La III Internacional Comunista

Para dar una visión general de los primeros años de la Internacional Comunista, la Liga Comunista Internacionalista (LCI), sucesora de la Oposición de Izquierdas, publicó en 1934 este relato de Mathias Rakosi, militante húngaro que en aquél momento trabajaba en Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista y publicado en la víspera del IV Congreso Mundial en el Anuario del Trabajo, en 1923. Posteriormente, Rakosi apoyó el estalinismo y se convirtió en dirigente del estado obrero degenerado de Hungría después de la guerra. La lectura de esta reseña no sustituye la necesidad de un estudio detallado de los documentos de los cuatro primeros Congresos, pero da una útil visión general y los coloca en su contexto. 

Reseña histórica

La II Internacional debía actuar en momentos de la guerra imperialista, y estaba intelectualmente preparada para hacerlo. Anticipadamente se había analizado con gran precisión el carácter de la guerra. En varias oportunidades, los congresos internacionales habían decidido llevar a cabo la lucha más enérgica y a la vez ejemplar contra la guerra: la huelga general internacional.

Cuando la guerra estalló, sucedió lo contrario. La II Internacional no fue capaz de lanzar incluso ni una sola protesta. En lugar de declarar la huelga general o la lucha contra la guerra imperialista, los líderes socialdemócratas se apresuraron a apoyar a su propia burguesía, con el pretexto de la defensa nacional. Todos estaban devorados por el oportunismo y el chauvinismo, vinculados a través de innumerables nexos con la burguesía. La II Internacional no podía tener, naturalmente, un comportamiento distinto al de los partidos que la componían. Las frases revolucionarias sólo lograban ocultar la realidad mientras no se exigiese coherencia entre lo que se decía y lo que se hacía. Por eso el comienzo de la guerra mundial marca el derrumbe de la II Internacional.

Debido a ello el movimiento obrero internacional estuvo privado de su dirección precisamente en el momento de mayor confusión intelectual y moral. Los pocos hombres que no perdieron la cabeza, aun en medio de la ola de oportunismo y de chauvinismo que en agosto de 1914 parecía haberse apoderado de todos los cerebros, trataron inmediatamente de hacer comprender ese hecho a los obreros. Fueron sobre todo los bolcheviques rusos los que, en el curso de su lucha despiadada contra el zarismo, particularmente durante los años 1905-1906, ya habían aprendido a distinguir entre las palabras y los actos revolucionarios y habían constituido un ala izquierda en el seno de la II Internacional, cuya acción criticaban. En el primer número de su órgano central, aparecido el 1 de noviembre de 1914, el camarada Lenin escribía:

“La II Internacional ha muerto, vencida por el oportunismo. ¡Abajo el oportunismo y viva la III Internacional, liberada de los renegados y también del oportunismo!

La II Internacional realizó un trabajo útil de organización de las masas proletarias durante el largo „período pacífico‟ de la peor esclavitud capitalista en el curso del último tercio del siglo XIX y a comienzos del XX. La tarea de la III Internacional será la de preparar al proletariado para la lucha revolucionaria contra los gobiernos capitalistas, para la guerra civil contra la burguesía de todos los países, en vistas a la toma de los poderes públicos y de la victoria del socialismo.”

Algunas semanas después, el camarada Zinóviev escribía sobre “la consigna de la socialdemocracia revolucionaria”:

“Debemos levantar la bandera de la guerra civil. La internacional adoptará esa consigna y será digna de su nombre, o vegetará miserablemente. Nuestro deber consiste en prepararnos para las batallas futuras y habituarnos nosotros mismos y todo el movimiento obrero a esa idea. O morimos o venceremos bajo la bandera de la guerra civil.”

La difusión de ese tipo de ideas se enfrentaba con inmensas dificultades. La burguesía de todos los países, ayudada para ese fin por sus socialpatriotas, empleaba todos los medios para impedir que esas ideas penetraran en las masas.

La primera tentativa de reconstitución de una internacional revolucionaria tuvo lugar a comienzos de setiembre de 1915 en Zimmerwald, Suiza. A iniciativa de los socialistas italianos fueron invitadas “todas las organizaciones obreras que se han mantenido fieles al principio de la lucha de clases y de la solidaridad internacional”. Estaban presentes delegados de Alemania, Francia, Italia, Los Balcanes, Suecia, Noruega, Polonia, Rusia, Holanda y Suiza. Todas las tendencias estaban representadas, desde los reformistas pacifistas hasta los marxistas revolucionarios. La conferencia aprobó un manifiesto condenando la guerra imperialista y recomendando el ejemplo de todos los que fueron perseguidos por haber intentado despertar el espíritu revolucionario en la clase obrera. Aunque confuso, ese manifiesto marcó un gran paso hacia adelante. El grupo denominado la izquierda de Zimmerwald difundió una resolución mucho más clara. Esa resolución contenía el siguiente pasaje:

“Rechazo de los créditos de guerra, salida de los ministros socialistas de los gobiernos burgueses, necesidad de desenmascarar el carácter imperialista de la guerra en la tribuna parlamentaria, en las columnas de la prensa legal y, si es preciso, ilegal, organización de manifestaciones contra los gobiernos, propaganda en las trincheras en favor de la solidaridad internacional, protección de la huelgas económicas tratando de transformarlas en huelgas políticas, guerra civil y no paz social.”

El rechazo de esta resolución por parte de la conferencia evidencia suficientemente el estado de ánimo de sus participantes. La conferencia nombró una “Comisión Socialista Internacional”. Pese a la declaración formal de la mayoría de la conferencia, en el sentido de negarse a la creación de una III Internacional, la comisión se convirtió, por su oposición a la Oficina Socialista Internacional (órgano ejecutivo de la II Internacional), en el punto de reunión de la oposición y en la organización de la nueva internacional.

