México frente al gobierno de López Obrador

Después del 1° de julio de 2018, México ha estado atravesando por un punto de inflexión muy particular en su historia. Las elecciones fueron un terremoto, las masas las vieron como el momento ideal para pasar a la ofensiva y así vengarse de décadas de ataques. El Estado y el viejo régimen estaban claramente desprestigiados a los ojos de las amplias masas y había una sed de cambio.

Andrés Manuel López Obrador se presentó por tercera vez a las elecciones presidenciales y obtuvo un triunfo avasallador acumulando más de 30 millones de votos, el 53% del total de los votantes. Ni las campañas sucias, ni las acciones fraudulentas (tan tradicionales en las elecciones mexicanas) pudieron evitar la derrota del régimen; impotentes, la oligarquía y sus partidos, vieron su humillante fracaso frente al actuar masivo en la contienda electoral. Piénsese lo que se piense sobre AMLO, es evidente que este fue un claro triunfo del pueblo trabajador que, al echar a un lado a los partidos burgueses tradicionales, ahora quiere que un cambio real se dé y así por fin mejoren sus niveles de vida, su acceso a la salud y a la educación, así como llegue a su fin la violencia barbárica que aqueja al país.

Ante la actual situación, sólo es posible un cambio radical, enfrentándose a los privilegios de la alta burocracia pero ante todo del gran capital. En un capitalismo en crisis orgánica, aún más en un país dependiente económicamente del imperialismo no hay de otra, o el gobierno se posiciona abiertamente del lado de los intereses de los trabajadores con todo lo que esto implica o claudica frente al gran capital. Los gobiernos latinoamericanos, pese a su diversidad, que han significado un giro a la izquierda, han reflejado enormes limitaciones al concentrar sus programas en reformas sin romper con el sistema. Hugo Chávez ha sido el único presidente, en tiempos recientes, que de manera correcta dijo que había que ir al socialismo, aunque murió dejando esta tarea inconclusa. El no acabar con el capitalismo explica las dificultades que atraviesa Venezuela, así como también la derrota de los Kirchner en Argentina, la debacle del FMLN en El Salvador o la destitución de Dilma Rousseff y el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil. Estos acontecimientos, con sus distintos matices, nos muestran no el fracaso del socialismo sino los límites y la debacle del reformismo. 

En México, sacando las conclusiones de estas experiencias recientes, se tiene una enorme posibilidad de transformar la realidad a favor de millones de explotados y pobres. No bastan buenas intenciones, si los cambios se limitan a reformar al capitalismo se terminará aceptando las leyes del sistema, sus profundas contradicciones y sus inevitables consecuencias. Se requiere una política auténticamente revolucionaria que en este momento debe ser anticapitalista y socialista. Pase lo que pase, el gobierno de AMLO será una enorme escuela para el pueblo que ha estado en la primera línea de batalla en los últimos años y al que le debemos la derrota humillante del viejo régimen en las pasadas elecciones.

Un poco de historia

Entender lo que ocurre en México sólo es posible estudiando su desarrollo histórico, sobre todo las tres revoluciones anteriores: la independencia del poder colonial, iniciada en 1810; La Reforma de Benito Juárez y los liberales de mitad de siglo XIX (una auténtica revolución burguesa) y la revolución iniciada con Francisco I. Madero en 1910, seguida por el levantamiento campesino que barrió con el estado porfirista. Estas luchas revolucionarias fueron configurando la nación mexicana y tuvieron como motor a las masas explotadas. Se logró acabar o al menos transformar, en cada caso, a los viejos Estados. El problema es que estos movimientos siempre estuvieron en manos y al servicio de minorías privilegiadas lo cual no terminó de resolver los problemas de las clases explotadas. Eso explica el por qué, pese a que con La Reforma se sientan las bases para que el capitalismo mexicano inicie su desarrollo, surge en pocas décadas una nueva revolución que enarbola demandas sociales que solo podrían ser resueltas a plenitud si las masas trabajadoras mismas, campesinas y obreras, hubieran tomado el poder en sus manos.

Las masas, que derramaron su sangre con su lucha, arrebataron conquistas importantes. Aunque fueron limitadas, sólo podrían haberse desarrollado plenamente si los campesinos se hubieran aliado a la clase obrera y hubieran tomado el poder en sus propias manos, así como ocurrió con Emiliano Zapata en la comuna de Morelos. Esta lucha, a nivel nacional, tendría que haber repartido las tierras pero también nacionalizado la industria para establecer una economía planificada. Eso habría sido posible si en México se hubiera contado con un partido como el de Lenin y Trotsky. Emiliano Zapata lo dijo con toda claridad: “la causa del México Revolucionario y la causa de Rusia son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos”.

El sentimiento nacional se elevó como discurso de los vencedores de la revolución. Para las masas esto ha significado nuestra rica historia de lucha revolucionaria, la liberación de los opresores que muchas veces (aunque no siempre) han venido del extranjero y nuestra amplia cultura, nuestra gente. La naciente burguesía emergía como parte de caudillos constitucionalistas y del nuevo Estado. Ellos usaron el discurso nacionalista como una forma de marchar unidos patrones y obreros, Estado y campesinos, por el progreso del país, donde los principales beneficiados era la casta burocrática estatal y la naciente burguesía, bajo el desarrollo de un capitalismo autóctono que nació dependiente al imperialismo estadounidense. Al final cada caudillo que representaba a la naciente burguesía sucumbía humillantemente ante el imperialismo.

Lázaro Cárdenas, presidente de México entre 1934 y 1940, fue el único gobernante consecuentemente nacionalista. Las masas trabajadoras que habían derrotado al viejo Estado y a su régimen exigían solución a las demandas por las que habían hecho la revolución. Tenían una gran fortaleza frente a una burguesía nacional débil. León Trotsky, quien estuviera exiliado en México durante este gobierno, lo caracterizó como un bonapartismo sui generis. Cárdenas repartió miles de hectáreas de tierra a los campesinos, creó universidades y escuelas para dar educación a hijos de obreros y campesinos y se enfrentó a los imperialismos británico y estadounidense, expropiando el petróleo. Dada la debilidad e ineptitud de la burguesía mexicana, el Estado tuvo que recurrir a las nacionalizaciones para poder generar un cierto desarrollo económico.

El movimiento obrero actuó de forma decidida en este proceso, pero no contó con una dirección revolucionaria que actuara con independencia de clase y verdadero programa socialista. Muchas medidas de Cárdenas debían saludarse y apoyarse, como el reparto de tierra o la nacionalización petrolera, lo cual no significaba que el movimiento obrero confundiera su programa ni abandonara el objetivo socialista. El Partido Comunista Mexicano contó con militantes destacados pero su política de colaboración de clase, frentepopulista, facilitó el que las organizaciones del movimiento obrero terminaran prácticamente fusionadas al Estado. 

