La lucha contra el gobierno de Bolsonaro y nuestras tareas políticas

Como acertadamente afirmó la Declaración de la Esquerda Marxista después del 2º turno de las elecciones presidenciales: 

“La victoria de Bolsonaro es la demostración del colapso político del régimen de la «Nova República» y del pacto social efectuado con la Constitución de 1988. Es también la demostración del colapso de la «Democracia» para enormes sectores de las masas, además, la mayoría (electores de Bolsonaro, votos blancos, nulos y la abstención) dejó claro que poco le importa «esta democracia», e ignoró los llamamientos de Haddad / PT y otros, para «defender la democracia», que sólo han hecho hasta ahora empeorar sus vidas y ampliar su sufrimiento y la angustia permanentemente.

“Una nueva situación política se abre con un salto de calidad en la coyuntura que se desarrolla desde el inicio del desmoronamiento del régimen político podrido brasileño. Los «viejos» partidos y políticos conocidos como la expresión del sistema, fueron barridos. Como la Esquerda Marxista siempre afirmó, la política de la «Operación Lava-Chato», gestada en el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, tenía el alma de la operación «Manos Limpias» de Italia, es decir, permitir remover partidos y políticos odiados por las masas para intentar salvar las instituciones amenazadas. Que lo «nuevo» sea sólo la reencarnación de lo «viejo» también es propio de la historia hasta que la revolución venga y limpie torrencialmente los establos de la sociedad.

“El final de la época de la política (reaccionaria, evidentemente) de colaboración de clases y alianzas entre el PT y los partidos burgueses, con la profundización de la crisis del capitalismo nacional e internacionalmente, se expresa ahora en un gobierno que está ostensiblemente contra toda colaboración y de ataque a la clase trabajadora. Un gobierno que se dibuja como ultraliberal, es decir, de siervo descarado de los intereses del capital financiero imperialista y que sólo puede gobernar buscando constituirse como un gobierno bonapartista «por encima de las clases» basado en la represión, enmascarada o no por acciones del poder judicial. Hasta dónde este gobierno puede ir en este sentido y cumplir sus objetivos dependerá ante todo de la lucha de clases, de la clase obrera en especial, y de la política de sus dirigentes.

“Bolsonaro es el subproducto de la crisis política, económica y social que se arrastra desde hace años. La responsabilidad por ello es totalmente de Lula y de la dirección del PT, que durante 13 años gobernaron traicionando las esperanzas y el apoyo que recibieron de millones de brasileños para cambiar este país.

“El trabajo sistemático de Lula y de la dirección del PT, con su política de alianzas con la burguesía y gobernando para el capital, para destruir la conciencia de clase de las masas trabajadoras que llevaron al Partido de los Trabajadores y las banderas rojas a la presidencia de la República, tuvo como resultado la entrega de millones de desesperados de la pequeña burguesía, de desempleados, de trabajadores desorganizados, de jóvenes sin futuro, a los brazos de un aventurero sin escrúpulos y su séquito de ultrarreacionarios, fascistas, latifundistas cazadores de Sin Tierra e indígenas, y de comerciantes arruinados; a los brazos de un aventurero demagogo de derecha candidato a Bonaparte, que pretende supuestamente gobernar por ¡»Brasil por encima de todo, y con Dios por encima de todos»!

“Bolsonaro venció en las elecciones con 57.797.847 votos (39,24% del total de votantes). Haddad tuvo 47.040.906 votos (31,93% del total de votantes.). Blancos, nulos y abstenciones sumaron más de 42 millones de electores. Políticamente esto significa que 89,5 millones de electores (60,76%) no se sienten representados por el ganador en la elección más polarizada en décadas. Estas cifras muestran que hay una enorme base para un trabajo de resistencia y de enfrentamiento al gobierno que se constituye.

“En la declaración de la Esquerda Marxista después del primer turno, además de afirmar la orientación de voto a Haddad en el segundo turno, sin ningún apoyo a su programa y política, sino para barrer a Bolsonaro – constatamos: «Con estos resultados [del primer turno] y la ampliación de la polarización política, una nueva situación se abrió en Brasil”. Ahora, con la victoria de Bolsonaro la situación política da un salto. El próximo período será de ataques durísimos contra todas las conquistas proletarias, de ataques a las libertades democráticas, y de un oscurantismo cultural y religioso dominando las acciones del gobierno, todo al servicio del capital financiero internacional y sus socios menores brasileños. La tarea fundamental de los comunistas es ayudar a organizar la resistencia, la unidad de los trabajadores y de la juventud y, en este combate construir la organización revolucionaria marxista, la Esquerda Marxista.”

El programa de Bolsonaro

Su programa se reduce a los intereses del capital financiero internacional envuelto por una demagogia electoral aventurera que afirma estar«Contra todos los partidos viejos y corruptos y contra todo ese sistema podrido». Pero, de hecho, él, diputado federal desde hace 27 años, forma parte del sistema podrido y es una operación destinada a salvar el sistema capitalista en crisis y profundizar la explotación. Lo que en el capitalismo actual significa también más corrupción.

