Las premisas materiales de la revolución
Camaradas, la teoría del marxismo ha determinado las condiciones y leyes de la evolución histórica … En lo que atañe a las revoluciones, la teoría de Marx, escrita por la pluma misma de Marx, en el prefacio de su obra, Contribución a la crítica de la economía política, establece a priori la siguiente conclusión:
«Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.»
Esta verdad fundamental para la política revolucionaria conserva hoy, para nosotros, su indudable valor directriz. Sin embargo, más de una vez se ha comprendido al marxismo de un modo mecánico y simplista, falso por lo tanto. Además, se pueden sacar falsas conclusiones de la proposición arriba citada. Marx dice que un régimen social debe desaparecer cuando las fuerzas de producción (la técnica, el poder del hombre sobre las fuerzas naturales) no pueden ya desenvolverse en los límites de ese régimen. Desde el punto de vista del marxismo la sociedad histórica, tomada como tal, constituye una organización colectiva de los hombres que tienen como fin el acrecentamiento de su poder sobre el de la naturaleza. Este fin, naturalmente, no se les ha impuesto a los hombres sino que son ellos mismos los que, en el curso de su evolución, luchan por alcanzarlo, adaptándose a las condiciones objetivas del medio y aumentando cada día su poder sobre las fuerzas elementales de la naturaleza. Siguiendo la proposición, vemos que las condiciones necesarias para una revolución (para una revolución social profunda, y no para golpes de estado, por sangrientos que sean), revolución que remplace a un régimen económico por otro, nacen solamente a partir del momento en que el régimen social antiguo comienza a trabar el progreso de las fuerzas de producción. Esta proposición no significa sólo que el antiguo régimen resbalará infaliblemente y por su propio impulso, cuando se haya hecho reaccionario, desde el punto de vista económico, es decir a partir del momento en que empieza a trabar el desarrollo de la potencia técnica del hombre. De ninguna manera, pues si las fuerzas de producción constituyen la potencia motriz de la evolución histórica, esta evolución, sin embargo, no se produce fuera de los hombres, sino por medio de los hombres. Las fuerzas productivas, el poder del hombre social sobre la naturaleza, se acumulan independientemente de la voluntad de cada hombre por separado, y depende sólo en parte de la voluntad general de los hombres de hoy, pues la técnica representa un capital ya acumulado que nos ha sido legado por el pasado, y que, si nos coloca en situación avanzada, en cierta manera también nos retiene. No obstante, cuando estas fuerzas de producción, esta técnica comienza a sentirse estrechas en los límites de un régimen de esclavitud, de servidumbre o, bien, de un régimen burgués, y cuando un cambio de formas sociales se hace necesario para la ulterior evolución del poder humano, entonces se produce la evolución, no por sí misma, como una salida o puesta de sol, sino gracias a la acción humana, gracias a la lucha conjunta de los hombres reunidos en clases.
La clase social que dirigía la antigua sociedad, convertida en reaccionaria, debe ser remplazada por una clase social nueva que aporta el plan de un régimen social nuevo correspondiente a las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas y que está presto a realizar ese plan. Pero no siempre ocurre que aparezca una clase nueva, lo suficientemente consciente, organizada y poderosa, para destronar a los antiguos dueños de la vida y para abrir camino a las nuevas relaciones sociales, en el preciso momento en que el antiguo régimen social reacciona. No ocurre siempre así. Por el contrario, más de una vez ocurrió en la historia que una vieja sociedad se agotara (por ejemplo, el régimen de esclavitud romano y, anteriormente, las civilizaciones de Asia, en las cuales la esclavitud impedía el progreso de las fuerzas productoras), pero en esta sociedad ya desaparecida no existía una clase suficientemente fuerte para anular a los directores y establecer un nuevo régimen, el de servidumbre, que constituía un paso hacia adelante en relación con el antiguo régimen. A su vez, en la servidumbre, no se dispone siempre, en el momento preciso, de la clase nueva (burguesía), dispuesta a abatir el feudalismo y abrir vía franca a la evolución histórica. Más de una vez se ha visto en la historia que cierta sociedad, nación, pueblo, tribu o varios pueblos o naciones que vivían en condiciones históricas análogas, se encuentran ante la imposibilidad de progreso ulterior, en los límites de un régimen económico determinado (de esclavitud o de servidumbre). No obstante, como todavía no existía una nueva clase que hubiera podido dirigirles sobre nuevas vías, esos pueblos, esas naciones, se descomponen; una civilización, un estado, una sociedad, han dejado de existir. Así resulta que la humanidad no ha marchado de abajo a arriba, siguiendo una línea siempre ascendente. No. Ha conocido largos períodos de estancamiento y de recaída en la barbarie. Las sociedades se han educado, alcanzando cierto nivel, pero no han podido sostenerse en las alturas… La humanidad no conserva su puesto; su equilibrio, a causa de las luchas de las clases y de las naciones, es inestable. Si una sociedad no sube, cae, y si no hay clase que pueda educarla, se descompone y cae en la barbarie.
A, fin de comprender este problema tan extremadamente complejo, no bastan, camaradas, las abstractas consideraciones que ante vosotros expuse. Es preciso que los jóvenes camaradas, poco al corriente de estas cuestiones, estudien obras históricas para familiarizarse con la historia de diferentes países y pueblos, en particular con la historia económica. Sólo entonces podrán representarse de manera clara y completa el mecanismo interior de la sociedad. Hay que comprender este mecanismo para aplicar con exactitud la teoría marxista a la táctica. Es decir a la práctica de la lucha de clases.
Los problemas de la táctica revolucionaria
Cuando se trata de la victoria del proletariado, algunos camaradas se representan la cosa del modo más sencillo. En este momento tenemos en el mundo entero tal situación que podemos decir (marxistamente) con absoluta certeza: el régimen burgués espera el fin de su desarrollo. Las fuerzas de producción no pueden progresar en los límites de la sociedad burguesa. Efectivamente, lo que hemos visto en el curso de los diez años últimos es la ruina, la descomposición de la base económica de la humanidad capitalista y una destrucción mecánica de riquezas acumuladas. Actualmente estamos, en plena crisis, crisis aterradora, desconocida en la historia del mundo, y que no es una simple crisis llegada a su hora «normal» e inevitable en el proceso del progreso de las fuerzas productoras del régimen capitalista; esta crisis marca hoy la ruina y el desastre de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa. Acaso concurran todavía ciertos altibajos; pero, en general, como expuse a los camaradas en la misma sala hace mes y medio, la curva del desarrollo económico tiende, a través de todas sus oscilaciones, hacia abajo, y no hacia arriba. Sin embargo, ¿quiere esto decir que el fin de la burguesía llegará automática y mecánicamente? De ningún modo. La burguesía es una clase viva que ha retoñado sobre determinadas bases económico-productivas. Esta clase no es un producto pasivo del desarrollo económico, sino una fuerza histórica, activa y enérgica. Esta clase ha sobrevivido, o sea que se ha hecho el más terrible freno de la evolución histórica Lo cual no quiere decir que esta clase esté dispuesta a cometer un suicidio histórico ni que se disponga a decir: «Habiendo reconocido la teoría científica de la evolución que yo soy reaccionaria, abandono la escena.» Evidentemente, ¡esto es imposible! Por otra parte, no es suficiente que el partido comunista reconozca a la dase burguesa como condenada y casi suprimida para considerar segura la victoria del proletariado. No. ¡Todavía hay que vencer y tirar abajo la burguesía!
Si hubiera sido posible continuar desarrollando las fuerzas productivas en los marcos de la sociedad burguesa, la revolución no hubiera podido hacerse. Mas, siendo imposible el progreso ulterior de las fuerzas de producción en el límite de la sociedad burguesa, se realizó la condición fundamental de la revolución. Sin embargo, la revolución significa ya, por sí misma, una lucha viva de las clases. La burguesía al contrario de las necesidades de la evolución histórica aún es la clase social más poderosa. Más aún: puede decirse, desde el punto de vista político, que la burguesía espera el máximo de su potencia, de la concentración de sus fuerzas y medios, medios políticos y militares, de mentira, de violencia y de provocación. Es decir el máximo del desarrollo de su estrategia de clase en el mismo instante en que más amenazada está de su pérdida social. La guerra y sus terribles consecuencias (y la guerra era inevitable, porque las fuerzas productivas no cabían en el marco burgués) han descubierto ante la burguesía el amenazador peligro de su hundimiento. Tal hecho ha agudizado hasta lo infinito el instinto de conservación de clase. Cuanto más grande es el peligro más una clase (como cualquier individuo) tiende con todas sus fuerzas a la lucha por instinto de conservación. No olvidemos que la burguesía se encuentra frente a un peligro mortal, después de haber adquirido la mayor experiencia política. La burguesía creó y destruyó toda suerte de regímenes. Se desenvolvía en la época del más puro absolutismo, de la monarquía constitucional, de la monarquía parlamentaria, de la república democrática, de la dictadura bonapartista, del estado ligado a la iglesia católica, del estado ligado a la Reforma, del estado separado de la iglesia, del estado persecutor de la iglesia, etc. Toda esta experiencia, de lo más rica y variada, que penetró en la sangre y en la médula de los medios dirigentes de la burguesía, le sirve hoy para conservar a todo precio su poder. Y se mueve con tanta mayor inteligencia, finura y crueldad cuanto mayores peligros reconocen sus dirigentes.
Si analizamos superficialmente este hecho encontraremos una contradicción: hemos juzgado a la burguesía desde el punto de vista del marxismo; es decir, hemos reconocido, por medio de un análisis científico del proceso histórico, que se había sobrevivido a sí misma, haciendo demostración de una vitalidad colosal. En realidad, aquí no hay contradicción. Esto es lo que en el marxismo se llama dialéctica. El hecho está en los lados distintos del proceso histórico: la economía, la política, el estado, el restablecimiento de la clase obrera no se desenvuelven simultánea ni paralelamente. La clase obrera no progresa en absoluto paralela al crecimiento de las fuerzas de producción, y la burguesía no decae a medida que el proletariado crece y se afianza. No. La marcha de la historia es otra. Las fuerzas de producción se desarrollan por etapas: a veces avanzan mucho, a veces retroceden. La burguesía, a su vez también se desarrolla a saltos; la clase obrera, lo mismo. Desde el momento en que las fuerzas productivas del capitalismo tropiezan contra un muro, no pueden avanzar; vemos a la burguesía reunir en sus manos al ejército, policía, ciencia, escuela, iglesia, parlamento, prensa, etc.; tirar sobre los renegados y decirle, con el pensamiento, a la clase obrera: «Sí. Mi situación es peligrosa. Veo que a mis pies se abre un abismo. Pero veremos quien cae primero en él. ¡Acaso, antes de morir yo, pueda arrojarte al precipicio, clase obrera!» ¿Qué significa esto? Sencillamente la destrucción de la civilización europea en su conjunto. Si la burguesía, condenada a muerte desde el punto de vista histórico, encuentra en sí misma suficiente fuerza, energía, poder, para vencer a la clase obrera en el terrible combate que se aproxima, esto significa que Europa está en el umbral de una descomposición económica y cultural, como ya ha ocurrido en varios países, naciones y civilizaciones. Dicho de otro modo, la historia nos lleva al momento en que una civilización proletaria se hace indispensable para la salud de Europa y del mundo. La historia nos suministra una premisa fundamental sobre el éxito de esta revolución, en el sentido que nuestra sociedad no puede desarrollar sus fuerzas productivas apoyándose en una base burguesa.
Pero la historia no se encarga de resolver este problema en lugar de la clase obrera, de los políticos de la clase obrera, de los comunistas. No. Ella parece decir a la vanguardia obrera (representémonos por un instante la historia bajo la forma de una persona erguida ante nosotros) y a la clase obrera. «Es preciso que sepas que perecerás bajo las ruinas de la civilización si no derribas a la burguesía. ¡Ensaya, resuelve el problema!» He aquí el presente estado de las cosas.
Vemos en Europa, después de la guerra, cómo ensaya encontrar la clase obrera, casi inconscientemente, una solución al problema que le ofrece la historia. Y la conclusión práctica (a la cual deben llegar todos los elementos pensadores de la clase obrera en el curso de estos tres años después de la guerra) es la siguiente: no es tan fácil abatir a la burguesía, aunque aparezca condenada por la historia.
