Bolivia: ¿Capitalismo andino-amazónico o revolución socialista?

Con la llegada al poder de Evo Morales Ayma y el Movimiento al Socialismo, se implementaron reformas sociales y económicas significativas que han moldeado la situación económica actual en Bolivia. Estas reformas se han llevado a cabo dentro de un modelo económico denominado «capitalismo andino-amazónico», según lo propuesto por el ex vicepresidente Álvaro García Linera. Este concepto implica la adaptación del capitalismo a las realidades históricas, culturales y geográficas de la región andina y amazónica, en supuesta contraposición al capitalismo occidental.

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Manifiesto de la Internacional Comunista Revolucionaria

El siguiente manifiesto es de la mayor importancia para el movimiento comunista mundial. Hacemos un llamamiento a todos nuestros lectores para que lo estudien a fondo y le den la mayor difusión posible. Fue aprobado por unanimidad por el Secretariado Internacional de la CMI y constituirá el documento fundacional de una nueva Internacional Comunista Revolucionaria, que se lanzará en junio de este año. 

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Lenin, el comunismo y la emancipación de la mujer

La mayoría de las mujeres del mundo hoy están muy lejos de alcanzar la igualdad, mucho menos la liberación. La diferencia salarial entre hombres y mujeres es un aspecto, pero la desigualdad y la opresión van mucho más allá. Desde el miedo a dejar nuestras bebidas desatendidas cuando salimos por las noches hasta la ansiedad de volver a casa solas, tener que aguantar constantes comentarios y miradas sexistas; hacer la mayor parte de las tareas domésticas; pasar por que los médicos no se tomen en serio las «enfermedades de las mujeres» y, en general, por ser tratadas como si valiéramos menos, la lista es interminable…

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[VIDEO] Alan Woods: «A 100 años de LENIN, es tiempo de construir una internacional COMUNISTA REVOLUCIONARIA»

El pasado 24 de febrero, el dirigente de la Corriente Marxista Internacional Alan Woods fue entrevistado en el programa chileno «Mate al Rey» sobre la importancia de Lenin en el centenario de su muerte y el significado de su legado para la lucha de los comunistas hoy. 

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¡Es hora de lanzar una Internacional Comunista Revolucionaria!

Imagen: Propia

«¡Esto es un renacimiento, un renacimiento!». Estas palabras, pronunciadas por el dirigente teórico de la CMI, Alan Woods, encapsularon el estado de ánimo en una reciente reunión de nuestro Comité Ejecutivo Internacional (CEI)  en Italia. Una capa importante de trabajadores y jóvenes está tendiendo la mano para tomar la bandera del comunismo con audacia; debemos salir decididamente a encontrarles con la construcción de una Internacional Comunista Revolucionaria.  

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LENIN 100 AÑOS DESPUÉS

Editorial de «América Socialista -En Defensa del Marxismo» núm. 34

El 21 de enero de 2024 se cumple el centenario de la muerte de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido mundialmente como Lenin. Fue sin duda uno de los más grandes revolucionarios que jamás hayan existido. Con sus acciones al frente del Partido Bolchevique, este hombre extraordinario cambió literalmente el curso de la historia. 

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Cómo podemos ser libres – una crítica marxista de ‘El amanecer de todo’

El amanecer de todo, del antropólogo anarquista David Graeber y el arqueólogo David Wengrow, ha sido ampliamente promocionado como una nueva visión radical de la historia humana tanto en la prensa dominante como en la izquierda. En este artículo, Joel Bergman somete esta obra a una rigurosa crítica marxista y expone los fallos fatales inherentes a la visión idealista del desarrollo histórico de los autores.

Cueva de las Manos, Argentina, creada
en olas entre el 7300 a.C. y el 700 d.C.

En otoño de 2021 se publicó un nuevo libro titulado The Dawn of Everything: A New History of Humanity (El amanecer de todo: una nueva historia de la humanidad), del antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow. Viniendo de Graeber, un anarquista bien conocido por su participación en el movimiento #Occupy que falleció en 2020, el libro ha sido bien recibido por muchos en la izquierda. Sin embargo, al examinarlo más de cerca, El amanecer de todo resulta ser una apología conservadora del statu quo, que socava nuestra capacidad de comprender la sociedad y, por tanto, de transformarla.

¿Una nueva ciencia de la historia?

El amanecer de todo nos presenta una promesa audaz se mire por donde se mire. Los autores afirman «dar la vuelta a la narrativa convencional» y, además, nos anuncian que «no solo presentaremos una nueva historia de la humanidad, sino que invitaremos al lector a que se adentre en una nueva ciencia de la historia, una que devuelve a nuestros ancestros toda su humanidad».  

La tesis central de este libro es que los seres humanos podemos cambiar nuestra estructura social independientemente de nuestras condiciones materiales. De hecho, todo el método de este libro consiste en argumentar que la «voluntad  humana» -el libre albedrío- y las ideas son los factores determinantes del desarrollo de la historia y que las únicas leyes que rigen el desarrollo histórico son las que «creamos nosotros».

Durante la inmensa mayoría de la historia de la humanidad, los autores sostienen que hemos «transitado fluidamente entre distintas disposiciones sociales, alzando y desmantelando jerarquías de modo habitual». Por tanto, nos dicen, el método científico de buscar los factores determinantes del desarrollo social más allá de la mente humana, no sólo niega a nuestros antepasados su voluntad y, por tanto, su «humanidad», sino que se basa en supuestos falsos y debe ser abandonado. 

En consecuencia, las diversas explicaciones materialistas que se han propuesto para fenómenos como el auge de la realeza, la explotación de clase y la opresión de la mujer, son simplemente «mitos», que no hacen sino enturbiar nuestra comprensión del pasado. En su lugar, deberíamos preguntarnos «cómo nos quedamos atascados» en la creencia de que no podemos organizar la sociedad de otra manera. Este punto de inflexión es el llamado «amanecer de todo» que da nombre al libro: el momento en que todas nuestras ideas sobre cómo puede organizarse la sociedad quedaron fijadas.

Esto representa un enorme ataque a cualquier estudio científico de la historia y, como veremos, al marxismo en particular, aunque de forma más disimulada. Pero incluso si juzgamos El amanecer de todo en sus propios términos, su método idealista hace imposible que Graeber y Wengrow nos proporcionen respuesta alguna a las preguntas que plantean. Como era de esperar, en más de 600 páginas de texto y notas [más de 1700 en la edición en español], los autores nunca explican cómo «nos quedamos atascados». 

Libre albedrío y determinismo

La contraposición de la «libertad» a lo que Graeber y Wengrow llaman «determinismo» en realidad no hace sino devolvernos a un viejo debate filosófico sobre la relación entre libertad y necesidad. Aplicado a la historia de la humanidad, se trata de un debate sobre hasta qué punto los acontecimientos y las instituciones que surgen a lo largo de la historia están moldeados por la libre elección de los individuos que componen la sociedad, o por leyes objetivas que escapan a su conocimiento y control.

Durante miles de años, filósofos e historiadores se han enfrentado a una aparente contradicción. Por un lado, los acontecimientos históricos se componen de las acciones de individuos que son seres humanos conscientes, motivados por su propia voluntad. Pero, por otro lado, el desarrollo de la sociedad humana en su conjunto muestra un notable grado de uniformidad, lo que apoya la idea de que se rige por leyes que son independientes de cualquier voluntad humana.

Marx resolvió célebremente esta contradicción de la siguiente manera: «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado».

Los historiadores anteriores habían reconocido que nuestras ideas no caen del cielo, sino que están moldeadas por nuestro entorno, incluidas las condiciones sociales en las que nacemos. Pero se vieron atrapados en un ciclo infernal cuando intentaron explicar las fuentes de esas condiciones. 

Instituciones como el Estado y la propiedad privada se consideraron producto de las constituciones de las distintas sociedades que han existido a lo largo de la historia. ¿Y qué determinaba las costumbres establecidas en estas constituciones? Las ideas de los «grandes hombres» que las redactaron. Sus ideas se explicaban por referencia a ideas aún más antiguas, y así sucesivamente hasta que finalmente se buscaba refugio en la gran causa final de toda la historia: la naturaleza humana, o Dios.

Fue Marx quien descubrió una salida a este callejón sin salida. Estableció el hecho básico de que el desarrollo de la sociedad humana dependía ante todo del desarrollo de las fuerzas productivas. En otras palabras, el desarrollo de la forma en que los seres humanos interactúan con su entorno para producir las necesidades materiales de la vida constituye la base sobre la que se construye la sociedad humana. 

El modo en que los seres humanos producen su sustento Marx lo llamó «modo de producción», algo inherentemente social, en el que entran en ciertas relaciones que son » necesarias e independientes de su voluntad». Sobre esta base material de la sociedad surgen la cultura, la política y la ideología. Como explicó Marx: «El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia«.