La prueba más clara de que Bolsonaro es parte de lo viejo en lucha contra la clase trabajadora es su gobierno con ministros venidos del gobierno Temer, viejos políticos de viejos partidos y viejos militares jubilados que hicieron carrera a la sombra de la dictadura militar. Un «super-ministro» de economía de la escuela de Chicago, discípulo de Milton Friedman, gestor de un «fondo de inversión» con negocios oscuros con Fondos de Pensión de empresas estatales y que sigue la línea de privatizarlo todo. En la mira, las tres «joyas de la corona» – Petrobras, Banco do Brasil y Caixa Econômica Federal – además de la destrucción / apropiación privada de la seguridad social. Sin hablar de la invasión fundamentalista evangélica que pretende tomar por asalto al Estado reproduciendo el Estado medieval controlado por la Iglesia, en nombre de dios, de la moral y de las buenas costumbres.

Pero su gobierno es más que eso. Es la expresión máxima de la mediocridad y de la ignorancia reaccionaria, con ministros como el de Educación y de las Relaciones Exteriores propuestos por un ex astrólogo ahora auto-denominado filósofo y admirador de Ronald Reagan. No sería exagerado establecer un paralelismo entre este gobierno de un régimen que se desmorona y el gobierno del Zar Nicolás y su reina, controlados por el degenerado monje Rasputín. 

Su demagogia aventurera que prometía «meter a todos los bandidos en la cárcel y garantizar que la población sea armada para defenderse» no es más que pura demagogia electoral.

Es imposible que la burguesía en la época de decadencia de su sistema social, en que el sufrimiento de las masas sólo aumenta, pueda permitir el armamento general de la población. El gobierno Bolsonaro es un gobierno de ataque del capital financiero con un programa de destrucción de todas las conquistas democráticas, sociales, políticas y obreras. ¡¿Cómo sería posible que un gobierno permitiera armar a la población y luego intentara destruir todas sus mínimas condiciones de vida?!

Y obviamente no hay manera de «poner a todos los bandidos en la cárcel», porque el capitalismo es una fábrica pujante de creación de bandidos y bandas criminales de todo tipo. Sólo el fin del capitalismo puede resolver este problema.

Su programa promete: «Hacer que Brasil sea una nación fuerte y rica económicamente, disminuyendo el tamaño del Estado, vendiendo empresas estatales, abriendo Brasil a los inversores internacionales, voy a acabar con el desempleo creando la tarjeta de trabajo verde y amarilla y reformando la Seguridad social». La traducción de esta política es, por orden, recortes y privatización de los servicios públicos, privatizaciones del patrimonio público para multinacionales y amigos, entrega de todas las riquezas naturales y de la clase obrera a las multinacionales y especuladores, destrucción de las conquistas laborales progresivamente y destrucción de la Seguridad Social con su transformación en Fondos de Pensión. Este programa es una receta clásica de lucha de clases y furia de la clase trabajadora.      

Este es un programa en parte imposible de realizar bajo el capitalismo y en parte causante de una tragedia social aún mayor que la actual. Cuando su demagogia actual se enfrente a los hechos, su gobierno actuando, conducirá rápidamente a una situación de aislamiento y abandono por parte de sus propios electores en muy poco tiempo. Los sectores pequeñoburgueses que creyeron que era la solución a sus problemas con la crisis brutal que vive el capitalismo internacional, rápidamente pasarán al espanto, el desánimo, y en parte a la furia de los engañados.

El candidato a Bonaparte llega al gobierno en una situación de crisis económica que no tiene como resolver y que va a provocar una explosión de luchas. Desde ya hay que trabajar para que la vanguardia consciente de la clase trabajadora y de la juventud se rearme para gritar a pleno pulmón, en las calles, en las fábricas, en las escuelas y lugares de trabajo:

¡Fuera Bolsonaro!

¡Abajo el gobierno del capital financiero y de la reacción!

¡Por un Gobierno de los Trabajadores! 

Este tipo de gobierno es la expresión del fracaso del capitalismo

Nuestro combate por la revolución socialista es una actividad política que permitirá realizar la transformación esencial para iniciar una nueva etapa de la vida de la humanidad. El fin del régimen de la propiedad privada de los grandes medios de producción implica la destrucción de la vieja máquina de estado burguesa y, por lo tanto, del marco jurídico que la sostenía. La apropiación social del trabajo, de la riqueza socialmente producida, exige un nuevo tipo de poder político.

Para alcanzar estos objetivos tiene una enorme importancia la definición, el conocimiento exacto, de qué régimen político dispone en cada momento la clase dominante. No se trata sólo de conocer, identificar, el estado mayor de las clases dominantes, sino de desvelar su esencia para prever sus acciones, sus límites, sus posibilidades, en la guerra implacable que dirige contra los trabajadores. 

En especial en épocas de grandes conflictos sociales, en que la lucha de clases se recrudece, es preciso conocer en profundidad a los actores en escena. Porque las modificaciones coyunturales, las acciones coherentes o incoherentes, los resultados de las presiones de clase y de las fuerzas en colisión en el interior de las propias clases en lucha, todo eso tiende a empañar el campo de batalla. Este es el origen de deslices o de alucinaciones políticas que tienen resultados destructivos como se ve en la mayor parte de las actuales organizaciones de izquierda, sean las mismas pro-capitalistas descaradas, reformistas de derecha e izquierda e incluso la mayoría de las que se reclaman revolucionarias. La expresión de esto es el grito de «fascismo, fascismo», frente al advenimiento Bolsonaro, que se oye en la actualidad principalmente en las universidades y entre la pequeña burguesía.