La Conferencia de Zimmerwald fue seguida de la Conferencia de Kienthal, en abril de 1916. Lo que caracterizó a esta segunda conferencia fue el hecho que la idea de la lucha revolucionaria internacional contra la guerra y, en consecuencia, la necesidad de una nueva internacional, apareciesen cada vez más en primer plano. La influencia de la “izquierda zimmerwaldiana” aumentó. Se trabajó con celo. Se imprimieron folletos y volantes que fueron enviados a los diferentes países en medio de las mayores dificultades. Se llevaron a cabo pequeñas entrevistas y conferencias que continuaron difundiendo la idea de la lucha de clases revolucionaria.

Cuando estalló la revolución en Rusia, los elementos más activos de la “izquierda zimmerwaldiana” retornaron a ese país. Fue así como el centro de la lucha en favor de la III Internacional se trasladó a Rusia. Zinóviev tenía razón cuando escribía:

“Desde su nacimiento, la III Internacional unió su destino al de la Revolución Rusa. En la medida en que ésta triunfó, se impuso la consigna “Por la III Internacional”. Y en la medida en que la Revolución Rusa se fue fortaleciendo, lo mismo ocurrió con la situación de la Internacional Comunista en todo el mundo.”

Durante las manifestaciones del 1º de Mayo de 1917, una de las principales consignas de las masas proletarias fue la organización de la Internacional Comunista. Ese deseo se tornó más imperioso cuando el proletariado ruso conquistó el poder y cuando, en la lucha contra el imperialismo mundial, la II Internacional (al igual que en el caso de la guerra mundial) se puso de parte de la burguesía.

Algunos meses después de la caída de las fuerzas principales, el partido comunista ruso tomó la iniciativa de la fundación de la III Internacional. Las revoluciones que siguieron a la guerra demostraron la bancarrota de la teoría de la “defensa nacional” y de sus partidarios los socialdemócratas. Una poderosa ola revolucionaria se desató sobre la clase obrera de todos los países. En Europa Central se dieron insurrecciones obreras por todas partes. No solamente el terreno estaba lo suficientemente maduro para lo constitución de la Internacional Comunista sino que ésta se había convertido en una necesidad para la preparación y organización de las luchas revolucionarias. 

El I Congreso, marzo de 1919

El 24 de enero de 1919, el comité central del partido comunista ruso así como los burós de relaciones exteriores de los partidos comunistas polaco, húngaro, alemán, austríaco, letón y los comités centrales del partido comunista finlandés, de la federación socialista balcánica y del partido socialista obrero norteamericano, lanzaron el siguiente llamamiento:

“Los partidos y organizaciones abajo firmantes consideran como una imperiosa necesidad la reunión del primer congreso de la nueva internacional revolucionaria. Durante la guerra y la revolución, se puso de manifiesto no sólo la total bancarrota de los viejos partidos socialistas y socialdemócratas, y con ellos de la II Internacional, sino también la incapacidad para la acción revolucionaria de los elementos centristas de la vieja socialdemocracia. Al mismo tiempo, se perfilan claramente los contornos de una verdadera internacional revolucionaria.”

El llamamiento describe en doce puntos el objetivo, la táctica y la conducta de los partidos “socialistas”. Considerando que la época actual significa la descomposición y el hundimiento del sistema capitalista, lo que a su vez significa el hundimiento de la cultura europea si no se acaba con el capitalismo, la tarea del proletariado consiste en la conquista inmediata de los poderes públicos. Esta conquista del poder público implica el aniquilamiento del aparato de estado burgués y la organización del aparato de estado proletario. El nuevo aparato debe encarnar la dictadura de la clase obrera y servir de instrumento para la opresión sistemática y la expropiación de la clase explotadora. El tipo del estado proletario no es la democracia burguesa, esa máscara tras la cual se oculta la dominación de la oligarquía financiera, sino la democracia proletaria bajo la forma de los consejos. Para asegurar la expropiación del suelo y de los medios de producción, que deberán pasar a manos de todo el pueblo, será preciso desarmar a la burguesía y armar a la clase obrera. El método principal de la lucha es la acción de las masas revolucionarias hasta llegar a la insurrección armada contra el estado burgués.

En lo que concierne a la actitud de los socialistas, deben considerarse tres grupos. Contra los socialpatriotas que combaten al lado de la burguesía, habrá que luchar sin merced. Los elementos revolucionarios centristas deberán ser escindidos y sus jefes criticados incesantemente y desenmascarados. En un determinado período del desarrollo, se impone una separación orgánica con los centristas. Deberá constituirse un tercer grupo compuesto por elementos revolucionarios del movimiento obrero. Luego seguía una enumeración de treinta y nueve partidos y organizaciones invitadas al primer congreso. La tarea del congreso consiste en la “creación de un organismo de combate encargado de coordinar y dirigir el movimiento de la Internacional Comunista y de realizar la subordinación de los intereses del movimiento de los diversos países a los intereses generales de la revolución internacional.”

El primer congreso tuvo lugar en marzo de 1919. En esa época la Rusia de los soviets se encontraba totalmente bloqueada, rodeada por todas partes por fronteras militares, de manera que sólo llegó al congreso un pequeño número de delegados en medio de las mayores dificultades. Con respecto a la constitución de ese congreso, el camarada Zinóviev (en su informe al segundo congreso) escribe lo siguiente:

“El movimiento comunista, en los diversos países de Europa y América, recién estaba en sus albores. La tarea del I Congreso consistía en desplegar el estandarte comunista y proclamar la idea de la Internacional Comunista. Pero ni la situación general de los partidos comunistas en los diferentes países, ni el número de delegados al I Congreso permitieron discutir a fondo los problemas prácticos de la organización de la Internacional Comunista.”

