad, Dzerzhinskí me ha hablado de los trabajos de la comisión y del “incidente” y ésto me ha inferido un duro golpe.”

Para comprender la enormidad de este crimen, es necesario conocer las relaciones entre el nacionalismo ruso (más correctamente gran ruso) y las minorías nacionales que, bajo los zares, eran tratadas con el mismo desprecio y la misma bárbara arbitrariedad que los negros y los indios bajo el Imperio Británico. La tarea histórica de la Revolución Rusa fue elevar a estas minorías despreciadas a la categoría de hombres de pleno derecho, con sus propios derechos y dignidad. La idea de que un representante de la nación gran rusa abusara o golpeara a un georgiano era un crimen contra el internacionalismo proletario, una monstruosidad zarista que habría sido castigada de la forma más drástica: con la expulsión del partido, como mínimo. Por eso Lenin descargó su ira contra Stalin y Orzhonikidze, exigiendo “hay que castigar ejemplarmente al camarada Ordzhonikidze”.

Stalin puso todos los obstáculos para que Lenin no recibiera información de Georgia. Numerosos pasajes de los diarios de las secretarias de Lenin dan una clara imagen de este acoso burocrático:

“Jueves 25 de enero ha preguntado [Lenin] si hemos recibido los documentos [del comité gregoriano]. He respondido que Dzerzhinsky sólo había regresado el sábado. Y por ello no he podido pedírselos todavía.

El sábado he llamado a Dzerzhinsky; ha dicho que los documentos los tiene Stalin. He enviado una carta a Stalin, pero no se hallaba en Moscú. Ayer, 29 de enero, Stalin ha telefoneado diciendo que no podía remitir los documentos sin la aprobación del Buró Político. Me ha preguntado si yo no le he dicho a Vladímir Ilich algo más de lo necesario: ¿cómo tenía él conocimiento de los asuntos corrientes? Por ejemplo, su artículo sobre la Inspección Obrera y Campesina [RABKRIN] demuestra que le son conocidas ciertas circunstancias. He respondido que yo no le digo nada y que no tengo ningún motivo para creer que él esté al corriente. Vladímir Ilich me ha llamado hoy para saber la respuesta y me ha dicho que se batirá para que le entregaran esos documentos”. [Énfasis añadido]

Estas pocas líneas revelan crudamente la manera bravucona y burocrática con la que Stalin intentó defender su posición contra Lenin, a quien temía mortalmente, incluso en su lecho de muerte. No puede haber una ilustración más clara de la “grosería” y “deslealtad” de Stalin a la que se refiere Lenin en su ‘Testamento’.

Más vale poco y bueno

La actitud de desconfianza de Lenin hacia la comisión de Dzerzhinsky y el comportamiento del Comité Central se refleja en sus instrucciones a sus secretarias:

“1) ¿Por qué el antiguo CC del PC de Georgia fue acusado de desviacionismo?

2) ¿De qué falta de disciplina se les acusó?

3) ¿Por qué se acusa al Comité Transcaucásico de suprimir el CC del PC de Georgia?

4) Los medios físicos de supresión “biomecánica”.

5) La línea del CC del PC (del PCR(B)) en ausencia de Vladímir Ilich y en su presencia.

6) Actitud de la Comisión. ¿Examinó sólo las acusaciones contra el CC del PC de Georgia o también contra el Comité Transcaucásico? ¿Examinó el incidente de la “biomecánica”?

7) La situación actual (la campaña electoral, los mencheviques, la supresión, la discordia nacional)”.

Pero la creciente comprensión de Lenin de los métodos desleales y deshonestos de elementos de la dirección del partido le hizo desconfiar también de su propio secretariado. ¿No estaban ellos también amordazados por Stalin?

“El 24 de enero Vladímir Ilich me ha dicho: ‘Ante todo, por lo que hace a nuestro asunto “clandestino”: sé que usted me engaña’. A mis seguridades en sentido contrario, me ha dicho: ‘Sobre esto tengo mi opinión’”.

Con dificultad, el enfermo Lenin logró enterarse de que el Politburó había aceptado las conclusiones de la Comisión de Dzerzhinsky. Fue en ese momento (del 2 al 6 de febrero) cuando Lenin dictó ‘Más vale poco y bueno’, el más abierto ataque a Stalin y a la burocracia del partido hasta entonces. Los sucesos de Georgia habían convencido a Lenin de que el chovinismo podrido del Estado era el indicio más peligroso de la presión de las clases ajenas:

“Nuestro aparato estatal es hasta tal punto deplorable, por no decir detestable, que primero debemos reflexionar profundamente de qué modo luchar contra sus deficiencias, recordando que esas deficiencias provienen del pasado, que, a pesar de haber sido radicalmente cambiado, no ha sido superado…”

En su última aparición pública en una reunión política, el Undécimo Congreso del PCR(B), Lenin había advertido que la máquina del Estado se estaba escapando del control de los comunistas:

“El automóvil se desmanda; al parecer, va en él una persona que lo guía, pero el automóvil no marcha hacia donde lo guía el conductor, sino hacia donde lo lleva alguien, algo clandestino, o algo que está fuera de la ley, o que Dios sabe de dónde habrá salido, o tal vez unos especuladores, quizás unos capitalistas privados, o puede que unos y otros; pero el automóvil no va hacia donde debe y muy a menudo en dirección completamente distinta de la que imagina el que va sentado al volante.”

El veneno del nacionalismo, el rasgo más característico de todas las formas de estalinismo tenía sus raíces en la reacción de los pequeños burgueses, los kulaks, los hombres de la NEP y los funcionarios soviéticos contra el internacionalismo revolucionario de octubre.

Ruptura con Stalin

Lenin propuso luchar contra esta reacción en el próximo Congreso, en alianza con Trotski, el único miembro del Comité Central en el que podía confiar para defender su punto de vista.

Se propuso tratar personalmente la cuestión del RABKRIN y estaba “preparando una bomba” para Stalin. Su convicción de que el “aparato” del Partido conspiraba para mantenerlo fuera a toda costa queda ilustrada por la observación de su secretario de que aparentemente, además, Vladímir Ilich tiene la impresión de que no eran los médicos los que daban instrucciones al Comité Central, sino el Comité Central el que daba instrucciones a los médicos”.

Las sospechas de Lenin estaban muy bien fundadas. Una de las ideas que se barajaron seriamente en el Comité Central en ese momento fue la impresión de un número especial y único de Pravda, especialmente para el consumo de Lenin, ¡para engañarlo sobre el asunto de Georgia!

El argumento de que todo esto fue por el bien de la salud de Lenin no se sostiene. Como él mismo explicó, nada le agitaba y disgustaba tanto como las acciones desleales de los miembros del CC y el tejido de mentiras con que se camuflaban. La verdadera actitud de Stalin hacia el moribundo Lenin se reveló en un incidente verdaderamente monstruoso en el que se vio involucrada Krupskaya, la esposa de Lenin: al intentar defender a su marido enfermo de las groseras importunaciones de Stalin, fue recompensada con burdos abusos por parte del “leal discípulo”. Krupskaya describe el incidente en una carta a Kámenev del 23 de diciembre de 1922:

“Lev Borisovich,

“Con respecto a la breve carta escrita por mí al dictado de Vladímir Ilich con el permiso de los médicos, Stalin me llamó ayer por teléfono y se dirigió a mí de la manera más cruda. No llevo en el partido apenas un día. En todos los 30 años no he oído ni una sola palabra grosera de un camarada. Los intereses del partido y de Ilich no son menos queridos para mí que para Stalin. Ahora necesito el máximo autocontrol. Sé mejor que cualquier médico lo que se puede o no se puede decir a Ilich, porque sé lo que le molesta y lo que no, en todo caso mejor que Stalin”.

Krupskaya rogó a Kámenev, amigo personal, que la protegiera “de las groseras injerencias en mi vida personal, de las indignas trifulcas y de las amenazas”, y añadió que en cuanto a la amenaza de Stalin de llevarla ante una comisión de control “No tengo fuerzas ni tiempo para perder en esas estúpidas disputas. También soy un ser humano y mis nervios están al límite”.

La amenaza de Lenin de romper toda relación de camaradería con Stalin y sus acusaciones de “grosería” en el ‘Testamento’ se explican a menudo con vagas referencias a este incidente. Pero, en primer lugar, lo que hizo Stalin no fue un asunto “personal”, sino una grave ofensa política, castigada con la expulsión del partido. La ofensa se ve magnificada por el hecho de que la posición de Stalin en el partido le obligaba a erradicar tal comportamiento, no a defenderlo.

Sin embargo, este “pequeño incidente” debe verse en su contexto adecuado. Es sólo la más desagradable y obvia de las manifestaciones de deslealtad de Stalin.

Los últimos días de actividad de Lenin se dedicaron a organizar su lucha contra la facción de Stalin en el Congreso. Escribió una carta a Trotski pidiéndole que asumiera la defensa de los camaradas georgianos, y a los dirigentes georgianos comprometiéndose calurosamente con su causa. Hay que señalar que expresiones tan enfáticas como “de todo corazón” y “con los mejores saludos de camaradería” se encuentran muy raramente en las cartas de Lenin, que prefería un estilo de escritura más comedido. Era una medida de su compromiso con la lucha. También hay que señalar que el bloque de Lenin constituía una facción política, lo que más tarde los estalinistas denominaron “bloque anti-partido”. Los estalinistas ya habían organizado su facción que controlaba la maquinaria del partido.

Fotieva, la secretaria de Lenin, anotó las últimas notas de Lenin sobre la cuestión georgiana, evidentemente como preparación para un discurso en el Congreso:

“Indicaciones de Vladimir Ilich: hacerle observar a Solts —miembro del Presidum de la Comisión Central de Control del PCR(b)— que él (Lenin) está del lado del ofendido. Hacerle comprender a algunos de los ofendidos que está de la parte de dios. Tres elementos: 1) no se debe venir a las manos; 2) hay que hacer concesiones; 3) no se puede comparar un gran estado con uno pequeño. ¿Lo sabía Stalin? ¿Por qué no ha reaccionado? La definición de ‘desviacionismo’ por tendencia al chovinismo y al mencheviquismo demuestra esta misma tendencia en los defensores de la gran potencia. Reunir para Vladimir Ilich los materiales de la prensa”.  

El 9 de marzo, Lenin sufrió su tercera apoplejía que lo dejó paralizado e impotente. La lucha contra la degeneración burocrática pasó a Trotski y a la Oposición de Izquierda. Pero Lenin sentó las bases del programa de la Oposición, contra la burocracia, contra la amenaza de los kulak, por la industrialización y la planificación socialista, por el internacionalismo socialista y la democracia obrera.

La lucha de Trotski por rejuvenecer el partido Bolchevique

Luego de que Lenin quedara incapacitado por un derrame cerebral en marzo de 1923, Trotski se dio a la tarea de luchar por rejuvenecer el partido Bolchevique.  Niklas Albin Svensson explica cómo surgió por primera vez el conflicto entre la futura Oposición de Izquierda contra la «troika» de Stalin, Zinóviev y Kámenev, y extrae las valiosas lecciones que contiene para los comunistas de hoy.


En 1923, la situación política de la URSS empeoró. Lenin ya no podía llevar a cabo ninguna actividad política. La NEP había proporcionado cierto alivio temporal a la devastación económica de la guerra civil, pero estaba provocando malestar en las fábricas, y varias huelgas se extendieron por todo el país. Se estaba gestando una ruptura entre los trabajadores y el Partido Bolchevique. A esto se sumó el fortalecimiento de la burocracia estatal por la NEP. 

Trotski y Lenin eran muy conscientes de la lucha a la que se enfrentaban para evitar que el partido sucumbiera a la presión de la burocracia estatal. Los últimos artículos y cartas de Lenin se dirigieron precisamente contra la burocracia estatal y sus defensores en el Partido Bolchevique. Después de que Lenin fuera incapacitado por un derrame cerebral en marzo de 1923, le correspondió a Trotski asumir la lucha por preservar las verdaderas tradiciones del bolchevismo.

La lucha sale a la luz

El primer congreso del Partido Bolchevique sin la presencia de Lenin tuvo lugar en abril de 1923. Trágicamente, Lenin nunca pudo lanzar la «bomba» que había estado preparando para este congreso, por lo que el inevitable conflicto entre los principios genuinos del leninismo y la burocracia emergente permaneció bajo la superficie.

Un importante punto álgido se produjo en octubre de 1923, cuando Trotski escribió una carta al Comité Central advirtiendo de la burocratización del partido y de la perspectiva de una crisis económica y política si la dirección no la frenaba conscientemente:

“La burocratización del aparato partidario ha alcanzado proporciones inauditas a través de la aplicación de los métodos de la selección secretarial. Aún durante las horas más crueles de la guerra civil, discutimos en las organizaciones partidarias, como también en la prensa, sobre asuntos tales como el reclutamiento de especialistas, las fuerzas partidarias versus un ejército regular, la disciplina, etc.; mientras que ahora no existe muestra alguna de un intercambio de opiniones tan abierto sobre las cuestiones que realmente preocupan al partido. Se ha creado una capa muy amplia de trabajadores en el partido que pertenecen al aparato del estado o del partido y que han renunciado totalmente a sostener opiniones políticas propias, o por lo menos a expresarlas abiertamente, como si creyeran que la jerarquía secretarial fuera el aparato apropiado para la formación de opiniones partidarias y la toma de decisiones partidarias. Bajo esta capa que renuncia a tener sus propias opiniones existe una amplia capa de masas partidarias ante las cuales cada decisión se plantea como un llamado o una orden. Dentro de este estrato de la base del partido hay un grado extraordinario de descontento que es en parte absolutamente legítimo y en parte provocado por factores incidentales…”

Trotski, con palabras muy agudas, ataca el proceso de selección de los secretarios locales del partido y cómo esto crea una camarilla burocrática en el centro del partido. Explica que esto conduce a la pasividad de la masa de los miembros del partido y de la clase obrera en su conjunto, que no tienen ninguna oportunidad de participar en los debates y decisiones del partido, sino que reciben fórmulas prefabricadas como una orden, su participación «cada vez más ilusoria».

A esta carta le siguió la «Declaración de los 46», una carta dirigida al Comité Central por un grupo de destacados bolcheviques, exigiendo, entre otras cosas, el fin de los nombramientos de secretarios desde arriba.

Ambas cartas apuntaban a los nombramientos de secretarios, ya que tenían un papel especialmente negativo en ese momento. Al nombrar secretarios desde arriba, se había creado una capa de administradores a todos los niveles que no rendían cuentas a los afiliados, sino al aparato. En el pasado, cuando el aparato era relativamente sano, esta selección no había tenido en absoluto el mismo efecto y, como señala Trotski, su alcance era mucho más limitado. Ahora, sin embargo, la selección tenía lugar sobre la base de la lealtad al aparato, acelerando la burocratización del partido. Trotski describió más tarde esto como » una organización clandestina y firrmemente articulada que se levantaba dentro del partido», donde los funcionarios del partido y del estado «se hacía ateniéndose celosísimamente a un criterio normativo: contra Trotski”

Las cartas de octubre provocaron una crisis, que se vio agravada por el fracaso de los comunistas alemanes en la toma del poder, acabando con la esperanza de un alivio por parte de Occidente. La troika preparó una reunión amañada del CC y de la Comisión Central de Control a finales de octubre en la que Trotski no pudo participar debido a una enfermedad que restringió gravemente su actividad política en los tres últimos meses de 1923.

Una resolución («Sobre la situación intrapartidaria») aprobada en la reunión seguía las líneas políticas trazadas por Lenin y Trotski, pero sólo para poder condenar a Trotski y a los 46 por «una política de división fraccional». El triunvirato seguía sintiéndose inseguro en su posición, sobre todo por la incertidumbre en torno a la salud de Lenin, y se sintió obligado a transigir.

En el espíritu de la democracia de partido, a la que la mayoría de la dirección del partido decía adherirse, la oposición llevó el debate a la opinión pública en Pravda. Al principio, el debate se limitó a cuestiones económicas, pero pasó también a cuestiones internas del partido. A finales de noviembre, Preobrazhensky (uno de los 46 autores de la carta de octubre) lanzó toda una andanada contra el partido por haber seguido una línea incorrecta sobre el régimen interno del partido. Esto reavivó el conflicto en el partido.

La troika se sintió de nuevo obligada a intentar llegar a un acuerdo con Trotski. Esto produjo la resolución del 5 de diciembre, que fue aprobada en una sesión conjunta por el Politburó y el Presídium de la Comisión Central de Control.

Políticamente, la resolución del 5 de diciembre le hacía eco a la posición de Trotski, en su explicación y análisis del problema y de la dirección general que debía tomar el partido. Sin embargo, omitía el compromiso explícito de abolir el sistema de nombramiento centralizado de los secretarios del partido y respaldaba la resolución de octubre del Comité Central, que había condenado el «faccionalismo» de Trotski, así como el «curso establecido por el Politburó para la democracia interna del partido…”. No eran concesiones decisivas por parte de Trotski, pero sin duda eran precisamente el tipo de formulaciones que la troika buscaba para protegerse de las críticas y reforzar su propia autoridad.

E.H. Carr y otros historiadores no marxistas acusan a Trotski de «ingenuo», pero esto está lejos de la verdad. Trotski conocía mejor que nadie la naturaleza de la bestia a la que se enfrentaba, pero fue precisamente su correcta estimación del problema lo que le obligó a proceder con cautela.

La base material para la burocracia

A pesar de sus límites, Trotski intentó usar la resolución al máximo. En una nueva serie de discursos y artículos de diciembre de 1923 (más tarde publicado bajo el nombre de El nuevo curso) articuló su posición sobre cómo el partido Bolchevique debía tomar el ‘nuevo curso’ en el que se encontraba. 

Trotski explicó que la burocracia no se basaba en este o aquel error en la dirección Bolchevique. Como Lenin, siempre mantuvo que la burocracia había crecido debido a las condiciones materiales y en particular el atraso de Rusia. 

La debilidad de la clase obrera en Rusia era la verdadera raíz del problema. Diezmada por la guerra mundial y la guerra civil, había sido llamada para administrar el estado. Esto llevó a que los mejores trabajadores y cuadros del partido fueran absorbidos por el aparato estatal y económico. Esto era natural porque el partido, y la clase obrera, necesitaban ejercer el control sobre el Estado:

“En todo caso, debemos prever un período aún muy largo durante el cual los miembros más experimentados y activos del partido (incluidos naturalmente los comunistas de origen proletario) serán absorbidos por diferentes funciones del aparato estatal, sindical, cooperativo y del partido. Y por eso mismo, este hecho implica un peligro, ya que es una de las fuentes del burocratismo.”

El hecho de que algunos comunistas hubieran pasado por la revolución y tuvieran una larga historia en el movimiento no era garantía contra el burocratismo. Trotski rechazó este planteamiento como «fetichismo organizativo”. Explicó además:

“Toda la práctica cotidiana del estado soviético se infiltra así en el aparato del partido e introduce en él el burocratismo. El partido, en cuanto colectividad, pierde el sentido de su poder pues no lo ejerce.”

Básicamente, la burocracia aumentaba gradual y sigilosamente en el partido, razón por la cual muchos bolcheviques fueron incapaces de detectar el proceso en ese momento. Al final, era un problema que sólo podía resolverse por el curso de la revolución en Europa y el desarrollo económico, «Pero sería un error atribuir de modo fatalista toda la responsabilidad a estos dos factores objetivos.” Lo que era necesario era exponer este proceso para que pudiera ser combatido conscientemente por el partido. Esta era la esencia del «nuevo curso» que Trotski proponía.

La juventud

El análisis de Trotski sobre el Partido Bolchevique en aquella época tiene una aplicación mucho más amplia. Sus artículos explican la relación entre la dirección y la militancia, entre centralismo y democracia, y tradición e iniciativa. También explica la necesidad de que el partido se reoriente y cambie su forma de trabajar. Son cuestiones que resonarán entre los comunistas de hoy y a las que se enfrentan en la construcción del partido.

Tanto Lenin como Trotski comprendieron que la juventud era la clave del futuro de la Unión Soviética. Al igual que todas las organizaciones revolucionarias han encontrado sus fuerzas y su energía en la juventud, así deberían hacerlo los bolcheviques en el poder. Por esa misma razón, la oposición encontró su base más fuerte entre los jóvenes.

Una de las cuestiones clave en las que Trotski hizo hincapié fue la necesidad de revitalizar el partido dando espacio a una nueva generación de miembros del partido para involucrarse en él. Esto significaba, naturalmente, dedicar tiempo y esfuerzo a integrar y elevar el nivel político de la juventud:

“Sólo por medio de una colaboración activa y constante con la nueva generación, en el marco de la democracia, la vieja guardia conservará su carácter de factor revolucionario. En caso contrario, puede cristalizarse y convertirse insensiblemente en la expresión más acabada del burocratismo.”

Traza aquí una opción clara para la generación más veterana del partido. Podrían colaborar e integrar a la nueva generación, dejándoles espacio para crecer. O bien convertirse en parte del problema.

Trotski tuvo cuidado en cómo trataba esta cuestión, porque vio como la educación y la formación se estaba convirtiendo en algo seco y formalista, apartado de la vida real. Atacó los métodos “puramente escolares, pedagógicos” de desarrollar el nivel teórico. En cambio,  argumentó que cada generación debía conquistar la teoría por sí misma:

“Por eso el medio por el cual la tradición combativa del ejército o la tradición revolucionaria del partido se trasmiten a los jóvenes tiene tanta importancia. Sin una filiación continuada, y por lo tanto sin la tradición, no puede haber progresión continua. Pero la tradición no es un canon rígido o un manual oficial; no se puede aprenderlo de memoria, aceptarlo como un evangelio, creer todo lo que dice la vieja generación ‘porque ella lo dice’. Por el contrario, es preciso conquistar de alguna manera la tradición por medio de un trabajo interno, elaborarla uno mismo de manera crítica y asimilarla. Si no, todo el edificio será construido sobre la arena.”

La resistencia de la capa más antigua de los miembros del partido no era un fenómeno nuevo, sino algo contra lo que Lenin tuvo que luchar una y otra vez, y Zinóviev, Kámenev y Stalin aparecían con frecuencia a la cabeza de esta tendencia. Lenin se refería a ellos como los «viejos bolcheviques» o los «hombres del comité», en gran medida indistintamente. En cada giro decisivo de la Revolución Rusa, estos hombres desempeñaron un papel conservador.

“Combate con puños y dientes”

“ El leninismo consiste en no mirar hacia atrás, en no dejarse influir por los precedentes, referencias y citas puramente formales.” 

La Vieja Guardia, en su lucha contra Lenin y Trotski, apelaba constantemente a las «tradiciones del Partido Bolchevique». Trotski atacó la apelación a la tradición como completamente antirrevolucionaria. Lo comparó con el Partido Socialdemócrata Alemán, que en un periodo de relativa calma en la lucha de clases se había infestado particularmente de esta enfermedad:

“Esta tradición, que no es totalmente extraña, tenía un carácter semiautomático: cada día derivaba naturalmente del precedente y, también naturalmente, preparaba el siguiente. La organización crecía, la prensa se desarrollaba y las finanzas aumentaban…

“En este automatismo se formó toda la generación que sucedió a Bebel: una generación de burócratas, filisteos, espíritus obtusos, cuya fisonomía política se puso en evidencia apenas comenzó la guerra imperialista.”

En los momentos decisivos de la historia, las tradiciones forjadas en un periodo anterior se convierten en una enorme barrera para el futuro desarrollo del partido. No es tan extraño, en realidad, que quienes quieren romper las cadenas de la vieja sociedad sobre la economía, pero también sobre las mentes y las ideas de la humanidad, tienen que luchar constantemente por liberarse de la rutina y el conservadurismo:

“Cada vez que las condiciones objetivas exigen un nuevo giro, un viraje audaz, una iniciativa creadora, la resistencia conservadora manifiesta una tendencia natural a oponer a las nuevas tareas, a las nuevas condiciones, a la nueva orientación, las -viejas tradiciones-, el pretendido “viejo bolchevismo”, en realidad la envoltura vacía de un período que acabamos de dejar atrás.”

Trotski describe cómo cada giro en la Internacional Comunista, hasta ese entonces, había requerido siempre una lucha contra las viejas fuerzas, contra los elementos conservadores, se tratara de un giro a la «izquierda», por así decirlo, o a la «derecha».

Trotski explica  cómo en 1921, en su lucha contra el ultra-izquierdismo, Lenin “salvó literalmente a la Internacional del aniquilamiento y de la disgregación con que era amenazada por el ‘izquierdismo’ automático, desprovisto de espíritu crítico, que, en un breve lapso de tiempo, se había constituido en rígida tradición.”

Sin embargo, el exitoso giro hacia el frente único que se había adoptado tras una lucha en 1921 se convirtió en un obstáculo en 1923. Trotski escribió que desempeñó «un papel muy grave en los acontecimientos del último semestre de 1923». En otras palabras, condujo a la derrota de la Revolución Alemana. Era necesario un nuevo giro:

“Si el partido comunista hubiese modificado bruscamente la orientación de su trabajo y hubiese consagrado los cinco o seis meses que le concedía la historia a una preparación directa política, orgánica y técnica de la toma del poder, el desenlace de los acontecimientos habría sido muy distinto del que se produjo en noviembre.”

Trotski describió que el leninismo «combate con puños y dientes», y es una muy buena descripción. Es precisamente en la lucha donde ponemos a prueba nuestras ideas, identificamos lo que funciona y lo que no, cotejamos nuestros planes, experiencia y teoría con la realidad:

“una vez embarcado en la lucha, no ocuparse demasiado de los modelos y de los precedentes, profundizar en la realidad tal cual es y buscar en ella las fuerzas necesarias para la victoria.”

El balance entre la democracia y el centralismo

La clave para el desarrollo de la posición correcta empieza con la dirección: 

“En este caso, la garantía esencial es una dirección justa y la atención puesta en las necesidades del momento que se reflejan en el partido y la elasticidad del aparato, que no debe paralizar sino organizar la iniciativa del partido, que no debe temer a la crítica ni tratar de frenarla, por miedo al faccionalismo.”

En aquel momento, el Partido Bolchevique empezaba a comportarse precisamente de forma opuesta. Las críticas eran tachadas de «faccionalismo», se reprimía la iniciativa, todo ello en nombre de la «unidad» y del mantenimiento de la dirección del partido. En realidad, como señaló Trotski, tales medidas no sofocaron el faccionalismo sino que, por el contrario, lo agravaron mucho más. Beneficiaron especialmente a la facción burocrática, que prosperaba en las intrigas de trastienda más que en el debate abierto.

“La democracia y el centralismo son dos aspectos de la organización del partido. Lo que hay que hacer es lograr su armonización de la manera más justa, es decir que mejor corresponda a la situación. Durante el último período, el equilibrio fue roto a favor del aparato. La iniciativa del partido estaba reducida al mínimo. Esa es la causa de la aparición de hábitos y procedimientos en la dirección que contradicen fundamentalmente el espíritu de la organización revolucionaria del proletariado..”

Lo que Trotski explica es que el equilibrio entre democracia y centralismo en una organización revolucionaria no es fijo, sino que depende de la situación. La consecuencia de un centralismo excesivo es privar a las filas del partido de su iniciativa y de su participación. En condiciones de guerra civil, por supuesto, esto era un mal necesario, pero en las condiciones de 1923, se estaba convirtiendo en algo peligroso.

No era un problema de tal o cual «desviación aislada», sino de «la política general del aparato, de su tendencia burocrática». No se trataba sólo de una cuestión organizativa, sino que inevitablemente acabaría provocando desviaciones políticas:

“En su desarrollo gradual, el burocratismo amenaza con separar a los dirigentes de la masa, con llevarlos a concentrar únicamente su atención en los problemas administrativos, en las designaciones; amenaza también con restringir su horizonte, debilitar su sentido revolucionario, es decir, provocar una degeneración más o menos oportunista de la vieja guardia o al menos de un sector considerable de ésta.”

Trotski expone aquí con precisión los problemas que iban a acosar a la Internacional Comunista durante las décadas siguientes. Aunque hubo periodos de bandazos hacia la ultraizquierda, la desviación abrumadora fue hacia la derecha, con consecuencias desastrosas.

La troika y sus partidarios desoyeron los consejos de Trotski. Mientras Lenin yacía en su lecho de muerte, en la Conferencia del Partido de enero de 1924, ellos procedieron rápidamente a cerrar el debate en Pravda y a disciplinar a la organización juvenil y a la oposición.

Políticamente, la burocratización significó el renacimiento del menchevismo, aunque ahora revestido de nuevos colores «comunistas». Resucitó la teoría de las etapas y, en lugar de la desconfianza de Lenin hacia los liberales, se abogó por una alianza con la «burguesía progresista». Y, por supuesto, se abandonó la revolución internacional en favor del «socialismo en un solo país», cuya conclusión final lógica fue la política contrarrevolucionaria de la «coexistencia pacífica» adoptada bajo Jrushchov. Todas estas ideas reflejaban la estrechez de miras de la burocracia en ascenso, que veía los movimientos, la iniciativa y el espíritu revolucionarios como una amenaza.

Los artículos del Nuevo Curso sentaron las bases teóricas de la Oposición de Izquierda y de su lucha contra la burocracia ascendente. Pero las ideas contenidas en estos escritos no son sólo de interés histórico. El espíritu y los métodos revolucionarios que Trotski defendía son la base sobre la que se construirá el futuro partido revolucionario mundial.

Lenin contra el ‘Oblómovismo’: la lucha por la acción revolucionaria

La célebre novela de 1859 de Ivan Goncharov, ‘Oblómov’, fue popular en Rusia como retrato de la aristocracia moribunda. A Lenin le gustaba este libro y lo citaba con frecuencia. En este artículo, Ben Gliniecki explora el fenómeno del ‘oblomovismo’ y cómo Lenin lo utilizó como arma cultural para expulsar al conservadurismo ocioso del movimiento revolucionario en Rusia.


«Estoy tan harto de esta dilación», tronó Vladimir Lenin en una carta a Bogdanov en febrero de 1905. «Ojalá hicieran algo… en vez de limitarse a hablar sobre ello».

La furia de Lenin iba dirigida contra la inercia de miras estrechas del Partido Bolchevique ante los acontecimientos revolucionarios de 1905. 

De hecho, desde 1902, con la publicación de su folleto «¿Qué hacer?», Lenin había estado librando una guerra contra el conservadurismo, la indecisión, las vacilaciones y los titubeos abstractos de los revolucionarios rusos. Exigía una acción consciente y decisiva para impulsar el movimiento revolucionario.

Con ello, Lenin luchaba contra los rasgos de «un personaje típico de la vida rusa», que en su opinión infectaban a todas las clases de la sociedad rusa: Ilya Ilich Oblómov.

Retrato de una clase socialmente inútil

La novela Oblómov, de Ivan Goncharov, de 1859, es un divertido retrato de alguien socialmente inútil, desaliñado, un miembro menor de la alta burguesía terrateniente de la Rusia zarista. El libro fue muy leído en Rusia, incluso por Lenin, que nació 11 años después de su publicación.

Tal fue su éxito que el «oblomovismo» se convirtió en un término común para describir a la ociosidad improductiva, algo que Lenin estaba decidido a purgar del movimiento revolucionario.

La fuente del oblomovismo es la clase terrateniente históricamente exhausta y parasitaria de Rusia. La podredumbre que se apoderó de esta clase social en decadencia se filtró por el resto de la sociedad rusa, tal y como la veía Lenin.

En la novela, Oblómov es un terrateniente menor que no ha trabajado un solo día en su vida. Uno de los primeros capítulos es un recuerdo sobre su juventud en la finca propiedad de la familia de Oblómov, caracterizada por una inercia despreocupada. 

El tono lo marca el padre de Oblómov, que «tampoco… estaba con los brazos cruzados. Permanecía toda la mañana sentado ante una ventana, observando y vigilando lo que se hacía en el patio» En cuanto a la madre de Oblómov: «se pasaba tres horas explicando a Averka, el sastre, cómo debía de arreglárselas para transformar una levita de su esposo en una chaqueta… vigilando para que el hombre no se quedara con el más pequeño retal de la tela.» Esta es la idea que tienen los pequeños terratenientes sobre el trabajo: vigilar que otras personas trabajen para ellos.

De niño, el propio Oblómov es sacado con frecuencia de la escuela por razones espurias, o simplemente para que su madre lo mime. La escuela, como el trabajo, era una desafortunada interrupción en su vida. La familia Oblómov «concebían la vida como un estado de perfecto reposo, turbado de vez en vez por una enfermedad, una pérdida de dinero, una disputa y también por el trabajo.»

Oblómov siente nostalgia de esta quietud letárgica de su juventud. Quiere que la vida cambie y se altere lo menos posible. «Todo lo que se hacía en tiempos del padre de Oblómov, se había hecho en tiempos de su abuelo y bisabuelo, y tal vez, se sigue haciendo. En semejante ambiente, ¿cómo era posible que se despertase el interés por el estudio? ¿Qué metas, qué horizontes podían imaginarse? No era necesario emprender nada nuevo, la vida seguía fluyendo como un río de apacible curso, y todo lo que debían hacer ellos era sentarse en espera de los acontecimientos inexorables de la vida, que venían por sí mismos, sin necesidad de que nadie los llamara.»

No disfrutó su educación de primera clase. «La lectura de la historia le descorazonaba y producía una verdadera desazón.» Sus estudios tenían como único objetivo conseguir un puesto en la administración pública de San Petersburgo. Pero al cabo de poco tiempo Oblómov se dio cuenta de que su trabajo era demasiado exigente: todo aquello «le horrorizaba y le aburría terriblemente», por lo que renunció a vivir en Petersburgo de las rentas de su hacienda, a muchos miles de kilómetros de distancia.

Desgraciadamente, su finca necesita una reforma. Años de abandono han provocado la disminución de los ingresos y el desmoronamiento de las infraestructuras. Se necesita una escuela y una carretera. La propia casa de Oblómov está en mal estado.

Su aversión al cambio, a las reformas y a cualquier tipo de trabajo hace que Oblómov sea totalmente incapaz de resolver los problemas a los que se enfrenta su hacienda. El progreso y la modernización le son ajenos. El mundo que hizo de Oblómov el hombre que es, se enfrenta ahora a la extinción debido a las insuficiencias y defectos que produjo en él.

A la lenta decadencia del mundo de Oblómov se contrapone la de su amigo Stolz, de educación estricta y disciplinada, trabajador y previsor. Stolz es presentado como el futuro de ojos brillantes, basado en el comercio internacional y el trabajo productivo, que intenta desesperadamente sacar a su amigo Oblómov de su inactividad, para salvarlo de sí mismo.

Para ello, Stolz le presenta a Oblómov a su amiga Olga, que ve en Oblómov a alguien a quien puede rescatar de las negras profundidades de su pasividad. A pesar de sus esfuerzos, al final llega a la conclusión de que es imposible. «Una piedra habría cobrado vida con lo que he hecho», le dice enfadada a Oblómov. «Creía que lograría resucitarte. Pero veo que estás muerto desde hace mucho tiempo.” 

Oblómov estaba condenado a las contradicciones de su propia educación y posición social. La fuerza de voluntad de Olga, sus ruegos y súplicas, no suponen al final ninguna diferencia en ese proceso histórico.

Lo que Goncharov retrata en esta novela es la aristocracia moribunda de la sociedad rusa. No muere a causa de una catástrofe externa, sino víctima de la lógica de sus propios procesos internos. Los hombres que creó son los que, inevitablemente, supervisarán su ruina.

Goncharov ofrece una brillante visión de la decadencia del zarismo ruso. Y 60 años después de la publicación de su libro, esa carcasa putrefacta sería finalmente barrida del escenario de la historia, no por la burguesía rusa, que demostró ser demasiado débil para la tarea, sino por los obreros y campesinos rusos, dirigidos por Lenin y el Partido Bolchevique.

¿Qué hacer?

El oblomovismo de la clase aristocrática rusa infectó todos los poros de la sociedad rusa, según Lenin. Hace mucho tiempo, Marx y Engels explicaron que «las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época». La clase dominante en estado de putrefacción estaba filtrando su veneno a los obreros y campesinos de Rusia. 

Fue contra estos rasgos Oblómovistas del movimiento revolucionario que Lenin comenzó a librar una lucha implacable en los primeros años del siglo XX.

En 1903, el Partido Obrero Socialdemócrata ruso se dividió en dos facciones: bolcheviques y mencheviques. La causa inmediata de la escisión fueron cuestiones organizativas secundarias. Lo que subyacía realmente era que el partido estaba intentando pasar de una vida embrionaria, de pequeños círculos, a un trabajo de agitación más amplio, que requería estructura, disciplina, procesos establecidos y criterios claros de afiliación. Lenin y los bolcheviques adoptaron este cambio hacia la profesionalización, mientras que los mencheviques se aferraron a las viejas rutinas de los pequeños círculos y a los métodos conservadores.

» A los que están acostumbrados a la holgada bata y a las pantuflas del oblomovismo de la vida familiar de los círculos», escribió Lenin en 1904, «unos estatutos formales les parecen algo estrecho, apretado, pesado, ruin, burocrático, avasallador, un estorbo para el libre «proceso» de la lucha ideológica. El anarquismo señorial no comprende que hacen falta unos estatutos formales precisamente para sustituir el estrecho nexo de los círculos con un amplio nexo de partido.»

Aquí Lenin se refiere al Oblómov del primer tercio de la novela de Goncharov, durante el cual el protagonista holgazanea por su apartamento en bata. Ante las facturas que hay que pagar, la amenaza de desahucio de su piso y la ruina de su hacienda, Oblómov se limita a quejarse, procrastinar, soñar despierto y culpar a los demás de sus problemas. No emprende ninguna acción práctica, se limita a tener grandes pensamientos sin hacer nada al respecto.

No sólo los mencheviques se contagiaron de este oblomovismo. Durante los acontecimientos revolucionarios de 1905 en Rusia, muchos bolcheviques también se mostraron estrechos de miras, indecisos y distantes.

Al igual que Oblómov prefiere la seguridad de la inactividad al espíritu pionero de Stolz, los bolcheviques, en 1905, temían basarse en la lucha de clases que se ampliaba y crecía, prefiriendo sus pequeños comités y grupos de lectura. Lenin escribió furiosamente:

«El revolucionario profesional debe establecer en cada lugar decenas de nuevos contactos, confiarles en presencia suya toda la labor, enseñarles e impulsarlos, no con sermones, sino con el trabajo. Después, marchar a otro lugar y, al cabo de uno o dos meses, regresar para comprobar cómo actúan los jóvenes substitutos. Le aseguro que entre nosotros existe un temor idiota a la juventud, temor filisteo, digno de Oblómov. Se lo suplico: luche contra este temor con todas sus fuerzas.»

La lucha de Lenin contra el oblomovismo continuó hasta 1917. Exigió una política clara en lugar de la confusa actitud de Stalin hacia el gobierno provisional tras la revolución de febrero y condenó enérgicamente la cobardía indecisa de Zinóviev y Kámenev, que se acobardaron en vísperas de la insurrección.

La cobardía como excusa para no tomar medidas decisivas es una especialidad de Oblómov:

««¡Ahora o nunca! ¡Ser o no ser!…” Oblómov se levantó bruscamente del asiento, pero al no encontrar en el acto las zapatillas con los pies, tornó a sentarse.»

Sin una lucha decidida contra esta paralizante indecisión en el Partido Bolchevique, la Revolución de Octubre probablemente no se habría producido.

Pero ni siquiera la Revolución Rusa bastó para eliminar todo rastro de oblomovismo de la sociedad rusa, que seguía lastrada por el atraso económico y la lentitud de la vida rural.

«Rusia ha pasado por tres revoluciones», dijo Lenin en 1922, «pero los Oblómov siguen existiendo, porque no sólo los hubo entre los terratenientes, sino también entre los campesinos; y no sólo entre los campe sinos, sino también entre los intelectuales; y no sólo entre los intelectuales, sino también entre los obreros y los comunistas.»

El Oblomovismo era un síntoma del atraso de la sociedad rusa, origen del ascenso de la burocracia en el aparato del Estado y, finalmente, en el propio partido bolchevique. Lenin reconoció que la única solución a este problema era romper el aislamiento de la revolución y extenderla a los países capitalistas avanzados como medio para desarrollar las fuerzas productivas lo más rápidamente posible. Mientras tanto, sin embargo, se vio obligado a librar una lucha de retaguardia para mantener a raya el azote del oblomovismo durante el mayor tiempo posible. 

No fue una tarea fácil. Tras la revolución, el aparato estatal comenzó a crecer exponencialmente. En 1922 había 243.000 empleados públicos sólo en Moscú. No estaba claro qué hacían exactamente todos estos apparatchiks, aparte de cobrar su salario. 

Según Lenin, en el Estado soviético había mucha ensoñación, ineficacia y dilación. E insistió en eliminarlos.

«Nuestro peor enemigo interno es el burócrata, el comunista instalado en un puesto responsable (o no responsable) de los Soviets que goza de estimación general por su honestidad», declaró Lenin. 

«No ha aprendido a combatir el papeleo; no es capaz de combatirlo, lo protege. Debemos liberarnos de ese enemigo, y lo lograremos con la ayuda de todos los obreros y campesinos con conciencia de clase. Toda la masa de obreros y campesinos sin partido marchará como un solo hombre tras el destacamento de vanguardia del Partido Comunista contra ese enemigo, ese desorden y ese oblomovismo. No debe haber la menor vacilación en este asunto».

En esta lucha contra la burocracia, Lenin volvió al mismo tema con el que había comenzado su batalla contra el rutinismo conservador de los mencheviques 20 años antes. Lo que se necesitaba entre los empleados estatales comunistas, dijo, era un pensamiento flexible y dinámico que impulsara al Estado soviético hacia adelante con nuevas ideas, en lugar de permitir que se estancara.

«Puedo entender que los comunistas necesitan tiempo para aprender a comerciar», dijo, «y sé que los que están aprendiendo cometerán los errores más burdos durante varios años; pero la historia les perdonará porque son completamente nuevos en el negocio. Para ello debemos flexibilizar nuestro pensamiento y desechar todo el oblomovismo comunista, o más bien ruso, y mucho más.»

Actualidad

Por supuesto, el oblomovismo no es una enfermedad peculiarmente rusa, que es lo que hace de la novela de Goncharov un clásico en todos los idiomas.

Hoy en día encontramos oblomovistas en todos los ámbitos de la vida, incluido el movimiento revolucionario. Debemos ser tan implacables como Lenin a la hora de expulsar del partido revolucionario el rutinismo y la dilación conservadores, estrechos y propios de la mentalidad de pequeño círculos. La indecisión, la apatía y la inactividad son rasgos inadmisibles en los comunistas revolucionarios.

Deberíamos prestar atención a la sugerencia del propio Lenin:

«Me gustaría coger a algunos camaradas de nuestro partido -bastantes-, encerrarlos en una habitación y hacerles leer Oblómov una y otra vez hasta que se pongan de rodillas y digan: ‘No podemos soportarlo más’. Entonces habría que someterlos a un examen: «¿Has comprendido la esencia del oblomovismo? ¿Te has dado cuenta de que también está en ti? ¿Has resuelto por fin librarte de esta enfermedad?».

Pero la exhortación de Lenin no es la única razón para leer Oblómov. La novela es extremadamente rica en humor, filosofía y emoción. Lenin caricaturiza a Oblómov para plantear una cuestión política, utilizando una referencia cultural que la mayoría de los rusos habrían entendido en aquella época. Pero este retrato unilateral del personaje apenas araña la superficie de todo lo que el libro tiene que ofrecer.

No lo dejes para más tarde. Sé decidido: ¡lee Oblómov hoy mismo!

Como Lenin estudió a Hegel

En el otoño de 1914 Lenin comenzó un estudio detallado de los escritos de Hegel. Sus notas contienen una brillante visión del método dialéctico, del que era un maestro. En este artículo, Hamid Alizadeh expone los aspectos esenciales de este método, subrayando la importancia fundamental de la teoría para el movimiento comunista.

En el verano de 1914 estalló la guerra en Europa y el curso de la historia mundial cambió de la noche a la mañana. Con la bendición de los traidores dirigentes socialdemócratas, la burguesía europea arrastró a la humanidad a una espiral de carnicería infernal, en la que decenas de millones de obreros y campesinos fueron enviados al matadero. 

La traición de la dirección desgarró la II Internacional, la principal organización del movimiento obrero internacional, dejando al proletariado mundial indefenso mientras la reacción levantaba su fea cabeza por todas partes. Mientras tanto, las fuerzas del marxismo revolucionario habían quedado reducidas a una pequeña minoría, dispersas por toda Europa y sin una plataforma o dirección claras.

Lenin se encontraba en Polonia cuando estalló la guerra y tuvo que trasladarse precipitadamente a Suiza. No había previsto la traición de los dirigentes de la Internacional y, en un principio, se sintió conmocionado al conocer la noticia de que el partido alemán había votado a favor de los créditos de guerra en el Reichstag. Ahora la Internacional estaba en ruinas, la lucha de clases en Rusia retrocedía ante la guerra y Lenin estaba aislado de todos sus camaradas, salvo de un puñado. 

Sin embargo, precisamente en ese momento, cuando las tareas organizativas y políticas inmediatas se vislumbraban más grandes que nunca, Lenin se lanzó a un estudio en profundidad de la filosofía hegeliana. Pero, ¿por qué molestarse, se preguntarán algunos, en sumergirse en cuestiones teóricas abstractas en semejante crisis? Para la mente mecánica esto podría parecer extraño e incluso ridículo. ¿Qué pasa con las «necesidades» del partido? Sin duda, en una situación así, la tarea consiste en centrarse en los asuntos prácticos inmediatos. 

Tal respuesta armonizaría ciertamente con la burda representación burguesa de Lenin como un filisteo, un ‘hombre de acción’; un severo ‘maestro conspirador’ que no se entregaba a asuntos tan triviales como la contemplación filosófica -una imagen, por cierto, de la que la caricatura estalinista de Lenin no se aleja demasiado.

En realidad, tal visión contrasta fuertemente con el método real de Lenin y del marxismo en general. Lo que diferenciaba a Lenin de los demás dirigentes de la II Internacional era, ante todo, su claridad y su coherente posición de clase, cualidades que se basaban únicamente en su perspicacia teórica. 

En 1914, la guerra se abatió sobre la situación mundial como un gigante tornado, desgarrando todo lo firme y sólido que encontraba a su paso. Todos los países sufrieron violentas turbulencias. Todas las tendencias políticas fueron puestas a prueba y la más mínima debilidad expuesta sin piedad. En tales condiciones, la improvisación impresionista no podía conseguir absolutamente nada. 

Los marxistas habían previsto la guerra. Sin embargo, era una situación nueva, que exigía una hábil reorientación del partido. Este fue el contexto en el que Lenin emprendió un nuevo viaje hacia la filosofía como medio de profundizar en su comprensión de las leyes de la naturaleza y la sociedad. 

Sus cuadernos filosóficos de este período, y en particular sus notas sobre la Ciencia de la Lógica de Hegel, no sólo son un tesoro de ideas, sino que también nos proporcionan una descripción muy instructiva del enfoque y la actitud de Lenin hacia la teoría.

El método de Lenin 

Lenin no era en absoluto ajeno a Hegel ni a la filosofía en general. Había estudiado con ahínco las obras filosóficas de Marx y Engels, así como los escritos filosóficos de Plejánov, que desempeñaron un papel clave en el desarrollo del núcleo inicial de revolucionarios marxistas en Rusia. 

También se había embarcado en un periodo de serios estudios filosóficos tras la revolución de 1905, y escribió un libro, Materialismo y empiriocriticismo, contra las ideas revisionistas de Bogdánov, un dirigente bolchevique que había derivado hacia la órbita de la filosofía burguesa reaccionaria.

Así pues, como revelan sus cuadernos filosóficos, Lenin ya era un dominaba la dialéctica antes de 1914. Sin embargo, nunca se percibe en él el menor atisbo de cómoda autosatisfacción con su nivel político y teórico. Durante toda su vida, como es el sello distintivo de todo maestro, Lenin abordó la teoría con la humildad y la diligencia de un estudiante.

Repasó metódicamente la Ciencia de la Lógica de Hegel, tomando notas detalladas y contemplando todos y cada uno de los conceptos presentados en ella. No fue en absoluto una tarea fácil. En sus propias palabras, algunas partes de la obra parecen ser «la mejor forma de conseguir un dolor de cabeza». Pero nada que merezca la pena se alcanza sin lucha, y la adquisición de las ideas más avanzadas requerirá, por necesidad, un trabajo serio.

En sus notas podemos ver cómo Lenin, como un anatomista, diseccionó y evaluó cuidadosamente cada parte de la obra de Hegel, antes de juntarlas y ver las ideas como un todo. Al hacerlo, no sólo dominó el método de Hegel, sino que también lo criticó, separando el núcleo vivo de su cáscara muerta. El método de estudio de Lenin era en sí mismo una clase magistral de dialéctica. Trotsky resumió este enfoque en su artículo Cómo Lenin estudió a Marx:

«En el estudio, si no se trata de una repetición mecánica, hay también un acto creador, pero del tipo inverso. Hacer el resumen del libro de otro es poner al desnudo el esqueleto lógico, despojándolo de las pruebas, ilustraciones y digresiones. Vladimir avanzaba por el difícil camino con tensión apasionada y regocijante, resumiendo cada capítulo leído, a veces una sola página, meditando y verificando la estructura lógica, las transiciones dialécticas, los términos. Al internalizar el resultado, se asimilaba el método. Ascendía los peldaños del sistema de otro como si lo edificase de nuevo. Todo iba a alojarse sólidamente en este cerebro maravillosamente dispuesto bajo la potente cúpula del cráneo».

Los cuadernos filosóficos de Lenin son testimonio de su mente decidida, que buscaba incesantemente nuevas ideas y ángulos que pudieran ampliar su comprensión del mundo que le rodeaba. Aunque afrontaba las cuestiones organizativas con la mayor flexibilidad, su insistencia en la claridad teórica fue lo que le distinguió como un líder excepcional, y al Partido Bolchevique como la única tendencia revolucionaria consistente de su época.

¿Necesitamos filosofía?

«Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica.»

Muchos comunistas pueden citar las famosas palabras de Lenin -o al menos la primera frase- de memoria, y no pierden ocasión de hacerlo. Pero, ¿significa eso que comprenden todo su significado? La familiaridad puede ser traicionera. Puede adormecer a la gente con una falsa sensación de certeza y, por tanto, impedirles comprender la profundidad de las cosas. 

Aquí vemos la diferencia entre el marxismo y el empirismo que caracteriza a la filosofía burguesa actual. Para los marxistas, lo inmediato no es más que una instantánea; una lámina o aspecto de un fenómeno dado, que debe ser estudiado, desarrollado y comprendido en su totalidad concreta. Para los empíricos, lo inmediato es todo lo que hay y todo lo demás es un libro sellado con siete sellos.

Los reformistas adoptan acríticamente la filosofía burguesa y, al igual que sus amos, inclinan la cabeza y doblan la rodilla ante el llamado ‘hecho consumado’. Aquí reside el núcleo filosófico del oportunismo.

La actitud de los reformistas ante la Primera Guerra Mundial es un buen ejemplo. Cada una de las clases dominantes de Europa abordó la guerra desde el punto de vista de sus propios y estrechos intereses nacionales, que justificaron haciendo referencia a elevadas abstracciones, como la «defensa de la patria» o el «derecho de las naciones a la autodeterminación». 

Y así fue como los gobernantes de una nación tras otra entraron en guerra tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando, cada uno culpando al otro de provocar las hostilidades. Hasta ese punto entienden los burgueses la Primera Guerra Mundial: como una serie de decisiones tomadas por una serie de gobernantes. En la superficie de las cosas, este curso de los acontecimientos tuvo lugar, sin duda, pero hay otros aspectos más allá de la apariencia superficial.

Los socialdemócratas de la época argumentaban en la misma línea, aunque con una retórica de izquierdas. Los socialdemócratas austriacos se hicieron eco de los sentimientos anti rusos y anti serbios del partido de la guerra en Viena. Plejánov y los oportunistas de la socialdemocracia rusa hablaban de la amenaza del imperialismo reaccionario alemán y de la necesidad de acudir en ayuda de la oprimida Serbia. Mientras tanto, los socialdemócratas alemanes votaron a favor de los créditos de guerra basándose en la necesidad de detener al imperialismo reaccionario ruso, y así sucesivamente. 

Todos ellos vieron la guerra únicamente desde la perspectiva de su propia clase capitalista nacional, y sobre esta base se precipitaron a la «defensa de la patria», votando con entusiasmo para enviar a millones de trabajadores a la muerte. 

Lenin, por su parte, explicó que la guerra era producto de todo el período precedente de desarrollo capitalista. El surgimiento de gigantescos monopolios industriales y el dominio del capital financiero marcaron una nueva etapa en la historia del capitalismo, en la que la constante necesidad de exportar capital había impulsado a los países imperialistas avanzados a una lucha feroz por la división y redivisión del globo, en busca de terrenos de inversión, mercados y esferas de influencia. 

En tales condiciones, explicó Lenin, la ‘defensa de la patria’ no era más que una tapadera para la defensa de los estrechos intereses de las clases dominantes de cada nación, es decir, de los intereses de los explotadores y opresores del proletariado y de las masas trabajadoras pobres.

Aquí vemos en la práctica, la diferencia entre aceptar ciegamente la filosofía dominante de la clase dominante frente a adoptar un punto de vista filosófico revolucionario consciente. 

En la fase ascendente del capitalismo, la filosofía burguesa se utilizó como una poderosa arma contra el feudalismo y sus defensores ideológicos en la Iglesia católica. Bajo la bandera de la ciencia y la razón, desenmascaró la hipocresía y la irracionalidad de la sociedad feudal.

Pero con la clase capitalista en un callejón sin salida, la naturaleza de su filosofía también ha cambiado y se ha vuelto totalmente conservadora. Al igual que los dogmas de la iglesia que antaño combatía, las doctrinas burguesas de nuestros días defienden el statu quo.

Mientras que las antiguas doctrinas eclesiásticas prescribían la fe y las escrituras como el camino hacia la verdad, el establishment académico de hoy en día y otros expertos a sueldo predican la irracionalidad de la naturaleza y la sociedad y elevan la experiencia subjetiva inmediata -¡su experiencia subjetiva, sin duda! – como lo único que existe.

En el pasado, los clérigos predicaban sobre el «orden divino de las cosas», con el rey en la cima, seguido de los señores feudales y en la base, las clases bajas. Hoy, los sumos sacerdotes del capital predican la inviolabilidad del capitalismo -el mercado, la propiedad privada, el Estado-nación y todo el estiércol moral reaccionario que éstos traen consigo- como la esencia inmutable de la humanidad. 

La filosofía burguesa se ha convertido, por necesidad, en su contrario. En lugar de revelar la verdad, el verdadero propósito de las ideas que ahora se difunden a través de la religión oficial, los medios de comunicación, las escuelas, etc., es encubrir la verdad.

La verdad es, por tanto, el arma más importante de la clase obrera. Como todas las clases revolucionarias anteriores, el proletariado debe adoptar una filosofía revolucionaria consciente si desea comprender el funcionamiento del capitalismo y cómo puede abolirse el sistema.

Pensamiento abstracto

«La verdad es concreta», repetía a menudo Lenin, siguiendo a Hegel. Y el marxismo se ocupa ante todo de la verdad. Pero eso no significa que el pensamiento abstracto, como tal, sea falso. Ni mucho menos. 

Como escribe Lenin en su resúmen de la Lógica de Hegel: 

«El pensar, que avanza de lo concreto a lo abstracto -siempre que sea correcto (NB)

 (…)- no se aleja de la verdad, sino que se acerca a ella. La abstracción de la materia, de ley de la naturaleza, la abstracción del valor, etc., en una palabra, todas las abstracciones científicas ( correctas, serias, no absurdas) reflejan la naturaleza en forma más profunda, veraz y completa» .

El verdadero conocimiento no es el mero apilamiento de hechos unos sobre otros. Se trata de comprender la relación entre esos hechos. Ése es el papel de la filosofía: proporcionarnos una visión del mundo, un método para acercarnos a la naturaleza y la sociedad que nos rodean. El pensamiento abstracto es verdadero en la medida en que refleja la realidad. La cuestión principal es, por supuesto, ¿cómo podemos llegar a esa verdad?

Dialéctica

La revolución filosófica de Hegel se basaba en su objetivismo, es decir, en su creencia de que el mundo existe independientemente del hombre y que funciona según sus propias leyes. Sobre esta base, la tarea de la ciencia y la filosofía no consiste en inventar un sistema que se imponga por la fuerza sobre el mundo, sino en investigar el mundo tal y como es, por sí mismo, y deducir así las leyes que lo rigen.

En su Lógica, Hegel conduce brillantemente este tratamiento sobre el propio pensamiento científico. Paso a paso, procede a trazar el pensamiento humano tal como se desarrolla por cuenta propia. Partiendo del concepto más simple y general posible, procede a poner al descubierto las leyes que rigen el pensamiento racional como tal.

En la apertura del libro nos invita a contemplar el sencillo concepto de «Ser puro». Aquí Hegel entiende «puro» en el sentido de que es completamente indeterminado e indiferenciado, sin límites, sin características especiales y sin nada en particular que lo defina – simplemente, puro Ser. Como señala Hegel, por mucho que nos esforcemos en pensarlo, no podemos decir nada de un ser así, ya que cualquier cosa que dijéramos lo limitaría y definiría, y por tanto dejaría de ser «puro».

De ahí que en esta forma pura no podamos hablar en realidad de ningún ser en particular. Por tanto, llegamos a la conclusión de que el Ser Puro no es diferente de la Nada. La idea de Ser Puro, en otras palabras, nos lleva inmediatamente a la idea de Nada. 

Sin embargo, al reflexionar, descubrimos que ése no es nuestro destino final. Resulta que la idea de la «nada pura», en su vacío e indeterminación, no es diferente del Ser Puro.

Así pues, los dos conceptos se transforman el uno en el otro en cuanto intentamos fijarlos en nuestro pensamiento: «inmediatamente cada uno desaparece en su opuesto», escribe Hegel. Y es aquí, en esta unidad de Ser y Nada, donde nos encontramos con un nuevo concepto o categoría, a saber, el Devenir; un concepto superior, que lleva en sí al Ser y a la Nada.

En este sencillo ejemplo, o experimento mental, Hegel ha esbozado el germen de toda la dialéctica partiendo del principio fundamental de que todo está en un estado de cambio ininterrumpido, de nacer y desaparecer. 

«¡Ingenioso e inteligente!» Lenin comenta: «Hegel analiza conceptos que por lo general parecen muertos y muestra que en ellos hay movimiento. ¿Lo finito? iEso significa moverse hacia su fin! ¿Algo? – significa no lo que es otro. ¿El ser en general?… significa una indeterminación tal que ser= no ser».

El camino del cambio

«Movimiento y «auto movimiento» (iesto NB! un movimiento arbitrario (independiente), espontáneo, interiormente necesario), «cambio», «movimiento y vitalidad», «principio de todo automovimiento», «impulso» (Trieb) «al movimiento» y a la «actividad» -lo opuesto al «ser muerto«­ ¿¿quién creería que esto es la médula del «hegelianismo», del hegelianismo abstracto y abstrusen (¿pesado, absurdo?)?? Esta médula había que descubrirla, comprenderla, hinüberretten 83 , desentrañarla, depurarla, que es precisamente lo que hicieron Marx y Engels. .»

Para el empírico pequeñoburgués, las cosas siguen igual o, en el mejor de los casos, se mueven de forma circular. Como hoy es como ayer, mañana volverá a ser igual. El estado de cosas existente le parece todopoderoso y, por tanto, no ve más remedio que quejarse incesantemente del mismo, al tiempo que rechaza cualquier intento de romper con él. 

Siempre encontrará formas de demostrar que el capitalismo está aquí para quedarse, que la clase obrera nunca se moverá, o que el partido revolucionario no puede o no debe construirse, etcétera, etcétera. En la medida en que acepta el cambio, lo atribuye a fuerzas externas. En última instancia, capitula ante el statu quo, porque no puede imaginar que este cambie. En realidad, sin embargo, esa evolución es inevitable.

«En ningún lugar, ni en el cielo ni en la tierra», escribe Hegel, «hay algo que no contenga en sí ambos, el ser y la nada» . Aunque Hegel no nos proporciona ejemplos del cielo, la tierra está saturada de ellos. 

El cambio es el modo fundamental de existencia de toda materia. Todas las cosas que nacen llevan en sí mismas el germen de su destrucción. Esta lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre el ser y la nada, es la esencia del desarrollo, y el capitalismo no es una excepción.

Las fuerzas que conducen a la caída del sistema proceden enteramente de sus propias entrañas, es decir, del proletariado moderno. La principal característica del proletariado es que es una clase que no posee ninguna propiedad y que se ve obligada a vender su fuerza de trabajo al capitalista para sobrevivir. Sus intereses se oponen directamente a los pilares esenciales del capitalismo: la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. Cada paso adelante en el desarrollo del capitalismo forja a los trabajadores como una clase formidable en oposición a la burguesía, preparando así la caída de esta misma clase dominante.

Pero no se trata de un proceso lineal y gradual. Para los capitalistas, las revoluciones son obra de líderes astutos y carismáticos que aparecen de repente en escena, igual que la huelga se achaca al «agitador». En realidad, toda revolución es el resultado de largos periodos de crecientes contradicciones sociales, donde los intereses de la clase dominante chocan con los intereses del proletariado.

Sin embargo, durante años puede parecer que el régimen no se ve afectado. Los trabajadores agacharán la cabeza y aceptarán los dictados de la patronal. Tarde o temprano, sin embargo, se alcanzará un punto de inflexión en el que un acontecimiento accidental desatará toda la rabia contenida: las presas reventarán y las masas inundarán el escenario de la política.

La aparente estabilidad da paso a la más intensa agitación. Mientras tanto, las fuerzas revolucionarias, que hasta ayer estaban relegadas a la periferia del movimiento obrero, se encuentran de repente en el centro de la escena. Todo esto ocurre de la manera más abrupta y violenta, aparentemente sin previo aviso.

Los reformistas que ayer descartaron a la clase obrera debido a su supuesto «bajo nivel de conciencia» y a su débil organización están estupefactos ante unos acontecimientos que no esperaban y que no pueden controlar. Esto no hace más que revelar su superficialidad.

«Dicen que en la naturaleza no hay saltos;», escribe Hegel, en un pasaje fuertemente subrayado por Lenin, » y una imaginación común, cuando tiene que comprender un nacer o un perecer, cree que lo ha comprendido . (…) como una aparición o desaparición gradual.»