El marxismo muestra entonces, toda su superioridad sobre las otras pseudoteorias políticas y permite una orientación segura porque «la verdad es siempre concreta » (Lenin) y el marxismo analiza los hechos a partir de su desarrollo concreto, y no a partir de abstracciones que no son más que la forma en que se expresa el deseo del estudioso no marxista. Si en épocas «pacíficas» los análisis abstractos todavía pueden engañar a algunos, en las épocas violentas, como la de la decadencia del imperialismo, sólo el análisis concreto de la situación concreta en su desarrollo, puede impedir el naufragio del partido y abrirle camino. Y esto es así precisamente porque es en estos períodos en los que todos los esquemas se parten. Porque lo que se ve permanentemente no es el negro en el blanco, sino todo tipo de situaciones transitorias, intermedias, que se combinan y se transforman. Los viejos problemas vuelven a plantearse y los medios de la lucha de clases reaparecen con nuevos ropajes.

Es bajo este ángulo que se debe encarar la cuestión del estado burgués y del régimen de turno; es decir, del tipo de gobierno utilizado por el capital en cada situación para gestionar sus negocios y dirigir su lucha contra las clases dominadas, en primer lugar el proletariado.

Y esto siempre es el resultado de la historia de la lucha de clases, porque al final la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases.

«Fue precisamente Marx el primero que descubrió la gran ley que rige la marcha de la historia, la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno político, en el religioso, en el filosófico o en otro terreno ideológico cualquiera, no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara de luchas entre clases sociales, y que la existencia, y por tanto también los choques de estas clases, están condicionados, a su vez, por el grado de desarrollo de su situación económica, por el carácter y el modo de su producción y de su cambio, condicionado por ésta. (Friedrich Engels, prefacio a la 3ª edición alemana de «El 18 Brumario de Luis Bonaparte»).

¿Qué es el bonapartismo?

El bonapartismo, en la definición original de Marx, era la representación política de la burguesía encargada de, en determinada situación, enterrar los principios políticos de la revolución burguesa, marcadamente su origen jacobino profundamente democrático, pero al mismo tiempo el consolidador, el guardián de sus conquistas. Un régimen que, presentándose a sí mismo como si estuviera por encima de las clases y fracciones en lucha, trataba de barrer el carácter plebeyo de la democracia burguesa y reafirmar las bases sociales del nuevo modo de producción dominante. Napoleón Bonaparte extermina el mundo feudal enterrando juntos a la «plebe» y la democracia de la pequeña y mediana burguesía que habían sido la fuerza política motriz de la Gran Revolución Francesa (1789/93).

Este régimen surge en determinados momentos de la lucha de clases. Así, Marx y Engels describían al gobierno de Bismark en Prusia, en 1890, también como régimen bonapartista e iban más lejos. En 12/04/1890, Engels escribía a Sorge:Todo gobierno, en nuestros días, se vuelve, queramos o no bonapartista «.

Engels escribió esto en el momento de una crisis prolongada del período final del capitalismo comercial y del establecimiento del mercado mundial, del surgimiento del imperialismo. Él captaba lo esencial del desarrollo histórico del estado y de las formas de gobierno del capital. El nuevo impulso tomado por el capitalismo a finales de la década de 1890 debilitó las tendencias bonapartistas de los regímenes burgueses momentáneamente, pero no las apagó totalmente. Se mantuvieron como brasas en las cenizas. Con el declive irreversible del capitalismo después de la Primera Guerra Mundial vuelve a la superficie y se refuerza el carácter bonapartista de los gobiernos.

Este régimen especial, el bonapartismo de manera abierta, sólo surge en los momentos en que la lucha de clases se vuelve extremadamente aguda y la burguesía juzga que sus activos – la propiedad de los medios de producción – están en peligro. Entonces, es posible que la clase dominante tolere «encima» de ella al «salvador», que reina con pulso firme utilizando el aparato policial-militar para evitar la explosión social. Así como un «régimen personal», que se eleva políticamente por encima de la democracia y de los campos en lucha, siempre preservando los intereses fundamentales de la clase dominante.

La república parlamentaria burguesa, la democracia burguesa, no es más que un contrato entre dos clases antagónicas. Una que necesita y tiene suficiente fuerza para dominar y no puede vivir sin la dominada. Y otra clase que lucha, pero aún no es lo suficientemente fuerte para poner en riesgo la dominación de su verdugo. Es por eso que es propio de la democracia reconocer la lucha de clases, los partidos y sindicatos del proletariado como sus representantes para, digamos así, la «negociación colectiva» permanente a través del parlamento.

Así, cuanto más fuerte es la burguesía, más capaz es de negociar a través del «juego parlamentario», y por otro lado cuanto más fuerte es el proletariado más capaz él es de imponer sus intereses en la negociación colectiva permanente parlamentaria. Pero, hay en esta situación un «equilibrio» que, roto, obliga a una y otra clase a modificar la forma de su acción.

Si el proletariado, en la defensa de sus intereses inmediatos e históricos, consigue imponer su fuerza, rompe el cuadro de negociación, y en las calles, que son su terreno, impone otro tipo de gobierno, la dictadura del proletariado, la democracia obrera.

Así, también el capital, al sentirse amenazado en su dominación, o en sus intereses más profundos, abandona la «mesa de negociación» e intenta restablecer el equilibrio anterior espada en mano.

Y para conducir esta maniobra difícil contra la mayoría del pueblo, el «salvador», el régimen bonapartista no puede apoyarse, ligarse, ser la expresión, en última instancia, sino del sector más fuerte y sólido de las clases dominantes. 