El período que Europa y el mundo entero atraviesan en este momento, por un lado, es el de la descomposición de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa, mientras que, por otra parte, es el del desarrollo más alto de la estrategia contrarrevolucionaria burguesa. Es necesario comprenderlo claramente. Jamás la estrategia contrarrevolucionaria, es decir el arte de la lucha combinada contra el proletariado, tuvo la ayuda de todos los métodos posibles, desde los sermones dulzones de los curas y de los profesores hasta el fusilamiento de los huelguistas por las ametralladoras, alcanzó la altura de hoy.
El ex Secretario de Estado norteamericano, Mr. Lansing cuenta, en su libro sobre la paz de Versalles, que Mr. Lloyd George ignora la geografía, la economía política, etc. Estamos dispuestos a creerlo. Pero lo que verdaderamente es indudable para nosotros es que el propio Mr. Lloyd George tiene llena la cabeza de las viejas costumbres de engañar y violentar a los trabajadores, empezando desde las más finas y astutas hasta las más sangrientas; que ha sabido recoger toda la experiencia que suministra este informe sobre la antigua historia de Inglaterra y que ha desarrollado y perfeccionado sus medios gracias a la experiencia de estos últimos años de turbaciones. Míster Lloyd George es, en su género, un estratega excelente de la burguesía amenazada por la historia. Y estamos, obligados a reconocer, sin disminuir el valor presente ni mucho menos los méritos futuros del partido comunista inglés (¡tan joven aún!), que el proletariado inglés no posee todavía un estratega semejante. En Francia, el presidente de la república, Millerand, que perteneció al partido de la clase obrera, así como el jefe del gobierno Briand, que antaño propagó entre los obreros la idea de la huelga general, han puesto, al servicio de los intereses de la burguesía, a título de jefes contrarrevolucionarios distinguidos, la rica experiencia de la burguesía francesa, la misma que ellos atacaron desde el campo proletario. En Italia, en Alemania, vemos con que esmero atrae a su seno la burguesía (para colocarlos a su cabeza) a los hombres y a los grupos que acumularon experiencia sobre la lucha de clases sostenida por la burguesía para su desarrollo, para su riqueza, poder y conservación.
Una escuela de estrategia revolucionaria
La tarea de la clase obrera, tanto en Europa como en el mundo entero, consiste en oponer a la estrategia contrarrevolucionaria burguesa, acentuadísima, su propia estrategia revolucionaria, llevándola al último extremo. A este fin, es preciso darse perfecta cuenta de que no se conseguirá nunca abatir a la burguesía automática, mecánicamente, por la única razón que esté sentenciada por la historia. Sobre el áspero campo de la batalla política vemos, a un lado, la burguesía con todo su poder y facilidades, y al otro, la clase obrera con sus fracciones, sus sentimientos, sus, niveles de progreso distintos, y con su partido comunista que lucha con otros partidos y organizadores para lograr la influencia sobre las masas trabajadoras. El partido comunista, que cada día crece más, y mejor, se sitúa a la cabeza de la clase obrera europea, debe maniobrar en la lucha avanzando y retrocediendo, reafirmando su influencia y conquistando nuevas posiciones, hasta que se ofrezca el momento favorable para derrotar a la burguesía. Lo repito: este es un complejo problema de estrategia, como ya dije ampliamente en el congreso anterior. Podemos decir que el Tercer Congreso de la Internacional Comunista fue una alta escuela de estrategia revolucionaria.
El Primer Congreso se celebró después de la guerra, apenas nacido el comunismo como movimiento europeo, cuando se esperaba (con fundamento) que un asalto casi elemental de la clase obrera podría derribar a la burguesía, la cual no había tenido tiempo todavía de encontrar una orientación nueva, ni nuevos puntos de apoyo. Tales pensamientos y esperanzas estaban justificados, en gran parte, por el estado de cosas de entonces, objetivamente juzgadas. La burguesía estaba espantada por los resultados de su propia política de guerra. Ya he hablado en mi informe sobre la situación mundial de todo ello, y no creo necesario repetirlo ahora. De todos modos, es indudable que en la época del Primer Congreso (1919) todos esperábamos, los unos más, los otros menos, que un sencillo asalto de las masas trabajadoras y campesinas derribase a la burguesía en un futuro próximo. Y, en efecto, el ataque fue poderoso. El número de las víctimas, grande. Pero la burguesía soportó este primer asalto y gracias a ello, ha podido reafirmarse en su estabilidad de clase.
El Segundo Congreso, en 1920, se verificó en un momento crítico: cuando se notaba que la burguesía no se abatiría por medio de un solo ataque de varias semanas, ni en un mes, ni en dos ni en tres; cuando se necesitaba una preparación política y una organización de las más serias. Y al mismo tiempo, la situación era muy difícil. Como recordarán, el Ejército Rojo se aproximaba a Varsovia y podía contarse con que, vista la situación revolucionaria en Alemania, Italia y alrededores, el impulso militar, que si no podía tener significación por sí mismo constituía una fuerza suplementaria, introducido en la lucha de las fuerzas europeas, soltaría la avalancha de la revolución, momentáneamente contenida. Esto no ocurrió.
Después del Segundo Congreso de la Internacional Comunista apareció más claramente la necesidad de aplicar una estrategia revolucionaria más compleja. Vemos a las masas de trabajadores, que después de la guerra han adquirido experiencia más sólida, enderezarse ellas mismas en esa dirección, y a consecuencia de tal orientación, vemos a los partidos comunistas crecer por todas partes. Durante el primer período millones de obreros se lanzaron en Alemania al asalto de la vieja sociedad sin prestar atención apenas a los grupos espartaquistas. ¿Qué significaba aquello? Después de la guerra, a las masas obreras les parecía que para obtener reivindicaciones bastaba ejercer presión, atacar para que mucho, si no todo, cambiara. He ahí por qué millones de obreros creían que era inútil gastar energía para fundar y organizar un partido comunista. No obstante, en el curso del año 1920, los partidos comunistas en Alemania y Francia, los dos países más importantes del continente europeo, se han transformado de pequeños núcleos que eran en organizaciones que agrupan a centenares de millares de obreros: casi 400.000 en Alemania y de 120 a 130 mil en Francia, lo que, en las condiciones francesas, constituye una cifra muy elevada. Tal circunstancia nos prueba hasta qué punto habían sentido las masas obreras en este período que era imposible vencer sin tener una organización particular, en el seno de la cual analizase la clase obrera su experiencia y sacara conclusiones; en una palabra, sin la dirección de un partido centralizado. En esto consiste la importancia de los resultados adquiridos en el último período: la fundación de los partidos comunistas de masa, a las que es preciso añadir a Checoslovaquia, que cuenta con 350.000 miembros. (Después de la fusión con la organización comunista de la minoría alemana, el partido checoslovaco contará con 400.000, ¡para una población de doce millones!).
Sería erróneo suponer que estos jóvenes partidos comunistas, apenas fundados tengan ya el arte de la estrategia revolucionaria. No. La experiencia táctica del último año lo demuestra bien claro. Y el Tercer Congreso se encuentra frente a este problema.
Este último congreso, hablando en términos generales, debió pronunciarse sobre dos problemas. El primero consistía, y consiste todavía, en desembarazar a la clase obrera, incluyendo a nuestras propias filas comunistas, de los elementos que no quieren la lucha, que tienen miedo y que ocultan, bajo ciertas teorías generales, su deseo de no combatir y su tendencia íntima al acuerdo con la sociedad burguesa. La depuración del movimiento obrero en su conjunto, y con más razón en los elementos comunistas, la expulsión de las tendencias reformistas, centristas y mediocentristas, tienen doble carácter: cuando se trata de los centristas conscientes, de los colaboracionistas y de los mediocolaboracionistas acabados es necesario echarlos sencillamente de las filas del partido comunista y del movimiento obrero; cuando, sin embargo, tengamos noticia de las tendencias mediocentristas mal definidas, debemos ejercer una influencia rectora e influyente para empujar a los elementos indecisos a la lucha revolucionaria. Así pues, la primera tarea de la Internacional Comunista consiste en desembarazar al partido de la clase obrera de los elementos que no quieren luchar y que, por lo mismo, paralizan la lucha del proletariado.
Pero todavía hay una tarea más importante: aprender el arte de luchar, arte que no cae sobre la clase obrera o sobre el partido comunista como un don de los cielos. No puede aprenderse el arte de la táctica y de la estrategia, el arte de la lucha revolucionaria, más que por la experiencia, por la crítica o la autocrítica. Dijimos en el Tercer Congreso a los jóvenes comunistas: «Camaradas, no queremos solamente una lucha heroica sino, ante todo, la victoria». Durante los últimos años hemos asistido a numerosos combates heroicos en Europa, en Alemania sobre todo. En Italia vimos una gran lucha revolucionaria, una guerra civil con sus inevitables víctimas. Verdad es que todo combate no conduce a la victoria. Los fracasos son inevitables. Pero no es preciso que tales fracasos sean la consecuencia de las faltas cometidas por el partido. No obstante, hemos visto más de una forma y más de un medio de combate que no llevan a la victoria ni llevarán nunca, y que están dictados a menudo más por la impaciencia revolucionaria que por la idea política. Por tales hechos, que determinaron la lucha de ideas que tuvo lugar en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, debo explicarme, camaradas. Semejante lucha no ha tenido caracteres de rigor ni de «lucha de fracción». Por el contrario, hemos respirado una atmósfera muy cordial y seria en el congreso, y nuestra lucha de ideas lo era enteramente de principios, y al mismo tiempo tenía el aspecto de un cambio de opiniones objetivo.
Nuestro congreso fue un gran soviet político y revolucionario de la clase obrera, y en este soviet nosotros, representantes de distintos países, basándonos en la experiencia adquirida por esos países, hemos verificado y confirmado de manera práctica nuestras tesis sobre la necesidad de desembarazar a la clase obrera de los elementos que no quieren luchar y que son incapaces de nada; por otra parte, expusimos en toda su amplitud y agudeza el siguiente problema: la lucha revolucionaria por el poder tiene sus leyes, sus medios, su táctica y su estrategia; quien ignora este arte jamás conocerá la victoria.