Cárdenas tuvo muchas cualidades y dio al Estado y al régimen estabilidad y mucha autoridad frente a las masas, pero al final se eliminó la independencia política de la clase obrera y los campesinos y se desarrolló un Estado corporativizado atando de manos a los movimientos obrero, campesino y estudiantil. Cualquier revolución que no acabe con el mal de la propiedad privada de los medios de producción, poniéndolos en manos del conjunto de la sociedad y destruya el Estado de las viejas clases dominantes, engendrará las condiciones para futuras revoluciones. 

Del milagro al colapso mexicano

El capitalismo tuvo su último gran auge después de la segunda guerra mundial. El capitalismo mexicano vivió, en ese periodo, lo que suele llamarse el milagro mexicano. Además del petróleo e industrias derivadas, las telecomunicaciones, la banca, la electricidad, entre otras ramas industriales, pasaron a manos del Estado. Las luchas llevaron a un cierto estado de bienestar en todo ese periodo. Pero la industria no se desarrolló grandemente ni se eliminó la dependencia económica. La clase obrera mejoró sus niveles de vida, pero cada que desarrollaba una lucha independiente se enfrentó al aparato Estatal que nunca perdió su carácter burgués. El movimiento de 1968 fue el inicio de la ruptura de este régimen, aunque la represión brutal, las concesiones que aun podía dar el capitalismo mexicano y su fuerte control corporativo alargaron su agonía.

El modelo keynesiano mexicano llegó a sus límites a finales de los años 70 donde ya fue incapaz de desarrollar la economía. Desde 1982 se aplicó un nuevo modelo económico en el país, el neoliberalismo. En ese contexto cientos de empresas estatales fueron privatizadas y se inició una ofensiva contra las conquistas obtenidas con las luchas del pasado. Esto llevó a un recrudecimiento de la desigualdad y a una mayor dependencia al imperialismo estadounidense. 

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), aplicado desde el 1 de enero de 1994, el mismo día de la insurrección indígena en Chiapas, profundizó este proceso de desigualdad y dependencia. ¿Quién se ha beneficiado con el TLCAN? Principalmente las empresas monopólicas, algunas mexicanas, pero fundamentalmente las imperialistas. Las exportaciones crecieron, pero la mayoría de estas son de empresas estadounidenses en México. A su vez el TLC llevó al campo mexicano a la ruina, sentando las bases para una mayor migración y el crecimiento de producción para el mercado ilegal de la droga, más rentable para un campesino que busca sobrevivir. 

Hoy vemos el predominio de la economía mundial sobre las nacionales que a su vez se vuelven dependientes de esta. México en particular se volvió dependiente de la economía estadounidense. Casi el 80% de las exportaciones van a este país. Incluso el mercado ilegal del narcotráfico depende del consumo estadounidense. El capital imperialista en la economía mexicana es enorme, la corporación BlakRock tiene activos superiores a 5 veces el PIB nacional e inversiones en todas las áreas económicas principales. Este es el poder real contra el que se enfrentará el gobierno de Morena. 

Un capitalismo decadente

La economía mexicana lleva años estancada con un crecimiento bajo. Con Peña Nieto el PIB creció en promedio 2.1%, siendo el más pequeño en los últimos 5 sexenios. El aumento de la productividad es irrisoria, ha crecido, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, entre 2002 y 2016, un promedio de 0.3% mientras el promedio de los países del mencionado organismo ha sido de 1.2% en el mismo periodo. Todo esto nos habla de un capitalismo, además de dependiente, decadente y nada progresista. El tamaño de la economía ha crecido de 1993 a 2016 en 78%, esto representa una expansión tremenda en todos los rubros, no obstante, el crecimiento promedio anual del PIB es del 2.6%, a todas luces un fracaso del modelo neoliberal. De la misma forma el crecimiento per cápita de 1994 a la fecha solo ha sido del 0.4%. 

Durante los 6 años de gobierno de Peña Nieto la burguesía aprobó reformas clave, muy significativas, como la energética y la educativa y poco antes la laboral. El conjunto de reformas estructurales han llevado a un abaratamiento de la fuerza laboral y a un relativo debilitamiento de las organizaciones sindicales, que a su vez facilita la explotación de los ricos recursos naturales del país por parte de los grandes capitalistas. 

La reforma laboral legalizó la precarización de los nuevos empleos, la facilidad y abaratamiento del despido, lo que abrió el camino para la destrucción de los empleos con derechos laborales y el del aumento del empleo precario. El 74% de los empleos creados en el sexenio de Peña Nieto ganan menos de 3,842 pesos. Un 34% de los trabajadores totales ganan 1 y 2 salarios mínimos y un 26% entre 2 y 3 salarios mínimos. Peña Nieto es el presidente del empleo precario. 

Por otra parte, la inflación ha seguido subiendo, desde 2006 han incrementado su precio los productos de forma desorbitada: la gasolina Magna subió un 47.5%; la carne de res en un 46.82%; el gas doméstico en un 46.6%; los refrescos en un 36.07%; el transporte urbano 29.7% y los medicamentos un 29.7%. Un ataque más a los bolsillos de trabajadores y sus familias. 

Desde 1987, según investigadores del Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM, tomando como medida la Canasta Alimentaria Recomendable (CAR), el poder adquisitivo del salario ha caído en un 80.08% en los últimos 30 años. Más del 42% de la población en México es pobre. El rector de la UNAM ha reconocido que el ingreso de los 10 mexicanos más ricos equivale al ingreso del 50% de los mexicanos, es decir de unos 60 millones de personas. 

A la obscena concentración de capital y crecimiento de la desigualdad se suma la también precoz corrupción del régimen. Se descubrió que Peña Nieto y la antigua familia presidencial tenían su lujosa y multimillonaria Casa Blanca, de igual forma se ha descubierto que otros políticos adquieren mansiones y apartamentos de híper lujo al mismo tiempo que se han saqueado las arcas estatales. Esto explica el enorme descontento y rabia hacia la corrupción. AMLO se ha propuesto como uno de los ejes de su programa el combate a la corrupción, algo que ha sido muy popular entre la población trabajadora.

Otra lacra heredada es la de la violencia. El gobierno de Peña Nieto deja un saldo de 37 mil desaparecidos y 238 mil homicidios. Su sexenio fue incluso más violento que el de Felipe Calderón. El Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal no puede ocultar la violencia en México, según su listado de las 50 ciudades en el mundo con mayor cantidad de homicidios en 2017, 12 están en México y la lista es encabezada por Los Cabos, Baja California, con 111.33 homicidios por cada 100 mil habitantes. Estas cifras de la muerte hablan de un país en estado de guerra.