El congreso escuchó los informes de los delegados sobre la situación del movimiento en su país, adoptó resoluciones sobre las directivas de la Internacional Comunista, sobre la democracia burguesa y la dictadura proletaria, sobre la posición frente a las corrientes socialistas, sobre la situación internacional. Todas estaban redactadas en el mismo tono de la convocatoria de creación. La creación de la Internacional Comunista fue decidida por unanimidad excepto cinco abstenciones. Se dejó a cargo del II Congreso la tarea de la constitución definitiva de la Internacional Comunista, cuya dirección fue confiada a un comité ejecutivo en el que deberían estar representados los partidos ruso, alemán, húngaro, la Federación Balcánica, los partidos suizo y escandinavo. Al finalizar el congreso, se redactó un manifiesto dirigido al proletariado de todo el mundo.

Durante el primer año, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista tuvo que realizar un trabajo muy difícil. Casi totalmente aislado de Europa occidental, debió permanecer meses enteros sin diarios, privado de la presencia de la mayoría de sus miembros que no podían acudir a él por culpa del bloqueo. No por ello dejó de adoptar una posición en relación a todos los problemas importantes, precisamente en el primer año posterior a la guerra, en el que faltaba tanta claridad, los llamamientos y los escritos del comité ejecutivo tuvieron un valor muy grande.

La creación de la Internacional Comunista dio un objetivo y una dirección a las masas obreras que se oponían a la política de la II Internacional. Se produjo un verdadero aflujo de los obreros revolucionarios a la Internacional Comunista. En marzo de 1919, el partido socialista italiano envió su adhesión; en mayo lo hizo el partido obrero noruego y el partido socialista búlgaro; en junio el partido socialista de izquierda sueco, el partido socialista comunista húngaro, etc. Simultáneamente, la II Internacional perdía rápidamente a sus efectivos, pues los partidos más importantes fueron abandonándola. Si bien en el momento de su fundación la Internacional Comunista era una bandera más que un ejército, en el curso de su primer año de existencia reunió no solamente a un ejército alrededor de su bandera sino que infligió graves derrotas a su adversario.

El II Congreso, julio de 1920

Con el progreso de la Internacional Comunista surgieron nuevos problemas. Los partidos que acababan de adherirse a ella no estaban lo suficientemente formados. Aún no existía suficiente claridad sobre el partido, el papel de los comunistas en los sindicatos y su actitud en relación al problema del parlamentarismo y sobre otros problemas. La tarea del II Congreso consistió en fijar las directivas.

Arribaron delegados de todos los países. El congreso se inauguró en Petrogrado el 17 de julio de 1920, en medio de las aclamaciones de los obreros rusos y de la atención de todo el mundo proletario. Se adoptaron resoluciones de la Internacional Comunista, resoluciones donde la noción de dictadura del proletariado y de poder de los soviets fue aclarada sobre la base de la experiencia práctica, así como con relación a las condiciones de ejecución de esa consigna en los diferentes países. Se consideraron los medios para reforzar el movimiento comunista. Se adoptaron también resoluciones sobre el papel del partido en la revolución proletaria. El partido comunista debe constituir la vanguardia, el sector más consciente y más revolucionario de la clase obrera. Debe estar formado sobre la base del principio de centralización y constituir, en todas las organizaciones, núcleos sometidos a la disciplina partidaria.

En lo que respecta a los sindicatos, “los comunistas deben ingresar en ellos para convertirlos en formaciones de combate contra el capitalismo y escuelas de comunistas”. La salida de los comunistas de los sindicatos tendría como resultado que las masas quedasen en manos de los jefes oportunistas que colaboran con la burguesía. Fueron adoptadas otras resoluciones sobre el problema de los consejos obreros y de los consejos de fábrica, sobre el parlamentarismo, sobre la cuestión agraria y colonial. Finalmente se aprobaron los estatutos de la Internacional Comunista.

Se llevaron a cabo grandes debates sobre el problema del papel del partido, sobre la actividad de los comunistas en los sindicatos y la participación en elecciones. Los oportunistas atacaron violentamente las veintiuna condiciones de adhesión a la Internacional Comunista. El combate heroico del proletariado ruso, la bancarrota de la burguesía, y de su aliada la II Internacional, las consignas y los llamamientos revolucionarios de la Internacional Comunista arrastraba a una masa de jefes obligados a ceder ante la presión de las masas obreras. Permanecían fieles en cuerpo y alma a la II Internacional y sólo entraban a la Internacional Comunista para no perder su influencia sobre las masas. Incluso si la Internacional Comunista hubiese sido una organización ya en ese entonces poderosa y experimentada, la entrada de esos elementos oportunistas hubiese hecho correr el riesgo de que el espíritu de la II Internacional penetrase en el seno de la Internacional Comunista. Pero la Internacional Comunista, compuesta todavía de partidos aún en vías de formación, tenía la imperiosa necesidad de mantenerse alejada de esos elementos. Esto explica las veintiuna condiciones de adhesión.

Esas condiciones exigen de cada partido que desee adherirse a la Internacional Comunista que toda su propaganda y agitación tengan un carácter comunista. La prensa debe estar totalmente sometida al comité central del partido. Los reformistas deberán ser apartados de todos los puestos de responsabilidad. El partido debe poseer un aparato ilegal y hacer una propaganda sistemática en el ejército y en el campo. Debe llevar a cabo una lucha enérgica contra los reformistas y los centristas. En los sindicatos, debe luchar contra la internacional sindical de Ámsterdam. El partido debe estar severamente centralizado y adoptar el nombre de partido comunista (sección de la Internacional Comunista). En un plazo de cuatro meses posteriores al II Congreso, todos los partidos que pertenezcan a la Internacional Comunista, o que quieran ingresar, deben examinar esas condiciones en un congreso extraordinario y excluir del partido a todos aquellos miembros que las rechacen.