En realidad, ocurre lo contrario. El desarrollo nunca es meramente lineal o gradual. Se compone, por un lado, de periodos con pequeños cambios cuantitativos y graduales, que a su vez dan paso a bruscos saltos cualitativos; y, por otro, de cambios cualitativos, que dan paso a estallidos cuantitativos.

Hegel continúa:

«Al enfriarse, el agua no se endurece poco a poco, adquiriendo gradualmente la consistencia del hielo, tras haber pasado por la consistencia de gelatina, sino que es dura de repente; cuando ya ha alcanzado el punto de congelación, puede (si permanece en reposo) ser completamente líquida y una pequeña sacudida la lleva al estado de dureza.»

La transición de la cantidad a la calidad y viceversa -o, dicho de otro modo, los saltos- es un rasgo fundamental de todo desarrollo. Sin embargo, para comprender las fuerzas que impulsan estos cambios y qué dirección tomará el desarrollo, tenemos que ir más allá del punto de vista del «sentido común».  Lo que hace falta es observar más de cerca las fuerzas y corrientes subyacentes que no son inmediatamente visibles a simple vista.

Bajo la superficie

A primera vista, en nuestra vida cotidiana, pensamos que las cosas son simples y fijas. Estamos seguros de que un hombre es un hombre, un perro es un perro, esto es esto, aquello es aquello, y así sucesivamente. Y, sin embargo, en cuanto enfocamos la vista, esta certeza desaparece. Porque en nuestra búsqueda del perro arquetípico, debemos reconocer que tal cosa no existe; todos los perros son diferentes.

Incluso si tomamos a nuestro singular amigo canino, Chucho, nos daremos cuenta de que el Chucho de hoy no es del todo como el de ayer. Es muy diferente del cachorro con el que nos hicimos amigos hace años y en un momento diferirá del Chucho de ahora. En cuanto intentamos retenerlos en nuestra mente, todos los conceptos fijos y rígidos se nos escapan de las manos y se disuelven en un mundo infinitamente variado.

Los posmodernos se detienen en este punto y declaran que la «diferencia» es la esencia del mundo. Todo es diferente de todo lo demás, proclaman, y por tanto nuestros conceptos y categorías generales no son más que «construcciones» imaginarias.

Pero hablan demasiado pronto. Porque una vez que dirijamos nuestra mirada a ese mundo de diferencias ilimitadas, lo que nos llamará inmediatamente la atención es que, a pesar del estado constantemente cambiante de todo, con sorprendente claridad a todos los niveles, se repiten patrones y leyes similares, que gobiernan con mano de hierro.

A primera vista, no hay dos perros iguales. Sin embargo, algunos atributos esenciales aparecen en todos los perros, lo que los convierte en perros. Y aunque cada célula, molécula y átomo del cuerpo de Chucho está en constante movimiento y transformación, sigue habiendo algo innato que trasciende cada instancia fugaz y accidental de nuestro amigo canino. La identidad de las cosas no existe al margen de su diferencia, sino a través de ella. 

En la antigua filosofía platónica, la esencia de las cosas eran arquetipos ideales, que se situaban por encima o en oposición al mundo vibrante y multifacético que experimentamos. Para los posmodernos, la esencia de las cosas son meras construcciones mentales arbitrarias de la humanidad que proyectamos sobre la realidad externa.

Sobre esta cuestión, Lenin escribe:

«Los filósofos de menos talla discuten si debe tornarse como base la esencia o lo inmediatamente dado (Kant, Hume, todos los machistas). Hegel pone y en lugar de o, explicando el contenido concreto de este ‘y’.»

Como la ciencia moderna ha demostrado una y otra vez, la esencia de las cosas -lo que las hace ser lo que son- no es más que las relaciones inherentes a las cosas mismas. Es la dinámica interna de la materia, que surge y se expresa en las infinitas formas y configuraciones que adopta la naturaleza a nuestro alrededor.

Charles Darwin, en su teoría de la evolución biológica, explicó cómo todos los organismos se desarrollan mediante la selección natural de mutaciones que aumentan su capacidad de sobrevivir y reproducirse. «Se han desarrollado y se están desarrollando», escribe, «a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas las más bellas y portentosas».  

La ley de la evolución no es ajena a los organismos vivos, es su modo de desarrollo. Lo que diferencia a la humanidad de los demás animales es precisamente nuestra capacidad para abstraer esos aspectos de las cosas, aspectos que no son inmediatamente visibles a simple vista, para contemplarlos y alcanzar así una comprensión más profunda del fenómeno en su conjunto. Nuestras ideas y concepciones generales, en otras palabras, son aproximaciones a las leyes y relaciones reales que rigen el mundo.

Cuanto más profundamente seamos capaces de descender en el interior de las cosas, cuantas más relaciones seamos capaces de descubrir, con mayor precisión podrán reflejar nuestras ideas la esencia de las cosas mismas.

Como escribe Lenin:

«La naturaleza es, a la vez, concreta y abstracta, a la vez, fenómeno y esencia, a la vez, momento y relación. Los conceptos humanos son subjetivos en su abstracción, en su separación, pero objetivos en su conjunto, en el proceso, en el total, en la tendencia, en la fuente.»

Contradicción

El pensamiento ordinario se aferra a un aspecto inmediato de un fenómeno y lo contrapone al resto. Este método es válido para las tareas cotidianas. Pero si miramos más de cerca, veremos que la naturaleza no es unilateral y simple, sino polifacética y contradictoria. 

Las abstracciones unilaterales están muertas, explica Hegel en un pasaje destacado por Lenin, «la contradicción es la raíz de todo movimiento y vitalidad; y sólo en la medida que algo contiene contradicción se mueve y tiene impulso y actividad«

«Algo se mueve», nos dice Hegel, «no porque esté en este ‘ahora’ y más tarde en otro ‘ahora’, sino porque en uno y el mismo ‘ahora’ está aquí y no aquí, está y no está, a la vez, en este ‘aquí’.» Ese es el curso de todo movimiento y desarrollo.

La dialéctica no excluye la visión unilateral del mundo del pensamiento cotidiano, sino que la absorbe como un aspecto de una verdad superior. Abarca todos los aspectos de un fenómeno -sus relaciones internas y externas- y los mantiene unidos en su contradicción como un todo complejo. 

Una vez que reconocemos esto, se abre ante nosotros un mundo completamente nuevo. Un mundo interconectado en el que las partes existen en una relación recíproca con el todo; en el que el ser fluye hacia la nada y viceversa; en el que la cantidad fluye hacia la calidad y viceversa; en el que la identidad y la diferencia se interpenetran mutuamente; en el que la forma y el contenido están enzarzados en una lucha constante; en el que los principios simples están en la base de los procesos más complejos, etcétera, etcétera.

» La condición para el conocimiento de todos los procesos del mundo en su «automovimiento«, en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es el conocimiento de los mismos como unidad de los contrarios. «, escribe Lenin, añadiendo: «El desarrollo es la «lucha» de los contrarios».

Legalidad

Cuanto más profundamente seamos capaces de penetrar en un fenómeno y mejor podamos trazar sus relaciones contradictorias internas, menos azaroso o arbitrario aparecerá a nuestros ojos. En lugar de ello, lo que irá tomando forma es su necesaria -o en otras palabras, su legítima- vía de desarrollo.

Aquí tenemos una forma de ver el mundo totalmente distinta de las categorías muertas de la filosofía burguesa. La visión dialéctica refleja no sólo las propiedades externas de un fenómeno o sus etapas transitorias, sino la totalidad de su desarrollo en sus etapas sucesivas, desde que nace hasta su inevitable desaparición. Este método constituye el núcleo del marxismo.

Lenin escribió:

«En El Capital Marx analiza primero la rel.ación más simple, más ordinaria y fundamental, más común y cotidiana de la sociedad burguesa (mercantil), una relación que se encuentra miles de millones de veces, a saber, el cambio de mercancías. En ese fenómeno simple (en esta «célula» de la sociedad burguesa) el análisis revela todas las contradicciones (respective los gérmenes de todas las contradicciones) de la sociedad moderna. La exposición nos muestra el desarrollo (a la vez crecimiento y movimiento) de esas contradicciones y de esa sociedad en  la suma de sus partes individuales, de su comienzo a su fin. (…) Igual debe ser también el método de exposición (respectivo estudio) de la dialéctica en general (porque, para Marx, la dialéctica de la sociedad burguesa es sólo un caso particular de la dialéctica). «

Mediante la aplicación del método dialéctico, Marx desveló las leyes del capitalismo. Y sobre esta base pudo predecir con exactitud, a grandes rasgos, todo el desarrollo de la sociedad capitalista después de su muerte; un desarrollo que conduce necesariamente a la llegada al poder del proletariado y a la abolición de la propiedad privada y del Estado-nación.

El programa de los comunistas se formula sobre la base de esta perspectiva, desarrollada inicialmente por Marx y Engels basada en el estudio de la historia humana – y que está demostrando su corrección a diario..

De ahí que Lenin escribiera: «No se puede entender hasta el fin El Capital de Marx, y en especial su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido toda la Lógica de Hegel ¡¡Por consiguiente, ninguno de los marxistas ha entendido a Marx pasado medio siglo!!».

Leer a Hegel del derecho

Hegel desarrolló brillantemente la exposición más completa de la dialéctica como ciencia del movimiento y el cambio. Hasta el día de hoy, sus ideas están muy por encima de las doctrinas filosóficas oficiales de la clase capitalista.

Pero en manos de Hegel, la dialéctica recibió una forma mística, idealista. Aquí no eran las leyes inherentes del desarrollo de la naturaleza, sino las leyes del desarrollo de lo que él llamaba el Espíritu Absoluto o la Idea Absoluta. La Idea «se convierte en la creadora de la Naturaleza», escribe -a lo que Lenin se limita a responder con: «¡¡Ja, ja!!»

Para Hegel, las categorías lógicas, como Ser, Nada, Devenir, Cantidad, Cualidad, Esencia, Apariencia, etc. tienen una existencia independiente como partes componentes de esta Idea que todo lo abarca, que a su vez se ha expresado a través de la naturaleza. Una vez que se ha desplegado en la naturaleza, es en el pensamiento racional donde el Absoluto encuentra su forma más elevada, alcanzando su cima con la propia filosofía hegeliana.

Hegel insistió en la primacía última del pensamiento abstracto sobre la actividad humana. En la medida en que incluyó la actividad como componente clave de su lógica, lo hizo ante todo como categoría lógica. A lo largo de toda su lógica insiste en que el lector debe dejar atrás el mundo exterior y permanecer en el reino del «pensamiento puro».

Y, sin embargo, se vio obligado, una y otra vez, a virar hacia el materialismo, por su propia lógica y para demostrar sus argumentos. Como señaló Lenin: «en esta obra de Hegel, la más idealista de todas, hay menos idealismo y más materialismo que en ninguna otra. iEs “contradictorio”, pero es un hecho!».

Hegel pertenecía al campo del idealismo filosófico, que sostiene que la mente es el componente primario de la realidad y que el mundo externo, de una forma u otra, es una derivación o reflejo de la mente. Todas las religiones pertenecen al campo del idealismo filosófico y Hegel no ocultó que estaba formulando un sistema religioso. 

Los marxistas somos materialistas filosóficos. A diferencia de los idealistas, creemos que sólo existe un mundo, el mundo material que podemos sentir y con el que podemos interactuar. La mente humana es un producto de este mundo material y nuestras ideas no son más que reflejos de él.

«En general procuro leer a Hegel de modo materialista», escribió Lenin, «Hegel es el materialismo invertido ( según expresión de Engels), es decir, desecho las más de las veces a Dios, el absoluto, la idea pura, etc.»

Lenin puede hacerlo porque el concepto de la Idea Absoluta no desempeña ningún papel fundamental en los aspectos esenciales de las ideas de Hegel. De hecho, como señaló Friedrich Engels, Hegel no dice «absolutamente nada» sobre la Idea Absoluta. 

Los marxistas no creen que la dialéctica tenga una existencia separada de la naturaleza. Las leyes de la dialéctica no son las leyes de las ideas, sino que reflejan las leyes inherente a la propia naturaleza en el nivel más general. Mediante nuestra interacción con el mundo, los humanos somos capaces de descubrir estas leyes a niveles cada vez más profundos. Esa es la base de la filosofía marxista: el materialismo dialéctico.

«La lógica no es la ciencia de las formas exteriores del pensamiento», escribió Lenin, «sino de las leyes del desarrollo «de todas las cosas materiales, naturales y espirituales», es decir, del desarrollo de todo el contenido concreto del mundo y de su cognición, o sea, el resultado, la suma total, la conclusión de la historia del conocimiento del mundo.»

Fue uno de los grandes logros de Marx y Engels rescatar la dialéctica de las cadenas del idealismo muerto de Hegel y «darle la vuelta». Y mientras la dialéctica de la naturaleza es confirmada diariamente por los avances de la ciencia y la cultura, el idealismo de Hegel -es decir, su Espíritu Absoluto- permanece meramente como un exoesqueleto sin vida, que tuvo que ser desechado en la muda para que el verdadero organismo vivo subyacente continuara desarrollándose.

Teoría y práctica

¿De dónde vienen las ideas? Estos fantasmas encantadores que vagan por nuestros mundos interiores; sus orígenes específicos han sido olvidados hace mucho tiempo, y por ello, durante miles de años los hombres les han imbuido cualidades místicas. En el idealismo, las ideas se enfrentan a la humanidad como fuerzas poderosas que están por encima de la naturaleza y la sociedad.

Pero las ideas no tienen una existencia independiente. Tampoco son, como imaginan los subjetivistas, barreras impenetrables entre los seres humanos y el mundo exterior. La mente es una función reguladora de nuestra especie, que mediante el trabajo tiende un puente entre nosotros y la naturaleza que nos rodea.

«La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real», explica Marx. De nuestra interacción constante con el mundo que nos rodea, lo que Marx llama «el metabolismo entre el hombre y la naturaleza», surgen concepciones que nos permiten comprender nuestro entorno y adaptarlo a nuestras necesidades. Al hacerlo, también nos cambiamos a nosotros mismos. Nuestras ideas, como las categorías de la lógica, no son fenómenos sobrenaturales; simplemente reflejan la propia naturaleza y sus orígenes se encuentran en la actividad social humana.

«Para Hegel», señala Lenin, «la acción, la práctica, es un «silogismo» lógico, una figura de la lógica. iY eso es verdad! No, por supuesto, en el sentido de que la figura de la lógica tenga su otro ser en la práctica del hombre ( = idealismo absoluto), sino a la inversa: la práctica del hombre, que se repite miles de millones de veces, se consolida en la conciencia del hombre por medio de figuras de la lógica. Precisamente (y sólo) debido a esta repetición de miles de millones de veces, estas figuras tienen la estabilidad de un prejuicio, un carácter axiomático.»

El carácter dialéctico del pensamiento que Hegel trazó en su Lógica, en otras palabras, no es más que un reflejo de la naturaleza con la que interactúan los hombres. Lenin parafraseando a Hegel escribe: «La naturaleza, esa totalidad inmediata, se despliega en la idea lógica». Y continúa diciendo:

«La lógica es la ciencia del conocimiento. Es la teoría del conocimiento. El conocimiento es el reflejo de la naturaleza por el hombre. Pero no es un reflejo simple, inmediato, completo, sino el proceso de una serie de abstracciones, la formación y el desarrollo de conceptos, leyes, etc., y estos conceptos, leyes, etc. (pensamiento, ciencia = «la idea lógica») abarcan condicionalmente, aproximadamente, la regularidad universal de la naturaleza en eterno desarrollo y movimiento.»

A lo largo de miles de años de ensayo y error hemos desarrollado ideas y concepciones generales que profundizan cada vez más en distintos aspectos de la naturaleza, ideas que se han convertido en la esencia concentrada de la experiencia humana. La dialéctica es la culminación de este desarrollo.

Pero el conocimiento no es una corriente unidireccional, que imprime en nuestro cerebro los resultados de nuestras actividades. También existe un proceso simultáneo inverso: una vez deducidos distintos aspectos del mundo regido por la ley, el pensamiento abstracto nos permite contemplarlos para mejorar nuestra práctica más adelante.

Es aquí donde nuestras ideas se enfrentan al mundo objetivo que pretendemos cambiar . Y es a través de este proceso que ganan objetividad: «La unidad de la idea teórica (del conocimiento) y de la práctica -esto NB-, y esta unidad se halla precisamente en la teoría del conocimiento, porque la suma es «la idea absoluta» (y la idea = «das objektive Wahre» [lo objetivamente cierto]) » .

Para el filisteo, la teoría representa, en el mejor de los casos, una curiosidad. Pero es la interacción dialéctica de la teoría y la práctica, una que lleva a la otra, lo que caracteriza «el infinito proceso de profundización del conocimiento humano de la cosa, de los fenómenos, los procesos, etc., partiendo del fenómeno para llegar a la esencia y de la esencia menos profunda a otra más profunda.».

Se trata de un proceso que, al mismo tiempo, mejora y amplía el dominio del hombre sobre la naturaleza. Cuanto más profundo sea el conocimiento de las leyes que rigen nuestro mundo, más eficazmente podremos alcanzar nuestros objetivos y aspiraciones. Y aquí vemos la importancia de la teoría para los comunistas.

Como explicó Trotsky:

“Infinitamente más exigente, más severo y más equilibrado es aquél para quien la teoría es una guía para la acción. Un escéptico de salón puede burlarse impunemente de la medicina. El cirujano no puede vivir en la atmósfera de las incertidumbres científicas. Cuanta más necesidad tiene el revolucionario del apoyo de la teoría para la acción, más intransigente es en salvaguardarla. Vladimir Ulianov despreciaba el diletantismo y aborrecía a los curanderos. En el marxismo, él apreciaba, por encima de todo, la autoridad disciplinada del método.”

La victoria de la previsión sobre el asombro

Trotsky definió una vez la teoría marxista como la superioridad de la «previsión sobre el asombro». Y fue precisamente esta previsión y profunda comprensión lo que permitió a Lenin y a los bolcheviques prevalecer frente a la extrema adversidad procedente de todas partes. 

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques podían describirse -en términos de poder, influencia y recursos- como una de las tendencias políticas más débiles de Europa. Bajo el impacto de la ola de patriotismo azuzada por las autoridades zaristas y el consiguiente sentimiento de unidad nacional, el partido perdió la mayoría de sus apoyos entre la clase obrera rusa. La oleada revolucionaria que se estaba gestando en Rusia antes de la guerra se vio inmediatamente truncada y el zarismo se vio temporalmente reforzado.

Los elementos revolucionarios fueron relegados una vez más a la periferia. Para empeorar las cosas, muchos de los mejores trabajadores fueron enviados al frente como castigo por sus actividades en las fábricas y en otros lugares. Los principales dirigentes bolcheviques, en su mayoría, estaban exiliados en Europa, donde las líneas de comunicación habían sido cortadas o gravemente interrumpidas por la guerra. 

La reacción levantaba cabeza y ganaba terreno en toda Europa y la clase obrera estaba en retirada. Armados con armas de fuego, tanques y bombas, los burgueses de Europa estaban masacrando el continente, y cualquiera que se interpusiera en su camino podía ser fácilmente apartado o, si era necesario, enviado al frente y eliminado. Mientras tanto, los líderes socialdemócratas europeos, que se habían alineado detrás de sus propias clases dominantes, parecían sentarse cómodamente en el regazo de sus amos burgueses. 

Para los bolcheviques, con unas finanzas débiles, poco o ningún aparato y unas organizaciones del partido en total desorden debido a la guerra, la idea de tomar el poder podría haber parecido más lejana que nunca. Y, sin embargo, sólo poco más de tres años después del inicio de la guerra, todo esto se había vuelto en su contrario y el Partido Bolchevique conducía a los obreros y campesinos de Rusia al poder en la Revolución de Octubre de 1917. ¡No podría imaginarse una mayor demostración de la dialéctica!

Aquí vemos el poder de las ideas en la práctica. El éxito de los bolcheviques puede reducirse al éxito del método marxista, al método del materialismo dialéctico.

Lenin y los bolcheviques insistieron en una posición de clase y se negaron a hacer la menor concesión a los giros nacional chovinistas que la guerra produjo en toda Europa. Y aunque la guerra fortaleció inicialmente a la clase dominante, más tarde se convirtió en la mayor fuerza motriz de la revolución al sacar a la luz las contradicciones de clase de la sociedad. 

Así, el mensaje revolucionario de los bolcheviques, que no tuvo ningún eco popular en los primeros días de la guerra, se convirtió en el grito de guerra de las masas rusas y sembró el terror entre las clases dominantes del mundo. 

El oportunismo es el abandono de las perspectivas a largo plazo en favor de objetivos inmediatos a corto plazo. La dialéctica es la ciencia de ir más allá de lo inmediato y comprender los procesos complejos y prolongados en su totalidad. Fue la dedicación a la teoría y el dominio de la dialéctica lo que dio a Lenin una gran ventaja sobre sus enemigos.

En política, el encaprichamiento por la apariencia inmediata de las cosas conduce a eslóganes frívolos y a un «encaprichamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica». Lenin y los bolcheviques, sin embargo, trascendieron las apariencias y abordaron la esencia de las cosas, independientemente del impacto inmediato que tuviera en el partido, porque sabían que al final sólo la verdad les acercaría a la victoria de la clase obrera. Esta fue la clave de su éxito.

León Trotsky resumió el meollo de la cuestión:

«Pertenece a la experiencia histórica que la mayor revolución de toda la historia no fue dirigida por el partido que comenzó con bombas, sino por el partido que empezó con el materialismo dialéctico.»

LENIN 100 AÑOS DESPUÉS

El 21 de enero de 2024 se cumple el centenario de la muerte de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido mundialmente como Lenin. Fue sin duda uno de los más grandes revolucionarios que jamás hayan existido. Con sus acciones al frente del Partido Bolchevique, este hombre extraordinario cambió literalmente el curso de la historia. 

[Originalmente publicado como el editorial del número 44 de la revista América Socialista, En Defensa del Marxismo]

Toda la vida de Lenin estuvo dedicada a la emancipación de la clase obrera, que culminó con la victoria de la Revolución de Octubre en 1917. El significado de este acontecimiento lo expresó acertadamente Rosa Luxemburgo:

«Todo cuanto un partido puede exhibir, en un momento histórico, de coraje, energía, de intuición revolucionaria y coherencia, Lenin, Trotsky y sus compañeros lo mostraron ampliamente. Todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios, que faltó a la socialdemocracia occidental, encontró su expresión en los bolcheviques. La insurrección de octubre no representó solamente la salvación real de la Revolución rusa, sino también la rehabilitación del socialismo internacional.»

Por primera vez, salvo el heroico pero breve episodio de la Comuna de París, la clase obrera conquistó el poder y lo mantuvo. Por esta razón, la Revolución de Octubre puede considerarse el mayor acontecimiento de la historia. Sean cuales sean los acontecimientos posteriores, se trata de una conquista indeleble que nunca podrá borrarse.

Y es por esta razón que, en manos de la clase dominante y sus apologistas, Lenin se ha convertido en el individuo más odiado y calumniado de la historia. 

Calumnias

Mientras que los comentaristas burgueses a veces se han mostrado complacientes con Marx por su análisis del capitalismo, aunque por supuesto rechazan sus conclusiones revolucionarias, Lenin se ha convertido en un completo anatema. Por supuesto, esto no debería sorprendernos.

Al igual que los escabrosos ataques a la Revolución Francesa por parte de la vil prensa inglesa de la época, los plumíferos del capitalismo denuncian a Lenin y a la Revolución Rusa. Su objetivo es desacreditar y borrar de la historia su verdadera importancia. Esta ha sido su tarea durante más de un siglo.

Por lo tanto, Lenin es presentado como un «dictador», un agente alemán, un agente zarista, un nuevo zar y, finalmente, el precursor de Stalin y del estalinismo. El estruendo ha ido in crescendo. 

Las historias que venden son tan risibles que da vergüenza leerlas. Hay literalmente cientos de estos supuestos «historiadores» ignorantes, todos repitiendo la misma cantinela y haciendo las mismas absurdas afirmaciones sobre Lenin que hielan la sangre. Pocos, si es que hay alguno, merecen la pena ser leídos. Incluso las obras más «pulidas» sobre Lenin están impregnadas de veneno.

«El bolchevismo se fundó sobre una mentira, sentando un precedente que se seguiría durante los siguientes 90 años. Lenin no tenía tiempo para la democracia, ni confianza en las masas, ni escrúpulos en el uso de la violencia. Quería un partido pequeño, estrechamente organizado y estrictamente disciplinado de revolucionarios profesionales de línea dura, que hicieran exactamente lo que se les ordenara». Este ejemplo procede de la pluma envenenada de Anthony Read en El mundo en llamas. 

«Aquí se encuentran los gérmenes del gobierno por el terror, de la aspiración totalitaria al control total de la vida y la opinión públicas», señala Richard Pipes, en una historia de terror escrita para asustar lectores de temperamento nervioso. 

«Lenin fue el primer jefe de partido moderno que alcanzó el estatus de dios: Stalin, Mussolini, Hitler y Mao Zedong fueron todos sus sucesores en este sentido», escribe Figes para no quedarse atrás . 

Estos charlatanes adinerados y bien pagados nunca se darán por vencidos. Su campaña de mentiras continuará hasta que el propio capitalismo sea derrocado. Deberíamos dejarles hacer su trabajo sucio, como a las brujas de Macbeth. 

A pesar de todos sus esfuerzos por agriar las mentes de los jóvenes contra Lenin y el bolchevismo, las cosas no están saliendo como estaba previsto. La gente está empezando a cuestionar la «narrativa» oficial, como ocurre con la mayoría de las cosas. Desgraciadamente para los lacayos literarios de la burguesía, ¡sus tonterías anticomunistas no están teniendo el impacto deseado!

Por desgracia, como se ve obligado a admitir el profesor Orlando Figes, «los fantasmas de 1917 no han sido exorcizados». Y, dado el período en que hemos entrado, tampoco lo estarán.

Un faro de esperanza

Estamos en una época de agitación sin precedentes. El capitalismo como sistema socioeconómico se ha agotado y decenas de millones de personas en todo el mundo cuestionan su legitimidad. En consecuencia, buscan activamente una salida a este callejón sin salida. Sin embargo, los viejos partidos están cada vez más desacreditados y millones de personas se han hartado de los reformistas melindrosos de todo tipo que sólo quieren «reformar» el sistema hasta cierto punto. Pero esto es como pedirle a un leopardo que cambie sus manchas o intentar achicar el océano con una cuchara.

Lenin destaca como un gigante en contraste con todas las palabras y hechos de los liliputienses dirigentes laboristas y sindicales, tanto de derechas como de izquierdas, que en la práctica han aceptado el sistema capitalista. También ellos, junto con los burgueses, miran a Lenin con horror o, en el mejor de los casos, simplemente como «anticuado», sus ideas carentes de valor ni relevancia.

Pero no es tan fácil deshacerse de Lenin y sus ideas. «La doctrina de Marx es omnipotente, porque es exacta», explicó. Es «completa y armónica, da a los hombres una concepción del mundo íntegra, inconciliable con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa».

Es una teoría para cambiar el mundo, en la que la teoría y la práctica no están separadas, sino que forman un todo unificado. Por ello, Lenin, un verdadero marxista, dedicó su vida a la victoria de la revolución socialista mundial. En este sentido, destaca como un faro para los trabajadores con conciencia de clase de todo el mundo.  

Hoy en día existe un creciente interés por Lenin y sus ideas y hay un intento, especialmente por parte de muchos jóvenes, de redescubrir el auténtico programa del leninismo y el bolchevismo. Este interés y la profunda crisis del sistema capitalista demuestran la relevancia de Lenin para el aquí y ahora.

Bolchevismo

Lenin se irguió sobre los hombros de Marx y Engels, y puso en práctica sus ideas. El leninismo es simplemente marxismo en la época imperialista de la revolución y la contrarrevolución.

Dada la despiadada lucha contra el viejo orden capitalista, Lenin subrayó la necesidad vital de construir un partido disciplinado y teóricamente blindado. Era un revolucionario de tal visión que sólo podía ser el líder del partido más intrépido, capaz de llevar sus pensamientos y acciones hasta su conclusión lógica. Fundió su destino con el destino del partido proletario y sus objetivos.

Dada la traición de los viejos dirigentes socialdemócratas, era vital crear una nueva dirección revolucionaria. Esto significaba que había que formar nuevos partidos comunistas que organizaran a la clase obrera para tomar el poder. A diferencia de los viejos partidos reformistas, que se habían convertido en gran medida en máquinas electorales, estos nuevos partidos seguirían el modelo del Partido Bolchevique, tanto en organización como en perspectiva revolucionaria.

«En el presente momento histórico se trata precisamente de que el ejemplo ruso muestra a todos los países algo, y algo muy sustancial, de su futuro próximo e inevitable», explicaba Lenin en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo

«Sólo la historia del bolchevismo en todo el período de su existencia puede explicar de un modo satisfactorio por qué el bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.»

El Partido Bolchevique pudo desempeñar ese papel, dada su singular historia y el papel de Lenin. Como él mismo explicó:

«Rusia hizo suya la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de búsquedas abnegadas, de estudio, de pruebas en la práctica, de desengaños, de comprobación, de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba con una riqueza de relaciones internacionales y un conocimiento tan excelente de todas las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país.»

El Partido Bolchevique bajo Lenin fue el partido más revolucionario de la historia. Lenin comprendió que un partido así debía construirse antes de que estallaran los acontecimientos revolucionarios. Desde luego, no podía improvisarse o crearse espontáneamente durante una revolución, ya que sería demasiado tarde. Toda la experiencia del pasado así lo demuestra. 

En primer lugar, era importante crear una red de cuadros marxistas, que actuaría como marco en torno al cual podría construirse con el tiempo un partido de masas. Dado que la revolución era un asunto serio, Lenin luchó por la creación de un partido de «revolucionarios profesionales» que se dedicaran a la revolución. 

Además, el partido revolucionario debía fundarse sobre los cimientos de la teoría marxista. «Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario», escribió Lenin en el ¿Qué hacer?, obra dedicada a la construcción de dicho partido. Fue el guardián teórico del partido, que bajo su dirección desarrolló su propia moral proletaria basada en los intereses de la revolución socialista.

Para Lenin, esta lucha por la teoría marxista era una tarea esencial. Por lo tanto, el papel de la Iskra de Lenin consistía en emprender «la lucha resuelta y tenaz en pro de los fundamentos del marxismo», que, según explicaba, se había puesto «de nuevo a la orden del día» .

Lenin escribió ¿Qué hacer? en un periodo de retroceso teórico y revisionismo dentro de la socialdemocracia rusa. Gran parte del folleto de Lenin está dedicado a refutar los argumentos de la corriente «economicista», que renunciaba a la lucha política en nombre de la «espontaneidad» y el obrerismo. Pero también era necesario hacer frente a la influencia del llamado «marxismo legal», que vaciaba al marxismo de todo su contenido revolucionario. 

Para Lenin, la defensa de la teoría marxista requería algo más que la repetición de viejas fórmulas; significaba una aplicación del método del marxismo a la situación concreta. Era esencial no imponer la teoría a la realidad. La realidad era el punto de partida. Como advirtió Lenin, la teoría, cuando se reduce a un dogma abstracto, puede ser mal utilizada para justificar el revisionismo:

«El marxismo es una doctrina extraordinariamente profunda y polifacética. No es extraño, por ello, que entre los “argumentos” de quienes rompen con el marxismo se puedan encontrar siempre fragmentos de citas de Marx, sobre todo si se reproducen citas inoportunamente.»

Subrayó que el marxismo no era un dogma sin vida, ni una doctrina prefabricada e inmutable, sino una guía viva para la acción. Esto significaba que era vital relacionar las ideas del marxismo con la situación real, y no enredarse en fantasías. «La verdad es concreta», repetía a menudo. La gran prueba para los revolucionarios era conectar estas ideas con el movimiento real de la clase obrera. De este modo, podrían ganar apoyo y dar fruto.

Flexibilidad

Lenin siempre fue firme en los principios, pero muy flexible en la organización y la táctica. Éste fue uno de los grandes puntos fuertes de Lenin. Comprendió que la construcción de un auténtico Partido Comunista, como ocurrió con el Partido Bolchevique, no era una línea recta. Para ganarse a los trabajadores, especialmente a la que seguía bajo la influencia de los partidos reformistas, se necesitaban tácticas flexibles. No se trataba de una cuestión secundaria. En su maravillosa obra, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Lenin explicaba:

«Falta sólo una cosa para que marchemos hacia la victoria con más firmeza y seguridad; que los comunistas de todos los países comprendamos por doquier y hasta el fin que en nuestra táctica es necesaria la flexibilidad máxima.»

Lenin desarrolló una gran «percepción» de la situación y fue capaz de evaluar las cosas cada vez que se producía un giro brusco en los acontecimientos. Sabía diferenciar lo esencial de lo secundario.

Como explicó Trotsky:

«Dirigir la visión revolucionaria hacia el futuro, abarcar lo esencial, lo fundamental, lo importante; éste era el don peculiar que Lenin poseía en el más alto grado. Cualquiera que hubiese podido, como pude hacerlo yo, observar de cerca el trabajo de Vladimir Ilich, no podría menos que mirar con entusiasmo –repito la palabra entusiasmo– este don de pensamiento penetrante y agudo que rechazaba todo lo externo, lo fortuito, lo superficial, a fin de percibir los caminos principales y los métodos de acción. La clase obrera sólo aprende a apreciar a esos jefes que habiendo trazado el camino de su desarrollo, marchan con un paso seguro y perseverante, incluso cuando los prejuicios del mismo proletariado a veces son un obstáculo para ellos.»

Sobre todo, Lenin supo adaptarse a los cambios que se producían con anticipación. Por lo general, esto requería un cambio de táctica que se correspondiera con las nuevas necesidades de la situación. Una vez más, estos cambios no siempre eran sencillos y podían dar lugar a agudas polémicas en el seno del partido. No en vano el bolchevismo era conocido como una escuela de los golpes duros. 

En cada etapa del desarrollo del partido, desde los primeros círculos de la clandestinidad hasta el trabajo de masas de 1905, hasta 1917 y más allá, Lenin tuvo que superar la resistencia de quienes se aferraban a los métodos del pasado. A cada cambio de táctica que se proponía, se encontraba generalmente con una dura resistencia. La razón de esta resistencia era que la vida del partido siempre desarrolla un cierto rutinismo. Cuando la situación cambia, estas rutinas entran en conflicto con las nuevas exigencias. Hay muchos ejemplos de ello.

El intento de Lenin de profesionalizar el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en el II Congreso de 1903, en el que trató de alejar al partido de la mentalidad de pequeño círculo, informal del primer periodo, condujo en realidad a una escisión entre bolcheviques y mencheviques. 

La Revolución de 1905 abrió nuevos desafíos. Para aprovechar las condiciones abiertas, Lenin intentó romper con los métodos del trabajo clandestino. Esto le enfrentó a los «hombres de comité». Éstos eran revolucionarios entregados que habían crecido en las condiciones del trabajo clandestino, lo que moldeó su perspectiva. Así que cuando la situación se abrió para el trabajo legal, les resultó difícil adaptarse y se convirtieron en un obstáculo. Esto condujo a una tremenda ruptura.

Pero Lenin no estaba dispuesto a ceder. Las nuevas oportunidades exigían un cambio de enfoque. Por lo tanto, tuvo que entablar batalla con los hombres de los comités y sus métodos. Era hora de abrir el Partido. Lenin no se anduvo con rodeos:

«Necesitamos fuerzas jóvenes. Soy partidario de fusilar en el acto a cualquiera que se atreva a decir que no hay gente. La gente en Rusia es legión; todo lo que tenemos que hacer es reclutar jóvenes más amplia y audazmente, más audaz y ampliamente, y de nuevo más amplia y de nuevo más audazmente, sin temerles. Estamos en tiempos de guerra. La juventud, los estudiantes, y más aún los jóvenes trabajadores. Deshazte de todos los viejos hábitos de inmovilidad, de respeto al rango, etc. Formen cientos de círculos de vperyodistas entre los jóvenes y anímenlos a trabajar a toda máquina…»

Lenin exigió que los dirigentes bolcheviques rompieran con el viejo rutinismo y pusieran a la organización en pie de guerra. De lo contrario, existía un peligro real de que se desaprovecharan las nuevas oportunidades que se le presentaban al partido. Una vez más, Lenin llamó a la acción:

«Sólo debes asegurarte de organizar, organizar y organizar cientos de círculos, relegando completamente a un segundo plano las habituales y bienintencionadas estupideces (jerárquicas) de los comités. Estamos en tiempos de guerra. O creáis en todas partes organizaciones de combate nuevas, jóvenes, frescas y enérgicas para el trabajo socialdemócrata revolucionario de todas las variedades entre todos los estratos, o os hundiréis, llevando la aureola de burócratas de ‘comité’.»

El enfoque rutinario de algunos de los dirigentes bolcheviques se extendió a su actitud hacia los recién formados soviets. Los Soviets fueron creados espontáneamente por los trabajadores en lucha, y eran comités de huelga ampliados. Pronto se convirtieron en un poder alternativo al antiguo régimen zarista.

En lugar de acoger a estas nuevas formaciones de clase, algunos de los viejos dirigentes bolcheviques las consideraban competidoras del partido. Adoptaron un enfoque completamente sectario. Fue necesaria la intervención personal de Lenin para corregir este error. De hecho, Lenin consideraba a los soviets como «el embrión de un gobierno obrero» , lo que demostraba su clarividencia, y se confirmó en los acontecimientos de 1917.

En 1905, el POSDR, compuesto por las facciones menchevique y bolchevique, se transformó en un partido de masas. Esto demostró el enorme potencial de la situación, pero no duró.

La derrota de la Revolución de 1905 abrió un periodo de sangrienta reacción en Rusia. El movimiento sufrió un duro revés. Esto a su vez provocó muchas deserciones del partido, especialmente de los tipos más pequeñoburgueses que no podían soportar la presión. El ambiente dentro del partido era muy malo y los bolcheviques quedaron reducidos a un cascarón. 

Hubo muchos problemas en estos años de reacción. Lenin se vio obligado a romper con los que habían sucumbido a los ánimos de desesperación y virado hacia el ultraizquierdismo, por un lado, como los bolcheviques que insistían en boicotear las elecciones a la Duma Estatal mucho después de que la Revolución hubiera sido derrotada, y por otro, los que querían disolver el partido por completo (los «liquidadores»). 

Una vez más, Lenin tuvo que entrar en una lucha en el plano teórico, contra quienes intentaban revisar los principios filosóficos más básicos del movimiento marxista, incluido el propio materialismo. Fue en este período cuando Lenin escribió Materialismo y empiriocriticismo como polémica contra una tendencia del movimiento marxista ruso que se apartaba del materialismo dialéctico y se dirigía hacia el callejón sin salida filosófico del idealismo subjetivo.

En el plano organizativo, hubo intentos de fusionar las facciones menchevique y bolchevique tras la Revolución de 1905. Sin embargo, las crecientes diferencias políticas lo impidieron. Los mencheviques consideraban a los liberales como la fuerza que debía liderar la revolución, mientras que los bolcheviques se dirigían a los obreros y campesinos pobres. Finalmente, tomaron caminos separados y el Partido Bolchevique se constituyó formalmente en abril de 1912.

Rearmar el partido

Se ha creado el mito de que Lenin gobernaba el Partido Bolchevique con una vara de hierro, lo que claramente no era el caso. Hubo muchas ocasiones en las que Lenin estuvo en minoría, incluso dentro de la dirección. La autoridad de Lenin no se basaba en agitar un gran garrote, sino en su autoridad política, construida sobre un enfoque paciente. 

Cuando Lenin se enfrentó a la Revolución de Febrero en 1917, las nuevas tácticas que propugnaba encontraron poco apoyo.

La revolución había conducido al derrocamiento del zarismo y había instaurado un gobierno provisional, formado por representantes de la burguesía. Al mismo tiempo, los obreros rusos crearon soviets a una escala aún mayor que en 1905. Los dirigentes bolcheviques dentro de Rusia -especialmente Kámenev y Stalin- estaban embriagados con la revolución y por los sentimientos de «unidad» que prevalecieron en sus primeros días. Como resultado, adoptaron una actitud completamente equivocada hacia el Gobierno Provisional. En lugar de oponerse al gobierno, le dieron un ‘apoyo crítico’, incluyendo su apoyo a la guerra imperialista.

Lenin estaba furioso. Mientras seguía intentando salir de Suiza hacia Rusia, escribió una serie de artículos -sus célebres Cartas desde lejos, que constituyeron la base de sus famosas Tesis de abril– oponiéndose al gobierno Provisional capitalista y llamando a una nueva revolución.

Los bolcheviques se habían educado durante mucho tiempo en la perspectiva de una «dictadura democrática del proletariado y el campesinado», vinculada a la idea de provocar una revolución socialista en Occidente. Aunque esta formulación consideraba la revolución venidera como una revolución burguesa para barrer los vestigios del feudalismo y preparar el terreno para el desarrollo capitalista, la dirección de esta revolución no recaería en la burguesía, que desempeñaba un papel contrarrevolucionario, sino en los obreros y campesinos. Sin embargo, esta fórmula tenía un carácter algebraico en el sentido de que la cuestión de qué clase desempeñaría el papel dirigente en esta alianza quedaba abierta, como una «incógnita».

La posición bolchevique contrastaba notablemente con la de los mencheviques, que decían que la revolución era burguesa y, por tanto, debía ser dirigida por la burguesía. Los obreros, a sus ojos, sólo debían desempeñar un papel de apoyo.

Trotsky, por su parte, había propuesto su propia teoría de la «revolución permanente» como perspectiva para Rusia. Aunque estaba de acuerdo con los bolcheviques en que la burguesía era contrarrevolucionaria, creía que la única clase capaz de dirigir la revolución era la clase obrera, apoyada por los campesinos pobres. Sin embargo, en lugar de establecer una «dictadura democrática», Trotsky defendía un gobierno obrero que barriera en primer lugar el feudalismo (las tareas «democráticas»), pero que luego procediera a las tareas socialistas. Esta revolución socialista, a su vez, provocaría la revolución en Occidente, que acudiría en ayuda de los trabajadores rusos. De ahí su carácter «permanente».

La posición planteada por Lenin en abril de 1917 era fundamentalmente idéntica a la de Trotsky. Sin embargo, los «viejos dirigentes bolcheviques» se opusieron, aferrándose a la fórmula original de la «dictadura democrática».

Lenin se vio obligado a utilizar toda su autoridad política para cambiar la dirección del partido. De ese modo, tuvo que enfrentarse a los autodenominados «viejos bolcheviques», ¡que le acusaron de «trotskismo»!

Ante el retroceso de los dirigentes bolcheviques, y dado lo que estaba en juego, Lenin se lanzó a la batalla:

«preferiré incluso una ruptura inmediata con cualquier miembro de nuestro partido, quienquiera que sea, antes que hacer concesiones al socialpatriotismo de Kerenski y Cía., o al socialpacifismo y al kautskismo de Chjeídze y Cía.

Continuó:

«A los obreros hay que decirles la verdad. Debemos decir que el gobierno de Guchkov-Miliukov y Cía. es un gobierno imperialista, que los obreros y campesinos deben primero (ahora o después de las elecciones a la Asamblea Constituyente, si

es que no se engaña sobre este punto al pueblo y no se aplazan las elecciones para

después de la guerra; no es posible resolver desde aquí el problema de elegir el

momento), primero deben transferir todo el poder del Estado a manos de la clase

obrera, enemiga del capital, enemiga de la guerra imperialista, y sólo entonces

tendrán derecho a lanzar llamamientos pidiendo el derrocamiento de todos los

reyes y de todos los gobiernos burgueses.»

A continuación, dirigió su atención a los «viejos bolcheviques»:

«Aquí oímos el alboroto de las réplicas de aquellos a quienes gusta llamarse «viejos bolcheviques»: ¿Acaso no hemos dicho siempre que la revolución democrática burguesa sería terminada solamente por «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los .campesinos»? ¿Acaso la revolución agraria, también democrática burguesa, ha terminado? ¿Acaso no es, por el contrario, un hecho que esta última todavía no ha comenzado?

«Contesto: las consignas y las ideas bolcheviques, en general, han sido plenamente confirmadas por la historia, pero, concretamente, las cosas han resultado de otro modo de lo que podía (quienquiera que sea) esperar, de un modo más original, más peculiar, más variado. 

«Desconocer, olvidar este hecho, significaría semejarse a aquellos «viejos bolcheviques”, que ya más de una vez desempeñaron un triste papel en la historia de nuestro partido, repitiendo una fórmula tontamente aprendida, en vez de dedicarse al estudio de las peculiaridades de la nueva y viva realidad….».

«Quien ahora hable solamente de la «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos», se ha rezagado de la realidad y, por esta razón, se ha pasado, de hecho, a la pequeña burguesía contra la lucha proletaria de clase y hay que mandarlo al archivo de las curiosidades· «bolcheviques» prerrevolucionarias (al archivo que podríamos Ilamar «de los viejos bolcheviques»)…

«Por ahora es necesario asimilar la verdad indiscutible de que un marxista debe tener n cuenta la vida real, los hechos exactos de la realidad, y no seguir aferrándose a la teoría de ayer, que, como toda teoría, en .el mejor de los casos, sólo traza lo fundamental, lo general, sólo abarca de un modo aproximado la complejidad de la vida.

“‘La teoría, amigo mío, es gris, pero el árbol de la vida es eternamente verde’

«Quien plantee la cuestión de la «terminación» de la revolución burguesa al viejo estilo, sacrifica el marxismo vivo en aras de la letra muerta».

A principios de abril de 1917, Lenin estaba completamente aislado dentro del partido Bolchevique cuando planteó la nueva perspectiva de la revolución socialista. Los viejos dirigentes se habían convertido en un obstáculo, al igual que anteriormente con los hombres del comité. El único dirigente que le apoyaba era Kollontai. El resto se opuso.

Pero con la fuerza de los argumentos de Lenin y la experiencia de los bolcheviques sobre el terreno, pronto pudo ganarse a la mayoría del partido y dirigir el rumbo hacia la Revolución de Octubre.

Incluso entonces, en octubre de 1917, en los días previos a la insurrección, se enfrentó a la oposición dentro de la dirección, especialmente de Zinóviev y Kámenev, que habían estado con él durante años. Una vez más, tuvo que arriesgar toda su autoridad política para asegurar el éxito de la insurrección.

Todo le había preparado para este momento. «¡Ellos se atrevieron!», por citar a Rosa Luxemburgo. Lenin había puesto en práctica las ideas del marxismo. No se podía pedir nada más a los obreros rusos. Habían barrido el capitalismo y el latifundismo y establecido una República Soviética de los trabajadores.

Internacionalismo

Para Lenin, la Revolución de Octubre no era un fin en sí mismo, sino sólo el pistoletazo de salida para que la clase obrera conquistara el poder en todo el mundo. Este internacionalismo no obedecía a razones sentimentales, sino que surgía del carácter internacional del capitalismo, que había sentado las bases materiales de una nueva sociedad sin clases. En particular, había creado una clase obrera internacional, cuya misión histórica era convertirse en la sepulturera del capitalismo. 

Fue sobre esta sólida base que Lenin formuló una posición clasista de principios al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, en un momento en que todos los partidos de la II Internacional se alineaban en defensa de su ‘propia’ clase capitalista. Y esta lucha por preservar la bandera del internacionalismo proletario, en la que Lenin se encontró en una pequeña minoría, culminaría con el derrocamiento revolucionario del capitalismo en Rusia en 1917 y el establecimiento de la Internacional Comunista como el partido mundial de la revolución socialista en 1919. 

Lenin nunca contempló la idea del «socialismo en un solo país», como plantearon los estalinistas años más tarde. Era lo contrario de su perspectiva de la revolución mundial. Para Lenin, la Revolución Rusa no pretendía construir el ‘socialismo ruso’, un completo disparate en unas condiciones tan atrasadas. La victoria en Rusia, creando una plaza fuerte proletaria, era el punto de partida de la revolución mundial. No es casualidad que subrayara que, sin revolución en Occidente, la Revolución Rusa estaba condenada al fracaso.

Como el propio Lenin explicó el 29 de julio de 1918:

«… jamás nos hemos hecho la ilusión de que con las fuerzas del proletariado y de las masas revolucionarias de un solo país -por más heroicas que sean, por más grandes que sean su organización y disciplina-, de que con las fuerzas del proletariado de un solo país se pueda derrocar el imperialismo internacional: eso únicamente puede hacerse con el esfuerzo conjunto de los proletarios de todos los países pero sin forjarnos la ilusión de que eso pueda lograrse con las fuerzas de un solo país. Sabíamos que nuestros esfuerzos llevan inevitablemente a la revolución mundial y que con los esfuerzos de los gobiernos imperialistas no se puede poner fin a la guerra empezada por ellos. Con la guerra únicamente pueden acabar los esfuerzos de todo el proletariado, y nuestra tarea, al subir al poder … era, lo repito, mantener ese poder, esa antorcha del socialismo para que continuara echando todas las chispas posibles al creciente incendio de la revolución socialista.»

Esta idea fue expresada por Lenin una y otra vez. Lenin confiaba plenamente en el éxito de la revolución mundial y trabajaba para conseguirlo.

Sin embargo, la teoría antimarxista del «socialismo en un solo país» se convirtió en la piedra angular del estalinismo; de hecho, aceptarla se convirtió en una condición para afiliarse a los partidos comunistas estalinistas.

En 1956, tras las revelaciones de Jruschov sobre Stalin en el XX Congreso, se produjo una profunda crisis en las filas de los partidos comunistas. A esto se sumó el aplastamiento de la revolución húngara por las tropas rusas a finales de año. Todo lo que se había enseñado a los miembros del PC fue puesto en tela de juicio y hubo muchas discusiones sobre el pasado del partido y la importancia de la Revolución Rusa.

Durante las discusiones, cuando se plantearon citas de Lenin contra la teoría del socialismo en un país, algunos miembros destacados del PC estaban tan desorientados que llegaron a cuestionar la validez de la Revolución de Octubre.

«Nunca me fue posible (aunque seguí intentándolo) convencer a un trotskista de que estas citas demostraban que Lenin era un apostador loco«, escribió Alison Macleod, que trabajaba para el Daily Worker. «¿Qué derecho tenía [Lenin] a derrocar a Kerensky, si tomar el poder en Rusia no iba a ser suficiente? ¿Qué derecho tenía a jugarse millones de vidas en una revolución en Alemania, que no tenía poder para llevar a cabo?».

Completamente conmocionada y desilusionada, Macleod abandonó el PC en abril de 1957, después de haber trabajado en el Daily Worker durante una docena de años, junto con miles de otras personas. Ella y muchos otros habían sido criminalmente maleducados y engañados por Moscú. Como resultado, muchos dieron la espalda al movimiento revolucionario.

La fe de Lenin en una revolución exitosa en Alemania no era una apuesta desesperada, como afirma Macleod. De hecho, las posibilidades de victoria en 1923 eran extremadamente altas. Después de todo, el Partido Comunista Alemán (KPD) era el Partido Comunista más poderoso fuera de la Unión Soviética y la crisis del verano de 1923 (ver América Socialisa – en defensa del marxismo nº 33) había producido una situación revolucionaria. Las masas se orientaban al KPD buscando una salida. 

Por desgracia, los dirigentes del PC alemán no estuvieron a la altura de las circunstancias. Cuando fueron a Moscú en busca de consejo, Lenin estaba incapacitado tras sus apoplejías y Trotsky estaba fuera. Quienes les aconsejaron fueron Stalin y Zinóviev, que instaron a la moderación cuando los comunistas alemanes deberían haberse estado preparando para la toma del poder. Como resultado, se perdió la oportunidad, con terribles consecuencias. 

El éxito de la Revolución Alemana habría cambiado por completo el curso de la historia mundial. Habría roto el aislamiento de la Rusia soviética y provocado una crisis revolucionaria masiva en Europa. Sin embargo, su derrota provocó una amarga desilusión, especialmente en Rusia, fortaleciendo la mano de la burocracia soviética, sentando a su vez las bases del estalinismo. El estalinismo, como consecuencia, se convirtió en una enorme barrera para la revolución mundial, y allanó el camino para la victoria de Hitler con su teoría del «social facismo» que dividió a la clase obrera alemana. Esto condujo a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. 

Nada de esto estaba predestinado. Una revolución exitosa en Alemania habría cortado de raíz tal desarrollo. Lo que faltó en Alemania no era un Partido Comunista de masas, que ya existía, sino un Lenin y un Trotsky que lo dirigieran.

A diferencia de los dirigentes estalinistas, Lenin tenía una fe colosal en la clase obrera y en su capacidad para derrocar al capitalismo en todo el mundo. Pero lo que se necesitaba era una auténtica dirección revolucionaria que guiara la lucha hasta su conclusión lógica. En eso se pueden resumir todas las lecciones del bolchevismo. 

En defensa de Lenin

Equiparar la limpia bandera de Lenin con el régimen manchado de sangre de Stalin no sólo interesa a los capitalistas, sino también a los estalinistas por sus propias razones. No puede haber mayor abominación. 

A pesar de su papel crucial, Lenin era un hombre muy modesto, nada que ver con la caricatura infalible que presentan de él los estalinistas. Admitía francamente sus errores para aprender de ellos. Muchas veces, después de la Revolución de Octubre, echaba la vista atrás y se reía de los errores y «estupideces» que habían cometido. Sin embargo, Lenin cometió menos errores que la mayoría y fue capaz de corregirlos. Esto reforzó su autoridad. Su fuerza consistía en no tener miedo a la verdad, fuera cual fuera la situación.

Lenin no nació Lenin completamente formado, como Atenea de la frente de Zeus, como lo han retratado los estalinistas a lo largo de los años. Dentro de este falso esquema de las cosas, no hay lugar para el desarrollo de las ideas ni siquiera para los errores. Lenin es presentado como una idealización alejada de la realidad. Los estalinistas necesitaban una figura así para encubrir su supuesta infalibilidad. Cínicamente lo convirtieron en un icono absurdo. Pero ésta es una imagen totalmente falsa que no se corresponde con los hechos.

En realidad, Lenin se hizo a sí mismo. Ampliaba continuamente sus horizontes, aprendía de los demás y se elevaba cada día a un plano superior. Conquistó las ideas del marxismo por sí mismo y enriqueció su comprensión a cada paso. Esto dio a Lenin una formación como ninguna otra que le dio confianza y seguridad.

Toda la obra de su vida estuvo dedicada a la lucha por el marxismo y a la construcción del partido revolucionario. Sus últimos años fueron una lucha contra el endurecimiento de sus arterias y contra el dominio de la burocracia soviética, que amenazaba con la degeneración de la revolución y con ella el peligro de la restauración capitalista.

Esta lucha estaba directamente ligada a la defensa de los principios fundamentales del marxismo, por los que Lenin había luchado toda su vida. Fue la actitud despectiva y chovinista de la camarilla de Stalin ante la cuestión nacional, en particular en relación con Georgia, lo que alertó a Lenin del grave riesgo de degeneración política en la cúpula del propio Partido Bolchevique.

El centenario de la muerte de Lenin nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre su extraordinaria vida y su contribución y aprender las lecciones. Debería permitirnos descubrir al verdadero Lenin y sus ideas, no por un motivo académico, sino para prepararnos para los poderosos acontecimientos que se avecinan. 

Hoy seguimos enfrentados a la alternativa de ‘socialismo o barbarie’. Dada la bancarrota de las viejas organizaciones, la crisis a la que se enfrenta la humanidad puede reducirse a la crisis de la dirección revolucionaria a escala internacional. Nuestra Internacional, basándose en las ideas de Lenin y de los demás grandes maestros marxistas, está reuniendo las fuerzas internacionalmente con el propósito expreso de resolver esta crisis. 

Estudiar a Lenin hoy, en medio de esta crisis mundial, ofrece la experiencia concreta más valiosa para resolver los problemas que enfrenta la clase obrera en la época de la guerra y la revolución.

Para nosotros, las ideas de Lenin son lo más parecido a un manual para la revolución mundial. Pero para muchos, incluso en la supuesta «izquierda», siguen siendo un libro cerrado. Debemos dejar que los escépticos y cínicos, que tachan a Lenin de «anticuado», se cuezan en su propia salsa.

El comunismo está inextricablemente ligado al nombre de Lenin y a la Revolución Rusa, pero los Partidos Comunistas de hoy son «comunistas» sólo de nombre. Bajo el estalinismo sufrieron una completa degeneración. Hace tiempo que abandonaron las ideas de Lenin y del bolchevismo y, en su lugar, adoptaron perspectivas reformistas.

Los antiguos estalinistas se unen ahora a la campaña de los historiadores burgueses para ensuciar el nombre del bolchevismo. Sí, pueden denunciar a Lenin, pueden derribar estatuas, pueden saquear los bienes del Estado, pero hay una cosa que no pueden hacer: nunca podrán matar una idea cuyo momento ha llegado. Esto es lo que les atormenta y les provoca pesadillas.

Con el creciente interés por Lenin y el comunismo, vale la pena repetir las palabras del propio Lenin del 6 de marzo de 1919:

«Tienen miedo de que una decena o una docena de bolcheviques contaminen el mundo entero. Sabemos que este miedo es ridículo, porque ellos ya han contaminado todo el mundo…»

Con este pensamiento en mente, nos dedicamos de nuevo al objetivo de recrear la Internacional Comunista a un nivel aún más alto. Eso significa una defensa de las ideas de Lenin y construir las fuerzas del comunismo. Esta es nuestra tarea urgente cien años después de la muerte de Lenin..

AmSoc 36 Referencias

Editorial – Alan Woods

  1.  E. Fischer La necesidad del Arte, Península 2001, pág. 31
  2. Plejanov, Enrique Ibsen, en Obras escogidas, Buenos Aires: Editorial Quetzal, 1964. Tomo 2, pág. 428
  3.  Citado en E Knowles (ed.) The Oxford dictionary of Quotations, Oxford University Press, 1999, pág. 349

Una musa de fuego: arte, sociedad y revolución

  1. K Marx, «Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, borrador 1857-58», , Siglo XXI Editores, 1971, pág. 31.
  2. Sátira de los oficios, en Textos para la historia antigua de Egipto, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 221-224.
  3. W R Manchester, A World Lit Only by Fire, Little, Brown and Co., 1993, pg 26
    Citado en ibid. pg 3
  4. J Milton, El Paraiso Perdido, Montaner y Simón, 1873, pg 17
  5. G. Plejánov, Literatura dramática y pintura francesa, en Obras escogidas, Buenos Aires: Editorial Quetzal, 1964. Tomo 2, pág. 373.
  6. W Wordsworth, William Wordsworth: Poems, Faber and Faber, 2001, pg 121
  7.  L v Beethoven, ‘An den Musikverleger N Simrock in Bonn’, Beethovens sämtliche Briefe, Schuster und Loeffler, 1906, pg 17-18, nuestra traducción.
  8.  N H Dole (ed.), The Latin Poets: an Anthology, Thomas Y Crowell and Co., 1905, pg xi
  9. W Shakespeare, Como gusteis, en Dramas de Guillermo Shakespeare, Arte y Letras, 1883, pág 133
  10. F Engels, Anti-Dühring, Wellred Books, 2017, pg 336

El prometeo

  1.  Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE
  2. Ibid.
  3. O Taplin, The Stagecraft of Aeschylus, Oxford University Press, 1977, pg 467
  4.  Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE, pág. 30
  5. Ibid, pág. 33
  6. Ibid, pág. 34
  7.  I A Ruffell, Aeschylus: Prometheus Bound, Bristol Classics Press, 2012, pág 57
  8. Hesiodo, Los trabajos y los días, 1964, pág. 3
  9. Ibid.
  10. Ibid.
  11. Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE, pág. 15
  12.  Ibid. pág. 16
  13. Ibid. pág. 5
  14. Citado en P Curd (ed.), A Presocratics Reader, Hackett, 2011, pág. 34
  15. Aristotle, On the Parts of Animals, Kegan Paul, Trench and Co., 1882, pg 117
  16. Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE, pág. 29
  17. Quoted in J Burnet, Early Greek Philosophy, Adam and Charles Black, 1908, pg 150
  18. P B Shelley, Alastor, Prometheus Unbound, Adonais and Other Poems, Collins, 1970, pg 63-64
  19. C. Marx El Capital, Tomo I, Librodot, pág. 417

Un renovado interés en la poesía

  1. J Vergely, “La poésie est bien vivante, vive la poésie!”, Télérama, 16 June 2023, traducción propia
  2. G W F Hegel, The Philosophy of Fine Art, G. Bell and Sons, 1920, pg 101
  3. ibid. pg 59
  4. P Eluard, “La Lumière éteinte”, La Rose Publique, Gallimard, 1934, pg 37, Traducción propia 
  5. G W F Hegel, The Philosophy of Fine Art, G. Bell and Sons, 1920, pg 59
  6. P Verlaine, “Art poétique”, Jadis et naguère, L. Vanier, 1891, pg 19
  7. Ibid – Traducción propia
  8.  W F Hegel, The Philosophy of Fine Art, G. Bell and Sons, 1920, pg 52
  9. Citado en  D Cosnard, “La poésie, enquête sur un art en pleine mue”, Le Monde, 7 June 2023, traducción propia
  10. J Vergely, “La poésie est bien vivante, vive la poésie!”, Télérama, 16 June 2023, traducción propia
  11. L. Trotski, Literatura y revolución, CES Carlos Marx, 2021, pág. 150

Trotsky: cultura y socialismo

3 de febrero de 1926, Krasnaya Nov, Edicions Internacionals Sedov

Conferencia fundacional de la ICR: ¡Todas las sesiones disponibles! 

La semana pasada 500 comunistas de todas partes del mundo, se reunieron en Italia, junto a miles más en línea, para fundar una nueva Internacional Comunista Revolucionaria. 

La conferencia fue acompañada por una semana de discusiones que cubren todos los fundamentos del marxismo, filosofía, historia, la construcción de un partido revolucionario y muchos más. Una semana para afilar nuestra arma más poderosa: la teoría marxista. 

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¡La Internacional Comunista Revolucionaria ha llegado! 

Imagen: propia

Tras una semana fantástica de ideas revolucionarias e informes inspiradores de todo el mundo; tras muchos meses de preparación por parte de miles de camaradas en docenas de países; la conferencia fundacional de la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR) concluyó con el voto unánime de lanzar esta nueva Internacional.

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América Socialista – en defensa del marxismo número 35

Bienvenidos a una nueva edición de América Socialista – en defensa del marxismo, revista política de la Corriente Marxista Internacional en español, con distribución en todo el continente americano y también en una edición hermana en el Estado Español.