Las tendencias centristas en el socialismo italiano
Los problemas de la lucha contra los elementos centristas y mediocentristas aparecen claros en el asunto del Partido Socialista Italiano, puesto a la orden del día. Ya conocen ustedes la historia de tal cuestión. Una lucha interior y una escisión tuvieron lugar en el Partida Socialista Italiano, antes de la guerra imperialista. Así se desembarazó de los peores patrioteros. Además, Italia entró en la guerra nueve meses después que los otros países. Este hecho facilitó al Partido Socialista Italiano su política contra la guerra. El partido no se dejó arrastrar por el patriotismo y conservó la actitud crítica con respecto a la guerra y al gobierno. Gracias a lo cual fue posible que participase en la conferencia antimilitarista de Zimmerwald, aun cuando su internacionalismo tuviese un aspecto amorfo. Más tarde, la vanguardia de la clase obrera italiana empujó a los círculos dirigentes del partido más a la izquierda de lo que eran sus deseos, y el partido se ha encontrado en el seno de la Tercera Internacional con un Turati que busca demostrar con sus discursos y sus escritos que la Tercera Internacional no es más que un arma diplomática en manos del poder de los soviets, el cual, bajo pretexto de internacionalismo, lucha por los intereses «nacionales» del pueblo ruso. ¿No resulta monstruoso oír semejante opinión a un (¡no sé cómo le llamo así!) «camarada» de la Tercera Internacional? Hasta qué punto era anormal la entrada del Partido Socialista Italiano, bajo su vieja forma, en la Internacional Comunista. Si se pregunta cómo y por qué retrocedió en septiembre de 1920. Se llegó a decir que en esa acción el partido «traicionó» a la clase obrera. Si se pregunta cómo y por qué retrocedió el partido y capituló en otoño del año pasado, durante la huelga general y la ocupación de las fábricas, talleres, etc., por los obreros; si se pregunta qué constituía la traición: si el reformismo mal entendido, la irresolución, ligereza política o cualquier cosa, sería difícil hallar contestación. El Partido Socialista Italiano se encontraba después de la guerra bajo la influencia de la Internacional Comunista, como correspondía al gusto de las masas trabajadoras; pero su organización encontraba principalmente su poder en el centro y en la derecha. A fuerza de hacer la propaganda para la dictadura del proletariado, para el poder de los soviets, para el martillo y la hoz, para la Rusia de los soviets, etc., la clase trabajadora italiana, en su conjunto, toma todas esas palabras en serio y emprende el camino de la lucha abiertamente revolucionaria. En septiembre del año pasado se ocuparon talleres, fábricas, minas y grandes propiedades agrarias. Pero precisamente en este momento, en que debe sacar el partido todas las conclusiones políticas y prácticas de su propaganda, tiene miedo de sus responsabilidades, retrocede, deja al descubierto la retaguardia del proletariado, y las masas obreras caen bajo las hordas fascistas. La dase trabajadora pensó y esperó que el partido que le llamó a la lucha consolidaría el desarrollo de su ataque. Y así debió hacerse. La esperanza del proletariado estaba bien fundada: el poder de la burguesía se desmoralizaba y paralizaba, y no había confianza ni en el ejército ni en la policía. Era, pues, natural (a mi juicio) que la clase obrera pensase que el partido se encontraba en el deber de llevar hasta el fin el combate comenzado. Sin embargo, en el momento más crítico el partido se echó atrás, privando a la clase obrera de sus jefes y de parte de sus fuerzas. Aquí se ve claramente que en la Internacional Comunista no había sitio para semejantes políticos. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista ha decidido (después de consumada la escisión que tuvo lugar en el partido italiano) que sólo su ala izquierda comunista representaba una sección de la Internacional Comunista. Por lo mismo, el partido de Serrati, es decir, la fracción dirigente del ex Partido Socialista Italiano, ha sido arrojado de la Internacional Comunista. Desgraciadamente, y ellos se explica por la condiciones particularmente desfavorables, o acaso por errores de nuestra parte; desgraciadamente, repito, el Partido Comunista Italiano ha recibido en sus filas (en el momento de su fundación) menos de 50.000 afiliados, mientras que el partido de Serrati conservaba casi 100.000 miembros, entre los cuales se contaban 14.000 reformistas determinados, formando una fracción organizada (tienen su conferencia en Reggio-Emilia). No es que vayamos a decir que los 100.000 obreros que constituyen el Partido Socialista sean nuestros adversarios. Si hasta ahora no los tenemos en nuestras filas la falta es de nuestra responsabilidad. Prueba la justicia de tal observación que el Partido Socialista Italiano, aunque excluido de la Internacional Comunista, ha enviado a nuestro congreso tres representantes. ¿Qué significa eso? Los dirigentes del partido se han colocado, por su política, fuera de la internacional pero las masas obreras les obligan a llamar a sus puertas.
Los obreros socialistas han demostrado que sus sentimientos eran revolucionarios y que ellos querían estar con nosotros. Pero nos han enviado gente que demuestran, con su conducta, que no han asimilado ni las ideas ni los métodos del comunismo. Los obreros italianos pertenecientes al partido de Serrati también demostraron que eran revolucionarios en su mayoría, aunque no poseían aún clara visión política de las cosas. Vimos en nuestro congreso al viejo Lazzari. Desde el punto de vista personal, es una figura atrayente, un viejo luchador innegablemente honrado, un hombre sin tacha; pero no un comunista. Se halla totalmente bajo la influencia de las ideas democráticas, humanitarias y pacifistas. Nos contó en el congreso: «Ustedes exageran la importancia de un Turati. Exageran, en general la importancia de nuestros reformistas. Nos piden que los excluyamos; pero ¿cómo vamos a hacerlo, si ellos obedecen la disciplina del partido? Si nos dieran el ejemplo de un hecho que pudiera probar su abierta oposición al partido, si hubieran participado en un gobierno a pesar de nuestras resoluciones, si hubieran votado el presupuesto de guerra a pesar nuestro, entonces hubiésemos podido excluirles; pero no ha sido así. Nosotros citamos entonces a Lazzari artículos de Turati dirigidos contra el abecé del socialismo revolucionario. Lazzari nos contestó que aquellos artículos no constituían hechos, que en su partido existía libertad de opinión, etc. Sin embargo, le dijimos: «Permitid. Si para excluir a Turati es preciso que se cumpla un «hecho»™, es decir, que él acepte, por ejemplo, una cartera de manos de Giolitti, es indudable que Turati, que es un político inteligente, no lo hará jamás, ya que no se trata de un arribista de baja estofa que aspire a una cartera. Turati es un colaboracionista probado, enemigo irreductible de la revolución pero, en su especie, un político hábil. í‰l quiere, cueste lo que cueste, salvar la «civilización»™ democrática y burguesa y remontar con este fin la corriente revolucionaria de la clase obrera. Cuando Giolitti le ofrece una cartera, y eso ha debido ocurrir más de una vez, Turati le responde, poco más o menos: «Si acepto la cartera eso constituirá el «hecho»™ de que habla Lazzari. En cuanto acepte la cartera me cogerá sobre el «hecho»™ y me echará del partido y una vez que se me haya echado del partido tú no tendrás necesidad de mí, compadre Giolitti, pues si ahora me necesitas es porque pertenezco a un gran partido obrero. De modo que, tan pronto sea yo excluido del partido, tú me echarás a tu vez del ministerio. He aquí por qué no aceptaré tu cartera nunca, para no proporcionar a Lazzari el «hecho»™ y ser el verdadero jefe del partido socialista.»
Este ha debido ser, aproximadamente, el razonamiento que se hizo Turati y tiene razón: es más perspicaz que el idealista y pacifista Lazzari. «Ustedes exageran la importancia del grupo Turati (nos decía Lazzari). Es un grupito, lo que en francés se llama una cantidad despreciable». A lo que contestamos: «¿y sabe usted que en este mismo momento, mientras aquí, en la tribuna de la internacional de Moscú, usted nos pide ser admitido en nuestras filas, Giolitti pregunta a Turati por teléfono: «¿Sabes, amigo mío, que está Lazzari en Moscú y que acaso tome allí, con los bolcheviques, algunos acuerdos peligrosos en nombre de tu partido?»™ ¿Sabe usted lo que contesta Turati? Pues seguramente esto: «No hagas caso, amigo Giolitti; nuestro Lazzari no es más que una cantidad, despreciable»™. Y seguramente en esto tiene mucha más razón que Lazzari.
Tal fue nuestro diálogo con los temerosos representantes de una parte considerable de los obreros italianos. A fin de cuentas se ha decidido presentar a los socialistas italianos un ultimátum: convocar en un plazo de tres meses un congreso del partido, excluir de ese congreso a todos los reformistas (que han causado su propia desmembración al reunirse en la Conferencia de Reggio-Emilia) y unirse con los comunistas según la base de las resoluciones del Tercer Congreso. ¿Cuáles serán los resultados prácticos inmediatos de esta decisión? ¿Es tan difícil predecirlos exactamente? ¿Vendrán con nosotros todos los serratianos? Lo dudo. Además, no lo deseamos. Hay hombres entre ellos de los que no tenemos necesidad. El paso dado por nuestro congreso era justo. Su objeto es recobrar a los obreros llevando la escisión a las filas de los jefes que vacilan.
El comunismo italiano. Sus dificultades y tareas
Entre los delegados del Partido Comunista Italiano, así como entre los representantes de las juventudes, se encuentran, sin embargo, las más acerbas críticas de esta decisión. Los comunistas italianos, sobre todo los de izquierda, han reprochado muy particularmente al congreso «haber abierto la puerta» a los serratianos, a los oportunistas y a los centristas. Estas palabras: «Han abierto las puertas de la Internacional Comunista», han sido repetidas millares de veces. Les hemos explicado: «Camaradas, vosotros tenéis a vuestro lado 50.0.00 obreros: los serratianos tienen casi 100.000. No se puede estar contento con esos resultados». Han contrastado las cifras y han afirmado que un gran número de miembros había abandonado ya el partido socialista, lo que sería posible; pero su argumento principal es este: «Toda la masa del partido socialista, y no sólo sus jefes, es reformista y oportunista». Preguntamos: «¿De qué modo, pues, por qué razón y a título de qué han enviado entonces aquí, a Moscú, a Lazzari, Maffi y Riboldi?». Los jóvenes comunistas italianos no me han dado una respuesta clara: «Vedlo: es que la clase obrera, en su conjunto, gravita hacia Moscú y hacia allí se inclina el partido oportunista de Serrati». Ese argumento ha sido traído de los cabellos. Si, verdaderamente, la cosa se presentaba así; si la dase obrera en masa se inclinaba hacia Moscú, la puerta de Moscú le sería abierta: esta puerta es el Partido Comunista Italiano, que pertenece a la Internacional ¿Por qué elige la clase trabajadora italiana una vía tan indirecta hacia Moscú, apoyándose en el partido de Serrati, en lugar de entrar sencillamente en el Partido Comunista de Italia? Es evidentísimo que todas esas denegaciones de los comunistas de izquierda eran erróneas y tenían su fuerte en una comprensión insuficiente de la tarea fundamental: la necesidad de conquistar a la vanguardia obrera y, ante todo, a los obreros que quedan en las filas del Partido Socialista Italiano, no siendo los peores. El error de las «izquierdas» tiene su origen en la impaciencia revolucionaria tan acentuada, que impide ver las tareas previas, las más importantes, y que tanto perjudica a los intereses de la causa. Ciertos comunistas «de izquierda» creen que para su tarea directa, consistente en derribar la burguesía, es inútil pararse en el camino, entrar en conversaciones con los serratianos, abrir la puerta a los obreros que siguen a Serrati, etc. Y es esta, sin embargo, nuestra tarea principal, ¡y no es tan sencilla como pudiera creerse! También necesitamos conversaciones, tanto o más que luchas, exhortaciones y nuevos acuerdos, y, acaso, nuevas escisiones. Algunos camaradas impacientes quisieran volver sencillamente la espalda a esos menesteres, Y, en consecuencia, a los mismos obreros socialistas. Los que quieran pertenecer a la Tercera Internacional (se dicen) que se adhieran directamente a nuestro partido comunista. Esa es, aparentemente, la solución más fácil del problema; pero, en realidad, equivale a plantear la cuestión en los términos más esenciales: ¿cómo, por qué métodos, atraer a los obreros socialistas al partido comunista? Cerrando automáticamente la puerta de la internacional no obtendremos respuesta. Los obreros italianos saben muy bien que el partido socialista perteneció también a la Internacional Comunista. Los jefes del Partido Socialista Italiano pronunciaron discursos revolucionarios llamando a la lucha, han reclamado el poder de los soviets y llevado a los obreros a la huelga del mes de septiembre y a la ocupación de los talleres y fábricas. En seguida han capitulado sin aceptar la batalla mientras luchaban los obreros. La vanguardia del proletariado italiano en situación de digerir este hecho en su conciencia. Los obreros ven a la minoría comunista separarse del partido socialista y dirigirse a ellos con los mismos, o casi los mismos, discursos con que el partido de Serrati se les dirigía ayer. Los obreros dirán para sí: «Hay que esperar, ver lo que significa; hay que estudiar la cosa…». En otros términos, piden, acaso, con poca conciencia, pero con verdadero afán, que el nuevo partido, el comunista, se dé a conocer activamente, que prueben sus jefes que están hechos de otra pasta y que están ligados indefectiblemente a las masas en sus luchas, por duras que sean las consecuencias de esas luchas. Es preciso conquistar con los actos y con las palabras, con las palabras y los actos, la confianza de las decenas de millares de obreros socialistas que aún se encuentran en el cruce de los caminos, pero que quisieran estar en nuestras filas. Si volvemos tranquilamente la espalda, movidos por el deseo de derrocar inmediatamente a la burguesía, causaremos un gran perjuicio a la revolución, y, sin embargo, es precisamente en Italia donde las condiciones son muy favorables para una revolución victoriosa del proletariado en el porvenir más próximo.