El congreso finalizó el 7 de agosto. En el mes de setiembre, el Partido Socialdemócrata de Checoslovaquia se escindió: una mayoría aplastante adoptó las veintiuna condiciones y se constituyó, un poco más tarde, en partido comunista. En el mes de octubre, en el Congreso de La Haya, la mayoría del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania se pronunció a favor de la adhesión a la Internacional Comunista. En diciembre tuvo lugar la fusión de la izquierda del partido independiente y K.P.D. (grupo espartaquista) y de esta fusión surgió un  gran partido comunista unificado de Alemania. A fines de diciembre, la inmensa mayoría del partido socialista francés se adhirió a la Internacional Comunista. En el mes de enero de 1921, se produjo una escisión en el seno del partido socialista italiano, que pertenecía sin embargo a la Internacional Comunista pero cuya mayoría reformista rechazaba las veintiuna condiciones. En todos los países del mundo en que existían organizaciones obreras se dio el mismo proceso: los comunistas se separaban de los reformistas y se constituían como sección de la Internacional Comunista.

Paralelamente al progreso y al fortalecimiento de la Internacional Comunista, se producía la descomposición de la II Internacional. Toda una serie de partidos que surgieron de la II Internacional pero que se negaron a entrar en la Internacional Comunista, constituyeron una “Unión Internacional de los Partidos Socialistas”, comúnmente llamada la Internacional 2 y 1/2, porque, en todos los problemas, oscilaba entre la II y la III Internacional.

El III Congreso, junio de 1921

El III Congreso de la Internacional Comunista, que se reunió en junio de 1921, tuvo que resolver nuevas tareas. Éstas estaban determinadas en parte por el hecho que la Internacional Comunista abarcaba ya más de cincuenta secciones, entre las cuales había grandes partidos de masas de los países europeos más importantes, lo que motivaba el surgimiento de problemas de táctica y de organización, pero sobre todo por el hecho que el desarrollo de la revolución y el hundimiento del capitalismo sufrían un cierto retraso que no se había podido prever en la época del primer y segundo congresos.

Luego del derrocamiento de los gobiernos de Europa central, la ola revolucionaria era monstruosamente fuerte y se tenía la impresión de que las revoluciones burguesas serían seguidas inmediatamente por las revoluciones proletarias. En Hungría y Baviera, el proletariado logró durante algún tiempo apoderarse del poder. Aun después de la derrota de las repúblicas soviéticas de Hungría y de Baviera, la esperanza en una rápida victoria de la clase obrera no había desaparecido. Recuérdese la época en que el Ejército Rojo estaba ante Varsovia y en que todo el proletariado se preparaba febrilmente para nuevas luchas.

Pero la burguesía demostró una capacidad de resistencia mayor de lo que se había creído. Su fuerza consistía sobre todo en que los social-traidores que durante la guerra combatieron tan heroicamente contra el proletariado, se revelaron, incluso después de la guerra, como los mejores apoyos del capitalismo tambaleante. En todos los países en que la burguesía ya no podía seguir siendo el ama de la situación, pasó el poder a los socialdemócratas. Fueron “gobiernos socialdemócratas”, con Noske y Elbert en Alemania, Renner y Otto Bauer en Austria, con Tusar en Checoslovaquia, con Bôhm y Garami en Hungría, los que manejaron los asuntos de la burguesía durante el período revolucionario y ahogaron en sangre las tentativas de liberación del proletariado.

La prosperidad aparente que siguió inmediatamente a la guerra constituyó también un obstáculo para la revolución pues les permitió a los capitalistas ofrecer trabajo a los soldados desmovilizados. La burguesía logró calmar a los obreros sin trabajo proporcionándoles subvenciones. A esto se le agregó un fenómeno psicológico importante: la fatiga de las amplias masas de la clase obrera que recién salían de los sufrimientos y privaciones sufridos durante cuatro años de guerra imperialista. Además, los partidos comunistas a quienes les correspondía la tarea de dirigir y coordinar la lucha del proletariado, aún estaban en vías de formación y a menudo adoptaban falsos métodos de lucha.

Todas esas circunstancias le permitieron a la burguesía reagrupar lentamente sus fuerzas, conquistar su seguridad y retomar una parte de las posiciones perdidas. Cuando la burguesía ya no tuvo más necesidad de ellos, expulsó a los socialistas del gobierno en todos los países donde participaban, y los capitalistas retomaron la dirección de sus asuntos. Crearon organizaciones militares ilegales, armaron al sector consciente de la burguesía y pasaron al ataque contra la clase obrera.

Mientras, la situación económica también había sufrido profundas trasformaciones. En la primavera de 1920, surgió en Japón y Norteamérica una crisis que se extendió poco a poco a todas las naciones industriales. El consumo disminuyó rápidamente, la producción se redujo, centenares de millares, millones de obreros, fueron despedidos. Los mercados disminuyeron rápidamente y se redujo la producción. Las luchas defensivas de los obreros alcanzaron grandes dimensiones pero terminaron en derrotas, lo que fortaleció la situación de la burguesía.