En nuestros tiempos esto quiere decir que los gobiernos bonapartistas son los gobiernos del capital financiero internacional, de la especulación. El gobierno del sector de la burguesía internacional que inspira, dirige y corrompe las cúpulas de la burocracia estatal, de la policía y del ejército, de los partidos y de los sindicatos obreros. 

El bonapartismo en la época de ascenso del capitalismo tenía un carácter progresivo al fijar las conquistas sociales de la revolución burguesa. Se elevaba «por encima» de las clases atacando el feudalismo, aunque también atacaba la «herencia de la plebe».  El bonapartismo de la época del imperialismo, de las décadas del 20 y 30 del siglo pasado, se constituyó, en el mayoría de las veces, en los países dominados, coqueteando con las masas, pero, ya sin su carácter progresivo original. Apareció como un gobierno que se «enfrentaba» a un país imperialista (en realidad aliándose y expresando la voluntad de otro país imperialista), buscaba «desarrollar » el país, «concedía» (en realidad regulaba jurídicamente) mejoras en el nivel de vida de las masas. 

El bonapartismo actual en los países dominados es lo que podemos llamar «bonapartismo senil». Todavía tiene los atributos del bonapartismo, en su fase vieja todavía se reconocen los rasgos esenciales del bonapartismo joven y del bonapartismo maduro, pero ya no es capaz de mantener en pie por sí mismo. Es necesario el bastón de los partidos obreros pasados, con armas y bagaje, a la religión del imperialismo. Partidos cuyo credo es la adaptación y la coexistencia pacífica.

Esta será la situación del gobierno de Bolsonaro. Y, cuanto más el capital financiero exija de él, más la dirección del PT y de la CUT deberán hacer una oposición de tipo burguesa e intentar paralizar a las masas para negociar una convivencia pacífica con sus verdugos y sostener el régimen y sus instituciones. Si Bolsonaro intentará o podrá transitar a un régimen fascista de destrucción total de las organizaciones obreras, de las libertades democráticas e integración de todo y todos al Estado, no depende sólo de él y de las necesidades del gobierno del capital financiero, sino de la lucha de clases, y particularmente del combate de la clase obrera y de la juventud. 

Getúlio Vargas, un bonapartismo que intentó transitar al fascismo

El 15 de mayo de 1862, se inauguró la primera línea de telégrafo eléctrico de Brasil. En el Brasil semicolonial el telégrafo conectó el palacio de San Cristóbal con el Cuartel del Campo, en Río de Janeiro, o sea, la monarquía y el ejército. Esto no es sólo simbólico. Correspondía exactamente a la forma de dominación necesaria para las élites en el país dominado. Aunque en aquella época Brasil se llamara imperio, no tenía de imperio más que el nombre delirante.

El desarrollo histórico de Brasil impidió el surgimiento de una república parlamentaria estable desde la Independencia, pasando por la proclamación de la República hasta nuestros días.

Sin poder apoyarse en verdaderos partidos burgueses nacionales capaces de realizar las tareas necesarias para el desarrollo capitalista del país, es siempre la policía y el ejército quienes han garantizado los diferentes regímenes desde la independencia, en 1822, y más marcadamente desde la proclamación de la República en 1889. Por otra parte, se podría decir que la proclamación de la República por el mariscal Deodoro da Fonseca es el primer acto del bonapartismo que se instala. Acto bonapartista progresista. No es de extrañar que la fase inicial de la república brasileña, hasta 1930, sea llamada la «República de la Espada».

Así, el país semicolonial que nunca constituyó una nación verdaderamente soberana, que no logró, y ahora no conseguirá jamás, conocer todas las fases que el capitalismo europeo ha conocido, este país debe, sin embargo, vivir deformadamente todas las formas de bonapartismo más clásicas del desarrollo capitalista. 

Ya sea el «bonapartismo joven» que Karl Marx describió magistralmente en el período del capitalismo que se afirmaba (Bonaparte y Bismark).  Ya sea el «bonapartismo maduro», que León de Trotsky caracterizó en la época del imperialismo, Brauning, Papen, Schleicher en Alemania, Domergue en Francia, o Dolfuss en Austria, en los años 20 y 30 del siglo pasado. Sus equivalentes, como caricaturas brasileñas, evidentemente, fueron, respectivamente, el mariscal Deodoro y el mariscal Floriano, en la primera fase, y Getúlio Vargas en la segunda. 

Es el caso típico del primer gobierno Getúlio Vargas, que en agosto de 1931 suspende el pago de la deuda externa, crea el Consejo Nacional del Café, en 1931, y el Instituto del Alcohol y del Azúcar en 1933 (apoyando así a los terratenientes cafeteros y de la caña). Al mismo tiempo nombra a los tenientes como interventores en los estados, en busca de mayor centralización del poder federal. Un año antes, el 4 de mayo de 1932, había firmado el decreto 21.350, limitando a 8 horas la jornada diaria en la industria. Luego, decreta la isonomía salarial (a igual trabajo igual, igual salario) y concede licencia de 60 días para las trabajadoras gestantes. En 1934, las mujeres reciben el derecho de voto. Al mismo tiempo crea el Consejo de Seguridad Nacional, comienza a destruir a los sindicatos independientes y crea, en 1934, el Ministerio de Trabajo para tutelar al movimiento obrero.