Imaginemos por un momento, sólo a título de ejemplo, que los comunistas italianos, admitámoslo, hayan llamado en mayo de este año a la clase obrera de Italia a una nueva huelga general y a una insurrección. Si se dijeron: «El partido socialista que dejamos sucumbió en septiembre, y nosotros, los comunistas debemos ahora, cueste lo que cueste, tomar esta tarea y conducir en seguida a la clase obrera a una batalla decisiva». Juzgándolo superficialmente, pudiera creerse que ese fuera el deber de los comunistas; pero, en realidad, no es así. La estrategia revolucionaria elemental nos dice que tal llamamiento, en las actuales condiciones, sería una locura y un crimen, pues la clase obrera, que en el mes de septiembre fue cruelmente fogueada por seguir a los dirigentes del partido socialista no hubiese creído que pudiera repetirse con éxito la operación en mayo, bajo la dirección del partido comunista, que aún no conocía suficientemente. La falta fundamental del partido socialista consiste en que ha llamado a la revolución sin sacar las conclusiones necesarias, es decir, sin realmente prepararse para la revolución, si explicar a la clase obrera las cuestiones para la toma del poder sin limpiar sus filas de los que no quieren el poder, sin elegir ni educar a sus militantes, sin crear los núcleos de asalto capaces de manejar armas y blandirlas en el momento preciso… En una palabra, el partido socialista llamaba a la revolución, pero sin prepararse para ella. Si los comunistas italianos hubieran lanzado ahora un simple llamamiento a la rebelión, hubieran repetido el error de los socialistas y, además, en condiciones incomparablemente más difíciles. La tarea de nuestro partido hermano en Italia es preparar la revolución, es decir: conquistar ante todo la mayoría de la clase obrera y organizar como sea a su vanguardia. Aquel que hubiera librado la partida impaciente de los comunistas italianos hacia atrás y hubiera dicho: «Antes de llamar a la insurrección tratad de conquistar a los obreros socialistas, purificad los sindicatos, poned en puestos responsables a los comunistas en lugar de a los oportunistas; conquistad a las masas», el que así hubiese hablado, aunque pareciera dejar atrás a los comunistas, lo que en realidad hubiera hecho es indicar la ruta que lleva a la victoria de la revolución.
Los temores y sospechas de los extremistas de izquierda
Todo lo que acabamos de decir, camaradas, es elemental desde el punto de vista de la experiencia revolucionaria. Sin embargo, ciertos elementos «de izquierda» de nuestro congreso han creído ver en semejante táctica una inclinación a la «derecha», y algunos jóvenes camaradas revolucionarios, sin experiencia, pero llenos de energía y prestos a la lucha y a los sacrificios, han sentido que sus cabellos se les erizaban al oír los primeros discursos críticos y prudentes pronunciados por los camaradas rusos. Algunos de esos jóvenes revolucionarios, según dicen, habían besado la tierra de los soviets cuando atravesaron la frontera. Y aunque nosotros trabajamos todavía demasiado mal nuestra tierra para que sea digna de tales besos, comprendemos, sin embargo, el entusiasmo revolucionario de nuestros jóvenes amigos extranjeros. Parece vergonzoso tal retraso y no haber realizado aún la revolución. Con estos sentimientos entran ellos en las salas del Palacio Nicolás. ¿Qué ven allí? Los comunistas rusos suben a la altura y no solamente no exigen el llamamiento inmediato a la insurrección sino que, por el contrario, los ponen en guardia contra las aventuras e insisten para que se atraiga a los obreros socialistas, que se conquiste a la mayoría de los trabajadores y que, cuidadosamente, ¡se prepare la revolución!
Ciertos extremistas de izquierda han convenido en que el negocio no se presentaba muy claro. Elementos semihostiles, tales como los delegados de la organización llamada «Partido Obrero Comunista de Alemania» (este grupo forma parte de la internacional con voz consultiva), razonan de la siguiente manera: «El poder soviético no esperó a que estallara la revolución en Europa para establecer su política. Ha perdido así, por medio de su Comisariado del Comercio Exterior, un gran comercio mundial. Y el comercio es un negocio serio, que requiere relaciones serenas y pacíficas. Se sabe desde hace tiempo que los tumultos revolucionarios perjudican al comercio. Por esta razón, colocándonos en el punto de vista del comisariado del camarada Krasin, estamos interesados, como veis, en retardar la revolución cuanto sea posible» (Risas). Camaradas, yo siento infinitamente que vuestra unánime risa no pueda ser trasmitida por radio a varios camaradas de la extrema izquierda de Alemania e Italia. La hipótesis de nuestra oposición a los tumultos revolucionarios, oposición que tiene su fuente en nuestro Comisariado del Comercio Exterior, es tanto más curiosa cuanto que en marzo de este año, al desarrollarse en Alemania los trágicos combates de que hablaré más tarde, combates que los diarios burgueses y socialdemócratas alemanes, y tras ellos la prensa mundial, gritaron que la insurrección de marzo fue provocada por una orden de Moscú, que el poder soviético, que vivía en esta época jornadas difíciles (rebeliones de campesinos Cronstad, etc.), había lanzado, para su propia salvación, la orden de organizar las insurrecciones independientemente de la situación particular de cada país. ¡Qué difícil es imaginar una tontería tan grande! No obstante, los camaradas delegados de Roma, de París, de Berlín apenas han tenido tiempo de llegar a Moscú cuando una nueva teoría se ha forjado en el otro extremo, el de la izquierda: la teoría según la cual, no solamente «no damos órdenes» para organizar las insurrecciones inmediata e independientemente de las circunstancias exteriores, sino que, por el contrario, interesados en el magnífico desarrollo de nuestro comercio, sólo nos preocupamos de una cosa, de retrasar la revolución. ¿Cuál de las dos tonterías, contrarias la una a la otra, es la más tonta? Es difícil juzgarlo. Si somos culpables de las faltas cometidas en marzo (suponiendo que pueda hablarse de culpabilidad), también lo es en este sentido la internacional en su conjunto y, por consiguiente, también nuestro partido, porque todavía no ha educado suficientemente a las masas en cuanto concierne a la táctica revolucionaria haciendo así imposible los actos y los métodos erróneos. Pero sería ingenuo soñar que jamás se cometan errores.
Los acontecimientos de marzo en Alemania
La cuestión de los acontecimientos de marzo ha ocupado, en cierto sentido, un sitio preferente en nuestros debates del congreso, y esto no es casual: de todos los partidos comunistas, el de Alemania es uno de los más poderosos y de los preparados desde el punto de vista teórico, y en cuanto a su capacidad revolucionaria, a mi parecer, Alemania está en primer lugar. Respecto a la situación interior, siendo Alemania un país vencido, es uno de los más propicios a la revolución. Es, pues, natural que los métodos de lucha del Partido Comunista Alemán adquieran importancia internacional. Sobre el suelo alemán los más importantes acontecimientos de la lucha revolucionaria se desarrollaron ante nuestros ojos desde 1918, y es por esto por lo que podemos estudiar con el ejemplo vivo sus ventajas y sus inconvenientes.
¿Y en qué consistieron los acontecimientos de marzo? Los proletarios de la Alemania del centro, obreros de la región industrial y minera, representaban hasta hace poco, incluso durante la guerra, una de las fracciones más retrasadas de la clase obrera. Seguían, en su mayoría, no a los socialdemócratas, sino a las pandillas patrióticas, burguesas y clericales; eran fieles al emperador, etc. Las condiciones de su vida y de su trabajo eran excepcionalmente pesadas. Ocupaban, en relación con los obreros de Berlín, el mismo sitio que entre nosotros los distritos retrasados de los Urales en relación con los obreros de Petrogrado. Durante una época revolucionaria, ocurre más de una vez que una parte, la más oprimida y retrasada de la clase obrera, despierta por primera vez al estruendo de los acontecimientos y aporta a la lucha la energía más grande y está presta a combatir sin condiciones y, a menudo, sin contar con las circunstancias ni con las posibilidades de vencer; es decir con las exigencias de la estrategia revolucionaria. Así, mientras los obreros de Berlín y Sajonia, por ejemplo, después de la experiencia de los años 1919-1920, se han vuelto más circunspectos, lo que une sus ventajas e inconvenientes, los obreros centroalemanes en cambio continúan manifestándose enérgicamente, realizando huelgas y tumultos, sacando a los capataces de los talleres en carretillas, organizando reuniones durante las horas de trabajo, etc. Es evidente que tal género de acción es incompatible con las tareas sagradas de la República de Ebert. Nada tan asombroso como que esta república conservadora y policíaca, en la persona de su agente de policía, el socialdemócrata Hoersing, haya decidido una cierta «depuración», es decir, echar los elementos más revolucionarios, detener a ciertos comunistas, etc.
El Comité Central del Partido Comunista de Alemania pensó, precisamente en esta época (mediados de marzo), que era preciso hacer una política revolucionaria más activa. El partido alemán, según recordaréis, había sido creado un poco antes por la unión de las antiguas agrupaciones espartaquistas y de la mayoría de los independientes, y, por lo mismo, ha tenido que resolver prácticamente el problema de la acción de masas. La idea de que había que realizar una política más activa era perfectamente justa. Pero, ¿cómo habría que llevarla a la práctica? Al mismo tiempo que se publicaba la orden del policía socialdemócrata Hoersing, pidiendo a los obreros lo que en vano y más de una vez les había pedido el Gobierno Kerenski: no organizar reuniones en las horas del trabajo, considerar la propiedad de las fábricas como sagrada, etc.; el comité central del partido comunista lanzó un llamamiento a la huelga general para sostener a los obreros del centro de Alemania. Una huelga general no es cosa que la clase obrera emprende a la ligera, a la primera indicación del partido, sobre todo cuando ha sufrido anteriormente una serie de derrotas y tanto más en un país donde hay, junto al partido comunista otros dos partidos socialdemócratas, y donde la organización sindical está en contra nuestra. Sin embargo, si nos fijamos en el órgano central del partido comunista, la Rote Fahne, durante todo este período, día tras día, nos daremos cuenta de que el llamamiento a la huelga general no ha estado bien preparado. En Alemania se ha efectuado más de una sangría cuando la revolución, y la resistencia a la ofensiva policíaca contra el centro de esta nación no pudo abarcar a toda la clase obrera. Una seria acción de masas hubiera debido estar precedida evidentemente de una agitación enérgica y generalizada, con consignas definidas hacia el mismo fin; tal agitación hubiese podido llevar llamamientos definitivos para la acción sólo en el caso en que se hubiera podido averiguar hasta qué grado estaban preparadas y dispuestas las masas para avanzar por el camino de la revolución. Tal es el principio elemental de toda estrategia revolucionaria, y es precisamente ese el principio que no se ha tomado en cuenta durante los acontecimientos de marzo. Los batallones de policía no tenían aún tiempo de alcanzar las fábricas y minas de Alemania central si en ellas se hubiese desencadenado una huelga general. Ya dije que los obreros del centro de Alemania estaban dispuestos a una lucha inmediata, y que la indicación del comité fue seguida. Pero las cosas no pasaron lo mismo en el resto del país. La situación de Alemania, tanto interior como exterior, no favorecía el paso brusco a la acción. Las masas, sencillamente no comprendieron el llamamiento.
Sin embargo, ciertos teóricos muy influyentes del Partido Comunista de Alemania, en lugar de reconocer que el llamamiento era un error, han emitido, para explicarlo, la teoría, según la cual debíamos, durante la época revolucionaria, hacer exclusivamente una política ofensiva, esto es, de ataque revolucionario. De esa manera se presenta a las masas la acción de marzo como una ofensiva. Ensayad, apreciad la situación en su conjunto. En realidad, el primer asalto fue dado por el policía socialdemócrata Hoersing. Hay que aprovechar para reunir a todos los obreros para la defensa, resistencia; el contraataque más restringido. Si son propicias las condiciones, si encuentra eco favorable la propaganda, puede pasarse a una huelga general. Si los acontecimientos se desarrollan de más en más, si las masas se sublevan, si la unión entre los trabajadores se reafirma y crece su moral, mientras que en el campo de los adversarios la falta de decisión y el desorden aparecen, entonces puede ordenarse pasar a la ofensiva. Por el contrario, si la decisión no es favorable, si las condiciones y la moral de las masas no se prestan a obedecer, hay que tocar retirada, replegarse en lo posible ordenadamente hacia las posiciones anteriores, obteniendo así la ventaja de no haber sondeado la masa obrera, reforzado su unión anterior y, lo que es más importante, de haber aumentado la autoridad del partido, que se habrá revelado como un jefe juicioso en todas las situaciones.