El número 35 de la revista es sobre la lucha contra el imperialismo y la lucha de clases en el continente africano, la revista contiene un Editorial de Alan Woods.

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La catástrofe alemana de 1923

En el verano de 1923, Alemania se encontró en medio de una intensa efervescencia revolucionaria. Pero esta oportunidad histórica para que la clase obrera tomara el poder se desaprovechó, con consecuencias devastadoras, no sólo para Alemania, sino para el curso de la revolución socialista mundial. En este artículo, que conmemora el centenario del dramático fracaso de la Revolución alemana en octubre de 1923, Tatjana Pinetzki explica cómo se llegó a esta situación, los errores de los dirigentes y el impacto de estos acontecimientos en la historia mundial.


«Ninguna otra nación ha experimentado nada comparable a los acontecimientos de 1923 en Alemania. Todas las naciones pasaron por la Gran Guerra, y la mayoría de ellas experimentaron también revoluciones, crisis sociales, huelgas, redistribución de la riqueza y devaluación de la moneda. Ninguna, salvo Alemania, ha vivido el extremo fantástico y grotesco de todo ello junto; ninguna ha experimentado la gigantesca y carnavalesca danza de la muerte, la interminable y sangrienta Saturnalia, en la que no sólo el dinero sino todos los estándares perdieron su valor.»

La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia dio un poderoso impulso a la revolución socialista mundial. Lenin y los bolcheviques comprendieron claramente que la supervivencia de la joven república soviética dependía de la ayuda del proletariado internacional y de nuevas revoluciones victoriosas en Europa. Por encima de todo, dirigieron su mirada a la clase obrera alemana, que en el periodo revolucionario entre 1918 y 1923 tuvo varias oportunidades para romper el dominio de la clase capitalista y de los Junkers prusianos.

La Revolución de noviembre de 1918 no sólo sacó a Alemania de la Primera Guerra Mundial, sino que acabó con el propio Imperio alemán, derrocando al último emperador Hohenzollern, Guillermo II. Pero gracias a la dirección reformista del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y a los sindicatos vinculados a él, el capitalismo se salvó. En lugar de ser sustituido por una república socialista, el Imperio alemán se convirtió en la República burguesa de Weimar. 

Otros levantamientos revolucionarios también fracasaron, no sólo por el traicionero papel de los reformistas, sino también porque el inmaduro Partido Comunista de Alemania (KPD) había sido despojado de sus principales figuras -sobre todo Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht- por la contrarrevolución.

El punto de inflexión decisivo llegó finalmente en 1923. Fue un año marcado por profundas convulsiones políticas y un colapso económico extremo. Al KPD, convertido ya en un partido de masas, se le presentó por fin la oportunidad de cumplir su papel histórico y conducir a la clase obrera al poder.

Una paz para acabar con todas las paces

El Tratado de Versalles puso fin formalmente al estado de guerra entre Alemania y las potencias aliadas el 28 de junio de 1919. Este humillante acuerdo tuvo consecuencias devastadoras para Alemania, a la que se consideró como única culpable de la guerra. 

La Alemania derrotada debía asumir toda la responsabilidad: tendría que desarmarse, hacer considerables concesiones territoriales y pagar reparaciones a las potencias vencedoras.

Francia era la más agresiva de las potencias aliadas. El Primer Ministro Georges Clémenceau, en particular, estaba ansioso por debilitar a Alemania política y económicamente. La burguesía francesa se apoderó de la región industrial de Alsacia-Lorena, de importancia estratégica, y puso sus ojos en Renania. Esperaban reforzar su posición en Europa gracias a las ventajas económicas adquiridas.

Lejos de liberar a las naciones antes sometidas al yugo del imperialismo alemán, las potencias vencedoras se repartieron entre sí las colonias alemanas, así como las regiones fronterizas del imperio derrocado. 

La suma total de las reparaciones exigidas ascendía a la insoportable cifra de 226.000 millones de marcos oro. Las reparaciones resultaron imposibles de pagar, incluso después de haber sido reducidas a 132.000 millones de marcos en 1921. Las reparaciones se pagaban no sólo en dinero, sino también en carbón, acero, madera y productos agrícolas. Se enviaron a Francia locomotoras, camiones e incluso vacas. 

Ocupación del Ruhr

En 1922, Alemania tenía cada vez más dificultades para hacer frente al pago de las reparaciones. El 26 de diciembre, la Comisión Aliada de Reparaciones concluyó por unanimidad que Alemania no había cumplido sus obligaciones. 

El 9 de enero de 1923, la Comisión declaró que Alemania retenía deliberadamente los suministros. Francia, bajo el mando del Primer Ministro Poincaré, y Bélgica marcharon con 60.000 soldados a la cuenca del Ruhr, centro de la producción alemana de carbón y acero. 

Al día siguiente, el canciller del Reich, Wilhelm Cuno , anunció que se opondría a la ocupación. Fue una medida inusualmente audaz, que su gobierno acabaría lamentando.

El Reichstag acordó un plan de «resistencia pasiva» que prohibía toda colaboración con las autoridades de ocupación y el pago de indemnizaciones. En todas partes se produjeron manifestaciones masivas contra las tropas francesas. En algunos casos, los industriales y los sindicatos hicieron un llamamiento conjunto a la protesta. 

El llamamiento del gobierno de Cuno a la resistencia galvanizó involuntariamente la lucha de clases. La clase obrera respondió con entusiasmo al llamamiento a la resistencia y las luchas se radicalizaron rápidamente. La unidad nacional entre obreros y capitalistas se desmoronó rápidamente al hacerse más evidentes las contradicciones de clase. 

Los capitalistas, por el contrario, cooperaron secretamente con los franceses en las entregas de carbón, desafiando el plan del Reichstag. Cuando se les ofreció el pago en metálico, los burgueses no dudaron en romper su «resistencia pasiva». Obtuvieron enormes beneficios, mientras pedían a los trabajadores que hicieran grandes sacrificios en nombre de la resistencia a las potencias aliadas. 

Esto se convirtió en una excusa para hacer recaer el peso de la crisis económica general sobre los hombros de la clase trabajadora, especialmente a través de la inflación. Industriales como Hugo Stinnes llegaron a exigir la abolición de la jornada de ocho horas y tacharon de «antipatrióticas» las reivindicaciones de salarios más altos .

Los especuladores de la inflación

La inflación que experimentó Alemania no se debió simplemente a las reparaciones. El Imperio Alemán había financiado su esfuerzo bélico emitiendo bonos nacionales, es decir, deuda pública. Pero éstos eran insuficientes para cubrir los costes de la guerra. Por ello, el gobierno imprimió moneda y aplicó una política crediticia flexible. 

La cantidad de dinero en circulación pasó de 2.900 millones de marcos al estallar la guerra en agosto de 1914 a 18.600 millones en diciembre de 1918. Al final de la guerra, la deuda total del país ascendía a 156.000 millones de marcos. El valor exterior del marco había caído casi a la mitad en relación con el periodo anterior a la guerra. Las reparaciones se sumaron a todo esto. Para pagarlas, el gobierno recurrió una vez más a la imprenta, multiplicando por seis la cantidad de papel moneda en circulación. 

La resistencia pasiva también alimentó la inflación. La producción disminuyó mientras proliferaba el papel moneda en circulación, y el gobierno empeoró la situación subvencionando la pérdida de beneficios de los industriales del Ruhr, utilizando dinero que no tenía. Además, el Estado se hizo cargo de los salarios de los obreros de las fábricas paradas por la resistencia pasiva.

Mientras las empresas más pequeñas quebraban, las industrias que producían para el mercado de exportación florecían, ya que podían vender a precios más baratos que sus competidores extranjeros con el marco devaluado, recibiendo beneficios en dólares o en oro. Hugo Stinnes pudo así adquirir a crédito todo un imperio industrial… que pagó con papel moneda sin valor. Esto le valió el título de «rey de la inflación». 

Entre los que se beneficiaron espléndidamente de la inflación se encontraban los terratenientes del Elba oriental, que pagaron fácilmente sus deudas, ahora sin valor. Muchos campesinos también se beneficiaron de la inflación. Como el dinero ya no valía nada, los campesinos se aferraron a sus productos, mientras que las clases medias arruinadas se vieron obligadas a intercambiar todo lo que les quedaba -herencias, joyas, abrigos de piel, etc.- por alimentos.

Los perdedores de la inflación

La inflación se convirtió en hiperinflación. En pocos meses, la clase obrera se vio sumida en la pobreza más absoluta. Mientras tanto, la pequeña burguesía urbana también se veía abocada a la ruina a medida que la inflación devoraba sus ahorros e ingresos. Los pensionistas y los beneficiarios de la asistencia social (parados, veteranos y discapacitados de la guerra) se enfrentan a la miseria más absoluta.

Poco después de recibir el dinero, la suma quedaba sin valor. A principios de agosto de 1923, el literato Victor Klemperer escribió en su diario lo que observó en un café:

«El tablón de precios mostraba 6.000 M. Eso desapareció mientras se lo bebía. Cuando fue a pagar, el camarero le pidió 12.000. Ella dijo que antes ponía 6.000. ‘Ah, ¿ya estaba aquí con el precio anterior? Entonces pague 6.000′. «

En 1919, el precio del pan era de 36 pfennigs. En septiembre de 1923, en plena hiperinflación, la misma hogaza costaba 20.100 millones de marcos. El consumo de trigo cayó un 66%. Muchas familias apenas podían permitirse la carne. El café se convirtió en un bien de lujo.

La pobreza se hizo aún más amarga. En su visita a Alemania la comunista rusa, Larissa Reissner, escribió:

«Berlín se muere de hambre. En la calle, todos los días se recoge en los tranvías y en las colas a personas que se han desmayado de agotamiento. Conductores hambrientos conducen los tranvías, maquinistas hambrientos empujan sus trenes por los infernales pasillos del metro, hombres hambrientos se van a trabajar o vagan sin trabajo durante días y noches por los parques y las zonas periféricas de la ciudad. «

Condiciones previas de la revolución

Los sindicatos entraron en crisis porque las cuotas de los afiliados perdieron todo su valor. El SPD apoyó al gobierno derechista de Cuno. El KPD, por el contrario, defendía una posición independiente. Llamó a los trabajadores a oponerse tanto a la ocupación del Ruhr como a los ataques de la clase dominante. Su lema era: «Vencer a Poincaré en el Ruhr y a Cuno en el Spree». El 23 de enero, la dirección del KPD publicó un llamamiento en Die Rote Fahne (‘La bandera roja’):

«En esta situación, el proletariado debe saber que tiene que luchar en dos bandos. El proletariado alemán, por supuesto, no puede someterse a los invasores capitalistas. Los capitalistas franceses no son ni un ápice mejores que los alemanes y las bayonetas de las tropas de ocupación francesas no son menos afiladas que las del Reichswehr…

«Sólo si marcháis por todas partes a lo largo y ancho del imperio como una fuerza independiente, como una clase que lucha por sus propios intereses, podréis hacer frente al peligro que reside en el fortalecimiento de la burguesía alemana por el frenesí nacionalista. Sólo si os levantáis separados de la burguesía alemana, deponiendo su comercio, los obreros de los países extranjeros, en primer lugar los obreros franceses, vendrán en vuestra ayuda. «

Se daban las condiciones objetivas para una revolución socialista. Lo que había sido una oleada huelguística de «resistencia pasiva» convocada por Cuno en el Ruhr, se estaba convirtiendo a partir de mayo en una oleada huelguística contra el propio gobierno de Cuno. En los meses de verano, el gobierno de Cuno estaba al borde del colapso. No había avanzado en la cuestión de las reparaciones ni en la estabilización de la moneda. El marco estaba en caída libre.

La clase dominante estaba dividida: un amplio sector deseaba abandonar por completo la resistencia pasiva, mientras que un pequeño sector estaba dispuesto a arriesgarlo todo en una nueva guerra con Francia. Un ala de la clase dominante quería abandonar a Wilhelm Cuno en favor del «anexionista» y representante del capital industrial, Gustav Stresemann, del Partido Popular Alemán (DVP), nacional liberal. Otra ala aspiraba a la dictadura militar.

La clase obrera buscaba una salida a su situación. En el transcurso del primer semestre, cada vez más trabajadores se dirigieron al KPD. En septiembre de 1923, el KPD contaba con unos 295.000 miembros. Jakob Walcher estimó en la reunión ampliada del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC) en junio que 2,4 millones de trabajadores de los sindicatos estaban bajo la influencia de los comunistas. Fritz Heckert informó de que alrededor del 30-35 por ciento de los trabajadores organizados estaban bajo la dirección del KPD.

La pequeña burguesía, sobre todo la clase media urbana, se enfureció y dirigió su mirada hacia los partidos obreros. A este respecto, el historiador Wolfgang Ruge escribió:

» Amplios sectores de las clases medias se unieron más estrechamente al proletariado, participaron en acciones contra la usura y la inflación, en huelgas de inquilinos y en marchas del hambre, empezaron a darse cuenta de que la miseria, la inseguridad y el peligro de guerra sólo podían desterrarse superando el dominio burgués. «

¿A la ofensiva?

La situación requería una cosa por encima de todo: una dirección revolucionaria que dirigiera todas sus energías hacia los preparativos de un levantamiento y la toma del poder.

Pero después de que el partido se lanzara a una aventura ultraizquierdista en 1921, la llamada Acción de Marzo, había sufrido inevitablemente una derrota y había sido severamente castigado. Tras el fracaso de la Acción de Marzo, el KPD había seguido correctamente la táctica del Frente Único, adoptada en el III Congreso de la Internacional Comunista de ese mismo año. Ésta consistía en que los partidos comunistas apelaran a las organizaciones reformistas, incluido el SPD, para desenmascarar a sus dirigentes y atraer pacientemente a la clase obrera a su lado. 

El ala ultraizquierdista del KPD, en torno a Ruth Fischer, Arkadi Maslow y Ernst Thälmann, denunció incesantemente el «curso oportunista» de la dirección del partido y acusó a Brandler de complacer al SPD. Pero sobre la base de esta táctica, el KPD consiguió recuperarse de la derrota de 1921 y ganar a sus filas a una capa más amplia de trabajadores. 

Sin embargo, en 1923 la situación había cambiado; el KPD necesitaba ahora pasar a la ofensiva. Pero la dirección del partido, en torno a Heinrich Brandler y August Thalheimer, se había vuelto demasiado cautelosa, tras haberse quemado los dedos en 1921. En mayo de 1923, el centro del partido se equivocó por completo:

«No estamos en condiciones de instaurar la dictadura del proletariado porque aún no existen las condiciones previas necesarias, la voluntad revolucionaria entre la mayoría de la clase obrera.»

En realidad, la situación no podía ser más favorable. Arthur Rosenberg -historiador y miembro del KPD hasta 1927- recordaba: «Nunca ha habido un periodo en la reciente historia alemana que hubiera sido tan favorable para una revolución socialista como el verano de 1923».

Los izquierdistas del KPD exigieron con indignación que se planteara la cuestión del poder. Exigieron un programa de acción inmediato que incluía la ocupación de fábricas, la introducción del control obrero sobre la producción y milicias obreras en todo el Ruhr. Estas medidas debían abrir la lucha directa por el poder.

Karl Retzlaff, miembro del KPD, escribió sobre aquellos meses de verano:

«Entretanto, las disputas internas en torno a la política y la táctica del KPD se volvieron tan violentas y rencorosas que se llevaron una vez más a la Internacional Comunista. El líder del partido, Brandler, y los miembros más importantes del Comité Central viajaron a Moscú a mediados del verano de 1923 y volvieron a ausentarse durante varias semanas. Estas mismas semanas fueron decisivas para el esperado levantamiento popular».

En realidad, el KPD -junto con el CEIC- debería haber iniciado ya los preparativos para un levantamiento armado en Alemania. Pero la dirección de la Internacional Comunista, al igual que los propios dirigentes del KPD, vaciló. Grigori Zinóviev, entonces presidente del CEIC, afirmó:

» Esto no significa que la revolución vaya a llegar en un mes o en un año. Quizás se necesite mucho más tiempo. Pero en el sentido histórico Alemania está en vísperas de la revolución proletaria. «

Los preparativos para la insurrección se pospusieron así indefinidamente hacia el futuro. Desgraciadamente, ni Lenin, que estaba incapacitado, ni León Trotsky estuvieron presentes en el CEIC para dirigir la discusión hacia la ofensiva. Muchas de las discusiones giraron en torno a la amenaza del fascismo, en lugar de que los comunistas desarrollaran planes concretos para un levantamiento y una ofensiva propios.

Jornada Antifascista

A principios de 1923, se había establecido un gobierno reaccionario en Baviera bajo el monárquico Gustav Ritter von Kahr. En verano, cada vez corrían más rumores de que los Freikorps fascistas y el Reichswehr negro preparaban una guerra civil contra los gobiernos socialdemócratas minoritarios de Sajonia y Turingia. En estos estados, el SPD se inclinaba hacia la izquierda e incluso toleraba a los Centurias Proletarios (milicias obreras), que existían desde 1920 y habían sido creadas por el KPD.

La sede central del KPD publicó una decisión en Die Rote Fahne: declaraba el 29 de julio «Jornada Antifascista» del proletariado y convocaba manifestaciones en toda Alemania. El autoproclamado «sabueso» del Estado de Weimar, Gustav Noske (SPD), prohibió todas las manifestaciones en la provincia prusiana de Hannover, de la que era presidente. Otros estados siguieron su ejemplo, con la excepción de Sajonia, Turingia y Baden.

Según Pierre Broué, todas las diferencias en la cúpula del partido «reaparecieron inmediatamente en el seno de la Zentrale. ¿Debían aceptar la prohibición? ¿Debían proceder, pero en ese caso, cómo evitar correr riesgos excesivos, e incluso arriesgarse a una batalla prematura?».

Brandler abogó por un compromiso: las manifestaciones debían celebrarse allí donde estuvieran permitidas, así como en Prusia y el Ruhr, donde el Reichswehr no podía impedirlas. Fischer insistió en que las manifestaciones también debían tener lugar en Berlín, para que el KPD pudiera salvar las apariencias. Brandler no estaba dispuesto a tomar la decisión solo y recurrió al asesoramiento del CEIC.

Cuando el telegrama de Brandler llegó a Moscú, sólo Karl Radek estaba allí para recibirlo, y seguía sin estar convencido de que hubiera una situación revolucionaria. Opinaba que el KPD no debía recoger el guante, para no arriesgarse a una derrota. Pidió la opinión de otros camaradas del CEIC. Trotsky se estaba recuperando de una enfermedad y no tenía suficiente información, por lo que no podía dar ningún consejo. Zinoviev y Nikolai Bujarin estaban a favor de desafiar la prohibición. Stalin era de otra opinión:

«Si el Gobierno de Alemania se derrumbara ahora, por decirlo de alguna manera, y los comunistas se apoderaran de él, acabarían estrellándose. Eso, en el ‘mejor’ de los casos.»

Para evitar lo que él creía que sería una «batalla general» en la que la «burguesía más los socialdemócratas de derechas» «aplastarían a los comunistas», Stalin opinaba que el CEIC debía «contener a los alemanes y no impulsarlos».

Radek transmitió la opinión de Stalin al KPD. La oficina central respaldó su posición. En la mayoría de los lugares, las manifestaciones callejeras previstas para la Jornada Antifascista fueron sustituidas por asambleas, excepto en Sajonia, Turingia y Wurtemberg. Pero la asistencia a las mismas fue muy alta. 

«Había 200.000 en Berlín en 17 reuniones, entre 50.000 y 60.000 en Chemnitz, 30.000 en Leipzig, 25.000 en Gotha, 20.000 en Dresde, y un total de 100.000 en la región de Württemberg».

La dirección del KPD y el CEIC iban muy a la zaga de la evolución de la situación. Incluso los periódicos burgueses olfateaban el peligro de una revolución. Un editorial anónimo de Germania (periódico del Partido del Centro Católico) escribió el 27 de julio de 1923: «El aire está cargado de electricidad y bastaría una chispa para desencadenar una explosión». Todos los indicios apuntaban a una inminente crisis del Estado, comparable a la Revolución de Octubre rusa. 

Antes, el portavoz conservador Neue Preußische Zeitung también había declarado que todo apuntaba al estallido inminente de una nueva revolución. El 28 de julio, el presidente del grupo parlamentario del SPD en el Reichstag, Hermann Müller, expresó su preocupación en el órgano socialdemócrata Vorwärts por la «radicalización salvaje» de las masas. Si fuera necesaria la formación de un nuevo gobierno, el SPD estaría dispuesto a participar constructivamente.

Huelga general contra Cuno

A finales de julio y principios de agosto, el colapso social debido a la inflación era tan terrible que el gobierno de Cuno se había vuelto inaceptable para la clase obrera. El 1 de agosto, una familia de cinco miembros ya tenía que gastar 10 millones de marcos para sobrevivir.

Una oleada de huelgas sacudió a la burguesía, sobre todo en Berlín, Hamburgo, Silesia, el Ruhr y la zona industrial del centro de Alemania. Las huelgas se politizaron y radicalizaron aún más a los comités de empresa consagrados por la Constitución de Weimar. 

Estos órganos se habían introducido como una alternativa más pacífica y reformista a los Consejos de Obreros y Soldados (soviets alemanes) que se habían establecido en 1918. Su principal tarea no era socializar la industria, sino regular el lugar de trabajo y hacerlo más eficaz, en colaboración con los representantes de la patronal. Pero en el contexto de la profunda crisis de 1923, una parte del movimiento de los comités de empresa empezó a orientarse hacia la revolución.

El 7 de agosto, un pleno de los comités de empresa berlineses pide la dimisión del gobierno de Cuno e hizo un llamado a los trabajadores de las grandes fábricas a que presentaran esta exigencia a través de delegaciones en el Reichstag.

Al día siguiente, los impresores berlineses decidieron convocar una huelga general para el 10 de agosto, por el derrocamiento del gobierno de Cuno. Sólo los periódicos y las editoriales de los partidos obreros no se vieron afectados por la huelga. Los trabajadores de la Reichsdruckerei, donde se imprimía dinero las veinticuatro horas del día desde hacía meses, también se sumaron a la huelga. Les siguieron los trabajadores del transporte y la electricidad.

La socialista Evelyn Anderson escribe sobre la huelga general contra Cuno:

«Junto a la huelga contra la rebelión de Kapp, la huelga de Cuno fue, con mucho, la mayor y más exitosa acción de masas jamás emprendida por la clase obrera alemana. Sin embargo, había diferencias importantes entre las dos huelgas. En marzo de 1920, los trabajadores alemanes respondieron al llamamiento conjunto de sus sindicatos y partidos. En agosto de 1923, ni los sindicatos ni ninguno de los partidos de la clase obrera había hecho tal llamamiento. La huelga de Cuno fue totalmente espontánea, y como tal fue una acción única en la historia del movimiento obrero alemán.»

Desesperados y anhelantes de una solución revolucionaria, cientos de miles de trabajadores abandonaron el SPD y se afiliaron al KPD. El 12 de agosto, después de que el KPD presentara una moción de censura contra Cuno en el Reichstag, el gabinete de Cuno dimitió. La dirección del KPD ya no podía ignorar la gravedad de la situación. La mayoría de los trabajadores les apoyaba. Había llegado la hora de golpear, pero desperdició la oportunidad.

El presidente Ebert aprovechó la indecisión del KPD. Le ofreció la cancillería a Gustav Stresemann. Este reaccionario había desempeñado un turbio papel en el Put

sch de Kapp de 1920. Aunque su partido, el DVP, no participó directamente en el golpe, declaró inmediatamente su apoyo al gobierno de Kapp. 

Ahora el SPD entró en un gobierno burgués con estos contrarrevolucionarios para frustrar el movimiento obrero.

Diferencias en Moscú

Al parecer, la huelga general contra Cuno también había despertado a Zinóviev y al resto del CEIC. Los líderes del KPD fueron convocados a Moscú una vez más. Cuando llegaron, se sorprendieron al ver pancartas colgadas por todo Moscú que decían: «¡La juventud rusa aprende alemán! Se acerca el octubre alemán».

En la reunión del CEIC y de la Oficina Central, Radek informó de que la revolución alemana había entrado en una nueva fase. Trotsky no tenía ninguna duda de que se acercaba el momento de la lucha decisiva y directa por el poder en Alemania. Sólo quedaban unas pocas semanas para los preparativos. Todo debía subordinarse a esta tarea. Ya se había perdido bastante tiempo porque la dirección del KPD y el CEIC habían sido incapaces de evaluar correctamente la situación.

Zinoviev, sin embargo, opinaba que era más probable que pasaran meses antes de que se produjera una revolución. Stalin predijo la posibilidad de una revolución como muy pronto en la primavera de 1924, si es que se producía. No obstante, se acordó que era necesario comenzar ya los preparativos.

En el transcurso de estas reuniones preparatorias surgieron otras diferencias, por ejemplo, sobre la cuestión de cuándo convocar la formación de consejos obreros siguiendo el modelo de los soviets. Zinóviev argumentaba que el KPD debía llamar a la elección de dichos consejos antes del levantamiento, ya que formarían los elementos básicos del nuevo Estado obrero alemán. 

Trotsky y Brandler argumentaron con éxito que esto no era necesario, ya que tales órganos de democracia obrera se formarían en el curso de la propia revolución. Más bien, el KPD podía lanzar una insurrección en nombre de cualquiera de las organizaciones obreras preexistentes, incluidos los comités de empresa, donde empezaba a crecer su influencia.

Trotsky y Brandler estaban de acuerdo en la cuestión de los soviets, pero no en fijar una fecha para el levantamiento. La izquierda del KPD, apoyada por Zinóviev y Trotsky, insistió en fijar una fecha. Trotsky propuso el 7 de noviembre, aniversario de la Revolución de Octubre de 1917. Brandler lo rechazó y fue apoyado por Radek.

Tanto Radek como Brandler no comprendieron el carácter revolucionario de la situación en Alemania. De hecho, Brandler expresó en privado sus dudas sobre si el KPD estaba suficientemente preparado política u organizativamente para la revolución y quería posponer los planes, preocupaciones que compartían Radek y Stalin.

A partir del 9 de marzo de 1923, Lenin ya estaba gravemente enfermo y había dejado de ser políticamente activo. Las intrigas en el Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética estaban llegando poco a poco a su punto álgido, y estaban dirigidas contra Trotsky en particular. La llamada «Troika», la facción secreta formada por Stalin, Zinóviev y Kámenev, que quería impedir que Trotski se convirtiera en el sucesor de Lenin, se opuso repetidamente a él. En este momento, la preocupación personal de la Troika por el prestigio desempeñó el papel más venenoso.

Cuando Brandler, que a pesar de sus diferencias y controversias con Trotsky había quedado muy impresionado por él, pidió que el organizador del Octubre ruso fuera enviado a Alemania, Zinóviev se negó en redondo. Nadie había olvidado lo que Trotsky había conseguido en 1917. La Troika no estaba dispuesta a arriesgarse a tener éxito en Alemania, si ese éxito aumentaba el prestigio de su rival. 

Gobiernos ‘obreros’ en Sajonia y Turingia

A pesar de la traición de la Revolución de Noviembre de 1918 y de los acontecimientos posteriores, el SPD seguía gozando de influencia sobre un amplio sector de la clase obrera. Fue precisamente a raíz de esa revolución cuando muchos se afiliaron al SPD, entre ellos Erich Zeigner. Zeigner pertenecía a una nueva camada de socialistas que se habían pasado a la izquierda.

En marzo de 1923 se formó en Sajonia un gobierno minoritario de socialdemócratas de izquierda, con Zeigner como primer ministro. Zeigner rechazó las conversaciones de coalición con los partidos burgueses y buscó en cambio conversaciones con el KPD. El 18 de marzo, los partidos acordaron un programa común sobre cuya base los comunistas apoyarían al SPD en el poder. Los puntos principales eran: la formación de Centurias Proletarias para defenderse del fascismo, y el establecimiento de centros de control de precios y comités de control para combatir la usura.

La situación en Sajonia alimentaba ahora la táctica del KPD y de la Comintern. En lugar de la capital, Berlín, el levantamiento debía comenzar en Sajonia. El 1 de octubre llegó a la sede del KPD un telegrama de Zinóviev en nombre del CEIC en el que llamaba a entrar en los gobiernos estatales de Sajonia, así como en Turingia, donde el SPD también estaba en el gobierno.

La intención era que estos llamados «gobiernos obreros» -es decir, gobiernos de coalición formados por representantes de los partidos obreros, incluido el KPD- se convirtieran en un trampolín para la revolución que se avecinaba. 

Brandler no se dejó impresionar por este plan y afirmó que el gobierno de Sajonia no estaba en condiciones de armar a los obreros. Sin embargo, sus objeciones fueron rechazadas por Zinóviev, que argumentó que cualquier fuerza militar utilizada contra estos gobiernos de izquierdas podría servir de trampolín para una contraofensiva revolucionaria. También dio instrucciones a la dirección del partido para que hiciera planes para una huelga general nacional. Ésta debía ser la base de un levantamiento.

El 10 de octubre, Brandler se convierte finalmente en Secretario de Estado de la Cancillería de Estado en el gabinete sajón de Zeigler. Los diputados del KPD Paul Böttcher y Fritz Heckert fueron nombrados ministros de Finanzas de Economía respectivamente. El 16 de octubre, otros tres diputados del KPD se incorporaron al gobierno del Estado de Turingia.

El gobierno del Reich bajo Stresemann, y la clase capitalista, pasaron a la ofensiva una vez más. El 20 de octubre, el Reichswehr dio un ultimátum al gobierno de Sajonia para que disolviera las Centurias Proletarias de su jurisdicción en el plazo de tres días. Zeigner estaba decidido a resistir las amenazas, y el parlamento del estado rechazó el ultimátum. Como resultado, las tropas entraron el 21 de octubre para restaurar la supremacía burguesa.

Se cancela el octubre alemán

Ese mismo día se celebró en Chemnitz, por iniciativa de Brandler, una conferencia de organizaciones obreras. Brandler quería utilizar esta conferencia para abogar por una huelga general nacional en defensa de los gobiernos SPD-KPD.

A la reunión asistieron 498 delegados , «de los cuales unos 140 procedían de comités de empresa, 102 de diversos sindicatos, 20 de la dirección de la ADGB [Confederación Sindical] de Sajonia, 79 de organismos de control, 26 de cooperativas de trabajadores, 15 de comités de acción, 16 de comités de desempleados, 66 de organizaciones del KPD, siete de organizaciones socialdemócratas y un independiente. «.

La conferencia comenzó con los informes de los tres ministros sajones: Georg Graupe (SPD), Böttcher y Heckert (ambos del KPD). Los tres hicieron hincapié en la escasez de alimentos, la gravedad de la inflación y el catastrófico desempleo. Muchos delegados comentaron la situación política en Sajonia y abogaron por organizar inmediatamente la lucha contra la dictadura militar. Algunos incluso pidieron a los gobiernos de Turingia y Sajonia que convocaran inmediatamente una huelga general contra los preparativos de la Reichswehr. 

Brandler intervino a continuación y presentó la moción de huelga general. Sin embargo, subrayó que era necesaria la unanimidad. De este modo, se daba a cualquier delegado a la conferencia el derecho de veto sobre la huelga general. Esto era totalmente contrario a lo que se debería haber hecho al preparar una insurrección, ya que estaba claro desde el principio que los sindicatos y los delegados reformistas de izquierda del SPD irían inevitablemente por detrás de la situación real.

Como era de esperar, los ministros del SPD se pronuncian con vehemencia contra la propuesta de lanzar una huelga general. No querían desafiar al Reichswehr. Graupe llegó incluso a decir que si los comunistas aprobaban la moción propuesta por Brandler, él abandonaría la conferencia con sus compañeros de partido y dejaría a los comunistas solos con esta responsabilidad. Brandler aceptó entonces retirar su moción.

Tras esta debacle, Brandler no vio otra opción que abandonar los planes de huelga general. Estaba convencido de que no funcionaría sin los socialdemócratas. Sin embargo, en una reunión con Radek, añadió que la decisión de suspender la huelga general podía ser revocada si el CEIC no estaba de acuerdo. Radek, sin embargo, aceptó desconvocarla. Zinóviev y Stalin también apoyaron la decisión.  

Rob Sewell, en su libro sobre la Alemania de 1918 a 1933, evalúa la actuación de los dirigentes de la siguiente manera:

«El partido había sido superado por la maniobra de los dirigentes reformistas y ahora estaba desorientado y sin planes alternativos. La decisión de la conferencia de Chemnitz no podía estar más calculada para producir la máxima confusión. Brandler y Thalheimer, en particular, habían metido la pata. Pero detrás de ellos estaban los consejos reticentes de los dirigentes de la Comintern, sobre todo de Stalin».

Sólo en Hamburgo no se suspendió el levantamiento. La noticia de la cancelación del levantamiento no llegó al KPD local. Las razones no están del todo claras. No está claro si se debió a una ruptura con la disciplina del partido o si fue el resultado de malentendidos o fallos de comunicación.  

Se esperaba que el levantamiento de Hamburgo formara parte de un estallido revolucionario nacional, pero la insurrección quedó aislada. A pesar de una lucha heroica, los comunistas fueron aplastados y finalmente tuvieron que batirse en retirada. También hubo enfrentamientos en Sajonia, que fue inundada con 60.000 soldados del Reichswehr ya el 22 de octubre, con el fin de poner fin al gobierno estatal del SPD-KPD. 

Ahora los soldados arrasaron Sajonia. Los enfrentamientos más graves tuvieron lugar en Freiberg am Erzgebirge, donde los soldados dispararon contra los manifestantes, causando 23 muertos y 21 heridos. Además, se produjeron detenciones arbitrarias y malos tratos a prisioneros.

Stresemann exigió la dimisión de Zeigler y amenazó con más represión. El 28 de octubre, Ziegler abandonó su colaboración con el KPD y dimitió dos días después. Fue una retirada poco gloriosa.

Tras el fracaso de octubre 

En 1923 se daban todos los elementos para el éxito de la revolución, incluido un partido revolucionario de masas. Entonces, ¿cómo se produjo esta derrota? Una evaluación honesta de los acontecimientos debería haber ocupado un lugar prioritario en la agenda del CEIC. Pero en lugar de ello, los individuos que desempeñaron un papel decisivo en la debacle intentaron cubrir sus huellas.

El CEIC debería haber iniciado los preparativos para el levantamiento en junio a más tardar, pero había juzgado mal la situación desde el principio. Zinóviev, en particular, temía por su reputación. Él mismo había aprobado todas las decisiones, incluida la cancelación del Octubre alemán. Pero echó la culpa a la dirección del KPD. 

Al principio, afirmó que había sido acertado suspender el levantamiento; más tarde, les acusó de no haber estado suficientemente preparados para ello. Sin duda era cierto, pero ¿eran Brandler, Thalheimer y los demás dirigentes del KPD los únicos culpables? 

El giro de Zinóviev no se produjo por casualidad. El 8 de octubre, Trotsky escribió una carta al Comité Central Ruso denunciando el ascenso de la burocracia en el partido y en el Estado soviético. Este ataque abierto aterrorizó a la Troika. Le siguió, el 15 de octubre, una carta conjunta, firmada por 46 dirigentes comunistas de , que adoptaron una línea similar a la de Trotsky.

Hasta entonces, el conflicto con Trotsky se había llevado a cabo a puerta cerrada, pero ahora salía a la luz. Esto dio lugar a una polémica más aguda, que incluso se publicó en las páginas de Pravda

Brandler y Thalheimer se defendieron de estas críticas afirmando que la derrota se debió al cambio de la situación objetiva, que la propia clase obrera no estaba preparada para la revolución y que en octubre cualquier intento de insurrección habría fracasado.

Es cierto que la situación revolucionaria ya existía desde el verano y había alcanzado su punto álgido con la caída del gobierno de Cuno. El auge revolucionario había empezado a decaer en octubre, pero esto no descartaba en absoluto un derrocamiento exitoso. Como explica Sewell

«En octubre había cierto grado de agotamiento. Pero una situación revolucionaria, si comparamos los acontecimientos rusos de febrero a octubre, no es una línea recta; se desarrolla erráticamente. Dentro de la curva revolucionaria hay rupturas repentinas».

Cabe señalar que una pasividad similar reinaba en el Comité Central del partido bolchevique ya en octubre de 1917, el mismo mes en que tomaron el poder. Escribiendo desde su escondite en Finlandia, Lenin bombardeó a los dirigentes con cartas, exigiendo indignado que el partido pasara de las palabras a la acción:

«No hay término medio. No es posible esperar. La revolución se hunde».

Sin esta presión constante de Lenin, y la intervención de Trotsky, la Revolución Bolchevique quizá nunca hubiera tenido lugar. 

El principal obstáculo para el levantamiento alemán de octubre de 1923 fue la indecisión de la dirección. No habían preparado suficientemente el levantamiento, ni política ni organizativamente. 

Incluso después de la decisión a favor de una insurrección en septiembre, apenas tomó medidas políticas. El enfoque de la agitación y la propaganda permaneció inalterado, y la dirección no preparó ni al KPD ni a la clase obrera planteando la cuestión del poder.

En octubre mismo, los comunistas habían entrado en los gobiernos de Sajonia y Turingia con la intención de utilizarlos como bases para una insurrección. Y, sin embargo, apenas se dieron los pasos prácticos necesarios para lanzar una insurrección de este tipo: organización de suministros de armamento y alimentos, formación de comités de fábrica, etc.

De este modo, se dilapidó la situación revolucionaria, sólo para que los responsables alegaran que las masas no habían estado preparadas y que la situación objetiva no había madurado lo suficiente.

En su Lecciones de Octubre, escrito en 1924, tras el fracaso de la Revolución Alemana, Trotsky subrayó que en las condiciones presentes en Alemania en aquel momento eran precisamente la indecisión y la pasividad de la dirección del partido las que cultivaban la pasividad en las masas, y no al revés:

«… un partido que durante largo tiempo haya llevado adelante una agitación revolucionaria, arrancando poco a poco al proletariado de la influencia de los conciliadores, y que cuando es llevado a la cima de los acontecimientos por la confianza de las masas, si comienza a titubear, buscar subterfugios, tergiversar y dar rodeos, provoca en ellas la decepción y la desorganización, pierde la revolución. En cambio, se asegura la posibilidad de alegar, luego del fracaso, la falta de actividad de las masas.»

El año 1923 demuestra lo importante que es una dirección previsora y decidida en tiempos turbulentos. En determinados momentos , las acciones de un puñado de personas pueden determinar el destino de la revolución mundial, para bien o para mal. 

Con sus errores, los dirigentes alemanes e internacionales desperdiciaron una oportunidad crucial para continuar la revolución mundial en octubre de 1923. No es exagerado decir que toda la historia del mundo habría cambiado si hubieran logrado tomar el poder.

El fracaso de la revolución alemana selló efectivamente el aislamiento de la revolución en Rusia. Sin una revolución exitosa en un país avanzado como Alemania, las condiciones de atraso de la Rusia soviética propiciaron la aparición de una burocracia poderosa y privilegiada. Sólo un año después, Stalin presentó su «teoría» del «socialismo en un solo país», que reflejaba los intereses contrarrevolucionarios de la burocracia en el aislado Estado obrero.

Hoy es necesario comprender las lecciones del fracaso del Octubre alemán. El capitalismo está en declive y en todos los países nos esperan situaciones revolucionarias. Como comunistas, debemos dedicarnos a la construcción del factor subjetivo -el partido revolucionario- y aprender a evaluar correctamente y preparar la transición de un período de agitación y propaganda a la lucha directa por el poder.

Teatro y revolución: Vida y legado de Konstantín Stanislavski

Konstantín Stanislavski es conocido como el «padre de la interpretación moderna». Su método «realista» revolucionó el mundo del teatro y sigue conmoviendo al público. En este artículo, Nelson Wan recorre la vida y las ideas de Stanislavski, y el papel que desempeñó en el enorme despertar cultural que siguió a la Revolución de Octubre.


Konstantín Stanislavski es quizá la figura más grande e influyente de la historia de la interpretación. Su exhaustivo sistema de formación ha dominado el mundo del teatro y el cine desde principios del siglo XX hasta nuestros días. 

Las técnicas y la dirección escénica de Stanislavski a finales del siglo XIX y principios del XX representaron nada menos que una revolución en el arte, rejuveneciendo por completo el teatro ruso, estancado bajo el zarismo. A partir de ahí, sus teorías transformarían toda la interpretación occidental.

La revolución artística de Stanislavski también se entrelazaría con la Revolución Rusa. Para Stanislavski, el teatro no era un mero entretenimiento, sino que tenía un propósito artístico y moral al que dedicar la vida. Por ello, aunque Stanislavski nunca se unió a los bolcheviques, celebró la Revolución de Octubre y encarnó el espíritu de cambio y progreso que ésta inspiraba.

Lenin y los bolcheviques, por su parte, apoyaron sistemáticamente la obra de Stanislavski, porque veían en ella una palanca indispensable para elevar el nivel cultural de millones de obreros y campesinos: una tarea clave de la revolución socialista.

Por tanto, Stanislavski podría describirse sin duda como uno de los grandes protagonistas del despertar espiritual de Rusia tras octubre de 1917.

Sin embargo, cuando Stalin y la burocracia tomaron el control de la Unión Soviética, el estilo realista pionero de Stanislavski fue cínicamente apropiado y distorsionado para adaptarlo a la nueva política artística del «realismo socialista», que no tenía nada que ver con ninguna de las ideas de Stanislavski. Al mismo tiempo, la burocracia redujo drásticamente la creatividad de sus representaciones, lo que inició el lento e ignominioso declive del mundialmente famoso Teatro de Arte de Moscú (MAT en sus siglas en ruso).

Hoy en día, podemos sacar mucho provecho del estudio del método y el papel histórico de Stanislavski, no sólo desde el punto de vista del teatro y el arte en general, sino también para profundizar en nuestra comprensión del papel vital que desempeñan el arte y la cultura en la lucha por el comunismo.

Los primeros años de Stanislavski

Konstantín Sergeyevich Alexeyev nació el 5 de enero de 1863 en el seno de una familia acomodada dedicada al teatro. En 1884 adoptó el nombre artístico de Stanislavski, por el que se le conoció desde entonces. 

Su primera aparición en un escenario fue a los siete años, en una serie de tableaux vivants organizados para celebrar la onomástica de su madre, y su carrera artística consciente comenzó en 1877, tras actuar en cuatro obras de un solo acto en un teatro reconvertido eb la finca familiar. Tras esa velada, se formó un grupo de aficionados, el Círculo Alexéiev, compuesto por hermanos y hermanas de Stanislavski, primos y varios amigos.

Stanislavski no era un actor dotado por naturaleza. Le encantaba actuar, pero sufría enormemente de miedo escénico, a menudo era inaudible y, como mucho, sólo podía imitar las actuaciones sin esfuerzo de otros actores a los que admiraba. Los primeros años de Stanislavski como actor y sus propias malas interpretaciones le empujaron a intentar comprender y resolver los problemas de la interpretación. 

Empezó a llevar un cuaderno en el que anotaba sus impresiones, analizaba sus dificultades y esbozaba soluciones. Continuaría con esta práctica a lo largo de toda su vida, abarcando unos 61 años de actividad. 

Se preguntaba por qué algunas actuaciones parecían más veraces que otras. ¿Por qué otros podían ofrecer una interpretación natural con tanta rapidez y facilidad y él no? Éstas son las preguntas que Stanislavski se planteó durante los primeros años de su carrera. La escuela de arte dramático no le dio ninguna respuesta. Sus profesores le dieron indicaciones sobre los resultados deseados, pero no un método elaborado para conseguirlos.

El declive del teatro ruso

El teatro ruso estaba en declive a finales del siglo XIX. Las generaciones de mayor edad dominaban las representaciones y Stanislavski se encontró rodeado por todas partes de mediocridad artística.

El monopolio zarista sobre los teatros imperiales se abolió en 1882. Antes, todos los espectáculos profesionales de ballet, ópera y teatro debían representarse en uno de los teatros del zar en Moscú o San Petersburgo. Ahora, al menos en teoría, cualquiera podía abrir un teatro. Sin embargo, surgió un «nuevo» tipo de teatro que adolecía de mala gestión, escaso repertorio y malas interpretaciones. 

Las direcciones comerciales empezaron a producir obras para obtener beneficios rápidos y, como señaló Stanislavski, estos teatros estaban controlados por los «camareros y burócratas». Había algunos individuos brillantes, pero en general el mundo teatral profesional sólo podía mostrar a Stanislavski lo que había que evitar.

Los guiones no significaban nada para los actores, ni tampoco los ensayos. Los actores ignoraban a menudo las instrucciones de los directores y se aferraban a los trucos y costumbres que mejor conocían. En lugar de intentar presentar un diálogo realista y natural entre dos personajes, los actores, en su vano intento de impresionar a los espectadores, pronunciaban sus líneas en la parte delantera del escenario y directamente al público, como si éste fuera un personaje de la obra. 

El vestuario y los decorados eran tan poco inspirados como la interpretación. Las alas y los telones de fondo se tomaban del almacén, y las puertas se colocaban convencionalmente en el espacio sin paredes circundantes. Las sillas incluso se colocaban mirando al frente para que los actores pudieran dirigirse al público. Los teatros de aficionados reflejaban todas estas convenciones, sólo que de una forma mucho peor. 

El estilo de actuación y representación que dominaba este periodo era afectado, melodramático y necesitaba una revisión completa. Stanislavski tenía claro lo que había que hacer. Había que llevar la verdad a la actuación de forma consciente y sistemática. Describió su nuevo enfoque del teatro de la siguiente manera:

«En nuestros propósitos destructivos y revolucionarios, con el fin de rejuvenecer el arte, declaramos la guerra a todos los convencionalismos del teatro dondequiera que se presentasen: en la actuación, en las propiedades, en la escenografía, en el vestuario, en la interpretación de la obra, en el telón o en cualquier otro lugar de la obra o del teatro. Todo lo que era nuevo y violaba las costumbres habituales del teatro nos parecía bello y útil».

El desarrollo del realismo

El realismo en la interpretación se fija como objetivo presentar a seres humanos reconocibles en situaciones con las que el público se identifique. En otras palabras, el actor debe comportarse como si su situación fuera completamente real, aunque tenga lugar en un escenario desnudo ante miles de personas. 

La verdad de una interpretación reside en la propia creencia del actor, y la autenticidad en las circunstancias dadas. Estas interpretaciones se logran centrándose en la vida y la psicología internas de un personaje, en contraposición a las características meramente externas como el vestuario, los decorados y el atrezzo.

El objetivo de este tipo de teatro no era imitar la realidad (algo imposible sobre un escenario), sino ofrecer al público una experiencia con la que pudiera identificarse emocionalmente y que transmitiera con autenticidad toda la profundidad de los personajes y sus relaciones subyacentes. Por ejemplo, en los dramas bien interpretados, los elementos fantásticos o el complejo lenguaje poético rara vez son un obstáculo para el disfrute o el compromiso emocional.

Para desarrollar el estilo realista de interpretación, Stanislavski se inspiró en una generación anterior de actores rusos, en particular el actor Mikhail Shchepkin y el escritor Nikolai Gogol. Fue aquí donde se dieron los primeros pasos hacia el desarrollo del Realismo. 

Mijaíl Shchepkin nació como siervo en la finca del conde Wolkenstein en 1788. En el siglo XVIII, los aristócratas rusos solían crear compañías de teatro con sus siervos de talento, como Shchepkin, que en ocasiones recibían educación. 

A través de la observación, Shchepkin se dio cuenta de que los mejores actores eran los que se limitaban a «decir unas pocas palabras de forma sencilla», en lugar de sobrecargar sus interpretaciones con gestos o emociones innecesarios. Comenzó a cultivar estas observaciones para crear un estilo de interpretación propio: el comienzo del realismo. Después de que los admiradores de su actuación pagaran por su libertad en 1821, Shchepkin ingresó en el Teatro Imperial de Moscú en 1823 y en 1824 apareció en la función inaugural del Teatro Maly.

Las interpretaciones realistas de Shchepkin proporcionaron a Stanislavski un modelo, tanto en su filosofía y en su enfoque de la interpretación. La pregunta que Shchepkin planteó a Stanislavski fue: ¿siente el actor su papel o imita superficialmente sus rasgos externos? ¿Puede el público notar la diferencia?

Esta es una de las contradicciones del arte de la interpretación a las que tuvo que enfrentarse Stanislavski. 

Existe una naturaleza dual inherente a todas las interpretaciones, entre lo social y lo personal. Para convertirse realmente en el personaje en cuestión, el actor debe borrar su propia individualidad, y caminar, hablar, pensar y sentir de la manera que el autor pretendía. Pero, al mismo tiempo, debe adaptar sus cualidades personales al personaje para crear la vida interior de un espíritu humano que sea universal y comprensible para todos.

Nikolai Gogol era también un admirador de Shchepkin, y él mismo un actor extremadamente dotado. Irónicamente, Gogol fracasó en una audición para el Teatro Imperial porque su actuación fue considerada demasiado «real».

Al igual que Stanislavski, Gogol criticaba las convenciones de la interpretación rusa de la época. El trabajo de Gogol y Shchepkin en el Teatro Maly había forjado un estilo de interpretación centrado en la observación veraz, y no en las convenciones rígidas. 

Entre los consejos de Gogol a los actores figuraban:

«Sobre todo, cuidado con caer en la caricatura. Nada debe ser exagerado ni trillado, ni siquiera los papeles secundarios… Cuanto menos piense un actor en ser gracioso o en hacer reír al público, más aflorarán los elementos cómicos de su papel».

Estos dos actores dejaron un notable impacto en la mente de Stanislavski, y al basarse en ellos se consideró parte de la tradición realista que contribuyeron a establecer.

El objetivo del arte

Stanislavski estaba comprometido con la idea de que el teatro tuviera un propósito social, y para él el mejor método de conseguirlo era a través de los principios del Realismo. Consideraba que el teatro era una parte fundamental de la vida espiritual y la salud de la sociedad, como lo era para los isabelinos y los antiguos griegos. 

Como escribe el actor y dramaturgo Jean Benedetti:

«La actividad madura de Stanislavski sólo puede entenderse si se considera que hunde sus raíces en la convicción de que el teatro es un instrumento moral cuya función es civilizar, aumentar la sensibilidad, agudizar la percepción y, en términos quizá ahora pasados de moda para nosotros, ennoblecer la mente y elevar el espíritu.»

Sin embargo, se oponía firmemente a la idea de un teatro abiertamente político, y prefería dejar que el público dedujera por sí mismo cualquier significado político. 

En Mi vida en el arte, Stanislavski dice:

«La tendenciosidad y el arte son incompatibles: Una excluye a la otra. En cuanto uno se acerca al arte escénico con una idea tendenciosa, utilitaria u otra no artística, se marchita. Es imposible aceptar un sermón o una pieza de propaganda como verdadero arte».

Pero esto no quiere decir que Stanislavski pensara que era imposible que el buen arte tuviera contenido político. Cualquier mensaje de la obra debe ser implícito, haciéndose evidente a través de una presentación veraz del material. No bastaba con persuadir al público sobre una base intelectual, el teatro debía ofrecer una experiencia humana total que el público pudiera sentir con todo su ser:

«En el arte, la tendencia debe transformarse en sus propias ideas, pasar a la emoción, convertirse en un esfuerzo sincero y en la segunda naturaleza del actor. Sólo entonces puede entrar en la vida del espíritu humano en el actor, el papel y la obra. Pero entonces ya no es una tendencia, es un credo personal. El espectador puede sacar sus propias conclusiones y crear su propia tendencia a partir de lo que recibe en el teatro. La conclusión natural se alcanza por sí misma en el alma y la mente del espectador a partir de lo que ve en los esfuerzos creativos del actor… Sólo cuando se da esta condición se puede pensar en el teatro para producir obras de carácter social y político.»

Para Stanislavski, el objetivo del Realismo es llegar a la esencia del tema presentado en escena, en lugar de presentar una imitación superficial de la vida. El Realismo selecciona únicamente aquellos elementos que revelan las tendencias que yacen bajo la superficie de la representación, y en la psicología de los personajes. Stanislavski daba prioridad al contenido humano del teatro por encima de cualquier otra consideración.

Teatro de Arte de Moscú

Stanislavski siguió desarrollando sus ideas a través de las producciones que escenificó en el Teatro de Arte de Moscú (MAT), una de las instituciones dramáticas más conocidas y respetadas de la historia de Rusia. Es conocido sobre todo por sus originales producciones de obras de Antón Chéjov, como La gaviota, Tío Vania y El jardín de los cerezos

Fue en parte gracias a la dirección y actuación en las obras de Chejov que Stanislavski desarrolló sus teorías sobre la interpretación. Estas producciones supusieron un gran avance en el desarrollo del teatro y la interpretación. El MAT también tenía una larga tradición en la producción de obras con conciencia social y carga política.

El teatro fue fundado conjuntamente por Stanislavski y el dramaturgo Vladimir Nemirovich-Danchenko, entonces director de la escuela de interpretación de Moscú, la Sociedad Filarmónica de Moscú. Se inauguró en 1898 con el nombre de «Teatro de Arte de Moscú Accesible al Público».

Se decidió que el nuevo teatro desempeñaría, por encima de todo, una función social y educativa. Estaría abierto a todos, especialmente a la clase trabajadora, a la que se invitaría a asistir a representaciones especiales gratuitas si no podía permitirse las butacas de precio modesto. 

La primera compañía estaba compuesta por treinta y nueve actores, entre ellos Olga Knipper, que más tarde se convertiría en la esposa de Antón Chéjov, y Vsevolod Meyerhold, futuro director de escena y bolchevique. Estos actores se unieron a los aficionados de más éxito de Stanislavski, entre ellos su esposa Maria Lilina y Maria Andreyeva, otra futura bolchevique y esposa de Maxim Gorky.

Al cabo de pocas temporadas, las dificultades financieras obligaron a los fundadores a subir el precio de las entradas y a eliminar «Accesible al Público» de su nombre. La prestación de un servicio público y la obtención de beneficios resultaron ser tan incompatibles entonces como lo son hoy. El MAT aceptó a regañadientes el patrocinio del acaudalado comerciante Savva Morozov, que en aquella época también financiaba el periódico de Lenin, Iskra.

La hostilidad de las autoridades zaristas también dificultaba la realización de la visión de Stanislavski de crear un teatro popular. Era habitual que los censores intervinieran directamente en las propias obras. Cuando Stanislavski y Nemirovich intentaron poner en escena Pequeños burgueses, de Gorki, en 1902, recortaron mucho la obra de antemano, pero los censores insistieron en hacer más recortes para eliminar las alusiones a los zares gobernantes. Además, el teatro se llenó de policías la primera noche de la representación, aunque, tras muchas negociaciones, Nemirovich consiguió que fueran vestidos de noche para no asustar al público. 

A pesar de la censura, el MAT se convirtió en una expresión involuntaria de la lucha contra el zarismo. 

En 1901, por ejemplo, estallaron manifestaciones masivas en varias ciudades rusas, entre ellas San Petersburgo y Moscú, como consecuencia del alistamiento en el ejército de 183 estudiantes de la Universidad de Kiev como castigo por su participación en reuniones políticas. 

Trabajadores y estudiantes salieron a protestar y se encontraron con una feroz respuesta por parte de los funcionarios zaristas. La policía y los cosacos agredieron a los manifestantes y cientos de estudiantes fueron detenidos y expulsados de las universidades. El 1 de marzo de 1901, la manifestación frente a la catedral de Kazán, en San Petersburgo, fue dispersada con especial brutalidad y varias personas resultaron muertas.

En aquel momento, Stanislavski estaba representando Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, que en su mente no tenía ninguna relación con los acontecimientos que se desarrollaban en el exterior. Cuando Stanislavski, en el quinto acto, pronunció la frase: «Nunca hay que ponerse un pantalón nuevo cuando se sale a luchar por la libertad y la verdad», el público estalló. Stanislavski recuerda:

«Espontáneamente, el público relacionó la frase con la masacre de la plaza de Kazán, donde, sin duda, muchos trajes nuevos habían sido destrozados en nombre de la libertad y la verdad. Estas palabras provocaron tal tormenta de aplausos que tuvimos que detener la representación. El público se levantó y corrió hacia las candilejas, tendiéndome los brazos».

Continúa:

«Tal vez al elegir esta obra en particular e interpretar los papeles de esa manera concreta estábamos respondiendo intuitivamente al estado de ánimo imperante en la sociedad y a las condiciones de vida en nuestro país… Pero, cuando estábamos en el escenario interpretamos la obra sin pensar en la política… En cuanto al «mensaje» de la obra, yo no lo descubrí, se me reveló solo».

El MAT se vio igualmente afectado por la derrota de la revolución de 1905. En la reacción que siguió a esta derrota, el benefactor del teatro, el comerciante Morozov, se suicidó, lo que supuso una considerable presión personal y financiera para Stanislavski. En este periodo, el MAT produjo nuevas obras de contenido simbólico y místico, reflejando la desesperación y la desilusión del movimiento revolucionario de la época. 

Sin embargo, la tradición radical del MAT continuó hasta 1917, cuando el odiado sistema zarista fue finalmente derrocado. Fue en los años que siguieron a la Revolución Rusa cuando el MAT alcanzó fama y reconocimiento mundiales, pero quizá lo más importante fue que el sueño de Stanislavski de crear un teatro popular se haría finalmente realidad. 

Teatro después de octubre

En los años que siguieron a la Revolución de Octubre de 1917 se produjo, por primera vez en la historia de Rusia, una participación verdaderamente libre y abierta de la gente corriente en el mundo del arte, y el teatro fue posiblemente la mayor expresión de ello. 

En una revolución, las masas pasan de los bastidores al centro de atención de la historia y comienzan a organizar la sociedad en su propio interés. Al hacerlo, empiezan a expresarse como seres humanos por primera vez, aspirando a una auténtica existencia humana, que es el derecho de nacimiento de todos. 

La necesidad de arte es una parte esencial de esta lucha del espíritu humano. La Revolución rusa no sólo trajo consigo el deseo de transformar la política y la sociedad, sino, como dijo Stanislavski, el deseo de conocer, participar y experimentar el arte y la cultura. En toda Rusia surgieron cientos de grupos de teatro, a menudo vinculados a fábricas locales y aldeas. 

Las primeras medidas del gobierno bolchevique consistieron en organizar y subvencionar varias compañías teatrales de forma permanente, así como en crear escuelas de arte teatral. La mayoría de la población rusa carecía de experiencia teatral. Por su parte, el gobierno soviético, al igual que Stanislavski, comprendía el papel del teatro en la educación y el entretenimiento de las masas, por lo que se esforzó por hacer que el teatro fuera lo más accesible posible.

Lenin y Trotsky explicaron repetidamente que la lucha por construir una sociedad comunista no era sólo económica, sino también cultural. El apoyo activo de los bolcheviques al teatro ruso en este periodo constituyó una parte clave de este planteamiento. 

Cuando los bolcheviques llegaron al poder habían heredado un país mayoritariamente campesino, con un legado de inmenso atraso e ignorancia, donde sólo el 37,9 por ciento de la población masculina y el 12,5 por ciento de la femenina sabían leer y escribir. El desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, y de hecho la existencia continuada del Estado obrero, sería imposible sin abordar problemas elementales como el analfabetismo y sin una lucha concertada para elevar el nivel cultural de la Rusia revolucionaria. 

Como afirmó Trotsky en Problemas de la vida cotidiana:

¿En qué consiste, pues, nuestra tarea actual? ¿Qué debemos aprender? ¿A qué debemos tender ante todo? Tenemos que aprender a trabajar correctamente, con precisión, limpieza y economía. Necesitamos desarrollar la cultura en el trabajo, la cultura de la vida, la cultura del modo de vida. Hemos derribado el reino de los explotadores —después de una larga preparación — gracias a la palanca de la insurrección armada. No existe palanca apropiada para elevar de un sólo golpe el nivel cultural. Esto requiere un largo proceso de auto-educación de la clase obrera acompañada y seguida por el campesinado.

En este proceso, el teatro desempeñaría un papel casi tan importante como el aula.

Como partidario de la revolución, Stanislavski se lanzó inmediatamente, junto con el MJAT, a las tareas de organizar y crear teatro para la nueva sociedad que estaba surgiendo:

El Teatro añadió una nueva misión a su labor; se trataba de abrir sus puertas a las más amplias masas de espectadores, a esos millones de personas que hasta entonces no habían tenido oportunidad de disfrutar de los placeres culturales… [N]uestros corazones latían ansiosos y alegres al tomar conciencia de la tremenda importancia de la misión que nos había tocado… Existe la opinión de que hay que representar para el campesino obras de su propia vida, obras que se ajusten a su idea de lo que es el mundo… Esto no sólo es un malentendido, es completamente falso. El campesino, al ver una obra de su propia vida, la critica, la encuentra distinta a la vida tal como la conoce, no reconoce el lenguaje que le es propio, pues habla de forma totalmente distinta a la gente del escenario. Declara que se ha cansado de esta vida en casa, que ya ha visto bastante de ella tal como es, que está infinitamente más interesado en ver cómo viven otras personas. El simple espectador anhela la vida bella».

Stanislavski, al igual que Lenin en sus críticas a la corriente economicista del movimiento socialdemócrata ruso y a su actitud «obrerista», explica correctamente por qué los obreros y campesinos corrientes no quieren que se les diga lo que ya saben, o que se les muestre una vida a la que ya están acostumbrados, sino que quieren elevar sus miras, aprender y vislumbrar la verdadera belleza del mundo. 

Contrariamente a lo que sostienen los burgueses, la gente corriente no es demasiado ignorante para apreciar el arte, simplemente se le niega la oportunidad de experimentarlo y aprender sobre él. Stanislavski describe incluso la notable transformación del campesinado, la clase más atrasada y degradada de la sociedad rusa:

Empezamos a comprender que esta gente venía al teatro no para divertirse, sino para aprender. Recuerdo a un campesino, que era un buen amigo mío, que venía una vez al año a Moscú con el propósito expreso de ver todo el repertorio de nuestro Teatro… Y después de la cena nos pedía noticias de nuestro Teatro con mayor alegría aún, y luego se dirigía al teatro con su maravilloso traje. Viendo la representación, enrojecía y palidecía de excitación y entusiasmo, y cuando terminaba la obra no podía volver a casa a dormir; caminaba solo durante horas por las calles, para aclarar sus impresiones… Habiendo visto todo nuestro repertorio,… regresaba a su casa para pasar el año siguiente. Desde allí escribía numerosas cartas filosóficas que le ayudaban a digerir y seguir viviendo el cúmulo de impresiones que se había traído de Moscú. Creo que no fueron pocos los espectadores de ese tipo que pasaron por nuestro teatro. Sentíamos su presencia y nuestro deber artístico hacia ellos.