El régimen del PRI y PAN perdió su capacidad de dar estabilidad y concesiones, de las reformas pasamos a las contrarreformas arrebatando todas las conquistas de la revolución y posteriores luchas. Esto no es más que el reflejo de un gobierno que tiene que administrar a un capitalismo dependiente en medio de la crisis orgánica del sistema. El régimen no tiene una base de apoyo sólida y por el contrario fue creciendo un ambiente de descrédito a los partidos, a los políticos y al Estado en su conjunto. Ese descontento de las masas, en la búsqueda de una alternativa de cambio, llevó a López Obrador y a su partido Morena a ganar con contundencia las elecciones.

El descrédito del viejo régimen

La elección no fue más que la continuación de la lucha que los jóvenes, las mujeres y los trabajadores realizamos en las calles. El ambiente, incluso hoy, es explosivo y cualquier incidente puede generar importantes luchas. Con Peña Nieto vimos el surgimiento de toda una serie de luchas generalizadas que sacaron a distintas capas de las masas a la acción en diversos momentos. En estas se llegó a adquirir un carácter masivo y generalizado pero semi-espontáneo, sin contar con organización o dirección clara que las dirigiera. En los procesos de lucha se buscan mecanismos de organización, coordinación y dirección que lleva a acciones unificadas. En estas luchas también es común que los jóvenes, muchas veces estudiantes, jueguen un papel destacado de primera fila. Al no contar con una dirección definida, estos movimientos tienden a dispersarse, lo interesante es que no lo hacen de inmediato, sino que se prolongan por semanas o meses, como fue el caso de la lucha por la aparición de los 43estudiantes de Ayotzinapa.

En la ofensiva general contra la clase obrera, el régimen atacó frontalmente a los maestros y más claramente a su ala democrática, que eran el sector mejor organizado del movimiento obrero a través de la reforma educativa. La lucha de los maestros se prolongó durante todo el sexenio.

La lucha magisterial contra ésta reforma, que si contó con una organización que logró aglutinar y dar consistencia, fue marcadamente importante y tuvo varias etapas que por lo prolongado llevaron a un nivel de desgaste y a la aplicación paulatina de la reforma educativa durante el gobierno de Peña Nieto. El Estado no estaba dispuesto a ceder. En 2016 el Estado francamente quiso derrotar el movimiento con la represión policiaca, llegando al punto álgido de choque en Nochixtlán y la manifestación de medio millón de personas convocada por AMLO y Morena. El Estado se vio obligado a retroceder porque de seguir así podría provocar un levantamiento revolucionario, el cual no se dio en gran parte por el papel complementario de las direcciones reformistas (Morena) y sectarias (CNTE) que dividieron y frenaron el movimiento.

AMLO desde ese momento, dado el evidente desprestigio del gobierno de EPN ⸻el cual parecía impulsar la lucha de clases en vez de contenerla⸻, se presentó ante la burguesía como el único que podía salvar la situación. Llamó a EPN a una transición pacífica y no aferrarse al poder. En Morena se defendió la posición de que no era posible dar una ofensiva para derribar a EPN porque eso llevaría a la ruina del Estado y no se podía reconstruir al país sobre sus despojos. La táctica fue esperar a las elecciones.

La presión de la base de Morena llevó a que inicialmente se declarara que este partido debía aliarse para las elecciones con los movimientos y organizaciones sociales. La llegada de Trump a la presidencia de EEUU y sus histéricos ataques contra los mexicanos fueron el pretexto perfecto para justificar una política frentepopulista, de conciliación descarada de clase y alianza con sectores y representantes de la burguesía. El argumento es que ahora era la nación misma la que estaba en peligro y por tanto se necesitaba la unidad nacional, la mayoría de los intelectuales de izquierda de Morena justificarían esta posición menchevique, reaccionaria. 

AMLO impulsó la firma Acuerdo por la Unidad para la Prosperidad del Pueblo y el Renacimiento de México haciendo mítines en plazas públicas en donde firmaban el acuerdo distintos elementos provenientes del priísmo, perredismo, panismo y algunos empresarios, combinado con luchadores sociales, dirigentes sindicales y campesinos, intelectuales, artistas, etc.  Eso fue sentando las bases para después abrir de par en par las puertas para que en la campaña, y ahora en el gobierno, se incluyeran a elementos de la derecha y de los otros partidos. La lógica de AMLO fue aprovechar las fisuras en la derecha y dividirlas para fortalecerse y debilitar a sus oponentes. Esto se hizo de forma pragmática haciendo concesiones políticas que cobrarán su factura en el futuro. 

Morena

Un importante sector de la base de Morena ha mantenido críticas y sospechas a las alianzas con la derecha, aunque finalmente aceptándolas porque se vendió la idea de que esta era la forma de asegurar el triunfo de AMLO. Es esta base la que se ha esforzado por construir este partido y hacer una campaña militante para asegurar el triunfo electoral pero es evidente que en Morena se ha venido fortaleciendo una burocracia cupular.

Poco tiempo después de las elecciones se realizó un congreso extraordinario que es muy ilustrativo del ambiente. La asistencia a la sede fue verdaderamente masiva, militantes no congresistas obligaron a la burocracia a que se les permitiera entrar. AMLO dio un discurso muy a la izquierda explicando a su base que no está dispuesto a traicionar y argumentando más enfáticamente su programa social, incluso reivindicando el papel de elementos de la derecha por la democracia, pero también de luchadores obreros e incluso abiertamente comunistas. 

En el congreso de Morena, pese a todas sus limitantes, en las pocas participaciones que permitieron a la militancia, se expresaron las críticas a la burocracia, incluyendo a los principales dirigentes del partido. Eso refleja el ambiente real de giro a la izquierda y de confianza tras su triunfo. El congreso, contrario al ambiente, acordó la suspensión temporal de las elecciones de los encargos de dirección del partido. No podemos descartar que en el futuro ese ambiente critico puede traducirse en la articulación de un ala izquierda.

El resultado electoral

Los resultados electorales fueron la continuación del proceso de descontento y desconfianza que ya se había manifestado en las calles como en el caso Ayotzinapa, en la lucha magisterial, en la lucha contra el aumento al precio de la gasolina o en la autorganización popular tras los terremotos. Son un representativo ejemplo del cuestionamiento al viejo régimen, que no es más que la expresión de la inviabilidad del actual sistema capitalista. AMLO triunfó con más de 30 millones de votos, obteniendo el 53.19% del total de los sufragios emitidos. Ricardo Anaya, el candidato del PAN-PRD obtuvo 22.27% de la votación, el PRI con su candidato José Antonio Meade colapsó llegando a un 16.4% y el Bronco, candidato independiente, el 5.23%, sacando más votación que el PRD, PVEM, PES, PANAL y Movimiento Ciudadano, que en términos reales no alcanzaron la votación para mantener su registro y han maniobrado para mantenerlo vía la cantidad de legisladores. La elección fue una especie de insurrección electoral donde las masas barrieron con el pasado y que han jugado un roll similar a las elecciones de 1931 en España que acabaron con la Monarquía. El régimen del PRI, surgido como hijo bastardo de la revolución, cayó con esta elección. Este no es un acontecimiento menor. Durante la primera parte del sexenio de AMLO veremos oscilaciones entre el viejo régimen que se aferra a continuar existiendo y los sectores más a la izquierda en Morena que empujarán por transformar la vieja estructura de gobierno.