Este es el régimen de 1930 a 1934, cuando Getúlio acosado por la revolución constitucionalista de 1932, instala la Constituyente que se pretendía inspirada en la Constitución alemana de Weimar, de 1919, y en la española de 1931. Getúlio pretendía allí establecer la «mesa de negociación» de las clases en conflicto.

Pero, al igual que sus «inspiradoras», la Constitución de 1934 acabará mal. El autogolpe de Getúlio cierra, en 1937, las veleidades democráticas del gobierno bonapartista. De 1937 a 1945, cuando es depuesto por los militares, Vargas gobierna mediante decretos-leyes bajo la égida de la Constitución, apodada «Polaca», porque se inspiraba en la Constitución del régimen semifascista de Pilsudisky y en la fascista de Mussolini.

Esta Constitución centralizaba los tres poderes en la presidencia, que pasa a controlar legalmente el legislativo y el judicial, acababa con los partidos políticos, instala la pena de muerte y establece el régimen corporativo bajo la autoridad directa del presidente. A pesar de todo intento de imitar el régimen jurídico existente en la Italia fascista, la de Vargas jamás dejó de ser, en el segundo gobierno, una dictadura personal, un régimen bonapartista del capital financiero. En 1940 se instituye el salario mínimo nacional y 3 años después Vargas acaba de intervenir y liquidar a los sindicatos independientes.

El bonapartismo después de Vargas

En el caso de los países dominados históricamente, el capital, el imperialismo, nada tiene que restablecer a no ser el eterno simulacro de democracia existente, siendo que ésta, en general, es fruto directo de la lucha de los oprimidos. Los regímenes de fachada democrática establecidos en América Latina tras la caída de las dictaduras militares bonapartistas de las décadas del 60 y 70 continuaron siendo regímenes bonapartistas al servicio del FMI, pero de otro tipo.

Los gobiernos venidos después de la dictadura militar (Sarney, Collor y FHC) surgieron de una situación donde el estado semicolonial estaba herido gravemente, en crisis profunda por la acción de las masas que impusieron una modificación en la forma de dominación. 

La constitución del proletariado como clase para sí, a partir del surgimiento del PT (1979/80) y de la CUT (1983), su erupción revolucionaria en la escena política (Huelga General de 1983, Campaña por las Directas, en 1985), partió la dictadura y obligó a un cambio de régimen en una situación de crisis.

En esta situación el primer intento serio de establecer un gobierno «por encima de todos», es decir, «por encima de las clases», fue el intento de ungir a Tancredo Neves por parte del conjunto de las oposiciones burguesas (PMDB / Frente Liberal / PP, etc.) y proletarias (direcciones del PT / PCB / PCdoB).

El PT (habiendo jugado un papel central la acción de los trotsquistas y de los núcleos obreros de São Bernardo do Campo y Campinas), abortó el primer intento de un gobierno bonapartista fuerte, rechazando la maniobra, rechazando el Colegio Electoral y manteniendo la posición a favor de elecciones directas.

Después de la muerte de Tancredo Neves asume su vice, José Sarney, que, flotando en el vacío, sin poder utilizar de verdad la espada y sin tener como «negociar» en un Parlamento real, va de revés en revés hasta que la Huelga General de marzo de 1989 revienta su gobierno y abre una situación revolucionaria en el país. Situación revolucionaria que se profundiza con la campaña Lula-Presidente de noviembre de 1989, donde las masas disputan palmo a palmo con el imperialismo y Collor la dirección del país.  La combinación del fraude electoral con la parálisis de la dirección del PT impide la victoria.

La toma de posesión de Collor, en 1990, después de la victoria electoral no va a permitir, sin embargo, un gobierno estable. La acción de las masas no se interrumpe, y en septiembre de 1992 es derribado por un movimiento de las masas que no tiene paralelo en la historia del país. La acción revolucionaria de las masas derriba al gobierno después de vencer la resistencia abierta de la dirección del PT al «Fuera Collor». Vencida en las calles, la Dirección Nacional del PT maniobra para impedir el desarrollo de la campaña y la auto-organización de las masas en este proceso. Este fue el papel de la farsa del «Comité Nacional por la Ética en la Política». 

Habiendo derrocado a Collor, las masas, que no lograron constituir sus instrumentos superiores de Frente Único, los soviets, no tuvieron fuerzas para impedir que Lula diera, en la práctica, posesión al vice de Collor, Itamar Franco asegurando la salvación de las instituciones en crisis. La acción de Lula de legitimar y reconocer a Itamar fue el gesto que ni Ulises Guimarães, ni Maluf, ni los generales, ni los ministros del Tribunal Supremo se atrevieron a hacer entre el 29 y el 30 de septiembre de 1992. Es más, Lula con una mano sostenía el régimen y con la otra mandaba las masas a casa.

A partir de este momento el «equilibrio» entre las clases estaba definitivamente roto. El régimen ya no puede sobrevivir sin el apoyo, la ayuda directa, ahora velada, ahora abierta, de la Dirección del PT, involucrando a la CUT.

Brasil llega así a una situación nueva. El gobierno gobierna cada vez más por instrumentos «monarquicos» (Decretos-Leyes, Medidas Cautelares, etc.). El Parlamento títere no es más que un notario de registro de los ataques contra las conquistas sociales y nacionales. El gobierno insiste en que está por encima de las clases («Brasil por encima de todo»), pero sólo gobierna porque el PT se lo permite. 