La descripción de Stanislavski continúa:

Las puertas de nuestro Teatro se abrieron exclusivamente para el pueblo pobre y se cerraron durante un tiempo para la intelectualidad. Nuestras representaciones eran gratuitas para todos los que recibían sus entradas de las fábricas e instituciones a las que las enviábamos, y nos encontramos cara a cara, justo después de la promulgación del decreto, con espectadores totalmente nuevos para nosotros, muchos de los cuales, quizá la mayoría, no sabían nada no sólo de nuestro Teatro, sino de ningún teatro…

Con el advenimiento de la Revolución pasaron por nuestro Teatro muchas clases de la sociedad: hubo la época de los soldados, de los delegados de todos los confines de Rusia, de los niños y jóvenes y, por último, de los obreros y campesinos. Eran espectadores en el mejor sentido de la palabra; venían a nuestro Teatro no por casualidad, sino con el temblor y la expectativa de algo importante, algo que nunca antes habían experimentado.

Incluso los enemigos de la revolución tuvieron que admitir que se estaba produciendo una explosión sin precedentes en las artes. Oliver Sayler, un crítico de teatro estadounidense y antibolchevique que llegó a Rusia en vísperas de la Revolución, escribió sobre la increíble variedad de representaciones teatrales disponibles para los rusos de a pie en 1922, que continuaron durante todo el invierno, sólo cesando en las fiestas religiosas.

Todo el país se vio arrastrado por una epidemia de teatro. Incluso en las zonas rurales más remotas, los campesinos escribían obras de teatro individual y colectivamente. Donde no había obras estándar ni instructores dramáticos, en su lugar ponían en escena canciones tradicionales rusas. 

Prácticamente no había fábrica en el país sin su propio círculo dramático, y en la época de la Guerra Civil había alrededor de 3.000 compañías profesionales. Las obras escritas por los soldados del Ejército Rojo llegaron a miles de círculos dramáticos de regimiento, y en 1920, el Ejército Rojo y la Flota contaban con más de 1.800 clubes a los que estaban adscritos 1.210 teatros y 911 círculos dramáticos.

En aquella época no había ningún país en el mundo que pudiera igualar esta oferta teatral, y menos aún ofrecer tal accesibilidad a las masas. 

Otros espectáculos de masas eran los dramas especiales, que solían representarse en días festivos. Los temas incluían las revoluciones de 1848 y 1917, la Comuna de París o el levantamiento de los esclavos de Espartaco. Una de las más famosas fue el Asalto al Palacio de Invierno, que se representó frente al Palacio de Invierno de Petrogrado el 7 de noviembre de 1920 con más de 8.000 participantes y una orquesta de al menos 500 personas. Entre ellos había muchas personas que habían participado en el acontecimiento real.

Por primera vez, el teatro y las artes no eran un mero entretenimiento para la burguesía, sino parte integrante de la construcción de una nueva sociedad. Para Stanislavski, el actor ya no era un mero profesional, sino alguien que debía desempeñar un papel personal en este proceso. 

¿Y qué debéis ser vosotros, actores modernos? Debéis ser, ante todo, personas vivas y llevar en el corazón todas esas nuevas cualidades que deben ayudarnos a todos a alcanzar un nuevo tipo de conciencia. ¿Qué tipo de conciencia? Aquella en la que la vida para el bien de todos ya no debe ser objeto de sueños ociosos y fantasías irrealizables.

Sin embargo, la obra de Stanislavski no siempre fue comprendida por quienes la conocieron. Por ejemplo, la Asociación de Escritores Proletarios calificó de «idealista» el enfoque espiritual y psicológico que Stanislavski daba al actor. Estos críticos adoptaron una visión superficial de los antecedentes de Stanislavski y del tipo de representaciones que prefería (clásicos rusos y mundiales), y calificaron erróneamente al MAT de «derechista» y «burgués». El argumento de algunos, como el «Proletkult», era que todas las formas artísticas heredadas de la Rusia prerrevolucionaria eran en realidad «burguesas» y debían abandonarse, incluso destruirse.

Sin embargo, los bolcheviques, y Lenin en particular, se opusieron a esta interpretación unilateral y mecánica del arte, y comprendieron que la Rusia revolucionaria debía preservar y aprovechar los mayores logros artísticos del pasado. En las celebraciones del 13º aniversario del MJAT en 1928, Lunarcharsky citó a Lenin: «Si hay un teatro que debemos a toda costa salvar y preservar del pasado, es, por supuesto, el teatro del Arte».

Con el apoyo del gobierno bolchevique, el MAT siguió funcionando en 1917 y 1918, y sólo se interrumpió un mes durante la revolución. En 1919, el MAT se convirtió en el Teatro Académico de Arte de Moscú (MJAT), un teatro estatal oficial que recibía subvenciones del gobierno.

Contrariamente a lo que afirma la clase dominante, en sus primeros años, el gobierno bolchevique no reprimió ni censuró las libertades artísticas como habían hecho los zares y como hizo más tarde Stalin. Lenin y los principales bolcheviques abordaron la libertad artística con la sensibilidad y el aprecio que merecía. 

Es algo que el propio Stanislavski reconoció. En 1928, en el 13º aniversario del MAT, dijo lo siguiente:

En aquellos días el Gobierno acudió en nuestra ayuda y gracias a él nuestro teatro pudo capear el temporal… Pero, nuestro Gobierno se ganó mi más profunda gratitud por algo muy distinto. Cuando los acontecimientos políticos de nuestro país nos sorprendieron… nuestro Gobierno no nos obligó a teñirnos de rojo y fingir ser lo que no éramos.

Escribiendo en 1938 sobre la asfixia de la creatividad artística rusa bajo el estalinismo, Trotsky explica: 

«… un partido verdaderamente revolucionario no puede ni quiere arrogarse la tarea de ‘dirigir’ y menos aún de comandar el arte, ni antes ni después de la conquista del poder. Tal pretensión sólo podría entrar en la cabeza de una burocracia – ignorante e impúdica, embriagada de su poder totalitario – que se ha convertido en la antítesis de la revolución proletaria… La creación artística tiene sus leyes – incluso cuando sirve conscientemente a un movimiento social. La creación verdaderamente intelectual es incompatible con la mentira, la hipocresía y el espíritu de conformidad. El arte puede convertirse en un fuerte aliado de la revolución sólo en la medida en que permanezca fiel a sí mismo.

El MJAT soviético: «clásicos» frente a «vanguardistas 

Con el apoyo de los bolcheviques, el MJAT prosperó después de 1917 y fue uno de los principales teatros estatales de Rusia, convirtiéndose prácticamente en un tesoro nacional. Tras sus giras europeas y americanas de 1922-1924, el MJAT adquirió fama mundial, recibiendo elogios de la crítica allá donde iba. 

Durante este periodo, el teatro contó con un amplio repertorio de los principales dramaturgos rusos y occidentales. Tras regresar a Moscú en 1924, el MJAT continuó produciendo nuevas obras soviéticas, así como clásicos rusos.

Stanislavski relanza un MJAT «soviético» en 1925-1927 con una nueva y joven compañía. En este periodo, el MJAT produjo Resurrección, de León Tolstoi, que se diferenciaba del original en que no había redención para la clase dirigente, que era castigada, así como El inspector general y Almas muertas, de Gogol. El tren blindado, de temática soviética, también obtuvo el éxito del MJAT en 1927 y se convirtió en un clásico, sentando involuntariamente las bases de las futuras producciones realistas socialistas.  

La puesta en escena de Las bodas de Fígaro por el MJAT el 28 de abril de 1927 también se convirtió en un clásico instantáneo del teatro soviético. La obra de Pierre Beaumarchais es una crítica mordaz al Ancien Regime y a la vida privilegiada de la nobleza, y quizá sea la obra más revolucionaria del siglo XVIII. Stanislavski utilizó creativamente una rueda giratoria en el decorado, que convertía el último acto en una loca carrera por el jardín utilizando cuatro localizaciones diferentes.

Tras la Revolución de Octubre, también se reactivaron otros teatros además del MJAT. El antiguo teatro imperial Alexandrinsky se convirtió en el Teatro Dramático Estatal, y una de las primeras medidas del Comisariado del Pueblo para la Educación en relación con el Alexandrinsky, al igual que con el Teatro Maly, fue la insistencia en un repertorio clásico. En los años siguientes a 1917, el Teatro Dramático Estatal produjo clásicos como Las bodas de Fígaro y Amor e intriga, de Schiller, así como Los bajos fondos, de Gorki, en 1918.

Uno de los debates centrales en el teatro ruso tras la Revolución giró en torno a si preservar y poner en escena a los «clásicos» o promover el nuevo teatro vanguardista y «revolucionario». Meyerhold, antiguo alumno de Stanislavski, se oponía a la tradición teatral rusa representada por su antiguo maestro y el MJAT, y abogaba por sustituir la literatura, la psicología y el realismo representativo por las técnicas del cubismo, el futurismo y el suprematismo.

El Comisariado del Pueblo para la Ilustración, encargado de la cultura y la educación en la Rusia soviética, se opuso a estas propuestas en su momento porque el gobierno bolchevique se oponía al monopolio del arte por parte de la vanguardia o de cualquier otro grupo. Lo que los bolcheviques entendían era que los enfoques clásico y experimental de la creación artística no son mutuamente excluyentes, sino que pueden y deben apoyarse mutuamente.

Creación del ‘Sistema’

El sistema Stanislavski es el estudio más completo que existe sobre la interpretación. Se concibió como una «gramática de la interpretación» práctica que proporcionaría a los actores una forma de lograr interpretaciones coherentes utilizando los poderes de su subconsciente e imaginación. 

Durante décadas, Stanislavski había recopilado sus cuadernos en los que anotaba ideas sobre su propia interpretación, sus experiencias, sus triunfos y fracasos, y también lo que había aprendido de otros grandes actores. Estos cuadernos constituyeron la base de las obras publicadas de Stanislavski y del sistema.

Sólo cuando se acercaba a los 70 años, durante el periodo de represión estalinista en Rusia, Stanislavski aceptó codificar su teoría de la interpretación. Al principio se mostró reticente, ya que entendía su teoría como un método en constante evolución, en el que ninguna formulación parecía satisfacerle durante demasiado tiempo. De hecho, se rebelaba contra la idea de un manual escrito sobre la interpretación, que pensaba que podía degenerar muy fácilmente en un conjunto de prácticas mecánicas, repetidas por los actores sin pensar ni sentir. Tras muchas deliberaciones, Stanislavski decidió publicar sus escritos en forma de una serie de siete libros de ficción.

El sistema Stanislavski se divide a grandes rasgos en dos partes, el trabajo interno y externo del actor sobre sí mismo, y el trabajo interno y externo sobre un papel. El objetivo del trabajo interno del actor es alcanzar un estado creativo e inspirador, que se consigue con la aplicación de técnicas psicológicas. El trabajo externo del actor consiste en preparar el cuerpo para expresar físicamente el papel y presentar la vida interior en el escenario. El trabajo sobre el papel consiste en estudiar el texto en profundidad y comprender su significado interno y su principio motor. Este significado interno da vida a toda la obra y a todos los papeles individuales que la componen.

Stanislavski murió antes de poder completar su serie sobre el sistema, dejando a sus estudiantes, asociados y editores la tarea de construir los manuscritos restantes. Algunas partes del sistema Stanislavski también se dieron a conocer al público a través de acontecimientos como la gira mundial del MJAT de los años veinte, antes de que se hubieran formulado por completo. 

Quizá la consecuencia más famosa sea el desarrollo del «Método» de Lee Strasberg en el New York Actor’s Studio, que hacía especial hincapié en el uso de la «memoria emocional» del actor. Se animaba a los actores a sumergirse totalmente en un personaje e intentar experimentar las emociones de una obra en la vida real. 

Así, si un personaje experimentaba una desgarradora sensación de pérdida en escena, el actor debía conseguir esa misma emoción en la vida real y trasladarla a la representación. Esto contradecía directamente las enseñanzas de Stanislavski, que no creía que un actor pudiera, o debiera, transferir experiencias vitales directamente al escenario. Un enfoque de este tipo corría el riesgo de descuidar un estudio adecuado del texto y adaptar el personaje a la personalidad del actor, y no al revés.

El sistema Stanislavski siempre pretendió representar una unidad orgánica, una combinación de preparación psicológica, imaginativa y física, que no debía dividirse ni compartimentarse artificialmente. No pretendía ser un reglamento estricto, sino más bien una guía, un punto de referencia sobre cómo un actor puede resolver los problemas del proceso creativo. 

Ni siquiera la comprensión de las propias leyes de la interpretación es suficiente para crear una buena actuación, del mismo modo que el mero conocimiento de la lengua y la gramática no basta para crear una buena historia. Aunque Stanislavski se propuso comprender científicamente las leyes de la interpretación, su sistema nunca pretendió sustituir a la creatividad y la experimentación.

El estalinismo y el realismo socialista

Sin embargo, la «edad de oro» del teatro en la Rusia revolucionaria no duró mucho, ya que la degeneración de la Revolución provocó una contrarrevolución en todas las esferas de la vida, que antes habían experimentado enormes avances, incluidas las artes. 

El enfoque tolerante de los bolcheviques tras 1917 sería puesto patas arriba por Stalin. En el clima de la contrarrevolución estalinista y el ascenso de la burocracia, el antaño gran MJAT sufrió un indigno declive que duró décadas y del que nunca se recuperó.

La Oposición Unificada de Trotsky fue derrotada en el XV Congreso del partido, en diciembre de 1927, lo que supuso una nueva consolidación del poder de la burocracia. El teatro no pudo escapar a la reacción política y social que se estaba produciendo en Rusia. Se exigía más facturación, más producciones y más representaciones, todo ello mientras florecía un amateurismo incompetente en nombre del ‘ proletariado’ , pero que en realidad reflejaba las exigencias de la burocracia gris y sin vida.

La propia producción de Otelo de Stanislavski sufrió las consecuencias. Stanislavski, que se encontraba entonces en el extranjero, se dio cuenta de que la obra ya se había puesto en escena antes de que él hubiera terminado su plan. Sólo se le habían concedido tres meses de ensayos y sólo se habían tenido en cuenta sus intenciones de forma pasiva.

En 1931, Stanislavski desafió directamente a las autoridades y consiguió la autonomía del MJAT, dentro de ciertos límites. Trágicamente, sin embargo, el MJAT acabó siendo un peón personal de la política artística de Stalin. En este periodo, el enfoque revolucionario, del que fue pionero el MJAT en sus primeros años, y en los años posteriores a 1917, fue sistemáticamente suprimido en favor del Realismo Socialista, que se convirtió en la forma artística oficial del Estado en 1932. 

El realismo socialista es un estilo de arte que pretende representar los valores del comunismo. Sin embargo, en realidad es una subordinación de toda la creatividad artística a los caprichos y necesidades de la burocracia estalinista. No se toleraba nada que no fuera la glorificación de la vida y el gobierno soviéticos. En el teatro, esto significaría la completa destrucción de cualquier individualidad o experimento. El estalinismo y el realismo socialista negaban todo lo que Stanislavski había luchado por desterrar del teatro ruso.

Sin embargo, la burocracia estalinista se apropió de repente de la revolucionaria obra de Stanislavski sobre el realismo. Los crudos ataques de los críticos soviéticos en los primeros años de la Revolución se transformaron en adulaciones y alabanzas sin fin.

Stalin decidió que el MJAT sería el emblema de la nueva política artística, y todos los teatros soviéticos debían basarse en el modelo del MJAT. La formación de actores también seguiría el sistema Stanislavski, pero de forma rígida y dogmática.

Otros artistas independientes sufrieron destinos similares o incluso peores. Entre las víctimas de la política artística de Stalin se encuentran el compositor Dmitri Shostakovich, el director de cine Sergei Eisenstein y el artista Alexander Rodchenko, todos ellos silenciados o sometidos a una camisa de fuerza artística. 

Meyerhold, cuya obra experimental y vanguardista también revolucionó el teatro del siglo XX, hizo heroicos intentos de resistirse a la contrarrevolución de Stalin. No cedió ante sus críticos y, como consecuencia, las autoridades acabaron por expulsarlo de los escenarios. El Teatro Meyerhold fue liquidado en 1938 y el propio Meyerhold se quedó sin trabajo. 

El heroico discurso final de Meyerhold en el Congreso de Directores de Toda la Unión en 1939 fue una denuncia incendiaria del realismo socialista y su dominio sobre el arte soviético:

La cosa lamentable y miserable que pretende el título de teatro del realismo socialista no tiene nada en común con el arte… Vayan a visitar los teatros de Moscú. Miren sus monótonas y aburridas presentaciones que se parecen unas a otras y cada una es peor que la otra… La gente del arte buscaba, erraba y con frecuencia tropezaba y se desviaba, pero realmente creaba, a veces mal y a veces espléndidamente. Donde antes estaban los mejores teatros del mundo, ahora, con su venia, todo está sombríamente bien regulado, medianamente aritmético, estupefaciente y asesino en su falta de talento. ¿Es ese su objetivo? Si lo es, ¡oh! ¡Han hecho algo monstruoso!… Al cazar el formalismo, ¡han eliminado el arte!

El discurso selló su destino. Tras años de ser denunciado por las autoridades, Meyerhold fue detenido, acusado de trotskista y espía, brutalmente torturado y finalmente asesinado a tiros el 2 de febrero de 1940.

El legado de Stanislavski

Hoy en día no hay escuela de arte dramático en el mundo que no enseñe o emplee alguna forma del sistema Stanislavski, y generaciones de actores, directores e intérpretes siguen en deuda con su innovador desarrollo del realismo y el estudio de las leyes de la interpretación. 

Aunque hay mucho más en el mundo de la interpretación y la actuación que el realismo, como demostraron brillantemente Meyerhold y el otro gran dramaturgo revolucionario del siglo XX, Bertold Brecht, la forma de actuación que ha dominado los siglos XX y XXI es el realismo. El realismo ha conmovido, entretenido e inspirado al público de todo el mundo. Al descubrir sus leyes internas, se podría describir a Stanislavski como el verdadero padre de la interpretación moderna. 

Stanislavski fue producto de un período de cambio revolucionario en Rusia, y a lo largo de su vida siempre se alineó con la lucha contra el zarismo. El espectacular auge del teatro ruso en este periodo no se debió únicamente al genio específico representado por Chéjov, Stanislavski, Meyerhold (y otros), aunque su talento no puede ponerse en duda.  Este legado simplemente no habría sido posible sin la Revolución de Octubre de 1917 y la transformación de la sociedad, que dio rienda suelta a la creatividad artística a una escala nunca vista antes, y posiblemente, nunca vista desde entonces. 

Esta chispa creativa fue criminalmente sofocada por el estalinismo, pero ni siquiera la represión más feroz de la burocracia pudo deshacer por completo la gran iluminación, la ampliación de los horizontes culturales de decenas de millones de personas, que la Revolución y gente como Stanislavski lograron. El renombre del ballet y la orquesta rusos, por ejemplo, sigue siendo un atisbo de este legado.

En la Nochevieja de 1929, Stanislavski pronunció las siguientes palabras ante la compañía del Teatro del Arte de Moscú:

Llegará el momento, y muy pronto, en que se escribirá una gran obra, una obra genial. Será, por supuesto, revolucionaria. Ninguna gran obra puede ser otra cosa. Pero no será una obra revolucionaria en el sentido de que se desfile con banderas rojas. La revolución vendrá de algo interior. Veremos en el escenario la metamorfosis del alma del mundo, la lucha interior con un pasado agotado, con un presente nuevo, aún no comprendido ni realizado. Será una lucha por la igualdad, la libertad, una vida nueva y una cultura espiritual…

El potencial para esta gran obra sigue latente en los trabajadores del mundo de hoy. Es tarea de los revolucionarios hacer realidad este potencial, llevar a cabo la revolución en el arte completando la revolución en la sociedad. Todos los verdaderos artistas deben luchar constantemente por este objetivo, ya que es lo único que puede liberar finalmente al arte y a la creatividad de los grilletes del capitalismo y de la sociedad de clases, y marcar el comienzo de una nueva edad de oro de la libertad artística y de la auténtica expresión humana. 

La economía soviética: cómo funcionaba… y cómo no funcionaba

Marx explicó que todo sistema social está sujeto a sus propias leyes: dinámicas, fuerzas y presiones objetivas que rigen su movimiento y desarrollo. En este artículo, Adam Booth examina las primeras décadas de la Unión Soviética, con el fin de proporcionar una comprensión concreta de las leyes económicas que se impusieron al joven Estado obrero, y armar a una nueva generación con las lecciones necesarias para llevar a cabo con éxito la lucha por el comunismo.


Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el comienzo prometedor de un crecimiento de la agricultura, el crecimiento extraordinario de las viejas ciudades industriales, la creación de otras nuevas, el rápido aumento del número de obreros, la elevación del nivel cultural y de las necesidades, son los resultados indiscutibles de la Revolución de Octubre en la que los profetas del viejo mundo creyeron ver la tumba de la civilización. Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital, sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, el cemento y la electricidad.

– León Trotsky, La revolución traicionada

La Revolución Rusa fue el mayor acontecimiento de la historia de la humanidad. Dirigida por los bolcheviques, la clase obrera tomó el poder, enarboló la bandera de la revolución socialista internacional y ofreció un faro de esperanza a las masas explotadas y oprimidas de todo el mundo.

Pero lo hicieron en las condiciones más extremas y desfavorables: en un país económicamente atrasado, devastado por años de guerra y convulsiones, y asediado por el imperialismo. Además, lo hicieron sin ninguna hoja de ruta, salvo la breve experiencia de la Comuna de París, que fue ahogada en sangre a los pocos meses.

A pesar de realizar enormes progresos en el campo del desarrollo económico, la URSS nunca logró construir una sociedad comunista. No obstante, las primeras décadas de la Unión Soviética -de 1917 a 1937- proporcionan una serie de lecciones importantes para los comunistas, que es nuestro deber estudiar y asimilar plenamente.

Examinando la economía soviética en este periodo, con todos sus defectos, y siguiendo los debates teóricos que surgieron entre los bolcheviques sobre cuestiones económicas, podemos obtener una comprensión concreta de las leyes económicas que operarían en la transición del capitalismo al comunismo, y arrojar luz sobre cómo podría construirse una sociedad comunista.

Régimen transitorio

El 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre en el antiguo calendario ruso), Lenin subió a la tribuna en el Segundo Congreso Panruso de los Soviets y anunció: «¡Ahora vamos a dedicarnos a edificar el orden socialista!».

Sin embargo, ni Lenin ni ninguno de los bolcheviques creían que fuera posible construir este orden de la noche a la mañana. Ese mismo año, en su obra maestra El Estado y la Revolución, Lenin citó a Marx:

Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista — prosigue Marx — media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, y el Estado de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.

Como Marx y Engels explicaron en El Manifiesto Comunista: «el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante».

Una vez conquistado el poder, la clase obrera extendería su dominio revolucionario de clase por todo el mundo y «El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.»

Sobre esta base, la sociedad alcanzaría lo que Marx llamó la «primera fase de la sociedad comunista» , comúnmente denominada ‘socialismo’. Sólo entonces los últimos vestigios de la sociedad de clases -como el Estado, el dinero y la desigualdad- comenzarían finalmente a marchitarse y morir.

El carácter transitorio del régimen bolchevique fue reconocido explícitamente por Lenin en 1918:

«… la expresión República Socialista Soviética significa la decisión del Poder soviético de llevar a cabo la transición al socialismo, mas en modo alguno el no reconocimiento del nuevo régimen económico como socialista.»

Pero Lenin y los bolcheviques también comprendieron que las condiciones en Rusia distaban mucho de las necesarias para construir un socialismo o comunismo. 

Desarrollo combinado y desigual

En 1917, a escala mundial, existían sin duda las condiciones para el socialismo. En las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, la producción capitalista se había socializado y planificado cada vez más. Pero la riqueza producida seguía siendo objeto de apropiación privada, por parte de la patronal y los banqueros.

Como explicó Lenin en El Imperialismo: La fase superior del capitalismo, la economía había pasado a estar dominada por los monopolios, que se habían fusionado con el capital financiero y el Estado, para formar lo que él denominó «capitalismo monopolista de Estado».

La maquinaria bélica imperialista alemana fue un ejemplo de ello. Los consorcios industriales y las redes de transporte del país pasaron a manos del Estado. En lugar del mercado «libre», se planificó la producción, aunque en interés de los capitalistas.

Sin embargo, la clase obrera no había tomado el poder por primera vez en un país capitalista avanzado, como Alemania o Gran Bretaña, sino en la Rusia semifeudal, donde ni siquiera se habían cumplido las tareas de la revolución burguesa, como la reforma agraria.

«… la historia», señaló Lenin, «parió hacia 1918 dos mitades separadas de socialismo, una cerca de la otra».

«Alemania y Rusia», prosiguió, «encarnaron en 1918 del modo más patente la realización material de las condiciones económico-sociales, productivas y económicas del socialismo, de una parte, y de sus condiciones políticas, de otra.»

Era una poderosa expresión de lo que Trotsky denominó la «ley del desarrollo desigual y combinado».

Debido a su atraso, la Rusia zarista se vio obligada a importar capital, maquinaria y técnica del extranjero. Como resultado, en 1914 el país se caracterizaba por islas de industria moderna, con una clase obrera desarrollada, rodeadas de un mar de atraso económico, cultural y agrícola.

Esta contradicción sería a la vez la madre de la Revolución Rusa y, en última instancia, su sepulturera.

La cadena del capitalismo mundial se rompió por su eslabón más débil. Rusia fue impulsada al camino de la revolución socialista «no porque su economía fuera la más madura para la transformación socialista», como explicó Trotsky, «sino porque esta economía ya no podía desarrollarse sobre bases capitalistas.» .

Rusia era la más débil de las grandes potencias implicadas en la Primera Guerra Mundial , sin las modernas fuerzas armadas ni la industria a disposición de sus rivales. La limitada capacidad industrial del país tuvo que desviarse hacia la producción de armas, lo que agravó la escasez de productos de primera necesidad y la desintegración de las infraestructuras.

Además, el régimen dependía especialmente de la impresión de dinero y de la deuda para financiar sus gastos militares. En consecuencia, los precios se multiplicaron por tres durante esos años.

Los ministros zaristas intentaron paliar el hambre de obreros y soldados imponiendo un impuesto sobre el grano a los campesinos. Pero esto provocó la furia en el campo.

El colapso económico, la inflación galopante, la escasez de bienes, la obtención forzosa de alimentos del campesinado: todos estos horrores que los historiadores burgueses acusan a los bolcheviques de haber provocado ya existían mucho antes de la introducción del «comunismo de guerra».

Fueron estas terribles condiciones las que provocaron las protestas masivas en San Petersburgo que condujeron a la caída del zar en febrero de 1917 y, posteriormente, del Gobierno Provisional, dando paso a la Revolución de Octubre.

Pero las mismas condiciones que prepararon el camino para la revolución socialista convirtieron la construcción del socialismo en un sueño irrealizable dentro de las fronteras del antiguo Imperio ruso.

Desde el principio, Lenin y los bolcheviques se embarcaron en este formidable objetivo, armados con la perspectiva de que el éxito de la revolución vendría determinado en última instancia por su extensión internacional. Sin ello, la naciente República Soviética no podría sobrevivir, y mucho menos construir el socialismo.

Este hecho fue reconocido explícitamente por Lenin en 1918, cuando declaró: «Pero de todos modos y con todas las peripecias posibles e imaginables, si la revolución alemana no llega, estamos perdidos».

Marxismo frente a autonomismo

La tarea inmediata de los bolcheviques no era -ni podía ser- la aplicación de un plan socialista plenamente formado, sino simplemente la prevención del colapso total, junto con la extensión de la revolución mundial.

Los bolcheviques habían llevado al poder a los obreros y campesinos de Rusia. Pero en los meses que siguieron a octubre de 1917, también se vieron arrastrados por el movimiento, obligados a reaccionar ante los acontecimientos, en lugar de guiarlos.

La toma del poder se había producido en el contexto de un inmenso fermento revolucionario tanto en las ciudades como en el campo. Los obreros formaron comités de huelga en las fábricas, mientras que los campesinos pobres expulsaron a los terratenientes de sus fincas y empezaron a redistribuir la tierra entre ellos.

Lenin y los bolcheviques intentaron canalizar esta ola hacia fines socialistas. Pero las consideraciones políticas se impusieron sistemáticamente a los ideales económicos. Y el aparato del nuevo Estado obrero no era lo bastante fuerte para traducir la política en acción.

Tomemos la cuestión de la tierra. Un día después de la insurrección de octubre, el II Congreso Panruso de los Soviets aprobó un decreto que abolía formalmente toda propiedad privada de la tierra. Sin embargo, en lugar de utilizar la tierra expropiada para establecer granjas colectivas a gran escala y organizar la agricultura de acuerdo con las líneas socialistas, los bolcheviques se vieron obligados a adoptar el programa del llamado «Partido Socialista Revolucionario», que daba la tierra a los campesinos de forma individual.

De este modo, los bolcheviques pudieron ganarse a las masas campesinas. Pero una vez en el gobierno, pronto surgieron fricciones con esta masa de pequeños propietarios recién dotada.

Algo similar sucedió con los obreros y los comités de fábrica, los bolcheviques los consideraban una forma embrionaria de control y gestión obrera, parte integrante de la planificación socialista en la industria. Y dado el atraso del país, Lenin preveía un período prolongado de control obrero, durante el cual la clase obrera aprendería a dirigir la industria estudiando los métodos de los antiguos propietarios y sus expertos.

Sin embargo, los primeros pasos en la dirección del control obrero fueron anárquicos, aplicados a fábricas localizadas sin ningún plan. Muchos trabajadores percibían el control obrero en un sentido más sindicalista: no en términos de poder de los trabajadores sobre la producción en su conjunto, sino en términos de cooperativas de trabajadores que dirigían sus propios centros de trabajo, de manera totalmente independiente y aislada.

A medida que los trabajadores ocupaban las fábricas y los capitalistas huían de la escena, muchas empresas pasaron a ser propiedad del Estado. Pero los trabajadores de estas empresas a menudo asumieron que ellos mismos eran ahora los propietarios.

En su Historia de la Rusia soviética, E. H. Carr relata que incluso hubo casos en los que «los obreros, tras hacerse con el control de una fábrica, simplemente se apropiaron de sus fondos o vendieron sus existencias e instalaciones en beneficio propio» .

Esta era la diferencia entre el marxismo y el «autonomismo»; entre los trabajadores que actúan como clase contra los capitalistas y los grupos de trabajadores que luchan contra empresarios individuales; entre la planificación coordinada y centralizada de un Estado obrero y el control independiente de consejos y cooperativas de trabajadores dispersos y aislados.

«La noción de que los problemas de la producción y de las relaciones de clases en la sociedad podían resolverse mediante la acción directa y espontánea de los trabajadores de fábricas individuales no era socialismo, sino sindicalismo», concluye Carr, y añade:

«El socialismo no pretendía subordinar al irresponsable empresario capitalista a un comité de fábrica igualmente irresponsable que reclamara el mismo derecho de independencia de la autoridad política real; eso sólo podría perpetuar la «anarquía de la producción» que Marx consideraba el estigma condenatorio del capitalismo.»

Nacionalización de la industria

Los bolcheviques intentaron conscientemente controlar la situación. En diciembre de 1917, el gobierno soviético creó el Consejo Supremo de Economía Nacional – abreviado VSNKh, alias Vesenkha.

La Vesenkha era responsable de «organizar la actividad económica de la nación y los recursos financieros del gobierno». Su primera tarea fue poner bajo su control a los glavki: trusts de grandes empresas de cada industria, como la metalúrgica y la textil, que habían surgido en tiempos zaristas para planificar la producción en tiempos de guerra.

La primera industria nacionalizada fue la financiera. Al analizar la Comuna de París, Marx subrayó que el hecho de que los comuneros no se apoderaran del Banco de Francia había sido un error fatal. Lenin y los bolcheviques hicieron suyas estas sabias palabras.

En diciembre de 1917, en respuesta al sabotaje de los banqueros, el gobierno soviético desplegó tropas y decretó la fusión de los bancos en un único Banco Nacional, con el monopolio de la moneda y el crédito.

El gobierno también anuló todas las deudas públicas acumuladas por sus predecesores, especialmente las contraídas con financieros extranjeros. Esto fue recibido con aullidos de protesta por parte de los imperialistas, que rápidamente cortaron las líneas de crédito restantes, realzando la importancia del control estatal sobre el sistema financiero.

En otros lugares, las nacionalizaciones fueron en su mayoría espontáneas al principio: una respuesta defensiva al sabotaje de la patronal, o un respaldo retroactivo a la acción directa de los trabajadores. En los primeros nueve meses, más de dos tercios de las nacionalizaciones se llevaron a cabo por iniciativa de los soviets locales y los consejos obreros, no por órdenes de la cúpula.

Sin embargo, a partir de mayo-junio de 1918, cuando se intensificó el vandalismo de los capitalistas y los imperialistas aumentaron su intervención, los bolcheviques se vieron obligados a cambiar de dirección y nacionalizar sectores enteros de la industria. Pero incluso entonces, estas expropiaciones se llevaron a cabo principalmente de manera ad hoc, no como parte de un plan general.

La clase obrera era claramente la fuerza motriz de la revolución. Pero esta energía necesitaba ser canalizada y dirigida, de forma conscientemente organizada y planificada.

Lenin explicó, sin embargo, que el joven Estado soviético no tenía capacidad para planificar adecuadamente la producción. En muchos casos, como el Estado carecía de recursos, las empresas nacionalizadas se arrendaban rápidamente a sus antiguos propietarios, con los mismos directores en sus puestos.

Mientras tanto, un auténtico sistema de control y gestión obrero implicaría el trabajo conjunto de los comités de fábrica, los sindicatos y los soviets locales. Y para tener éxito, esbozó Lenin, se requerirían ciertas condiciones materiales, condiciones que la República Soviética aún no poseía.

Lo que se necesitaba era una clase trabajadora con tiempo y cultura suficientes: un nivel de productividad tal que los trabajadores dispusieran de suficiente tiempo libre para participar en la gestión de la producción, junto con la educación y los conocimientos necesarios para realizar las tareas administrativas que ello implicaba.

En resumen, ni siquiera la planificación socialista podría llevarse a cabo adecuadamente sin un rápido desarrollo de las fuerzas productivas.

En su lugar, Lenin abogaba por la nacionalización únicamente de las palancas clave de la economía, dejando en su lugar a los antiguos gestores, pero bajo la supervisión de los trabajadores. Esto debía ir acompañado de la máxima centralización y organización de la industria, bajo la supervisión de Vesenkha.

En esta época surgió en el Partido Bolchevique una oposición «comunista de izquierdas» que planteaba desacuerdos con esta posición. Estos ultraizquierdistas se apoyaban en la concepción más autónoma del control obrero, al tiempo que abogaban por una «política decidida de socialización».

Lenin les dio poca importancia, así como a sus denuncias de que el gobierno perseguía una «desviación bolchevique de derecha».

«Hoy, sólo los ciegos podrán no ver que hemos nacionalizado, confiscado, golpeado y acabado más de lo que hemos sabido contar.», afirmó Lenin. Pero, subrayó, «la socialización se distingue precisamente de la simple confiscación en que se puede confiscar con la sola “decisión”, sin saber contar y distribuir acertadamente, pero es imposible socializar sin saber hacer eso.«

La nacionalización de los «pilares básicos» de la economía fue acompañada del establecimiento de un monopolio estatal sobre el comercio exterior, que se implantó oficialmente en abril de 1918.

Esto era vital para proteger a la recién nacida economía soviética de las presiones del mercado mundial capitalista y para impedir que los comerciantes oportunistas sacaran riqueza del país o se beneficiaran de las importaciones.  

De cara al futuro, junto a la nacionalización de la gran industria, el control de las finanzas y del comercio exterior también sería fundamental para la planificación socialista. A corto plazo, estas medidas eran esenciales para la defensa de la revolución.

Así estaban las cosas en la República Soviética cuando empezó a desarrollarse la guerra civil, que impulsó a los bolcheviques a enfrentarse con dificultades aún mayores.

Guerra Comunismo

El trastorno de la guerra mundial y la guerra civil, en rápida sucesión, fue profundo.

Entre 1918 y 1920, millones de refugiados internos se vieron obligados a huir de sus hogares, mientras las tropas imperialistas y los ejércitos blancos saqueaban ciudades y pueblos. Millones más murieron de hambre y de epidemias de enfermedades.

Esto se sumó a las grandes pérdidas territoriales como resultado del tratado de Brest-Litovsk y el saqueo imperialista alemán.

Las cosechas se vieron gravemente perturbadas, el transporte se dislocó y la población urbana cayó en picado, ya que los trabajadores hambrientos regresaron a sus pueblos en busca de comida.

Con las fábricas privadas de trabajadores, materias primas y combustible, la producción industrial cayó en picado. En 1920, la industria a gran escala funcionaba a sólo el 13% de su nivel de preguerra.

El único objetivo del gobierno bolchevique en ese momento era la supervivencia. Así comenzó el periodo y el programa conocidos como «comunismo de guerra»: un intento de canalizar todos los recursos disponibles hacia el Ejército Rojo.

De este modo, poco quedaba para los obreros y los campesinos. Los primeros se enfrentaron a una espiral de precios y a una aguda escasez en las ciudades, junto con horarios y condiciones penosas en las fábricas. A los segundos, el Estado les requisaba el grano y el ganado.

El gobierno intentó resolver la crisis alimentaria declarando la guerra a los especuladores, comerciantes privados y kulaks (campesinos capitalistas ricos), que se lucraban y acaparaban grano. Pero los asaltos a aldeas y almacenes sólo permitieron obtener una cantidad limitada.

El gobierno central también pidió ayuda al movimiento cooperativo, con la esperanza de que pudieran obtener y distribuir alimentos a través de sus redes. Irónicamente, se mostraron muy poco cooperativos.

En 1919, por tanto, los bolcheviques introdujeron la prodrazvyorstka: cuotas obligatorias de entrega de grano, a precios fijados por el Estado. En algunos casos, esto significaba la confiscación de los excedentes de grano. En otros, equivalía a lo mismo, ya que el dinero pagado a cambio era escaso y cada vez más inútil, gracias a la inflación.

Miles de voluntarios se alistaron para ayudar en la campaña de requisas. Sindicatos, comités de fábrica y soviets formaron «brigadas de alimentos» armadas, cuyo objetivo principal eran los kulaks.

Además de descubrir reservas secretas y obtener grano, su misión consistía en agitar políticamente a los campesinos más pobres para que se unieran tanto a la búsqueda de alimentos como a la lucha contra las capas más ricas del campo.

El objetivo de los bolcheviques era abrir una brecha entre los kulaks y el resto del campesinado. Sin embargo, el excedente que podía obtenerse de los primeros no era suficiente, lo que llevó a ampliar las atribuciones de la prodrazvyorstka. Estos últimos, por su parte, tendían a identificarse más con sus compañeros del campo que con los trabajadores de las ciudades.

Sin dinero ni productos manufacturados suficientes que ofrecer a los campesinos a cambio de su grano, las requisas se enfrentaron a la resistencia y el sabotaje, incluyendo reducciones en los niveles de siembra.

Los trabajadores de las brigadas de alimentación corrían el peligro de ser masacrados por los esbirros de los kulaks. En más de un caso, los cadáveres de los requisadores aparecieron en graneros, con los vientres rajados y rellenos de grano.

El gobierno estaba atrapado en un círculo vicioso. Sin una industria adecuada, no podía proporcionar a los campesinos los bienes que exigían a cambio de sus alimentos. Esto significaba un empeoramiento de la escasez de alimentos para los trabajadores, lo que provocaba una mayor caída de la producción industrial. Y mientras tanto, había que alimentar al ejército.

Medidas extremas

La guerra civil aceleró la nacionalización de la industria. El esfuerzo militar exigía una centralización estricta para combatir el caos que proliferaba en toda la economía. Había que concentrar la producción en las fábricas más eficaces. Y los materiales escasos debían asignarse allí donde fueran más eficaces.

En noviembre de 1920, la Vesenkha era responsable de la supervisión de entre 3.800 y 4.500 empresas estatales, la mayoría en la gran industria, pero también en industrias más pequeñas que no eran exactamente los «pilares fundamentales» de la economía.

El número de funcionarios de la Vesenkha y personal de los glavki se disparó de unos 300 en marzo de 1918 a 6.000 en total seis meses después. Muchos de ellos habían servido en el aparato estatal zarista, lo que avivó la ira entre los trabajadores.

Incluso en estas condiciones de asedio, los bolcheviques mantuvieron el debate sobre cuestiones clave: la relación entre los planificadores centrales y los soviets locales, y entre centralización y federalismo; el uso de especialistas y administradores burgueses, a los que se ofrecían salarios más altos y primas; y el papel de los sindicatos como instrumentos de movilización de la mano de obra.

En todas estas cuestiones surgieron críticas contra la dirección, sobre todo por parte de la llamada «Oposición Obrera». Lenin y Trotsky fueron los primeros en admitir que las medidas extremas que exigía la guerra civil distaban mucho de ser ideales. Pero eran necesarias.

La guerra no podía ganarse sin la máxima centralización. La industria estatal no podía ser dirigida por una clase obrera inexperta y agotada, sin la ayuda de expertos. La tarea más apremiante del momento era la supervivencia y no el socialismo.

Al agravarse la escasez, el gobierno intensificó su control sobre la distribución. Se nacionalizaron las cooperativas y los comercios minoristas. Se fijan los precios de una serie de productos. El racionamiento, introducido por primera vez antes de la revolución, se reactivó, dando prioridad a los trabajadores industriales y colocando a los antiguos burgueses al final de la cola.

Pero las raciones no eran suficientes. En 1919-20, sólo alrededor del 20-25 por ciento del consumo de alimentos en las ciudades procedía de los suministros racionados. Los empleados de las fábricas incluso cultivaban sus propias verduras en los huertos de los centros de trabajo. Tal era el hambre que en Petrogrado ya no se encontraban gatos, perros ni caballos.

Los mercados habían sido oficialmente abolidos. Pero las restricciones gubernamentales eran impotentes. La ley de la oferta y la demanda seguía haciéndose sentir . Los mercados negros se multiplican y los especuladores ofrecen bienes escasos a precios exagerados.

Para financiar los gastos del Estado, el gobierno recurrió cada vez más a la impresión de dinero. El rublo se devaluó cada vez más. La tasa de inflación pasó del 600% en 1918 al 1.400% un año después.

A medida que la moneda perdía valor, la economía empezó a sobrevivir sin ella. El dinero fue sustituido por pagos en especie. Las empresas nacionalizadas intercambiaban materiales basándose en la contabilidad de la Vesenkha. El Estado proporcionaba raciones y servicios gratuitos, como comedores y transportes públicos. Y en lugar de salarios, los trabajadores de las fábricas recibían una parte de sus propios productos industriales, que se intercambiaban mediante trueque en el mercado negro.

La ley del valor

El comunismo de guerra, por emergencia y conveniencia, había dado lugar a una economía casi totalmente nacionalizada y sin dinero. Pero esto tenía poco en común con la concepción marxista del socialismo o el comunismo. Este resultado contradictorio fue producto de la devastación y la desesperación, no de la doctrina o el diseño.

Los bolcheviques más ultraizquierdistas intentaron hacer de la necesidad virtud. Lo que había surgido de forma inesperada y anárquica, como resultado del caos y el colapso, se pintó como un paso deliberado hacia el socialismo.

De hecho, las leyes del capitalismo siguieron operando, no sólo externamente, a través de la presión del mercado mundial, sino dentro de los límites del propio Estado obrero.

Para cada sistema económico, demostró Marx, existen ciertas dinámicas objetivas, que existen independientemente de cualquier intención o voluntad, que regulan la riqueza, el trabajo y los medios de producción de la sociedad.

En el capitalismo, explicó, la riqueza de la sociedad adopta la forma de mercancías: bienes producidos para el intercambio y distribuidos a través del mercado.

Las mercancías, por término medio, se intercambian en función de su valor, determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario que llevan incorporado. Marx llamó a esto la ley del valor.

La ley del valor regula la economía capitalista. Establece las proporciones en que se intercambian las mercancías. Determina el valor del dinero, esa «mercancía de mercancías» y dirige el flujo de capital de un sector a otro, dando forma a la división global del trabajo. 

En el capitalismo, cada parte de la economía está interconectada a través de la «mano invisible» del mercado. Pero este sistema funciona a ciegas, a espaldas tanto de los capitalistas como de los trabajadores.

Así pues, la ley del valor se expresa en el capitalismo a través de la anarquía de las fuerzas del mercado y de las fluctuaciones de las señales de precios, buscando el «equilibrio» a través del caos y la crisis.

En el comunismo de guerra, por el contrario, toda la clase capitalista había sido expropiada. Y las relaciones de mercado habían sido formalmente anuladas, distribuyéndose ahora oficialmente los bienes y servicios básicos no como mercancías, sino a través del Estado.

Seguramente, entonces, ¿la ley del valor había sido derrocada, y el dinero podía salir sin problemas del escenario de la historia?

Marx explicó además, sin embargo, que el dinero es en última instancia una medida de valor; una representación del tiempo de trabajo socialmente necesario; un derecho a una parte de la riqueza total de la sociedad.

El dinero es una herramienta social, que actúa como medio de intercambio, unidad de cuenta y depósito de valor. Y como cualquier instrumento, no puede desecharse hasta que se haya vuelto obsoleto e innecesario.

Al igual que el Estado, el dinero debe marchitarse en la transición de la primera fase del comunismo (socialismo) a la fase superior del comunismo, a medida que se desarrollan las fuerzas productivas; a medida que la escasez se convierte en superabundancia; y a medida que la producción de mercancías y el intercambio mercantil son sustituidos por la planificación y la asignación conscientes.

Sólo sobre esta base puede superarse la ley del valor como regulador primario de la economía, junto con sus síntomas monetarios y materiales: precios volátiles y escasez.

«En la sociedad comunista, el Estado y el dinero desaparecerán», explica Trotsky, «y su agonía progresiva debe comenzar en el régimen soviético». Pero, subraya, «El dinero no puede ser ‘abolido’ arbitrariamente»:

«El fetichismo y el dinero sólo recibirán el golpe de gracia cuando el crecimiento ininterrumpido de la riqueza social libre a los bípedos de la avaricia por cada minuto suplementario de trabajo y del miedo humillante por la magnitud de sus raciones.»

La existencia del mercado negro y la escasez generalizada eran una clara indicación de que las condiciones materiales para la desaparición de las mercancías, el dinero y la ley del valor -las condiciones para un auténtico comunismo- no existían bajo el comunismo de guerra.

La productividad del trabajo era escasa. Cada «minuto sobrante de trabajo» era precioso. El «tamaño de la propia ración» era realmente humillante.

En estas condiciones, la ley del valor no se debilitó, sino que se afirmó con mayor fuerza, como lo demuestra el hecho de que los trabajadores tuvieran que recurrir al trueque, la forma más elemental de intercambio.

Por tanto, el «comunismo de guerra» representó más un retroceso que un avance hacia la construcción de una sociedad comunista.

Los ultraizquierdistas habían cometido un grave error teórico: suponer que la revolución había anulado de un plumazo las leyes del capitalismo; que la propiedad estatal bastaba para trascender la ley del valor. Este grave error sería repetido más tarde por los estalinistas.

La Nueva Política Económica

A finales de 1920, las tornas habían cambiado a favor del Ejército Rojo. Esto proporcionó cierto respiro, una oportunidad para que los bolcheviques revisaran las políticas del comunismo de guerra y planificaran los siguientes pasos.

Todo el país estaba en ruinas. Todos los aspectos de la economía -industria, agricultura, transporte- estaban destrozados. El hambre y la enfermedad acechaban la tierra. La inflación estaba fuera de control.

Este fue el sombrío contexto de los debates en el seno del partido que comenzaron a principios de 1921 y culminaron en lo que llegó a conocerse como la Nueva Política Económica (NEP).

El problema más acuciante era la escasez de alimentos. Era necesario obtener más grano del campesinado. Pero la prodrazvyorstka (requisa) había agotado sus posibilidades.

A medida que se alejaba la amenaza de la reacción blanca -y con ella el peligro del regreso de los terratenientes-, los campesinos se volvían aún menos tolerantes con las confiscaciones del Estado. Esto llevó a estallidos de rebelión en el campo, que llegaron a su punto álgido con la revuelta de Kronstadt en marzo de 1921.

Estas revueltas eran sintomáticas, demostraban que la configuración existente era insostenible; que los antagonismos de clase estaban lejos de resolverse; que el comunismo de guerra no representaba los cimientos de un salto hacia el socialismo, como imaginaban los ultraizquierdistas utópicos.

Así pues, el gobierno cambió de vía. La requisición de grano fue sustituida por un impuesto progresivo en especie. Los campesinos tendrían que entregar una parte de su cosecha, pero tendrían derecho a vender cualquier excedente por encima de esta cantidad a través de canales privados. La obligación fue sustituida por el incentivo.

Pero este paso aparentemente pequeño adquirió una lógica propia y se convirtió en una bola de nieve que nadie había previsto.

En primer lugar, para que el campesinado vendiera su grano, era necesario que hubiera otros bienes -ropa, productos manufacturados y otros alimentos- en los que gastar el dinero recién adquirido.

Esto significaba aumentar la producción de bienes de consumo. Pero las industrias estatales estaban paralizadas. Y los recursos necesarios para repararlas no podían conseguirse por arte de magia.

Una revolución exitosa en los países capitalistas avanzados habría resuelto el problema. Pero el capitalismo había sobrevivido a la primera oleada revolucionaria de posguerra, que había alcanzado su punto álgido en 1919.

Por ello, el gobierno bolchevique se vio obligado a apoyarse en pequeños productores privados: artesanos, cooperativas e industrias caseras, que no requerían grandes inversiones iniciales. Del mismo modo, las empresas nacionalizadas de las industrias más ligeras fueron arrendadas a empresarios privados y se les permitió producir con ánimo de lucro.

Todo ello condujo a otra exigencia: la supresión de los controles de precios y la legalización de los mercados, para proporcionar a los campesinos un medio de vender sus excedentes, distribuir los alimentos del campo a las ciudades y llevar los productos manufacturados a los pueblos.

Esto dio lugar a los famosos «hombres de la NEP»: comerciantes y vendedores ambulantes -que ya andaban sueltos bajo el comunismo de guerra dirigiendo mercados negros- que facilitaban esta red de comercio privado, embolsándose una buena suma por el camino.

La siguiente consecuencia lógica fue la necesidad de estabilizar la moneda. ¿Cómo podría existir el comercio privado sin un medio de cambio fiable y precios estables?

Esto planteó otras cuestiones, que se abordaron durante los debates sobre la NEP en el X Congreso del partido, celebrado en marzo de 1921. Como informa E. H. Carr:

La estabilización de la moneda no podía llevarse a cabo mientras la imprenta siguiera produciendo una cantidad ilimitada de rublos; la imprenta no podía ser controlada hasta que el gobierno encontrara otra forma de cuadrar las cuentas; y era impensable reducir el gasto público dentro de los límites de cualquier ingreso que pudiera recaudar hasta que el Estado no se liberara de los inmensos costes de mantener la industria estatal y los trabajadores que trabajaban en ella.

En resumen, el régimen económico inflacionista debía ser sustituido por otro de monetarismo y austeridad.

En julio de 1922, en un intento de contener la hiperinflación desenfrenada (que superaba el 7.000% ), el antiguo rublo devaluado fue sustituido oficialmente por una nueva moneda respaldada en oro: los chervonets.

Se inicia un proceso de «racionalización» en la industria estatal, conocido como khozraschet. Las empresas estatales ya no podían depender del Banco Nacional. En su lugar, tuvieron que actuar como empresas autosuficientes, que funcionaban según principios comerciales: gestionando sus propias cuentas; recortando costes; mejorando la eficiencia; tratando directamente con productores y distribuidores en el mercado; y tratando de generar un superávit (pero no funcionando para el beneficio de empresarios individuales).

Las empresas estatales «no rentables» (principalmente las más pequeñas) fueron arrendadas bajo gestión privada, pagando un alquiler en especie, o fueron consolidadas dentro de los trusts. Pero, junto con la banca, todas las industrias más importantes -los verdaderos pilares fundamentales de la economía- permanecieron bajo control estatal, empleando al grueso de los trabajadores industriales.

Para equilibrar las cuentas, las empresas estatales tuvieron que reducir sus costes. Esto condujo a una venta masiva de activos. El resultado fue un exceso de bienes industriales en el mercado, en un momento de demanda deprimida. Los precios bajaron en comparación con los de los productos agrícolas, lo que benefició al campesinado a expensas de los productores y consumidores urbanos.

Estas empresas también se vieron obligadas a realizar despidos masivos. Volvió el «ejército de reserva de mano de obra» del capitalismo. Además, el khozraschet exigió que se volviera a pagar a los trabajadores en salarios monetarios, con primas para incentivar un trabajo más duro.

Esto supuso un duro golpe para la clase obrera; un cambio radical respecto a la movilización de la mano de obra vista bajo el comunismo de guerra, cuando el empleo y la subsistencia básica estaban garantizados. «Esta cruda forma de disciplina laboral», señala Carr, «fue rápidamente sustituida por el viejo ‘látigo económico’ del capitalismo».

«El trabajo como obligación legal», señala, «fue sucedido por el trabajo como necesidad económica; el miedo a las penas legales sustituido como sanción por el miedo al hambre».

«En menos de un año», concluye Carr, «la NEP había reproducido las características esenciales de una economía capitalista».

Acumulación socialista primitiva

A partir del acto inicial de permitir a los campesinos vender los excedentes de grano, se había producido una transformación en toda la economía. Tirando de este único hilo, el comunismo de guerra se deshizo.

Los plenos efectos de la reintroducción de las relaciones de mercado en la agricultura pueden haber sido imprevistos, pero no accidentales. El desmantelamiento del comunismo de guerra expresaba una cierta necesidad.

Las diferentes partes de la NEP constituían un todo interconectado. El primer paso en dirección al mercado llevó al gobierno mucho más lejos de lo que nadie había previsto inicialmente. Las presiones objetivas se impusieron, dejando de lado los deseos subjetivos.

La Unión Soviética no había escapado, ni podía hacerlo, a las leyes del capitalismo. Al mismo tiempo, sin embargo, el Estado obrero no estaba completamente indefenso ante las fuerzas del mercado. 

«El estado obrero, aunque ha puesto su economía en el plano comercial, no renuncia sin embargo, incluso en el más próximo período, a ejecutar su plan económico.», explicaba Trotsky en 1922, «no renuncia, sin embargo, a los comienzos de la economía planificada, ni siquiera para el período inmediatamente venidero.»

«El hecho que toda la red ferroviaria y la aplastante mayoría de las empresas industriales ya estén explotadas directamente a cuenta del estado y financiadas por este último», continuó, «hace inevitable la concomitancia de un control del estado centralizado sobre esas empresas con un control automático del mercado.»

La tarea del Estado soviético, según Trotsky, era «ayudar a eliminar el mercado lo más rápidamente posible».

Es importante destacar que el Estado obrero debe utilizar su control sobre el crédito, el comercio exterior y los impuestos para canalizar los recursos hacia la industria estatal.

El monopolio estatal sobre el comercio exterior era una parte esencial de esto. Y tanto Lenin como Trotsky se opusieron a cualquier sugerencia de abolirlo o relajarlo. Esto, subrayaron, fortalecería a los kulaks y a los hombres de la NEP, a expensas del Estado obrero y de la economía planificada.

Estas palancas fiscales y financieras en manos del Estado, esbozó Trotsky, «permiten aplicar a la economía del estado una porción, que no deja de crecer, de los ingresos del capital privado, y ello no solamente en el dominio de la agricultura (impuesto en especie) sino también en el del comercio y la industria».

De este modo, el sector privado se vería «obligado a pagar tributo» a lo que Trotsky llamó «acumulación socialista primitiva», en un guiño al concepto de Marx de la acumulación primitiva de capital.

La lucha entre estas dos fuerzas sociales -que reflejan las presiones de la producción de mercancías y el mercado, por un lado, y la planificación estatal, por el otro- representó, por tanto, una característica fundamental de la economía soviética «de transición».

Las leyes y categorías económicas del capitalismo (dinero, valor, plusvalía, etc.) permanecerían por tanto bajo el Estado obrero, pero ahora de forma modificada, sujetas a un grado cada vez mayor de control consciente.

Recuperación y reconstrucción

En sus primeros años, la NEP ofreció cierto alivio. Tras la catastrófica sequía y hambruna de la región del Volga en 1921-22, las cosechas mejoraron. Y partiendo de una base baja, la industria empezó a recuperarse, principalmente restaurando fábricas en lugar de construir otras nuevas.

Aunque se había recuperado el mercado en la agricultura y el comercio, las industrias clave seguían en manos del Estado. El gobierno toma medidas para organizarlas y planificarlas mejor.

Ya en 1920, el «Consejo de Defensa» había sido restablecido como «Consejo de Trabajo y Defensa», con la responsabilidad de elaborar un plan económico para todo el país.

En los dos años siguientes se crearon el Gosplan y el Gosbank. El primero se encargaba de la planificación general a largo plazo. Esto incluía preparar previsiones, objetivos, balances y presupuestos de producción y consumo; supervisar la construcción de grandes proyectos industriales y de infraestructuras; y garantizar la coordinación entre los departamentos económicos. El segundo era el banco central soviético. 

Ambos complementaron a la Vesenkha, que siguió planificando y gestionando la industria estatal a través de sus glavki (trusts).

La recuperación económica continuó en los años siguientes, aunque con algunos reveses importantes.

La más notable fue la «crisis de las tijeras» de 1923, llamada así por la creciente divergencia entre los precios agrícolas y los industriales.

En la fase inicial de la NEP, los campesinos se beneficiaron de la subida de los precios de los cereales y de la bajada de los precios de los bienes de consumo. Ahora, como la producción agrícola crecía más rápidamente que la industrial, estos precios cambiaron de lugar en términos relativos. Mientras tanto, todos los precios aumentaban en comparación con los ingresos, a pesar de los intentos del gobierno por controlar la inflación.

Se introdujeron controles de precios sobre los bienes industriales producidos por el Estado. Pero esto sólo condujo a una mayor escasez. El resultado fue el aumento de las tensiones entre el campo y la ciudad, y el antagonismo del campesinado, que cada vez más sentía que salía perdiendo.

Este episodio puso de manifiesto la inestabilidad inherente a la economía soviética; la dificultad de lograr un crecimiento armonioso sobre la base de un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas; y las explosiones sociales que podían estallar en cualquier momento. No era tanto un caso de «tijeras» como de equilibrio sobre el filo de una navaja.

En 1925-26, la capacidad industrial existente había vuelto a funcionar en su mayor parte, y la producción agrícola e industrial alcanzaba los niveles de antes de la guerra.

La atención del partido ya no se centraba en la lucha inmediata por la supervivencia, sino en la «reconstrucción», es decir, en preparar el terreno para la siguiente fase de desarrollo de la economía. La forma que adoptaría era objeto de gran debate. 

A estas alturas, sin embargo, la discusión no se limitaba a los aciertos y errores de la política económica. Era una lucha política sobre el destino de la revolución.

Auge de la burocracia

Lenin había descrito la introducción de la NEP como un compromiso con la pequeña burguesía; una derrota y una retirada, pero en última instancia necesaria; un intento de ganar tiempo hasta que se pudiera proporcionar un salvavidas a través de revoluciones exitosas en otros lugares.

Sin embargo, con su dependencia de los métodos de mercado, la NEP tuvo importantes consecuencias políticas. Nutrió económicamente a los kulaks, comerciantes privados y otros elementos capitalistas, aumentando su peso social en comparación con la clase obrera. Paradójicamente, estas capas parasitarias se beneficiaban más del Estado obrero que los propios trabajadores.

Esto, a su vez, contribuyó al ascenso de la burocracia estalinista.

La clase obrera estaba alienada de su propio Estado y de la producción, por agotamiento. Los bolcheviques tenían que confiar en una casta de viejos funcionarios, administradores y especialistas para dirigir la sociedad. Y había una necesidad objetiva de, en palabras de Trotsky, » un agente de policía que mantenga el orden» en condiciones de necesidad generalizada.

El fortalecimiento de los hombres de la NEP y los kulaks aceleró este proceso, presionando a la burocracia para que se adaptara al nuevo marco mercantilizado, y para que se apoyara en las tendencias capitalistas de la sociedad soviética.

Por lo tanto, junto con la NEP, Lenin exigió una campaña contra la burocracia y el arribismo en el Estado y el partido, y medidas para reforzar la democracia obrera. Si se iban a hacer concesiones económicas a las capas capitalistas y pequeñoburguesas, había que contrarrestarlas con medidas políticas para fortalecer el Estado obrero.

En octubre de 1923, con Lenin incapacitado por su mala salud, Trotsky y sus partidarios fundaron la Oposición de Izquierda, para luchar contra la degeneración burocrática del partido y defender el Estado obrero como Estado obrero. Su programa incluía duras críticas a la NEP, por su papel en alimentar a los kulaks, comerciantes e intermediarios.

Al otro lado estaba la Oposición de Derecha, dirigida por Bujarin. En los tiempos del comunismo de guerra, Bujarin había estado más cerca de los ultraizquierdistas. Pero más tarde viró bruscamente en la otra dirección, convirtiéndose en un ferviente defensor de estimular el crecimiento a través de los medios del mercado, resumido en su llamamiento al campesinado: «¡Enriqueceos!»

En medio estaba la Troika: el triunvirato de Stalin, Zinóviev y Kámenev, que representaba los intereses de la creciente burocracia. Trotsky describió esta facción como «centrista», es decir, revolucionaria en el lenguaje pero reformista en los hechos. 

La muerte de Lenin en 1924 fue sin duda un duro golpe. Pero su muerte no fue el factor decisivo en la degeneración del Partido Bolchevique y del Estado soviético. Como comentó más tarde su compañera Krupskaya, si Lenin hubiera seguido vivo, también habría acabado en uno de los campos de prisioneros de Stalin.

Líneas de batalla trazadas

La cuestión de cómo debía desarrollarse industrialmente la URSS se convirtió en este periodo en un importante punto álgido de la lucha entre las alas proletaria y pequeñoburguesa del Partido Comunista.

Ambas partes estaban a favor de la industrialización. La cuestión era cómo lograrla y a qué ritmo.

Trotsky y sus partidarios pidieron que se elaborara y aplicara un plan de industrialización transformadora. Decían que debía darse prioridad a la inversión en la industria a gran escala, en fábricas que pudieran producir no sólo medios de producción (incluidos materiales como acero y productos químicos), sino también los «medios de producción de los medios de producción»: equipamiento industrial, máquinas herramienta, etc.