Esa era la situación cuando se inauguró el III Congreso de la Internacional Comunista. El congreso examinó ante todo la situación de la economía mundial y abordó luego el problema de la táctica que requería la nueva situación. La burguesía se fortalecía, al igual que sus servidores, los socialdemócratas. Ya había pasado la época de las victorias fáciles obtenidas por la Internacional Comunista en el curso de los años inmediatamente posteriores a la guerra. Mientras se esperaban nuevos combates revolucionarios, debíamos reconstruir y fortalecer nuestras organizaciones y conquistar las posiciones de los reformistas mediante un tenaz trabajo en el seno de las organizaciones obreras. La ocupación de fábricas en Italia, la huelga de diciembre en Checoslovaquia, la insurrección de marzo en Alemania, demostraron que los partidos comunistas, incluso cuando combatían manifiestamente por los intereses de todo el proletariado, no podían derrotar a las fuerzas unidas de la burguesía y de la socialdemocracia, cuando no solamente no contaban con las simpatías de las grandes masas sino que tampoco abarcaban a esas masas en el seno de sus organizaciones, arrancándolas de las otras organizaciones. Por eso el congreso lanzó la siguiente consigna: “¡Hacia las masas!”.

En Europa occidental, los partidos comunistas deben hacer todo lo posible a fin de obligar, a los sindicatos y a los partidos que se apoyan en la clase obrera, a una acción común a favor de los intereses inmediatos de la clase obrera, preparando a ésta para la posibilidad de una traición por parte de los partidos no comunistas.

Inmediatamente se manifestó una cierta oposición “izquierdista” contra esta táctica. El KAPD creyó estar ante un abandono de la lucha revolucionaria y acusó a la Internacional Comunista de intentar en el terreno político la misma retirada que el poder de los soviets se vio obligado a efectuar en el terreno económico. Algunos buenos camaradas tampoco comprendieron al comienzo la necesidad de esta táctica.

Paralelamente con los problemas tácticos, los problemas de organización fueron los más debatidos. En vistas de la conquista de los sindicatos, el Buró Sindical organizado por el II Congreso, en colaboración con los sindicatos que se habían adherido en el intervalo de los dos congresos, constituyó la Internacional Sindical Roja. También se discutió el problema de la Internacional de la Juventud y del movimiento de las mujeres, así como el concerniente al trabajo en las cooperativas y en las uniones deportivas obreras.

El congreso escuchó luego un informe sobre la Rusia de los soviets y aprobó por unanimidad la táctica empleada.

Se llevaron a cabo grandes debates sobre el informe concerniente a la actividad del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Algunos camaradas no aprobaban la política del comité ejecutivo en el problema italiano, en el caso Levi y en la cuestión del KAPD. Pero el congreso aprobó en todos esos puntos la actividad del comité ejecutivo. Los acontecimientos no han hecho más que confirmar la corrección de esas decisiones.

El congreso finalizó el 12 de agosto con la discusión de la cuestión de oriental.

Los meses que siguieron fueron relativamente calmados y dieron a los diferentes partidos comunistas la posibilidad de ejecutar las decisiones del III Congreso. Las organizaciones fueron sometidas a un severo examen y mejoró la relación entre las diferentes secciones y el comité ejecutivo. Durante sus tres años de existencia, la III Internacional se convirtió en una organización verdaderamente mundial. La II Internacional, por ejemplo, no contaba con ningún partido en países como Francia e Italia. Por otra parte, no había casi ningún país donde la fracción más consciente del proletariado, sin distinción de raza o de color, no se hubiese convertido en sección de la Internacional Comunista. Esta comprende cerca de sesenta secciones, con unos efectivos totales de alrededor de tres millones de miembros, que poseen setecientos órganos de prensa. La conquista de nuevas masas y nuevas posiciones prosigue con éxito. El Congreso de los Trabajadores de Extremo Oriente, que se reunió en Moscú en enero de 1922, estableció la vinculación de la clase obrera china y japonesa con la Internacional Comunista.

El Frente Único

El III Congreso se reúne en una época en que reinaba una gran depresión en el seno de la clase obrera. Las derrotas sufridas habían desanimado al proletariado. Esta situación se agravó aún más después del congreso. En Inglaterra, en América, en Italia y en los países neutrales, los obreros sufren un paro permanente. La clase obrera ha perdido las conquistas obtenidas en los últimos años. Se ha prolongado la jornada, el nivel de vida de los obreros ha descendido a un nivel inferior al anterior a la guerra. Si bien en países como Alemania, Austria, Polonia, el paro no es tan grande, la miseria de la clase obrera no es menos dura, dada la constante disminución del salario real causada por la continua bajada del valor adquisitivo del dinero, lo que incluso imposibilita a los obreros satisfacer sus necesidades más elementales.

Esta situación era intolerable. Bajo la presión de la creciente miseria, las masas comenzaron a buscar un remedio a su situación. Comprendieron que los viejos métodos eran inadecuados para obtener algo. Las huelgas fracasaban y, cuando tenían éxito, las ventajas obtenidas pronto eran anuladas por la desvalorización del dinero. Las masas observaron que la clase obrera estaba escindida en diversos partidos que luchaban entre sí, mientras que la clase capitalista entablaba contra ella una ofensiva única. En medio de esta situación, se imponía la solución de unificar las fuerzas dispersas del proletariado para oponerlas al ataque del capitalismo.

¿De qué manera debía realizarse esta unificación de las fuerzas del proletariado? Las masas obreras no tenían una idea muy clara al respecto. En todo caso, el hecho que en todas partes se produjera un movimiento en esa dirección, era una prueba de su profundidad y necesidad. Evidenciaba que las masas se alejaban inconscientemente de la política reformista de la II Internacional y de la Internacional Sindical de Ámsterdam, y que después de tantos errores y derrotas, finalmente estaban decididas a tomar la vía de la unificación de las fuerzas del proletariado.