AMLO ganó en 31 de los 32 estados del país; Ricardo Anaya, el candidato del PAN-PRD, ganó solamente Guanajuato con 40% de los votos. En 20 de estas entidades el candidato presidencial de Morena sacó más del 50% de los votos y en algunos la victoria fue aún más arrolladora. Los 10 estados donde López Obrador tuvo más apoyo fueron Tabasco con el 80.08%, en Tlaxcala el 70.59%, en Quintana Roo el 67.13%, en Morelos el 65.95%, en Oaxaca el 65.27%, Nayarit el 65.13%, Sinaloa el 64.43%, Baja California Sur el 64%, Baja California el 63.88% y Guerrero 63.05%. El PRI no ganó ninguna elección estatal, Morena tuvo triunfos significativos como el de Veracruz y la Ciudad de México; en Puebla se dio un fraude descarado con robo de urnas y algunos homicidios brutales el día de la elección. Eso desató una lucha contra el fraude perpetuado por los panistas. En el Estado de México, que desde que existe el PRI lo ha gobernado, no pudo ganar ni en su bastión Atlacomulco. El gobernador priísta ahora tiene que gobernar con un congreso local morenista.

El PRI era un partido Estado que ha vivido del presupuesto estatal y que hoy tiene que replegar sus fuerzas y refugiarse en los huecos que el Estado les permite para tratar de obtener algunos recursos. Pero del enorme pastel les ha quedado una pequeña rebanada con miles de bocas hambrientas. Esto será como una pelea de gatos en un costal. 

El PRD, el viejo partido de oposición, pagó caro su política conciliadora al entrar al Pacto por México, apoyar las reformas de Peña Nieto y aliarse con el PAN. No obtuvo ni un 3% de apoyo electoral, está en franco estado de disolución.

Todos los partidos de la derecha están en crisis y no se ve salida inmediata de ella, es posible que en el futuro la burguesía construya una nueva formación política que busque limpiar el pasado, pero hoy se tiene que apoyar en sus debilitados partidos para complementar su lucha contra el nuevo gobierno. La táctica a seguir por parte de la burguesía oligárquica no es, debido a su debilidad, la de una lucha frontal sino más bien una especie de guerra de guerrillas con pequeños golpeteos para desgastar al gobierno mientras se presiona para buscar ciertas concesiones y provocar mayor moderación por parte de AMLO. Pocos días antes de asumir el cargo de Presidente, Carmen Aristegui entrevistó a AMLO quien reconoció que no atacaba frontalmente a los de arriba porque sería auto boicotearse pues generaría inestabilidad. Un grupo de empresarios, a los que antes López Obrador llamó la mafia del poder, se propusieron asesorar al nuevo gobierno y tendrán reuniones periódicas con el nuevo presidente en un claro intento de buscar defender sus intereses.

El estilo de trabajo

Una primer medida que AMLO tomó fue la de reducirse el salario, ganando 40% menos que su antecesor EPN. Cada mañana da una conferencia de prensa respondiendo de manera directa a las preguntas de los reporteros. Se le ha visto viajando en aviones comerciales y ha puesto en venta el lujosísimo avión presidencial adquirido por Peña Nieto. Muchas personas han compartido en redes sociales sus fotos y videos cuando se han encontrado a AMLO en un avión, en una terminal aérea o en la calle en su auto. La exuberante mansión de Los Pinos, donde han vivido los presidentes en los últimos 80 años se convirtió en museo y centro cultural el mismo día que AMLO asumía la presidencia, ha sido visitado por cientos de miles de personas comunes, familias campesinas, obreras e indígenas. Antes de entregar este palacio, sus fastuosos muebles, bajillas y antiguos cuadros fueron extraídos por la pasada administración. Otro caso es el de Palacio Nacional, que retiró las vallas metálicas que lo rodeaban. Estas medidas pueden ser simbólicas sí, pero los símbolos pueden tener una gran importancia. Muchos trabajadores ven a este gobierno más cercano, lo identifican como suyo y lo apoyarán y defenderán de los ataques de la reacción.

Otro cambio sustancial es que AMLO ha realizado ya dos consultas populares incluso antes de asumir la presidencia. Por pedir la opinión de la gente común la reacción le ha llamado dictador, algo por lo menos paradójico. Las consultas son positivas pero limitadas, han tenido errores en su realización y una participación relativamente baja en comparación con la que se tuvo en la pasada elección, rondando alrededor del millón de participantes. En ese contexto dichas consultas han servido para dar un aval a los programas de AMLO. 

La primera consulta realizada en el periodo de transición se llevó a cabo para decidir sobre el futuro del nuevo aeropuerto. El gran proyecto del sexenio de Peña Nieto era la construcción de una enorme terminal aérea sobre el terreno fangoso del antiguo lago de Texcoco que sólo logró avanzar en poco más de un 20% de la obra en su primera etapa, teniendo ya enormes consecuencias ecológicas como la devastación de cientos de cerros y poniendo en peligro el suministro futuro del agua para la ciudad. Los marxistas no estamos en contra del desarrollo pero en un país con tanta pobreza y desigualdad, donde sólo uno de cada 10 mexicanos ha viajado en un avión, este no es de ninguna manera una obra prioritaria. Además, el objetivo central era que, con ayuda y las mayores facilidades del Estado, un pequeño grupo de empresarios como Carlos Slim, Bernardo Quintana, Carlos Hank Rohn, Vázquez Raña e Hipólito G. Rivero, que tenían 51% de las inversiones, se beneficiaran. 

En un tiempo reducido se realizaron cientos de foros, brigadas y algunas manifestaciones en contra del aeropuerto. El Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra liderado por los habitantes de San Salvador Atenco, de manera correcta, hizo un llamado al nuevo gobierno para que cancelara el aeropuerto, su política no enfrentó a la base de Morena que también se opuso a dicho proyecto y finalmente este se echó abajo, abriendo el camino para la rehabilitación del aeropuerto de Toluca y la ampliación del de Santa Lucia con pistas civiles. Esto ha llevado a una enorme crítica de la gran burguesía, pero sin finalmente poder evitar la cancelación de la construcción del aeropuerto de Texcoco.