Para Marx, las relaciones de producción no están fijadas para siempre por la naturaleza humana ni por ninguna otra cosa. Cambian junto con el desarrollo de la propia producción. Por lo tanto, la aparición de nuevas ideas sobre cómo dirigir la sociedad y las grandes revoluciones que han derrocado los modos de vida hasta entonces dominantes no son acontecimientos arbitrarios ni el producto de un único gran genio, sino, en última instancia, el reflejo de cambios profundos en los fundamentos materiales de la sociedad.

Pero esto no significa que los seres humanos carezcan de «voluntad». Al fin y al cabo, la historia no se compone más que de las acciones y elecciones de los seres humanos. Más bien, la visión marxista de la historia rechaza el poder sobrehumano que se había insertado erróneamente en el lugar de la actividad humana real. 

Como explicó Engels, «la libertad no consiste en una soñada independencia respecto de las leyes naturales, sino en el reconocimiento de esas leyes y en la posibilidad, así dada, de hacerlas obrar según un plan para determinados fines». De este modo, el estudio de la sociedad humana se situó por primera vez sobre una base genuinamente científica.

Por desgracia, según Graeber y Wengrow, es precisamente este enfoque científico, que Marx y Engels desarrollaron más que nadie, el que nos ha llevado por mal camino. Pero, ¿cómo abordan esta cuestión? Parafraseando a Marx, empiezan afirmando: «hacemos nuestra propia historia, pero no bajo condiciones de nuestra propia elección». Pero continúan negando por completo esta misma idea al afirmar a continuación que, dado que «no podemos saber realmente» qué diferencia supone realmente la «agencia humana», «precisamente dónde se desea poner el límite entre libertad y determinismo es, en gran parte, cuestión de gustos». Así, en realidad, lo que se esconde tras las confusas advertencias de Graeber y Wengrow, es una rendición completa a la idea del «libre albedrío» como principal determinante de la historia humana.

Los autores explican: «Dado que este libro trata sobre todo de la libertad, nos parece

apropiado colocar el límite un poco más a la izquierda de lo habitual», con «la izquierda» favoreciendo la libertad frente al determinismo. El resto del libro es esencialmente una serie de intentos más o menos artificiosos de demostrar la premisa que adoptaron arbitrariamente al principio. 

Sin embargo, de este modo resulta imposible explicar nada. Después de todo, si la respuesta a la pregunta «¿Por qué un determinado pueblo vive de una determinada manera?» es siempre «Porque así lo eligieron», surge inmediatamente la pregunta: «¿Por qué lo eligieron?» La respuesta de Graeber y Wengrow a esta pregunta consiste simplemente en enumerar las diversas ideas que las distintas sociedades tenían sobre cómo debía vivir la gente. Pero todo esto equivale a decir que la gente eligió vivir de una determinada manera porque pensaban que era la manera adecuada de vivir.

Si esto suena como una forma bastante circular de estudiar el pasado, es porque lo es. El defecto fatal de todo idealismo histórico radica en que se toma como punto de partida de la investigación lo que se quiere explicar, las ideas de los seres humanos. Este problema ineludible está personificado por el método del llamado «análisis» aplicado a lo largo del libro, en el que los resultados de las investigaciones de los autores están predeterminados por cualquier idea o prejuicio favorito con el que quieran impresionarnos. La única sorpresa es la tortuosa forma en que se deforman los hechos para adaptarlos a la teoría. 

Se necesitarían cientos de páginas para responder a cada estudio de caso presentado o tergiversado en el libro, por lo que será necesario limitar esta reseña únicamente a los argumentos más importantes y representativos que exponen los autores. 

Experimentos sociales audaces

En el primer capítulo, titulado «Adiós a la infancia de la humanidad», Graeber y Wengrow argumentan en contra de la creencia común entre los antropólogos de que las primeras sociedades de cazadores-recolectores eran igualitarias, con poca o ninguna desigualdad de riqueza o poder, afirmando que esto es una forma de «infantilizar» a los primeros humanos y privarles de «agencia».

En su lugar, afirman que, durante la gran mayoría de la existencia de nuestra especie, los humanos se dedicaron a «atrevidos experimentos sociales» y que la sociedad se parecía a «desfile carnavalesco de distintas formas políticas», lo que, según nos dicen, respalda la premisa general de que podemos elegir nuestra estructura social independientemente de las condiciones materiales. Pero esta premisa nunca se demuestra.

Lo más cerca que llegan los autores de demostrar que las sociedades se mueven «fluidamente entre distintas disposiciones sociales» son los ejemplos de sociedades de cazadores-recolectores que variaban sus estructuras sociales al ritmo de las estaciones . Hacen referencia a los nambikwara que viven en el Amazonas; los lakota de las llanuras norteamericanas; y los inuit del norte de Canadá, Groenlandia y Alaska.

Según Graeber y Wengrow, estas tres sociedades adoptaban estructuras sociales más o menos jerarquizadas en distintas épocas del año. Tomando a los inuit como ejemplo, los antropólogos señalaron que tenían dos estructuras sociales distintas, una en verano y otra en invierno. En verano, los inuit se dispersaban en pequeños grupos familiares bajo una rígida jerarquía encabezada por el cabeza de familia masculino, mientras que en invierno se congregaban todos juntos en comunidades más grandes donde predominaba un estilo de vida más igualitario. 

Intentando apoyar su teoría general de que los humanos eligen conscientemente su estructura social, Graeber y Wengrow afirman que los inuit lo hacían «bajo el común entendimiento de que ningún orden social era fijo ni inmutable». Citan al antropólogo francés Marcel Mauss, que estudió a los inuit, y llegan a la conclusión de que: «En gran parte, pues, concluía, los inuit vivían del modo en que lo hacían porque creían que era como debían vivir los humanos». ¡Qué visión tan innovadora! Sin embargo, el problema con esto es que no es en absoluto lo que argumentaba Mauss.

Al hablar de la variación estacional de los inuit, Mauss explicó que: «El verano abre un área casi ilimitada para la caza y la pesca, mientras que el invierno restringe estrechamente esta área. Esta alternancia proporciona el ritmo de concentración y dispersión para la organización morfológica de la sociedad esquimal. La población se congrega o se dispersa como la caza. El movimiento que anima a la sociedad esquimal está sincronizado con el de la vida circundante».

En otras palabras, los inuit adaptaron su organización social a su entorno natural y a los recursos de que disponían en las distintas épocas del año. Incluso la espiritualidad inuit se estructuró en torno a las distintas condiciones en las que se procuraban alimentos y si había o no abundancia. En invierno, que en las regiones árticas dura nueve meses al año, estas tradiciones espirituales se basaban en no ofender a los espíritus de los animales para garantizar una buena caza. Durante esta época, existían todo tipo de tabúes y una tradición muy estricta de repartirse toda la comida. De no ser así, la sociedad probablemente perecería. Los grupos que desarrollaron estas tradiciones fueron los que pudieron sobrevivir en estas duras condiciones. 

Sin embargo, en el corto periodo estival, las familias se dispersaban para aprovechar la plétora de nuevas oportunidades de caza/pesca disponibles, y acumulaban un excedente que les ayudara a capear el periodo invernal. En el Ártico no crece casi nada, por lo que la caza mayor proporciona la mayor parte de la ingesta calórica. Por lo general, la realizaban los hombres, que asumían así el liderazgo de los grupos familiares, reestructurados temporalmente para facilitar al máximo la caza. 

Lejos de ser un ejemplo de una sociedad que se mueve conscientemente entre diferentes etapas de desarrollo, los inuit siguieron siendo en todo momento una sociedad de cazadores-recolectores comunistas, que adoptaron formas de liderazgo más rígidas de forma temporal y restringida para garantizar mejor la producción y reproducción de la vida. Que los inuit «sintieran que así es como deben vivir los humanos» no es sorprendente, pero este sentimiento no refuta el hecho de que su forma de vida estuviera evidentemente determinada por su entorno material y por el modo de producción de sus medios de subsistencia.

Como veremos, a lo largo del libro se produce un fenómeno similar: los autores tergiversan a los antropólogos, distorsionan los hechos e ignoran todo lo que no se ajusta a su narrativa. 

¿No hay orígenes?

Tras argumentar que las sociedades han adoptado todo tipo de formas políticas, con independencia de su grado de desarrollo económico, Graeber y Wengrow se centran también en una cuestión posiblemente aún más importante: ¿vivían de manera comunitaria nuestros antepasados prehistóricos?

En su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels demostró que, lejos de ser características inmutables de nuestra sociedad, la propiedad privada, el Estado y la familia patriarcal no han existido siempre. Basándose en los estudios antropológicos modernos de la época, en particular los de Lewis Henry Morgan entre los iroqueses del Estado de Nueva York, Engels demostró que nuestros primeros antepasados vivían bajo lo que él denominó «comunismo primitivo». Estas primeras sociedades humanas eran cazadoras-recolectoras, entre las que se desconocían los conceptos de propiedad privada y todas las cosas más allá de las posesiones personales se tenían en común. 