Para mejorar la productividad de la tierra, había que mecanizar y modernizar la agricultura. Para ello era necesario crear granjas colectivas a gran escala, ya que el actual estado primitivo y disperso de la producción campesina – repartida entre 20-25 millones de hogares – no podía dar cabida a tractores y técnicas agrícolas avanzadas.

Es importante destacar que Trotsky y la Oposición de Izquierda hicieron hincapié en que había que incentivar -no obligar- a los campesinos pobres y medios para que se unieran a las granjas colectivas, demostrándoles que éstas podían proporcionarles un mejor nivel de vida que la pequeña agricultura tradicional.

Para lograr ambos objetivos, Trotsky pidió que se emprendieran importantes obras de ingeniería. Esto incluía la construcción de una presa hidroeléctrica en el río Dniéper, para suministrar energía a una nueva oleada de fábricas y granjas modernas.

Sobre la base de tales medidas económicas sistemáticas y radicales, afirmaban Trotsky y sus partidarios, se podría lograr un enorme crecimiento en el espacio de dos planes quinquenales, muy por encima de los objetivos extremadamente modestos fijados por los burócratas del Gosplan.

Los estalinistas ridiculizaron estas sugerencias. Lenin había resumido célebremente el comunismo como «poder soviético más electrificación». Sin embargo, Stalin respondió a la propuesta de Trotsky sobre el Dniéper con la concisa réplica de que sería el equivalente a ofrecer a un campesino «un gramófono en lugar de una vaca».

Los llamamientos a un ambicioso plan quinquenal fueron tachados de irrealistas. Trotsky fue acusado de ser un «superindustrializador». Bujarin, en particular, advirtió que tales políticas conducirían a una ruptura con el campesinado.

En el fondo, estas críticas reflejaban el conservadurismo inherente a la burocracia y los intereses de la pequeña burguesía, en la que se apoyaban Stalin y Bujarin, al igual que la perspectiva del «socialismo en un solo país».

Los estalinistas, temiendo una reacción de los campesinos ante cualquier medida que ejerciera presión económica sobre el campo, pedían que la industrialización se financiara principalmente desde dentro de la propia industria estatal, mediante la reducción de costes y la mejora de la productividad en las empresas nacionalizadas.

Pero tales políticas sólo podían liberar una pequeña cantidad de recursos para reinvertirlos en nuevos medios de producción, de ahí los conservadores objetivos de crecimiento de los estalinistas en esta época.

En su lugar, Bujarin sugirió que se incentivara al campesinado para que produjera el mayor excedente posible de materias primas, que luego podrían intercambiarse por maquinaria y equipamiento industrial en el mercado mundial.

«El propio Bujarin hablaba de llegar al socialismo montado en un jamelgo campesino», señala el historiador económico Alec Nove. «Pero, ¿podría persuadirse al jamelgo campesino para que fuera en la dirección correcta? ¿Sería capaz el partido de controlarlo?».

Éstas fueron las ásperas líneas de batalla en torno a las cuales se desarrolló el debate sobre la reconstrucción de 1925-27: el preludio de la expulsión de Trotsky y la Oposición de Izquierda, los zigzagueos de los estalinistas y la aplicación burocrática del primer plan quinquenal.

Lucha teórica

La lucha entre la mayoría estalinista y la Oposición de Izquierda no sólo se libró en el plano político, sino también en el teórico.

Una obra notable fue La nueva economía, de Yevgeni Preobrazhensky. Escrita en 1926 como respuesta a las políticas de Stalin y Bujarin, fue un intento de desarrollar una teoría de la economía soviética como guía para la acción.

Preobrazhensky pretendía demostrar que el programa de la Oposición de Izquierda era correcto y necesario: correcto al destacar el potencial de una rápida industrialización; y necesario para dominar la ciencia de la planificación y el desarrollo de las fuerzas productivas según las líneas socialistas.

En comparación, argumentó que Bujarin y Stalin -que en ese momento estaban aliados- habían abandonado el socialismo científico en lo que respecta a la política económica.

Los estalinistas actuaban empíricamente, movidos por el «pragmatismo» y los estrechos intereses burocráticos, no por consideraciones teóricas. Al igual que los economistas burgueses de hoy, no tenían una comprensión real de su propio sistema.

La burocracia y sus representantes se vieron empujados por los acontecimientos. Sin reconocerlo, aplicaban una política totalmente conforme a la ley del valor, cuya conclusión lógica era la plena reintegración de la URSS en el mercado mundial capitalista.  

Marx explicaba que, en un sistema de mercado sin obstáculos, el capital fluye hacia los sectores que proporcionan la mayor tasa de beneficios. Aplicado a Rusia en los años de la NEP, esto significaba dirigir la inversión hacia la agricultura, dado lo que los economistas burgueses llamarían la «ventaja comparativa» del país: su abundancia de mano de obra rural, comparada con su escasez de maquinaria. Y esto, en esencia, es lo que pedían Bujarin y Stalin.

La Oposición de Izquierda explicó que las sugerencias de los estalinistas no conducirían al socialismo, sino al retorno del capitalismo. En lugar de desarrollar la industria estatal, esta estrategia sólo haría que la economía soviética dependiera más de la exportación de materias primas, como un país colonial.

Además, al insistir en que el desarrollo industrial debía autofinanciarse desde el sector estatal, los estalinistas garantizaban un ritmo lento de crecimiento económico y, por tanto, una brecha cada vez mayor entre la Unión Soviética y los países capitalistas avanzados.

Sobre esta base, Rusia no se industrializaría, sino que se mantendría en un estado de atraso permanente, bajo el dominio del imperialismo y del mercado mundial.

Al mismo tiempo, al centrarse en la producción agrícola, se fortalecería la posición de los campesinos más ricos. Con el tiempo, esto produciría un conflicto entre el campo y el Estado obrero, en el que los campesinos ricos exigirían un acceso directo y libre al mercado mundial en sus propios términos.

A menos que se tomaran medidas activas para subvertir este proceso y privar al sector privado de su riqueza, enfatizaron Trotsky y Preobrazhensky, la acumulación continuaría a favor de los elementos capitalistas de la sociedad.

En conjunto, estas presiones plantearían en última instancia la cuestión -y el peligro- de la restauración capitalista.

En su lugar, Trotsky y la Oposición de Izquierda enfatizaron la necesidad de lo que llamaron la «ley de la acumulación socialista primitiva» .

Como se ha explicado anteriormente, este término establecía una analogía con la fase más temprana del capitalismo, cuando el incipiente sistema burgués aún estaba reuniendo la riqueza y los recursos necesarios para desarrollar la industria sobre la base del beneficio.

Este desarrollo capitalista preliminar, explicó Marx en El Capital, no se basaba en el intercambio equitativo, es decir, en la adhesión a la ley del valor, sino en el pillaje y el saqueo, a través del colonialismo, la esclavitud y la fuerza del Estado.

Del mismo modo, la Oposición de Izquierda argumentaba que, debido a su atraso y aislamiento, la Unión Soviética tendría que acumular los recursos para la industrialización mediante un intercambio desigual con los sectores no estatales de la economía. Esto, argumentaban, era una necesidad inevitable que debía ser comprendida y traducida en la política del partido en consecuencia.

En la práctica, esto significaba fijar precios, imponer impuestos y utilizar el monopolio del Estado sobre las finanzas y el comercio exterior, de modo que los recursos fluyeran desde los campesinos y los comerciantes privados hacia el Estado obrero.

Sobre esta base, la acumulación podría acelerarse en el sector estatal, principalmente a expensas de los kulaks y los hombres de la NEP, y el país podría convertirse en una potencia industrial moderna. Sin esto, la economía soviética seguiría atrasada, dependiendo de una masa de mano de obra poco productiva.

La acumulación socialista primitiva sería necesaria hasta que las fuerzas productivas estuvieran suficientemente desarrolladas y la planificación socialista fuera victoriosa – hasta que se alcanzara la primera fase del comunismo, y el Estado, el dinero y los antagonismos de clase pudieran empezar a extinguirse.

En este sentido, las exigencias de la acumulación socialista primitiva eran para el régimen soviético de transición una ley tan objetiva como la ley del valor, que también se hizo sentir.

Tanto Trotsky como Preobrazhensky subrayaron, sin embargo, que la ley del valor no había desaparecido. La prevalencia de las relaciones de mercado, tanto interna como externamente, mantenía esta presión, al igual que la inmadurez de las fuerzas productivas y las continuas condiciones de escasez.

Estos factores objetivos limitaban a los planificadores soviéticos. La economía no podía crecer a un ritmo arbitrario y vertiginoso. Esto provocaría escasez, inflación y estallidos sociales, todos ellos síntomas de la ley del valor.

Pero la potencia de la ley se había visto atenuada por la creciente fuerza del sector estatal y de la planificación. La asignación de mano de obra y medios de producción ya no estaba regulada simplemente por las fuerzas ciegas del mercado, sino también por la contabilidad y la organización.

Como dijo Preobrazhensky, ahora había «una nueva forma de lograr el equilibrio en el sistema económico, asegurado por el gran papel de la previsión consciente y el cálculo práctico de la necesidad económica.»

«Operan al mismo tiempo dos leyes con tendencias diametralmente opuestas», afirmó Preobrazhensky. En la ley del valor, «nuestro pasado pesa sobre nosotros, se esfuerza obstinadamente por seguir existiendo y hacer retroceder la rueda de la historia». A la inversa:

Cuanto más organizada está la economía estatal, cuanto más estrechamente unidos están sus diferentes eslabones por un plan económico operativo… más fuerte es su resistencia a la ley del valor, mayor es su influencia activa sobre las leyes de la producción de mercancías, más se transforma ella misma… en el factor de regularidad más importante de toda la economía.»

Del mismo modo, el teórico marxista Ted Grant explicó que en una sociedad de transición, que intenta avanzar hacia el socialismo, «se aplican algunas leyes propias al capitalismo y otras propias al socialismo. Después de todo este es el significado de transición».

Se trataba, en esencia, de una batalla entre el viejo modo de producción y la nueva sociedad que pugnaba por nacer.

Trotsky compartía la valoración de Preobrazhensky de la necesidad de una «acumulación socialista primitiva». Pero argumentó enérgicamente contra cualquier aplicación burda y mecánica del concepto.

Un desarrollo armonioso era vital -sobre todo desde el punto de vista político – para mantener el vínculo entre la clase obrera urbana y las masas campesinas pobres. No se puede sugerir el «saqueo» del campesinado, como el capitalismo europeo había hecho con sus colonias.

El crédito, los impuestos y la fijación de precios deben orientarse hacia un «intercambio desigual», esbozó Trotsky, favoreciendo a las ciudades y a la industria frente al campo. Pero no hay que llevar las cosas al punto de crisis, provocando un enfrentamiento abierto entre el campesinado y el Estado obrero.

Además, Trotsky subrayó que el nivel de vida no debía sacrificarse alegremente para garantizar el ritmo más rápido posible de industrialización. Los obreros y los campesinos deben poder sentir que se está progresando.

Sobre todo, subrayó Trotsky, la reivindicación de la «acumulación socialista primitiva» no debe asociarse a la del «socialismo en un solo país», como propugnan los estalinistas.

Incluso si el programa económico de la Oposición de Izquierda hubiera sido adoptado en su totalidad, esto por sí solo no habría llevado a la instauración del socialismo, mientras la Unión Soviética permaneciera aislada y rodeada por el mercado capitalista. No había solución sin una revolución mundial.

Colectivización forzosa

El peligro del enfoque empírico de los estalinistas no tardó en hacerse evidente.

Tras derrotar a Trotsky y a la Oposición Unida en el XV Congreso del partido, en diciembre de 1927, Stalin empezó a vestirse con sus ropajes y a virar hacia la izquierda. De repente se convirtió en un defensor de la industrialización rápida y empezó a amonestar a Bujarin y a la Oposición de Derecha por adaptarse a las tendencias burguesas.

Había factores económicos que empujaban a este giro de 180 grados. Como había advertido la Oposición de Izquierda, los kulaks y los campesinos ricos se habían envalentonado con la NEP. Y se resistieron a cualquier intento de frenarlos. En particular, eran hostiles a la socialización de la agricultura, que amenazaba sus intereses.

Sin embargo, sin colectivización, y a su vez mecanización y electrificación, era imposible mejorar la productividad de la tierra. Y sin un mayor rendimiento de los cultivos, no había forma de alimentar a la creciente población urbana, componente necesario de la industrialización.

«El campesinado», comenta Carr, «se vería obligado a suministrar cantidades cada vez mayores de productos agrícolas a las ciudades e industrias en expansión». Si esto «impusiera una presión demasiado grande sobre el campesino», sin embargo, «reduciría sus entregas de productos agrícolas, acapararía sus excedentes, reduciría sus siembras para el mercado y se replegaría a la autosuficiencia».

«Sobre esta delicada cuestión iban a girar las relaciones entre el régimen y el campesinado», concluye Carr.

Preocupados por purgar a la izquierda, los estalinistas ignoraron este conflicto latente durante un tiempo. Pero el deterioro del abastecimiento de grano a finales de 1927 puso las cosas en su sitio.

A medida que se cumplían las advertencias de la Oposición de Izquierda, la burocracia se vio obligada a llevar a cabo una política de «acumulación socialista primitiva», pero de la manera más torpe y reaccionaria. 

Tras haberse apoyado en la pequeña burguesía para asestar golpes a la izquierda, Stalin se apoyaba ahora en la clase obrera para asestar golpes a la derecha, en ambos casos para reforzar su propia posición y poder.

Este brusco giro desorientó a muchos de los que se habían alineado con Trotsky. Esto incluía a Preobrazhensky, que concluyó que, puesto que la burocracia estaba ahora llevando a cabo su propia versión de sus recomendaciones, había llegado el momento de «hacer las paces con la mayoría del partido sobre la base del nuevo curso.»

Trotsky, por su parte, predijo que el giro de los estalinistas no conduciría al socialismo, sino al desastre, y a un mayor fortalecimiento de la burocracia reaccionaria.

Los acontecimientos no tardaron en confirmar sus predicciones. Sin productos manufacturados que ofrecer a cambio de grano, el gobierno recurrió a medidas represivas para resolver la crisis agrícola.

Desde principios de 1928, la burocracia estalinista emprendió una campaña cada vez más coercitiva contra los kulaks y su acaparamiento y especulación. Pero los funcionarios del Estado no solían hacer distinciones entre las capas más ricas y los campesinos medios y pobres, obligando a estos últimos a echarse en brazos de las primeras. Los recuerdos del comunismo de guerra aún estaban frescos.

Muy pronto, Stalin exigió la colectivización forzosa y la «liquidación de los kulaks como clase». Pero esto no hizo sino agravar la crisis alimentaria. 

Como el Estado acaparaba todo el grano que podía, quedaba poco en el campo para alimentar a los campesinos y su ganado. Esto también significaba menos caballos y estiércol para los campos, lo que afectaba aún más a los rendimientos.

En 1932, la producción agrícola había caído al 73% de su nivel de 1928. En las ciudades se formaron colas para comprar pan. Volvió el racionamiento. Reaparecieron los «hombres del saco». Y millones de personas murieron de desnutrición y enfermedades.

Objetivos y crisis

En un segundo plano, los funcionarios de Gosplan y Vesenkha se afanan en formular el primer plan quinquenal. Después de haber sido presionados para que moderaran sus propuestas, los objetivos hiperambiciosos eran ahora la norma.

Entre los economistas soviéticos se debatía si la planificación debía ser «genética» o «teleológica». Los partidarios de la primera creían que la planificación debía limitarse a prever los cambios económicos orgánicos y anárquicos. Los partidarios de la segunda insistieron en la necesidad de fijar objetivos y moldear la sociedad en consecuencia mediante esfuerzos conscientes.

En términos generales, los «genetistas» estaban asociados con la derecha y con una mayor confianza en los métodos de mercado para lograr el equilibrio económico. Los «teleólogos» reflejaban la perspectiva subjetivista de la burocracia estalinista: la creencia de que la planificación de la producción requería simplemente fuerza de voluntad y mano dura.

Fueron las opiniones de los teleólogos y los estalinistas las que moldearon el primer plan quinquenal, lanzado oficialmente en octubre de 1928. Pero sus objetivos no se aprobaron formalmente hasta la primavera siguiente, una vez derrotada la oposición de derechas. La NEP había terminado.

A pesar de sus limitaciones burocráticas y sus costes sociales, la planificación soviética generó un enorme progreso. Incluso las estimaciones burguesas sugieren que la economía creció en torno al 62-72 por ciento bajo el primer y segundo plan quinquenal, entre 1928-37. La producción per cápita aumentó un 60 por ciento. La producción per cápita aumentó un 60%.

La industria se desarrolló y reequipó rápidamente. El país se transformó gracias a proyectos impresionantes como la presa hidroeléctrica del Dniéper, cuya construcción comenzó en 1927, sólo unos meses después de haber sido desestimada por Stalin. La educación y la sanidad experimentaron mejoras espectaculares. La Unión Soviética salió de su atraso y entró en la era moderna.

En ese mismo periodo, mientras tanto, las economías occidentales se veían sacudidas por la crisis más profunda de la historia del capitalismo: la Gran Depresión.

Sin embargo, desde el principio, el potencial de la planificación se vio obstaculizado por el enfoque poco científico y autoritario de la burocracia soviética. Puede que Stalin y sus apparatchiks hubieran cambiado de tono desde los días de la NEP, pero todos sus defectos burocráticos permanecían.

Bujarin había llamado a la industria a adaptarse a la agricultura, a ser esclava del campesinado. Pero ahora los planificadores burocráticos fijaban objetivos sin preocuparse de los auténticos límites físicos, productivos o políticos.

Se ignoraron los consejos de ingenieros y especialistas, así como los datos y modelos científicos, en favor de objetivos basados en el prestigio y no en los hechos. El objetivo declarado era alcanzar a las potencias imperialistas lo antes posible y a cualquier precio.

El conservadurismo de los estalinistas en los años de la NEP fue sustituido ahora por el aventurerismo. Pero la filosofía subyacente a ambos enfoques era la misma: empirismo y subjetivismo, la idea de que la economía soviética no se regía por leyes y límites objetivos que era necesario comprender para orientar las decisiones.

Como afirmó con franqueza Stanislav Strumilin, uno de los arquitectos del primer plan quinquenal:

«Nuestra tarea no es estudiar economía, sino cambiarla. No estamos sujetos a ninguna ley. No hay fortalezas que los bolcheviques no puedan asaltar. La cuestión del tempo [de la industrialización] está sujeta a la decisión de los seres humanos.»

Pero a pesar de las vanagloriosas declaraciones de la burocracia, el desarrollo de la economía soviética bajo el primer plan quinquenal estuvo lejos de ser una marcha ascendente ininterrumpida. Hubo momentos en los que el crecimiento se tambaleó. En 1931-32 se produjo una brusca desaceleración.

La Unión Soviética se enfrentaba a algo que ni siquiera los bolcheviques pudieron «asaltar»: las limitaciones impuestas por su propia dinámica interna y por la presión externa del capitalismo mundial.

Los sectarios superficiales interpretaron esta evidencia en el sentido de que la Unión Soviética era una forma de «capitalismo de Estado». Pero las crisis económicas de la URSS eran de una naturaleza fundamentalmente diferente a las observadas bajo el capitalismo.

Las crisis económicas bajo el capitalismo son, en su raíz, el resultado de la sobreproducción: un exceso generalizado de acumulación de capital en toda la economía; una contradicción fundamental, derivada de la ley del valor y de los orígenes del beneficio (plusvalía): el trabajo no remunerado de la clase obrera.

Las crisis de la Unión Soviética, por el contrario, eran crisis de subproducción, derivadas de la planificación burocrática; de los dirigentes estalinistas que fijaban objetivos poco realistas y luego forzaban a toda la economía a cumplirlos, creando desgarros y rupturas, desproporciones y cuellos de botella, escasez e inflación. 

La crisis en el capitalismo es una indicación de que las fuerzas productivas han superado los límites del mercado, que la acumulación capitalista ha ido demasiado lejos, lo que se expresa en un exceso de mercancías sin vender.

La crisis en la economía soviética burocráticamente planificada era una señal de que los objetivos habían sobrepasado los límites de las fuerzas productivas, que la acumulación socialista no había ido lo suficientemente lejos, expresada en filas de estanterías vacías.

Como comenta Ted Grant:

«El Estado puede ahora regular, pero no arbitrariamente, sólo dentro de los límites de la ley del valor. Cualquier intento de violarla y pasar más allá de los límites estrictos impuestos por el desarrollo de las fuerzas productivas, inmediatamente termina en la reafirmación de la dominación de la producción sobre el productor… La ley del valor no es eliminada, sino que es modificada

Tras oponerse a las leyes del mercado capitalista, la burocracia se encontró con otras leyes que no comprendía. Esto tendría importantes consecuencias para el destino de la URSS.

Ciencia de la planificación

A medida que el primer plan quinquenal llegaba a su fin, era evidente que los problemas se acumulaban en la economía soviética. Sin embargo, la burocracia hizo la vista gorda y siguió adelante con el segundo plan quinquenal, fijando objetivos aún más ridículos y silenciando a quienes protestaban.

Aumentó la tensión entre las ciudades y el campo. Crecieron los desequilibrios entre los distintos sectores de la economía. La cantidad y la calidad de los productos se deterioraron. Los trabajadores se vieron sometidos a un esfuerzo físico desmesurado, obligados a trabajar jornadas demenciales y a vivir en condiciones de hacinamiento y deterioro. Las purgas de Stalin agravaron las contradicciones.

Trotsky observó estos desastres desde el exilio, tras haber sido expulsado de la URSS en 1929.

«Todo el problema es que los salvajes saltos de la industrialización han llevado a los diversos elementos del plan a una grave contradicción entre sí», escribió en 1932. «El problema es que los instrumentos sociales y políticos para determinar la eficacia del plan se han roto o destrozado. El problema es que las desproporciones acumuladas amenazan con sorpresas cada vez mayores.»

«El quid de la cuestión es que no hemos entrado en el socialismo», continuó. «Estamos lejos de dominar los métodos de la regulación planificada. Estamos cumpliendo sólo la primera hipótesis aproximada, cumpliéndola mal, y con los faros aún sin encender. Las crisis no sólo son posibles, sino inevitables».

El problema era el enfoque burocrático de la planificación soviética, derivado de la privación de derechos de la clase obrera en la gestión de la sociedad; de la naturaleza deformada del Estado obrero.

La planificación es una ciencia que hay que poner a prueba, explicó Trotsky. «Es imposible crear a priori un sistema completo de armonía económica», advirtió. «Sólo la regulación continua del plan en el proceso de su cumplimiento, su reconstrucción en parte y en su conjunto puede garantizar la eficacia económica».

No existe una «mente universal», subraya, que pueda «elaborar un plan económico impecable y exhaustivo, empezando por el número de acres de trigo hasta el último botón de un chaleco».

Y, sin embargo, eso es exactamente lo que intentaba la burocracia, calcular los balances físicos -entradas y salidas de todos los principales materiales e industrias estatales- de arriba abajo, desde la comodidad de sus oficinas de Moscú, con escasa conexión con la realidad sobre el terreno.

En cambio, Trotsky continuó:

«Los innumerables protagonistas de la economía, estatal y privada, colectiva e individual, no sólo harán pesar sus necesidades y su fuerza relativa a través de las determinaciones estadísticas del plan sino también de la presión directa de la oferta y la demanda.»

En el período de transición, Trotsky subrayó: «El mercado controla y, en considerable medida, realiza el plan…  Los anteproyectos de los departamentos deben demos­trar su eficacia económica a través del cálculo comer­cial».

En otras palabras, el Estado obrero tendría que utilizar las señales de los precios para probar, corroborar y actualizar cualquier plan económico; para identificar los puntos conflictivos y las carencias; y con ello, para asignar conscientemente los recursos y la inversión con el fin de lograr un desarrollo armonioso y un crecimiento equilibrado.

Un régimen proletario sano no sería una víctima indefensa e ignorante de la ley del valor, sino que esgrimiría esta ley como una herramienta entre muchas otras para planificar la producción y la distribución. «El socialismo no arroja de su seno al dinero como medio de contabilidad económica creado por el capitalismo sino que lo socializa,» señaló Trotsky.

Esto, a su vez, requería una moneda estable. Pero la burocracia estaba socavando la capacidad de los chervonets para actuar como patrón monetario fiable al recurrir a la imprenta para tapar agujeros en el presupuesto.

Al igual que los bolcheviques de ultraizquierda habían sido complacientes con la amenaza de la inflación a principios de la década de 1920, los estalinistas estaban ahora lamentablemente equivocados al imaginar que estaban libres de las garras de la ley del valor y de la circulación monetaria.

«Elaborar un plan con una valuta [comercio exterior] inestable es lo mismo que trazar los planos de una máquina con un compás flojo y una regla torcida», declaró Trotsky. «Esto es exactamente lo que está ocurriendo. La inflación del chervonets es una de las consecuencias y a la vez uno de los instrumentos más perniciosos de la desorganización burocrática de la economía soviética.»

Según Trotsky, la planificación no es sólo una ciencia, sino un arte que debe aprenderse con la experiencia.

«El arte de la planificación socialista no cae del cielo ni está plenamente maduro cuando se toma el poder», esbozó. «Por ser parte de la nueva economía y de la nueva cultu­ra sólo lo pueden dominar en la lucha, paso a paso, no unos cuantos elegidos sino millones de personas».

Esto era una cuestión de vida o muerte para la república socialista y para la construcción del comunismo en cualquier lugar: los instrumentos científicos de planificación -como las previsiones y las estadísticas, los balances de materiales y las señales de precios- deben complementarse con una estructura sana de democracia obrera.

Esto significaba recabar información sobre la producción y el consumo de los comités de empresa, los sindicatos y los representantes electos; cotejar continuamente los planes con los hechos e introducir las modificaciones necesarias; e implicar a la clase trabajadora organizada en la gestión de la sociedad.

«Sólo se puede imprimir una orienta­ción correcta a la economía de la etapa de transición por medio de la interrelación de estos tres elementos: la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética», concluye Trotsky, añadiendo:

«Sólo de esta manera se podrá garantizar, no la superación total de las contradicciones y despro­porciones en unos pocos años (¡eso es utópico!) sino su mitigación, y en consecuencia el fortalecimiento de las bases materiales de la dictadura del proletariado hasta el momento en que una revolución nueva y triunfante amplíe la perspectiva de la planificación socialista y reconstruya el sistema.»

Lucha por el comunismo

Mientras el monstruoso Estado estalinista ejecutaba comunistas, despojaba de derechos democráticos y estrangulaba la revolución española, anunciaba con orgullo que: «Todavía no hemos, por supuesto, completado el comunismo… pero ya hemos alcanzado el socialismo, es decir, la etapa más baja del comunismo».

Trotsky hizo la siguiente evaluación mordaz de esta afirmación:

Si la sociedad que debía formarse sobre la base de la socialización de las fuerzas productivas de los países más avanzados del capitalismo representaba para Marx la ‘etapa inferior del comunismo’, esta definición no se aplica seguramente a la URSS que sigue siendo, a ese respecto, mucho más pobre en cuanto a técnica, a bienes y a cultura que los países capitalistas.

«Es más exacto, pues», continuó, «llamar al régimen soviético actual, con todas sus contradicciones, transitorio entre el capitalismo y el socialismo, o preparatorio al socialismo, y no socialista

En 1959, el líder soviético Nikita Kruschev volvió a repetir las afirmaciones de los estalinistas. Habiendo completado el periodo de construcción socialista, declaró, la URSS estaba lista para dar su «primer paso hacia el comunismo».

Pero a pesar de tales proclamaciones, el objetivo del comunismo nunca se alcanzó en la Unión Soviética en ninguna de sus formas.

La URSS siguió siendo en todo momento un régimen de transición entre el capitalismo y el socialismo. Y en la naturaleza de cualquier régimen de este tipo está el potencial no sólo de progreso, hacia el socialismo, sino también de regresión, hacia el pleno retorno del capitalismo.

A lo largo de las décadas, sobre la base de la planificación, se produjeron avances increíbles en términos de industria y educación. Al mismo tiempo, sin embargo, la burocracia creció hasta convertirse en un tumor debilitador que drenaba lentamente toda la vida de la economía y la sociedad.

En última instancia, esto no condujo al comunismo, sino a la restauración capitalista. Entonces, como ahora, el único camino era la revolución socialista internacional.

Hoy, sobre la base del desarrollo de las fuerzas productivas a escala internacional, las condiciones para el socialismo nunca han sido más favorables.

El proceso de planificación de la producción sería incalculablemente más fácil gracias a la tecnología y las técnicas que se han desarrollado bajo el capitalismo monopolista.

Además, el tamaño, la fuerza y el nivel cultural de la clase obrera -en todos los países- es muy superior al que existía hace un siglo en Rusia. Los trabajadores disponen de competencias y conocimientos más que suficientes para dirigir la economía.

Tras la revolución en los países capitalistas avanzados, con lo último en ciencia, innovaciones e industria, el salto a la primera fase del comunismo podría producirse en el espacio de una generación.

Sin embargo, incluso en este punto, las leyes económicas no desaparecerán por completo. La ley del valor habrá sido primero sometida, y luego disuelta por completo. Pero seguiremos siendo seres materiales. Seguirá habiendo leyes objetivas que rijan la sociedad.

La auténtica libertad bajo el comunismo no vendrá de imaginarnos que estamos libres de tales fuerzas, sino de comprender la necesidad – y aprovechar este conocimiento en nuestro beneficio, para transformar el mundo que nos rodea.

«El control y la planificación, sin embargo, en sus primeras etapas, tendrán lugar dentro de unos límites determinados», explica Ted Grant. «Esos límites estarán determinados en el nuevo orden social por el nivel tecnológico existente. La sociedad no puede pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad de la noche a la mañana.»

«El reino de la libertad solo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda, pues, conforme a la naturaleza de la cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción material.», subraya Marx. «Así como el salvaje tiene que luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para encontrar el sustento de su vida y reproducirla, el hombre civilizado tiene que hacer lo mismo, bajo todas las formas sociales y bajo todos los posibles sistemas de producción.»

Marx concluye:

«En una fase superior de la sociedad comunista, … cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!».

Este es el futuro comunista por el que debemos organizarnos y luchar.

AmSoc35

Referencias

50 años de la revolución etíope

  1. The Ethiopian People’s Revolutionary Party Program, printed by the Ethiopian Students Union in North America, 1975, pg 1
  2. A Tiruneh, The Ethiopian Revolution (1974 to 1984), Cambridge University Press, 1993, pg 51
  3. A Bertha, A political history of the Tigray People’s Liberation Front, Tsehai Publishers, 2009, pg 54
  4.  A Tiruneh, The Ethiopian Revolution (1974 to 1984), Cambridge University Press, 1993, pg 64
  5.  ibid. pg 63
  6.  ibid. pg 72
  7.  ibid. pg 104
  8.  ibid. pg 152
  9.  ibid. pg 139
  10.  T Grant, “The Colonial Revolution and the Deformed Workers’ States”, in The Unbroken Thread, Fortress, 1989, pg 349-350
  11. ibid. pg 355
  12. ibid. pg 345-346
  13. ibid. pg 363
  14. J Wiebel, “The Ethiopian Red Terror”, in T. Spear (Ed.), Oxford research encyclopedia of African history, Oxford University Press, 2017 pg 20
  15. See B Tola, To Kill a Generation, Free Ethiopia Press, 1989

Los Condenados de la tierra de Frantz Fnaon: Una crítica marxista

  1.  F Fanon, Toward the African Revolution, Grove Press, 1988, pg 76, 90
  2.  Fanon, Los Condenados de la tierra, Fondo de Cultura Económica, México, 1963, pág. 98
  3. Ibid. 67
  4. Ibid. 140
  5. Ibid. 161
  6. Ibid. 182
  7.  V. I. Lenin, Informe de la Comisión para los Problemas Nacional y Colonial, 26 de julio 1920
  8. Fanon Los Condenados de la Tierra, Fondo de Cultura Económica, México, 1963 pág. 34
  9. Ibid. pág. 54
  10. Ibid. pág. 119
  11. Ibid. pág. 125
  12. Ibid. pág. 100, énfasis añadido
  13.  Vease: A Aabid, ‘La grève historique des dockers d’Oran’, El Watan, 13 febrero 2010
  14. Fanon Los condenados de la Tierra Fondo de Cultura Económico, México 1936 pág. 85
  15. Ibid. pág. 86
  16. Ibid. pág. 123
  17. Ibid. pág. 91
  18. Ibid. pág. 90
  19. Ibid. pág. 91
  20. Ibid. pág. 96-7
  21.  Aguiar et al., “Impermanence: On Frantz Fanon’s Geographies”, Antipode Online, 18 Agosto 2021
  22. Citado en J L Planche, ‘Massacres à Sétif et Guelma’, Le Monde, 7 mayo 2005
  23. Citado en G Madjarian, La question coloniale et la politique du Parti communiste français, 1944-1947, Maspero, 1977, pág. 106

Los crímenes del imperialismo francés en Camerún

  1. R Um Nyobé, “Déclaration à la presse française”, in A Sighoko Fossi, Discours politiques, L’Harmattan, 2007, pg 183, nuestra traducción
  2. Y Benot,  “L’Afrique en mouvement: La Guinée à l’heure du plan”, La pensée, no. 94, November-December 1960, nuestra traducción
  3. T Deltombe, M Domergue, J Tatsita, Kamerun !, La Découverte, 2011, pg 116, nuestra traducción 

Cómo podemos ser libres – una crítica marxista de ‘El amanecer de todo’

El amanecer de todo, del antropólogo anarquista David Graeber y el arqueólogo David Wengrow, ha sido ampliamente promocionado como una nueva visión radical de la historia humana tanto en la prensa dominante como en la izquierda. En este artículo, Joel Bergman somete esta obra a una rigurosa crítica marxista y expone los fallos fatales inherentes a la visión idealista del desarrollo histórico de los autores.

Cueva de las Manos, Argentina, creada
en olas entre el 7300 a.C. y el 700 d.C.

En otoño de 2021 se publicó un nuevo libro titulado The Dawn of Everything: A New History of Humanity (El amanecer de todo: una nueva historia de la humanidad), del antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow. Viniendo de Graeber, un anarquista bien conocido por su participación en el movimiento #Occupy que falleció en 2020, el libro ha sido bien recibido por muchos en la izquierda. Sin embargo, al examinarlo más de cerca, El amanecer de todo resulta ser una apología conservadora del statu quo, que socava nuestra capacidad de comprender la sociedad y, por tanto, de transformarla.

¿Una nueva ciencia de la historia?

El amanecer de todo nos presenta una promesa audaz se mire por donde se mire. Los autores afirman «dar la vuelta a la narrativa convencional» y, además, nos anuncian que «no solo presentaremos una nueva historia de la humanidad, sino que invitaremos al lector a que se adentre en una nueva ciencia de la historia, una que devuelve a nuestros ancestros toda su humanidad».  

La tesis central de este libro es que los seres humanos podemos cambiar nuestra estructura social independientemente de nuestras condiciones materiales. De hecho, todo el método de este libro consiste en argumentar que la «voluntad  humana» -el libre albedrío- y las ideas son los factores determinantes del desarrollo de la historia y que las únicas leyes que rigen el desarrollo histórico son las que «creamos nosotros».

Durante la inmensa mayoría de la historia de la humanidad, los autores sostienen que hemos «transitado fluidamente entre distintas disposiciones sociales, alzando y desmantelando jerarquías de modo habitual». Por tanto, nos dicen, el método científico de buscar los factores determinantes del desarrollo social más allá de la mente humana, no sólo niega a nuestros antepasados su voluntad y, por tanto, su «humanidad», sino que se basa en supuestos falsos y debe ser abandonado. 

En consecuencia, las diversas explicaciones materialistas que se han propuesto para fenómenos como el auge de la realeza, la explotación de clase y la opresión de la mujer, son simplemente «mitos», que no hacen sino enturbiar nuestra comprensión del pasado. En su lugar, deberíamos preguntarnos «cómo nos quedamos atascados» en la creencia de que no podemos organizar la sociedad de otra manera. Este punto de inflexión es el llamado «amanecer de todo» que da nombre al libro: el momento en que todas nuestras ideas sobre cómo puede organizarse la sociedad quedaron fijadas.

Esto representa un enorme ataque a cualquier estudio científico de la historia y, como veremos, al marxismo en particular, aunque de forma más disimulada. Pero incluso si juzgamos El amanecer de todo en sus propios términos, su método idealista hace imposible que Graeber y Wengrow nos proporcionen respuesta alguna a las preguntas que plantean. Como era de esperar, en más de 600 páginas de texto y notas [más de 1700 en la edición en español], los autores nunca explican cómo «nos quedamos atascados». 

Libre albedrío y determinismo

La contraposición de la «libertad» a lo que Graeber y Wengrow llaman «determinismo» en realidad no hace sino devolvernos a un viejo debate filosófico sobre la relación entre libertad y necesidad. Aplicado a la historia de la humanidad, se trata de un debate sobre hasta qué punto los acontecimientos y las instituciones que surgen a lo largo de la historia están moldeados por la libre elección de los individuos que componen la sociedad, o por leyes objetivas que escapan a su conocimiento y control.

Durante miles de años, filósofos e historiadores se han enfrentado a una aparente contradicción. Por un lado, los acontecimientos históricos se componen de las acciones de individuos que son seres humanos conscientes, motivados por su propia voluntad. Pero, por otro lado, el desarrollo de la sociedad humana en su conjunto muestra un notable grado de uniformidad, lo que apoya la idea de que se rige por leyes que son independientes de cualquier voluntad humana.

Marx resolvió célebremente esta contradicción de la siguiente manera: «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado».

Los historiadores anteriores habían reconocido que nuestras ideas no caen del cielo, sino que están moldeadas por nuestro entorno, incluidas las condiciones sociales en las que nacemos. Pero se vieron atrapados en un ciclo infernal cuando intentaron explicar las fuentes de esas condiciones. 

Instituciones como el Estado y la propiedad privada se consideraron producto de las constituciones de las distintas sociedades que han existido a lo largo de la historia. ¿Y qué determinaba las costumbres establecidas en estas constituciones? Las ideas de los «grandes hombres» que las redactaron. Sus ideas se explicaban por referencia a ideas aún más antiguas, y así sucesivamente hasta que finalmente se buscaba refugio en la gran causa final de toda la historia: la naturaleza humana, o Dios.

Fue Marx quien descubrió una salida a este callejón sin salida. Estableció el hecho básico de que el desarrollo de la sociedad humana dependía ante todo del desarrollo de las fuerzas productivas. En otras palabras, el desarrollo de la forma en que los seres humanos interactúan con su entorno para producir las necesidades materiales de la vida constituye la base sobre la que se construye la sociedad humana. 

El modo en que los seres humanos producen su sustento Marx lo llamó «modo de producción», algo inherentemente social, en el que entran en ciertas relaciones que son » necesarias e independientes de su voluntad». Sobre esta base material de la sociedad surgen la cultura, la política y la ideología. Como explicó Marx: «El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia«.

Para Marx, las relaciones de producción no están fijadas para siempre por la naturaleza humana ni por ninguna otra cosa. Cambian junto con el desarrollo de la propia producción. Por lo tanto, la aparición de nuevas ideas sobre cómo dirigir la sociedad y las grandes revoluciones que han derrocado los modos de vida hasta entonces dominantes no son acontecimientos arbitrarios ni el producto de un único gran genio, sino, en última instancia, el reflejo de cambios profundos en los fundamentos materiales de la sociedad.

Pero esto no significa que los seres humanos carezcan de «voluntad». Al fin y al cabo, la historia no se compone más que de las acciones y elecciones de los seres humanos. Más bien, la visión marxista de la historia rechaza el poder sobrehumano que se había insertado erróneamente en el lugar de la actividad humana real. 

Como explicó Engels, «la libertad no consiste en una soñada independencia respecto de las leyes naturales, sino en el reconocimiento de esas leyes y en la posibilidad, así dada, de hacerlas obrar según un plan para determinados fines». De este modo, el estudio de la sociedad humana se situó por primera vez sobre una base genuinamente científica.

Por desgracia, según Graeber y Wengrow, es precisamente este enfoque científico, que Marx y Engels desarrollaron más que nadie, el que nos ha llevado por mal camino. Pero, ¿cómo abordan esta cuestión? Parafraseando a Marx, empiezan afirmando: «hacemos nuestra propia historia, pero no bajo condiciones de nuestra propia elección». Pero continúan negando por completo esta misma idea al afirmar a continuación que, dado que «no podemos saber realmente» qué diferencia supone realmente la «agencia humana», «precisamente dónde se desea poner el límite entre libertad y determinismo es, en gran parte, cuestión de gustos». Así, en realidad, lo que se esconde tras las confusas advertencias de Graeber y Wengrow, es una rendición completa a la idea del «libre albedrío» como principal determinante de la historia humana.

Los autores explican: «Dado que este libro trata sobre todo de la libertad, nos parece

apropiado colocar el límite un poco más a la izquierda de lo habitual», con «la izquierda» favoreciendo la libertad frente al determinismo. El resto del libro es esencialmente una serie de intentos más o menos artificiosos de demostrar la premisa que adoptaron arbitrariamente al principio. 

Sin embargo, de este modo resulta imposible explicar nada. Después de todo, si la respuesta a la pregunta «¿Por qué un determinado pueblo vive de una determinada manera?» es siempre «Porque así lo eligieron», surge inmediatamente la pregunta: «¿Por qué lo eligieron?» La respuesta de Graeber y Wengrow a esta pregunta consiste simplemente en enumerar las diversas ideas que las distintas sociedades tenían sobre cómo debía vivir la gente. Pero todo esto equivale a decir que la gente eligió vivir de una determinada manera porque pensaban que era la manera adecuada de vivir.

Si esto suena como una forma bastante circular de estudiar el pasado, es porque lo es. El defecto fatal de todo idealismo histórico radica en que se toma como punto de partida de la investigación lo que se quiere explicar, las ideas de los seres humanos. Este problema ineludible está personificado por el método del llamado «análisis» aplicado a lo largo del libro, en el que los resultados de las investigaciones de los autores están predeterminados por cualquier idea o prejuicio favorito con el que quieran impresionarnos. La única sorpresa es la tortuosa forma en que se deforman los hechos para adaptarlos a la teoría. 

Se necesitarían cientos de páginas para responder a cada estudio de caso presentado o tergiversado en el libro, por lo que será necesario limitar esta reseña únicamente a los argumentos más importantes y representativos que exponen los autores. 

Experimentos sociales audaces

En el primer capítulo, titulado «Adiós a la infancia de la humanidad», Graeber y Wengrow argumentan en contra de la creencia común entre los antropólogos de que las primeras sociedades de cazadores-recolectores eran igualitarias, con poca o ninguna desigualdad de riqueza o poder, afirmando que esto es una forma de «infantilizar» a los primeros humanos y privarles de «agencia».

En su lugar, afirman que, durante la gran mayoría de la existencia de nuestra especie, los humanos se dedicaron a «atrevidos experimentos sociales» y que la sociedad se parecía a «desfile carnavalesco de distintas formas políticas», lo que, según nos dicen, respalda la premisa general de que podemos elegir nuestra estructura social independientemente de las condiciones materiales. Pero esta premisa nunca se demuestra.

Lo más cerca que llegan los autores de demostrar que las sociedades se mueven «fluidamente entre distintas disposiciones sociales» son los ejemplos de sociedades de cazadores-recolectores que variaban sus estructuras sociales al ritmo de las estaciones . Hacen referencia a los nambikwara que viven en el Amazonas; los lakota de las llanuras norteamericanas; y los inuit del norte de Canadá, Groenlandia y Alaska.

Según Graeber y Wengrow, estas tres sociedades adoptaban estructuras sociales más o menos jerarquizadas en distintas épocas del año. Tomando a los inuit como ejemplo, los antropólogos señalaron que tenían dos estructuras sociales distintas, una en verano y otra en invierno. En verano, los inuit se dispersaban en pequeños grupos familiares bajo una rígida jerarquía encabezada por el cabeza de familia masculino, mientras que en invierno se congregaban todos juntos en comunidades más grandes donde predominaba un estilo de vida más igualitario. 

Intentando apoyar su teoría general de que los humanos eligen conscientemente su estructura social, Graeber y Wengrow afirman que los inuit lo hacían «bajo el común entendimiento de que ningún orden social era fijo ni inmutable». Citan al antropólogo francés Marcel Mauss, que estudió a los inuit, y llegan a la conclusión de que: «En gran parte, pues, concluía, los inuit vivían del modo en que lo hacían porque creían que era como debían vivir los humanos». ¡Qué visión tan innovadora! Sin embargo, el problema con esto es que no es en absoluto lo que argumentaba Mauss.

Al hablar de la variación estacional de los inuit, Mauss explicó que: «El verano abre un área casi ilimitada para la caza y la pesca, mientras que el invierno restringe estrechamente esta área. Esta alternancia proporciona el ritmo de concentración y dispersión para la organización morfológica de la sociedad esquimal. La población se congrega o se dispersa como la caza. El movimiento que anima a la sociedad esquimal está sincronizado con el de la vida circundante».

En otras palabras, los inuit adaptaron su organización social a su entorno natural y a los recursos de que disponían en las distintas épocas del año. Incluso la espiritualidad inuit se estructuró en torno a las distintas condiciones en las que se procuraban alimentos y si había o no abundancia. En invierno, que en las regiones árticas dura nueve meses al año, estas tradiciones espirituales se basaban en no ofender a los espíritus de los animales para garantizar una buena caza. Durante esta época, existían todo tipo de tabúes y una tradición muy estricta de repartirse toda la comida. De no ser así, la sociedad probablemente perecería. Los grupos que desarrollaron estas tradiciones fueron los que pudieron sobrevivir en estas duras condiciones. 

Sin embargo, en el corto periodo estival, las familias se dispersaban para aprovechar la plétora de nuevas oportunidades de caza/pesca disponibles, y acumulaban un excedente que les ayudara a capear el periodo invernal. En el Ártico no crece casi nada, por lo que la caza mayor proporciona la mayor parte de la ingesta calórica. Por lo general, la realizaban los hombres, que asumían así el liderazgo de los grupos familiares, reestructurados temporalmente para facilitar al máximo la caza. 

Lejos de ser un ejemplo de una sociedad que se mueve conscientemente entre diferentes etapas de desarrollo, los inuit siguieron siendo en todo momento una sociedad de cazadores-recolectores comunistas, que adoptaron formas de liderazgo más rígidas de forma temporal y restringida para garantizar mejor la producción y reproducción de la vida. Que los inuit «sintieran que así es como deben vivir los humanos» no es sorprendente, pero este sentimiento no refuta el hecho de que su forma de vida estuviera evidentemente determinada por su entorno material y por el modo de producción de sus medios de subsistencia.

Como veremos, a lo largo del libro se produce un fenómeno similar: los autores tergiversan a los antropólogos, distorsionan los hechos e ignoran todo lo que no se ajusta a su narrativa. 

¿No hay orígenes?

Tras argumentar que las sociedades han adoptado todo tipo de formas políticas, con independencia de su grado de desarrollo económico, Graeber y Wengrow se centran también en una cuestión posiblemente aún más importante: ¿vivían de manera comunitaria nuestros antepasados prehistóricos?

En su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels demostró que, lejos de ser características inmutables de nuestra sociedad, la propiedad privada, el Estado y la familia patriarcal no han existido siempre. Basándose en los estudios antropológicos modernos de la época, en particular los de Lewis Henry Morgan entre los iroqueses del Estado de Nueva York, Engels demostró que nuestros primeros antepasados vivían bajo lo que él denominó «comunismo primitivo». Estas primeras sociedades humanas eran cazadoras-recolectoras, entre las que se desconocían los conceptos de propiedad privada y todas las cosas más allá de las posesiones personales se tenían en común. 

Desde la publicación de la obra de Engels, antropólogos y arqueólogos han estudiado cientos, si no miles, de yacimientos prehistóricos y sociedades modernas de cazadores-recolectores. La inmensa mayoría de ellos ha llegado a la conclusión de que la sociedad humana primitiva debía ser comunista o «igualitaria», haciéndose eco de las conclusiones de Engels. Incluso El amanecer de todo hace referencia al antropólogo estadounidense Christopher Boehm y al antropólogo británico James Woodburn, que estudiaron por separado docenas de sociedades de cazadores-recolectores y llegaron a la conclusión de que los primeros humanos debieron ser igualitarios. 

Las cosas empezaron a cambiar con la transición de la caza y la recolección a sociedades basadas en la agricultura y la ganadería, que el arqueólogo marxista V. Gordon Childe describió célebremente como la «revolución neolítica». Este periodo marcó un enorme desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad y, por primera vez, se hizo posible un excedente estable. En correspondencia con ello, se plantaron las semillas de la propiedad privada y la sociedad de clases. Con el tiempo, una clase dominante se alzó con el poder, apropiándose del producto excedente, cimentando la explotación de las masas trabajadoras y construyendo un aparato estatal represivo para defender su posición privilegiada. Este proceso tuvo lugar de forma independiente y en distintos momentos en varios lugares del mundo.

Esta explicación plantea un problema para Graeber y Wengrow, porque sugiere que los pueblos que adoptaron las instituciones de la sociedad de clases lo hicieron bajo la presión de las circunstancias materiales, derivadas de la evolución de las fuerzas productivas y del modo de producción de la vida material, y no simplemente porque «eligieron» hacerlo. Reventar este «mito» ocupa, pues, la mayor parte de El amanecer de todo

El primer punto de ataque es la idea misma de que las sociedades prehistóricas de cazadores-recolectores fueran comunistas para empezar. Graeber y Wengrow afirman que la estratificación social y la desigualdad siempre han existido y que, por tanto, la sociedad prehistórica no podría describirse como verdaderamente comunista o «igualitaria». Pero, como veremos, en lugar de derivar su teoría de los hechos, intentan encajar con calzador los hechos en su teoría. 

A pesar de su exceso de confianza, todo lo que El amanecer de todo aporta para intentar demostrar que la desigualdad siempre ha existido son unos pocos enterramientos encontrados en Eurasia occidental durante el paleolítico superior, a los que se refieren como «enterramientos principescos» . Pero más adelante en el libro, se ven obligados a reconocer que los enterrados en esos yacimientos son con toda probabilidad individuos venerados por sus deformidades físicas y nada que ver con una clase alta privilegiada. De hecho, los autores se ven obligados a reconocer que es «altamente improbable» que la sociedad estuviera dividida «en torno a estatus, clase y poder hereditario» miles de años antes de los orígenes de la agricultura .

Los autores recurren entonces a un juego de definiciones, argumentando por ejemplo que como no existe una definición común de la palabra «igualdad» no hubo por tanto un pasado igualitario. En relación con los orígenes de la propiedad privada, juegan a un juego similar. En el capítulo cuatro, afirman: Si la propiedad privada tiene un «origen», es tan antiguo como la idea de lo sagrado». Ampliando esta idea, afirman que los amazónicos creían que «que casi todo lo que los rodea tiene un dueño, o es potencialmente una propiedad, de lagos y montañas a cultivares, arboledas y animales».

Pero, ¿quién sería el «dueño» de estas cosas? No los individuos, ni siquiera los grupos de forma colectiva, sino entidades sobrenaturales. De hecho, los autores aceptan que en otras sociedades de cazadores-recolectores, «Muchas veces se decía que los verdaderos «dueños» de la tierra u otros recursos materiales eran dioses o espíritus; los humanos eran meros ocupantes, cazadores furtivos o, en el mejor de los casos, cuidadores».

El juego de palabras de los autores no cambia el hecho de que la noción espiritual común entre los cazadores-recolectores de que los seres sagrados «poseen» el bosque, los lagos, los ríos y las montañas, etc., en realidad significa precisamente lo contrario de lo que Graeber y Wengrow intentan hacer entender: que estas cosas no pueden ser propiedad de nadie. Esto se debe a que se trataba de sociedades comunistas de cazadores-recolectores y confirma precisamente lo que predeciría una teoría materialista de la evolución social. 

La «crítica indígena

En el segundo capítulo, titulado ‘Maldita libertad: La crítica indígena y el mito del progreso», Graeber y Wengrow intentan refutar la existencia del comunismo primitivo utilizando testimonios de primera mano del tipo de sociedad en la que Morgan y Engels basaron sus teorías. 

La mayor parte del capítulo está dedicada a la «crítica indígena» de la sociedad capitalista europea por parte del líder hurón-wendat de finales del siglo XVII, Kandiaronk Citan la crítica de Kandiaronk a la sociedad francesa:

«Afirmo que lo que llamáis dinero es el diablo de todos los diablos; el tirano de los franceses, la fuente de todos los males, el azote de las almas y el matadero de los vivos. Creer que uno puede vivir en el país del dinero y conservar el alma es como creer que se puede conservar la propia vida en el fondo de un lago. El dinero es el padre del lujo, de la lascivia, de las intrigas, de los engaños, de las mentiras, de la traición, de la insinceridad… de las peores conductas del mundo. Los padres venden a sus hijos; los maridos, a sus mujeres; las mujeres traicionan a sus maridos; los hermanos se matan entre sí; los amigos son falsos y es todo debido al dinero»

Kondiaronk continúa: 

Una y otra vez he hablado de las cualidades que nosotros los wyandot creemos que definen la humanidad —sabiduría, razón, equidad, etcétera— y demostrado que la existencia de intereses materiales separados niega totalmente esas cualidades. Un hombre motivado por interés no puede ser un hombre de razón.

Critica aún más a la sociedad europea, afirmando que «se comete todo tipo de crímenes por causa de lo tuyo y lo mío«, y sugiere que los franceses sigan el ejemplo de los Wendat: 

Si abandonarais las distinciones entre mío y tuyo, sí, tales distinciones entre los hombres desaparecerían; una igualdad niveladora tomaría su lugar entre vosotros como ahora lo tiene entre los wyandot.

¿Qué otra cosa es esto sino una apasionada crítica comunista de la sociedad de clases? Esto no debería sorprender, porque Kandiaronk vivió en una sociedad sin clases en la que la riqueza era común. Pero, sorprendentemente, Graeber y Wengrow tratan de distorsionar el significado obvio de las palabras de Kandiaronk. En un pasaje en el que rechazan el argumento de que las diferencias de riqueza acaban traduciéndose en diferencias de poder, los autores afirman: «Recordemos que la crítica indígena americana versaba al principio sobre algo muy diferente: la percepción de cómo las sociedades europeas no habían conseguido impulsar la ayuda mutua ni proteger las libertades personales». Pero esto no es en absoluto lo que dijo Kandiaronk. 

Los autores afirman que a Kandiaronk le «resultaba difícil concebir que las diferencias en

riqueza se pudieran traducir en desigualdades sistemáticas de poder». Pero Kandiaronk, por su parte, parece haber comprendido bastante bien la forma en que las condiciones materiales, sobre todo los «intereses materiales separados», determinaban la estructura social de la sociedad europea de la época.

Se trata de una aplicación particularmente deshonesta del método idealista, en el que los autores desarrollan una idea a priori y luego intentan que los hechos la justifiquen.

El hecho es que en la sociedad hurón-wyandot los medios de producción se tenían en común y la estructura social era relativamente igualitaria, sin clase dirigente ni estructura estatal tal como la conocemos. 

El papel de la agricultura

A continuación, los autores atacan la idea de que la llegada de la agricultura y la domesticación de los animales sentaron las bases materiales de las clases sociales. Explican que «se asumía que sin los activos productivos (tierra, ganado) y excedentes almacenados (cereal, lana, productos lácteos) facilitados por la agricultura, no había genuina base material para que nadie dominase a nadie». A continuación rechazan esta «suposición», señalando el ejemplo de un pueblo indígena de la costa noroeste de Canadá, los kwakiutl, que practicaban la esclavitud, para demostrar la existencia de una desigualdad social sin agricultura ni ganadería y, por tanto, sin base en la producción. 

El caso de los kwakiutl es interesante como ejemplo de cómo una excepción al curso más común del desarrollo confirma en realidad el papel de la producción en el desarrollo social. La principal actividad productiva de los habitantes de la costa noroeste de Canadá no se basaba en la agricultura, sino en la pesca del salmón, lo que parecería contradecir la idea de que la sociedad de clases surgió junto con el auge de la agricultura. 

De ahí sacan los autores la conclusión de que las «las causas últimas de la esclavitud» no hay que buscarlas en el modo de producción de los kwakiutl, sino en «los conceptos mismos de correcto ordenamiento de la sociedad de la Costa Noroeste». Demos un paso atrás para admirar esta perla de sabiduría: ¡el orden social de los pueblos de la costa noroeste era producto de sus conceptos sobre el orden adecuado de la sociedad!

Pero esto no nos dice nada sobre por qué los kwakiutl llegaron a considerar que éste era el orden adecuado de la sociedad, que incluso los autores reconocen que no fue así en todo momento. Resulta que los primeros exploradores europeos observaron que «el salmón abundaba tanto que no se podía ver el río debido a la cantidad de animales». Los salmoneros veían pasar millones de salmones durante una carrera del salmón. 

Una vez desarrollada la capacidad de pescar y almacenar grandes cantidades de pescado, el control de estas manadas de salmones y del excedente que eran capaces de generar se convirtió en una inmensa fuente de poder y riqueza, de forma parecida al control de una zona agrícola muy fértil, de la que la gente depende para sobrevivir. En otras palabras, la presencia de un excedente importante en la producción empezó a permitir que una parte de la sociedad se elevara por encima del resto y se mantuviera gracias a la explotación del trabajo humano. Por lo tanto, esto se parecía más a una sociedad basada en la agricultura de lo que a los autores les gustaría admitir. 

Tras haber sido destacado como la excepción que supuestamente echa por tierra la revolución neolítica como concepto, el caso de los kwakiutl en realidad no hace sino profundizar en nuestra comprensión del desarrollo de la producción necesario para dar lugar a la esclavitud y a las clases sociales. Es decir, si realmente se quiere comprender este proceso y no mistificarlo.

El Estado

En la misma línea, el capítulo diez se titula «Por qué el Estado no tiene origen». Aquí leemos: «En gran parte como la búsqueda de los «orígenes de la desigualdad», buscar los orígenes del Estado es prácticamente como perseguir un fantasma».

Los autores afirman: «Por ejemplo, se suele dar por sentado que los estados comienzan

cuando ciertas funciones claves del gobierno —militar, administrativa y judicial— pasan a manos de especialistas a tiempo completo. Esto tiene sentido si uno acepta la narrativa de que un excedente agrícola «liberó» a una notable proporción de la población de la onerosa responsabilidad de asegurarse cantidades adecuadas de alimento». Así, dan a entender que sólo se trata de aceptar una «narrativa». Pero cómo se supone que surge un Estado sin esta condición, los autores nunca lo explican. 

Al igual que el juego posmoderno al que juegan con la cuestión de la desigualdad, los autores afirman que no hay «consenso entre los especialistas con respecto a qué constituye un Estado». Aunque introducen su propia interpretación de la definición marxista (sin ofrecer ninguna cita o fuente marxista, por supuesto), «los estados hacen su primera aparición en la historia para proteger [el poder] de una emergente clase gobernante», la dejan de lado. Según ellos, la definición marxista «introducía nuevos problemas conceptuales, como la definición de explotación», un problema aparentemente tan difícil que ni siquiera intentan abordarlo. Peor aún, añaden, que «los liberales la aborrecían», incluidos los autores de El amanecer de todo lo que al parecer .

Basándose en un libro anterior que Graeber escribió con el antropólogo Marshall Sahlins en 2017, titulado On Kings, los autores sugieren: «Los primeros reyes bien podrían haber sido reyes simbólicos». En cuanto a cómo se convirtieron en reyes de verdad, se nos informa de forma útil: «Los reyes simbólicos dejan de ser simbólicos cuando comienzan a matar gente.» Pero incluso si esta teoría infantil y frívola fuera cierta, cosa que en realidad nunca se establece en el libro, no avanza ni un ápice en nuestra comprensión de cómo surgieron los reyes de verdad. 

Graeber y Wengrow dejan claro que creen necesario acabar con las «las aburridas abstracciones de la teoría evolutiva», como las «etapas» o los «modos de producción» . Pero al final los autores se ven obligados a recurrir a las suyas propias. Atrapados en su propio callejón sin salida filosófico, sin ninguna base fáctica para su teoría, «prueban» la existencia eterna del Estado mediante el siguiente experimento mental (¡presten atención!):

Imaginemos que Kim Kardashian tuviera un «un collar de diamantes valorado en millones de dólares» y quisiera evitar que otros se lo llevaran. ¿Cómo lo haría? 

Un «personal de seguridad armado y entrenado para tratar con potenciales ladrones» podría servir. Pero, ¿”imaginemos que todo el mundo bebe una poción que le impide hacer daño a los demás»? 

En ese caso, podría esconder su collar «si la mantuviera oculta en una caja fuerte, cuya combinación solo conociera ella, y solo exhibiese el collar ante audiencias en las que confiara y en acontecimientos que no se publicitasen de antemano». ¿Problema resuelto? Tal vez, a menos que «que todo el mundo en el planeta bebe otra poción que los vuelve incapaces de mantener un secreto, e incluso incapaces de hacer daño físico a otros».

Frente a esta multitud de invulnerables contadores de la verdad, la única esperanza de Kim sería «convencer a todo el mundo de que, por ser Kim Kardashian, es un ser humano tan único y extraordinario que se merece tener cosas que nadie más puede.» .

Por lo tanto, tras llevar su «experimento» a buen puerto, los autores sugieren que lo que llamamos «Estado» es en realidad una combinación más o menos arbitraria de tres «principios»: control de la violencia, control de la información y carisma individual. A continuación argumentan que allí donde encontremos cualquiera de estos «elementos» encontraremos un Estado .

A pesar de que esta «prueba» presupone tanto la propiedad privada como la desigualdad, es completamente circular. Los criterios se han hecho lo más abstractos posible para poder encontrarlos en cualquier parte. Tal es el poder de su «nueva ciencia de la historia».

Pero, sorprendentemente, después de haber «demostrado» la existencia eterna del Estado, luego lo refutan en el momento en que se ven obligados a volver a los hechos, reconociendo que antes del neolítico no vemos ninguno de los “atributos habituales del poder centralizado: fortificaciones, almacenes, palacios». » En lugar de ello, a lo largo de decenas de miles de años, vemos monumentos y enterramientos magníficos, pero poco más que sugiera la aparición de sociedades jerarquizadas, y mucho menos nada que se asemeje remotamente a «estados»».