El proyecto de Toluca-Santa Lucia, sin embargo, no elimina la lógica de intervención del capital privado, cuando lo ideal sería que esta fuera una obra claramente estatal para que el conjunto del pueblo se beneficiara. 

Hay una enorme ilusión de millones de trabajadores en el nuevo gobierno. El triunfo de AMLO canalizó un descontento acumulado de muchos sectores. Hubo, por ejemplo, votantes que históricamente lo hacían por la derecha que desilusionados votaron por AMLO. Este tipo de sectores también pueden ser los primeros en retirar su apoyo a López Obrador y podrían ser, bajo una campaña mediática de ataques permanentes, base de una futura oposición o al menos dejar de ser afines. 

Acciones del gobierno que planteen cambios serán bien recibidas y animarán la confianza del pueblo trabajador en el gobierno, aunque no solucionen problemas de fondo. El gobierno que asume AMLO se erige sobre ruinas. La dirección dirá que no es fácil cambiar las cosas y pedirá paciencia, la gente justificará, durante todo un periodo de tiempo, las acciones del gobierno, aunque no sean las mejores y haga concesiones a la burguesía. Habrá una luna de miel que es difícil saber cuánto durará, pero eso no significa que habrá un permanente cheque en blanco. Las masas pondrán a prueba los métodos y el programa del reformismo, lo cual será una gran escuela.

El programa de AMLO

El programa de AMLO incluye una serie de concesiones como lo son dar becas a estudiantes y aprendices de algún oficio, así como pensiones a adultos mayores y hacer un seguro universal mejorando en general el sistema de servicios de salud nacional. Estas son medidas muy positivas que deberían ser, de hecho, el primer paso para iniciar una ofensiva para mejorar los niveles de vida de las masas revirtiendo todas estas décadas de ataques. Seguro que esto ganará una base de apoyo al gobierno, pues todos los anteriores del PRI y el PAN en vez de concesiones sumaban agresiones. El problema es que estas medidas se sustentan en gran parte en un presupuesto estatal muy limitado, que se trata de estirar combatiendo gastos innecesarios, bajando en cierto nivel los privilegios de la alta burocracia y combatiendo la corrupción. Incluso teniendo éxito en aumentar los recursos esto representa un límite para avanzar más lejos en la recuperación de los niveles de vida del pueblo trabajador.

AMLO tiene un margen estrecho para actuar si se basa en el terreno de la legalidad imperante (creada para defender los intereses de la clase dominante). De entrada, gran parte del presupuesto está ya destinado, el mismo AMLO lo ha dicho. Por poner sólo un ejemplo, declaró que se puede invertir solamente 500 mil millones de pesos (mmp) en obras sociales mientras que para el pago de intereses de la deuda externa se tienen que destinar 800 mmp. La deuda externa es solo una de las medidas que mantiene el imperialismo para trasladar su crisis y mantener su dominación, la deuda es impagable, pero ésta ya se ha pagado más de una vez a través de los intereses. 

En su momento Benito Juárez, siendo presidente, se opuso al pago de la deuda externa a las potencias imperialistas pues era la única forma de sacar a la nación adelante. Si dices A tienes que decir B y C. Después de eso, el gobierno liberal y el pueblo de México tuvieron que enfrentar una cruda lucha que finalmente se ganó y fue así como realmente nació este país.

AMLO ha dicho que no quiere confrontar abiertamente a los de arriba porque generaría inestabilidad, es seguro que eso pasaría en lo inmediato, pero a la larga la única forma de que las masas que lo llevaron al gobierno vean sus aspiraciones resueltas es con una lucha frontal contra los privilegios de explotadores nacionales e imperialistas. Así como no se puede convencer a un tigre que se vuelva vegetariano no se puede cambiar la naturaleza explotadora de la burguesía, si para este gobierno primero están los pobres entonces deberá ser consecuente con dicha premisa.

AMLO quiere provocar un desarrollo económico desde la lógica capitalista. Para ello, entre otras medidas, insiste en crear dos refinerías, así como también un tren que permita el paso de mercancías en la región del istmo que comparten Veracruz y Oaxaca; ha propuesto construir el tren maya que conecte las zonas arqueológicas de la península de Yucatán proponiendo también la creación de zonas de comercio especiales. 

AMLO lo que busca es un capitalismo que funcione con importante crecimiento económico para que eso signifique cierta mejoría en los niveles de vida de los más pobres y se gobierne de manera honesta, sin corrupción y de forma republicana y soberana. Eso debería ser completamente razonable desde la lógica capitalista, pero no es así. El capitalismo no acepta reformas y el gran capital reaccionará contra AMLO. La oligarquía intentó de mil formas que no fuera electo presidente y ahora recurre a una doble táctica; buscar dialogo para moderarlo por un lado mientras que por el otro golpetearlo constantemente sin descartar en algún momento incluso ir a una ofensiva abierta en contra del nuevo gobierno.

Por otro lado, el problema es que el capitalismo está en una fase decadente y una nueva recesión en los EEUU será inevitable. Las contradicciones actuales del capitalismo son tan profundas que las potencias económicas están al borde de una guerra comercial y la estrategia de Trump es introducir medidas proteccionistas para exportar la crisis al resto del mundo. El enemigo principal que vencer es China y eso lo obligó a llegar a un acuerdo temporal con Canadá y México, ratificando el Tratado de Libre Comercio, pero no sin antes introducir condiciones más severas contra México y Canadá. Si bien se ha llegado a un acuerdo temporal no significa que en el futuro no pueda venir una nueva ofensiva proteccionista, incluso que eche abajo este tratado, que tendría consecuencias catastróficas para México. Si a EEUU le da gripa a México le dará una pulmonía. 

La lucha por el petróleo

La expropiación petrolera fue la conquista clave de la revolución. Peña Nieto avanzó sin obstáculos para desmantelar esta conquista con su reforma energética. Si bien Pemex, la industria estatal petrolera, se mantiene como propiedad del Estado, ha perdido el monopolio del sector y el capital privado ya interviene, lo cual representa que una importante parte de ganancia se la lleven a sus bolsillos sin entrar a las arcas nacionales. Este no es el único problema, a eso hay que sumar que desde diciembre de 2013 a inicios de 2018 la productividad petrolera cayó en un 26%. En esto ha afectado las fluctuaciones del mercado mundial que llevaron al petróleo a precios muy bajos sumando factores como el colapso del gran complejo Cantarell. 2017 fue el año de menor producción petrolera en nuestro país en los últimos 38 años, México ya tiene que importar crudo. 