Desde la publicación de la obra de Engels, antropólogos y arqueólogos han estudiado cientos, si no miles, de yacimientos prehistóricos y sociedades modernas de cazadores-recolectores. La inmensa mayoría de ellos ha llegado a la conclusión de que la sociedad humana primitiva debía ser comunista o «igualitaria», haciéndose eco de las conclusiones de Engels. Incluso El amanecer de todo hace referencia al antropólogo estadounidense Christopher Boehm y al antropólogo británico James Woodburn, que estudiaron por separado docenas de sociedades de cazadores-recolectores y llegaron a la conclusión de que los primeros humanos debieron ser igualitarios. 

Las cosas empezaron a cambiar con la transición de la caza y la recolección a sociedades basadas en la agricultura y la ganadería, que el arqueólogo marxista V. Gordon Childe describió célebremente como la «revolución neolítica». Este periodo marcó un enorme desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad y, por primera vez, se hizo posible un excedente estable. En correspondencia con ello, se plantaron las semillas de la propiedad privada y la sociedad de clases. Con el tiempo, una clase dominante se alzó con el poder, apropiándose del producto excedente, cimentando la explotación de las masas trabajadoras y construyendo un aparato estatal represivo para defender su posición privilegiada. Este proceso tuvo lugar de forma independiente y en distintos momentos en varios lugares del mundo.

Esta explicación plantea un problema para Graeber y Wengrow, porque sugiere que los pueblos que adoptaron las instituciones de la sociedad de clases lo hicieron bajo la presión de las circunstancias materiales, derivadas de la evolución de las fuerzas productivas y del modo de producción de la vida material, y no simplemente porque «eligieron» hacerlo. Reventar este «mito» ocupa, pues, la mayor parte de El amanecer de todo

El primer punto de ataque es la idea misma de que las sociedades prehistóricas de cazadores-recolectores fueran comunistas para empezar. Graeber y Wengrow afirman que la estratificación social y la desigualdad siempre han existido y que, por tanto, la sociedad prehistórica no podría describirse como verdaderamente comunista o «igualitaria». Pero, como veremos, en lugar de derivar su teoría de los hechos, intentan encajar con calzador los hechos en su teoría. 

A pesar de su exceso de confianza, todo lo que El amanecer de todo aporta para intentar demostrar que la desigualdad siempre ha existido son unos pocos enterramientos encontrados en Eurasia occidental durante el paleolítico superior, a los que se refieren como «enterramientos principescos» . Pero más adelante en el libro, se ven obligados a reconocer que los enterrados en esos yacimientos son con toda probabilidad individuos venerados por sus deformidades físicas y nada que ver con una clase alta privilegiada. De hecho, los autores se ven obligados a reconocer que es «altamente improbable» que la sociedad estuviera dividida «en torno a estatus, clase y poder hereditario» miles de años antes de los orígenes de la agricultura .

Los autores recurren entonces a un juego de definiciones, argumentando por ejemplo que como no existe una definición común de la palabra «igualdad» no hubo por tanto un pasado igualitario. En relación con los orígenes de la propiedad privada, juegan a un juego similar. En el capítulo cuatro, afirman: Si la propiedad privada tiene un «origen», es tan antiguo como la idea de lo sagrado». Ampliando esta idea, afirman que los amazónicos creían que «que casi todo lo que los rodea tiene un dueño, o es potencialmente una propiedad, de lagos y montañas a cultivares, arboledas y animales».

Pero, ¿quién sería el «dueño» de estas cosas? No los individuos, ni siquiera los grupos de forma colectiva, sino entidades sobrenaturales. De hecho, los autores aceptan que en otras sociedades de cazadores-recolectores, «Muchas veces se decía que los verdaderos «dueños» de la tierra u otros recursos materiales eran dioses o espíritus; los humanos eran meros ocupantes, cazadores furtivos o, en el mejor de los casos, cuidadores».

El juego de palabras de los autores no cambia el hecho de que la noción espiritual común entre los cazadores-recolectores de que los seres sagrados «poseen» el bosque, los lagos, los ríos y las montañas, etc., en realidad significa precisamente lo contrario de lo que Graeber y Wengrow intentan hacer entender: que estas cosas no pueden ser propiedad de nadie. Esto se debe a que se trataba de sociedades comunistas de cazadores-recolectores y confirma precisamente lo que predeciría una teoría materialista de la evolución social. 

La «crítica indígena

En el segundo capítulo, titulado ‘Maldita libertad: La crítica indígena y el mito del progreso», Graeber y Wengrow intentan refutar la existencia del comunismo primitivo utilizando testimonios de primera mano del tipo de sociedad en la que Morgan y Engels basaron sus teorías. 

La mayor parte del capítulo está dedicada a la «crítica indígena» de la sociedad capitalista europea por parte del líder hurón-wendat de finales del siglo XVII, Kandiaronk Citan la crítica de Kandiaronk a la sociedad francesa:

«Afirmo que lo que llamáis dinero es el diablo de todos los diablos; el tirano de los franceses, la fuente de todos los males, el azote de las almas y el matadero de los vivos. Creer que uno puede vivir en el país del dinero y conservar el alma es como creer que se puede conservar la propia vida en el fondo de un lago. El dinero es el padre del lujo, de la lascivia, de las intrigas, de los engaños, de las mentiras, de la traición, de la insinceridad… de las peores conductas del mundo. Los padres venden a sus hijos; los maridos, a sus mujeres; las mujeres traicionan a sus maridos; los hermanos se matan entre sí; los amigos son falsos y es todo debido al dinero»

Kondiaronk continúa: 

Una y otra vez he hablado de las cualidades que nosotros los wyandot creemos que definen la humanidad —sabiduría, razón, equidad, etcétera— y demostrado que la existencia de intereses materiales separados niega totalmente esas cualidades. Un hombre motivado por interés no puede ser un hombre de razón.

Critica aún más a la sociedad europea, afirmando que «se comete todo tipo de crímenes por causa de lo tuyo y lo mío«, y sugiere que los franceses sigan el ejemplo de los Wendat: 

Si abandonarais las distinciones entre mío y tuyo, sí, tales distinciones entre los hombres desaparecerían; una igualdad niveladora tomaría su lugar entre vosotros como ahora lo tiene entre los wyandot.

¿Qué otra cosa es esto sino una apasionada crítica comunista de la sociedad de clases? Esto no debería sorprender, porque Kandiaronk vivió en una sociedad sin clases en la que la riqueza era común. Pero, sorprendentemente, Graeber y Wengrow tratan de distorsionar el significado obvio de las palabras de Kandiaronk. En un pasaje en el que rechazan el argumento de que las diferencias de riqueza acaban traduciéndose en diferencias de poder, los autores afirman: «Recordemos que la crítica indígena americana versaba al principio sobre algo muy diferente: la percepción de cómo las sociedades europeas no habían conseguido impulsar la ayuda mutua ni proteger las libertades personales». Pero esto no es en absoluto lo que dijo Kandiaronk. 

Los autores afirman que a Kandiaronk le «resultaba difícil concebir que las diferencias en

riqueza se pudieran traducir en desigualdades sistemáticas de poder». Pero Kandiaronk, por su parte, parece haber comprendido bastante bien la forma en que las condiciones materiales, sobre todo los «intereses materiales separados», determinaban la estructura social de la sociedad europea de la época.

Se trata de una aplicación particularmente deshonesta del método idealista, en el que los autores desarrollan una idea a priori y luego intentan que los hechos la justifiquen.

El hecho es que en la sociedad hurón-wyandot los medios de producción se tenían en común y la estructura social era relativamente igualitaria, sin clase dirigente ni estructura estatal tal como la conocemos. 

El papel de la agricultura

A continuación, los autores atacan la idea de que la llegada de la agricultura y la domesticación de los animales sentaron las bases materiales de las clases sociales. Explican que «se asumía que sin los activos productivos (tierra, ganado) y excedentes almacenados (cereal, lana, productos lácteos) facilitados por la agricultura, no había genuina base material para que nadie dominase a nadie». A continuación rechazan esta «suposición», señalando el ejemplo de un pueblo indígena de la costa noroeste de Canadá, los kwakiutl, que practicaban la esclavitud, para demostrar la existencia de una desigualdad social sin agricultura ni ganadería y, por tanto, sin base en la producción. 

El caso de los kwakiutl es interesante como ejemplo de cómo una excepción al curso más común del desarrollo confirma en realidad el papel de la producción en el desarrollo social. La principal actividad productiva de los habitantes de la costa noroeste de Canadá no se basaba en la agricultura, sino en la pesca del salmón, lo que parecería contradecir la idea de que la sociedad de clases surgió junto con el auge de la agricultura. 

De ahí sacan los autores la conclusión de que las «las causas últimas de la esclavitud» no hay que buscarlas en el modo de producción de los kwakiutl, sino en «los conceptos mismos de correcto ordenamiento de la sociedad de la Costa Noroeste». Demos un paso atrás para admirar esta perla de sabiduría: ¡el orden social de los pueblos de la costa noroeste era producto de sus conceptos sobre el orden adecuado de la sociedad!