Así que después de haber sido llevados a dar un enorme rodeo, finalmente volvemos a la misma teoría que Graeber y Wengrow están tratando de refutar: que el Estado no siempre existió, que por lo tanto tiene un «origen», y que su origen se puede encontrar en la producción de excedentes sobre los que eventualmente surgieron las clases sociales.

La lucha de clases

Hasta ahora hemos visto cómo Graeber y Wengrow se atascaron en sus propias tautologías. Pero, ¿cómo quedó «atrapada» la humanidad en nuestros actuales «grilletes conceptuales»? En algún momento, según Graeber y Wengrow, la gente simplemente dejó de experimentar y jugar con las estructuras sociales. Por desgracia, la razón por la que toda la humanidad acabó sufriendo este destino sigue siendo un misterio para los autores de El amanecer de todo. Pero están muy orgullosos de haber conseguido plantear la cuestión.

De hecho, la clave para responder a esta pregunta está contenida en algunos de los casos que tratan, pero se oculta asiduamente a lo largo del texto: la lucha de clases. La ausencia de la lucha de clases en El amanecer de todo es la razón por la que sus argumentos sobre la agencia humana y la «libertad» suenan tan unilaterales y abstractos. La sociedad de clases, el Estado, la opresión y la explotación no son simplemente ‘elegidos’, son impuestos por una parte de la sociedad a la otra. 

Tomando el ejemplo de los indígenas de la costa noroeste de Canadá antes mencionado, Graeber y Wengrow afirman que la esclavitud fue simplemente elegida porque la consideraban el «ordenamiento adecuado de la sociedad». Pero podemos ver que la razón de la esclavitud fue que la técnica productiva de la recolección del salmón se desarrolló hasta tal punto que en un determinado momento fueron capaces de producir un excedente significativo por encima de lo necesario para la supervivencia inmediata. Esto creó no sólo la posibilidad de una mayor diferenciación de clases, sino también, y de manera crucial, una necesidad positiva de mano de obra intensiva para «cosechar» y procesar el salmón necesario para mantener dicho excedente. 

Al final, quienes controlaban la pesca del salmón tenían un interés material en esclavizar a los prisioneros de guerra, en lugar de adoptarlos en la tribu. Por ello no es de extrañar, como explican los autores, que los esclavos «estaban sobre todo implicados en el cultivo masivo, la limpieza y el procesado del salmón y otros pescados anádromos».

Vemos un proceso similar con el advenimiento de la agricultura intensiva en Mesopotamia, Egipto, Mesoamérica y otros lugares del mundo. A partir de este momento, como explicaron Marx y Engels, «toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases.». No es casualidad que el periodo en el que nos «atascamos» coincida exactamente con el auge y la expansión de las sociedades de clases. 

Los ejemplos de Teotihuacán y Uruk planteados en El amanecer de todo también demuestran que el resultado de determinadas luchas de clases no está predeterminado de antemano; es una lucha de fuerzas vivas. 

Graeber y Wengrow describen cómo, a medida que la ciudad de Teotihuacán (situada en el México actual) se desarrollaba desde aproximadamente el año 100 a.C., avanzaba «un poco por el camino del gobierno autoritario», presentando una impresionante arquitectura monumental, como las famosas Pirámides del Sol y de la Luna, y la práctica de sacrificios humanos, al igual que otras civilizaciones mesoamericanas, como la maya. Sin embargo, hacia el año 300 d.C., la ciudad «cambió de dirección». Añaden la siguiente conclusión significativa: «posiblemente hubo algún tipo de revolución, seguida por una distribución más equitativa de los recursos de la ciudad y el establecimiento de algún tipo de «gobierno colectivo»».

La antigua ciudad sumeria de Uruk también fue testigo del surgimiento de una burocracia de templo privilegiada, seguida de un periodo de inestabilidad y colapso a finales del IV milenio a.C.. Sin embargo, a diferencia de Teotihuacán, la burocracia del templo reaparece en el registro arqueológico, junto con reyes de pleno derecho, palacios y todos los demás adornos de la sociedad de clases.

La comparación de estos dos casos, tan separados tanto en el espacio como en el tiempo, nos dice algo muy importante. Es muy probable que en todas partes el intento de una clase emergente de explotadores -como las burocracias de los templos de Teotihuacán y Uruk- de consolidar su posición en un orden social fijo fuera resistido por las masas explotadas. A veces esta lucha dio lugar a la consolidación de estados, que mantuvieron el orden sobre esta base, suprimiendo cualquier intento de «reimaginar» la sociedad por la fuerza, como en la antigua Sumeria. 

Allí donde las sociedades de clases y los Estados lograron establecerse, como en la Sumeria dinástica temprana o en las ciudades-estado mayas, surgió una poderosa ideología de gobierno que justificaba este nuevo orden como el «orden adecuado de la sociedad». Como dijo Marx: «Las ideas de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes». La religión, por ejemplo, cambió, volviéndose más jerárquica. 

Pero el resultado de esta lucha entre clases emergentes no siempre acabó de la misma manera. El ejemplo de Teotihuacan demuestra que otras veces la clase dominante fue derrotada y la sociedad volvió a funcionar de forma más igualitaria. Pero, finalmente, el retorno al comunismo primitivo fue seguido de la desintegración de las ciudades que siguieron este camino y su sustitución por asentamientos más pequeños o por sociedades de clases y estados más desarrollados, lo que demuestra que estaba en juego una necesidad más profunda. 

En Teotihuacán, hacia el año 550 d.C., «el tejido social de la ciudad había comenzado a

deshacerse por las costuras. … Todo parece [sic] haberse desintegrado desde dentro. De un modo casi tan repentino como el de su unión, unos cinco siglos antes, la población de la ciudad volvió a dispersarse, …»

Todo esto sirve para subrayar el punto central, que Graeber y Wengrow se esfuerzan tanto en negar, de que mientras el destino de las sociedades individuales fue el producto de una lucha de fuerzas vivas, con muchos resultados posibles, la línea general de desarrollo en todo el mundo fue hacia el fortalecimiento del dominio de clase y de los estados, culminando en el punto en el que nos encontramos hoy, cuando la desigualdad, la explotación y la opresión son universales.

¿Cómo podemos ser libres?

La lucha de clases es, por tanto, esencial para entender cómo nos hemos «atascado». Pero también nos dice cómo podemos liberarnos. 

Graeber y Wengrow nos dicen que necesitamos «redescubrir las libertades que nos convierten, en primer lugar, en seres humanos», empezando por leer su libro. Con el tiempo, esperan, los académicos se convencerán de abandonar todas sus teorías materialistas anteriores sobre el desarrollo social, y descubrirán que sus «nuevas verdades» son evidentes. «Somos optimistas. Confiamos en que no tardaremos tanto.», añaden . Pero si la conquista de la libertad humana depende de la crítica del mundo académico, lamentablemente estaremos esperando eternamente.  

De hecho, es precisamente en la lucha contra la opresión y la explotación donde encontraremos el camino hacia la libertad humana. Como señalaron Marx y Engels hace más de cien años: 

Se trata de …  mantenerse siempre sobre el terreno histórico real, de no explicar la práctica partiendo de la idea, de explicar las formaciones ideológicas sobre la base de la práctica material, por donde se llega, consecuentemente, al resultado de que todas las formas y todos los productos de la conciencia no brotan por obra de la crítica espiritual, mediante la reducción a la «autoconciencia» o la transformación en «fantasmas», «espectros», «visiones», etc., sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales, de que emanan estas quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora de la historia, incluso la de la religión, la filosofía, y toda otra teoría, no es la crítica, sino la revolución.    

Enfrentados a la crisis más profunda del sistema capitalista desde la Gran Depresión, existe un odio generalizado al sistema y un movimiento creciente contra la desigualdad y la austeridad. Muchos jóvenes se están dando cuenta de que, si queremos salir de esta pesadilla, tenemos que derrocar al capitalismo. Según una encuesta reciente, el 29% de los jóvenes británicos de entre 18 y 34 años cree que el comunismo es «el sistema económico ideal». ¿No es éste un ejemplo de seres humanos «reimaginando» un nuevo orden social? 

¿Qué aporta este libro a este creciente movimiento? Lo primero que proponen estos «anarquistas» radicales es que deberíamos abandonar por completo la lucha por el comunismo: la propiedad privada y la desigualdad están aquí para quedarse. En su lugar, deberíamos simplemente redefinir el ‘comunismo’, “no como un régimen de propiedad, sino en el sentido original de «de cada uno según sus capacidades; a cada uno según sus necesidades»”.

Este famoso principio del comunismo es interpretado por Graeber, tanto en El amanecer de todo como en otras obras, como «comunismo de base», es decir, cualquier instancia de compartir, cuidado o bondad en la sociedad, como la «ayuda mutua» o, más concretamente, lanzar a alguien una cuerda si se está ahogando (un ejemplo utilizado por Graeber). De este modo, al igual que en la teoría del Estado de los autores, el «comunismo» se redefine simplemente para que signifique lo que ellos quieran.

Pero divorciar el comunismo de la noción de propiedad común y luego presentarlo como su «sentido original» es otra distorsión típica. El comunismo siempre ha estado asociado a la propiedad común. Incluso se cree que la frase «de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades» proviene de Morelly, un francés, que afirma explícitamente que bajo el comunismo todos los bienes se tendrían en común. Nunca en la historia el comunismo ha significado simplemente un comportamiento amable, o sacar a alguien del mar si se está ahogando. 

De hecho, el llamado «comunismo de base» de Graeber no es más que liberalismo de izquierdas redactado en lenguaje pseudo radical:

La cuestión fundamental en la historia de la humanidad no es nuestro acceso igualitario a recursos materiales (tierra, calorías, medios de producción), si bien estas cosas son, obviamente, importantes, sino nuestra igual capacidad para contribuir a decisiones acerca de cómo vivir juntos.

En lugar de acabar con la desigualdad, se nos dice que debemos reordenar la sociedad para que a la gente se le deje de decir «que sus necesidades son irrelevantes, ni que sus vidas carecen de valor» . En lugar de acabar con la explotación, hay que paliar los sufrimientos de los pobres con una buena dosis de «ayuda mutua». En lugar de luchar por desmantelar el Estado burgués, y finalmente acabar con el Estado por completo, deberíamos aspirar a que todo el mundo tenga la misma voz. Esta es una visión de la sociedad que sería bien recibida por cualquier ONG o incluso por el Papa. 

No se trata simplemente de un debate académico. Toda teoría es una guía para la acción, y en este sentido El amanecer de todo sirve al propósito de desarmarnos para las batallas de clase que se avecinan. Si la sociedad ha de encontrar colectivamente una salida a la pesadilla en la que nos encontramos bajo el capitalismo, no será a través de otra cosa que de la lucha consciente de la clase obrera por transformar la sociedad.

En esta lucha, la clase obrera no puede confiar ni en el poder opresor del Estado, ni en la riqueza ilimitada de los multimillonarios, ni en los lucrativos contratos de libros y la promoción por parte del establishment mediático. En última instancia, los trabajadores sólo pueden confiar en el poder de la organización y en la comprensión más clara y científica de la sociedad. 

Por eso, a pesar de todas sus pretensiones «radicales», El amanecer de todo es una píldora envenenada. En su cruzada por una libertad ficticia, y su hostilidad hacia una investigación genuinamente científica de nuestro pasado, la filosofía de El amanecer de todo no sólo es incoherente y fundamentalmente deshonesta; es reaccionaria, enemiga de la misma libertad humana que pretende defender. 

Deberíamos ser optimistas, pero no por la misma razón que Graeber y Wengrow. En el momento de escribir este artículo, millones de trabajadores están luchando contra el sistema capitalista, no porque lo hayan «elegido», sino porque no les queda otro remedio. Ellos, la mayoría, tienen un interés material directo en el derrocamiento del capitalismo y en el control de los medios de producción por parte de la sociedad en su conjunto en beneficio de todos; tienen el poder para hacerlo realidad; y son cada vez más conscientes de este poder a medida que lo ejercen a través de la lucha.

En última instancia, así es como podremos ser libres. Con el control democrático de la economía, la humanidad se convertirá colectivamente por primera vez en dueña consciente de nuestras relaciones sociales:

La propia existencia social del hombre, que hasta aquí se le enfrentaba como algo impuesto por la naturaleza y la historia, es a partir de ahora obra libre suya. Los poderes objetivos y extraños que hasta ahora venían imperando en la historia se colocan bajo el control del hombre mismo. Sólo desde entonces, éste comienza a trazarse su historia con plena conciencia de lo que hace. Y, sólo desde entonces, las causas sociales puestas en acción por él, comienzan a producir predominantemente y cada vez en mayor medida los efectos apetecidos. Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad.

Lucha de clases en la república romana

La historia del mundo antiguo proporciona un tesoro de lecciones para cualquiera que busque comprender las luchas de clases y las transformaciones sociales que han dado forma al mundo en que vivimos. En esta introducción a su libro de próxima aparición en inglés, Lucha de clases en la República romana, Alan Woods extrae algunos de los principios fundamentales de la visión marxista de la historia y ofrece una explicación concisa de las causas del ascenso y la eventual caída de la República Romana, en particular del fenómeno del cesarismo.

Muerte de Espartaco, Hermann Vogel, 1882

Para los marxistas, el estudio de la historia no es un ejercicio académico, sino una forma importante de aprender cómo se desarrolla la sociedad y cómo se desarrolla la lucha de clases. Al decir esto, soy consciente de que va en contra de la reciente moda del posmodernismo, que nos informa de que es imposible sacar ninguna conclusión de la historia, ya que ésta no sigue ninguna ley que pueda ser comprendida por la mente humana. Desde este punto de vista, o bien el estudio de la historia es una mera forma de entretenimiento o una completa pérdida de tiempo.

A pesar de la pomposidad con que se expone esta idea, no hay nada nuevo en ella. Despojada de todas sus pretensiones pseudo filosóficas, se limita a repetir una idea que ya expuso de forma mucho más sucinta Henry Ford, quien dijo que «la historia es una basura», o de forma aún más divertida el historiador Arnold Toynbee, quien definió la historia como «una maldita cosa tras otra».

Nada menos que el gran historiador inglés y destacado erudito de la Ilustración, Edward Gibbon, escribió en el siglo XVIII que la historia es “en gran medida el repertorio de las maldades, locuras y desdichas del género humano» 

Cualquiera que lea las páginas de la gran obra maestra de Gibbon podría ser excusado de sacar conclusiones igualmente pesimistas. Sin embargo, debemos disentir de un método que niega la existencia de leyes en la historia de nuestra especie.

Si lo pensamos un momento, se trata de una afirmación extraordinaria. La ciencia moderna ha establecido firmemente que todo se rige por leyes: desde la partícula subatómica más pequeña hasta las galaxias y el propio universo. La idea de que, en el conjunto de el carácter, la historia y el desarrollo de nuestra especie sean tan especiales que queden al margen de todas las leyes es bastante absurda.

En lugar de ser una teoría científica, fluye directamente de la noción bíblica de que la humanidad es una creación especial y única del Todopoderoso, tan especial y única que desafía todo intento de comprenderla. Semejante arrogancia suprema va en contra de todo lo que sabemos sobre la naturaleza y el origen de todas las especies animales. Y a pesar de nuestras pretensiones de superioridad, los humanos también somos animales y estamos sujetos a las leyes de la evolución. 

Es cierto que las leyes de nuestra evolución social son infinitamente más complejas que las de otras especies. Pero el hecho de que algo sea complejo no significa en absoluto que no pueda analizarse, explicarse y comprenderse. Si así fuera, el desarrollo de la ciencia se habría detenido hace mucho tiempo. Pero la ciencia sigue avanzando, penetrando en los misterios más complejos de la naturaleza, y no se deja disuadir por los intentos de poner una barrera en su camino, en la que está inscrita la frase: ¡Prohibido el paso! 

¿Qué es el materialismo histórico?

La Historia se nos presenta como una serie de acciones y reacciones de los individuos en el ámbito de la política, la economía, las guerras y las revoluciones y todo el complejo espectro del desarrollo social. Poner al descubierto la relación subyacente entre todos estos fenómenos es la tarea del materialismo histórico.

A primera vista, la multiplicidad de factores que influyen de diversas maneras en la dirección del cambio social parece desafiar cualquier análisis preciso. Muchos historiadores se refugian en la mera afirmación de esta multiplicidad, contentándose con la idea de que la historia es el resultado de la interacción constante de distintos factores. Pero ésta es una explicación que no explica nada en absoluto. 

Al igual que las olas del océano, que a primera vista parecen impredecibles y arbitrarias, son sólo un reflejo superficial de corrientes invisibles y cambios en el viento, las acciones de los actores individuales en los dramas históricos son la expresión inconsciente de procesos subterráneos más profundos que se abren paso silenciosamente a través de una compleja red de interrelaciones sociales y que, en última instancia, condicionan las acciones de los individuos y determinan su resultado final.

Los grandes hombres y mujeres que parecen ser la fuerza motriz del drama histórico resultan ser simplemente los agentes inconscientes, o semiconscientes, de profundos cambios en la sociedad que se producen de forma desconocida para ellos y que proporcionan un marco determinante en el que desempeñan su función histórica.

Si tratamos de definir un elemento que esté siempre presente y que, en última instancia, deba desempeñar el papel más decisivo, ese elemento se encuentra, no en la conciencia subjetiva de los actores individuales del drama histórico, sino en algo mucho más fundamental.  

En toda interacción de fuerzas, siempre se da el caso de que algunos factores pesan más que otros. Sin dudar ni por un momento de la importancia de cosas como los accidentes históricos, la competencia o incompetencia, valentía o cobardía, de los individuos, la influencia del fanatismo religioso o incluso las ideas filosóficas y orales, la condición más fundamental para la viabilidad de un sistema socioeconómico dado es su capacidad para satisfacer las necesidades humanas básicas. 

Carlos Marx desveló los resortes ocultos que subyacen al desarrollo de la sociedad humana desde las primeras sociedades tribales hasta nuestros días. Antes de que los hombres y las mujeres puedan tener grandes pensamientos, producir grandes obras de arte y literatura, crear nuevas religiones o escuelas filosóficas, primero deben tener alimentos para comer, ropa para cubrir su desnudez y casas que les protejan de los embates de los elementos. 

Es aquí donde encontraremos la causa última del auge y caída de las civilizaciones, de las guerras y revoluciones y de todos los grandes dramas que componen la historia de la humanidad. Así lo entendió ya el gran Aristóteles, que escribió en su Metafísica que la filosofía comenzó » cuando ya existían casi todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida.» .

Esta afirmación va directa al corazón del materialismo histórico, 2.300 años antes que Karl Marx. La concepción materialista de la historia es un método científico que por primera vez nos permite comprender la historia, no como una serie de incidentes inconexos e imprevistos, sino como parte de un proceso claramente comprendido e interrelacionado.

Como explica Marx en un célebre pasaje de su prefacio a Contribución a la crítica de la economía política:

En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. […] El modo de producción de la vida material determina [bedingen] el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia.

En el Anti-Duhring, escrito mucho más tarde, Engels nos proporciona una expresión más desarrollada de estas ideas. Aquí tenemos una exposición brillante y concisa de los principios básicos del materialismo histórico:

La concepción materialista de la historia parte del principio de que la producción, y, junto con ella, el intercambio de sus productos, constituyen la base de todo el orden social; que en toda sociedad que se presenta en la historia la distribución de los productos y, con ella, la articulación social en clases o estamentos, se orienta por lo que se produce y por cómo se produce, así como por el modo como se intercambia lo producido. Según esto, las causas últimas de todas las modificaciones sociales y las subversiones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres, en su creciente comprensión de la verdad y la justicia eternas, sino en las transformaciones de los modos de producción y de intercambio.

El Manifiesto Comunista nos recuerda: «La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases». En el mundo antiguo ya tenemos pruebas claras de esta afirmación. El primer ejemplo de una huelga en la historia registrada se encuentra en el llamado «papiro de la huelga» en el espléndido museo egipcio de Turín, donde se explica en detalle un relato muy interesante de una huelga de los trabajadores que construían la tumba del faraón Ramsés III.

La historia de la antigua Atenas es una de las más violentas y continuas luchas de clases, revoluciones y contrarrevoluciones. Pero la historia más clara y mejor documentada de la lucha de clases en la antigüedad es el riquísimo registro que nos ha llegado de la historia de la República romana. Marx estaba muy interesado en este fenómeno, como aprendemos de una carta que escribió a Engels el 27 de febrero de 1861, en la que leemos lo siguiente:

Para distraerme, de noche he estado leyendo a Apiano sobre las guerras civiles de Roma, en el texto griego original. Es un libro muy valioso. El hombre es egipcio de nacimiento. Schlosser dice que “no tiene alma”, probablemente porque va a la raíz de la base material de esas guerras civiles. Espartaco se revela como el hombre más espléndido de toda la historia antigua. Gran general (no como Garibaldi), noble carácter, verdadero representante del proletariado antiguo.

Pompeyo, en cambio, es una cabal porquería; logró su inmerecida fama haciéndose pasar por acreedor, primero de los éxitos de Lóculo (contra Mitríades), después de los de Sertorio (en España), etc., como “joven amigo” de Sila, etc. Como general, era el Odilon Barrot romano. Tan pronto como tuvo que mostrar de qué estaba hecho —al pelear contra César— evidenció ser un miserable inútil. César cometió los errores militares más grandes posibles —deliberadamente absurdos— a fin de enfurecer al filisteo que se le oponía. Un general romano común —por ejemplo Craso— lo hubiera derrotado seis veces durante la guerra de Epiro. Pero con Pompeyo todo era posible. Shakespeare, en su Love’s Labour Lost (Trabajos de amor perdidos), parece haber tenido una sospecha de lo que era realmente Pompeyo.

El secreto de la grandeza de Roma

En su apogeo, el Imperio romano ofrecía un espectáculo impresionante. Sus edificios, monumentos, calzadas y acueductos siguen siendo hoy un recuerdo mudo pero elocuente de la grandeza de Roma. Pero nunca hay que olvidar que el poder romano se basaba en la violencia, el asesinato en masa, el robo y el engaño. El Imperio romano fue, como todos los imperios posteriores, un ejercicio masivo de opresión, esclavitud y robo común.

Los romanos utilizaron la fuerza bruta para subyugar a otros pueblos, vendieron ciudades enteras como esclavos y masacraron a miles de prisioneros de guerra para divertirse en los juegos de gladiadores. Sin embargo, el Imperio romano comenzó su existencia como un estado minúsculo y casi insignificante que se encontraba a merced no sólo de sus vecinos latinos, sino de los mucho más poderosos etruscos e incluso, en un momento dado, de los bárbaros celtas que derrotaron y humillaron a los romanos.

Al principio ni siquiera poseía un ejército permanente. Sus fuerzas armadas consistían en una milicia basada en un campesinado libre. Su vida cultural era tan pobre como la de los propios campesinos. Sin embargo, en pocos siglos, Roma consiguió dominar no sólo Italia, sino todo el Mediterráneo y lo que entonces se conocía como el mundo civilizado. ¿Cómo se produjo esta notable transformación? La respuesta a esta pregunta sigue siendo un libro cerrado para algunos historiadores modernos. 

Hace algún tiempo, vi en la televisión británica una serie sobre la historia de Roma en la que un conocido historiador exponía la idea de que el secreto de la grandeza de Roma estaba de algún modo implantado en la composición genética de los propios romanos. Desde este punto de vista, sus conquistas estaban cantadas.

En este punto dejamos atrás la ciencia y entramos en el reino de la fantasía y los cuentos de hadas. Por qué proceso mágico se implantó el secreto de la grandeza en los genes de los primeros romanos es un misterio que sólo conocen quienes lo creen. 

Utilizando el método marxista del materialismo histórico, he intentado explicar el proceso por el que Roma se transformó de una humilde ciudad-estado -casi se podría decir que una aldea grande- en una poderosa y agresiva potencia imperialista.

Debo añadir que este caso no es en absoluto único en la historia. La historia muestra la prueba de la ley dialéctica de que las cosas pueden transformarse en su contrario. Hoy se olvida generalmente que la nación imperialista más poderosa de la tierra, los Estados Unidos de América, empezó siendo una colonia oprimida de Gran Bretaña.

Del mismo modo, Roma pasó sus primeros años de vida bajo el dominio de sus vecinos etruscos. Forzada por las circunstancias a una interminable serie de guerras, la sociedad romana se vio obligada a desarrollar una poderosa maquinaria militar, que acabó por someter a todo lo que se le ponía por delante.

Pero estas guerras continuas -que en un principio eran guerras defensivas- se convirtieron en guerras ofensivas, destinadas a conquistar territorios y subyugar a otros pueblos. Esto cambió el carácter mismo de la sociedad romana y la naturaleza de su ejército. A su vez, socavó la existencia misma del factor que había dado coherencia, estabilidad y fuerza a la sociedad romana primitiva: el campesinado romano libre. 

Lucha de clases

Desde los primeros tiempos, en Roma se desarrollaba una violenta lucha entre ricos y pobres. Los escritos de Livio y otros relatan detalladamente las luchas entre plebeyos y patricios, que acabaron en un difícil compromiso. Es cierto que los escritos de Livio, muy posteriores, tienen más sabor a mito que a historia real. Sin embargo, es igualmente posible que estos relatos lleven la impronta de un lejano recuerdo histórico de hechos reales, tal vez derivados de originales mucho más antiguos, ahora, por desgracia, perdidos. Es imposible saberlo. 

Los inicios de una crisis en Roma pueden observarse ya en el último periodo de la República, un periodo caracterizado por agudas convulsiones sociales y políticas y por la guerra de clases. La conquista de Estados extranjeros sentó las bases para una transformación de las relaciones productivas mediante la introducción masiva de la esclavitud.

Cuando Roma ya se había hecho dueña del Mediterráneo al derrotar a su rival más poderoso, Cartago, asistimos a lo que en realidad fue una lucha por el reparto del botín. Los campesinos libres, obligados a pasar largas temporadas lejos de su patria luchando en guerras extranjeras, regresaban para encontrarse con que sus tierras habían sido arrebatadas por los grandes terratenientes, que amasaban grandes fortunas con el trabajo de los esclavos que ahora eran arrojados al mercado a muy bajo precio como botín de guerra.  

Aquí encontramos la verdadera razón de las feroces luchas de clases que caracterizan la historia romana en los últimos años de la República, como señala Marx en El Capital:  «no hace falta ser muy versado en la historia de la república romana para saber que su historia secreta la forma la historia de la propiedad territorial.»

En una carta a Engels del 8 de marzo de 1855, escribió: 

“Hace poco volví a recorrer la historia romana (antigua) hasta la época de Augusto. La historia interna se resuelve simplemente en la lucha de la pequeña contra la gran propiedad de la tierra, específicamente modificada, desde luego, por las condiciones esclavistas. Las relaciones de deuda, que desempeñan un papel tan importante desde el comienzo mismo de la historia romana, figuran tan sólo como consecuencia inevitable de la pequeña propiedad territorial.”

Es en este momento cuando las luchas de clases en Roma alcanzan su mayor intensidad. Es un período que está inseparablemente ligado a los nombres de dos hermanos: Tiberio y Cayo Graco. Tiberio Graco exigió que la riqueza de Roma se repartiera entre sus ciudadanos libres. Su objetivo principal era hacer de Italia una república de pequeños agricultores y no de esclavos, pero fue derrotado y asesinado por los nobles y los esclavistas. Fue la victoria de la gran propiedad sobre la pequeña agricultura, la victoria de la esclavitud sobre el trabajo libre de los campesinos. 

A la larga, fue un desastre para Roma. El campesinado arruinado -la columna vertebral de la República y su ejército- se trasladó a Roma, donde constituyó una clase no productiva, los proletarii (proletariado), que vivía de las limosnas del Estado. 

Aunque resentidos con los ricos, compartían sin embargo un interés común en la explotación de los esclavos -la única clase realmente productiva en el periodo de la República y el Imperio- y de los súbditos imperiales de Roma. 

La gran revuelta de los esclavos encabezada por Espartaco fue un episodio glorioso de la historia de la Antigüedad. Aunque, de hecho, sólo fue uno de los muchos levantamientos de esclavos que se produjeron en esa época, destaca como un acontecimiento único en los anales de la historia de las revueltas de los pobres y oprimidos. 

El espectáculo de esta gente tan oprimida levantándose con las armas en la mano e infligiendo una derrota tras otra a los ejércitos de la mayor potencia del mundo es uno de los acontecimientos más increíbles de la historia. Si hubieran logrado derrocar al Estado romano, el curso de la historia habría cambiado significativamente.

La lectura de la historia romana y, en particular, de la conmovedora historia de la revuelta de los esclavos liderada por el gran gigante revolucionario Espartaco, puede ser una fuente de gran inspiración para la generación actual. Aunque el único testimonio que tenemos de este gran hombre fue escrito por sus enemigos, sus acciones brillan como un faro cuya luz ha permanecido intacta después de dos milenios.

La razón fundamental por la que Espartaco fracasó al final fue el hecho de que los esclavos fueron incapaces de vincularse con el proletariado de las ciudades. Mientras este último siguiera apoyando al Estado, la victoria de los esclavos era imposible. Pero el proletariado romano, a diferencia del proletariado moderno, no era una clase productiva sino puramente parasitaria, que vivía del trabajo de los esclavos y dependía de sus amos. El fracaso de la revolución romana tiene su origen en este hecho.

Cesarismo

La derrota de los esclavos condujo directamente a la ruina de la República romana. A falta de un campesinado libre, el Estado se vio obligado a recurrir a un ejército mercenario para librar sus guerras. Con el tiempo, el estancamiento de la lucha de clases produjo una situación similar al fenómeno moderno del bonapartismo. El equivalente romano es lo que llamamos cesarismo. 

El legionario romano ya no era leal a la República, sino a su comandante, el hombre que le garantizaba su paga, su botín y una parcela de tierra cuando se retirara. El último periodo de la República se caracteriza por una intensificación de la lucha entre las clases, en la que ninguno de los bandos fue capaz de obtener una victoria decisiva. Como resultado, el Estado (que Lenin describió como «cuerpos especiales de hombres armados»), empezó a adquirir una independencia cada vez mayor, a elevarse por encima de la sociedad y a aparecer como árbitro final en las continuas luchas por el poder en Roma.

Toda una serie de aventureros militares entran ahora en escena: Marius, Sulla, Craso, Pompeyo, y finalmente Julio Caesar – un general brillante, un político inteligente y un hombre de negocios astuto, que en efecto puso fin a la República mientras le rendía pleitesía. Aumentado su prestigio por sus triunfos militares en la Galia, empezó a concentrar todo el poder en sus manos. Aunque fue asesinado por una facción conservadora que deseaba preservar la República, el antiguo régimen estaba condenado.

Después de que Bruto y los demás conspiradores fueran derrotados por el Segundo Triunvirato, la República fue reconocida formalmente. Esta pretensión la mantuvo incluso el hijo adoptivo de César, Octavio, después de derrotar a sus rivales y convertirse en el primer emperador, Augusto. El propio título de «emperador» (imperator en latín) es un título militar, inventado para evitar el título de rey, tan ofensivo para los oídos republicanos. Pero era rey, en todo menos en el nombre.

Contradicciones de la esclavitud

En el momento de su desaparición, el régimen político de la República entraba en total contradicción con el sistema esclavista que se había convertido en el centro de la economía romana. La instauración del Imperio fue, pues, necesaria para preservar la propiedad de los grandes esclavistas, que se vieron obligados a someterse al gobierno arbitrario de un solo hombre, pero con ello compraron el fin de la inestabilidad y las guerras civiles de finales de la República. 

Pero como todas las formas de opresión de clase, la esclavitud contiene una contradicción interna que condujo a su destrucción. Aunque el trabajo del esclavo individual no era muy productivo (había que obligar a los esclavos a trabajar), la suma de grandes cantidades de esclavos, como en las minas y plantaciones (latifundios) en el último periodo de la República y el Imperio, producía un excedente considerable. 

En el apogeo del Imperio, los esclavos eran abundantes y baratos, y las guerras de Roma eran básicamente cacerías de esclavos a gran escala. Los ricos consumían la riqueza de la sociedad en un lujo ocioso, mientras que los ciudadanos más pobres vivían en condiciones de miseria inimaginables, dependiendo de las limosnas del Estado para sobrevivir.

Pero en un determinado momento este sistema alcanzó sus límites y entró entonces en un largo periodo de decadencia. Dado que el trabajo esclavo sólo es productivo cuando se emplea a gran escala, la condición previa para su éxito es un amplio suministro de esclavos a bajo coste. Pero los esclavos se reproducen muy lentamente en cautividad, por lo que la única forma de garantizar un suministro suficiente de esclavos es mediante guerras continuas, cada vez más lejanas.

Una vez que el Imperio alcanzó los límites de su expansión bajo Adriano, esto se hizo cada vez más difícil. La decadencia de la economía esclavista, la naturaleza monstruosamente opresiva del Imperio con su abultada burocracia y sus depredadores recaudadores de impuestos, ya estaban socavando todo el sistema. 

El fracaso de las clases oprimidas de la sociedad romana a la hora de unirse para derrocar al Estado esclavista, brutalmente explotador, condujo a un agotamiento interior y a un largo y doloroso período de decadencia social, económica y cultural, que eventualmente preparó el camino para el colapso final del poder romano y el descenso a la barbarie.

El comercio no dejaba de decaer, mientras un gran número de personas se trasladaba de las ciudades al campo con la esperanza de ganarse la vida en alguna de las fincas de los grandes terratenientes. Los bárbaros sólo dieron el golpe de gracia a un sistema podrido y moribundo. Todo el edificio se tambaleaba, y ellos se limitaron a darle un último y violento empujón.

¿Cuáles son las lecciones para hoy? 

Sería un ejercicio inútil especular sobre cuál habría sido el resultado de una hipotética victoria de la gran rebelión de esclavos encabezada por Espartaco. Pero cualquiera que hubiera sido, no habría podido poner fin a la sociedad de clases. La base material de una auténtica sociedad comunista no existía en aquel momento y seguiría sin existir durante otros dos mil años.

Fue necesario pasar por una serie de etapas de desarrollo social y económico, cada una de ellas marcada por la bárbara opresión y explotación de las masas, antes de que las fuerzas productivas bajo el capitalismo alcanzaran un nivel suficiente para que existiera una sociedad comunista sin clases. Por esta razón, es inútil y totalmente anticientífico abordar el pasado desde el punto de vista del presente o del futuro. 

¿Significa esto que no podemos aprender nada del estudio del pasado? Tal conclusión sería radicalmente falsa. Podemos extraer muchas lecciones valiosas de la rica experiencia de las luchas de clases del pasado, y la historia romana nos proporciona un material muy rico a este respecto.

El ascenso del capitalismo moderno y de su sepulturero, la clase obrera, ha dejado mucho más claro lo que está en el corazón de la concepción materialista de la historia. Así como el auge y la caída de Roma fueron el resultado de las contradicciones inherentes al modo de producción esclavista, el auge y la caída del capitalismo se explican por las contradicciones internas de la llamada economía de libre mercado.

En el período de su ascenso, el capitalismo desarrolló las fuerzas productivas hasta un grado que no tiene parangón en la historia. Pero ese periodo hace tiempo que pasó a la historia. El sistema capitalista hace tiempo que agotó cualquier papel progresista que pudiera haber desempeñado en el pasado. 

El sistema capitalista, en su agonía, tiene un parecido asombroso con la monstruosa decadencia que caracterizó al Imperio romano en sus últimas etapas de degeneración y decrepitud. Los síntomas de la decadencia senil son evidentes en todas partes.

Nuestra tarea no es simplemente comprender el mundo, sino llevar a buen término la lucha histórica de las masas, mediante la victoria del proletariado y la transformación socialista de la sociedad. Se trata de acelerar por todos los medios el derrocamiento de un sistema podrido y opresor cuya supervivencia amenaza la existencia misma de la civilización humana, tal vez de la propia raza humana. 

Es hacer realidad los sueños de innumerables generaciones pasadas de la mayoría oprimida y explotada y coronar con la victoria final la lucha titánica iniciada hace tanto tiempo por el gigante revolucionario Espartaco y su ejército de esclavos jamás olvidado. 

No fue casualidad que los líderes de la Revolución alemana, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, tomaran el nombre de Espartaco como emblema del proletariado revolucionario alemán. Al igual que el héroe cuyo ejemplo siguieron tan valientemente, cayeron víctimas de las fuerzas de una brutal contrarrevolución. 

Hoy en día, los nombres de sus asesinos han caído en el olvido, pero los nombres de Espartaco, Liebknecht y Luxemburgo serán recordados para siempre por todos los trabajadores con conciencia de clase y los jóvenes revolucionarios que luchan por un futuro mejor.

Londres, 7 de marzo de 2023

Demagogos y dictadores, ¿qué es el bonapartismo?

Napoleón en su trono imperial, Jean-Auguste-Dominique Ingres (1806)

La creciente crisis del capitalismo está provocando una gran inestabilidad política en todo el mundo. En este contexto, el aumento del número de gobiernos «autoritarios» y «populistas» ha provocado un gran debate sobre el auge de la política del «hombre fuerte». Pero, ¿qué significa esto exactamente? En este artículo, Ben Gliniecki analiza la naturaleza del Estado capitalista y el concepto de «bonapartismo» desarrollado por Marx para responder a esta pregunta y ofrecer una perspectiva del impacto de la lucha de clases en la política actual.

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Chile: A 50 años del golpe de estado

El “humanismo” de Pinochet, Kukryniksy (1974)

Se cumplen 50 años del golpe de estado contra el presidente Allende en Chile. En este artículo, Carlos Cerpa Mallat, describe los acontecimientos que precedieron al golpe, como se transitó de la dictadura al régimen actual y extrae las principales conclusiones políticas de aquella tragedia y que son necesarias para armar a las nuevas generaciones.

Hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, se produjo el Golpe de Estado contra el gobierno del socialista Salvador Allende. Era la primera vez que un candidato identificado como marxista llegaba al poder por la vía electoral, y esto generó grandes ilusiones en la socialdemocracia de todo el mundo. Pero la contrarrevolución fue implacable. Para el presidente estadounidense Nixon se trataba literalmente de “hacer chillar la economía chilena”. El imperialismo intervino a través de la CIA, dedicando más de 13 millones de dólares a los partidos de derecha, medios de comunicaciones y gremios opositores, que durantes 3 años darian lugar a fuertes acciones de sabotaje económico, campañas comunicacionales y terrorismo. 

Por otra parte, la clase trabajadora puso en jaque en varias ocasiones a la reacción, en un despliegue formidable de movilización y organización consciente en defensa de sus intereses de clase contra la derecha y el imperialismo. Organizados en los Cordones Industriales, las Juntas de Abastecimiento y Precio, y otro tipo de articulaciones, los trabajadores chilenos nos legaron una experiencia valiosa de autoorganización, territorial y de clase, que mostró de manera embrionaria cómo es capaz de dirigir la producción y la sociedad sobre una nueva base. Pero su impulso hacia la toma del poder fue coartado en cada ocasión importante por los dirigentes comunistas y el propio presidente socialista, llamándoles a confiar en las Fuerzas Armadas que serán sus verdugos.

La dictadura del General Augusto Pinochet dejó miles de muertos y detenidos desaparecidos. Además de torturas irreproducibles. En un pequeño país de 10 millones de habitantes, cifras oficiales señalan que al menos 40,000 personas sufrieron violaciones a los Derechos Humanos, en su gran mayoría jóvenes, trabajadores y campesinos. La flor de la juventud y la clase obrera fue aniquilada. La experiencia del gobierno de Allende, demuestra que no es posible la vía institucional al socialismo. Es el fracaso del reformismo, que no comprende el carácter de clase del Estado. 

La Unidad Popular

En 1969, se forma la Unidad Popular (UP), compuesta principalmente por el Partido Socialista y el Partido Comunista, y partidos pequeño burgueses como el Partido Radical. Es un Frente Popular, con la particularidad de ser dirigido por dos grandes partidos obreros de masas. 

Los Frentes Populares fueron una política de la Comintern estalinista que llamaba a los partidos comunistas a formar alianzas con partidos de la burguesía supuestamente ‘democrática’.  Pero en el fondo los frentes populares significaban la subordinación der la clase obrera a los intereses de la burguesía, bajo el velo de una alianza antifascista. La Unidad Popular logró movilizar amplísimos sectores populares y de trabajadores, en un momento culmine de un proceso de décadas de radicalización de masas en Chile y el continente.

La Democracia Cristiana se formó como un partido que buscaba sobre todo frenar el crecimiento de los partidos obreros. En 1964 el democratacristiano Eduardo Frei Montalva hizo campaña con fraseología izquierdista y bajo la consigna de “Revolución en Libertad”, derrotó a Salvador Allende. Se inició una reforma agraria que cumplió sólo un tercio del plan contemplado de beneficiar 100.000 familias campesinas; y la “chilenización” del cobre, que estableció sociedades mixtas con 51% de participación del Estado en la minería. Pero los límites de estas reformas solo alimentaron las ansias por transformaciones profundas. 

Destaca la fuerza de la clase obrera ya en aquella época. Así, en 1970 un 85% de la población son asalariados que viven de su fuerza de trabajo, de los que el 46% son obreros. La Central Unitaria de Trabajadores, organizaba a 700,000 miembros, y durante el gobierno socialista llegó al millón de afiliados, un tercio de la población activa. En el sector público la sindicalización llegaba al 90%. En 1965 se contaron 723 huelgas, y en el año 1972 llegan a ser 3,526 de las cuales solo el 3,4% eran consideradas legales. Pero al mismo tiempo, la situación de la clase trabajadora era precaria. Casi la mitad de la población ocupada ganaba menos del salario mínimo. En 1970 una cuarta parte de la población nacional no tiene una vivienda familiar propia, y en Santiago un 10% vive en campamentos.

En 1965, se fundó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), resultado de la fusión de diversos grupos. Entre ellos el Partido Obrero Revolucionario, con orígenes en la Oposición de Izquierda en Chile de los años 30. Pero en el MIR predominaron los elementos pequeños burgueses y universitarios, que promueven la guerrilla campesina, y en 1969 expulsan burocráticamente a quienes se oponen, principalmente cuadros obreros. Durante el gobierno de Allende, el MIR fue el grupo de izquierda revolucionaria más importante y con algún apoyo de masas. De 2 mil militantes a fines de los 60s, llega a 6 mil en 1973, y es capaz de movilizar con simpatizantes unas 15 mil personas. El brazo campesino del MIR, el Movimiento Campesino Revolucionario, sobrepasa la legalidad del proceso de reforma agraria. Muy significativamente, en La Araucanía en conjunto con los mapuche corriendo cercos lograron que se expropiaran casi 200 mil hectáreas, que fueron restituidas a las comunidades.

En 1970 el Partido Comunista tiene 60 mil militantes, siendo uno de los mayores de América Latina y el más grande la Unidad Popular. Las Juventudes Comunistas llegaron a tener 80 mil miembros en 1973. El Partido Socialista se ubica mas a la izquierda que los comunistas, y tiene un crecimiento explosivo durante los 3 años del gobierno de Allende, pasando de alrededor de 55 mil miembros, a unos 125 mil miembros en 1973. De esta manera, en su conjunto los partidos de izquierda agrupaban entre 200 y 300 mil militantes. Por su parte, la Democracia Cristiana tiene unos 60 mil militantes, con una importante presencia en sindicatos, mientras la oposición de derecha y los grupos fascistas agrupan alrededor de 30 mil personas.

Salvador Allende es un médico que en su carrera fue parlamentario, ministro de salud, y 4 veces candidato a la presidencia. Finalmente ganó las elecciones el 4 de septiembre de 1970, con un 37%. La derecha de Alessandri obtiene 35% y el candidato democratacristiano un 28%. La división del voto de la derecha y la DC permite que la UP obtenga la mayoría. Pero el triunfo es también expresión del ascenso de masas durante la década de los 60s. 

Como no obtuvo una mayoría absoluta, Allende necesita la ratificación del congreso para asumir la presidencia. La conspiración de Estados Unidos y la CIA comienza antes que asuma. Se preparó un secuestro de falsa bandera contra el Comandante en Jefe Rene Schneider, dirigido por el General Viaux con participación del grupo fascista Patria y Libertad. El plan era culpar a la izquierda revolucionaria del secuestro y provocar un putsch militar que impidiera que el congreso ratificara a Allende. Pero el plan no resultó, puesto que Schneider resistió el secuestro con su arma, y los pistoleros de extrema derecha tuvieron que liquidarlo. Un accidente, que reveló la trama golpista y obligó a las instituciones pretendidamente democráticas a apoyar el traspaso de mando pacifico. 

La comandancia en Jefe es sucedida por antigüedad a Carlos Prats, otro militar considerado “constitucionalista” como Schneider. De todas maneras, en vez de guardar esperanzas en sectores constitucionalistas, los partidos de la UP deberían haberse ya prevenido ante la opción evidente de una sublevación militar que forzara un enfrentamiento armado entre los trabajadores y la contrarrevolución.

Finalmente Allende es ratificado bajo la condición de firmar un Estatuto de Garantías Constitucionales, que establecía la autonomía de las FFAA. Es decir, desde el primer momento se atan las manos al gobierno popular de cara al enfrentamiento de clases, sobre una cuestión fundamental como es el carácter del Estado burgués y su brazo armado.

El Programa de la UP

La Unidad Popular en el gobierno aplica su programa de reformas democráticas y antiimperialistas, incluyendo medidas en favor de los trabajadores sin precedentes en la historia de Chile: Nacionalización de los recursos naturales, la más emblemática: la nacionalización del cobre, considerado el “salario de Chile”; nacionalización parcial de la banca, comercio exterior, y empresas estratégicas, como la compañía de teléfonos ITT; se acelera la reforma agraria iniciada por el gobierno democratacristiano; reformas sociales denominadas las “40 medidas”, como la entrega de medio litro de leche diario para todos los niños y niñas en las escuelas, y el congelamiento del arriendo.

La estrategia de la UP plantea una transición gradual y por vía institucional al socialismo. Se argumenta la especificidad del Estado chileno como un sistema político estable y consideraba las Fuerzas Armadas como “constitucionalistas” y respetuosas de la democracia. Además, define que existe una burguesía nacional progresista. 

Se crea el Área de Propiedad Social, con participación de los trabajadores, que comprende 90 empresas estratégicas nacionalizadas. Los trabajadores llevarán más lejos esta iniciativa mediante ocupaciones. Llegaron a ser hasta 254 empresas monopolistas que estuvieron en el Área Social.

Durante el gobierno de la Unidad Popular hubo más de 2.000 ocupaciones de predios. Mientras el gobierno demócrata cristiana había expropiado 3,5 millones de hectáreas, la reforma agraria de Allende expropió 5,3 millones de hectáreas de riego básico, alcanzando hasta el 35% de las tierras agrícolas.

La autoorganización de los trabajadores en los Cordones Industriales es el punto más alto de esta revolución chilena. Una revolución “por abajo”, que desborda la revolución “ por arriba” del programa de gobierno de la UP. Como decían las consignas de la época, es una disputa entre “avanzar sin transar”, y “consolidar para avanzar”.

En 1973 el Área Social llegó a comprender al 30% de la fuerza de trabajo industrial y el 90% de la producción minera.  El primer año hubo un crecimiento industrial de 12%. En realidad, hasta mediados de 1972 se vive una pequeña era dorada. En algunas empresas textiles nacionalizadas la producción llegó a duplicarse. Se duplicó el consumo de productos nacionales, muestra de una mejor calidad de vida de los trabajadores que ahora pueden adquirir electrodomésticos, como lavadoras, refrigeradores, y que consumen más carne y leche. Sin embargo, el Estado sólo controlaba el 15% de la distribución. Esto será aprovechado por la burguesía, que utiliza el control que mantiene sobre la economía para sabotear al gobierno. Por otra parte, el boicot imperialista bloquea el acceso a repuestos y maquinarias.

Según el proyecto de la UP era clave la rápida puesta en marcha de una economía planificada en el Área Social, que transformara las relaciones de producción y aumentara la productividad. Sin embargo, las medidas a medias de nacionalización del gobierno de Allende provocan el sabotaje de la burguesía sin haber reemplazado la anarquía del mercado por la planificación democrática. Esto contribuye decisivamente a deteriorar la situación social y económica que lleva a la derrota.

A pesar de las dificultades, el apoyo electoral al gobierno aumenta, los partidos de la Unidad Popular obtienen 50% en las elecciones municipales de 1971. El Partido Socialista crece del 12% al 22%. 

En 1971 renunció un sector de la Democracia Cristiana que apoyaba a la Unidad Popular. Siguen el ejemplo del MAPU que se escindió de la DC en 1969. Esto es positivo y muestra la adhesión de algunos sectores medios, pero por otro lado la DC queda bajo control de su ala derecha.

Cordones industriales

La clase dominante abandona sus esperanzas de derrocar al gobierno por una vía democrática y en octubre de 1972 se lanza una fuerte ofensiva patronal con objetivo de derribar al gobierno. La burguesía y el imperialismo, son conscientes de la agudización de la lucha de clases bajo el gobierno de Allende, con la clase obrera amenazando con desbordar los límites de la democracia burguesa. No están dispuestos a perder su poder, riqueza y privilegios sin dar una batalla. Lamentablemente los dirigentes de la izquierda no tienen la misma claridad de visión y siguen confiando en el carácter democrático de las Fuerzas Armadas y la posibilidad de avanzar al socialismo gradualmente sin romper con la democracia burguesa.

Los industriales paralizan sus actividades. El gremio de camioneros realiza una paralización que afecta el transporte de combustibles, materias primas, alimentos y cargas marítimas. Se suman estudiantes de la Universidad Católica, médicos, ingenieros y transporte público. La oposición logra arrastrar a capas medias.

Los trabajadores responden ocupando las fábricas abandonadas por los patrones y florecen los Cordones Industriales, organizaciones obreras, democráticas, de base. Controlan la producción, y hacen sus propios repuestos, escasos debido al bloqueo económico. Para organizar la distribucion de productos basicos, se multiplican las Juntas de Abastecimiento y Precios, que combaten el acaparamiento y el mercado negro. Como sucede en todas las revoluciones, se establece un embrión de poder dual, que va más allá de las fábricas, y puede organizar territorialmente a campesinos y pobladores. Entre 20 y 30 mil trabajadores se movilizan en Santiago en torno a los cordones industriales.

Después de un mes el paro patronal es derrotado, y Allende forma un Gabinete cívico-militar. Esto es una cachetada en la cara, pues los militares fueron llamados a mediar en un conflicto donde la clase trabajadora ya había triunfado. Coloca militares junto a representantes sindicales en el gabinete, confundiendo las organizaciones independientes de los trabajadores con el gobierno. 

En un intento por evitar el inevitable enfrentamiento, en enero de 1973 el gobierno presenta el Plan Prats-Millas: la devolución de las fábricas ocupadas en octubre y que no estaban en el programa de gobierno. Además reduce el plan del Área Social de 90 a 49 empresas. Esto es inaceptable para los trabajadores que resisten la medida y el plan es retirado en febrero de 1973. 

Se dispone además una Ley de Control de Armas, que se utiliza en allanamientos contra los cordones. Mientras, en los meses antes del golpe, el fascismo realiza al menos 20 atentados diarios. Sobre la base de la confianza ciega en el carácter democrático del estado, en la práctica se desarma a los trabajadores mientras que las bandas fascistas campan a sus anchas. 

En las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, la unidad popular obtiene 44%. La derecha no logra debilitar decisivamente al gobierno en el campo electoral. Para todos los trabajadores avanzados la conspiración golpista es evidente, y el golpe inminente. La cuestión entonces era si acaso debe esperarse la agresión o tomar la iniciativa. El arte de la insurrección revolucionaria debe saber disponer de medios defensivos que le permitan con algún disimulo desdoblarse hacia una ofensiva. Pero el grueso del trabajo preparatorio debía ser una tarea política orientada a los soldados con un programa general de democratización de las fuerzas armadas, con el objeto de organizar unidades antigolpistas.

El 29 de junio de 1973 un sector del ejército se sublevó, el llamado Tanquetazo, organizado por oficiales medios vinculados a Patria y Libertad. El comandante en jefe Prats, acompañado de un tal general Augusto Pinochet, reprime a los sublevados en el centro de Santiago. 

El general Prats reflexiona luego en su diario: 

Ya no me cabe duda de que un considerable número de oficiales generales de las fuerzas armadas y carabineros mantienen vínculos políticos con los dirigentes de la oposición, y que esos contactos adquieren carácter conspirativo.(…)Por qué no hablar de política en los cuarteles, si un regimiento con su comandante a la cabeza ha salido a la calle para atacar el palacio presidencial y el Ministerio de Defensa, y si el comandante en jefe ha tenido que salir también a la calle para defender al gobierno constitucional con una ametralladora en la mano?

Los Cordones tomaron la iniciativa y ocuparon todas las fábricas de la capital, los principales accesos a Santiago y los campesinos centralizaron el abastecimiento. El putsch es derrotado. Pero se evidencian graves fallas, grupos de trabajadores deambulan sin dirección por las calles de Santiago. Al final de la jornada, Allende pide, de nuevo, que devuelvan las empresas ocupadas durante la jornada y se vuelvan en paz a sus casas.

Como Prats y Pinochet reprimieron la sublevación, el Partido Comunista, cree ver confirmada su tesis, que las FFAA son constitucionalistas. En realidad, el Tanquetazo es solo un ensayo general,que confirma que la conspiración va a toda máquina y es cuestión de tiempo antes de otro golpe.

Este era todavía un momento favorable para que el gobierno se apoyara en la clase obrera y lanzara una ofensiva que expropiara definitivamente a los saboteadores burgueses. La contradicción estaba entre defender a un gobierno que los trabajadores consideraban como propio, pero a su vez la necesidad de superarlo por medios revolucionarios. El mismo gobierno los desarmaba política y materialmente ante la contrarrevolución. La revolución socialista era el único medio de defenderse.

Los oficiales golpistas de la Armada comprendían que no sería suficiente con la marina y la aviación para dirigir una acción contra el gobierno. Era clave contar con el apoyo del Ejército, y en esto, el general Carlos Prats era un obstáculo.

El general Prats es acosado por la prensa y con protestas de las esposas de los militares, flaquea bajo la presión y entonces Pinochet asume la comandancia en jefe. Prats lo describió así: “

Es el bellaco de luces limitadas y ambición desmedida, capaz de pasar una vida arrastrándose o agazapado a la espera del instante de cometer un crimen a mansalva, que le permita cambiar su destino por un golpe de audacia. Tengo la convicción de que solo se subió al carro de los golpistas en el último minuto, pero no dudo que se aferrará al poder cueste lo que cueste. Quedará como el gran traidor de nuestra historia. El que condujo al ejército y las fuerzas armadas a cometer un error mayúsculo e irreparable

Prats será asesinado meses más tarde en su exilio en Buenos Aires. El mando del Ejército ha tomado así su lugar en la trama golpista.

Los marinos constitucionalistas y el golpe

Es sabido que los principales conspiradores estaban en la Armada y que se reúnen regularmente con consejeros militares estadounidenses. Con la excusa de hacer preparativos para la operación UNITAS, en realidad preparan claves de comunicación entre los buques estadounidense y chilenos para el golpe de Estado. Además la marina provee armas y entrenamiento militar a Patria y Libertad, mientras los oficiales gritaban a la tropa arengas abiertamente golpistas. 

Un grupo de marinos conoce los planes de sus oficiales para derrocar al gobierno. Saben además que hay muchos marinos antigolpistas. Se elaboran dos estrategias que dividen las opiniones del grupo. Uno, inspirados por la sublevación de la escuadra de 1931 cuando los marinos apresan a los oficiales y toman control de las naves, elaboran un plan para reaccionar solo en caso de golpe, donde ocuparían los buques para llevarlos a alta mar, fuera de uso para la contrarrevolución. 

La otra idea era anticiparse al golpe, por lo que este grupo decide contactar con dirigentes políticos de la izquierda revolucionaria. El MIR, el MAPU y el PS no acuerdan en su totalidad con el plan que el grupo le presenta, y tampoco alcanzan consenso entre ellos. La falta de unidad de una dirección revolucionaria de los trabajadores fue otra desventaja, mientras la contrarrevolución pudo resolver este problema a través de los 3 duros años de oposición y obtener unidad de mando para el golpe.

En agosto de 1973 las reuniones con la izquierda son descubiertas. Los marinos son procesados por la justicia militar, acusados de insurrección y torturados. Escandalosamente, Allende no interviene en su ayuda, arguyendo que esto viola la autonomía de las FFAA (¡¡!!). Esto es determinante para la derrota, pues desincentiva a los soldados y marinos de base a actuar en defensa del gobierno. Sumado a que la Unidad Popular no elaboró una política para las fuerzas armadas y la tropa no era escuchada. 

Uno de los marinos torturados, un cabo, dirá años más tarde: “Creo que Allende se preocupó más de ganarse el mando, de ganarse la oficialidad. (…) Entonces nos descuido a nosotros los suboficiales” 

El 4 de septiembre, 800.000 trabajadores marchan frente a La Moneda, pidiendo armas y el cierre del congreso. El 5 de septiembre, los cordones industriales envían una carta al presidente Salvador Allende, destacamos algunas cosas que los trabajadores reclaman:

…Consideramos no solo que se nos está llevando al camino que nos conducirá al fascismo en un plazo vertiginoso, sino que se nos ha estado privando de los medios para defendernos.
Por lo tanto le exigimos a usted, compañero Presidente, que se ponga a la cabeza de este verdadero ejército sin armas, pero poderoso en cuanto a consciencia, decisión, que los partidos proletarios pongan de lado sus divergencias y se conviertan en verdadera vanguardia de esta masa organizada, pero sin direccion.

Exigimos:

5. Frente al área social: Que no solo no se devuelva ninguna empresa donde exista la voluntad mayoritaria de los trabajadores de que sean intervenidas, sino que esta pasen a ser el área predominante de la economía.

(…)
8. Exigimos que se derogue la Ley de Control de Armas. Nueva Ley Maldita que solo ha servido para vejar a los trabajadores, con los allanamientos practicados a las industrias y poblaciones, que está sirviendo como un ensayo general para los sectores sediciosos de las fuerzas armadas, que así estudian la organización y capacidad de respuesta de la clase obrera en un intento para intimidarlos e identificar sus dirigentes.

9. Frente a la inhumana represión a los marineros de Valparaíso y Talcahuano, exigimos la inmediata libertad de estos hermanos de clase heroicos, cuyos nombres ya están grabados en las páginas de la historia de Chile.

Sin embargo, Allende y los dirigentes de la Unidad Popular siguen aferrados tercamente a su concepción de un estado ‘democrático’ que obedecía al gobierno y unas fuerzas armadas ‘constitucionalistas‘ y respetuosas de la cadena de mando. Ese camino llevaba directamente al desastre como advertían los cordones industriales en su carta: 


Estamos absolutamente convencidos de que históricamente el reformismo que se busca a través del diálogo con los que han traicionado una y otra vez, es el camino más rápido hacia el fascismo.

Desoyendo el clamor de la clase obrera Allende propone a los partidos un plebiscito, en un intento de utilizar métodos parlamentarios para resolver el conflicto de poderes entre el gobierno y la oposición en el Congreso. La fecha del golpe es el 11 de septiembre, para prevenir el anuncio de esta medida. 

Toda sublevación necesita un momento de “desborde”, un momento delicado en que las fuerzas están en un estado “cero” o de pasividad, y del que saltan resueltamente a la acción ofensiva. El factor sorpresa puede contar con el secreto y el engaño. Que había un golpe en ciernes no era ningún secreto, pero las direcciones de la izquierda, principalmente los comunistas y el propio Allende, estaban engañados por sus propias tesis políticas sobre el constitucionalismo de las fuerzas armadas.

El Estado Mayor había elaborado un plan anti insurreccional en caso de emergencias, el Plan Hércules, pero en realidad este se aplicó para derrocar al propio gobierno. Como ya era de público conocimiento que la Armada eran golpistas, el golpe comienza en la madrugada en Valparaíso. Entonces la respuesta natural sería enviar los regimientos de Santiago para supuestamente reprimir el alzamiento. En realidad, sólo irían al encuentro amistoso con los sublevados para neutralizar cualquier resistencia y proceder al golpe en Santiago. 

Joan Garces, asesor cercano del presidente Allende explica: 

La obra de Pinochet consistió en lograr convertir el dispositivo destinado a defender al gobierno en centro de dirección y apoyo de la insurrección (…) Pero el éxito de la acción de Pinochet no se explica sin considerar el hecho decisivo: enfrente del aparato del estado no había ninguna organización con capacidad de resistencia militar (…)La ausencia de toda capacidad coercitiva proletaria autónoma dejaba a la UP sin otra disyuntiva militar que la de continuar apoyando en la oficialidad que aparentaba conciencia profesional y democrática.” (Allende y la experiencia chilena. Joan Garces. 1976. p.363).

Los trabajadores, huérfanos de dirección política, se concentraron en los lugares de trabajo esperando instrucciones. Ante un enemigo superior en armamento y coordinación, lo que correspondía era responder con movilidad y comunicación, no permanecer en puntos fijos. Algunas fábricas y poblaciones resistieron heroicamente, pero los militares controlaron toda la situación en algunas horas.

Se dice que Allende no armó a los trabajadores. Es verdad, pero no es la mejor forma de plantear el problema. El problema es que las principales organizaciones jugaron con el problema militar sin planteárselo seriamente. Se requiere formar cuadros, pensar una política dirigida a los soldados de base, y eventualmente preparar una fuerza propia. No basta suponer la existencia de sectores simpatizantes en las fuerzas armadas, se necesita el coeficiente activo de la lucha de clases. Una acción decidida de las masas organizadas, podía ganar a un sector de soldados y marinos, quebrando las FFAA en líneas de clase. Sobre todo, se necesitaba un partido revolucionario que dirigiera la tremenda creatividad y disposición de combate de la clase obrera y su vanguardia. Las masas estaban desarmadas políticamente. 

La Dictadura

Frei y la Democracia Cristiana pensaban que los militares le traspasarían el poder en el corto plazo. Pero la dictadura se prolongó 17 años. Las masas estaban desmoralizadas e impotentes ante la reacción triunfante. Había una situación económica desastrosa, luego de años de sabotaje de la propia derecha, pero también producto de la crisis internacional. A pesar de sus contradicciones internas, la dictadura pudo mantenerse por inercia.

En las organizaciones de izquierda en la clandestinidad y en el exilio, comenzaron fuertes debates internos. Se trataba de definir tres cosas: Las causas de la derrota del gobierno de la UP, el carácter de la dictadura militar, y por último, por qué medios acabar con la dictadura. 