La paradoja en todo esto es que un régimen que gobierna utilizando instrumentos de fuerza (Medidas Cautelares, Decretos-ley, etc.), sólo lo haga con el permiso de su adversario de clase. El gobierno de Fernando Henrique Cardoso fue, así, lo que podemos llamar representante de la «tercera etapa» del bonapartismo, el «bonapartismo senil».

¿Qué es y cuáles son las perspectivas del gobierno Bolsonaro?

El capitalismo, en su fase de decadencia, es incapaz de mantener la democracia que la burguesía desarrolló en su período de ascenso. En la época del imperialismo, en que revolución y contrarrevolución se enfrentan permanentemente, la «democracia» es cada vez más una farsa y el Estado cada vez más está obligado a aparecer como lo que verdaderamente es: grupos de hombres armados para defender la propiedad privada de los medios de producción y los privilegios de una clase explotadora minoritaria. La fachada legal de la represión y los ataques contra las libertades democráticas arrancadas por el proletariado es cada vez más la aplicación selectiva de las leyes. Y su instrumento, el poder Judicial, cada vez más se arroga el derecho de decidir sobre todo, de legislar y ejecutar, en un intento, de hecho, de gobernar para salvar al Estado que es incapaz de mantenerse por medios «democráticos normales».  

Bolsonaro, el demagogo aventurero de derecha, anticomunista declarado, que logró surfear en la desmoralización del sistema y de los partidos tradicionales, profundizará el carácter bonapartista del aparato de Estado. 

La Esquerda Marxista reafirma que no hay base social hoy para un verdadero partido fascista o un régimen fascista – los grupúsculos fascistas son ultraminoritarios, no existe ni partido, ni organización paramilitar de ataque a las organizaciones obreras con base de masas entre la pequeña burguesía. Si en 1933 las bases sociales del fascismo eran profesores, banqueros, estudiantes y campesinos, hoy, los campesinos están reducidos a una cantidad insignificante y una cantidad enorme de sin tierra, los profesores, bancarios, estudiantes, son sectores organizados y vanguardia en combate al imperialismo y al capital en general. 

Trotsky describió de la siguiente manera el régimen bonapartista y las condiciones para transitar al fascismo: «[El bonapartismo es] un régimen que indica que los antagonismos dentro de la sociedad se han vuelto tan grandes que la maquinaria del Estado, para regular y ordenar esos antagonismos mientras permanece como un instrumento de los dueños de la propiedad, asume una cierta independencia en relación a todas las clases. El régimen bonapartista sólo puede alcanzar un carácter comparativamente estable y duradero en el caso de poner fin a una época revolucionaria; cuando la relación de fuerzas ya fue puesta a prueba en las batallas; cuando las clases revolucionarias ya están agotadas, pero las clases poseedoras aún no escaparon del terror: ¿’no habrá mañana nuevas convulsiones?’. Sin esa condición básica, es decir, sin un previo agotamiento de las energías de las masas en los combates, el régimen bonapartista no está en condiciones de avanzar”. 

No existe hoy, el «agotamiento de las energías de las masas«, nna de las condiciones apuntadas por Trotsky para el avance de un régimen bonapartista hacia un gobierno fascista. La clase trabajadora está desorientada por las continuadas traiciones y bloqueos de sus direcciones, pero no está derrotada. No es esa la perspectiva para Brasil, inmerso en la crisis internacional del capitalismo.

La política de capitulación de los aparatos que se han pasado al capital

Los marxistas siempre combatieron por la independencia de clase y siguen firmes con esta orientación hoy. Es la única política para la victoria definitiva de la clase obrera. La política de Lula, Haddad, del PT y el PCdoB es la política de subordinación del proletariado a los intereses del capital. Son incapaces de entender y expresar la voz de las calles y el odio que tiene el pueblo a este sistema.

No entendieron porque Bolsonaro obtuvo la votación que tuvo y lo que esto significa. Así mismo, son completamente incapaces de entender que sólo la independencia de clase y una lucha decidida contra el capitalismo, el «sistema», es capaz de animar, reunir las fuerzas proletarias y dar una perspectiva de cambiar la vida y enfrentar, de hecho, la reacción. Con su política de «frente por la democracia» perdieron la elección y están entregando al pueblo a manos del aventurero ultrarreacionario.

En 1848, en Engels escribió en «Revolución y Contrarrevolución en Alemania» que en aquel momento la clase obrera en Alemania no tenía la menor posibilidad de levantar sus propias reivindicaciones y que tenía que apoyar con todas las fuerzas a los pequeños burgueses e industriales que estaban contra el feudalismo, contra el pasado. Se trataba de la lucha de la democracia burguesa contra el absolutismo feudal.

Explicaba Engels, en la misma época en que preparaba el futuro escribiendo con Marx el Manifiesto Comunista: «El movimiento de la clase obrera nunca será independiente, no tendrá nunca un carácter proletario, mientras que las diferentes fracciones de la clase media, y sobre todo su parte más progresista, los grandes manufactureros, no conquisten el poder político y refundan el Estado según sus intereses».