Pero esto no nos dice nada sobre por qué los kwakiutl llegaron a considerar que éste era el orden adecuado de la sociedad, que incluso los autores reconocen que no fue así en todo momento. Resulta que los primeros exploradores europeos observaron que «el salmón abundaba tanto que no se podía ver el río debido a la cantidad de animales». Los salmoneros veían pasar millones de salmones durante una carrera del salmón. 

Una vez desarrollada la capacidad de pescar y almacenar grandes cantidades de pescado, el control de estas manadas de salmones y del excedente que eran capaces de generar se convirtió en una inmensa fuente de poder y riqueza, de forma parecida al control de una zona agrícola muy fértil, de la que la gente depende para sobrevivir. En otras palabras, la presencia de un excedente importante en la producción empezó a permitir que una parte de la sociedad se elevara por encima del resto y se mantuviera gracias a la explotación del trabajo humano. Por lo tanto, esto se parecía más a una sociedad basada en la agricultura de lo que a los autores les gustaría admitir. 

Tras haber sido destacado como la excepción que supuestamente echa por tierra la revolución neolítica como concepto, el caso de los kwakiutl en realidad no hace sino profundizar en nuestra comprensión del desarrollo de la producción necesario para dar lugar a la esclavitud y a las clases sociales. Es decir, si realmente se quiere comprender este proceso y no mistificarlo.

El Estado

En la misma línea, el capítulo diez se titula «Por qué el Estado no tiene origen». Aquí leemos: «En gran parte como la búsqueda de los «orígenes de la desigualdad», buscar los orígenes del Estado es prácticamente como perseguir un fantasma».

Los autores afirman: «Por ejemplo, se suele dar por sentado que los estados comienzan

cuando ciertas funciones claves del gobierno —militar, administrativa y judicial— pasan a manos de especialistas a tiempo completo. Esto tiene sentido si uno acepta la narrativa de que un excedente agrícola «liberó» a una notable proporción de la población de la onerosa responsabilidad de asegurarse cantidades adecuadas de alimento». Así, dan a entender que sólo se trata de aceptar una «narrativa». Pero cómo se supone que surge un Estado sin esta condición, los autores nunca lo explican. 

Al igual que el juego posmoderno al que juegan con la cuestión de la desigualdad, los autores afirman que no hay «consenso entre los especialistas con respecto a qué constituye un Estado». Aunque introducen su propia interpretación de la definición marxista (sin ofrecer ninguna cita o fuente marxista, por supuesto), «los estados hacen su primera aparición en la historia para proteger [el poder] de una emergente clase gobernante», la dejan de lado. Según ellos, la definición marxista «introducía nuevos problemas conceptuales, como la definición de explotación», un problema aparentemente tan difícil que ni siquiera intentan abordarlo. Peor aún, añaden, que «los liberales la aborrecían», incluidos los autores de El amanecer de todo lo que al parecer .

Basándose en un libro anterior que Graeber escribió con el antropólogo Marshall Sahlins en 2017, titulado On Kings, los autores sugieren: «Los primeros reyes bien podrían haber sido reyes simbólicos». En cuanto a cómo se convirtieron en reyes de verdad, se nos informa de forma útil: «Los reyes simbólicos dejan de ser simbólicos cuando comienzan a matar gente.» Pero incluso si esta teoría infantil y frívola fuera cierta, cosa que en realidad nunca se establece en el libro, no avanza ni un ápice en nuestra comprensión de cómo surgieron los reyes de verdad. 

Graeber y Wengrow dejan claro que creen necesario acabar con las «las aburridas abstracciones de la teoría evolutiva», como las «etapas» o los «modos de producción» . Pero al final los autores se ven obligados a recurrir a las suyas propias. Atrapados en su propio callejón sin salida filosófico, sin ninguna base fáctica para su teoría, «prueban» la existencia eterna del Estado mediante el siguiente experimento mental (¡presten atención!):

Imaginemos que Kim Kardashian tuviera un «un collar de diamantes valorado en millones de dólares» y quisiera evitar que otros se lo llevaran. ¿Cómo lo haría? 

Un «personal de seguridad armado y entrenado para tratar con potenciales ladrones» podría servir. Pero, ¿”imaginemos que todo el mundo bebe una poción que le impide hacer daño a los demás»? 

En ese caso, podría esconder su collar «si la mantuviera oculta en una caja fuerte, cuya combinación solo conociera ella, y solo exhibiese el collar ante audiencias en las que confiara y en acontecimientos que no se publicitasen de antemano». ¿Problema resuelto? Tal vez, a menos que «que todo el mundo en el planeta bebe otra poción que los vuelve incapaces de mantener un secreto, e incluso incapaces de hacer daño físico a otros».

Frente a esta multitud de invulnerables contadores de la verdad, la única esperanza de Kim sería «convencer a todo el mundo de que, por ser Kim Kardashian, es un ser humano tan único y extraordinario que se merece tener cosas que nadie más puede.» .

Por lo tanto, tras llevar su «experimento» a buen puerto, los autores sugieren que lo que llamamos «Estado» es en realidad una combinación más o menos arbitraria de tres «principios»: control de la violencia, control de la información y carisma individual. A continuación argumentan que allí donde encontremos cualquiera de estos «elementos» encontraremos un Estado .

A pesar de que esta «prueba» presupone tanto la propiedad privada como la desigualdad, es completamente circular. Los criterios se han hecho lo más abstractos posible para poder encontrarlos en cualquier parte. Tal es el poder de su «nueva ciencia de la historia».

Pero, sorprendentemente, después de haber «demostrado» la existencia eterna del Estado, luego lo refutan en el momento en que se ven obligados a volver a los hechos, reconociendo que antes del neolítico no vemos ninguno de los “atributos habituales del poder centralizado: fortificaciones, almacenes, palacios». » En lugar de ello, a lo largo de decenas de miles de años, vemos monumentos y enterramientos magníficos, pero poco más que sugiera la aparición de sociedades jerarquizadas, y mucho menos nada que se asemeje remotamente a «estados»».

Así que después de haber sido llevados a dar un enorme rodeo, finalmente volvemos a la misma teoría que Graeber y Wengrow están tratando de refutar: que el Estado no siempre existió, que por lo tanto tiene un «origen», y que su origen se puede encontrar en la producción de excedentes sobre los que eventualmente surgieron las clases sociales.

La lucha de clases

Hasta ahora hemos visto cómo Graeber y Wengrow se atascaron en sus propias tautologías. Pero, ¿cómo quedó «atrapada» la humanidad en nuestros actuales «grilletes conceptuales»? En algún momento, según Graeber y Wengrow, la gente simplemente dejó de experimentar y jugar con las estructuras sociales. Por desgracia, la razón por la que toda la humanidad acabó sufriendo este destino sigue siendo un misterio para los autores de El amanecer de todo. Pero están muy orgullosos de haber conseguido plantear la cuestión.

De hecho, la clave para responder a esta pregunta está contenida en algunos de los casos que tratan, pero se oculta asiduamente a lo largo del texto: la lucha de clases. La ausencia de la lucha de clases en El amanecer de todo es la razón por la que sus argumentos sobre la agencia humana y la «libertad» suenan tan unilaterales y abstractos. La sociedad de clases, el Estado, la opresión y la explotación no son simplemente ‘elegidos’, son impuestos por una parte de la sociedad a la otra. 

Tomando el ejemplo de los indígenas de la costa noroeste de Canadá antes mencionado, Graeber y Wengrow afirman que la esclavitud fue simplemente elegida porque la consideraban el «ordenamiento adecuado de la sociedad». Pero podemos ver que la razón de la esclavitud fue que la técnica productiva de la recolección del salmón se desarrolló hasta tal punto que en un determinado momento fueron capaces de producir un excedente significativo por encima de lo necesario para la supervivencia inmediata. Esto creó no sólo la posibilidad de una mayor diferenciación de clases, sino también, y de manera crucial, una necesidad positiva de mano de obra intensiva para «cosechar» y procesar el salmón necesario para mantener dicho excedente. 

Al final, quienes controlaban la pesca del salmón tenían un interés material en esclavizar a los prisioneros de guerra, en lugar de adoptarlos en la tribu. Por ello no es de extrañar, como explican los autores, que los esclavos «estaban sobre todo implicados en el cultivo masivo, la limpieza y el procesado del salmón y otros pescados anádromos».

Vemos un proceso similar con el advenimiento de la agricultura intensiva en Mesopotamia, Egipto, Mesoamérica y otros lugares del mundo. A partir de este momento, como explicaron Marx y Engels, «toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases.». No es casualidad que el periodo en el que nos «atascamos» coincida exactamente con el auge y la expansión de las sociedades de clases. 

Los ejemplos de Teotihuacán y Uruk planteados en El amanecer de todo también demuestran que el resultado de determinadas luchas de clases no está predeterminado de antemano; es una lucha de fuerzas vivas. 