La clase obrera chilena había vencido la ofensiva contrarrevolucionaria en varias ocasiones, notablemente en octubre del 72, y mostró su potencial para dirigir la economía y la sociedad. Faltaba generalizar estas experiencias, y coordinarlas a nivel regional y nacional. Lamentablemente esto no se logró, por falta de tiempo, pero por encima de todo por la ausencia de una dirección revolucionaria con suficiente apoyo entra las masas. Los trabajadores requerían acciones audaces para solucionar la cuestión del poder. Y finalmente la reacción resolvió esta cuestión a su favor.

El grupo fascista “Patria y Libertad”, fue una fuerza pequeña y auxiliar de la reacción. Esto diferencia a Pinochet en lo fundamental, del fascismo de Hitler o Mussolini, que se apoyan en organizaciones fascistas de masas para destruir a la clase obrera. Por su parte, la dictadura de Pinochet utiliza el aparato estatal, el “dominio de la espada”, es un régimen bonapartista. Pero es particularmente cruel, debido precisamente a la gran fuerza que habían mostrado los trabajadores. En este sentido, es un bonapartismo con rasgos fascistas.

Los militares no eran ningunos economistas ni intelectuales. No fue hasta la llegada de los Chicago Boys en 1975 que el régimen adoptó un proyecto económico y político que se combinó con el conservadurismo local. La dictadura no recuperó simplemente las posiciones perdidas de la burguesía y el imperialismo, sino que transformó la estructura social y económica de Chile. Es el llamado modelo neoliberal. La contrarrevolución consolida su proyecto y dicta la Constitución de 1980. 

Se establecen los pilares ideológicos y económicos del sistema. El Código del trabajo, con leyes antisindicales que acaban con la negociación por rama. La desnacionalización del cobre, que permite además concesionar otras empresas estatales. El sistema privatizado de pensiones. La municipalización de la educación pública y la privatización de la educación universitaria. El negocio forestal. Podríamos continuar, pero digamos simplemente que estas políticas fueron impugnadas por el movimiento estudiantil de 2006 y 2011, y más recientemente por la rebelión de octubre del 2019.

El exilio jugó un rol decisivo en la izquierda, en un proceso conocido como Renovación Socialista, influenciado por la experiencia de los regímenes estalinistas, el eurocomunismo y el financiamiento de la socialdemocracia europea. La propuesta de colaboración de clases del “compromiso histórico” de Berlinguer en Italia, será fundamental. También la “transición modélica” en España después de la muerte de Franco.

La Renovación Socialista trata de articular democracia burguesa y ‘socialismo’, generando alianzas con el centro, es decir con la Democracia Cristiana, abandonando la lucha de clases y la toma del poder por la clase obrera.

El Partido Socialista sufre una crisis y divisiones en 1979 pero la Renovación Socialista será hegemónica. Sin embargo, hay corrientes socialistas con más presencia en el interior de Chile, que mantienen sus banderas revolucionarias.

Hasta 1979 el Partido Comunista, cuya dirección no ha roto con la política frentepopulista que llevó al desastre, quiere incluir a la DC en un “Frente Antifascista” contra la dictadura. Pero la DC los rechaza y en realidad quiere aislarlos. Influenciados por comunistas en la RDA, y el ánimo combativo de jóvenes militantes en el interior, se promueve la Rebelión Popular de Masas. Es decir, el camino de la derrota política de las Fuerzas Armadas y no la conciliación con el régimen. 

La lucha contra la dictadura

En 1982 Chile sufre la mayor crisis económica desde 1930. El PIB cayó un 15%, el desempleo alcanzó el 25%, y en algunos sectores marginales era de hasta 40%. A principios de los 80s ronda el ejemplo de la revolución sandinista en Nicaragua y El Salvador, donde algunos chilenos lucharon y recibieron instrucción. Y en 1983 se cumplen 10 años de insoportable estado de excepción y toques de queda. 

Estos factores explican las protestas que tomaron por sorpresa tanto a los militares como a los partidos políticos. La Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), llama a la Primera Jornada de Protesta Nacional para el 11 de mayo de 1983. Las manifestaciones son masivas y especialmente combativas en las poblaciones periféricas de Santiago. Pero también se suman profesionales, comerciantes y transportistas. Surge además una organización de mujeres opositoras a la dictadura, el MEMCH 83. Los sindicatos dispuestos a movilizarse dan forma al Comando Nacional de Trabajadores (CNT).

Se crea la Alianza Democrática, que agrupa a la DC, los socialistas renovados, y algunos sectores de derecha opositores a la dictadura, que presionan por una rápida negociación. Por otra parte, el Partido Comunista, socialistas, el MIR, y otros grupos de izquierda forman el Movimiento Democrático Popular. Hay una competencia entre la salida pactada de la Alianza Democrática y la salida rupturista del Movimiento Democrático Popular. La tercera opción es continuar con el calendario institucional de la dictadura que contempla un plebiscito en 1988. Pinochet gana tiempo en diálogos infructíferos, mientras desata la represión indiscriminada y la eliminación selectiva de dirigentes. 

Existe un ánimo pre insurreccional que amenaza con desbordar las negociaciones. El Partido Comunista conecta con la radicalización en las poblaciones, ingresan cuadros militares al país, y nace el Frente Patriotico Manuel Rodriguez (FPMR).

La mayor Jornada de Protesta Nacional tiene lugar el 2 y 3 de julio de 1986, con una paralización total. Los grupos que buscan la derrota política de las FFAA califican que este es el “año decisivo”. Pero ocurre la incautación de armas enviadas desde Cuba, una operación fallida del FPMR y un mes más tarde fracasa el atentado a Pinochet. Es un golpe logístico y moral que hunde al PC y al FPMR en una crisis, debilitando así la opción rupturista.

Se consolida la salida pactada, que da lugar a la Concertación de Partidos por la Democracia, haciendo campaña para el plebiscito de 1988. El NO (No continuar la dictadura) gana con 56%, contra 44% del SI. 

La transición democrática pactada fue un compromiso por arriba, para evitar el desborde insurreccional por abajo. Se oxigenó a la dictadura en momentos decisivos, evitando su caída por medios revolucionarios. La impunidad de los crímenes de la dictadura quedó establecida y las fuerzas armadas quedaron sin depurar. La “Concertación”, coalición formada principalmente por el recién fundado Partido Por la Democracia, Partido Socialista y la Democracia Cristiana, administró las aspiraciones democráticas del pueblo chileno después de la dictadura. Pero gobernaron con el mismo legado dictatorial. Cambiar todo para que nada cambie. 

A 50 años del sangriento golpe de estado vivimos todavía con el legado de esa derrota. Es crucial sacar las lecciones necesarias, la más importante de todas, acerca del carácter de clase del estado burgués y la imposibilidad de la toma del poder por parte de la clase obrera por vías simplemente institucionales.

AmSoc 34 Referencias

EL LENINISMO 100 Años Después

  1. R Luxemburgo, La revolución rusa, El perro y la rana, 2008, pág. 37
  2. A Read, The World on Fire, W. W. Norton & Co, 2008, pág. 5-6
  3. R Pipes, The Russian Revolution, Vintage, 1991, pág. 349
  4. O Figes, A People’s Tragedy, Pimlico, 1997, pág. 391
  5. ibid. pág. 824
  6. V I Lenin, «Las tres fuentes y los tres componentes del marxismo», en Carlos Marx, Obras escogidas, tomo I, Ediciones Europa-América, Barcelona 1938, páginas 70-75
  7.  V I Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Centro Marx, 2022, págs 37-8.
  8.  ibid. pg 26
  9. ibid. pg 43
  10.  V I Lenin, ¿Qué hacer?, MIA, 2000-01
  11. V I Lenin, «Acerca de algunas particularidades del desarrollo histórico del marxismo», Lenin
  12.  V I Lenin, «Carta a los camaradas»,  Lenin Obras Completas, Tomo 27, Akal, 1976, pág. 325
  13. L Trotsky, Lenin, CEIP 2009, págs. 310-11
  14. V I Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Centro Marx, 2011, pág. 139
  15.  V I Lenin, “A Letter to Bogdanov and S.I. Gusev”, Lenin Collected Works, Vol. 8, Progress Publishers, 1977, pág. 143-145 (traducción nuestra). 
  16.  ibid. pág. 146
  17.  V I Lenin, «La primera etapa de la Primera Revolución», Obras Completas de Lenin, Tomo 24, Editorial Progreso, 1986, pág. 343
  18. V.I. Lenin, «Carta a J.S. Hanecki», Obras Completas de Lenin, Tomo. 49, Editorial Progreso, 1987, pág. 485
  19. ibid. pág. 488
  20.  V I Lenin, «Cartas sobre la táctica», Lenin Obras Completas Tomo. 31, Progreso, 1986, págs. 140-42
  21.  V I Lenin, «Discurso en una sesión conjunta del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia, el Soviet de Moscú, los Comités de Fábrica y los Sindicatos de Moscú», Lenin Obras Completas, Vol. 37, Progreso, 1986, págs. 8-9
  22. A Macleod, The Death of Uncle Joe, Merlin Press, 1997, pág. 212, énfasis añadido.
  23. V I Lenin, «Fundación de la Internacional Comunista», Lenin Obras Completas, Tomo 30, Akal, 1978, pág. 348

Como Lenin estudió a Hegel

  1.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 154
  2.  L Trotsky, La Juventud de Lenin, en «LENIN – compilación», Ediciones IPS, 2009, págs. 201-2
  3.  V I Lenin, ¿Qué hacer?, MIA, 2000-1
  4.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 149, énfasis en el original.
  5. G W F Hegel, Ciencia de la lógica, Solar, 1982, pág. 108
  6. V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 96
  7. ibid. pág. 123
  8. G W F Hegel, Ciencia de la lógica, Solar, 1982, pág. 111
  9.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 110
  10. ibid. pág. 110
  11.  ibid. pág. 117
  12. C Darwin, El origen de las especies, Zulueta trad., 1921
  13.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 187
  14.  ibid. pág. 121
  15.  ibid. pág. 123
  16.  V I Lenin, «Sobre el problema de la dialéctica», Obras Completas de Lenin, Vol. 29, Editorial Progreso, 1986, pág. 321
  17.  ibid. Pág. 323
  18. V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 159
  19.  ibid. pág. 212
  20.  ibid. pág. 91
  21.  ibid. pág. 82
  22.  K Marx, “La ideología alemana”, Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos, Progreso, 1974,, t. I
  23.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 195
  24.  ibid. pág. 161
  25.  ibid. pág. 198
  26.  ibid. pág. 200
  27.  L Trotsky, La Juventud de Lenin, en «LENIN – compilación», Ediciones IPS, 2009, pág. 203
  28.  L Trotsky, En defensa del marxismo, Sedov, 2022, pág. 70

Lenin contra el ‘Oblómovismo’: la lucha por la acción revolucionaria

  1. V I Lenin, “A letter to A. A. Bogdanov and S I Gusev”, Lenin Collected Works, t. 45, Progress, 1986, pág. 13.
  2. V I Lenin, “La situación internacional e interior de la república soviética”, Obras Completas de Lenin, Vol. 45, Progreso, 1986, pág. 13
  3.  I. Goncharov, Oblómov, Planeta 1985, pág.. 120
  4. Ibid. pág. 121
  5. Ibid. pág. 126
  6. Ibid
  7. Ibid. pág. 83
  8. Ibid. pág. 77
  9. Ibid. pág. 352
  10. Ibid
  11. C. Marx, F. Engels, La Ideología Alemana”, Obras Escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, t. I
  12. V.I. Lenin, Un Paso adelante, dos pasos atrás, Obras Tomo II, Progreso, 1973 pág. 151
  13. V.I. Lenin, Carta a S. I. Gusev, Obras Completas tomo 47, Progreso 1987, pág. 19
  14.  I. Goncharov, Oblómov, Planeta 1985, pág. 180
  15.  V I Lenin, “La situación internacional e interior de la república soviética”, Obras Completas de Lenin, Vol. 45, Progreso, 1986, pág. 13
  16. Ibid, pág. 15
  17. Ibid, pág. 15
  18. Ibid, pág. 214
  19. N Valentinov, Encounters with Lenin, Oxford University Press, 1968, págs. 50-51 

La última Lucha de Lenin

  1. V I Lenin. “Con motivo del cuarto aniversario de la revolución de Octubre”, Obras Completas, tomo 44, Editorial Progreso,1981, pág. 144
  2. V I Lenin, La nueva política económica y las tareas de los comités de instrucción política, Obras Escogidas, tomo 12, Editorial Progreso, 1973, pág. 77
  3.  V I Lenin, “Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial”, Obras Escogidas, tomo 12, Editorial Progreso, 1973, pág. 141
  4.  V I Lenin, Contra la burocracia, Diarios de las secretarias de Lenin, Cuadernos Pasado y Presente, 1974, pág.121
  5.  V I Lenin, “Note to J. V. Stalin with a Draft Decision for the Politbureau of the C.C., R.C.P.(B.) on the Question of the Foreign Trade Monopoly”, Lenin Collected Works, Vol. 42, Progress Publishers, 1971, pág. 418, pie de página 476
  6. Ibid.
  7. Citado en V I Lenin, “Letter To J V Stalin For Members Of The CC, RCP(B) Re
  8. The Foreign Trade Monopoly”, Lenin Collected Works, Vol. 33, Progress Publishers, 1966, pág. 375, footnote no.115
  9.  V I Lenin, A L. D. TROTSKI. 12 DE DICIEMBRE DE 1922, Obras Completas, Tomo 54, Progreso, 1988, pág.366
  10.  E H Carr, A History of Soviet Russia, MacMillan, 1950, pág.203
  11. Ibid. pág.227
  12.  V I Lenin, Como tenemos que reorganizar la inspección obrera y campesina, Obras Escogidas, tomo 12, Editorial Progreso, 1973, pág.167
  13.  Ibid. pág.169
  14.  Ibid. pág.173
  15.  E H Carr, “Carta a G.K. Ordzhonikidze” Obras Completas de Lenin, T. 43, Progreso, 1987, pág 383.
  16.  E H Carr, “Carta a G.K. Ordzhonikidze” Obras Completas de Lenin, T. 43, Progreso, 1987, pág 383.
  17. M Lewin, Lenin’s Last Struggle, University of Michigan Press, 2005, p. 48
  18. V I Lenin, “Sobre la formación de la U.S.S.R.” Obras Completas de Lenin, Vol. 45, Progreso, 1987, pág. 225
  19. Ibid. pág. 226
  20. L Trotski, La revolución desfigurada, Obras Escogidas, Sedov, 2020, p. 46
  21.  V I Lenin, “Sobre la lucha contra el chovinismo de gran potencia”, Obras Completas de Lenin, T. 45, Progreso, 1987, pág. 228
  22.  L Trotski, The Real Situation in Russia, Harcourt Brace and Co., 1928, pág.304-305
  23. V I Lenin, Contra la burocracia, Diarios de las secretarias de Lenin, Cuadernos Pasado y Presente, 1974, pág.176
  24. V I Lenin, “Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la ‘autonomización’”, El Testamento de Lenin, MIA, 2000.
  25. Ibid, pág.195, nota de pie de página 57
  26. Ibid. pág.177
  27. V I Lenin, Más vale poco y bueno, Obras Escogidas, tomo 12, Editorial Progreso, 1973, p.77
  28. V I Lenin, INFORME POLITICO DEL COMITE CENTRAL DEL PC(b) DE RUSIA 27 DE MARZO, Obras completas, Tomo 45, Progreso, 1987 p. 93 
  29. L Trotski, La revolución desfigurada, Obras Escogidas, Sedov, 2020, p. 51
  30. V.I. Lenin, notas de L. A. Fótieva, Contra la burocracia, Diarios de las secretarias de Lenin, Cuadernos Pasado y Presente, 1974, pág.84
  31.  M Lewin, Lenin’s Last Struggle, University of Michigan Press, 2005, p. 152-153
  32. Ibid. p. 153
  33.  “Diario de las secretarias de Lenin”, Pensamiento Crítico, La Habana, número 38, marzo 1970, pág. 250, nota 62

La lucha de Trotski por rejuvenecer el partido bolchevique

  1. L Trotski, “Primera carta al Comité Central”, CEIP, 2008.
  2. Ibid. 
  3.  L. Trotski,  Mi vida, Centro Marx, 2021, pág. 605
  4.  R Gregor ed., “On the Intra-Party Situation”, Resolutions and Decisions of the Communist Party of the Soviet Union, Vol. 2, University of Toronto Press, 1974, pág. 208
  5.  E H Carr, The Interregnum 1923-24, The MacMillan Press, 1978, pág. 307
  6.  L Trotski, El Nuevo Curso, Edicions Internacionals Sedov, 2015, pág. 9
  7.  Ibid. pág. 15
  8.  Ibid. pág. 12
  9.  Ibid. pág. 10
  10.  Ibid. pág. 42
  11.  Ibid. pág. 7
  12.  Ibid. pág. 47
  13.  Ibid. pág. 24
  14.  Ibid. pág. 22
  15.  Ibid. pág. 25
  16.  Ibid. pág. 22
  17.  Ibid. pág. 23
  18.  Ibid. pág. 26
  19.  Ibid. pág. 24
  20.  Ibid. pág. 15
  21.  Ibid. pág. 41
  22.  Ibid. pág. 8

Lenin: Nuevas Tareas y Nuevas Fuerzas 

V I Lenin, 1905

Marx contra Malthus

¿Superpoblación o sistema senil?

El reverendo Thomas Malthus adquirió notoriedad como ardiente defensor de la pobreza y la desigualdad en el siglo XIX, al explicar que los pobres no lo eran a causa de la explotación o la injusticia, sino porque simplemente eran demasiados y, por tanto, no podían ser abastecidos por los limitados recursos de la humanidad. En la actualidad, las ideas de Malthus siguen circulando constantemente bajo distintas formas e incluso han adquirido cierta influencia en la izquierda. En este artículo, Adam Booth se basa en la crítica de Marx y Engels a Malthus para exponer la falsedad y las implicaciones reaccionarias de estas ideas en la actualidad.

La civilización occidental se desmorona bajo la presión de un enjambre de inmigrantes que nos roban nuestros empleos y viviendas. Los presupuestos públicos se ven desbordados por un ejército zombi de octogenarios con un apetito insaciable de asistencia social y sanitaria. El planeta arde porque está habitado por demasiada gente, porque vivimos por encima de nuestras posibilidades.

Todo esto, y más, se declara regularmente como un hecho en las portadas de la prensa burguesa.

Todas estas afirmaciones, de una forma u otra, son un reflejo moderno de las ideas reaccionarias del reverendo Thomas Malthus, un clérigo y economista de finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuyo nombre es hoy sinónimo del campo de la demografía y, en particular, de la teoría de que la superpoblación es la culpable de todos los males de la sociedad.

En última instancia, es la ideología maltusiana la que sustenta los ataques xenófobos de la derecha contra inmigrantes y refugiados. Mientras tanto, la clase dirigente liberal difunde perniciosamente argumentos comparables para culpar a los ancianos de la crisis de la sanidad pública y los sistemas de pensiones. Son los boomers (nacidos en el boom de la posguerra), se nos dice de forma similar, los que aparentemente impiden a los millennials y a la Generación Z comprar una casa o encontrar un trabajo decente, no el caos del capitalismo y la anarquía del mercado.

Sin embargo, hoy en día el maltusianismo no sólo es repetido hasta la saciedad por los representantes de la clase dominante. Por desgracia, muchos de los llamados “izquierdistas” también han absorbido estas ideas, conscientemente o no, en forma de la teoría del “decrecimiento” y otras creencias similares que prevalecen en el movimiento ecologista.

Con tales afirmaciones y conceptos extendidos por todo el espectro político, es vital que nosotros, como marxistas, nos armemos con una comprensión adecuada del maltusianismo, y con una clara respuesta socialista a estos disparates.

Paladín de la reacción

Malthus es famoso -o tristemente célebre- por su teoría sobre las leyes de la población y la producción, que esbozó inicialmente en un texto titulado Ensayo sobre el principio de la población. La primera edición de este tratado se publicó en 1798, poco después del estallido de la Revolución Francesa.

La coincidencia no fue casual. La revolución francesa había inspirado a escritores románticos y socialistas utópicos de toda Europa, por no hablar del incipiente movimiento obrero. En Gran Bretaña, la clase dirigente estaba aterrorizada por el impacto radicalizador que los acontecimientos del otro lado del Canal estaban teniendo en su país y en las colonias. El mismo año de la publicación del ensayo de Malthus, por ejemplo, estalló la rebelión irlandesa contra el dominio británico, dirigida por la Sociedad de Irlandeses Unidos, un grupo republicano influido por los ideales revolucionarios de sus hermanos franceses.

Conmovidos por estos acontecimientos, pensadores como William Godwin en Inglaterra comenzaron a especular sobre el infinito potencial de una sociedad futura basada en la ciencia y la razón, creyendo que no había límites para el progreso humano.

La clase dominante consideraba muy peligrosa esta propaganda. Y en Malthus encontraron un defensor que estaba más que dispuesto a luchar por ellos; alguien que ofrecía una refutación teórica a los utopistas y defendía el statu quo en bancarrota del capitalismo.

La primera edición del ensayo de Malthus, en este sentido, fue escrita explícitamente como una respuesta a Godwin y compañía. En sus propias palabras, junto con otros abanderados de las fuerzas del conservadurismo y la reacción, como Edmund Burke, pretendía proporcionar un “argumento [que] sea concluyente contra la perfectibilidad de la masa de la humanidad”.

En resumen, Malthus afirmaba que, abandonados a su suerte, sin barreras ni restricciones materiales, los seres humanos se multiplicarían a un ritmo geométrico: 1, 2, 4, 8, 16, y así sucesivamente. Sin embargo, sugirió que nuestra capacidad para producir alimentos -cultivar y criar animales- sólo podría aumentar a un ritmo aritmético: 1, 2, 3, 4, 5, etc.

El resultado, según nuestro célebre clérigo, es que los números de la humanidad están constantemente sujetos a “controles positivos”, como la guerra y el hambre, que actúan para limitar el crecimiento de la población. La muerte, la destrucción y la enfermedad, en otras palabras, son supuestamente consecuencia del insostenible deseo de procrear de la humanidad.

Los gérmenes de la existencia contenidos en este pedazo de tierra, con abundante alimento y amplio espacio para expandirse, llenarían millones de mundos en el curso de unos pocos miles de años. La necesidad, esa imperiosa ley de la naturaleza que todo lo penetra, los restringe dentro de los límites prescritos. La raza de las plantas y la raza de los animales se contraen bajo esta gran ley restrictiva. Y la raza humana no puede, por ningún esfuerzo de la razón, escapar de ella. Entre las plantas y los animales, sus efectos son el desperdicio de semillas, la enfermedad y la muerte prematura. Entre la humanidad, la miseria y el vicio.

Culpar a los pobres

El reverendo Malthus fue más allá de sugerir simplemente que el crecimiento de la población no podía ser ilimitado. Al fin y al cabo, la afirmación de que existen límites materiales al tamaño total de la humanidad es una verdad de Perogrullo. Evidentemente, ninguna especie puede seguir proliferando sin un suministro adecuado de nutrientes, agua, etcétera.

El tratado inicial de Malthus era sobre todo una polémica contra los románticos y los utópicos. En escritos posteriores, sin embargo, aplicó sus teorías a los acuciantes problemas políticos de la época. Y en todas las ocasiones llegó a conclusiones agresivamente reaccionarias, sobre todo en la cuestión del pauperismo.

La Revolución Industrial en Gran Bretaña fue acompañada de una miseria generalizada, a medida que los “trabajadores libres” se trasladaban del campo a las ciudades y que el capitalismo masticaba a los trabajadores y los escupía a las calles.

En la época en que Malthus escribía su ensayo, existía un sistema parroquial de “Leyes de pobres”. Este sistema proporcionaba ayuda a mendigos y vagabundos. Pero tras las guerras napoleónicas, la depresión y el desempleo masivo acechaban al país, y las antiguas Leyes de Pobres se consideraban cada vez más insostenibles.

En 1832 se creó una Comisión Real para proponer un nuevo sistema de Leyes de Pobres. Y los argumentos de Malthus -presentados pública y celosamente por el propio Malthus- se desplegaron para defender que la ayuda local a nivel de distrito se sustituyera por un sistema centralizado de casas de trabajo: instituciones estatales infernales que proporcionaban alojamiento precario y escasas gachas a cambio de un trabajo agotador.

Según Malthus y sus seguidores, las Leyes de Pobres anteriores no hacían sino empeorar una mala situación. El verdadero problema, decían, era la escasez de alimentos y otros medios de subsistencia. Redistribuir la riqueza mediante la caridad no resolvería esta cuestión. Por el contrario, sólo serviría para animar a las clases bajas a reproducirse, agravando el problema.

Los pobres, en otras palabras, tenían la culpa de ser pobres. Y como todas las demás almas justas, deben aceptar estoicamente su suerte en la vida, pues de lo contrario prevalecerían el caos y la miseria.

Un hombre que nace en un mundo ya poseído, si no puede obtener la subsistencia de sus padres, a quienes tiene una justa demanda, y si la sociedad no quiere su trabajo, no tiene derecho a la más pequeña porción de comida y, de hecho, no tiene por qué estar donde está. En el gran festín de la naturaleza no hay lugar para él. Ella le dice que se vaya, y ejecutará rápidamente sus propias órdenes, si él no logra la compasión de algunos de sus comensales. Si estos comensales se levantan y le hacen sitio, inmediatamente aparecerán otros intrusos exigiendo el mismo favor…

El orden y la armonía de la fiesta se alteran, la abundancia que antes reinaba se transforma en escasez; y la felicidad de los invitados queda destruida por el espectáculo de la miseria y la dependencia en todos los rincones de la sala  [énfasis original].

En lugar de ayudar a los pobres, Malthus y sus admiradores pedían que se les penalizara y encarcelara para evitar que se reprodujeran como roedores.

“Por tanto, la cuestión [para los maltusianos]”, señaló Engels en sus estudios sobre La condición de la clase obrera en Inglaterra, “no es alimentar a la población excedente, sino limitarla tanto como sea posible de una manera o de otra”.

“El Parlamento inglés completó esta filantrópica teoría”, afirmaba un joven Karl Marx, “con la idea de que el pauperismo es la miseria cuya culpa hay que achacar a los propios obreros, por lo que no hay que prevenirla como una desgracia, sino que por el contrario, hay que castigarla como un crimen” [énfasis original].

Humanos frente a animales

Karl Marx y Friedrich Engels, que escribieron en la estela de Malthus y las Nuevas Leyes de Pobreza de 1834, hicieron pedazos estos argumentos reaccionarios.

En primer lugar, los fundadores del socialismo científico cuestionaron los axiomas básicos en los que se basaba la hipótesis de Malthus.

“Malthus establece un cálculo, sobre el que descansa todo su sistema.”, afirma Engels. “La población —dice— crece en progresión geométrica: 1-2 -4 -8 -16 -32, etc., mientras que la capacidad de producción de la tierra aumenta solamente en progresión aritmética: 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6. La diferencia salta a la vista y es sencillamente pavorosa, pero, ¿es cierta?”

Malthus afirmaba haber demostrado estas relaciones con pruebas empíricas. En particular, determinó su tasa geométrica de aumento de la población a partir del estudio de la expansión de las nuevas sociedades en Norteamérica y otras colonias británicas.

Sin embargo, las proporciones numéricas exactas alegadas por Malthus distraen un poco la atención de los principales defectos de su teoría. Ante todo, es la afirmación del párroco sobre los límites de la producción lo que hay que cuestionar.

“¿Dónde se ha demostrado que la productividad de la tierra aumenta en progresión aritmética?”. Engels continúa en su Crítica.

La superficie de la tierra es limitada, eso es perfectamente cierto. Pero la fuerza de trabajo que debe emplearse en esta superficie aumenta junto con la población.

La extensión de la tierra es limitada, es cierto. La mano de obra que en ella puede invertirse aumenta con la población; aún concediendo que el aumento del rendimiento debido al aumento de trabajo no registre siempre un incremento a tono con la proporción del trabajo invertido, siempre quedará un tercer elemento, que al economista, ciertamente, no le dice nada, la ciencia, cuyo progreso es tan ilimitado y rápido, por lo menos, como el de la población.

Malthus, por tanto, presenta a los seres humanos como no mejores que los animales. En su opinión, la humanidad es como una bacteria en una placa de Petri: destinada a multiplicarse exponencialmente hasta consumir todos los recursos disponibles en su hábitat.

Pero a diferencia del resto del reino animal, explicaron Marx y Engels, los humanos somos capaces de un pensamiento consciente y activo; de comprender el mundo que nos rodea a través de la interacción con nuestro entorno, y de utilizar este conocimiento para transformar nuestro entorno; de desarrollar la ciencia y la tecnología, para dominar las fuerzas de la naturaleza.

Con su teoría de la población (o superpoblación), Malthus creía haber descubierto una ley intemporal y eterna de la naturaleza. Pero se trataba de una visión burda, una forma de reduccionismo que pretendía presentar la dinámica de la sociedad humana como poco más que una “lucha por la existencia” darwiniana (muchas décadas antes que el propio Darwin).

Sin embargo, mediante el trabajo, la humanidad puede desarrollar las fuerzas productivas de que dispone. Al hacerlo, somos capaces de alterar las condiciones en las que vivimos y de derribar cualquier barrera que se interponga en el camino de la extensión de nuestra especie. Esto es lo que diferencia a los seres humanos de todas las demás criaturas.

“El animal llega, a lo sumo, a actos de recolección;”, subraya Engels en su inacabada obra maestra Dialéctica de la naturaleza, mientras que “el hombre, en cambio, produce, crea medios de vida en el más amplio sentido de la palabra, medios de vida que sin él jamás habría llegado a producir la naturaleza. Ya esto por sí solo hace imposible transferir, sin más, a la sociedad humana las leyes de vida de las sociedades animales.” [énfasis original].

En otras palabras, las leyes de la sociedad y de las poblaciones humanas son cualitativamente diferentes de las leyes de la biología y la evolución. La sociedad humana tiene sus propias leyes, más allá de las que se aplican a otras especies. La ciencia demográfica no puede reducirse a un darwinismo social.

Visión materialista de la historia

Con sus leyes abstractas de la población, Malthus era el reflejo de los utopistas contra los que polemizaba. Estos últimos soñaban con una sociedad perfecta, desvinculada de las condiciones materiales. Los primeros pretendían defender el estado de cosas existente recurriendo a leyes sociales supuestamente intemporales; leyes demográficas consideradas tan universalmente aplicables a lo largo de la historia como las leyes del movimiento de Newton lo son en física.

En contraste con estos dos campos idealistas, Marx y Engels aportaron una visión materialista de la historia. No existen leyes sociales eternas, aplicables a todas las formas de civilización, explicaron. Más bien, cada etapa del desarrollo humano conlleva sus propias dinámicas, contradicciones y relaciones sociales. A su vez, cada modo de producción tiene sus propias leyes de población, que deben estudiarse concretamente.

“[Según los maltusianos,] toda la historia tiene que estar subordinada a una única gran ley natural”, escribe Marx en su correspondencia, amonestando a ciertos intelectuales burgueses por su idealismo histórico.

Esta ley de la naturaleza es la fórmula (empleada de este modo, la expresión de Darwin se convierte en una simple fórmula) struggle for life [la lucha por la vida], y el contenido de esta frase hueca es la ley malthusiana de la población, o rather [mejor dicho], de la superpoblación.

Así, en lugar de analizar la struggle for life tal como se manifiesta en diversas formas sociales determinadas, es suficiente convertir cada lucha concreta en una fórmula: struggle for Ufe y sustituir luego esta misma fórmula por las lucubraciones maltusianas sobre la población.

“De esta suerte”, explica Marx en los Grundrisse, “[Malthus] transforma las relaciones his tóricamente diferentes en una relación numérica abstracta, existente sólo en la fantasía, que no se funda ni en las leyes naturales ni en las históricas.”.

Las leyes y los límites de las poblaciones humanas, por tanto, no están determinados y condicionados por la naturaleza, sino por la producción. Los diferentes modos de producción, a su vez, tienen diferentes leyes de población.

En los hechos, todo régimen histórico particular posee sus leyes de población particulares, históricamente válidas. Una ley abstracta de población sólo existe para las plantas y los animales, en la medida en que el hombre no interfiere en esos terrenos.

Excedente relativo de población

Tras haber refutado las leyes abstractas e inmutables de la población de Malthus, Marx emprendió la tarea positiva de analizar y formular las leyes de la población propias del capitalismo.

Sin embargo, Marx no se ocupó de examinar la dinámica demográfica que afecta al tamaño de una sociedad determinada. Toda una serie de factores -incluidos los cambios en las actitudes morales y religiosas- podrían determinar si una población concreta crece o disminuye; si los progenitores deciden tener familias más numerosas o más reducidas; si las tasas de natalidad y mortalidad son bajas o altas.

Marx comprendió, a este respecto, que las cifras totales de la humanidad no se basan únicamente en determinantes económicos; que no existe una relación mecánica entre población y producción.

En cambio, en El Capital, Marx esbozó cómo la dinámica de la acumulación capitalista da lugar a una tendencia hacia un excedente relativo de población.

Malthus había atribuido la pobreza al número absoluto de personas; el resultado inevitable de demasiada gente persiguiendo muy pocos bienes. Por el contrario, Marx demostró que el pauperismo era el resultado de las contradicciones del capitalismo.

Impulsados por una sed insaciable de beneficios cada vez mayores, la competencia entre los capitalistas les obliga a reinvertir constantemente la plusvalía -creada por la clase obrera- en nuevos medios de producción, lo que conduce a la expansión y el crecimiento.

En este proceso, aumenta la demanda total de fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, sin embargo, los capitalistas invierten en maquinaria y automatización para aumentar la productividad de los trabajadores, abaratar sus mercancías y competir con otros productores.

Así pues, se desarrollan dos tendencias contradictorias. Por un lado, la tecnología deja obsoletos a los trabajadores, que son arrojados al basurero. Por otro lado, a medida que la economía crece, los trabajadores desempleados se reincorporan a la producción.

Algunas industrias se transforman, despidiendo trabajadores; otras se expanden, creando una demanda de trabajadores adicionales. Y a estos cambios entre los distintos sectores de la economía y dentro de ellos se superponen los ciclos perpetuos de auge y recesión del capitalismo.

El resultado es un flujo y reflujo de la población que se considera excedentaria para las necesidades del capital; fluctuaciones caóticas en lo que Marx denominó el “ejército de reserva de la mano de obra”.

“[…] la acumulación capitalista”, explica Marx en su obra magna, “produce constantemente y por cierto en relación a su energía y a su volumen una población obrera adicional relativa, esto es, excesiva para las necesidades medias de valorización del capital y, por tanto, superflua”.

Además, Marx subrayó que un ejército de reserva de mano de obra no es sólo el producto de la acumulación capitalista, sino también una condición necesaria para su perpetuación.

Para poder ampliar continuamente sus negocios, los capitalistas deben disponer en todo momento de mano de obra ociosa, lista y capaz de ser empleada. La existencia de esta reserva de trabajadores, mientras tanto, ayuda a mantener una presión a la baja sobre los salarios, aumentando así los beneficios de los empresarios.

El capital actúa de dos lados a la vez. Si su acumulación, de una parte, acrecienta la demanda de trabajo, de la otra, incrementa la oferta de obreros mediante su “liberación”, mientras que simultáneamente la presión de los desocupados obliga a los ocupados a poner en movimiento más trabajo, o sea, hace la oferta de trabajo en cierto grado independiente de la oferta de obreros.

No son las cifras absolutas de la población las que hacen bajar los salarios y crean pobreza, como había sugerido Malthus, sino el ejército de reserva de mano de obra resultante de la dinámica del capital; no se trata de superpoblación y producción limitada, sino de un excedente de población en relación con las necesidades del sistema de beneficios; “la presión de la población no se ejerce sobre los medios de subsistencia, sino sobre los medios de empleo”, como subraya Engels.

Por tanto, con la acumulación del capital que ella misma produce, la población obrera crea en volumen creciente los medios que hacen posible su propia conversión en población relativamente excesiva. Es esta una ley de población propia del modo de producción capitalista.

Superpoblación frente a superproducción

En lugar de las afirmaciones de Malthus sobre el progreso aritmético en términos de suministro de alimentos, Marx y Engels analizaron las contradicciones reales del capitalismo que impiden a la sociedad alimentar a un número cada vez mayor de personas.

Sobre todo, explicaron que lejos de ver superpoblación, se trata de sobreproducción. La humanidad no se enfrenta a una escasez permanente, sino a la pobreza en medio de la abundancia. Como escribe Engels:

Se produce demasiado poco, esta es la causa de todo el asunto. Pero, ¿por qué se produce demasiado poco? No porque los límites de la producción […] estén agotados, sino porque los límites de la producción están determinados, no por la cantidad de estómagos vacíos, sino por el número de bolsas capaces dé comprar y de pagar. La sociedad burguesa no desea ni puede desear producir más. Los obreros sin dinero y con el vientre vacío, cuyo trabajo no puede ser utilizado para el beneficio y que por consiguiente no pueden comprar, se dejan a la tasa de mortalidad  [énfasis original].

El hambre en el capitalismo, en resumen, no surge por la incapacidad técnica de la sociedad para alimentarse a sí misma, sino por la locura del sistema de lucro.

“Si Malthus no hubiera enfocado el asunto de un modo tan unilateral”, afirma Engels en su Crítica, “ se habría dado cuenta de que la población o mano de obra sobrante aparece siempre unida a un exceso de riqueza, de capital y de propiedad sobre la tierra”.

A este respecto, las teorías de Malthus han sido desmentidas en la práctica muchas veces desde su muerte. La evolución de la agricultura, la industria y la ciencia ha permitido a la sociedad aumentar la fertilidad de la tierra, incrementar la productividad mediante la aplicación de la tecnología y la técnica y producir más con menos.

Incluso hoy, según la organización humanitaria Acción contra el Hambre, se estima que se producen alimentos suficientes para alimentar a todo el mundo y, sin embargo, se calcula que el 10% de la población mundial sufre malnutrición e inanición.

El problema no radica en la superpoblación maltusiana, sino en la propiedad privada y el Estado-nación: las dos barreras fundamentales que se interponen en el camino del desarrollo de las fuerzas productivas; y que nos impiden hoy utilizar racionalmente los inmensos recursos de la sociedad, que en cambio están siendo saqueados con fines de lucro por los capitalistas.

Apologista del parasitismo

Al culpar del hambre y las privaciones a la gente corriente, Malthus desviaba activamente la atención del verdadero culpable: el sistema capitalista. A este respecto, Marx describió a Malthus como “un adulador desvergonzado de las clases dominantes”, y sus teorías como una “nueva apología de los explotadores del trabajo”.

Malthus defendía sobre todo los intereses de la nobleza terrateniente. En los debates sobre las Leyes del Maíz (aranceles sobre las importaciones de grano a Gran Bretaña), por ejemplo, Malthus se posicionó firmemente del lado del proteccionismo y de los terratenientes, en oposición a los defensores del libre comercio, como el economista clásico inglés David Ricardo.

Además, fiel a su credo, el clérigo también utilizó sus teorías económicas para justificar la existencia de su propia clase parasitaria, defendiendo el consumo improductivo de la Iglesia, la aristocracia y otros “criados ociosos” variados.

Aseguró que ese despilfarro de los recursos de la sociedad no era un despilfarro, sino que era necesario para prevenir las crisis y garantizar la supervivencia del capitalismo.

“Hacen falta, por tanto”, dice Marx, resumiendo los puntos de vista económicos de Malthus, “compradores que no sean vendedores, para que el capitalista pueda realizar su ganancia, ‘vender las mercancías por su valor’.”

De ahí la necesidad de los terratenientes, los pensionistas, los poseedores de sinecuras, los curas, etc., sin olvidar a sus menial servants [sirvientes domésticos] y retainers [lacayos].

Simultáneamente, según Malthus, tenemos superpoblación y subconsumo; demasiadas bocas que alimentar, junto con demasiados bienes que vender; demasiado poco producido para mantener a las masas sin dinero, junto con un excedente que sólo puede ser absorbido por la glotonería y la avaricia de los holgazanes y holgazanes acomodados.

“Y de ahí que”, concluye Marx, constatando la ironía y la hipocresía, “el panfletista de la población predique como condicionante de la producción el constante subconsumo y la mayor apropiación posible del producto anual por los ociosos”.

Esta flagrante paradoja de las ideas de Malthus expresa en realidad una contradicción real en el corazón del capitalismo: la sobreproducción.

Frente a los economistas clásicos del laissez-faire, como Adam Smith y Jean-Baptiste Say, que creían en la racionalidad y la eficacia del libre mercado, Marx demostró que el capitalismo era intrínsecamente propenso a las crisis, crisis derivadas de la naturaleza del propio sistema de beneficios.

Los beneficios de los capitalistas se derivan del trabajo no remunerado de la clase obrera, explicó Marx. Los trabajadores reciben menos valor (en forma de salarios) del que producen (en forma de mercancías). Por consiguiente, la capacidad de producción del capitalismo siempre superará la capacidad del mercado para absorber todo lo que se produce.

El resultado, como explicaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, son crisis en las que “estalla una epidemia que, en todas las épocas anteriores, habría parecido un absurdo: la epidemia de la superproducción”.

La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué?  Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio.

Marx admitió que, aunque consideraba al párroco un plagiador en serie, las ideas económicas de Malthus tenían cierto mérito, en el sentido de que, “frente a las lamentables doctrinas de armonía de la economía política burguesa”, el reverendo ponía “el acento en las desarmonías”.

Malthus se complacía en proclamar las contradicciones del capitalismo, en la medida en que ello le proporcionaba una disculpa para los aristócratas y otras sanguijuelas diversas de la sociedad, a cuyos intereses servía.

“Malthus no tiene interés en encubrir las contradicciones de la producción burguesa; por el contrario, [está interesado] en hacerlas resaltar”, afirma Marx, “de una parte para poner de relieve como necesaria la miseria de las clases trabajadoras (dentro de este modo de producción) y, de otra parte, para demostrar a los capitalistas de la necesidad [de un] clero de la Iglesia y del Estado bien cebado, para crear una demanda adecuada con este fin”.

¿Población envejecida o sistema senil?

Malthus reprendía a los pobres por ser pobres. Pero es evidente que no tenía ningún problema con que los ricos fueran ricos.

Lo mismo ocurre hoy con los acólitos contemporáneos de Malthus. Los comentaristas liberales culpan a los más vulnerables de ser una carga para la sociedad. Pero estos mismos hipócritas ignoran convenientemente -o peor aún, defienden activamente- la verdadera piedra de molino que cuelga de nuestros cuellos: los multimillonarios y banqueros que no son más que una sangría, y cuyo sistema condena a millones a una vida de agonía y trabajo.

A este respecto, los neomalthusianos de todas las tendencias desempeñan un peligroso papel al señalar con el dedo a todo tipo de chivos expiatorios cuando se trata de los crímenes y calamidades del capitalismo. Se supone, por ejemplo, que los inmigrantes y refugiados deben ahogarse en el mar Mediterráneo o en el Canal de la Mancha. El país está “lleno”, nos dicen. Si se permite que el ‘enjambre’ de extranjeros llegue a nuestras costas, se colapsarán los servicios públicos que ya están en crisis. Mientras tanto, los capitalistas se ahogan en beneficios.

O tomemos el caso de los ancianos. Irónicamente, muchos autores inspirados en Malthus, que en su día se preocuparon por la “explosión demográfica”, hoy en día se preocupan por lo contrario: que la gente no tenga suficientes hijos, lo que conduce a sociedades cada vez más pequeñas y envejecidas.

Según estimaciones de la ONU, las mujeres de todo el mundo -por diversos factores- tienen cada vez menos hijos. En consecuencia, se prevé que la población total del planeta pase de los más de 8.000 millones actuales a un máximo de unos 10.400 millones en 2083. Con unas previsiones de natalidad más bajas, este apogeo cae hasta los 9.000 millones en 2050.

Al mismo tiempo, gracias a las mejoras en la asistencia sanitaria, etc., la esperanza de vida aumenta. El resultado global es que la sociedad envejece rápidamente.

Esto tiene importantes ramificaciones económicas. En concreto, la “tasa de dependencia de la tercera edad”, que mide el número de personas mayores en relación con la población en edad de trabajar (entre 15 y 64 años), está aumentando. En otras palabras, una mano de obra reducida tiene que mantener a un mayor número de jubilados.

Esto significa relativamente menos trabajadores para impulsar el crecimiento económico; menos fuerza de trabajo proporcionalmente para que la exploten los capitalistas; y menos contribuyentes en comparación con la población total, junto con mayores necesidades de gasto público en pensiones estatales y sanidad pública.

“Los cambios significativos y prolongados que se avecinan en el tamaño y las características de la población y la mano de obra podrían socavar el crecimiento económico”, advierte George Magnus, antiguo economista jefe del banco de inversiones UBS, en su libro La era del envejecimiento. “Las sociedades que envejecen tendrán que averiguar cómo obtener del Estado del bienestar más gasto relacionado con la edad y cómo pagarlo”.

Para Malthus, el problema era el exceso de pobres que consumían los recursos de la sociedad. Ahora, nos dicen, son demasiados ancianos.

Asimismo, en un reciente informe especial, la revista liberal The Economist predice una “japonización” de Occidente, es decir, un proceso de envejecimiento y disminución de la población que conducirá al estancamiento económico y al aumento descontrolado de las deudas nacionales.

Los autores de la revista llegan incluso a sugerir que las personas mayores podrían ser responsables del atolladero depresivo en el que está sumida la economía mundial: no sólo porque el aumento del número de ancianos implica un incremento de las tasas de dependencia y de los niveles de gasto público (en bienestar y sanidad), sino también porque los jubilados están contribuyendo aparentemente a un “exceso de ahorro mundial”.

Como era de esperar, a estos escritores burgueses no se les ocurre examinar las verdaderas causas de la desaceleración de la economía mundial: no un “exceso de ahorro” en manos de los ancianos, sino en las cuentas bancarias de los multimillonarios.

Es el capitalismo -un sistema asolado por la sobreproducción y la anarquía- el responsable del “estancamiento secular” y la “depresión permanente” de los que hablaban los economistas burgueses (como Larry Summers y Paul Krugman, respectivamente) antes de la pandemia; y de la inestabilidad y la inflación que ahora acechan a la clase dominante y a la clase trabajadora por igual.

El hecho es que si la economía avanzara y la productividad aumentara, no habría ningún problema en que un número relativamente menor de trabajadores tuviera que mantener a un número mayor de personas en sus últimos años de vida. La riqueza para proporcionar mayores niveles de asistencia sanitaria, etc., estaría ahí. De hecho, el dinero para ello ya existe, pero está ocioso en las bóvedas bancarias de los superricos.

En lugar de culpar a los boomers por sobrecargar los presupuestos gubernamentales, deberíamos culpar a los patronos y a su sistema por paralizar la sociedad. El problema no es una división generacional, sino una división de clases.

A este respecto, la verdadera pregunta que hay que hacerse no es “¿qué hacemos con todos estos ancianos?”, sino “¿por qué se ha estancado la productividad?”.

¿Por qué no somos capaces de producir más con menos, no sólo en la industria y la agricultura, sino también en los servicios esenciales? ¿Por qué tecnologías como la inteligencia artificial y la automatización no han conducido a una reducción masiva de la semana laboral y un adelanto de la edad de jubilación? ¿Por qué, a pesar de todos los últimos avances de la ciencia, una mano de obra relativamente más reducida no puede mantener a una proporción cada vez mayor de personas dependientes, aumentando al mismo tiempo la provisión de pensiones, asistencia social, guarderías, educación, etc.?

Del mismo modo que el progreso científico y tecnológico ha permitido que más personas vivan más tiempo y ha dado a las familias un mayor control potencial sobre el número de hijos que tienen, los nuevos avances en las fuerzas productivas deberían permitir a la sociedad mantener poblaciones de edad más avanzada y más numerosas, con niveles de vida más altos para todos.

Todo esto – y más – es totalmente posible. Pero no sobre la base del capitalismo, que está en un callejón sin salida.

De hecho, hasta los académicos más prestigiosos advierten del “estancamiento científico” y señalan que la investigación se ha vuelto menos “disruptiva” en las últimas décadas y que la innovación se ha estancado.

Por supuesto, lo que estos pesimistas empíricos -como Malthus antes que ellos- no ven es que este estancamiento no es absoluto, sino relativo. No son la ciencia y la tecnología las que han llegado a un callejón sin salida, sino el modo de producción actual.

En resumen, no es el envejecimiento de la población el culpable de las crisis de la sociedad, sino un sistema senil: el decrépito sistema capitalista, que ha superado hace tiempo su papel histórico, y que a partir de ahora debe ser enterrado; enterrado por sus sepultureros, la clase obrera.

Colapso y catástrofe

Las cifras y proyecciones antes mencionadas sobre el crecimiento demográfico asestan un nuevo golpe a los argumentos de Malthus y sus discípulos. El reaccionario reverendo no sólo se equivocaba sobre la capacidad de la humanidad para transformar la producción y alimentar así a un número cada vez mayor de personas; también se equivocaba sobre la predilección de la humanidad por la procreación.

Nada, insistía Malthus en su infame ensayo, podía impedir que la gente corriente se reprodujera incontroladamente como conejos. Y, sin embargo, vemos que, a medida que la sociedad se desarrolla, los cambios materiales repercuten en la familia, provocando una tendencia general a la reducción de las tasas de fecundidad.

Los factores subyacentes a este proceso son numerosos: el cambio de la agricultura a la industria y del campo a la ciudad; la incorporación de un mayor número de mujeres a la población activa; la creación de Estados del bienestar, incluida la educación y la sanidad públicas; la mayor accesibilidad a los anticonceptivos y a los conocimientos sobre planificación familiar; el cambio de actitudes sociales, sobre todo en lo que se refiere a la disminución del papel de la religión; y, cada vez más hoy en día, el hecho de que los potenciales progenitores no puedan permitirse criar más hijos (si los tienen), debido a los bajos salarios y a los elevados costes de las guarderías, los alquileres, etc.

Independientemente de las causas precisas, el resultado global en el capitalismo actual es claro: el desarrollo de las fuerzas productivas proporciona un impulso material y una base para que las familias tengan menos hijos, al mismo tiempo que permite a la sociedad mantener una población total más numerosa. Sin embargo, los maltusianos, que lo ven todo de una manera puramente unilateral, son ajenos a esta realidad.

Lo mismo cabe decir de destacados neomalthusianos como el “Club de Roma”, un conjunto de académicos, intelectuales y organizaciones burguesas que, en 1972, publicaron su informe alarmista sobre Los límites del crecimiento.

Actualizando las ideas de Malthus para la era informática, los científicos del Club de Roma elaboraron modelos de los cambios en los recursos y la población del planeta, produciendo predicciones apocalípticas de un colapso ecológico, económico y social total en 100-120 años.

Pero como respondió el crítico Christofer Freeman, de la Universidad de Sussex, y autor de Models of Doom: “Si pones a Malthus como base; el resultado será Malthus”. En otras palabras, cualquier modelo es tan fiable como sus datos y supuestos. Y los autores de Los límites del crecimiento estaban totalmente infectados de prejuicios maltusianos, que sesgaron por completo sus predicciones demográficas y medioambientales.

Preveían que la población y el consumo siguieran creciendo exponencialmente, mientras que la producción -sobre todo de alimentos- tendría dificultades para mantener el ritmo. Los recursos finitos se agotarían a un ritmo cada vez más rápido. Y si el hambre no nos mataba a todos, sin duda lo haría la contaminación.

Sobre todo, al igual que Malthus, los investigadores del Club de Roma no tenían ninguna perspectiva de progreso. Sus ecuaciones no daban cabida a los saltos tecnológicos cualitativos, a las transformaciones de la sociedad y la economía, a la lucha de clases.

Lo único que podían recomendar, por tanto, eran políticas encaminadas a lograr un “crecimiento cero”. Este es el linaje maltusiano del que descienden las ideas contemporáneas del “decrecimiento”. En el contexto del capitalismo, esto equivale a un régimen de austeridad permanente.

Y sin embargo, el Club de Roma tenía razón en algo. Si seguimos como hasta ahora, la humanidad se precipita hacia un futuro espantoso de crisis ecológica, económica y social, que puede incluso amenazar la continuidad de la propia civilización.

Sin embargo, la solución no pasa por remedios maltusianos de “controles positivos”, controles de población o restricciones al consumo, sino por que la clase obrera tome el poder y planifique racionalmente la producción, en interés de las personas y del planeta.

Socialismo o barbarie

Los marxistas no adoptan un punto de vista moral abstracto sobre si es preferible una población mayor o menor; si la gente debe o no debe querer tener hijos.

A lo que sí nos oponemos es a que los maltusianos -tanto de derechas como de izquierdas- afirmen que la gente corriente debe morir, sufrir o aceptar ataques a su nivel de vida, porque aparentemente la sociedad no tiene los recursos o el potencial productivo para proporcionar una vida decente a toda la población mundial, y a miles de millones más.

Todo tipo de barreras impiden a la inmensa mayoría tener un verdadero control sobre sus vidas. Por un lado, el Tribunal Supremo de Estados Unidos -y los gobiernos reaccionarios de un país tras otro- han despojado a millones de mujeres de su derecho a decidir no tener hijos. Por otro lado, el capitalismo priva a millones de mujeres y hombres de la posibilidad de elegir tener hijos, debido a la falta de guarderías o viviendas asequibles.

Los marxistas quieren eliminar todos estos obstáculos: proporcionando derechos reproductivos y otras libertades democráticas básicas a las mujeres; y planificando democráticamente la economía con el fin de proporcionar una vivienda digna, servicios públicos y pensiones totalmente financiados, y guarderías y servicios de atención a la tercera edad socializados y gratuitos para todos.

Para lograrlo, necesitamos una revolución: sustituir las leyes anárquicas de la producción capitalista y la propiedad privada por nuevas leyes económicas basadas en la planificación socialista racional, la propiedad común y el control obrero. Como explica Engels:

[…] la llamada lucha por la existencia reviste, en estas condiciones, la siguiente forma: proteger los productos y las fuerzas productivas producidos por la sociedad burguesa contra la acción destructora y devastadora de este mismo orden social capitalista, arrebatando la dirección de la producción y la distribución sociales de manos de la clase capitalista, incapacitada ya para gobernarlas, y entregándola a la masa productora, lo que equivale a llevar a cabo la revolución socialista.

Sólo así podremos evitar la crisis existencial a la que se enfrenta la humanidad. Las únicas opciones que tenemos son el socialismo o la barbarie.

Carta de un editor:

Los Dublineses de James Joyce

Después del artículo sobre el Ulises de James Joyce, publicado en el número 29 de la revista, Hamid Alizadeh, de la redacción, escribe sobre Dublineses: una crítica magistral de la parálisis, hipocresía y alienación de la sociedad burguesa irlandesa del siglo XX, que encarnaba el fermento que se estaba gestando en Irlanda en los años previos al Alzamiento de Pascua de 1916.

“Cuando el alma de un hombre nace en este país, se le lanzan redes para impedir que vuele. Me hablas de nacionalidad, idioma, religión. Voy a tratar de volar alrededor de esas redes.”

– James Joyce.

Leyendo el artículo de John McInally sobre el centenario del Ulises de James Joyce en la preparación el número 29 de la revista, me sentí atraído a leer Joyce por mí mismo. Difícilmente podría haber mejor prueba de que el artículo cumplió su propósito: ampliar los horizontes de nuestros lectores y ayudarlos a profundizar en los grandes tesoros de la literatura mundial.

Después de un poco de investigación, decidí comenzar con la primera obra importante de Joyce, Dublineses (1914), un libro sin pretensiones de quince cuentos, que según Joyce proceden en el orden de “infancia, adolescencia, madurez y vida pública”, cada uno representa episodios cotidianos en la vida de los dublineses comunes, contados en un lenguaje simple y sencillo.

Pero las apariencias engañan. Detrás de la inocente apariencia exterior del libro, descubrí una crítica profundamente penetrante y aguda; una acusación condenatoria, no solo de la sociedad irlandesa alrededor de 1900, sino de la sociedad capitalista misma. Como dijo el propio Joyce:

Para mí, siempre escribo sobre Dublín, porque si puedo llegar al corazón de Dublín, puedo llegar al corazón de todas las ciudades del mundo. En lo particular está contenido lo universal.

Parálisis

“No había esperanza esta vez: era la tercera embolia”. Estas son las primeras palabras de la primera historia, ‘Las Hermanas’, que relata el legado del padre Flynn, un sacerdote católico que, hacia el final de su vida, parece haber perdido su fe, junto con su cordura. La historia ofrece una metáfora adecuada de la senilidad de la Iglesia Católica en la Irlanda de Joyce y el peso que su auténtica dictadura impuso a su pueblo.

El narrador de Joyce, un muchacho joven que está bajo la influencia del Padre Flynn, continúa en el mismo párrafo inicial:

…me repetía a mí mismo en voz baja la palabra parálisis. Siempre me sonaba extraña en los oídos, como la palabra gnomón en Euclides y la simonía del catecismo. Pero ahora me sonó a cosa mala y llena de pecado. Me dio miedo y, sin embargo, ansiaba observar de cerca su trabajo maligno.

En estas líneas pesadamente cargadas, Joyce formula su declaración de intenciones: investigar el “trabajo maligno” de la parálisis “mala” y “llena de pecado” que cubre la nación irlandesa, que procede, con calma y metódicamente, a diseccionar y examinar sobre el curso de las catorce historias siguientes. Su crítica se hace aún más poderosa por su estilo sin rencor y poco dramático, que no deja excusas para rechazarlo de plano.

La infancia

León Trotsky señaló una vez que la idealización de la infancia como un tiempo de paz, felicidad y libertad pertenece al reino de la literatura privilegiada y aristocrática. “La vida descarga sus golpes sobre el débil”, escribió, “y nadie más débil que el niño.” En Dublineses, la infancia se presenta como lo es para la mayoría de las personas: un momento de miedo, incertidumbre y opresión.

En la escalofriante historia de ‘Un encuentro’, se nos presenta a un grupo de escolares aventureros, llenos de vitalidad, alegría y curiosidad lúdica. Les gusta jugar a indios y vaqueros, y leer revistas estadounidenses e historias de detectives. Aprendemos, sin embargo, que su comportamiento naturalmente infantil no es tolerado. El narrador relata un episodio en el que el Padre Butler, su maestro, avergüenza y regaña a uno de los niños por leer cómics estadounidenses en lugar de estudiar el Imperio Romano.

Un día, en un intento de escapar de la pesada atmósfera de su entorno familiar, algunos de los chicos deciden faltar a la escuela e ir en una aventura a través de Dublín. Pero el mundo exterior ofrece poco respiro. Al principio, nuestros aventureros son atacados verbalmente por otros dos niños pequeños de orígenes pobres, que los confunden con protestantes, un duro recordatorio de las divisiones de clase en la sociedad y el papel reaccionario del sectarismo religioso.

Pasado el primer peligro, los personajes principales eventualmente se encuentran con uno mayor. Un hombre mayor se acerca. Parece ser cálido y amistoso. Pero poco a poco empezamos a discernir que en realidad está gravemente perturbado, y tiene tendencias sádicas y perversas. Joyce transmite brillantemente la tensión nerviosa y la ansiedad que se apodera sobre el niño narrador, antes de que logre separarse del anciano.

Se escapan por los pelos, tal vez. No ha ocurrido ningún delito. Y, sin embargo, se ha hecho un daño indescriptible. El día comenzó como una aventura, un intento de liberación, pero termina con los chicos sintiéndose más atrapados y aislados que antes. No hay escapatoria.

La forma casual en que se cuenta la historia simplemente nos dice que tales episodios ocurren todo el tiempo, y con el tiempo, el fuego de la vida y la aventura con la que nace cada niño se extingue gradualmente. Su lugar es ocupado por la vergüenza, el miedo y la parálisis.

La simple premisa planteada al principio del libro, se le permite desarrollarse en toda su estatura a medida que el libro pasa de la infancia a la adolescencia, y luego a la edad adulta. Las historias no son llevadas por un drama grandilocuente, sino por la lucha sutil, pero violenta entre la fuerza vital interna de los personajes de Joyce y la moralidad del orden existente.

Al igual que los pies de loto de la decrépita aristocracia china, sus dublineses son gradualmente rotos, atados y apretados en moldes rígidos y estrechos demasiado pequeños para sus almas. Se convierten en criaturas deformes, que se encuentran alienadas de la sociedad, unas de otras, e incluso de sí mismas. Sin embargo, Joyce siempre nos muestra las brasas de la humanidad aún vivas debajo de todo e incesantemente tratando de encontrar un camino hacia la superficie. Es precisamente ese espíritu humano el que Joyce desea despertar con su trabajo.

La Iglesia

En un estupor de impotencia describió la plaga del catolicismo. Parecía ver las alimañas engendradas en las catacumbas en una edad de enfermedad y crueldad extendiéndose sobre las llanuras y montañas de Europa. Como la plaga de langostas descrita en Calista, parecían ahogar los ríos y llenar los valles. Oscurecieron el sol. El desprecio de la naturaleza humana, la debilidad, los temblores nerviosos, el miedo al día y la alegría, la desconfianza del hombre y la vida, la hemiplejia de la voluntad, acosan al cuerpo cargado y descontento en sus miembros por sus tiránicos piojos negros.

La Iglesia Católica recibe una crítica particularmente a fondo en todas partes de los Dublineses. Al final de ‘Duplicados’, por ejemplo, el personaje principal, Farrington, un fracasado y un borracho, llega a casa una noche para descubrir que sólo sus hijos pequeños están allí, uno de los cuales le dice que su madre está en la capilla. Al no encontrar comida, y con el fuego apagado, Farrington desata sus frustraciones reprimidas sobre su hijo pequeño, a quien golpea vigorosamente con un palo. El niño aterrorizado se pone de rodillas suplicando: “-¡Ay, papá!-gritaba-. ¡No me pegues, papaito! Que voy a rezar un padrenuestro por ti… Voy a rezar un avemaría por ti, papacito, si no me pegas… Voy a rezar un padrenuestro…”

El desgarrador, infructuoso y humillante intento de apaciguar a su monstruoso agresor es claramente una metáfora de la relación que Joyce ve entre el pueblo irlandés y la Iglesia Católica.

Contra la corriente

Joyce pone a prueba la sociedad burguesa irlandesa, y la encuentra deficiente: la Iglesia, hipócrita y opresiva; el nacionalismo burgués, impotente y cobarde; la pequeña burguesía, ignorante y estrecha de mente .

De pe a pa, meticulosamente desmitifica todos los pilares morales de la sociedad irlandesa: religión, tradición, nación y clase – nada escapa al escrutinio. Y gradualmente, el libro demuestra que lo que aparece ante la humanidad como entidades independientes, míticas y eternas, no son más que los productos de las relaciones humanas mismas.