Pero ¿qué hace el centro dirigente del partido alemán? Parece aprovechar la primera ocasión y, antes que ella sea comprendida por los obreros, el comité central llama a la huelga general. Aún antes de que el partido haya acertado a sublevar a los obreros de Berlín, Dresde, Múnich, para sostener a los del centro de Alemania (lo que hubiera podido lograrse en el espacio de unos días, si hubiesen sido conducidas con energía las masas después de un plan bien concebido y sin saltarse los acontecimientos), antes que el partido haya cumplido ese trabajo, se proclama como una ofensiva nuestra acción. Ello significa malbaratar el asunto y paralizar el avance del movimiento. Es evidente que, en este período de lucha la iniciativa del movimiento estaba en las manos del enemigo. Era preciso explotar el elemento moral de la defensa y llamar al proletariado del país entero en socorro de los obreros del centro de Alemania. Las formas de este socorro podían al principio ser variadas antes de que el partido pudiera lanzar directivas más amplias. La tarea de la agitación consistía en sublevar las masas, concentrar su atención sobre los acontecimientos de Alemania central, romper políticamente la resistencia de la burocracia obrera y asegurar, de este modo, el carácter general de la huelga, como base posible para el desarrollo ulterior de la lucha revolucionaria. Y, ¿qué tenemos, en cambio? Una minoría revolucionaria y activa del proletariado se ha opuesto en la acción a la mayoría, antes que esta mayoría pudiera enterarse del sentido de los acontecimientos. El partido resolvió por ella, ante la pasividad e irresolución de la clase obrera. Los elementos impacientes ensayaron, aquí y allá, no por medio de propaganda sino por procedimientos mecánicos, echar a la calle a la mayor parte de los obreros. Verdad que si la mayoría de los obreros se pronuncian, a favor de la huelga, pueden forzar a la minoría y cerrar fábricas para llevar a cabo la huelga general. Más de una vez ha ocurrido así, y así será siempre, y sólo los imbéciles pueden protestar por tales procedimientos. Pero la aplastante mayoría de la clase obrera no se da cuenta exacta del movimiento o no simpatiza con él; o no cree en su eficacia; la minoría, al revés, se decide a avanzar y ensayar, por procedimientos mecánicos, a incitar a los obreros a la huelga. Esta minoría impaciente, representada por el partido, puede decidirse a actuar frente a la hostilidad de la clase obrera y romperse así la cabeza [1].
La estrategia de la contrarrevolución alemana y los aventureros de izquierda
Estudiaremos desde este punto de vista toda la historia de la revolución alemana. En noviembre de 1918, la monarquía se ha derrumbado y el problema de la revolución proletaria está a la orden del día. En enero de 1919, se desarrollan los sangrientos combates revolucionarios de la vanguardia proletaria contra el régimen de la democracia burguesa, los cuales se reproducen en marzo de 1919. La burguesía se orienta rápidamente y elabora su plan estratégico: combate al proletariado en cuanto lo divisa. Los mejores jefes de la clase obrera: Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, son asesinados. En marzo de 1920, después de la tentativa del golpe de estado contrarrevolucionario de Kapp, quebrado por una huelga general, estalla una insurrección parcial: la lucha armada de los obreros de la cuenca del Ruhr. El movimiento concluye en un nuevo fracaso, causando innumerables víctimas. En fin, en marzo de 1921 aún tenemos una guerra civil parcial y una nueva derrota.
Cuando en enero y marzo de 1919 parte de los obreros alemanes se habían rebelado, habían perdido a sus mejores jefes, dijimos: «Son las jornadas de julio del Partido Comunista al Alemán. Recordad las jornadas de julio en Petrogrado de 1917. Petrogrado se adelantó al país, se arrojó solo a la batalla, la provincia no le sostenía lo bastante, y aún se contó en el ejército de Kerenski con regimientos retrasados para ahogar el movimiento. Pero en el mismo Petrogrado, la mayoría del proletariado ya era nuestra. Las jornadas de julio fueron un preámbulo de las de octubre. Es cierto que en julio cometimos algunos errores; pero no los hemos erigido en sistema. Hemos considerado los combates de enero y marzo de 1919 como un «julio» alemán. Aunque este «julio» en Alemania no ha sido seguido de un «octubre», sino de un marzo de 1920 o sea de una nueva derrota, sin hablar de los fracasos parciales y del asesinato sistemático de los mejores jefes locales de la clase obrera alemana. Cuando vimos el movimiento de marzo 1920 (digo yo) y en seguida el de marzo 1921, no pudimos menos que decir: No; hay demasiadas jornadas de julio en Alemania: queremos un «octubre».
Sí, hay que preparar un «octubre» alemán, una victoria de la clase obrera alemana y he aquí que los problemas de la estrategia revolucionaria se nos ofrecen en toda su amplitud. Es perfectamente claro y evidente que la burguesía alemana, o su pandilla dirigente, lleva su estrategia contrarrevolucionaria hasta lo último: provoca a ciertas fracciones en la clase obrera, las induce a la acción, las aísla en regiones especiales, vigila las armas que lleva en sus manos y se apunta a sus cabezas: la de los mejores representantes de la clase obrera. En la calle o en un calabozo de castigo, en combate abierto o bajo la ley de fugas, por decreto de una corte marcial o por mano de banda ilegal, perecen individuos, decenas, centenas, millares de comunistas, que personifican la más alta experiencia proletaria; es esta una estrategia severamente calculada, fríamente realizada y que se apoya en la experiencia de la clase dominante.
Y en estas condiciones, cuando la clase obrera alemana en su conjunto siente instintivamente que no podrá dar cuenta de semejante enemigo con las manos desarmadas, que no basta el entusiasmo, sino que se necesita del cálculo frío, de la clara visión de las cosas, de una preparación seria, y cuando todo lo espera de un partido, se le grita: nuestro deber es no aplicar más que una estrategia ofensiva, o sea atacar en todo momento, pues, como ven hemos entrado en un período revolucionario. Es como si un comandante de ejército dijera: «Puesto que hemos empezado la guerra, nuestra obligación es atacar siempre y por todas partes». Tal jefe sería infaliblemente vencido, aunque dispusiera de fuerzas realmente superiores. Peor aún, existen teóricos, tales como el comunista alemán Maslow, que llegan a decir, a propósito de los acontecimientos de marzo, las siguientes enormidades: «Nuestros adversarios [dice Maslow] nos reprochan por lo de marzo lo que consideramos como un mérito nuestro. A saber: que el partido, entrando en la lucha, no haya abordado la cuestión de si sería seguido o no por la clase obrera». Esta cita es casi literal. Desde el punto de vista de los revolucionarios subjetivos o de los socialistas revolucionarios de izquierda, es perfecto. Pero, desde el punto de vista marxista, ¡es sencillamente monstruoso!
Las tendencias aventureras y … la Cuarta Internacional
Nuestro deber revolucionario nos obliga a reemprender la ofensiva contra los alemanes, declararon los socialistas revolucionarios de izquierda en julio de 1918. ¿Seremos vencidos? ¡Qué importa! Nuestro deber es marchar adelante. ¿No quieren las masas obreras? Bien; se pude arrojar una bomba contra Mirbach para obligar a los obreros rusos a continuar la lucha en la que deben perecer infaliblemente. Tales razonamientos están muy extendidos en la agrupación llamada Partido Comunista Obrero de Alemania (KAPD). Es ese un pequeño grupo de socialistas revolucionarios proletarios de izquierda. Nuestros socialistas revolucionarios de izquierda reclutan, o han reclutado, principalmente sus partidarios entre intelectuales y campesinos; tal es su característica social, pero sus métodos políticos son los mismos: se trata de un revolucionarismo histérico, puesto a cada momento a aplicar medidas y métodos extremos sin contar con las masas ni con la situación general; es la impaciencia, en lugar del cálculo; una embriaguez debida a la fraseología revolucionaria; todo eso es lo que ha caracterizado tan plenamente al Partido Comunista Obrero de Alemania. En el congreso, uno de los oradores, que hablaba en nombre de ese partido, se expresó así: «¿Qué quieren ustedes? La clase obrera alemana está imbuida (dijo versewcht, «apestada») de una ideología de filisteos, de burgueses y burguesillos, ¿qué quieren que se haga? No podrán sacarla a la calle sino recurriendo a un sabotaje económico.» Y, cuando se le preguntó qué significaban sus palabras, explicó: «En cuanto empiezan a vivir un poco mejor los obreros, ya no quieren revolución. Pero si turbamos el mecanismo de la producción, si atacamos las fábricas, talleres, vías férreas, etc., la situación de la clase obrera empeora y, por lo tanto, se hace más apta para la revolución.» No olviden que esto lo ha dicho un representante del partido «obrero». ¡Es de un escepticismo absoluto! Se deduce que si aplicamos el mismo razonamiento al campo, los campesinos más conscientes de Alemania deben incendiar sus aldeas, lanzar el gallo rojo a través del país entero, para revolucionar así a los habitantes del campo. No se puede por menos que recordar aquí que, durante el primer período del movimiento revolucionario en Rusia, hacia 1860, cuando los revolucionarios intelectuales eran aún incapaces de toda acción, encerrados como estaban en sus pequeños cenáculos, obstinándose en la pasividad de las masas obreras, entonces ciertos grupos (como los partidarios de Netachaiev) llegaron a pensar que el fuego y los incendios constituían un verdadero elemento revolucionario de la evolución política rusa. Es evidente que semejante sabotaje, dirigido, por su misma esencia, contra la mayoría de la clase obrera, constituye un medio antirrevolucionario que crea un conflicto entre la clase obrera y un partido «obrero» cuyo número de miembros resulta difícil precisar; no suele pasar de tres o cuatro decenas de millares casi siempre, mientras que el Partido Comunista Unificado cuenta, como ustedes saben, con cerca de 400.000 afiliados.
El congreso ha puesto en su orden del día el asunto del KAPD en toda su agudeza, pidiendo a esa organización que convoque, en el plazo de tres meses, un congreso y que se una al Partido Comunista Unificado, o bien que se coloque definitivamente fuera de la Internacional Comunista. Puede creerse que el KAPD, tal como está representado por sus jefes actuales aventureros y anarquistas, no se someterá a la decisión de la IC y, encontrándose fuera de ella, ensayará, probablemente con otros elementos «extremistas de izquierda», formar una Cuarta Internacional. Nuestra camarada Kolontai ha soplado un poco en la misma trompeta en el curso de nuestro congreso. Para nadie es un secreto que nuestro partido constituye, en el presente, la palanca de la IC. Sin embargo, la camarada Kolontai ha presentado el estado de cosas en nuestro partido de tal manera que podría parecer que las masas obreras, con la camarada Kolontai a la cabeza, se verán obligadas, un mes antes o después, a hacer la «tercera revolución», a fin de establecer un «verdadero» régimen de los soviets. Pero, ¿por qué una tercera revolución, y no una cuarta, cuando la tercera revolución hecha en nombre del «verdadero» régimen soviético ha tenido ya lugar en febrero, en Cronstad? Todavía hay extremistas de izquierda en Holanda, quizá también en otros países. Ignoro si se han tomado en consideración. Siempre que no sea muy nutrido su número, pues éste sería un peligro que amenazaría a la IV Internacional, si por casualidad se fundara. Verdaderamente, éste sería el peligro de perder hasta un grupito de buenos militantes obreros que se encuentra, sin duda, en su seno. Pero si debe realizarse tal escisión de los sectarios, tendremos muy pronto, no sólo la Internacional Segunda y media, a nuestra derecha, sino la número cuatro a nuestra izquierda, en la cual el subjetivismo, la histeria, el espíritu de aventura y la fraseología revolucionaria, estarán muy bien representadas. También dispondremos de un espantajo de «izquierda», del cual nos serviremos para enseñar estrategia a la clase obrera. Cada cosa, como veis, tiene dos caras: una positiva y otra negativa.