Esto significaba a la vez un cambio en la apreciación del papel de los partidos comunistas y de la Internacional Comunista. Durante los años 1918 y 1919, el proletariado fue derrotado porque su vanguardia, el partido comunista, representaba más bien una tendencia que una organización capaz de tomar la dirección de la lucha de clases. La experiencia de la derrota obligó a los comunistas a crear, por medio de escisiones y la formación de partidos independientes, las organizaciones de combate necesarias. Este período de escisiones coincidió con el período en que la gran ola revolucionaria estaba en vías de retracción y se iniciaba la contraofensiva del capitalismo. Aunque los socialdemócratas no hubiesen sabido utilizar hábilmente esta circunstancia, igualmente se habría producido el descontento contra los “escicionistas” en el seno de las masas que no podían comprender la necesidad de esa táctica. Las masas tampoco habían comprendido bien las tentativas de sublevación realizadas por los comunistas cuando estos últimos, ante toda la clase obrera (precisamente porque son su fracción más lúcida), reclamaban el empleo de métodos de combate más enérgicos. La huelga de diciembre en Checoslovaquia y la acción de marzo en Alemania debían fracasar incluso en el caso que hubiesen sido mejor conducidas, porque las amplias masas no comprendían entonces  la necesidad de semejante método de combate. Pero la presión de la miseria pronto les hizo ver la necesidad de lo que antes ellas consideraban como putschs. El trabajo que, en la época de la depresión, habían realizado los comunistas solos, al precio de inmensos sacrificios, comenzaba  a dar sus frutos.

Además, hay que agregar el hecho que, en la lucha, los obreros ya no tienen en cuenta las fronteras partidarias mediante las cuales los socialdemócratas tratan de alejarlos de los comunistas.

Los partidarios de Ámsterdam, los de la II Internacional y de la Internacional II y ½ tratan de explotar la nueva corriente provocando un movimiento a favor de la unidad, contra los comunistas. Pero ya había pasado la época en que tales maniobras eran posibles porque los socialdemócratas tenían en sus manos todas las organizaciones obreras y toda la prensa obrera. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista desencadenó ese plan e inició una campaña “por la unidad del proletariado mundial, contra la unión con los socialtraidores”. En lo que respecta al problema del auxilio a los necesitados y a los obreros yugoslavos y españoles, se dirigió a la Internacional de Ámsterdam, al comienzo sin ningún éxito. Pero cuando los contornos del nuevo movimiento se volvieron más claros y visibles, el comité ejecutivo, tras largas discusiones, adoptó una posición sobre la cuestión.

En las “Resoluciones sobre el frente único de los obreros y sobre las relaciones con los obreros pertenecientes a la II Internacional, a la Internacional II y ½, a la internacional sindical de Ámsterdam y a las organizaciones anarcosindicalistas”, analizó la situación y suministró un objetivo claro y preciso a los esfuerzos elementales de cara a lograr la organización del frente único. “El frente único no es sino la unión de todos los obreros decididos a luchar contra el capitalismo.” Los comunistas deben apoyar esa consigna de la mayor unidad posible de todas las organizaciones obreras en cada acción contra el capitalismo. Los líderes de la II Internacional, al igual que los de la Internacional II y ½ y de la internacional sindical de Ámsterdam, traicionaron a las masas obreras en todos los problemas prácticos de la lucha contra el capitalismo. Esta vez también preferirán la unidad con la burguesía en lugar de la unidad con el proletariado.

El deber de la Internacional Comunista y de sus diferentes secciones consiste en persuadir a las masas obreras sobre la hipocresía de los socialtraidores, que se revelan como destructores de la unidad de la clase obrera. En ese objetivo, la independencia absoluta, la plena libertad de la crítica son las condiciones esenciales de los partidos comunistas.

Las resoluciones insisten también en los peligros que pueden surgir durante la ejecución de esta táctica en los lugares donde los partidos comunistas aún no tienen la claridad ideológica necesaria y la homogeneidad indispensable.

Las resoluciones fueron adoptadas a mediados de diciembre. Para lograr la decisión definitiva, se convocó en Moscú una sesión ampliada del comité ejecutivo para comienzos de febrero. En un llamamiento fechado el 1 de enero de 1922 sobre el frente único proletario, el comité ejecutivo demostró la necesidad de la lucha común en relación con la conferencia de Washington y la ofensiva general del capitalismo contra la clase obrera. Las resoluciones y el llamamiento del comité ejecutivo fueron rápidamente difundidos en todos los países, provocaron largas discusiones por parte de los comunistas y de sus adversarios y contribuyeron a aclarar el problema del frente único. Los socialtraidores pusieron el grito en el cielo, comprendiendo que estaban enfrentados a un problema que los obligaría a desenmascararse. Pero su indignación ante esta “nueva maniobra comunista” no logró anular en las masas la impresión que los comunistas, a los que hasta ese entonces se los llamaba “escisionistas”, eran, en realidad, los verdaderos partidarios de la unidad del proletariado. La sesión del comité ejecutivo ampliado no pudo reunirse más que a fines de febrero debido a la huelga de los ferroviarios. En realidad, fue un pequeño congreso compuesto de más de cien delegados representantes de treinta y seis países. La orden del día era bastante densa: incluía las relaciones de los partidos de los países más importantes, las tareas de los comunistas en los sindicatos, el problema de la lucha contra los peligros de la guerra, el de la nueva política económica de la Rusia de los soviets, el de la lucha contra la miseria de la juventud obrera. Pero el problema principal era el del frente único y el de la participación en la conferencia común propuesta por la Internacional II y ½.

Los camaradas franceses e italianos se pronunciaron contra la unidad tal como era presentada por las resoluciones del comité ejecutivo. Los camaradas franceses expresaron el temor que las masas obreras francesas no comprendiesen el significado de una acción común de los comunistas con los disidentes. Se declararon partidarios del frente único de los obreros revolucionarios y afirmaron que la actividad de los comunistas en Francia tendía a realizar, alrededor de los problemas de la jornada de ocho horas y del impuesto sobre los salarios, el bloque de los obreros revolucionarios. El partido francés era todavía demasiado joven y poco capaz de maniobra, y no se sentía en condiciones de llevar a cabo una acción común con los socialistas disidentes y los sindicatos reformistas de los que acababa de separarse.