Graeber y Wengrow describen cómo, a medida que la ciudad de Teotihuacán (situada en el México actual) se desarrollaba desde aproximadamente el año 100 a.C., avanzaba «un poco por el camino del gobierno autoritario», presentando una impresionante arquitectura monumental, como las famosas Pirámides del Sol y de la Luna, y la práctica de sacrificios humanos, al igual que otras civilizaciones mesoamericanas, como la maya. Sin embargo, hacia el año 300 d.C., la ciudad «cambió de dirección». Añaden la siguiente conclusión significativa: «posiblemente hubo algún tipo de revolución, seguida por una distribución más equitativa de los recursos de la ciudad y el establecimiento de algún tipo de «gobierno colectivo»».

La antigua ciudad sumeria de Uruk también fue testigo del surgimiento de una burocracia de templo privilegiada, seguida de un periodo de inestabilidad y colapso a finales del IV milenio a.C.. Sin embargo, a diferencia de Teotihuacán, la burocracia del templo reaparece en el registro arqueológico, junto con reyes de pleno derecho, palacios y todos los demás adornos de la sociedad de clases.

La comparación de estos dos casos, tan separados tanto en el espacio como en el tiempo, nos dice algo muy importante. Es muy probable que en todas partes el intento de una clase emergente de explotadores -como las burocracias de los templos de Teotihuacán y Uruk- de consolidar su posición en un orden social fijo fuera resistido por las masas explotadas. A veces esta lucha dio lugar a la consolidación de estados, que mantuvieron el orden sobre esta base, suprimiendo cualquier intento de «reimaginar» la sociedad por la fuerza, como en la antigua Sumeria. 

Allí donde las sociedades de clases y los Estados lograron establecerse, como en la Sumeria dinástica temprana o en las ciudades-estado mayas, surgió una poderosa ideología de gobierno que justificaba este nuevo orden como el «orden adecuado de la sociedad». Como dijo Marx: «Las ideas de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes». La religión, por ejemplo, cambió, volviéndose más jerárquica. 

Pero el resultado de esta lucha entre clases emergentes no siempre acabó de la misma manera. El ejemplo de Teotihuacan demuestra que otras veces la clase dominante fue derrotada y la sociedad volvió a funcionar de forma más igualitaria. Pero, finalmente, el retorno al comunismo primitivo fue seguido de la desintegración de las ciudades que siguieron este camino y su sustitución por asentamientos más pequeños o por sociedades de clases y estados más desarrollados, lo que demuestra que estaba en juego una necesidad más profunda. 

En Teotihuacán, hacia el año 550 d.C., «el tejido social de la ciudad había comenzado a

deshacerse por las costuras. … Todo parece [sic] haberse desintegrado desde dentro. De un modo casi tan repentino como el de su unión, unos cinco siglos antes, la población de la ciudad volvió a dispersarse, …»

Todo esto sirve para subrayar el punto central, que Graeber y Wengrow se esfuerzan tanto en negar, de que mientras el destino de las sociedades individuales fue el producto de una lucha de fuerzas vivas, con muchos resultados posibles, la línea general de desarrollo en todo el mundo fue hacia el fortalecimiento del dominio de clase y de los estados, culminando en el punto en el que nos encontramos hoy, cuando la desigualdad, la explotación y la opresión son universales.

¿Cómo podemos ser libres?

La lucha de clases es, por tanto, esencial para entender cómo nos hemos «atascado». Pero también nos dice cómo podemos liberarnos. 

Graeber y Wengrow nos dicen que necesitamos «redescubrir las libertades que nos convierten, en primer lugar, en seres humanos», empezando por leer su libro. Con el tiempo, esperan, los académicos se convencerán de abandonar todas sus teorías materialistas anteriores sobre el desarrollo social, y descubrirán que sus «nuevas verdades» son evidentes. «Somos optimistas. Confiamos en que no tardaremos tanto.», añaden . Pero si la conquista de la libertad humana depende de la crítica del mundo académico, lamentablemente estaremos esperando eternamente.  

De hecho, es precisamente en la lucha contra la opresión y la explotación donde encontraremos el camino hacia la libertad humana. Como señalaron Marx y Engels hace más de cien años: 

Se trata de …  mantenerse siempre sobre el terreno histórico real, de no explicar la práctica partiendo de la idea, de explicar las formaciones ideológicas sobre la base de la práctica material, por donde se llega, consecuentemente, al resultado de que todas las formas y todos los productos de la conciencia no brotan por obra de la crítica espiritual, mediante la reducción a la «autoconciencia» o la transformación en «fantasmas», «espectros», «visiones», etc., sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales, de que emanan estas quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora de la historia, incluso la de la religión, la filosofía, y toda otra teoría, no es la crítica, sino la revolución.    

Enfrentados a la crisis más profunda del sistema capitalista desde la Gran Depresión, existe un odio generalizado al sistema y un movimiento creciente contra la desigualdad y la austeridad. Muchos jóvenes se están dando cuenta de que, si queremos salir de esta pesadilla, tenemos que derrocar al capitalismo. Según una encuesta reciente, el 29% de los jóvenes británicos de entre 18 y 34 años cree que el comunismo es «el sistema económico ideal». ¿No es éste un ejemplo de seres humanos «reimaginando» un nuevo orden social? 

¿Qué aporta este libro a este creciente movimiento? Lo primero que proponen estos «anarquistas» radicales es que deberíamos abandonar por completo la lucha por el comunismo: la propiedad privada y la desigualdad están aquí para quedarse. En su lugar, deberíamos simplemente redefinir el ‘comunismo’, “no como un régimen de propiedad, sino en el sentido original de «de cada uno según sus capacidades; a cada uno según sus necesidades»”.

Este famoso principio del comunismo es interpretado por Graeber, tanto en El amanecer de todo como en otras obras, como «comunismo de base», es decir, cualquier instancia de compartir, cuidado o bondad en la sociedad, como la «ayuda mutua» o, más concretamente, lanzar a alguien una cuerda si se está ahogando (un ejemplo utilizado por Graeber). De este modo, al igual que en la teoría del Estado de los autores, el «comunismo» se redefine simplemente para que signifique lo que ellos quieran.

Pero divorciar el comunismo de la noción de propiedad común y luego presentarlo como su «sentido original» es otra distorsión típica. El comunismo siempre ha estado asociado a la propiedad común. Incluso se cree que la frase «de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades» proviene de Morelly, un francés, que afirma explícitamente que bajo el comunismo todos los bienes se tendrían en común. Nunca en la historia el comunismo ha significado simplemente un comportamiento amable, o sacar a alguien del mar si se está ahogando. 

De hecho, el llamado «comunismo de base» de Graeber no es más que liberalismo de izquierdas redactado en lenguaje pseudo radical:

La cuestión fundamental en la historia de la humanidad no es nuestro acceso igualitario a recursos materiales (tierra, calorías, medios de producción), si bien estas cosas son, obviamente, importantes, sino nuestra igual capacidad para contribuir a decisiones acerca de cómo vivir juntos.

En lugar de acabar con la desigualdad, se nos dice que debemos reordenar la sociedad para que a la gente se le deje de decir «que sus necesidades son irrelevantes, ni que sus vidas carecen de valor» . En lugar de acabar con la explotación, hay que paliar los sufrimientos de los pobres con una buena dosis de «ayuda mutua». En lugar de luchar por desmantelar el Estado burgués, y finalmente acabar con el Estado por completo, deberíamos aspirar a que todo el mundo tenga la misma voz. Esta es una visión de la sociedad que sería bien recibida por cualquier ONG o incluso por el Papa. 

No se trata simplemente de un debate académico. Toda teoría es una guía para la acción, y en este sentido El amanecer de todo sirve al propósito de desarmarnos para las batallas de clase que se avecinan. Si la sociedad ha de encontrar colectivamente una salida a la pesadilla en la que nos encontramos bajo el capitalismo, no será a través de otra cosa que de la lucha consciente de la clase obrera por transformar la sociedad.

En esta lucha, la clase obrera no puede confiar ni en el poder opresor del Estado, ni en la riqueza ilimitada de los multimillonarios, ni en los lucrativos contratos de libros y la promoción por parte del establishment mediático. En última instancia, los trabajadores sólo pueden confiar en el poder de la organización y en la comprensión más clara y científica de la sociedad. 

Por eso, a pesar de todas sus pretensiones «radicales», El amanecer de todo es una píldora envenenada. En su cruzada por una libertad ficticia, y su hostilidad hacia una investigación genuinamente científica de nuestro pasado, la filosofía de El amanecer de todo no sólo es incoherente y fundamentalmente deshonesta; es reaccionaria, enemiga de la misma libertad humana que pretende defender. 

Deberíamos ser optimistas, pero no por la misma razón que Graeber y Wengrow. En el momento de escribir este artículo, millones de trabajadores están luchando contra el sistema capitalista, no porque lo hayan «elegido», sino porque no les queda otro remedio. Ellos, la mayoría, tienen un interés material directo en el derrocamiento del capitalismo y en el control de los medios de producción por parte de la sociedad en su conjunto en beneficio de todos; tienen el poder para hacerlo realidad; y son cada vez más conscientes de este poder a medida que lo ejercen a través de la lucha.