Los errores de las izquierdas y la experiencia rusa
Sin embargo, dentro mismo del Partido Comunista Unificado, existían tendencias antimarxistas que salen a luz de manera asombrosa en marzo y después de marzo. Ya he citado el sorprendente artículo de Maslow. Pero Maslow no estaba solo. Se publica en Viena una revista Kommunismus (órgano de la Internacional Comunista, en lengua alemana). En la colección de junio de esta revista, encontramos un artículo que estudia la situación en la internacional, y en el que, en síntesis, leemos esto: «El rasgo principal del actual período revolucionario es que debemos, en los combates parciales, hasta puramente económicos, tales como las huelgas, luchar con las armas en la mano» ¡He aquí, camaradas, una estrategia a la inversa! Mientras que la burguesía nos provoca para combates parciales y sangrientos, algunos de nuestros estrategas quieren hacer una regla de este género de batalla. ¿No resulta monstruoso? En Europa, la situación objetiva es profundamente revolucionaria. Lo nota la clase obrera. Y durante todo este período de postguerra, se lanza, ante todo, a luchar contra la burguesía. En ninguna parte, salvo en Rusia, obtiene la victoria. Entonces comienza a comprender que tenía ante sí una tarea difícil, y se dedica a forjar un arma para la victoria: el partido comunista; éste, sobre este camino, anduvo en Europa, en el curso del año último, pasos de siete leguas. Ahora tenemos verdaderos partidos comunistas de masas en Alemania, en Francia, en Checoslovaquia, en Yugoslavia, en Bulgaria. ¡Una verdadera erupción! ¿Y en qué consiste nuestra tarea más próxima? Consiste en que los partidos conquisten en el más breve plazo a la mayoría de los obreros industriales y a gran parte de los obreros agrícolas y hasta a los campesinos pobres, como nosotros los conquistamos antes de octubre; además, sin esa conquista no hubiéramos obtenido nuestra victoria de octubre. Sin embargo, ciertos falsos estrategas dicen que, siendo la época de ahora revolucionaria, nuestro deber es encarar la lucha en cada momento, incluso la lucha parcial, usando de métodos de revolución armada. ¡Pero la burguesía no desea más que esto! En el momento en que el partido comunista se desarrolla con rapidez extraordinaria y extiende cada vez más sus alas por encima de toda la clase obrera, la burguesía provoca a la parte más impaciente y combativa de los obreros a una lucha prematura, sin el apoyo de la gran masa obrera, a fin de batir al proletariado, dividiéndolo, y de minar así su fe en su capacidad de victoria sobre la burguesía. En estas condiciones, la teoría de la ofensiva continua y de las luchas parciales, dirigidas con el método de la insurrección armada, es agua para el molino de la contrarrevolución. Por esto, en el III Congreso, el Partido Ruso, sostenido por los elementos más conscientes, dijo con voz firme a los camaradas del ala izquierda: «Son ustedes excelentes revolucionarios, van a combatir y morir por el comunismo; pero esto no nos basta. No basta luchar. Hay que vencer». Y para ello hay que aprender el arte de la estrategia revolucionaria.
Pienso, camaradas, que la marcha verdadera de la revolución proletaria en Rusia y, hasta cierto punto, en Hungría, es una de las causas más serias del desdén hacia las dificultades de la lucha revolucionaria y la victoria en Europa. Hemos tenido entre nosotros, en Rusia, una burguesía históricamente retrasada, políticamente débil, sujeta al capital europeo y con débiles raíces políticas en el pueblo ruso. Por otra parte, hemos tenido un partido revolucionario, con un largo pasado de trabajo clandestino, educado y templado en los combates, que ha sabido aprovecharse conscientemente de toda la experiencia de la lucha revolucionaria europea y universal. El estado de los campesinos rusos, en relación con la burguesía y el proletariado, el carácter y el estado de espíritu del ejército ruso después de la derrota militar del zarismo, todo ha contribuido a hacer inevitable la Revolución de Octubre, facilitando enormemente la victoria revolucionaria (aunque ésta no nos haya librado de las dificultades ulteriores, sino que, por el contrario, las haya preparado en proporciones gigantescas). Vista la relativa facilidad de la Revolución de Octubre, la victoria del proletariado ruso no aparece, ante los dirigentes de los obreros europeos, en su auténtico valor como problema político y estratégico y no ha sido bien comprendida.
El siguiente ensayo para apoderarse del poder fue hecho por el proletariado en menor escala, más cerca de la Europa occidental, en Hungría; allí, las condiciones eran de tal naturaleza, que el poder cayó en manos comunistas casi sin lucha revolucionaria. Por lo cual los problemas de la estrategia revolucionaria en el momento de la lucha por el poder han sido reducidos, naturalmente, al mínimo.
Después de la experiencia de Rusia y Hungría, no sólo las masas obreras, sino también los partidos comunistas de otros países, comprendieron, ante todo, que la victoria del proletariado era inevitable, y han pasado en seguida al estudio directo de las dificultades que se desprenden de la victoria de la clase obrera. En lo que concierne a la estrategia de la lucha revolucionaria para el poder, parece muy sencilla y, por decirlo así, evidente. No es por pura casualidad que ciertos eminentes camaradas húngaros, apreciados por la internacional, demuestran tendencias a una simplificación excesiva de los problemas de la táctica proletaria en época revolucionaria, reemplazando esta táctica por un llamamiento a la ofensiva.
El Tercer Congreso dijo a los comunistas de todos los países: la marcha de la revolución rusa es un ejemplo histórico muy importante, pero no una regla política, y aún más: sólo un tarado puede negar la necesidad de una ofensiva revolucionaria; pero sólo un simple de espíritu puede reducir a la ofensiva toda la estrategia revolucionaria.
Motivos de la fuerza y debilidad del Partido Comunista Francés
Nuestros debates sobre la política del Partido Comunista Francés han sido menos tormentosos que los que sostuvimos con respecto a la política alemana, al menos en el congreso mismo; pero en las sesiones del comité ejecutivo tuvo lugar en cierta ocasión una discusión muy violenta, durante el estudio de los problemas del movimiento obrero francés. El Partido Comunista Francés fue creado sin sacudidas internas y externas, como las que han acompañado a la fundación del partido alemán. Por esta razón, sin duda, las tendencias centristas y los viejos métodos del socialismo parlamentario están tan arraigados en el partido francés. El proletariado francés no ha llevado ninguna lucha revolucionaria reciente, que hubiera podido reanimar sus viejas tradiciones rebeldes. La burguesía francesa ha salido victoriosa de la guerra, lo cual le ha permitido hasta hace poco, a expensas de Alemania (a quien saqueaba), hacer de vez en cuando algunas concesiones a las fracciones privilegiadas de la clase obrera. En consecuencia, apenas se produjo lucha revolucionaria de clases en Francia. Antes de arrojarse a una batalla decisiva, el Partido Comunista Francés tiene la posibilidad de estudiar y utilizar la experiencia revolucionaria de Rusia y Alemania. Basta recordar que la guerra civil llegó al paroxismo en Alemania cuando los comunistas estaban representados por un puñado de espartaquistas; mientras que en Francia cuando aún no había ocurrido (antes de la guerra) ninguna batalla francamente revolucionaria, el partido comunista ya había reunido en sus filas a ciento veinte mil obreros. Si incluimos en la cuenta de Francia a los sindicalistas revolucionarios que no «reconocían» al partido, sosteniendo sin embargo la lucha por la dictadura del proletariado; si recordamos que la organización del partido jamás fue en Francia tan fuerte como en Alemania, veremos claro que esos ciento veinte mil comunistas organizados valen para Francia acaso más que cuatrocientos mil para Alemania. Esto nos parece tanto más verdadero, puesto que vemos en Alemania, a la derecha de los cuatrocientos mil citados, los partidos independientes y socialdemócratas que cuentan juntos muchos más miembros y partidarios que los comunistas, mientras que en Francia no existe a la derecha de los comunistas más que un reducido grupo de disidentes, partidarios de Longuet y de Renaudel. En el movimiento sindical francés, el detalle numérico de las fuerzas es, en general, más favorable al ala izquierda, sin duda. Por el contrario, el informe de las potencia de las clases en Alemania es, ciertamente, desfavorable a una rebelión victoriosa. En otros términos: la burguesía se apoya todavía en Francia sobre su propia organización: sobre el ejército, policía, etcétera … En Alemania se basa principalmente en la socialdemocracia y la burocracia sindical. El Partido Comunista Francés dispone de la posibilidad de tomar en sus manos totalmente la dirección del movimiento obrero antes que lleguen los acontecimientos decisivos.
Pero es necesario para este fin que el comunismo francés se desembarace definitivamente de los hábitos políticos y de fluctuaciones, mucho más extendidas en Francia que en ningún otro sitio. El partido francés tiene necesidad de una actitud más enérgica frente a los acontecimientos, de una propaganda más enérgica e intransigente en tono y carácter; de una actitud más severa hacia todas las manifestaciones de la ideología democrática y parlamentaria, del individualismo intelectual, del arribismo de los abogados. Criticando la política del partido francés en el seno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, se dijo que el partido había cometido tales y cuales errores, que los diputados comunistas, a veces, «hablaban» demasiado en el parlamento con sus adversarios burgueses, en lugar de dirigirse a las masas por encima de sus cabezas; que la prensa del partido debía utilizar un lenguaje más claro, más rudo, desde el punto de vista revolucionario, a fin que los obreros franceses más oprimidos y abatidos, oyesen un eco de sus sufrimientos, de sus reivindicaciones y de sus esperanzas. Durante estos debates, un joven camarada francés subió a la tribuna y, en un apasionado discurso, aprobado por parte de la asamblea, criticó la política del partido desde otro punto de vista. «Cuando el gobierno francés [dijo este representante de las juventudes] tuvo la intención de arrebatar a los alemanes la cuenca del Ruhr, a principios de este año, y movilizó la clase decimonovena, el partido no aconsejó a los movilizados la resistencia, y aprobó su debilidad». «¿Qué clase de resistencia?, preguntamos nosotros. El partido no indicó a la clase decimonovena que dejara de someterse a la orden de movilización. ¿Qué entiende usted por insumisión?, seguimos preguntando. «No someterse, ¿quiere decir no presentarse voluntariamente en el cuartel y esperar a que venga a buscarnos un gendarme o un policía, u ofrecer resistencia activa, armas en ristre, contra el policía y el gendarme?» Este joven camarada que causó en nosotros tan grata impresión, gritó enseguida: «Ciertamente. Es preciso ir hasta el fin resistir con las armas en la mano…» Entonces comprendimos hasta qué punto son confusas y oscuras las ideas sobre la lucha revolucionaria de algunos camaradas. Nos pusimos a discutir con nuestro joven contradictor: ustedes tienen ahora en Francia, bajo la bandera tricolor del ejército imperialista, varias clases. Vuestro gobierno, encuentra necesario llamar todavía una vez más la de los jóvenes de diecinueve años. Esta leva cuenta en el país con doscientos mil hombres casi, de los cuales admitamos que son tres mil o cinco mil comunistas. Los cuales están dispersos, ya en el campo, ya en los pueblos. Admitamos, por un momento, que el partido les aconseja resistir, armados. Ignoro cuántos agentes de la burguesía caerían muertos con este motivo; por el contrario, no es difícil que todos los comunistas de la clase revolucionaria fueran extraídos de la masa de los reclutas y aniquilados. ¿Por qué no llama usted a las otras clases que se encuentran ya bajo las banderas, para organizar la rebelión, y que, estando reunidas en las filas del ejército, poseen ya los fusiles? Porque usted comprende, sin duda, que el ejército no disparará sobre los contrarrevolucionarios y que la clase obrera, en su mayoría, no estará dispuesta a luchar por el poder hasta mucho después que haya estallado la revolución proletaria. ¿Cómo puede usted pedir que se haga la revolución no por la clase obrera en su conjunto sino, solamente, por la clase decimonovena? Si el partido comunista hubiese ordenado semejante cosa, ello equivaldría a hacerles un gran regalo a Millerand, a Briand, a Barthou a todos esos candidatos al papel estranguladores de la insurrección proletaria. Pues resulta evidente que, si la parte más ardiente de la juventud es aniquilada, la más retrasada de la clase obrera se asustaría, el partido quedaría aislado y su influencia quebrada, no por meses, sino por años. Con estos procedimientos, aplicando con excesiva impaciencia las formas más agudas de la revolución, bajo condiciones todavía no maduras para un encuentro decisivo, sólo pueden esperarse resultados negativos y más que un parto, un aborto revolucionario.