La decadencia moral retratada en los Dublineses simplemente refleja la naturaleza degenerada y conservadora de las capas superiores de la sociedad, que se oponía directamente a las necesidades y aspiraciones de las masas. Esto se reveló plenamente en los acontecimientos revolucionarios del Alzamiento de Pascua en 1916, que fue completamente traicionado por estas mismas capas superiores. Por cierto, aunque no lo desdeñó, Joyce no apoyó directamente el levantamiento. Su trabajo, sin embargo, puede verse como parte del fermento general que anticipa estos acontecimientos, con una crisis de las viejas ideas y el surgimiento de nuevas ideas revolucionarias.

De hecho, aunque no lo declaró explícitamente, las ideas de Joyce eran revolucionarias. Al igual que el niño pequeño en el cuento de hadas que proclama que el emperador está desnudo, desenmascaró la verdadera naturaleza monstruosamente reaccionaria del statu quo, bajo el peso del cual las almas del pueblo irlandés estaban siendo aplastadas. Por eso, el establishment nunca lo perdonó. Pasó la mayor parte de su vida en el exilio autoimpuesto, que vio como la única manera en que podía practicar su arte. A lo largo de su vida fue acosado por la Iglesia y otras autoridades, en Irlanda y también fuera de ella. De hecho, tardó nueve años en publicar Dublineses, después de acercarse sin éxito a innumerables editores.

La correspondencia con el editor principal de Joyce se lee como un capítulo adicional del libro, que revela la influencia sofocante que el establishment ejercía sobre la cultura y la cobardía de la pequeña burguesía. En carta tras carta, el editor intenta censurar diferentes aspectos del libro para evitar ofender a la opinión pública burguesa. Joyce se mantiene firme e insiste en que lo que ha escrito no es nada espectacular, sino simplemente lo que es.

En una carta de junio de 1906, escribió:

Creo seriamente que usted retrasará el curso de la civilización en Irlanda al evitar que el pueblo irlandés se mire bien en mi espejo bien pulido.

Lo que hace que este trabajo destaque es precisamente la manera contundente en que los dublineses de Joyce son retratados como lo que son, lo que se les hace ser. La imagen no es muy halagadora. Los personajes a menudo parecen patéticos, débiles, a veces incluso enfermos y perturbados. Pero no hay malicia por parte de Joyce. De hecho, uno siente un profundo respeto y compasión por la gente dañada de su país.

Lo que tenemos no es la “crítica” nihilista y sin objetivo de un escritor posmoderno, sino todo lo contrario. Es un acto revolucionario, una rebelión de la ilustración, un levantamiento del velo de la hipocresía y el engaño y mirar la realidad directamente a la cara.

“Lucho por retener [el texto original]”, escribió a su editor, “porque creo que al componer mi capítulo de historia moral exactamente de la manera en que lo he compuesto, he dado el primer paso hacia la liberación espiritual de mi país”.

‘Los muertos’

En su novela autobiográfica inacabada, Stephen Hero, que fue escrita casi al mismo tiempo que Dublineses, Joyce describe su propia ambición de ser “la voz de una nueva humanidad, activa, sin miedo y sin vergüenza”.

Nos acercamos a esta voz en la historia final y más larga de Dublineses, ‘Los muertos’. Esta brillante obra ha sido apodada por muchos como la mejor historia corta jamás escrita. Yo estaría de acuerdo. ‘Los muertos’ es un tesoro que invita a la reflexión y que se puede leer una y otra vez. Aquí, Joyce toma un tono diferente al resto del libro, centrándose en cambio en los lados bellos de la cultura irlandesa: la familiaridad, la alegría y la hospitalidad que encuentra espacio en su corazón para todos.

La historia también recoge los hilos que se han trazado previamente para nosotros, cuando al final, el personaje principal, Gabriel, experimenta una epifanía después de haber pasado por una noche de decepciones y derrotas personales. Como resultado, ve que todo lo que daba por sentado en la vida, todo en lo que se basaba, ya sean sus puntos de vista políticos con respecto a Irlanda, sus principios morales o su relación con su esposa, se desmorona. Sus viejos ideales e ilusiones sobre la vida y sobre la sociedad están en ruinas y, en consecuencia, también lo está su imagen de sí mismo.

Joyce nos lleva a través del dolor emocional que un golpe tan abarcador inflige a una persona; el corazón pesado que evoca una realización tan dura. Y no hay vuelta atrás. Su vida nunca será la misma. De hecho, porque en realidad la vida de Gabriel apenas está comenzando. Finalmente se está enfrentando al mundo y lo está viendo todo, con los ojos abiertos y despejados. Es dolorosamente consciente de las profundas heridas dentro de sí mismo y de su sociedad. Pero la desaparición de su libertad ilusoria, la comprensión de sus condiciones, es también el comienzo de su verdadera libertad. Entrará en el mañana como un hombre nuevo; la parálisis se ha roto. La historia termina con estas bonitas palabras:

De nuevo nevaba. Soñoliento vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía, así, en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.

La verdad

Joyce es un maestro. Su trabajo está lleno de sentido y lecciones de vida. Pero en ningún momento sientes que él te está sermoneando o empujando hacia una cierta conclusión. Ni una sola vez dobla el argumento en aras de la moralización o con el fin de meter a presión un punto político o filosófico. Tal arte “político” es tedioso en el mejor de los casos, pero digno de vergüenza en su mayor parte. Joyce rechaza idealizar el arte. Él sigue su arte donde lo lleva. Pero este no es un “arte por el arte” abstracto y sin ataduras.

“(…) Lo he escrito en su mayor parte con un estilo de mezquindad escrupulosa” -replicó a su editor que quería que censurara partes del libro- “y con la convicción de que es un hombre muy audaz el que se atreve a alterar en la presentación, aún más a deformar, lo que sea que haya visto y oído. No puedo hacer más que esto. No puedo cambiar lo que he escrito”.

Joyce nos presenta lo que ve, y nos deja sacar nuestras propias conclusiones. El punto, sin embargo, es que tiene una visión supremamente clara, un conocimiento enciclopédico de la cultura y un control sublime sobre el idioma inglés. Sin embargo, su trabajo rezuma lecciones de política, filosofía y moral porque logra capturar la esencia viva de la humanidad misma; el principio interno que nos impulsa en el día a día, nuestros deseos y aspiraciones, y nuestra relación con la sociedad en general. “El arte es fiel a sí mismo cuando se trata de la verdad”, dijo en una ocasión, y Joyce de hecho muestra una visión de la verdad real, viva y en lucha, de la humanidad en la época actual de declive capitalista. En esto ha hecho un servicio inestimable para aquellos que luchan por un mundo mejor hoy.

La caída de la mujer

Propiedad, opresión y familia

Miles de millones de mujeres de todo el mundo se enfrentan a diario a la discriminación, la violencia y la opresión. Pero no siempre ha sido así. El antropólogo pionero Lewis Henry Morgan propuso la revolucionaria idea de que las mujeres de las primeras sociedades humanas eran libres e iguales, y que el origen de la opresión de la mujer se encuentra en el auge de la propiedad privada y la familia monógama “nuclear”. Hoy en día, Morgan es desestimado por el establishment académico, pero en este artículo, Fred Weston explica que muchas de sus ideas han sido confirmadas por estudios y descubrimientos modernos. Los marxistas deberían estudiar estas ideas y las pruebas más recientes, para comprender las causas de la opresión de la mujer en la sociedad, y los medios por los que podemos acabar con esta opresión de una vez por todas.

La opresión de la mujer y el origen de la familia actual siguen siendo las cuestiones clave para cualquiera que hoy en día luche por un mundo mejor. Una enorme cantidad de mujeres siguen sufriendo abuso, acoso sexual e inclusive, en algunas partes del mundo, viven en condiciones de esclavitud. Millones de niñas y mujeres han sido obligadas a someterse a la mutilación genital femenina, uno de los métodos más crueles para controlar la sexualidad de las mujeres. Al mismo tiempo millones de mujeres jóvenes son víctimas de trata con fines de explotación sexual. La violencia contra las mujeres sigue siendo un hecho cotidiano, y el feminicidio es un fenómeno constante.

Esta es la barbarie de la sociedad en la que vivimos hoy en día y, a pesar de algunos logros importantes, todavía estamos muy lejos de alcanzar una igualdad real y plena entre hombres y mujeres. Debemos, entonces, hacernos la siguiente pregunta: ¿Es esta la forma natural de relacionarse entre hombres y mujeres? A menudo se nos dice que sí; que la familia “nuclear” monógama, con una figura paterna dominante y poderosa, siempre ha existido, y que los hombres son naturalmente agresivos con las mujeres. Pero, ¿es eso cierto?

Marx y Engels dieron una respuesta firme y negativa. Engels, en particular, desarrolló el enfoque marxista sobre la opresión de la mujer en su famosa obra El orígen de la familia, la propiedad privada y el Estado publicada en 1884. Engels se basó principalmente en el texto de Lewis Henry Morgan, La sociedad primitiva (1877), en el que argumentó: “el concepto de familia es producto del desarrollo de formas sucesivas,” de las cuales la familia moderna y monógama es sólo “la última de la serie”.  Morgan explicó que dicha evolución está estrechamente relacionado con el desarrollo de nuevas técnicas, herramientas y armas, es decir, de las fuerzas productivas.

Para estas cuestiones Morgan aplicó un enfoque fundamentalmente materialista y su trabajo inicialmente influenció a muchos antropólogos de su época. Sin embargo, con el paso del tiempo sus ideas llegaron a considerarse una amenaza para la estabilidad de la sociedad burguesa, sobre todo después de que Engels utilizó sus descubrimientos para elaborar una perspectiva marxista sobre la relación entre las fuerzas productivas y la familia.

En el siglo XX, las ideas de Morgan y Engels fueron ferozmente atacadas por antropólogos conservadores como Bronislaw Malinowski, que afirmó con franqueza:

Si se pudiera llegar en algún momento a suprimir a la familia individual como el elemento central de nuestra sociedad, nos enfrentaríamos a una catástrofe social de tal magnitud que, en comparación, la agitación política de la revolución francesa y los cambios económicos del bolchevismo se tornarían insignificantes.

Otros, como los de la escuela antropológica de Boas, rechazaron la mera idea de la existencia de etapas en la historia, así como el “determinismo” y la “teoría evolucionista”,  en favor de una visión idealistas que incluso hoy ejerce una poderosa y nociva influencia en dicha disciplina.

No se puede negar que las teorías de Morgan estaban limitadas por el nivel de conocimientos científicos disponibles a mediados del siglo XIX, y algunas de sus ideas no han sobrevivido la prueba del tiempo. Pero la pregunta que nos interesa hacer es mucho más importante: ¿En qué acertó Morgan? ¿Y qué es lo que eso nos puede decir sobre la evolución de la familia y su posible futuro?

Estas preguntas tienen una importancia crítica en la lucha por un mundo mejor y en última instancia sólo pueden responderse analizando la historia de nuestra especie bajo un enfoque verdaderamente científico.

El método materialista

Morgan estudió las formas de las primeras sociedades e hizo un verdadero intento por comprender las estructuras sociales internas y aquello que impulsaba los cambios en dichas estructuras, del mismo modo que Darwin se había dedicado al estudio de la evolución biológica.

Al igual que Darwin se dedicó al estudio de la evolución biológica, Morgan estudió las formas de las primeras sociedades e hizo un verdadero intento por comprender las estructuras sociales internas y el factor que impulsaba su cambio.

Morgan consideró que, mediante la observación y comparación de las sociedades contemporáneas en sus diferentes niveles de desarrollo, sería posible reconstruir una imagen del proceso de evolución de la sociedad humana en su totalidad. De este modo, Morgan desarrolló una teoría de evolución social, la cual consiste en la concepción de que todas las sociedades atraviesan etapas similares de desarrollo, y dicho proceso tiene una dirección que va desde formas sociales menos desarrolladas a formas más desarrolladas.

Morgan comprendió que las instituciones sociales surgen de acuerdo con la evolución específica de las condiciones sociales. Al hacerlo, Morgan inconscientemente llegó a conclusiones muy similares a las del materialismo histórico desarrollado por Marx y Engels. Encontramos un claro ejemplo de este método cuando Morgan afirma lo siguiente:

El hecho importante de que el hombre comenzó al pie de la escala, y se elevó, está demostrado expresivamente por la sucesión de sus artes de subsistencia. De su ingenio, en este sentido, pendía la cuestión entera de la supremacía del hombre en la tierra. El hombre es el único ser del que se puede decir que ha logrado el dominio absoluto de la producción de alimentos que, en el punto de partida. no era más suya que de otros animales. Al no haber ampliado las bases de subsistencia, el hombre no hubiese podido propagarse hasta otras zonas que no poseyeran las mismas clases de alimentos, v, luego, por toda la superficIe de la tierra; y, por último, al no haber logrado el dominio absoluto tanto sobre su variedad como sobre su cantidad no se hubiese podido multiplicar en naciones populosas. Es, por tanto, probable, que las grandes épocas del progreso humano se han identificado, mas o menos directamente, con la ampliación de las fuentes de subsistencia.

Se destaca claramente el planteamiento evolucionista de Morgan acerca del progreso de la sociedad, determinado por las fuerzas productivas. El escritor de La sociedad primitiva dividió la sociedad en diferentes etapas, “salvajismo, barbarie y civilización”, abarcando el salvajismo tres periodos, inferior, medio y superior, siendo el inferior el menos desarrollado. Morgan explicó que, con nuevas herramientas y técnicas, tales como la pesca o el arco y la flecha, la humanidad pasó de un estadio al otro. “La barbarie”, por ejemplo, la dividió en tres, con el dominio de la alfarería; la domesticación de animales, la plantación de cultivos y el desarrollo de los primeros sistemas de regadío y la fabricación de ladrillos, etc.; y por último, la dominación de los metales tales como el bronce y el hierro.

Las palabras “salvajismo, barbarie y civilización” que utiliza Morgan han adquirido connotaciones un tanto despectivas, sin embargo, debemos enfocarnos únicamente en su función en relación con el trabajo de Morgan. Lo que nos interesa es la esencia de su significado y no lo que estos términos significan hoy en día. Del mismo modo, la cronología de los términos ya no es compatible con los 150 años de investigaciones posteriores a La sociedad primitiva. Sin embargo, la concepción del desarrollo humano en etapas es esencialmente una idea correcta.

De hecho, la sociedad humana ha pasado por varias etapas de desarrollo, basadas fundamentalmente en los materiales utilizados para la fabricación de herramientas. Esto es algo generalmente reconocido por los arqueólogos en la actualidad, que han nombrado a estos diferentes períodos de la historia como: la Edad de Piedra, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro. Gracias al desarrollo de herramientas, los humanos pasaron de la caza-recolección a la agricultura en el periodo Neolítico que también se conoce como la “Nueva Edad de Piedra”. Posteriormente, se produjeron avances en la metalurgia, primero con el bronce y más tarde con el hierro, los cuales permitieron el surgimiento de las grandes civilizaciones del mundo antiguo. No se trata de un proceso lineal e idéntico en todos los continentes del mundo puesto que, en parte, también dependió de los recursos locales disponibles. No obstante, ésta es la imagen histórica generalmente aceptada.

Es este el enfoque materialista que llamó la atención de Marx y Engels. Fue este último el que explicó en 1884 lo siguiente:

Morgan descubrió de nuevo, y a su modo, la teoría materialista de la historia, descubierta por Marx cuarenta años antes, y, guiándose de ella, llegó, al contraponer la barbarie y la civilización, a los mismos resultados esenciales que Marx.

Marx, de hecho, había estudiado La sociedad antigua de Morgan, junto con los trabajos de otros antropólogos de la época, y escribió extensas notas, con la intención de producir un texto con su propia interpretación de sus últimos descubrimientos. Desgraciadamente, Marx murió antes de poder completar este trabajo, pero sus notas fueron utilizadas por Engels para producir su texto clásico en 1884, poco después de la muerte de Marx.  El trabajo de Engels sobre los orígenes de la familia puede considerarse, por tanto, una obra conjunta de los padres fundadores del marxismo.

Endogamia y promiscuidad en los primeros humanos

Morgan sostuvo que la sociedad humana primitiva comenzó con lo que él denominaba la familia “consanguínea”, es decir, la reproducción entre parientes cercanos. Más tarde, explicó, y a través de varias etapas, se eliminó la reproducción sexual entre individuos emparentados, estableciendo ciertas prohibiciones.

Cuando Morgan planteó esta idea por primera vez fue rechazado con indignación, e incluso sigue siendo descalificado en muchos círculos actuales. Al fin y al cabo, ¿qué podría ser más ajeno a las costumbres sociales de nuestro tiempo? Como en su época parecía tan antinatural, algunos sociólogos, como Westermarck, sostuvieron que existía un instinto natural de evitar la endogamia.

Sin embargo, estudios recientes respaldan la idea de que existía la endogamia entre los humanos primitivos, demostrando cuánto ha cambiado nuestra noción de la familia a lo largo de los milenios. Un artículo publicado en 2018 concluyó que la proporción relativamente alta de deformidades en los esqueletos de la Edad de Hielo se debe muy probablemente a la endogamia, esta teoría es respaldada por el bajo nivel de diversidad genética encontrado en estos esqueletos. 

Pero evidentemente este no siempre fue el caso ya que un interesante estudio elaborado en la Universidad de Cambridge, informa de que el análisis de restos humanos en el yacimiento de Sunghir, en Siberia, demostró que:

(…) los primeros humanos parecen haber reconocido los peligros de la endogamia hace al menos 34.000 años, por lo que desarrollaron redes sociales y de apareamiento sorprendentemente sofisticadas para evitarla.

Esto es importante porque demuestra de manera crucial que las relaciones sexuales entre los seres humanos han cambiado. En un momento dado, la familia humana evolucionó y de las antiguas relaciones surgieron otras nuevas. De hecho, estas “sofisticadas redes sociales y de apareamiento” podrían incluso representar las primeras formas familiares más tarde conocidas como la “gens”.

Morgan distinguió cuatro etapas de desarrollo posteriores de la familia basadas en la prohibición del incesto, en las que no se permitía aparearse con miembros de su propio clan o en su locución latina, “gens”. En otras palabras, estos fueron sistemas que prohibían el apareamiento dentro de un determinado grupo.

Su hipótesis era que, en este sistema, el “matrimonio en grupo” era la norma. ¿Significaba esto que todos los hombres de un grupo tenían como “esposas” a todas las mujeres de otro grupo al mismo tiempo? No necesariamente. Se han descubierto sociedades en las que el “matrimonio grupal” en la práctica implicaba una forma de “alianza” entre grupos, mediante la cual individuos de un grupo solo podían seleccionar sus parejas en el otro grupo.

Sin embargo, lo que hay que resaltar era el carácter relativamente promiscuo en la reproducción en la etapa primitiva de la sociedad humana. Contrariamente a la concepción tradicional de la familia, los hombres y las mujeres no estaban atados permanentemente a una pareja, podían romper libremente la relación y buscar otra pareja.

La moral desarrollada por miles de años debajo de la presión de la sociedad de clases, donde la mujer ha sido considerada propiedad de los hombres y debe ser fiel a un solo hombre toda su vida, ha dejado en la conciencia colectiva la idea de que es éste el estado natural y universal de dichas relaciones. Sin embargo, muchos estudios indican que la “promiscuidad”, entendida como la libertad de los individuos para elegir con quién, cuándo y durante cuánto tiempo se aparean, estaba claramente presente en las primeras sociedades humanas.

Como explica Engels: “¿Qué significa, entonces, relaciones sexuales promiscuas? Que las restricciones vigentes en la actualidad o en épocas anteriores no existían”. Pero también añade: “Pero de esto no se deduce, de ningún modo, que en la práctica cotidiana dominase inevitablemente la promiscuidad. De ningún modo queda excluida la unión de parejas por un tiempo determinado, y así es como ocurre, en la mayoría de los casos, y aun en el matrimonio por grupos.”

Sin embargo, la existencia de “emparejamiento”, o parejas en el contexto de grandes clanes o “gens”, no debe considerarse como el concepto de “matrimonio” que conocemos ahora. Morgan subraya que “se fundaba en el emparejamiento de un varón y una mujer bajo la forma de matrimonio, pero sin cohabitación exclusiva. El divorcio o separación estaba librado al albedrío del marido. tanto como de la mujer” [énfasis mío]. Esto significa que tanto el hombre como la mujer no estaban unidos de forma permanente en el matrimonio tal como ahora lo dicta la moral moderna.

Sin embargo, esto preparó el terreno para la próxima familia monógama, que, según Morgan:

(…) se fundaba en el matrimonio de un hombre con una mujer, con cohabitación exclusiva; esto último constituía el elemento esencial de la institución. Es preeminentemente la familia de la sociedad civilizada, y es, por consiguiente, esencialmente moderna.

Pero la aparición y existencia de la familia moderna requirió un vuelco completo del orden existente.

Descendencia matrilineal

La posición de la mujer no estaba subordinada a la del hombre antes de la aparición de la familia monógama y patriarcal, y es en esta cuestión donde Morgan hizo la mayor contribución a nuestra comprensión de la sociedad humana.

Morgan no era un antropólogo que escribió sus teorías desde su torre de marfil, sino que realizó un trabajo de campo real y concreto al vivir con los iroqueses durante un tiempo. También estudió otros pueblos indígenas de América, recopilando también información de muchas otras fuentes sobre pueblos de desarrollo humano temprano.

Comprobó que las mujeres tenían un estatus mucho más igualitario entre los iroqueses que en el mundo “civilizado”. Engels, basándose en su investigación, comentó: “Todos son iguales y libres, incluidas las mujeres”.  Pero, ¿a qué se debía dicha igualdad?

Morgan llegó a la conclusión de que, en un periodo anterior, los humanos se organizaban en clanes matrilineales, en los que la descendencia se trazaba por la línea materna, y no en la familia patriarcal (que significa literalmente dominio del padre), que acabó surgiendo con la aparición de la propiedad privada y la sociedad de clases.

Existe un gran debate sobre si el “matriarcado” ha existido alguna vez, pero se trata de una discusión falsa y engañosa. El matriarcado implica el dominio de la mujer, pero lo que Morgan enfatizó fue el concepto de matrilinealidad, es decir, la descendencia por línea materna durante el periodo más temprano de la sociedad humana, puesto que la ausencia de emparejamiento estricto o permanente significaba que no había forma segura de saber quién era el padre. La matrilinealidad no significa la ausencia de rol social de los hombres o su subordinación a las mujeres.

Hay muchos intentos de negar la matrilinealidad, y eso se debe a que toda la historia escrita, que comienza a partir del cuarto milenio antes de Cristo, procede de civilizaciones que eran patriarcales, clasistas. Por lo tanto, es fácil ver de dónde viene la idea de que “los hombres siempre han dominado a las mujeres’’. Sin embargo, los ejemplos de sociedades matrilineales que sobreviven en la actualidad ofrecen apoyo a la teoría de Morgan.

En las provincias chinas de Yunnan y Sichuan se encuentra el pueblo mosuo, donde el linaje se sigue trazando a través de las mujeres de la familia y la propiedad se transmite por línea femenina. Los hijos pertenecen y residen en el hogar materno. Los hombres mosuo tienen el deber de criar a los hijos de sus hermanas y primas (un fenómeno que Morgan describió en sus estudios de las sociedades matrilineales) y se encargan de la cría de animales y la pesca, todo lo cual aprenden de sus tíos (hermanos de la madre) y de los hombres mayores de la familia.

Los bribri de Costa Rica, los minangkabau de Sumatra Occidental, algunos akan de Ghana y los khasi de la India han conservado la descendencia por línea femenina, y ninguna de estas sociedades ha interactuado entre sí.

El influyente antropólogo Franz Boas intentó encontrar ejemplos de transiciones de la patrilinealidad a la matrilinealidad para desacreditar todo el esquema de Morgan. Boas creyó haber encontrado esta característica entre los kwakiutl de la costa noroeste del Pacífico americano, aunque más tarde se demostró que no era un ejemplo válido. Boas descubrió que la descendencia se trazaba tanto por línea masculina como femenina, pero lo que ignoraba era que esta sociedad había sufrido un tremendo trauma bajo el impacto del contacto con los europeos, y todo su sistema se desmoronó bajo dicha presión.

Es fácil imaginar cómo el trazar la descendencia de antepasados y la herencia de cualquier propiedad conservada a través de la línea materna podría reforzar la posición de la mujer en la sociedad. Pero hay otro factor importante a tener en cuenta en la sociedad prehistórica: el carácter extremadamente igualitario de la sociedad cazadora-recolectora en general.

Comunismo Primitivo

Hay que señalar que, aunque el propio Morgan no era comunista, sino un Republicano estadounidense y un burgués acomodado que creía que el sistema político de Estados Unidos era la forma más elevada de sociedad, se refirió varias veces en su libro La sociedad primitiva al hecho de que los primeros humanos vivían de forma comunista, es decir, que no había propiedad privada.

Colin Renfrew es un ex profesor de Arqueología en la Universidad de Cambridge y miembro conservador de la Cámara de los Lores entre 1991 y 2021, por lo que no se le puede acusar de tener simpatías comunistas. En su libro, Prehistory – The making of the Human Mind (Londres, 2007), afirma lo siguiente:

Las primeras sociedades de cazadores-recolectores, como las de nuestros antepasados paleolíticos, parecen haber sido siempre comunidades igualitarias, en las que los individuos participaban sobre una base de equidad…”  [énfasis añadido].

¿En qué se basaba dicha igualdad? En las sociedades de cazadores-recolectores no había división en clases, ni dueños de los medios de producción, ni propiedad terrateniente. La poca “propiedad” que existía eran herramientas rudimentarias, armas para buscar, cazar y descuartizar animales así como la ropa que la gente llevaba encima.

No había propiedad privada ni división de clases, no había explotadores y explotados, ni un aparato armado por encima de la sociedad. Morgan afirmó:

El Estado no existía. Los gobiernos eran esencialmente democráticos, porque los principios sobre los que descansaban la gens, la fratria y la tribu, eran democráticos.

En su descripción de los iroqueses afirma que: “cada hogar practicaba el comunismo en el régimen de vida”.

La idea de que los seres humanos vivieron en lo que Marx y Engels denominaron “comunismo primitivo”, sin ningún concepto de propiedad privada y durante la mayor parte de su existencia, es inaceptable para quienes defienden la idea de que ricos y pobres, o explotadores y explotados, siempre han existido; que la competencia depredadora individual y salvaje del capitalismo actual, es simplemente parte de la “naturaleza humana” y tenemos que aceptarla

Como dijo el antropólogo estadounidense Leslie A. White en su obra The Evolution of Culture, The Development of Civilization to the Fall of Rome:

…tan amenazadora se ha vuelto la teoría del comunismo primitivo que miembros de tres “escuelas” antropológicas se han sentido llamados a difamarla. Lowie, de la escuela de Boas, la ha atacado repetidamente. Malinowski, líder de la escuela funcionalista, la tachó de “quizá la falacia más engañosa que existe en la antropología social”… Lowie ha sido elogiado por eruditos católicos por su crítica a la teoría del comunismo primitivo y, a través de ella, su oposición a las doctrinas socialistas. (…) Parecería que se estaba haciendo un esfuerzo por ‘hacer del mundo un lugar seguro para la propiedad privada’.

Sin embargo, a pesar de todas las objeciones, hay muchos estudios que confirman el carácter igualitario de las sociedades cazadoras-recolectoras, en las que las mujeres disfrutaban de una posición mucho más elevada en la sociedad, tratadas como iguales y no como propiedad de los varones.

Una característica clave de los humanos es su tendencia a cooperar y compartir. Los humanos no podrían haber sobrevivido de ninguna otra manera. No somos especialmente rápidos ni fuertes en comparación con muchos otros animales. Como individuos aislados, en las condiciones de la época, habríamos estado en peligro constante de ser atacados por los grandes carnívoros, al tiempo que nos habría resultado mucho más difícil conseguir alimentos. Por lo tanto, esta cooperación no provenía de un espíritu de altruismo abstracto, sino que era una necesidad material. La cooperación era necesaria no sólo en la caza, sino también en la recolección.

Caza, recolección y matrilocalidad

Parece que en las sociedades prehistóricas de cazadores-recolectores existía una división del trabajo entre los sexos, aunque variaba de un pueblo a otro, y no era una división estricta, como encontramos en sociedades posteriores y clasistas, como los griegos.

A veces los hombres participaban en la recolección y las mujeres ayudaban en la caza, como han demostrado los recientes descubrimientos de mujeres enterradas con sus armas. Pero, en general, los varones solían ir de caza y las mujeres a buscar comida. Y uno no era menos importante que el otro. De hecho, a veces los hombres regresaban con las manos vacías, mientras que las mujeres siempre llevaban algo a casa. Así pues, la división del trabajo en esta fase de la sociedad humana no implicaba la subordinación de la mujer al hombre.

De hecho, la división del trabajo que existía en el seno de la familia tendía en muchos casos a favorecer la posición de la mujer. Kit Opie y Camilla Power, autoras de Abuelas y coaliciones femeninas: ¿una base para la prioridad matrilineal? , sostienen que, en las sociedades que examinaron, el número de calorías necesarias para alimentar a todos los adultos y los niños de un grupo requeriría la cooperación de las mujeres, y de sus parientes femeninas, en particular las abuelas, junto con los hombres. Entre los !Kung del desierto de Kalahari, por ejemplo, los estudios demuestran que “la recolección aporta entre el 60% y el 80% de la dieta total” .

Las mujeres que no pueden ir a buscar comida, ya sea porque están en las últimas fases del embarazo o porque están amamantando a recién nacidos, tienen aseguradas sus calorías diarias porque las otras mujeres se las proporcionarán. Una vez más, esto no se debe a un espíritu abstracto de altruismo. Es una práctica habitual que todo el mundo ayude a los demás, porque saben que cuando se encuentren en la misma situación, ellos también recibirán ayuda.

Por lo tanto, la idea de que las mujeres dependían totalmente de los hombres, y por lo tanto incluso en las primeras sociedades humanas una mujer tenía que buscar a un hombre individual para sobrevivir, no se sostiene.

Todo ello proporciona una base material sobre la que descansaba la igualdad entre los sexos. Opie y Power también explican el papel de las mujeres mayores, que ya no podían tener hijos, pero que podían desempeñar un papel clave más adelante en la vida ayudando a mantener a la descendencia de sus hijas. Esto explicaría el carácter matrilocal de las familias -las mujeres permanecen cerca de sus madres- y, por tanto, también el carácter matrilineal de la sociedad.

Señalan que:

Las pruebas de la genética molecular sugieren que la tendencia ancestral de los parientes femeninos a permanecer juntas persistió con la aparición de los humanos modernos. Los estudios revelan diferencias en los patrones de filopatría [la tendencia de un individuo a regresar o permanecer en su zona de origen, o lugar de nacimiento] entre las poblaciones cazadoras y agrícolas del África subsahariana.

Y añaden: “Cuanto mayor es la dependencia de la caza en estas poblaciones, menos probable es que sean virilocales”. Esto significa que las mujeres de las sociedades cazadoras-recolectoras tienden a permanecer dentro de un grupo en el que las mujeres están emparentadas, con madres, hermanas, primas, pero en el que los hombres con los que se aparean vienen de fuera. Todo esto es una sorprendente confirmación de lo que Morgan describió en 1877.

Hay, por supuesto, excepciones a esta regla, como los indígenas del norte de Alaska, entre los que encontramos “hombres que proporcionan casi toda la comida”. Son cazadores y no agricultores. Sin embargo, esto no se debe al hecho de que la gente de allí simplemente “piense” que la caza es mejor, y “elija” no adoptar la plantación de cultivos.

En otro artículo se explica que en “algunas regiones árticas y subárticas hay comparativamente pocos animales pequeños y ningún alimento vegetal de importancia dietética, por lo que la caza mayor representa una proporción muy grande de todos los alimentos consumidos”. Existe una razón material concreta por la que los hombres desempeñan un papel tan importante en la obtención de alimentos en una situación así: “En estas sociedades árticas o subárticas no es probable ni la recolección significativa ni el paso a la agricultura”.

Encontrar estas “excepciones” no niega el panorama general de la evolución social, en el que las condiciones han sido favorables para el desarrollo de la agricultura. Como explican los autores,

A efectos de comprender la transición a las sociedades agrícolas, estos grupos también pueden tener un interés limitado como modelo para las sociedades de cazadores-recolectores que llegaron a existir en África, Europa y otros lugares que experimentaron la transición a la agricultura.

Es evidente que esto tiene un enorme significado para la posición de la mujer en estas sociedades. Las mujeres individuales no se trasladaban de la casa de su padre a la de su marido y permanecían allí, rodeadas de su familia extendida, como es muy común hoy en día en todo el mundo. Esto significaba que dependían mucho menos de su pareja. Más bien, su pareja se encontraba rodeado por todos lados por los parientes de su pareja y, hasta cierto punto, dependía de ellos.

En algunos casos, los cazadores varones tenían que entregar todas sus capturas a la madre de su pareja antes de que ésta las repartiera entre la familia. No es de extrañar que los ejemplos supervivientes de estas comunidades registren un índice de violencia hacia las mujeres tan bajo en relación al nuestro.

Propiedad, desigualdad y monogamia

Este modo de vida igualitario empezó a cambiar tras la aparición de la agricultura, en lo que se conoció como la revolución neolítica, hace aproximadamente 12.000 años.

Los estudios han confirmado que la desigualdad de género fue cambiando gradualmente durante un largo periodo, a medida que los humanos pasaban de la caza-recolección a la agricultura, en particular a los cultivos. Las evidencias arqueológicas de todo el mundo sugieren un cambio en la división del trabajo entre hombres y mujeres tras la adopción de la agricultura. Las causas directas varían de un lugar a otro, pero es evidente que influyeron varios factores importantes: el aumento de las tasas de natalidad y, por tanto, de las responsabilidades de cuidado de los hijos, la mayor necesidad de procesar los alimentos y, finalmente, el uso de aperos más pesados, como el arado.

Un estudio publicado por la Red de Investigación en Ciencias Sociales en 2012 explica:

…el paso a la agricultura dio lugar a una división del trabajo dentro de la familia, en la que el hombre empleaba su fuerza física en la producción de alimentos y la mujer se ocupaba de la crianza de los hijos, la elaboración y producción de alimentos y otras tareas relacionadas con la familia.

Y continúa:

La consecuencia fue que el papel de la mujer en la sociedad ya no le daba viabilidad económica por sí misma. En esencia, el cambio general en la división del trabajo asociado a la revolución neolítica agravó las opciones exteriores de la mujer (fuera del matrimonio), y esto aumentó el poder de negociación masculino dentro de la familia, lo que, a lo largo de generaciones, se tradujo en normas y comportamientos que configuraron las creencias culturales sobre los roles de género en las sociedades. (…) En resumen, aportamos nuevas pruebas coherentes con la hipótesis de que una revolución neolítica temprana, a través de sus efectos sobre las creencias culturales, es una fuente de los roles de género modernos.

Junto con el cambio en la división del trabajo, también parece haberse producido un abandono de la matrilocalidad en favor de la patrilocalidad, lo que habría tenido un impacto adicional en la posición de la mujer en el hogar. Un artículo de 2004 de la Universidad La Sapienza de Roma reveló que un estudio del ADN mitocondrial en 40 poblaciones del África subsahariana mostraba “una sorprendente diferencia en la estructura genética de las poblaciones productoras de alimentos (bantúes y sudaneses) y las cazadoras-recolectoras (pigmeos, !kung y hadza)” . Las mujeres de las poblaciones cazadoras-recolectoras, como los !Kung y los Hadza, tenían más probabilidades de permanecer con sus madres después del matrimonio que las mujeres de las poblaciones productoras de alimentos dependientes de la agricultura, lo que sugiere un fuerte vínculo entre la agricultura y la patrilocalidad.

Por supuesto, es casi imposible determinar con exactitud cuándo la descendencia matrilineal dio paso a la patrilinealidad. El cambio habría tenido lugar en un período remoto del pasado no registrado, y cada sociedad individual se habría desarrollado a su manera y a su propio ritmo. Pero es seguro que esta transición tuvo lugar en algún momento entre la aparición de la agricultura y el surgimiento de las primeras sociedades de clases, hace aproximadamente 5.000-6.000 años, porque todas y cada una de estas sociedades eran patrilocales, patrilineales y, sobre todo, patriarcales.

Morgan identificó la clave de este cambio dramático en el auge de la propiedad privada, explicando que:

… la cuestión de la herencia estaba llamada a surgir, a aumentar su importancia con el incremento de la propiedad en variedad y cuantía, y a dar lugar a alguna regla de herencia establecida.

La propiedad no surgió inmediatamente como algo privado, ya que inicialmente las reglas de la herencia se basaban en la propiedad común de la tierra y los rebaños dentro de la gens, esencialmente las unidades familiares más amplias que constituyeron la base de la sociedad hasta la formación de los primeros estados. Esto significaba que la propiedad no podía transferirse fuera de la gens.

En la gens matrilineal, los hijos permanecían en la gens de la madre. Por tanto, los bienes se heredaban a través de la línea femenina. Esto significaba que los hijos de los hombres no pertenecían a la gens de sus padres, sino a la de sus parejas femeninas. Sin embargo, en un momento dado, en diferentes partes del mundo y en diferentes épocas, a medida que los hombres acumulaban cada vez más bienes, se produjo un cambio por el cual los derechos de propiedad se transmitían por línea masculina.

La desigualdad, las clases y la opresión de la mujer no surgieron inmediatamente de las primeras formas de agricultura y domesticación. Pero una vez realizado el paso a la agricultura, se habían sentado las condiciones para lograr una productividad cada vez mayor de la tierra. Como puede observarse en multitud de yacimientos neolíticos, el “comunismo en el modo de vida” continuó incluso cuando los humanos pasaron de una existencia nómada a otra sedentaria. Sin embargo, el excedente que acabó produciéndose significó que sólo era cuestión de tiempo que aparecieran las clases, y con ellas la desigualdad social, cuya primera víctima fueron las mujeres. En el periodo que va desde las primeras sociedades agrícolas sedentarias hasta la aparición de las primeras civilizaciones conocidas en la historia, este proceso se completó.

Esto se repitió de forma independiente en muchas partes del mundo, como Mesopotamia (actual Irak), Egipto, América Central y del Sur, China, Asia meridional y partes del África subsahariana. Ninguna de ellas era un calco perfecto de la otra, pero tenían muchas características comunes.

No podemos decir con exactitud cómo se produjo el paso de la descendencia matrilineal a la patrilineal. Sin embargo, Morgan pudo entrevistar a miembros de varias tribus de Norteamérica y observó que algunos de ellos habían pasado recientemente de heredar por línea femenina a hacerlo por línea masculina, en algunos casos en memoria viva.

Como él dice:

En la actualidad muchos indios poseen bienes considerables consistentes en animales domésticos y en casas y tierras de propiedad individual, y entre éstos se generaliza la costumbre de hacer la repartición en vida, para evitar la herencia gentilicia. [énfasis mío].

Explica que, a medida que la propiedad aumentaba en cantidad,  “crecía la oposición al desheredamiento de los hijos en beneficio de la gens”, es decir, por línea materna. En realidad, éste es un ejemplo vivo de cómo pudo tener lugar la transición de la matrilinealidad a la patrilinealidad en otras sociedades.

Así pues, la aparición de la propiedad privada fue el elemento clave que determinó el cambio radical de la condición de la mujer, que pasó de ser igual a subordinada del hombre. “La familia monógama debe su origen a la propiedad, …” escribió Morgan.

Surgió una nueva forma de sociedad, en la que los hombres propietarios empezaron a imponer a las mujeres condiciones hasta entonces desconocidas. La única forma de asegurarse de que la mujer produjera los hijos del marido era imponer estrictas normas de comportamiento, como la reclusión de las mujeres dentro de la casa, la prohibición de que salieran de casa sin compañía y una estricta fidelidad.

Morgan describe así el proceso:

Una vez que las casas y tierras, rebaños y manadas y menesteres mercables hubieran aumentado tanto en cantidad y llegaron a ser sujeto de propiedad individual, surgiría la cuestión del derecho de su herencia, apremiando a la mente humana (…)

Morgan explica que la familia acabó convirtiéndose en “una organización productora de propiedades”, y añade:

Había llegado el momento en que la monogamia, haciendo cierta la  paternidad de los hijos proclamaría y sostendría el derecho exclusivo de éstos de heredar los bienes de su extinto padre.

Morgan, como hemos visto, no se limitó a observar a los iroqueses o a la información que recibía de otros eruditos y viajeros. También se fijó en otras fuentes, por ejemplo, en los antiguos griegos y romanos, y en lo que se podía discernir de sus primeros escritos, de sus mitos y leyendas, sobre sus primeras estructuras familiares.

Encuentra rastros de la gens en los primeros textos y mitos de los antiguos romanos y griegos, así como en el “sept” irlandés, el “clan” escocés, el “ganas” sánscrito, etcétera. Esto es muy significativo, ya que estas culturas nunca podrían haber tenido contacto alguno con las tribus nativas americanas que observó Morgan.

Los antiguos griegos y romanos habían adoptado una gens masculina, tras la transición de la anterior gens femenina, y describe cómo esto continuó en el primer periodo de urbanización.

En la antigua sociedad griega, vemos la perdición de la mujer en una de sus peores formas. Temerosos de que cualquier contacto con otros hombres pudiera desembocar en relaciones sexuales, los hombres atenienses no permitían que sus esposas fueran vistas en público y a los hombres ajenos a la familia no se les permitía estar con las mujeres de la casa. En la antigua Roma, el paterfamilias era la autoridad suprema, con poder de vida y muerte sobre todos los miembros de la familia, esposa, descendencia, así como sobre los esclavos.

Cabe señalar que esta “monogamia” era en realidad sólo para las mujeres. Y junto a esta nueva moral restrictiva surgieron diferentes formas de prostitución femenina (y en algunos casos masculina) en las antiguas sociedades de clases. El Estado ateniense llegó incluso a regular la prostitución, con la introducción de burdeles.

Antes de que surgieran estas sociedades de clases, las mujeres eran veneradas y honradas como dadoras de vida. Las epopeyas griegas hablan de diosas y mujeres guerreras, elevadas a una posición de culto y respeto. Robert Graves, en su obra Los mitos griegos (1955), opinaba que la Grecia de la Edad de Bronce había pasado de ser una sociedad “matriarcal” -nosotros diríamos matrilineal- a una patriarcal. Se refiere a la historia de Zeus tragándose a Metis, la diosa de la sabiduría, tras lo cual “los aqueos suprimieron su culto y arrogaron toda la sabiduría a Zeus como su dios patriarcal”.

Esta degradación de la mujer en los cielos era claramente un reflejo de su degradación en la tierra. William G.Dever ha argumentado en su libro, ¿Dios tenía esposa? que un proceso similar tuvo lugar en la mitología de los antiguos hebreos, que en su período primitivo creían que Yahvé (su dios) tenía una esposa, considerada la Reina de los Cielos.

Morgan y Engels sobre el futuro de la familia

Lo que Morgan tenía que decir sobre el desarrollo pasado de la familia desafiaba los puntos de vista tradicionales, pero lo que decía sobre el futuro de la familia era aún más desconcertante para los burgueses:

Cuando se acepta el hecho de que la familia ha pasado por cuatro formas sucesivas, y actualmente atraviesa la quinta, surge la pregunta de si esta forma será definitiva en el porvenir. La única respuesta lógica es la de que la familia debe progresar con el progreso de la sociedad y cambiar en la medida que ésta lo haga, tal como ocurriera en el pasado.

Engels fue más lejos:

Así, pues, lo que podemos conjeturar hoy acerca de la regulación de las relaciones sexuales después de la inminente supresión de la producción capitalista es, más que nada, de un orden negativo, y queda limitado, principalmente, a lo que debe desaparecer. Pero ¿qué sobrevendrá? Eso se verá cuando haya crecido una nueva generación: una generación de hombres que nunca se hayan encontrado en el caso de comprar a costa de dinero, ni con ayuda de ninguna otra fuerza social, el abandono de una mujer; y una generación de mujeres que nunca se hayan visto en el caso de entregarse a un hombre en virtud de otras consideraciones que las de un amor real, ni de rehusar entregarse a su amante por miedo a las consideraciones económicas que ello pueda traerles. Y cuando esas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán a sí mismas su propia conducta, y, en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo quedará hecho!

A menudo se ataca a Engels como hombre de la época victoriana, pero en estas pocas frases vemos que en realidad estaba muy adelantado a su tiempo en la cuestión de la familia y en cómo los seres humanos se relacionarán sexualmente en el futuro.

Después de que Engels produjera su obra clásica, las filas de la Segunda Internacional y más tarde de la Internacional Comunista se educaron en las ideas que él elaboró sobre esta cuestión. Cuando los bolcheviques llegaron al poder en 1917, empezaron a aplicar estas ideas, lo que puede verse en las diversas leyes y reformas adoptadas en relación con el matrimonio, los derechos de la mujer, el cuidado de los niños, etc.

Además de las reformas políticas, Lenin y Trotsky insistieron en la necesidad de una auténtica igualdad social y política, liberando a las mujeres de la carga de las tareas domésticas, el cuidado de los niños, etc., que sigue pesando desproporcionadamente sobre ellas.

El aislamiento de la revolución en un solo país atrasado hizo que muchas de esas reformas progresistas sólo pudieran realizarse parcialmente, ya que la Unión Soviética no disponía de recursos materiales suficientes para mantenerlas. No obstante, sus audaces reformas nos permitieron vislumbrar lo que podría conseguir una auténtica sociedad socialista. Y esa es precisamente la razón por la que la clase dominante no puede perdonar no sólo a los bolcheviques, sino incluso al propio Morgan.

La reacción burguesa contra Morgan y Engels

Merece la pena señalar aquí el tratamiento tan diferente de Darwin y Morgan. Darwin tampoco comprendía del todo cómo se producía la evolución, y ello porque aún no se habían realizado ciertos descubrimientos científicos, como la genética. Esto no le quita su papel histórico de haber impulsado enormemente nuestra comprensión de cómo ha evolucionado la vida.

Morgan recibió un trato diferente. La burguesía puede vivir con la idea de la evolución biológica. Incluso intentan tergiversarla para utilizarla como justificación de la propia sociedad capitalista. Pero no pueden vivir con una idea que lleva inevitablemente a la conclusión de que el propio capitalismo es una mera fase, destinada a llegar a su fin.

Aunque Morgan no era enemigo del capitalismo, sus descubrimientos en manos de Engels apuntaban en una dirección: Al igual que la sociedad había cambiado en el pasado en consonancia con el desarrollo de las fuerzas productivas, un mayor desarrollo de estas fuerzas estaba preparando las condiciones para la desaparición del propio capitalismo y, con él, de la familia tal y como se había conocido durante miles de años bajo diferentes formas de sociedad de clases. Por lo tanto, las ideas de Morgan tenían que ser socavadas y desacreditadas, ya que socavar su punto de vista significaba socavar también a Engels y las opiniones de los marxistas, a quienes se consideraba promotores de ideas peligrosas que amenazaban la estabilidad de la sociedad burguesa.

Por supuesto, es necesario ser objetivo al tratar con Morgan y la antropología de su época. Por ejemplo, él no comprendía el nivel de desarrollo que habían alcanzado culturas amerindias más avanzadas, como la de los aztecas. Creía que estaban al mismo nivel que los iroqueses. Incluso cuando uno de sus alumnos le señaló su error, persistió en esta opinión.

No obstante, queda claro que Morgan rompió claramente con la estrechez de miras de sus predecesores -e incluso contemporáneos- y aplicó inconscientemente el método del materialismo histórico a la comprensión del desarrollo humano primitivo. Hizo una importante contribución a nuestra comprensión del desarrollo de la sociedad humana y eso debe reconocerse.

Lo que tenemos que entender, sin embargo, es que quienes atacan a Morgan o a Engels no lo hacen desde el punto de vista de profundizar nuestra comprensión sobre la base de estudios más actualizados, algo a lo que el propio Engels habría estado abierto. No, atacan e intentan desacreditar su método científico, el método del materialismo dialéctico, como parte de un ataque más amplio y general contra el marxismo.

Hasta mediados del siglo XIX -el periodo de ascenso del capitalismo-, los primeros economistas, historiadores, paleontólogos y antropólogos burgueses seguían tratando realmente de descubrir los mecanismos que determinaban el desarrollo de la sociedad. Adam Smith, por ejemplo, trataba de comprender los mecanismos que determinan el funcionamiento del capitalismo. Pero fue necesario que Marx sacara todas las conclusiones lógicas.

Sin embargo, a principios del siglo XX, cuando el capitalismo alcanzó sus límites y empezó a estancarse y a entrar en crisis, la clase capitalista había dejado de desempeñar un papel genuinamente progresista, lo que repercutió también en su enfoque de dichos estudios.

La clase burguesa se ha vuelto totalmente reaccionaria y busca ideas que justifiquen la continuidad de su existencia. La razón está meridianamente clara: su riqueza y sus privilegios dependen de la continuación del sistema actual y, por lo tanto, tratan de demostrar que nunca puede acabar.

El célebre antropólogo Bronisław Malinowski fue una figura importante en esta embestida burguesa. “[L]a familia individual siempre ha existido, y […] se basa invariablemente en el matrimonio en parejas simples”, afirmó en 1931.

Malinowski reaccionaba ante la idea de que la familia había evolucionado a lo largo del tiempo, pasando por diferentes formas. Su postura era que un análisis histórico de las formas anteriores de la familia carecía de pruebas, y que ésta siempre había sido, es y será nuclear. Como se ha citado anteriormente, creía que la “familia individual” (con el hombre a la cabeza) era el “elemento central de nuestra sociedad”, y que suprimirla sería una “catástrofe social”.

Aquí vemos cómo muchos antropólogos que han intentado comprender sociedades anteriores, las han visto a través del prisma de la sociedad en la que nacieron. En la ciencia puede existir el prejuicio social. La ciencia no es un “foro” neutral de ideas; es un campo de batalla que refleja todas las presiones de la sociedad de clases.

La antropología, por ser un estudio de la sociedad humana, es una de las ciencias más propensas a este tipo de prejuicios sociales. Las creencias religiosas, las tradiciones, la moral y los prejuicios de clase pueden impedir a los antropólogos ver lo que realmente tienen delante, sobre todo en lo que se refiere a las normas sexuales, pero también a la cuestión de la propiedad.

Así pues, desde principios del siglo XX, la antropología fue testigo de una creciente reacción contra las ideas de Morgan. Marvin Harris, en su obra El desarrollo de la teoría antropológica (1968), explica que “la ciencia de la antropología cruzó el umbral del siglo xx convencida de que para sobrevivir y progresar necesitaba rechazar el esquema de Morgan y destruir el método sobre el que se basaba”. [el subrayado es mío].

¿Cuál era el método que querían destruir? Harris explica que: “Los triunfos del método científico en los dominios físico y orgánico llevaron a los antropólogos del siglo XIX a pensar que los fenómenos socioculturales estaban gobernados por principios que podían descubrirse y enunciarse en forma de leyes”. En el siglo XX, sin embargo, “llegó a aceptarse generalmente que la antropología no podría nunca descubrir los orígenes de las instituciones ni explicar sus causas.”

Esto supuso un rechazo del enfoque científico y materialista de los estudios antropológicos y un giro hacia métodos acientíficos e idealistas. Esto condujo a una situación en la que:

Sobre la base de evidencias etnográficas parciales, incorrectas o mal interpretadas, surgió así una concepción de la cultura que exageraba todos los ingredientes extraños, irracionales e inescrutables de la vida humana. Deleitándose con la diversidad de las pautas, los antropólogos escogían los acontecimientos divergentes e incomparables. Subrayaban el sentido íntimo, subjetivo de la experiencia y excluían los efectos y las relaciones objetivas. Negaban todo determinismo histórico en general y en especial negaban el determinismo de las condiciones materiales de la vida.

Este enfoque idealista rechazaba el método materialista y evolucionista, y con él la idea de que se pudiera elaborar una visión histórica global y a largo plazo del desarrollo de la sociedad; rechazaba la idea de que se pudieran encontrar leyes de desarrollo de la sociedad, y en su lugar insistía en que cada cultura debía considerarse aisladamente como única y sin un orden específico de desarrollo. Franz Boas (1858-1942) fue un pionero de esta corriente, con su teoría del “particularismo histórico”.

Esto, en efecto, fue una anticipación del pensamiento postmodernista, que vio a un número de izquierdistas desilusionados e incluso “marxistas” alejarse de una perspectiva científica y materialista, hacia la negación no sólo de las leyes del desarrollo, sino del desarrollo mismo.

Hubo antropólogos que lucharon contra esta tendencia, como Leslie A. White y Marvin Harris, que a su manera resistieron la deriva hacia el idealismo y mantuvieron un enfoque materialista. Pero como Harris comentó en 1999 en su obra Theories of Culture in Postmodern Times: “Debo confesar que el giro que ha dado la teoría -alejándose de los enfoques procesuales de orientación científica y aproximándose a un posmodernismo del «todo vales-e- ha sido mucho más influyente de lo que había creído cuando estudié lo ocurrido desde finales de los años sesenta”. Este giro no fue en absoluto casual.

Con los enfoques boasiano y, más tarde, posmoderno, todo lo que nos queda es una masa de estudios de casos individuales, de hechos aislados, inconexos entre sí, sin ningún intento de establecer una relación de causa o efecto, con la conclusión final de que la realidad es incognoscible.

Una de las críticas que la escuela boasiana hizo a Morgan, y a todos los evolucionistas sociales de la época, fue que tenían una visión rígida de cómo se desarrollaban las culturas humanas, imponiendo un modelo en el que había que forzar todas las culturas locales.

Es cierto que las sociedades humanas no evolucionaron todas exactamente de la misma manera, siguiendo cada fase una especie de plan preestablecido. ¿Podemos negar que en diferentes condiciones geográficas y climáticas ha habido diferentes ritmos y direcciones de desarrollo? Sería absurdo y anticientífico. Por ejemplo, se ha demostrado que ha habido casos en los que culturas que se habían embarcado en formas tempranas de agricultura, volvieron posteriormente a la caza. ¿Por qué? Porque en las condiciones dadas, la agricultura resultó ser menos productiva, o los cambios climáticos obligaron a estos grupos humanos a desplazarse. Había una razón concreta y material para este regreso a lo que cabría suponer una forma de sustento menos desarrollada.

Si aplicamos esto a la familia, vemos que, a pesar de su adopción de la agricultura y la domesticación, algunos yacimientos neolíticos sugieren la continuación de una igualdad entre los sexos, incluso durante periodos muy largos. Y también podemos encontrarnos con sociedades de cazadores-recolectores en las que la opresión de la mujer ha surgido bajo la influencia de formas posteriores de sociedad, en las que ha habido contacto con agricultores: un ejemplo sorprendente de la ley del desarrollo desigual y combinado.

Sin embargo, esto no refuta que existan leyes discernibles de la evolución social, y etapas. La cuestión es que el proceso general tendió en una dirección, y por razones materiales que podemos comprender. Ni una sola sociedad de clases ha presentado jamás el nivel de igualdad observado en una amplia gama de sociedades de cazadores-recolectores, pasadas y presentes.

Una visión objetiva del desarrollo de la sociedad, una observación de los hechos dados, muestra que, sí, la evolución social tomó caminos ligeramente diferentes, dependiendo de las condiciones locales. Pero una cosa es reconocer esto y otra muy distinta sacar de ello la conclusión de que no existen leyes discernibles del desarrollo social.

Boas no fue en absoluto el único antropólogo que adoptó esta perspectiva. Otros después de él han adoptado un enfoque igualmente idealista. Lo que sí podemos decir es que su método, independientemente de su intención, le viene como anillo al dedo a la clase capitalista actual. En lugar de utilizar el lenguaje abiertamente reaccionario de Malinowski, pueden esconderse tras una filosofía que se presenta como progresista, cuando en realidad es profundamente reaccionaria.

La necesidad de una comprensión teórica

Para concluir, podemos hacernos la pregunta: ¿Por qué importa todo esto? ¿Por qué defendemos las ideas centrales elaboradas por Morgan, Engels, de la evolución social y con ello la idea de que la familia ha evolucionado? La respuesta a esa pregunta es que una comprensión teórica es necesaria en la lucha por abolir la opresión.

Este debate no tiene un interés meramente académico. El conflicto entre materialismo e idealismo en todas las esferas de la vida es un conflicto entre progreso y reacción. En realidad, forma parte de la lucha de clases.

Si aceptamos la perspectiva anti materialista e idealista que llegó a dominar la antropología en el siglo XX -y sigue haciéndolo en la actualidad-, nos quedamos sin una comprensión real de cómo y por qué cambió la sociedad, cómo y por qué cambió la familia y, por tanto, cómo y por qué puede volver a cambiar en el futuro. Nos quedamos con la idea de que son las mentes de los individuos las que determinaron los cambios, y no el cambio en las condiciones lo que determinó los cambios en el pensamiento.

El abandono de la perspectiva materialista y evolucionista en la antropología fue un paso atrás, ya que no dejaba espacio para una auténtica comprensión científica de cómo evolucionó la sociedad humana desde sus etapas más tempranas, pasando por diversas formas hasta llegar a la sociedad industrial actual.

Nos deja con la idea de que no tiene sentido luchar por un cambio radical de la estructura de la sociedad. En lugar de eso, debemos trabajar sobre los individuos que componen la sociedad. Eso nos deja sin una forma concreta de cambiar las condiciones materiales. Significa, en el caso de la lucha por los derechos de las mujeres -y de otras capas oprimidas de la sociedad-, que la lucha de clases no tiene ningún papel que desempeñar. Todo se convierte en una batalla por las palabras, por los significados. Por este camino el movimiento acaba en un callejón sin salida.

Lo que hace falta es volver a la idea de que hay una dirección en el desarrollo de la sociedad, que las diferentes etapas de desarrollo nos han llevado a donde estamos hoy, y que la etapa actual, la de la sociedad capitalista, no ha hecho más que preparar el terreno para una etapa superior, la del socialismo, por la que hay que luchar.

El futuro de la familia

A los que niegan que la familia haya evolucionado a través de varias formas diferentes, podemos señalarles el hecho de que, a pesar de los más fervientes deseos de figuras como Malinowski, está más que claro que la familia ha experimentado muchos cambios incluso en el periodo relativamente corto que nos separa de los días de Morgan y Engels.

Somos testigos de ello. En la actualidad, casi el 50% de los matrimonios en Estados Unidos acaban en divorcio o separación, mientras que la cifra en el Reino Unido ronda el 42%. Estimaciones recientes muestran también que alrededor del 40 por ciento de los nacimientos en Estados Unidos se producen fuera del matrimonio.

En muchos países del mundo, los matrimonios son cada vez menos frecuentes, la gente se casa más tarde y se está produciendo una “disociación” entre la paternidad y el matrimonio. Como dice un artículo, “en las últimas décadas la institución del matrimonio ha cambiado más que en miles de años antes”.

Estos cambios se han producido debido a varios factores, el más importante de los cuales ha sido la enorme afluencia de mujeres al mercado laboral, lo que les ha dado un mayor grado de independencia.

Sin embargo, sigue existiendo una importante brecha salarial entre hombres y mujeres. A pesar de los progresos realizados, especialmente desde los años setenta del siglo pasado, la mayoría de las mujeres no son totalmente independientes económicamente debido a la persistencia de la desigualdad, la pobreza y la austeridad. Pero sigue siendo cierto que las mujeres no son tan dependientes de los hombres como lo eran en el pasado -al menos en los países industrializados avanzados- y con esta mayor independencia económica ha llegado una mayor exigencia de las mujeres de igualdad ante la ley y en las condiciones sociales.

Por lo tanto, podríamos plantearnos otra pregunta: Si en los últimos 70 años se ha producido en la familia todo el cambio descrito, ¿por qué no se hubieran podido producido cambios aún mayores a lo largo de decenas de miles de años, y por qué no podría cambiar en el futuro en una dirección progresiva?

Dicho esto, está claro que la opresión de la mujer no desaparecerá pacíficamente bajo el capitalismo. Además de las barreras materiales a las que se enfrentan las mujeres, miles de años de sociedad de clases, cultura e ideología misóginas siguen determinando, en un grado u otro, la perspectiva de miles de millones de personas en la actualidad. Los prejuicios y la moral clasista se han acumulado unos sobre otros y siguen siendo fuertes bajo el capitalismo.

A menudo se afirma erróneamente que el capitalismo es la raíz de la opresión de la mujer. Eso es simplificar enormemente la cuestión. Como hemos visto, la dominación del hombre sobre la mujer se produjo hace miles de años, cuando surgieron las primeras formas de sociedad de clases. Sin embargo, lo cierto es que la cultura misógina sigue floreciendo bajo el capitalismo y es utilizada activamente por la clase dominante cuando su posición se ve amenazada, como vemos hoy en día.

Todo aquello que pueda utilizarse para dividir a la clase trabajadora es útil para los capitalistas. El racismo, la homofobia, la transfobia, las divisiones religiosas y étnicas, todo se considera una herramienta útil para enfrentar a un grupo de trabajadores contra otro. Esta es una poderosa razón por la que la familia nuclear todavía se presenta como una de las “piedras angulares de la civilización”, y siempre lo será bajo el capitalismo.

La emancipación final y verdadera de la mujer sólo se logrará cuando desaparezca de una vez por todas la sociedad de clases. Como dijeron Marx y Engels, “la fuerza propulsora de la historia … es … la revolución” . Nuestra tarea hoy es luchar por el derrocamiento del actual sistema capitalista opresor, que ha superado su papel histórico.

Una vez que se eliminen todas las contradicciones que se derivan de esta sociedad, y una vez que las fuerzas productivas se liberen de las limitaciones del afán de lucro y se pongan bajo el control de quienes producen la riqueza, la clase obrera, las condiciones materiales cambiarán radicalmente, y con este cambio radical serán las generaciones futuras quienes decidan cómo quieren relacionarse entre sí. Las relaciones entre los seres humanos estarán por fin libres de la necesidad material y de la moral distorsionada impuesta por la sociedad de clases.

¡Abajo la hipocresía! ¡Defender Gaza! – Declaración de la CMI

La siguiente declaración de la Corriente Marxista Internacional declara nuestra solidaridad con el pueblo palestino. Responde a la repugnante hipocresía del imperialismo occidental y sus lacayos, que se unen detrás del reaccionario Estado israelí mientras desata una sangrienta venganza en Gaza, tras el ataque sorpresa de Hamás el 7 de octubre. Además, explicamos por qué la libertad para Palestina sólo puede lograrse por medios revolucionarios y el derrocamiento del capitalismo en toda la región.

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