«Las necesidades inmediatas y las condiciones del movimiento eran tales que no permitían lanzar ninguna reivindicación especial del partido proletario». «En efecto, mientras el terreno no esté limpio para permitir una acción independiente de los obreros, mientras el sufragio universal y directo no esté establecido, mientras los 36 estados continúen dividiendo Alemania en pedazos innumerables, ¿qué podía hacer el partido proletario, si no … luchar al lado de los pequeños comerciantes para adquirir los derechos que les permitieran más tarde conducir su propia lucha?. «Desorganizados, diseminados, los obreros sólo despertaban para lucha política, sintiendo únicamente el simple instinto de su posición social«.

Ya en 1931 y 33, en la misma Alemania, cuando Hitler se presentó para establecer el gobierno fascista, ese tiempo ya había pasado. Ya se había constituido el gobierno político de la burguesía, los gobiernos de los grandes industriales y de los banqueros. La burguesía y su régimen no sólo ya gobernaba sino que ya se estaba pudriendo. El Estado fascista era ya expresión de la época del imperialismo y de la reacción en toda la línea. Se trataba, en 1930, no de la lucha por la democracia, no por la república burguesa, sino de la lucha por el socialismo. O sea, se trataba del régimen extremista del capital financiero o de la revolución proletaria, de la lucha entre capitalismo y revolución proletaria; entre fascismo, dictadura y militarismo o revolución proletaria.

Es la democracia burguesa y su Estado en la actual etapa del capitalismo lo que conduce a Mussolini, Hitler, a las dictaduras militares o a Bolsonaro. Sólo la lucha por la revolución proletaria puede defender a la clase trabajadora y resolver esa situación definitivamente.

En la lucha contra el fascismo o cualquier gobierno burgués, la lucha por libertades democráticas interesa al proletariado en la medida en que le permite organizarse y movilizarse por la revolución socialista, golpeando a la reacción. La lucha por las libertades democráticas es la lucha por la revolución y jamás la defensa de la democracia burguesa, del reaccionario «Estado democrático de derecho» burgués. La defensa de las libertades democráticas es la defensa de los intereses de la clase obrera en su lucha contra el capital.

Trotsky denunciaba a Hitler como un reaccionario al servicio del capital financiero, que tenía un programa contra la clase obrera, contra los trabajadores, y como un agente de la reacción capitalista que pretendía aplastar a las organizaciones obreras y hacer la guerra para destruir a la URSS. Nunca perdió tiempo denunciando las posiciones «antidemocráticas» de Hitler.

Esta política del PT no lleva a ninguna parte. Se prepara un violento choque entre las clases. Nosotros no necesitamos de campañas del estilo de «los abajo firmantes en nombre de la democracia» o de «unir a todos los demócratas». Esta es la línea de la derrota electoral, social y política.

La responsabilidad de la dirección del PT, de la dirección de los sindicatos, es organizar un combate de clase contra Bolsonaro. Pero son incapaces de hacerlo. La tarea de los comunistas es denunciar esta situación y proponer el Frente Único de clase contra Bolsonaro y sus cómplices, es trabajar para que los trabajadores y la juventud se separen definitivamente del viejo sistema capitalista.

Sin clase obrera y juventud organizada y dispuestas a combatir a esa gente en la calle, ellos van a intimidar y atacar cada vez más, a golpear, adquiriendo una confianza creciente ante la ausencia de ninguna reacción seria en su contra, y en la medida que vean que no hay nadie dispuesto a detenerlos. 

Un gobierno Bolsonaro será un gobierno de represión in crescendo si la clase y sus organizaciones no lo enfrentan seriamente. Y, ellos están en una escalada represiva porque no hay ninguna reacción organizada de la izquierda, del movimiento obrero, de la juventud. Es necesario enfrentarles con métodos proletarios, de manera organizada, en los sindicatos, en las calles, en las escuelas, en los lugares de trabajo. 

Los pequeños burgueses y los reformistas en general están desesperados «porque se cuestiona la democracia».

Por supuesto que se cuestiona. Ya ha sido puesta en cuestión desde hace mucho tiempo, precisamente con el advenimiento del imperialismo, por la cobardía de la burguesía que tiene pavor de las masas y, principalmente, a causa de los reformistas que traicionaron todas las esperanzas de la clase obrera y empujaron a las masas a una situación de desesperanza y de odio contra todos los partidos e instituciones burguesas.

Es la hora de la revolución proletaria. La hora de la democracia ya pasó hace mucho tiempo. El PT renunció a la democracia cuando decidió gobernar para una minoría de privilegiados y engañar al pueblo más pobre distribuyendo limosnas como hace el Vaticano. 

Y el PT, al renunciar a defender la democracia de las mayorías, selló el destino del tal «Estado democrático de derecho». Y con su gobierno bloqueó una salida socialista y convenció a la mayoría de las masas de que, de hecho, esa democracia tan sólo interesa a los poderosos, lanzando así una enorme masa de la población en los brazos de un aventurero ultrarreaccionario.

La línea de «unir a todos los demócratas» o de «todos en defensa de la democracia» es la línea de aliarse con gran parte de la burguesía, o al menos intentarlo, y aparecer aún más a los ojos de las masas como parte de lo «viejo» que hay que barrer.

La única línea política capaz de hacer retroceder a Bolsonaro y a sus cómplices es el Frente Único Anti-imperialista y proletario, la unidad de los trabajadores y de la juventud con métodos proletarios de lucha y levantando bien alto todas las reivindicaciones y necesidades de los trabajadores, apuntando contra el capital y sus agentes como nuestros enemigos mortales.