La tentativa de huelga general en mayo de 1920 presenta el clásico ejemplo de una imitación de la acción de conjunto, imitación que no estuvo bien pensada. Como se sabe, la idea de esa huelga estaba «sostenida» de manera traidora por los sindicalistas reformistas. Su objetivo era no dejar escapar de sus manos el movimiento para retorcerle el cuello a la primera ocasión. Han acertado plenamente. Pero, tratándose de acuerdos, esos hombres no han sido fieles a su propia naturaleza. Tampoco se podía esperar otra cosa. Sin embargo, al otro lado, los sindicalistas revolucionarios y los comunistas no prepararon en vano el movimiento. La iniciativa partió del sindicato de los ferroviarios, donde se agrupaban por primera vez elementos de izquierda. Monmousseau a su cabeza. Antes de haber tenido la oportunidad de reforzarse un poco y asegurarse las posiciones necesarias, antes de orientarse, como era preciso, en su situación, se ven obligados a invitar a las masas a una acción definitiva, con palabras imprecisas y confusas, «sostenidas» traidoramente por las derechas. Bajo todos los aspectos, éste fue un ataque no preparado. Los resultados son conocidos: una minoría poco importante, sola, entró en movimiento, los colaboracionistas impidieron el desarrollo de la huelga, la contrarrevolución explotó la flaqueza evidente de las izquierdas y afirmó extraordinariamente su propia situación.
En la acción, semejante improvisación es inadmisible. Hay que apreciar con mucha más seriedad la situación, hay que preparar el movimiento con obstinación, con energía, con espíritu de continuidad bajo todos los aspectos, a fin de llevarlo, firme y decididamente, hasta el fin. Para este fin es preciso disponer de un partido comunista, fiel guardián de la experiencia proletaria en todos los terrenos de la lucha. Verdad es que la sola presencia del partido no nos pone todavía al abrigo de los errores, pero la ausencia de esta vanguardia dirigente, hace inevitables los errores, transformando toda lucha en una serie de improvisaciones, de aventuras y de experiencias de tipo empírico.
El comunismo y el sindicalismo en Francia
Las relaciones del partido comunista con la clase obrera en Francia son, como dije, más favorables que en Alemania. Pero la influencia política del partido sobre la clase obrera, aumentada gracias a un golpe hacia la izquierda, no alcanza aún en Francia forma precisa, sobre todo en lo que se refiere a organización. Esto se nota perfectamente en lo que atañe a la cuestión sindical.
Los sindicatos representan en Francia, en medida más limitada que en Alemania y países anglosajones, una organización que abarca millones de obreros. En Francia, el número de los obreros sindicados también ha aumentado enormemente en el transcurso de los últimos años.
Las relaciones entre el partido y la clase obrera encuentran su expresión en la actitud del partido hacia los sindicatos. Esta simple manera de enfocar el asunto, ya nos demuestra hasta qué extremo es injusta, antirrevolucionaria y peligrosa, la teoría de la susodicha neutralidad, de la plena «independencia» de los sindicatos respecto al partido, etc. Si los sindicatos, por su tendencia, son una organización de la clase obrera en su conjunto, ¿cómo va a mantener una verdadera neutralidad en relación con el partido o mantenerse «independiente»? Pero es que esto equivaldría a la neutralidad, es decir, a su completa indiferencia hacia la revolución. Y, por lo tanto, en lo que concierne al problema fundamental, el movimiento obrero francés adolece de falta de claridad, y la misma claridad falta dentro del mismo partido.
La teoría de la división del trabajo, absoluta, entre el partido y los sindicatos, y de su independencia mutua, es, bajo su forma definitiva, el producto de la evolución política francesa por excelencia. El oportunismo más puro yace en el fondo de esta teoría. En el largo tiempo en que una aristocracia obrera organizada en los sindicatos concreta contratos colectivos, y en que el partido socialista defiende las reformas en el parlamento, son más imposibles aún una división del trabajo y una neutralidad mutua. Pero tan pronto como la verdadera masa proletaria entra en la lucha y el movimiento comienza a tomar carácter auténticamente revolucionario, el principio de neutralidad degenera en una escolástica reaccionaria. La clase obrera no puede vencer más que si tiene a su cabeza una organización que represente su historia, experiencia viva, generalizada desde el punto de vista de la teoría, y que dirige prácticamente toda la lucha. Gracias a la significación misma de su tarea histórica, el partido no puede encerrar en sus filas más que a la minoría más consciente y activa de la clase obrera; por el contrario, los sindicatos buscan organizar la clase obrera en su totalidad. Aquel que admita que el proletariado necesita una dirección política de su vanguardia organizada en partido comunista, admite, por la misma razón, que el partido debe convertirse en fuerza directiva en el interior de los sindicatos; esto es, en el seno de las organizaciones de masas de la clase obrera. Y, sin embargo, existen en el partido francés algunos camaradas que ignoran esta verdad tan elemental y que, como Verdier, por ejemplo, luchan intransigentemente para prevenir a los sindicatos contra cualquier influencia del partido. Es evidente que tales camaradas han entrado en el partido por equivocación: un comunista que niega los problemas y deberes del partido comunista en relación con los sindicatos, no es comunista.
No es decir que esto signifique la subordinación de los sindicatos al partido, ya exteriormente, ya desde el punto de visita de la organización. Desde este punto de vista, los sindicatos son independientes. El partido goza, en el seno de los sindicatos, de la influencia que ha conquistado con su trabajo, con su actitud espiritual, con su autoridad. Por eso mismo afirmamos que debe aumentar en lo posible su influencia desde el exterior de los sindicatos, estudiar todas las cuestiones inherentes al movimiento sindical y dar respuestas claras haciendo prevalecer su punto de vista por medio de los comunistas que trabajan en los sindicatos, sin menoscabo de su autonomía respecto a la organización.
No ignoráis que la tendencia conocida bajo el nombre de sindicalismo revolucionario ejercía una considerable influencia en los sindicatos. El sindicalismo revolucionario, no reconociendo al partido, en el fondo no era más que un partido antiparlamentario de la clase obrera. La fracción sindicalista llevaba adelante siempre una lucha enérgica para mantener su influencia sobre los sindicatos, y jamás reconoció la neutralidad o independencia de los últimos en lo que, atañe a la teoría y práctica de la fracción sindicalista. Si hacemos abstracción de los errores teóricos y de las tendencias extremistas del sindicalismo francés, es indudable que esta esencia no ha encontrado su pleno desarrollo en el comunismo.
El núcleo del sindicalismo revolucionario en Francia fue constituido por hombres agrupados en torno de Vie Ouvrière. Mantiene íntima relación con aquel grupo durante la guerra. Monatte y Rosmer constituían el centro; a su derecha se hallaban Merrheim y Dumoulin. Los dos últimos pronto renegaron. Rosmer pasó, a consecuencia de una evolución natural, del sindicalismo revolucionario al comunismo. Monatte mantiene, hasta hoy una posición indefinida, y después del Tercer Congreso de la Internacional Comunista y el de los sindicatos rojos, ha dado un paso que me inspira vivas inquietudes. Con Monmousseau, secretario del sindicato de los ferroviarios, Monatte ha publicado una protesta contra la resolución de la Internacional Comunista, sobre el movimiento sindical, y ha rehusado adherirse a la Internacional Sindical Roja. Hay que decir que el texto de la protesta de Monatte y Monmousseau ofrece el mejor argumento contra su postura indefinida: Monatte declara en él que deja la Internacional Sindical de ímsterdam a causa de su estrecha unión con la Segunda Internacional. Es muy justo. Pero el hecho de que la aplastante mayoría de los sindicatos se haya unido a la II o la III Internacional, nos demuestra perfectamente que no existe, que no puede existir sindicato neutro y apolítico, en general, y, sobre todo, en época revolucionaria. El que abandona ímsterdam y no se adhiere a Moscú, se arriesga a crear una Internacional Sindical Segunda y Media.
Espero firmemente que esta incomprensión desaparecerá, y que Monatte ocupará el puesto al que le lleva todo su pasado: en el Partido Comunista Francés y en la Internacional de Moscú.
Es muy comprensible y justa la actitud prudente y suavizadora que mantiene el Partido Comunista Francés respecto a los sindicalistas revolucionarios, buscando aproximarse a ellos. La que no comprendemos es la indulgencia con que tolera el partido una oposición a la política de la Internacional Comunista, por parte de sus propios miembros, como Verdier. Monatte representa la tradición del sindicalismo revolucionario; Verdier, la confusión.
Sin embargo, más arriba que estas cuestiones de grupos y personalismos, se sitúa el problema de la influencia dirigente del partido sobre los sindicatos. Sin prestar la menor atención a su autonomía, determinada enteramente por la necesidad de un trabajo práctico constante, el partido debe acabar con las discusiones y vacilaciones, y demostrar a la clase obrera francesa que ella posee, al fin, un partido revolucionario que sabe dirigir la lucha de clases en todos los terrenos. Baja este propósito, las resoluciones del Tercer Congreso, cualesquiera que sean los tumultos, y conflictos temporales que puedan provocar en meses próximos, tendrán inmensa influencia, fecunda hasta el mayor grado sobre toda la marcha ulterior del movimiento obrero francés. Solamente sobre la base de estas resoluciones se establecerán las relaciones entre el partido y la clase obrera, sin las cuales ninguna revolución del proletariado alcanzaría la victoria.
Sin tendencias de derecha, una sólida preparación para la conquista del poder
No hablaré de los partidos comunistas de otros países: el objeto de mi informe no era caracterizar a todas las organizaciones pertenecientes a la Internacional Comunista. Solamente he querido, camaradas, exponer las líneas fundamentales de su política, tales como han sido desarrolladas y definidas por nuestro último congreso. Por esto, he estudiado a los partidos que más contribuyeron a establecer la línea táctica de la Internacional Comunista para el porvenir inmediato.
Es innecesario decir que el congreso no se ha propuesto «interrumpir», como creyeron infundadamente algunos camaradas de izquierda, la lucha contra los centristas y mediocentristas. Toda la lucha de la Internacional Comunista contra el régimen capitalista se opone a los obstáculos reformistas y colaboracionistas. Es preciso que nos sintamos seguros, ante todo. Además, es imposible combatir a las internacionales segundas y segundas y medias sin haber limpiado nuestras propias filas comunistas de las tendencias y del espíritu centrista. Esto es indudable [2].
Pero este combate contra la derecha, que forma parte de nuestra lucha fundamental con la sociedad burguesa, podemos sostenerlo con éxito sólo a condición de vencer en el plazo más breve posible; los errores de izquierda provienen de la falta de experiencia y de la impaciencia, que a veces adoptan el carácter de serias y peligrosas aventuras. El Tercer Congreso cumplió en tal sentido un verdadero trabajo educativo, que le ha transformado (como dije) en escuela superior, en academia de estrategia revolucionaria.
Martov, Otto Bauer y otros estrategas de salón de la burguesía, a propósito de nuestras resoluciones, hablan de la descomposición del comunismo, del fracaso de la Tercera Internacional, etc. Esos discursos sólo merecen el desprecio. Jamás fue el comunismo un programa dogmático establecido según las fechas del calendario. El comunismo constituye un ejército proletario activo, creciente, que maniobra y que, mientras trabaja, observa las condiciones variables de la batalla, comprueba sus armas, las afila de nuevo cuando se oxidan y somete toda su acción a la necesidad de preparar la derrota del régimen burgués.
Lo que hemos estudiado tan atenta, intensa y concretamente sobre los problemas de táctica en el Tercer Congreso, constituye por sí mismo un gran paso hacia adelante: prueba que la Tercera Internacional ha salido del período de formación en cuanto a ideas y organización, y se ha situado como organismo vivo y dirigente de las masas frente a los problemas de la acción revolucionaria directa.
Si alguno de nuestros camaradas más jóvenes e inexpertos de los aquí presentes ha sacado de mi informe una conclusión pesimista en el sentido que la situación de la Internacional Comunista no es favorable y que es difícil vencer a la burguesía por culpa de los conceptos y métodos erróneos que todavía laten entre los partidos comunistas, sacará una conclusión falsa. Durante un período de bruscos cambios en la política mundial, durante un período de sacudidas universales profundas, en una palabra, durante el período revolucionario en que vivimos, la educación de los partidos revolucionarios se hace con extraordinaria rapidez, sobre todo, a condición que ellos intercambien mutuamente sus experiencias, se controlen mutuamente y se sometan a una dirección central común de la cual es expresión nuestra internacional. No olvidemos que los partidos comunistas más poderosos de Europa cuentan con unos meses de existencia. En nuestra época, un mes vale un año, y, a veces, hasta dos lustros.