Cuando inició el gobierno de Peña Nieto se importaba 363 mil barriles diarios de gasolinas, para noviembre de 2017 ya se había incrementado en un 75% las importaciones al llegar a 637 mil barriles diarios. En 2016 el déficit de exportaciones de crudo y de importaciones de gasolina ya refinada fue de 2 mil millones de dólares. 

La reforma energética ha repercutido directamente en la recaudación estatal. La comercialización del petróleo representaba el 45% del presupuesto federal en 2008 y para el 2018 solo representa el 16.7%. Peña Nieto tuvo que recurrir a un impuesto en el precio de la gasolina que sumada a la liberación de los precios del sector y la libre competencia ha llevado a un aumento de casi el 60% del precio de la gasolina, lo cual provocó una explosión social al iniciar 2017, misma que en algunos estados, como Baja California, adquirió un carácter insurreccional. 

Antes de aplicar la reforma energética, Peña Nieto sostuvo una política de desmantelamiento y descuido de Pemex. AMLO recibe esta industria clave con baja productividad, con deterioro de su infraestructura, con una volatilidad en el precio internacional del combustible, etc. 

Véase por donde se vea la reforma energética no ha sido nada benéfica para el pueblo mexicano. AMLO llamó a luchar en 2008 contra la privatización de Pemex y durante el gobierno de Peña Nieto, igualmente lo hizo, aunque en ese momento no quiso aliarse con los maestros en lucha lo cual facilitó su aplicación. Obrador señalaba que detener la reforma energética era clave pues esta abriría a la iniciativa privada (al extranjero como él dice) esta industria que pertenecía a todos los mexicanos.

Hay un problema muy serio que sumar, que es el del robo de combustible. El crimen organizado, que se ha enraizado en el mercado de la droga no se ha quedado ahí. Estos carteles han penetrado las estructuras de Pemex para robar el combustible, vendiéndolos a precios más bajos del Estado e incluso exportándolo a EEUU. AMLO busca revertir a estos ladrones de petróleo, llamados popularmente huachicoleros. Ha destituido a funcionarios implicados en este robo y con el ejército tomado el suministro central del combustible, con el que se puede contrarrestar parcialmente la información que requiere el crimen organizado para ordeñar los ductos. El crimen organizado, para asegurar sus negocios, ha usado como método la compra de las fuerzas armadas. 

Combatir al crimen y la corrupción de arriba para abajo no elimina este peligro que puede nuevamente replicarse en este gobierno. Parte de la lucha por el control de los energéticos es eliminar la estructura burocrática del sindicato petrolero gansteril, lo cual implica su democratización. La entrada al gobierno de AMLO ha cimbrado las estructuras corporativas sindicales ligadas al Estado, abriendo fisuras en las cúpulas de la burocracia, pero también luchas desde abajo por la democratización de los sindicatos. En el sindicato petrolero ya hemos visto algunos indicios de la base trabajadora por democratizar algunas secciones. Esta no será una batalla simple y depende en última instancia de la capacidad de construir corrientes democráticas sólidas emanadas de la base y capaces de vencer a los charros, a los burócratas sindicales.

El espejo latinoamericano

México tiene la ventaja de haber llegado con cierto retraso al proceso de giro a la izquierda en Latinoamérica y puede verse reflejado en el espejo de otros gobiernos. Ese retraso ha permitido que las contradicciones en México se acumulen más fuertemente, reflejadas tanto en el desgaste del régimen como en la rabia contenida en las masas dispuestas a luchar por cambiar su realidad. Muchos gobiernos creados por la lucha y la búsqueda de cambio de las masas tuvieron la ventaja de contar con un boom económico donde diversas materias primas, iniciando por el petróleo, tenían buenas ventas y alcanzaron precios altos. Estos gobiernos tuvieron margen para dar algunas reformas, pero al caer la crisis, se han venido abajo muchas de estas.

AMLO, ya en su primer proyecto presupuestario planteó recortar recursos a las universidades y a la cultura, al final rectificó, pero si incluso ahora, al inicio de su sexenio esto se plantea, con una recesión abierta las medidas que haya podido llevar adelante a favor de la población podrían venirse en gran medida abajo.  No se puede combatir un cáncer con una aspirina, no se requiere reformas sino una revolución, un programa que vincule las demandas inmediatas y concretas de las masas pero que vaya al socialismo, expropiando a los grandes empresarios corruptos y explotadores. Esto aseguraría una mejor distribución de la riqueza y permitiría planificar la economía para asegurar su desarrollo. AMLO quiere separar el poder económico del político, el Estado puede elevarse por encima de la sociedad, pero en realidad estos poderes no pueden estar separados y obedecerán a la lógica del sistema imperante. Si se deja el poder económico a los capitalistas, estos lo usarán para boicotear y contrarrestar las políticas que beneficien a las masas y afecten a la burguesía. Contrario a esto AMLO incluso ha convencido a empresarios que apoyen económicamente algunos programas como el de dar becas, lo cual puede ser un elemento de chantaje a futuro y poner en un riesgo su concreción.

Dentro del programa de AMLO, los empresarios son importantes pues necesita de su inversión y busca, apoyándose en los consejos de sus asesores como el empresario Alfonso Romo, atraer su confianza e inversión. Sus proyectos de infraestructura más ambiciosos serían en colaboración de la inversión estatal y la de los empresarios privados. Incluso atrayendo su confianza a los proyectos del nuevo gobierno no hay garantías de conseguir el desarrollo desde la lógica capitalista. Por ejemplo, en los municipios fronterizos del norte del país, se ha establecido una zona económica especial. Se ha aprobado un salario mayor que genera una mayor competencia de la fuerza laboral, que puede incrementar la productividad. También, entre otras medidas, se ha reducido el pago de impuestos a un 50% para atraer la inversión capitalista. Con eso se intenta fomentar un desarrollo económico de la frontera norte de México, pero esto se puede venir abajo de la noche a la mañana si EEUU entrara en franca recesión. En realidad, el desarrollo de la economía mundial y en particular la de EEUU., será uno de los factores decisivos que determinarán en gran medida las presiones a que será sometido el nuevo gobierno y, de no aplicar medidas revolucionarias, puedan revertir las pequeñas mejoras que impulsa.

El reto del combate a la violencia

Un punto central que debe resolver AMLO es el combate a la violencia que se ha vuelto insoportable. Sus votantes son los primeros en exigir justicia por los 43 de Ayotzinapa, este es el caso más visible pero el país está lleno de historias desgarradoras similares. Se han realizado dos diálogos nacionales por la paz, la verdad y la justicia, antes de que asumiera posesión el nuevo gobierno y las víctimas. En el segundo de ellos AMLO estuvo presente. Padres y madres de desaparecidos alzaban juntos las fotos de sus hijos, tomaban la palabra y contaban sus historias de dolor, algunos en medio de las lágrimas o cayendo desmayados de tanta impotencia. Javier Sicilia, el poeta que perdió a su hijo y encabezó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, estaba presente moderando las reuniones.