Los delegados italianos se declararon partidarios de la unidad sindical pero contrarios a la unidad política con los socialistas. Expresaron el temor que las masas no comprendiesen el sentido de una acción común de los diferentes partidos obreros, y que el verdadero campo donde el frente único sería posible era el sindicato, donde los comunistas y los socialistas están unidos.

Todos los otros delegados presentes en la conferencia expresaron un temor diferente. A pesar de las innumerables traiciones, hasta ahora los líderes reformistas han conservado su influencia sobre la mayor parte de las organizaciones obreras. No lograremos nunca ganar a los obreros si nos limitamos a seguir repitiendo que son traidores. Ahora, en los momentos en los que una voluntad de combate impera en las masas, se trata de demostrarles que los socialdemócratas no quieren combatir no solamente por el socialismo sino, tampoco, por las reivindicaciones más inmediatas de la clase obrera. Hasta ahora no hemos logrado desenmascararlos, en primer lugar porque no contábamos con los medios necesarios para hacerlo y además porque no se da la situación psicológica, la atmósfera merced a la cual los obreros comprenden las traiciones de que son objeto. Finalmente, tampoco tenemos ocasión de desenmascararlos. Por eso, negándonos a luchar junto a los reformistas, dado que ellos nunca se enfrentarán seriamente contra la burguesía de la cual son sus servidores, contaremos con la aprobación de los camaradas que ya conocen este problema pero no convenceremos a uno sólo de los obreros que aún siguen fieles a los reformistas. Muy por el contrario, al negarse a llevar a cabo una lucha en común, en una época en la que las masas obreras la desean, los comunistas dan a los socialtraidores la posibilidad de presentarlos como saboteadores de la unidad del proletariado. Pero si participamos en la lucha, las masas pronto sabrán distinguir a los que propugnan verdaderamente la lucha contra la burguesía y los que no la quieren. Nuestros camaradas, que al comienzo observarán con desagrado cómo nos sentamos a una misma mesa con los reformistas, en el curso de las negociaciones comprenderán que allí también hacemos trabajo revolucionario.

Después que el comité ejecutivo ampliado adoptase por unanimidad de votos (menos  los de los camaradas franceses, italianos y españoles), las directivas contenidas en las resoluciones, las tres delegaciones adversarias del frente único redactaron una declaración prometiendo acatarla.

El comité ejecutivo ampliado decidió aceptar la invitación de la internacional de Viena para participar en una conferencia internacional, proponiendo invitar a la conferencia no solamente a la Internacional Comunista sino también a la Internacional Roja de los Sindicatos, a la internacional sindical de Ámsterdam, a las organizaciones anarcosindicalistas y a las organizaciones sindicales independientes, y a poner en el orden del día de la conferencia, junto a la lucha contra la ofensiva del capitalismo y contra la reacción, el problema de la lucha contra nuevas guerras imperialistas, el de la recuperación de la Rusia de los soviets, el de las reparaciones y del tratado de Versalles.

Luego de haber tratado también otros problemas (el de la prensa comunista, el de la oposición obrera del partido comunista ruso, etc), y de haber procedido a la elección del presidente del comité ejecutivo, la conferencia finalizó el 4 de marzo.

La conferencia preliminar de la tres internacionales

El 2 de abril tuvo lugar la primera sesión de las delegaciones de las tres internacionales, compuesta cada una de ellas de diez miembros. Los representantes de la II Internacional trataron inmediatamente de sabotear la conferencia y destruir el germen del frente único. Plantearon condiciones a la Internacional Comunista, exigieron “garantías” contra la táctica de los “núcleos” y discutieron el problema de Georgia y de los socialrevolucionarios. De esa actitud resultó una situación tal que se temió que la conferencia finalizara allí mismo. Gracias a la firme actitud de los delegados de la Internacional Comunista, que exigieron el frente único sin condiciones, los delegados de la Internacional de Viena se alinearon con ellos, lo que obligó a los delegados de la II Internacional a retroceder. Luego de cuatro días de negociaciones, se decidió convocar, en el plazo más breve posible, una conferencia general. Se nombró una comisión compuesta por tres miembros de cada comité ejecutivo, encargada de su preparación. Mientras se esperaba la reunión de esta conferencia general, se decidió organizar manifestaciones comunes de todos los partidos adherentes a las tres internacionales para el 20 de abril siguiente, y, en los lugares donde no fuese técnicamente posible, para el 1º de Mayo, con las siguientes consignas:

Por la jornada de ocho horas;

Por la lucha contra el paro, provocado por la política de reparaciones de las potencias capitalistas;

Por la acción unida del proletariado contra la ofensiva capitalista;

Por la revolución rusa, por la Rusia hambrienta, por la reanudación de las relaciones políticas y económicas con Rusia;

Por el restablecimiento del frente único proletario nacional e internacional.

Se encargó a la comisión organizadora de mediar entre los representantes de la internacional sindical de Ámsterdam y los de la Internacional Roja de los Sindicatos. Los delegados de la Internacional Comunista dieron a conocer una declaración en la que se afirmaba que el proceso a los socialrevolucionarios se haría públicamente y no se dictarían condenas a muerte. La resolución hizo constar también que la conferencia general no podría llevarse a cabo en abril porque la II Internacional la rechazaba con diferentes pretextos. Esta última se negaba igualmente a inscribir en el orden del día de la conferencia el problema del Tratado de Versalles y de su revisión.