En última instancia, así es como podremos ser libres. Con el control democrático de la economía, la humanidad se convertirá colectivamente por primera vez en dueña consciente de nuestras relaciones sociales:

La propia existencia social del hombre, que hasta aquí se le enfrentaba como algo impuesto por la naturaleza y la historia, es a partir de ahora obra libre suya. Los poderes objetivos y extraños que hasta ahora venían imperando en la historia se colocan bajo el control del hombre mismo. Sólo desde entonces, éste comienza a trazarse su historia con plena conciencia de lo que hace. Y, sólo desde entonces, las causas sociales puestas en acción por él, comienzan a producir predominantemente y cada vez en mayor medida los efectos apetecidos. Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad.

Lucha de clases en la república romana

La historia del mundo antiguo proporciona un tesoro de lecciones para cualquiera que busque comprender las luchas de clases y las transformaciones sociales que han dado forma al mundo en que vivimos. En esta introducción a su libro de próxima aparición en inglés, Lucha de clases en la República romana, Alan Woods extrae algunos de los principios fundamentales de la visión marxista de la historia y ofrece una explicación concisa de las causas del ascenso y la eventual caída de la República Romana, en particular del fenómeno del cesarismo.

Muerte de Espartaco, Hermann Vogel, 1882

Para los marxistas, el estudio de la historia no es un ejercicio académico, sino una forma importante de aprender cómo se desarrolla la sociedad y cómo se desarrolla la lucha de clases. Al decir esto, soy consciente de que va en contra de la reciente moda del posmodernismo, que nos informa de que es imposible sacar ninguna conclusión de la historia, ya que ésta no sigue ninguna ley que pueda ser comprendida por la mente humana. Desde este punto de vista, o bien el estudio de la historia es una mera forma de entretenimiento o una completa pérdida de tiempo.

A pesar de la pomposidad con que se expone esta idea, no hay nada nuevo en ella. Despojada de todas sus pretensiones pseudo filosóficas, se limita a repetir una idea que ya expuso de forma mucho más sucinta Henry Ford, quien dijo que «la historia es una basura», o de forma aún más divertida el historiador Arnold Toynbee, quien definió la historia como «una maldita cosa tras otra».

Nada menos que el gran historiador inglés y destacado erudito de la Ilustración, Edward Gibbon, escribió en el siglo XVIII que la historia es “en gran medida el repertorio de las maldades, locuras y desdichas del género humano» 

Cualquiera que lea las páginas de la gran obra maestra de Gibbon podría ser excusado de sacar conclusiones igualmente pesimistas. Sin embargo, debemos disentir de un método que niega la existencia de leyes en la historia de nuestra especie.

Si lo pensamos un momento, se trata de una afirmación extraordinaria. La ciencia moderna ha establecido firmemente que todo se rige por leyes: desde la partícula subatómica más pequeña hasta las galaxias y el propio universo. La idea de que, en el conjunto de el carácter, la historia y el desarrollo de nuestra especie sean tan especiales que queden al margen de todas las leyes es bastante absurda.

En lugar de ser una teoría científica, fluye directamente de la noción bíblica de que la humanidad es una creación especial y única del Todopoderoso, tan especial y única que desafía todo intento de comprenderla. Semejante arrogancia suprema va en contra de todo lo que sabemos sobre la naturaleza y el origen de todas las especies animales. Y a pesar de nuestras pretensiones de superioridad, los humanos también somos animales y estamos sujetos a las leyes de la evolución. 

Es cierto que las leyes de nuestra evolución social son infinitamente más complejas que las de otras especies. Pero el hecho de que algo sea complejo no significa en absoluto que no pueda analizarse, explicarse y comprenderse. Si así fuera, el desarrollo de la ciencia se habría detenido hace mucho tiempo. Pero la ciencia sigue avanzando, penetrando en los misterios más complejos de la naturaleza, y no se deja disuadir por los intentos de poner una barrera en su camino, en la que está inscrita la frase: ¡Prohibido el paso! 

¿Qué es el materialismo histórico?

La Historia se nos presenta como una serie de acciones y reacciones de los individuos en el ámbito de la política, la economía, las guerras y las revoluciones y todo el complejo espectro del desarrollo social. Poner al descubierto la relación subyacente entre todos estos fenómenos es la tarea del materialismo histórico.

A primera vista, la multiplicidad de factores que influyen de diversas maneras en la dirección del cambio social parece desafiar cualquier análisis preciso. Muchos historiadores se refugian en la mera afirmación de esta multiplicidad, contentándose con la idea de que la historia es el resultado de la interacción constante de distintos factores. Pero ésta es una explicación que no explica nada en absoluto. 

Al igual que las olas del océano, que a primera vista parecen impredecibles y arbitrarias, son sólo un reflejo superficial de corrientes invisibles y cambios en el viento, las acciones de los actores individuales en los dramas históricos son la expresión inconsciente de procesos subterráneos más profundos que se abren paso silenciosamente a través de una compleja red de interrelaciones sociales y que, en última instancia, condicionan las acciones de los individuos y determinan su resultado final.

Los grandes hombres y mujeres que parecen ser la fuerza motriz del drama histórico resultan ser simplemente los agentes inconscientes, o semiconscientes, de profundos cambios en la sociedad que se producen de forma desconocida para ellos y que proporcionan un marco determinante en el que desempeñan su función histórica.

Si tratamos de definir un elemento que esté siempre presente y que, en última instancia, deba desempeñar el papel más decisivo, ese elemento se encuentra, no en la conciencia subjetiva de los actores individuales del drama histórico, sino en algo mucho más fundamental.  

En toda interacción de fuerzas, siempre se da el caso de que algunos factores pesan más que otros. Sin dudar ni por un momento de la importancia de cosas como los accidentes históricos, la competencia o incompetencia, valentía o cobardía, de los individuos, la influencia del fanatismo religioso o incluso las ideas filosóficas y orales, la condición más fundamental para la viabilidad de un sistema socioeconómico dado es su capacidad para satisfacer las necesidades humanas básicas. 

Carlos Marx desveló los resortes ocultos que subyacen al desarrollo de la sociedad humana desde las primeras sociedades tribales hasta nuestros días. Antes de que los hombres y las mujeres puedan tener grandes pensamientos, producir grandes obras de arte y literatura, crear nuevas religiones o escuelas filosóficas, primero deben tener alimentos para comer, ropa para cubrir su desnudez y casas que les protejan de los embates de los elementos. 

Es aquí donde encontraremos la causa última del auge y caída de las civilizaciones, de las guerras y revoluciones y de todos los grandes dramas que componen la historia de la humanidad. Así lo entendió ya el gran Aristóteles, que escribió en su Metafísica que la filosofía comenzó » cuando ya existían casi todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida.» .

Esta afirmación va directa al corazón del materialismo histórico, 2.300 años antes que Karl Marx. La concepción materialista de la historia es un método científico que por primera vez nos permite comprender la historia, no como una serie de incidentes inconexos e imprevistos, sino como parte de un proceso claramente comprendido e interrelacionado.

Como explica Marx en un célebre pasaje de su prefacio a Contribución a la crítica de la economía política:

En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. […] El modo de producción de la vida material determina [bedingen] el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia.

En el Anti-Duhring, escrito mucho más tarde, Engels nos proporciona una expresión más desarrollada de estas ideas. Aquí tenemos una exposición brillante y concisa de los principios básicos del materialismo histórico:

La concepción materialista de la historia parte del principio de que la producción, y, junto con ella, el intercambio de sus productos, constituyen la base de todo el orden social; que en toda sociedad que se presenta en la historia la distribución de los productos y, con ella, la articulación social en clases o estamentos, se orienta por lo que se produce y por cómo se produce, así como por el modo como se intercambia lo producido. Según esto, las causas últimas de todas las modificaciones sociales y las subversiones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres, en su creciente comprensión de la verdad y la justicia eternas, sino en las transformaciones de los modos de producción y de intercambio.

El Manifiesto Comunista nos recuerda: «La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases». En el mundo antiguo ya tenemos pruebas claras de esta afirmación. El primer ejemplo de una huelga en la historia registrada se encuentra en el llamado «papiro de la huelga» en el espléndido museo egipcio de Turín, donde se explica en detalle un relato muy interesante de una huelga de los trabajadores que construían la tumba del faraón Ramsés III.

La historia de la antigua Atenas es una de las más violentas y continuas luchas de clases, revoluciones y contrarrevoluciones. Pero la historia más clara y mejor documentada de la lucha de clases en la antigüedad es el riquísimo registro que nos ha llegado de la historia de la República romana. Marx estaba muy interesado en este fenómeno, como aprendemos de una carta que escribió a Engels el 27 de febrero de 1861, en la que leemos lo siguiente:

Para distraerme, de noche he estado leyendo a Apiano sobre las guerras civiles de Roma, en el texto griego original. Es un libro muy valioso. El hombre es egipcio de nacimiento. Schlosser dice que “no tiene alma”, probablemente porque va a la raíz de la base material de esas guerras civiles. Espartaco se revela como el hombre más espléndido de toda la historia antigua. Gran general (no como Garibaldi), noble carácter, verdadero representante del proletariado antiguo.