Un odio revolucionario de clase

Aquellos que acusan a Bolsonaro de incitar al odio -y él instila efectivamente odio de clase permanentemente sin rodeos- olvidan a propósito o por ceguera política que nuestra defensa y nuestro contraataque incluyen el hecho de que la violencia es la gran partera de la historia y que en ninguna hipótesis la línea de «Luliña paz y amor» puede servir a los intereses del proletariado.  La clase obrera tiene el derecho y el deber de tener «odio de clase» contra los capitalistas y especialmente contra una basura humana como Bolsonaro.

Nuestra orientación es la de explicar y resaltar que sólo organizados y armados podrán acabar de una vez los batallones proletarios con esta guerra de clases que la burguesía y sus capitanes y generales mediocres y violentos mueven contra nosotros.

Organizar en los sindicatos, organizar en la juventud, discutir cómo proteger nuestra lucha y preparar los próximos combates.

La clase obrera aún no ha entrado en el combate y tendrá que hacerlo. Y los dirigentes sindicales y políticos reformistas al contrario de lo que piensan los eternos engañados no van a organizar ni entrar en combate. Ellos irán aún más a la derecha y van a «exigir» a Bolsonaro que «abra diálogo y negociación». No van a organizar combates con métodos proletarios en defensa de los trabajadores y de la juventud. Van a tratar de negociar de rodillas.

Esta tarea estará cada vez más en manos de los comunistas internacionalistas y de todos aquellos que en ruptura con la burguesía, el capital y sus partidos, estén realmente decididos a organizar el combate revolucionario del proletariado en defensa de sus organizaciones, de sus conquistas y por la revolución socialista.

Estudiar, organizar, movilizar

Es necesario organizar la resistencia y el combate contra el gobierno Bolsonaro desde ahora. Esto incluye prepararse teórica y políticamente para entender la situación y las fuerzas en lucha, el carácter del combate y de cada participante. Pero también incluye prepararse para los diferentes casos de ataques y provocaciones de la extrema derecha, así como preparar a la clase trabajadora, a la juventud ya sus organizaciones contra los ataques económicos y sociales y represivos que vendrán.

Cuando el fascismo fue una amenaza real en Brasil, el frente único proletario antifascista, impulsado por los trotskistas, hizo que los integristas (los fascistas brasileños) desaparecieran después de una batalla callejera. Este es el sentido que debemos dar a la defensa de nuestras luchas, ante los ataques de estos grupúsculos proto-fascistas que se animan a actuar en la actual situación. El ejemplo de la reacción de masa de los estudiantes de la Universidad de Brasilia, UnB, el 29 de noviembre de 2018, expulsando al grupo de treinta seguidores de Bolsonaro que intentaron invadir el campus para «cazar comunistas», apunta el camino de la respuesta. Hay que abrir esta discusión en todas las organizaciones de los trabajadores y de la juventud.

Hay que organizar servicios de orden, servicios de seguridad del propio movimiento u organización en contra de la acción de provocadores en asambleas de sindicatos, de estudiantes, en manifestaciones y debates, una tradición olvidada por el movimiento en general por décadas de militancia en un período de relativa democracia burguesa.

Nuestras banderas y nuestras tareas

La tarea central de los comunistas es construir la organización revolucionaria capaz de reunir a los trabajadores y la pequeña burguesía del campo y de la ciudad, para expulsar a Bolsonaro / Guedes y su gobierno de reaccionarios, establecer un gobierno que rompa con el imperialismo y resuelva las aspiraciones más sentidas del pueblo iniciando la realización de las tareas obreras y socialistas.

La lucha por esta unidad sólo puede tener resultados si los trabajadores levantan bien altas las banderas de la defensa de sus conquistas, de sus reivindicaciones y de la lucha por barrer el capitalismo y establecer el socialismo. Por su desarrollo tardío, históricamente dominado por el imperialismo, la primera condición para la realización, en Brasil, de las aspiraciones de las masas oprimidas y explotadas, es la soberanía de la nación frente al imperialismo. Y esto sólo puede ser realizado por la revolución proletaria y la expropiación del capital. 

Corresponde a la clase obrera la tarea de realización de las medidas anti-imperialistas que la burguesía es incapaz de llevar a cabo como: Cancelar la Deuda Interna y Externa, romper con el FMI, realizar una revolución agraria dando tierra para quien en ella trabaja, re-estatizando todos los Servicios Públicos y las Estatales, así como todas las multinacionales y el conjunto del sistema bancario. 

Esto sólo se puede hacer mediante el combate directamente en el movimiento de masas, en especial en la clase trabajadora y en la juventud, dentro de sus organizaciones reconocidas y en una batalla permanente de exigencia que los dirigentes de estas organizaciones asuman sus responsabilidades y de denuncia de sus vacilaciones y traiciones.

Sólo el combate en la lucha de clases, el estudio de la teoría marxista y de la historia del movimiento obrero y sus combates pueden permitir la construcción de una verdadera organización bolchevique sólida. Y esto pasa por el combate para derrotar al gobierno del capital financiero y del oscurantismo desde ahora.

Esto exige claridad, decisión y disciplina revolucionaria, y esa energía está en la lucha de clases y en el despertar a la lucha política de millones de jóvenes y trabajadores que no están dispuestos a perder lo que conquistaron y anhelan un futuro sin capitalismo, sin guerras y sin sufrimiento, estando dispuestos a sacrificarse para ver nacer un mundo nuevo.

¡Al combate!

¡Socialismo o barbarie!

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