AMLO ha llegado a hablar de reconciliación y perdón, pero en un país desgarrado no será fácil de aplicar esa sentencia. Ni perdón ni olvido, es lo que muchas víctimas tienen en sus mentes y corazones. Justicia es lo que se quiere y AMLO afirma que la habrá. Hay, al igual que con el caso Ayotzinapa, esperanza pero no un cheque en blanco.

Todo este ambiente está ligado al proceso de deterioro de los niveles de vida de las masas que han sentado las bases para la descomposición social y el desarrollo del crimen organizado. Los grandes carteles de la droga, que en sus cúpulas son grandes capitalistas ilegales, buscan el monopolio de cualquier negocio ilícito. Son estructuras poderosas y para hacer efectivo su combate se les debe también combatirles económicamente, obstaculizando el lavado de dinero e incautando sus bienes y cuentas bancarias.

La propuesta central de AMLO es crear una Guardia Nacional fusionando a las policías Federal, Naval y Militar. Esto ha traído, con toda lógica, muchas dudas y fuertes críticas por parte de las víctimas de la violencia y organizaciones que las han respaldado. Esto se ha visto como una justificación de la militarización contrario a lo que AMLO dijo, en algún momento de su campaña, que regresaría el ejército a los cuarteles.

¿Quién nos asegura que las fuerzas armadas ahora actuarán a favor del pueblo y no serán infiltrados por el crimen organizado? El problema no es el soldado que viene de una comunidad campesina o es un desempleado de la ciudad y busca salir adelante, sino que el actual Estado está podrido y sus instituciones se han creado para defender los intereses de ese mismo Estado y del gran capital.

La única garantía sería que existiera un control del pueblo sobre las fuerzas armadas, eligiendo dirigentes que no tengan ningún tipo de privilegios. En términos reales es necesario cambiar su actual carácter, destruyendo las actuales instituciones y el aparato estatal en su conjunto, sustituyéndolo por uno que represente los intereses del pueblo trabajador.

El carácter del Estado

AMLO trata de solucionar desde arriba una serie de problemas profundos. La violencia podría combatirse, como está demostrado en México, con la organización de las bases como es el caso de las policías comunitarias y las movilizaciones de masas. Pero en vez de sustentarse en métodos revolucionarios lo que se hace es restructurar el Estado y apoyarse en las fuerzas armadas. Algo similar ocurre con el combate a la corrupción, que en realidad solo podría solucionarse de manera eficaz con la organización de los trabajadores ejerciendo control obrero en cada dependencia gubernamental y eliminando privilegios. Un ejemplo muy bueno de un Estado austero con efectivo control anticorrupción fue la Comuna de París. Ahí los funcionarios no redujeron sus privilegios, sino que casi se erradicaron, nadie podía tener un salario mayor al de un obrero calificado. Reducir los salarios de la alta burocracia es positivo, pero insuficiente. Alguien que gana 100 mil pesos sigue siendo altamente privilegiado mientras en la misma oficina puede haber alguien que gane apenas 3mil 500 pesos mensuales.

El marxismo se basa en el mundo real tal y como es. El problema del Estado es complejo. México ha tenido un peculiar desarrollo y conformación de su Estado, surgido en de una revolución que al final fue ganada por la naciente burguesía. Pese a todas las peculiaridades que pueda haber siempre es bueno regresar a la necesaria teoría iniciando con las ideas básicas y fundamentales. El Estado ha sido y es un aparato de opresión al servicio de las clases gobernantes que utilizan esa estructura para, por la vía del control ideológico y la represión abierta, mantener sus privilegios. Engels lo definió como un cuerpo de hombres armados en defensa de la propiedad.

¿Cómo la clase obrera puede entonces construir una sociedad en su beneficio? Marx entendió que antes de la era del proletariado, con cada revolución del pasado, el Estado se perfeccionaba en interés de la defensa de la clase gobernante y que no se podía simplemente tomar posesión de él, había que destruirlo. La Comuna de París demostraría a la historia y al propio Marx que ese viejo Estado debía ser sustituido por un Estado de los trabajadores, sin privilegios y basado en su organización revolucionaria. ¿Esto está alejado de la realidad mexicana? Definitivamente no, existen varios ejemplos que lo muestran. 

Podemos poner como ejemplo al pueblo de Cherán Kéri, en la zona purépecha de Michoacán, donde en 2011 las mujeres se rebelaron contra los talamontes ligados al crimen organizado, eso fue el ejemplo para el conjunto del pueblo que con su lucha echó de su comunidad a los grupos delincuenciales. Las fuerzas armadas corrompidas del Estado actuaban, como ocurre muchas veces en México, como protectoras y colaboradoras de la delincuencia. La única garantía que tuvo la comunidad de mantener su seguridad fue tomar el poder en sus manos. Ocuparon la alcaldía, echaron fuera al poder Estatal y lo sustituyeron por un gobierno basado en la organización de la comunidad. Este es un embrión de un Estado de los trabajadores, que debería extenderse a nivel nacional. 

AMLO no usa métodos revolucionarios. La desaparición de corporaciones policiales y su fusión en la guardia nacional, que tiene como base al ejército, busca ser su apoyo para desde arriba combatir la criminalidad. El nuevo gobierno no busca la desaparición de Estado sino su depuración y reforma. 

AMLO se ha basado en un discurso que busca atraer a las bases del ejército, pues vienen en gran parte de las comunidades campesinas del país y las zonas urbanas pobres. Ha relatado que el ejército nació de la revolución y tiene una tradición disciplinada, que nunca ha llevado a cabo un golpe de Estado. Es posible que el ejército sea la institución armada menos corrompida, pero tiene un historial negro que incluye la Matanza de la Plaza de las Tres Culturas, la guerra sucia en los años 70, su participación en la desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa y demás represiones obreras, campesinas y estudiantiles. 

El Estado mexicano tiene un claro carácter burgués y defiende en última instancia los intereses de esta clase. Puede reaccionar anulando a los elementos ajenos a su organismo que busquen un interés distinto. No se trata de reformar el Estado sino de destruirlo para ser sustituido por un Estado de y para los trabajadores.

Altos funcionarios burocráticos no están conformes con la reducción de sus privilegios ni el combate a la corrupción, por muy limitados que estos sean. La oligarquía de igual forma prefiere el viejo esquema donde el Estado era su nodriza que lo amamantaba permitiendo su desarrollo. Un amplio sector de la burguesía legal ha sido beneficiado del sistema de corrupción e incluso del crimen organizado. La reacción incluso se opone a las reformas del Estado dentro de los límites de su sistema.