Las manifestaciones del 20 de abril y del 1º de Mayo siguiente, en las que participaron grandes masas obreras, demostraron que el proletariado estaba decidido a luchar en común por las consignas que se habían lanzado. La II Internacional y los partidos que la componen tratan, hoy como ayer y por todos los medios, de sabotear el frente único. Se niegan a organizar manifestaciones comunes, retrasan la ejecución de las decisiones adoptadas y de ese modo contribuyen a desenmascararse ante las masas.

La tarea de la Internacional Comunista y de sus secciones nacionales consiste en demostrar con su acción que la lucha contra la ofensiva capitalista y contra el capitalismo en general sólo puede triunfar bajo la dirección de la Internacional Comunista.

Como era de esperar, la II Internacional y la internacional de Viena hicieron estallar la comisión de los Nueve. Tras lograr impedir la reunión de la comisión durante la Conferencia de Génova con el objeto que la burguesía no fuese perturbada para nada en sus deliberaciones contra la Rusia de los soviets, tuvo lugar la primera sesión, que fue también la última, el 23 de mayo en Berlín. El 21 de mayo se había realizado una reunión del Labour Party, del partido obrero belga y del partido socialista francés, durante la cual se había decidido convocar a una conferencia general de todos los partidos socialistas con excepción de los comunistas. Era evidente que la II Internacional y la II y ½ habían vuelto a su proyecto de frente único contra los comunistas. Pese a esto, la Internacional Comunista hizo todo lo posible para permitir la reunión de un congreso internacional de todos los partidos socialistas. Para lograr los objetivos de la unidad, es decir la lucha contra la ofensiva del capital, contra los salarios bajos y contra el paro, se declaró dispuesta a eliminar del orden del día del congreso la cuestión de la ayuda a la Rusia de los soviets, ya adoptada en la plataforma común. Por el contrario, exigía una respuesta precisa al problema de saber si la II Internacional aceptaba o no el congreso obrero mundial. Enfrentada de ese modo, la II Internacional, al igual que su benévola auxiliar la Internacional de Viena, se acreditó como la adversaria del frente único. La comisión de los nueve se disolvió.

La Internacional Comunista convocó entonces a una nueva sesión del comité ejecutivo ampliado, que se reunió el 7 de junio, participaron sesenta delegados representantes de 27 países. La conferencia discutió el problema de la táctica a seguir tras las enseñanzas de la primera etapa de la lucha a favor del frente único, y la táctica de los partidos cuya política no se correspondía con la política general de la Internacional Comunista y, finalmente, la posición de la Internacional Comunista con respecto al proceso de los socialrevolucionarios y la convocatoria del congreso mundial.

En lo concerniente a la táctica del frente único, la conferencia observó que, pese al fracaso de la comisión de los nueve, los postulados políticos y económicos de la táctica del frente único subsistían como antes y que, en consecuencia, la táctica de las diversas secciones  de la Internacional Comunista debía consistir en establecer la unidad de frente contra la ofensiva del capital.

La conferencia trató detalladamente la situación de los partidos francés, italiano y noruego que no habían ejecutado la táctica del frente único o lo habían hecho parcialmente y con vacilación y expresó el deseo que esa táctica fuera aplicada igualmente en esos países. En lo que respecta al partido francés, dado que la existencia de una derecha oportunista importante obstaculizaba su actividad y su desarrollo, el comité ejecutivo declaró que el mejor medio de remediar la situación consistía en promover la unión del centro y de la izquierda contra la derecha. La conferencia examinó igualmente la situación del Partido Comunista de Checoslovaquia en el que se evidenciaban los síntomas de una próxima crisis. Se llegó a la conclusión que los motivos eran una cierta pasividad de la dirección del partido y se dieron las instrucciones tendentes a hacerla desaparecer.

En lo que respecta al proceso de los socialrevolucionarios, se comprobó que la II Internacional y la internacional de Viena habían emprendido una campaña contra la Internacional Comunista y la Rusia de los soviets y que, además, se trataba de un asunto que interesaba a la vez a la Rusia de los soviets, antesala de la revolución mundial, y a la Internacional Comunista, pues esta última debía participar activamente en el proceso enviando acusadores, defensores, testigos y expertos.

El IV Congreso, noviembre de 1922

El IV Congreso Mundial fue fijado para el 7 de noviembre de 1922, quinto aniversario de la revolución proletaria, con el siguiente orden del día:

1.  Informe del ejecutivo;

2.  Táctica de la Internacional Comunista;

3.    Programa de la Internacional Comunista y de las secciones alemana, francesa, italiana, checoslovaca, búlgara, noruega, norteamericana y japonesa;

4.  Cuestión agraria;

5.  Cuestión sindical;

6.  La educación;

7.  Cuestión juvenil;

8.  La cuestión de Oriente.

El trabajo principal del IV Congreso se centrará en el punto 3. En vistas de la preparación de un programa de la Internacional Comunista, se nombró inmediatamente una comisión que también fue encargada de colaborar en la redacción de los programas de las diferentes secciones.

La conferencia evidenció el desarrollo y el fortalecimiento del movimiento comunista en todos los países. Uno de los mejores síntomas fue el creciente nerviosismo de los partidarios de Ámsterdam, que observaban con temor el progreso de la influencia de los comunistas en los sindicatos. Muchos indicios señalan que en la actualidad están dispuestos a alejar a los comunistas de los sindicatos en todos los países, y que para lograrlo no retrocederán ni ante la escisión del movimiento sindical. Por eso, la tarea principal de la Internacional Comunista en los sindicatos consistirá en desenmascarar esta maniobra y oponerse a que los partidarios de Ámsterdam debiliten al proletariado al destruir los sindicatos.

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