Pompeyo, en cambio, es una cabal porquería; logró su inmerecida fama haciéndose pasar por acreedor, primero de los éxitos de Lóculo (contra Mitríades), después de los de Sertorio (en España), etc., como “joven amigo” de Sila, etc. Como general, era el Odilon Barrot romano. Tan pronto como tuvo que mostrar de qué estaba hecho —al pelear contra César— evidenció ser un miserable inútil. César cometió los errores militares más grandes posibles —deliberadamente absurdos— a fin de enfurecer al filisteo que se le oponía. Un general romano común —por ejemplo Craso— lo hubiera derrotado seis veces durante la guerra de Epiro. Pero con Pompeyo todo era posible. Shakespeare, en su Love’s Labour Lost (Trabajos de amor perdidos), parece haber tenido una sospecha de lo que era realmente Pompeyo.

El secreto de la grandeza de Roma

En su apogeo, el Imperio romano ofrecía un espectáculo impresionante. Sus edificios, monumentos, calzadas y acueductos siguen siendo hoy un recuerdo mudo pero elocuente de la grandeza de Roma. Pero nunca hay que olvidar que el poder romano se basaba en la violencia, el asesinato en masa, el robo y el engaño. El Imperio romano fue, como todos los imperios posteriores, un ejercicio masivo de opresión, esclavitud y robo común.

Los romanos utilizaron la fuerza bruta para subyugar a otros pueblos, vendieron ciudades enteras como esclavos y masacraron a miles de prisioneros de guerra para divertirse en los juegos de gladiadores. Sin embargo, el Imperio romano comenzó su existencia como un estado minúsculo y casi insignificante que se encontraba a merced no sólo de sus vecinos latinos, sino de los mucho más poderosos etruscos e incluso, en un momento dado, de los bárbaros celtas que derrotaron y humillaron a los romanos.

Al principio ni siquiera poseía un ejército permanente. Sus fuerzas armadas consistían en una milicia basada en un campesinado libre. Su vida cultural era tan pobre como la de los propios campesinos. Sin embargo, en pocos siglos, Roma consiguió dominar no sólo Italia, sino todo el Mediterráneo y lo que entonces se conocía como el mundo civilizado. ¿Cómo se produjo esta notable transformación? La respuesta a esta pregunta sigue siendo un libro cerrado para algunos historiadores modernos. 

Hace algún tiempo, vi en la televisión británica una serie sobre la historia de Roma en la que un conocido historiador exponía la idea de que el secreto de la grandeza de Roma estaba de algún modo implantado en la composición genética de los propios romanos. Desde este punto de vista, sus conquistas estaban cantadas.

En este punto dejamos atrás la ciencia y entramos en el reino de la fantasía y los cuentos de hadas. Por qué proceso mágico se implantó el secreto de la grandeza en los genes de los primeros romanos es un misterio que sólo conocen quienes lo creen. 

Utilizando el método marxista del materialismo histórico, he intentado explicar el proceso por el que Roma se transformó de una humilde ciudad-estado -casi se podría decir que una aldea grande- en una poderosa y agresiva potencia imperialista.

Debo añadir que este caso no es en absoluto único en la historia. La historia muestra la prueba de la ley dialéctica de que las cosas pueden transformarse en su contrario. Hoy se olvida generalmente que la nación imperialista más poderosa de la tierra, los Estados Unidos de América, empezó siendo una colonia oprimida de Gran Bretaña.

Del mismo modo, Roma pasó sus primeros años de vida bajo el dominio de sus vecinos etruscos. Forzada por las circunstancias a una interminable serie de guerras, la sociedad romana se vio obligada a desarrollar una poderosa maquinaria militar, que acabó por someter a todo lo que se le ponía por delante.

Pero estas guerras continuas -que en un principio eran guerras defensivas- se convirtieron en guerras ofensivas, destinadas a conquistar territorios y subyugar a otros pueblos. Esto cambió el carácter mismo de la sociedad romana y la naturaleza de su ejército. A su vez, socavó la existencia misma del factor que había dado coherencia, estabilidad y fuerza a la sociedad romana primitiva: el campesinado romano libre. 

Lucha de clases

Desde los primeros tiempos, en Roma se desarrollaba una violenta lucha entre ricos y pobres. Los escritos de Livio y otros relatan detalladamente las luchas entre plebeyos y patricios, que acabaron en un difícil compromiso. Es cierto que los escritos de Livio, muy posteriores, tienen más sabor a mito que a historia real. Sin embargo, es igualmente posible que estos relatos lleven la impronta de un lejano recuerdo histórico de hechos reales, tal vez derivados de originales mucho más antiguos, ahora, por desgracia, perdidos. Es imposible saberlo. 

Los inicios de una crisis en Roma pueden observarse ya en el último periodo de la República, un periodo caracterizado por agudas convulsiones sociales y políticas y por la guerra de clases. La conquista de Estados extranjeros sentó las bases para una transformación de las relaciones productivas mediante la introducción masiva de la esclavitud.

Cuando Roma ya se había hecho dueña del Mediterráneo al derrotar a su rival más poderoso, Cartago, asistimos a lo que en realidad fue una lucha por el reparto del botín. Los campesinos libres, obligados a pasar largas temporadas lejos de su patria luchando en guerras extranjeras, regresaban para encontrarse con que sus tierras habían sido arrebatadas por los grandes terratenientes, que amasaban grandes fortunas con el trabajo de los esclavos que ahora eran arrojados al mercado a muy bajo precio como botín de guerra.  

Aquí encontramos la verdadera razón de las feroces luchas de clases que caracterizan la historia romana en los últimos años de la República, como señala Marx en El Capital:  «no hace falta ser muy versado en la historia de la república romana para saber que su historia secreta la forma la historia de la propiedad territorial.»

En una carta a Engels del 8 de marzo de 1855, escribió: 

“Hace poco volví a recorrer la historia romana (antigua) hasta la época de Augusto. La historia interna se resuelve simplemente en la lucha de la pequeña contra la gran propiedad de la tierra, específicamente modificada, desde luego, por las condiciones esclavistas. Las relaciones de deuda, que desempeñan un papel tan importante desde el comienzo mismo de la historia romana, figuran tan sólo como consecuencia inevitable de la pequeña propiedad territorial.”

Es en este momento cuando las luchas de clases en Roma alcanzan su mayor intensidad. Es un período que está inseparablemente ligado a los nombres de dos hermanos: Tiberio y Cayo Graco. Tiberio Graco exigió que la riqueza de Roma se repartiera entre sus ciudadanos libres. Su objetivo principal era hacer de Italia una república de pequeños agricultores y no de esclavos, pero fue derrotado y asesinado por los nobles y los esclavistas. Fue la victoria de la gran propiedad sobre la pequeña agricultura, la victoria de la esclavitud sobre el trabajo libre de los campesinos. 

A la larga, fue un desastre para Roma. El campesinado arruinado -la columna vertebral de la República y su ejército- se trasladó a Roma, donde constituyó una clase no productiva, los proletarii (proletariado), que vivía de las limosnas del Estado. 

Aunque resentidos con los ricos, compartían sin embargo un interés común en la explotación de los esclavos -la única clase realmente productiva en el periodo de la República y el Imperio- y de los súbditos imperiales de Roma. 

La gran revuelta de los esclavos encabezada por Espartaco fue un episodio glorioso de la historia de la Antigüedad. Aunque, de hecho, sólo fue uno de los muchos levantamientos de esclavos que se produjeron en esa época, destaca como un acontecimiento único en los anales de la historia de las revueltas de los pobres y oprimidos. 

El espectáculo de esta gente tan oprimida levantándose con las armas en la mano e infligiendo una derrota tras otra a los ejércitos de la mayor potencia del mundo es uno de los acontecimientos más increíbles de la historia. Si hubieran logrado derrocar al Estado romano, el curso de la historia habría cambiado significativamente.

La lectura de la historia romana y, en particular, de la conmovedora historia de la revuelta de los esclavos liderada por el gran gigante revolucionario Espartaco, puede ser una fuente de gran inspiración para la generación actual. Aunque el único testimonio que tenemos de este gran hombre fue escrito por sus enemigos, sus acciones brillan como un faro cuya luz ha permanecido intacta después de dos milenios.

La razón fundamental por la que Espartaco fracasó al final fue el hecho de que los esclavos fueron incapaces de vincularse con el proletariado de las ciudades. Mientras este último siguiera apoyando al Estado, la victoria de los esclavos era imposible. Pero el proletariado romano, a diferencia del proletariado moderno, no era una clase productiva sino puramente parasitaria, que vivía del trabajo de los esclavos y dependía de sus amos. El fracaso de la revolución romana tiene su origen en este hecho.

Cesarismo

La derrota de los esclavos condujo directamente a la ruina de la República romana. A falta de un campesinado libre, el Estado se vio obligado a recurrir a un ejército mercenario para librar sus guerras. Con el tiempo, el estancamiento de la lucha de clases produjo una situación similar al fenómeno moderno del bonapartismo. El equivalente romano es lo que llamamos cesarismo. 