Tendencias bonapartistas

El escenario que tenemos es un presidente que no goza con el respaldo fiel de los sectores oligárquicos tradicionales, lo que no implica que busquen acuerdos y le presionen para que mantenga la aplicación de al menos parte de su programa. Pero esta oligarquía no tiene una base de apoyo fuerte en la sociedad para poder afrontar las reformas de este gobierno. Por otro lado, hemos visto a los trabajadores que han recibido golpes, pero no a un nivel de ponerlos sobre la lona. De hecho, la presión que durante todo el sexenio pasado hizo la CNTE y el contundente triunfo electoral de las masas en las pasadas elecciones se está traduciendo en la caída de la reforma educativa. El capitalismo ha desarrollado una solución intolerable para las masas que han agotado su paciencia. Sin embargo, la lucha de los trabajadores del campo y de la ciudad y sus hijos no fue capaz de hacer retroceder, por la vía de la lucha en las calles, al Estado. Ello hubiera requerido acciones como una huelga general o un movimiento insurreccional extendido. El viejo régimen y las instituciones estatales llegaron a un enorme grado de descrédito y una situación volátil, que aún se mantiene hoy, donde cualquier incidente puede levantar grandes movilizaciones de descontento.

Lo que tenemos ante nosotros es una burguesía sin la suficiente fuerza para aplastar la lucha de los jóvenes, del pueblo trabajador o de un movimiento obrero. Un gobierno que capitalizó en su triunfo electoral a partir del descontento popular, generando esperanza frente a las masas. En ese contexto, AMLO tiene, en el momento de iniciar su gobierno, una enorme autoridad y margen de acción. Seria completamente factible apoyarse en la lucha de las masas para hacer retroceder al gran capital, pero él ha preferido reformar el Estado, usar a las masas como un auxiliar con el cual hacer contrapeso para impulsar sus reformas y apoyarse en gran parte en el ejército para llevar adelante su programa.

AMLO no quiere que las cosas sigan tal cual y lleva adelante medidas con las cuales no están de acuerdo sectores tradicionales de la burguesía. AMLO tampoco lleva adelante un programa que acabe con la explotación y los privilegios de la clase capitalista, aunque da concesiones a los trabajadores. AMLO se balancea entre las clases y podrá dar concesiones a una u a otra, aunque su proyecto es la restructuración del Estado y el desarrollo capitalista. 

Equilibrio y contradicciones

Este gobierno es resultado de todo un periodo de luchas que han barrido con el viejo régimen que, sin embargo, busca su supervivencia. Uno de los elementos determinantes en esta ecuación ha sido la participación activa de las masas. Evidentemente el papel de la dirección es determinante. AMLO no es socialista, pero señala que quiere hacer una transformación al mismo nivel que las pasadas tres revoluciones (Independencia, Reforma y Revolución), que aspira a la 4ª transformación de México. Pero también es determinante el actuar de las masas que no se quedarán con los brazos cruzados para mejorar sus condiciones de vida. Presionarán a este gobierno y lo harán girar a la izquierda, ya se consiguió bajo la presión, por ejemplo, evitar la reducción presupuestaria al sector cultura y a las universidades.

El capitalismo en su etapa actual no tolera reformas. La gran burguesía tiene que esperar mejores tiempos para actuar con una ofensiva frontal. Cuando tenga la fuerza no dudará en intentar golpes de estado, golpes legales o fomentar acciones ultraderechistas con ataques reaccionarios. La ultraderecha está histérica y subterraneamente se desarrolla. 

Hay una especie de equilibrio inestable que tarde o temprano se romperá, hacia mediados de este sexenio veremos fuertes confrontaciones de clase. Una ofensiva directa contra el gobierno de AMLO puede desatar una reacción masiva de los trabajadores en su defensa. 

En el periodo de transición, entre la jornada electoral y la toma de posesión del nuevo gobierno, un ataque a una manifestación por golpeadores pagados (algo que parece una abierta provocación), desató en pocos días una huelga y manifestaciones masivas de todas las escuelas de la UNAM, la universidad más grande de América Latina. Se tenía todo el potencial para el desarrollo de un movimiento más fuerte y prolongado, lo que no se consiguió por la debilidad de la dirección revolucionaria en el movimiento estudiantil. Pero eso muestra cual es el ambiente real por debajo de la superficie y que cualquier suceso adverso puede desatar las fuerzas contenidas.

El movimiento obrero se manifestó en el pasado sexenio, pero muchas veces con huelgas ilegales, aunque en otras, debido a la enorme presión y los cambios a la legislación laboral, sucumbieron y el Estado logró inhibir las huelgas. Esa enorme presión contenida, ahora liberada, se manifestará en luchas por la democracia sindical y por los derechos laborales.

El gobierno de López Obrador será una enorme escuela para millones de trabajadores. Se pondrá a prueba el programa de reformas que desde nuestro punto de vista mostrará enormes limitantes pues el capitalismo en su etapa decadente no da margen de acción. AMLO puede verse obligado a ir más a la izquierda de lo que quiere, las masas, a las que se debe su triunfo, presionarán y pondrán su sello en la ecuación.

Debemos confiar en la organización de las masas; de los obreros, de los campesinos y los estudiantes. Esa es la clave. Ningún cambio profundo se ha conseguido sólo de arriba abajo. Por muy honestos e incorruptibles que puedan ser los dirigentes, no se puede cambiar la sociedad sin la organización y participación activa de las masas trabajadoras. La clase obrera, las mujeres, los jóvenes, los campesinos, los artistas… debemos enarbolar nuestras demandas y exigir al nuevo gobierno sean cumplidas y no ceda ante las presiones del gran capital. 

Desde nuestro punto de vista es necesario construir además una tendencia claramente socialista tanto en los sindicatos como en el movimiento estudiantil, en las organizaciones, en las luchas de las mujeres y en la propia base de Morena. Para que los cambios profundos a los que aspira el pueblo trabajador y por los que se votó a Andrés Manuel López Obrador, sean cumplidos a plenitud, es necesario que la lucha no se quede a mitad de camino. AMLO ha dicho que no hará expropiaciones, Lázaro Cárdenas vio que esta era la única forma de hacer avanzar a la sociedad oponiéndose consecuentemente al imperialismo. López Obrador estará sometido a la presión de las distintas clases y no podemos descartar que pueda tomar medidas serias, bajo la presión de la masa, contra el gran capital. Se debe arrebatar el poder económico al gran capital nacional e imperialista y con este sus privilegios y la desigualdad. El único programa consecuente es el programa socialista y por eso, los sectores más conscientes de la clase obrera, las mujeres y la juventud, debemos luchar con firmeza y sin sectarismos vinculados el proceso general de lucha de clases al que ha entrado el país, mismo que nos da enormes posibilidades de transformar nuestra sociedad.

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