Aunque yo haya pertenecido, en este congreso, al ala llamada «derecha» y haya participado en la crítica a la izquierda llamada revolucionaria, que como he demostrado es muy peligrosa para el desarrollo real de la revolución proletaria, salgo de este congreso mucho más optimista de lo que entré. Las impresiones que he sacado del cambio de noticias con los delegados de los partidos hermanos de Europa y del mundo entero pueden resumirse: en el curso del año pasado, la Internacional Comunista ha dado un gran paso hacia adelante, tanto en las ideas como en la organización.
El congreso no ha dado ni puede dar la pauta de una ofensiva general. Ha definido la tarea de los partidos comunistas, como tarea de preparación de la ofensiva y, ante todo, como una tarea de conquista espiritual de la mayoría de los trabajadores de la ciudad y del campo. Lo cual no quiere decir que se haya «diferido» la revolución en una serie de largos años; de ningún modo, nosotros precipitamos la revolución y nos aseguramos su victoria mediante una preparación cuidada, profunda y completa.
Verdad es que no se puede reducir al mismo denominador la política revolucionaria de la clase obrera y la acción militar del Ejército Rojo; ya lo sabemos y es particularmente «arriesgado» para mí hacer una comparación en este sentido, visto el peligro casi tradicional para mí de ser sospechoso como «militarista». Los Cunow alemanes y los Martov rusos tienen decidido desde hace tiempo que yo tiendo a remplazar la política y la economía de la clase obrera por un «orden» transmitido al poder de una «organización» militar; no obstante, después de haber tomado mis precauciones, gracias a este pequeño prefacio, arriesgo una comparación militar que no me parece inútil para aclarar también la política revolucionaria del proletariado y la acción del Ejército Rojo.
Cuando, en uno de nuestros innumerables frentes, nos vimos forzados a preparar operaciones decisivas, enviamos allí regimientos frescos comunistas movilizados por el partido, municiones, etc. Sin suficientes medios materiales no podía entablarse una lucha resuelta con Rolchak, Denikin, Wrangel u otros.
Pero he aquí que las condiciones materiales para una acción decisiva se realizan más o menos. Llegados al frente, sabemos que el alto mando tiene decidido emprender un ataque general, admitamos que el 5 de mayo, en tres días. En la reunión del soviet militar revolucionario del frente, en su estado mayor, en su departamento político, nos ponemos a estudiar las condiciones de los combates decisivos que se preparan. Vemos que tenemos cierta superioridad en cuanto al número de bayonetas, sables, cañones, y que, por el contrario, el adversario dispone de una aviación superior a la nuestra, aunque, en general, las ventajas materiales están de nuestra parte. Los soldados están más o menos bien calzados y vestidos, nuestras líneas de comunicación están seguras. Así, el asunto se presenta favorable. «Y, ¿cómo hacer la propaganda antes del ataque? ¿En cuánto tiempo la han hecho? ¿En qué forma y con qué exigencias? ¿Cuántos comunistas han enviado a los destacamentos para dirigir la propaganda? Enseñadnos vuestras proclamas, tratados, los artículos de vuestros diarios del frente, vuestros carteles y vuestras caricaturas. Cada soldado de vuestro ejército, de vuestro frente, ¿sabe quién es Wrangel con, con quién está unido, quién se encuentra tras de él, de dónde toma él su artillería y sus aviones?» Recibimos respuestas insuficientes. Verdad que se hacía propaganda; se dieron a los soldados explicaciones referentes a Wrangel. Pero algunos de los regimientos no llegaron hasta la antevíspera o víspera desde el centro o de los demás frentes, y no se poseía aún ningún dato sobre su moral y su espíritu político. «¿Cómo habéis distribuido esos millares de comunistas, movilizadas por el partido entre las divisiones y las regimientos? ¿Han contado ustedes con su carácter y con la composición de cada destacamento particular, enviando allí elementos comunistas? ¿Han hecho el trabajo preliminar necesario con los mismos comunistas? ¿Habéis explicado a cada grupo de qué destacamento formará parte, cuáles son las particularidades de esos destacamentos y cuáles son las condiciones especiales del trabajo político? En fin, ¿estáis seguros de la presencia, en cada compañía, de un núcleo comunista dispuesto a combatir hasta el final, y apto para conducir a los otros?»
Comprobamos que ese trabajo había sido cumplido sólo superficialmente, sin prestar atención a las condiciones concretas y a las particularidades de la propaganda política en el ejército en general y en cada regimiento en particular. La propaganda ha carecido del carácter concentrado e intenso que correspondía a la inmediata preparación combativa. Aquello se notaba en las proclamas y en los artículos periodísticos. En total, ¿se había comprobado el personal de los comisariados y del alto mando? Pasados los combates, varios comisarios han resultado muertos y remplazados por los hombres que más a mano se tenían. ¿Están completos los comisarios? ¿Dónde están los jefes? ¿Gozan de suficiente confianza? ¿Hay cerca de los jefes poco conocidos comisarios enérgicos que dispongan de suficiente autoridad? ¿No hay entre los jefes antiguos oficiales zaristas, hombres cuyas familias se encuentren en el territorio ocupado por Wrangel, o en el extranjero? Es muy natural que tajes jefes hagan esfuerzos para ser tomados prisioneros, lo cual sería funesto para el resultado de algunas operaciones. ¿Los han renovado, reforzado? ¿No? ¡Atrás! El ataque fracasará. Desde el punto de vista material, el momento es propicio, nuestras fuerzas son superiores, nuestro adversario no ha terminado su concentración. Todo es indudable. Pero ocurre que la preparación moral no tiene menos importancia que la material. Y, sin embargo, esta preparación moral se ha hecho negligente y superficialmente. En tales condiciones, más vale abandonar al enemigo una parte del territorio, retroceder veinte o treinta kilómetros, ganar tiempo, dejar el ataque para dos o tres semanas después y elevar hasta el fin la campaña de preparación política y organizadora. Entonces el éxito será seguro.
Aquellos de ustedes, camaradas, que han trabajado en el ejército, y son numerosos, deben saber que este ejemplo no es imaginación mía. Hemos efectuado más de una vez retiradas estratégicas, únicamente porque el ejército no estaba bien preparado para el combate definitivo, desde el punto de vista moral y político. No obstante, el ejército es una organización de violencia, está obligado a combatir. Una represión militar muy dura amenaza a los recalcitrantes. Ningún ejército puede existir de otra manera. Pero en un ejército revolucionario la principal fuerza motriz es su conciencia política, su entusiasmo revolucionario, la comprensión de parte de la mayoría del ejército del problema militar que espera y de la voluntad de resolverlo.
¡Cuánto importa esto a las luchas decisivas de la clase obrera! No hay derecho a forzar a nadie a hacer una revolución. No existen instrumentos de represión. El éxito no se basa más que sobre la voluntad de la mayor parte de los trabajadores, en intervenir directa o indirectamente en la lucha para ayudarle a vencer [3]. El Tercer Congreso parecía indicar que la Internacional Comunista, representada por sus jefes, iba a partir hacia el frente del movimiento obrero mundial y entablar combates decididos para la conquista del poder. El congreso ha pedido: «¡Camaradas comunistas, alemanes, italianos, franceses y demás! ¿Han conquistado la mayoría de la clase obrera? ¿Han logrado que cada obrero comprenda las razones de la lucha? ¿Les han explicado con palabras sencillas, claras y terminantes, cuanto era preciso explicar a las masas obreras, incluso a las más retrasadas? ¿Qué han emprendido para adquirir el convencimiento de que os han comprendido? ¿Quieren enseñarnos sus periódicos, grabados, proclamas?
«No camaradas esto no basta aún. Todavía no se oye, el lenguaje que atestigí¼e vuestra unión con los millones de trabajadores. ¿Qué han emprendido para distribuir ordenadamente las fuerzas comunistas en los sindicatos? ¿Disponen de núcleos seguros en todas las organizaciones importantes de la clase obrera? ¿Qué han hecho para comprobar el estado del Alto Mando en los sindicatos; para librar a las organizaciones obreras de dudosos y, de lo que es aún más importante, de los traidores? ¿Han organizado un servicio de información en el interior mismo del campo enemigo? No, camaradas; su preparación es insuficiente y, bajo ciertos aspectos, no han abordado como debían los problemas de la preparación.»
¿Significa eso que hayamos de retrasar mucho tiempo la lucha definitiva? ¡De ningún modo! La preparación para una ofensiva militar puede hacerse en el espacio de quince o veinte días, hasta en menos. Divisiones dislocadas, espíritus vacilantes, jefes y comisarios dudosos, pueden ser transformados, en el espacio de diez o quince días, gracias a un trabajo de intensa preparación, en un poderoso ejército unido por la unión de la conciencia y de la voluntad. Es incomparablemente más difícil unir a millones de proletarios para una batalla definitiva. Pero toda nuestra época facilita enormemente este trabajo, a condición que no vacilemos ni a derecha ni a izquierda. Parece tonto querer adivinar si necesitamos para el trabajo preparatorio unos meses solamente, un año o dos años. Eso depende de numerosas circunstancias. Es indudable que, en la situación actual, una de las condiciones más importantes para acercar la hora de la revolución y alcanzar el triunfo es nuestro trabajo de preparación. ¡Vayan a las masas! (ha dicho la Internacional Comunista a sus partidos). ¡Penétrenlas amplia y profundamente! ¡Establezcan entre ellas y ustedes una alianza indestructible! ¡Envíen comunistas a todas las masas obreras, a los puestos más responsables y peligrosos! ¡Que conquisten la confianza de las masas! ¡Que las masas, unidas a ellos, arrojen de sus filas a los jefes oportunistas, vacilantes y arribistas! ¡Aprovechen cada minuto para preparar la revolución! La época nos ayuda. No teman que se les escape la revolución. Organícense reafírmense, y entonces aproximaran la hora del ataque decisivo, verdadero, y entonces el partido les dirá, no solamente «¡Adelante!» sino que llevará la ofensiva hasta la victoria.
Notas
[1] – El ex presidente del Comité Central del Partido Comunista de Alemania, Paul Levi, criticó la táctica del partido durante los acontecimientos de marzo. Pero dio a su crítica un carácter absolutamente inadmisible y desorganizador; así que, en lugar de rendir servicio a la causa, la perjudicó. Una lucha en el seno del partido trajo la exclusión de Levi y la confirmación de esta exclusión por el congreso de la Internacional. L.T.
[2] – Después he visto, en los artículos del camarada Kurt Geyer con motivo del Tercer Congreso (artículos que me llegaron cuando mi libro estaba ya en imprenta), que este representante de la oposición se desliza hacia el centrismo, sin darse cuenta. Parte del punto de vista de que el Tercer Congreso ha establecido una perspectiva histórica, haciendo así más independiente nuestra táctica de nuestra confianza en la revolución. Geyer saca la conclusión que las divergencias de táctica entre el Internacional Comunista y los centristas»¦ disminuyen. ¡Tal concepción es monstruosa! La Tercera internacional es una organización de combate que camina hacia su fin revolucionario a través de todos los cambios de condiciones. La Internacional Segunda y Media no quiere revolución; se apoya sobre una selección apropiada de jefes y subjefes, de grupos y tendencias, ideas y métodos. En el mismo momento en el que Kurt Geyer contrasta una suavización de la discordia entre los comunistas y los independientes, estos, con mayor fundamento, contrastan otra entre ellos y los socialdemócratas. Si se quisieran sacar todas las conclusiones necesarias, esto nos daría el programa de un restablecimiento de la vieja socialdemocracia tal cual era antes de agosto de 1914, con todas sus consecuencias. Si rechazamos toda adaptación dogmática de la revolución en las condiciones que puedan presentarse en el transcurso de las semanas y meses próximos (lo cual conduce, prácticamente, a las tendencias putschistas), nos mantenemos fieles en nuestra lucha contra putschismo, a nuestra tarea fundamental: formar un partido comunista revolucionario, activo, irreductible, que se oponga a todas las agrupaciones proletarias reformistas y centristas. Kurt Geyer coloca dogmáticamente la revolución en un futuro indefinido, y hace cábalas en el sentido de un acercamiento a los centristas. ¿Puede dudarse que esta «perspectiva»™ lleva a Geyer y a los que compartan sus ideas muchos menos lejos de lo que ellos creen? L.T.
[3] – Un gracioso me «contradijo» en el congreso diciendo que no se podía mandar a la clase obrera como a un ejército. Es igual. Yo he tratado de demostrar que no se podía mandar al Ejército rojo de la manera que ciertos políticos han querido mandar sobre la clase obrera. L.T.