El legionario romano ya no era leal a la República, sino a su comandante, el hombre que le garantizaba su paga, su botín y una parcela de tierra cuando se retirara. El último periodo de la República se caracteriza por una intensificación de la lucha entre las clases, en la que ninguno de los bandos fue capaz de obtener una victoria decisiva. Como resultado, el Estado (que Lenin describió como «cuerpos especiales de hombres armados»), empezó a adquirir una independencia cada vez mayor, a elevarse por encima de la sociedad y a aparecer como árbitro final en las continuas luchas por el poder en Roma.

Toda una serie de aventureros militares entran ahora en escena: Marius, Sulla, Craso, Pompeyo, y finalmente Julio Caesar – un general brillante, un político inteligente y un hombre de negocios astuto, que en efecto puso fin a la República mientras le rendía pleitesía. Aumentado su prestigio por sus triunfos militares en la Galia, empezó a concentrar todo el poder en sus manos. Aunque fue asesinado por una facción conservadora que deseaba preservar la República, el antiguo régimen estaba condenado.

Después de que Bruto y los demás conspiradores fueran derrotados por el Segundo Triunvirato, la República fue reconocida formalmente. Esta pretensión la mantuvo incluso el hijo adoptivo de César, Octavio, después de derrotar a sus rivales y convertirse en el primer emperador, Augusto. El propio título de «emperador» (imperator en latín) es un título militar, inventado para evitar el título de rey, tan ofensivo para los oídos republicanos. Pero era rey, en todo menos en el nombre.

Contradicciones de la esclavitud

En el momento de su desaparición, el régimen político de la República entraba en total contradicción con el sistema esclavista que se había convertido en el centro de la economía romana. La instauración del Imperio fue, pues, necesaria para preservar la propiedad de los grandes esclavistas, que se vieron obligados a someterse al gobierno arbitrario de un solo hombre, pero con ello compraron el fin de la inestabilidad y las guerras civiles de finales de la República. 

Pero como todas las formas de opresión de clase, la esclavitud contiene una contradicción interna que condujo a su destrucción. Aunque el trabajo del esclavo individual no era muy productivo (había que obligar a los esclavos a trabajar), la suma de grandes cantidades de esclavos, como en las minas y plantaciones (latifundios) en el último periodo de la República y el Imperio, producía un excedente considerable. 

En el apogeo del Imperio, los esclavos eran abundantes y baratos, y las guerras de Roma eran básicamente cacerías de esclavos a gran escala. Los ricos consumían la riqueza de la sociedad en un lujo ocioso, mientras que los ciudadanos más pobres vivían en condiciones de miseria inimaginables, dependiendo de las limosnas del Estado para sobrevivir.

Pero en un determinado momento este sistema alcanzó sus límites y entró entonces en un largo periodo de decadencia. Dado que el trabajo esclavo sólo es productivo cuando se emplea a gran escala, la condición previa para su éxito es un amplio suministro de esclavos a bajo coste. Pero los esclavos se reproducen muy lentamente en cautividad, por lo que la única forma de garantizar un suministro suficiente de esclavos es mediante guerras continuas, cada vez más lejanas.

Una vez que el Imperio alcanzó los límites de su expansión bajo Adriano, esto se hizo cada vez más difícil. La decadencia de la economía esclavista, la naturaleza monstruosamente opresiva del Imperio con su abultada burocracia y sus depredadores recaudadores de impuestos, ya estaban socavando todo el sistema. 

El fracaso de las clases oprimidas de la sociedad romana a la hora de unirse para derrocar al Estado esclavista, brutalmente explotador, condujo a un agotamiento interior y a un largo y doloroso período de decadencia social, económica y cultural, que eventualmente preparó el camino para el colapso final del poder romano y el descenso a la barbarie.

El comercio no dejaba de decaer, mientras un gran número de personas se trasladaba de las ciudades al campo con la esperanza de ganarse la vida en alguna de las fincas de los grandes terratenientes. Los bárbaros sólo dieron el golpe de gracia a un sistema podrido y moribundo. Todo el edificio se tambaleaba, y ellos se limitaron a darle un último y violento empujón.

¿Cuáles son las lecciones para hoy? 

Sería un ejercicio inútil especular sobre cuál habría sido el resultado de una hipotética victoria de la gran rebelión de esclavos encabezada por Espartaco. Pero cualquiera que hubiera sido, no habría podido poner fin a la sociedad de clases. La base material de una auténtica sociedad comunista no existía en aquel momento y seguiría sin existir durante otros dos mil años.

Fue necesario pasar por una serie de etapas de desarrollo social y económico, cada una de ellas marcada por la bárbara opresión y explotación de las masas, antes de que las fuerzas productivas bajo el capitalismo alcanzaran un nivel suficiente para que existiera una sociedad comunista sin clases. Por esta razón, es inútil y totalmente anticientífico abordar el pasado desde el punto de vista del presente o del futuro. 

¿Significa esto que no podemos aprender nada del estudio del pasado? Tal conclusión sería radicalmente falsa. Podemos extraer muchas lecciones valiosas de la rica experiencia de las luchas de clases del pasado, y la historia romana nos proporciona un material muy rico a este respecto.

El ascenso del capitalismo moderno y de su sepulturero, la clase obrera, ha dejado mucho más claro lo que está en el corazón de la concepción materialista de la historia. Así como el auge y la caída de Roma fueron el resultado de las contradicciones inherentes al modo de producción esclavista, el auge y la caída del capitalismo se explican por las contradicciones internas de la llamada economía de libre mercado.

En el período de su ascenso, el capitalismo desarrolló las fuerzas productivas hasta un grado que no tiene parangón en la historia. Pero ese periodo hace tiempo que pasó a la historia. El sistema capitalista hace tiempo que agotó cualquier papel progresista que pudiera haber desempeñado en el pasado. 

El sistema capitalista, en su agonía, tiene un parecido asombroso con la monstruosa decadencia que caracterizó al Imperio romano en sus últimas etapas de degeneración y decrepitud. Los síntomas de la decadencia senil son evidentes en todas partes.

Nuestra tarea no es simplemente comprender el mundo, sino llevar a buen término la lucha histórica de las masas, mediante la victoria del proletariado y la transformación socialista de la sociedad. Se trata de acelerar por todos los medios el derrocamiento de un sistema podrido y opresor cuya supervivencia amenaza la existencia misma de la civilización humana, tal vez de la propia raza humana. 

Es hacer realidad los sueños de innumerables generaciones pasadas de la mayoría oprimida y explotada y coronar con la victoria final la lucha titánica iniciada hace tanto tiempo por el gigante revolucionario Espartaco y su ejército de esclavos jamás olvidado. 

No fue casualidad que los líderes de la Revolución alemana, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, tomaran el nombre de Espartaco como emblema del proletariado revolucionario alemán. Al igual que el héroe cuyo ejemplo siguieron tan valientemente, cayeron víctimas de las fuerzas de una brutal contrarrevolución. 

Hoy en día, los nombres de sus asesinos han caído en el olvido, pero los nombres de Espartaco, Liebknecht y Luxemburgo serán recordados para siempre por todos los trabajadores con conciencia de clase y los jóvenes revolucionarios que luchan por un futuro mejor.

Londres, 7 de marzo de 2023

Demagogos y dictadores, ¿qué es el bonapartismo?

Napoleón en su trono imperial, Jean-Auguste-Dominique Ingres (1806)

La creciente crisis del capitalismo está provocando una gran inestabilidad política en todo el mundo. En este contexto, el aumento del número de gobiernos «autoritarios» y «populistas» ha provocado un gran debate sobre el auge de la política del «hombre fuerte». Pero, ¿qué significa esto exactamente? En este artículo, Ben Gliniecki analiza la naturaleza del Estado capitalista y el concepto de «bonapartismo» desarrollado por Marx para responder a esta pregunta y ofrecer una perspectiva del impacto de la lucha de clases en la política actual.

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Chile: A 50 años del golpe de estado

El “humanismo” de Pinochet, Kukryniksy (1974)

Se cumplen 50 años del golpe de estado contra el presidente Allende en Chile. En este artículo, Carlos Cerpa Mallat, describe los acontecimientos que precedieron al golpe, como se transitó de la dictadura al régimen actual y extrae las principales conclusiones políticas de aquella tragedia y que son necesarias para armar a las nuevas generaciones.

Hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, se produjo el Golpe de Estado contra el gobierno del socialista Salvador Allende. Era la primera vez que un candidato identificado como marxista llegaba al poder por la vía electoral, y esto generó grandes ilusiones en la socialdemocracia de todo el mundo. Pero la contrarrevolución fue implacable. Para el presidente estadounidense Nixon se trataba literalmente de “hacer chillar la economía chilena”. El imperialismo intervino a través de la CIA, dedicando más de 13 millones de dólares a los partidos de derecha, medios de comunicaciones y gremios opositores, que durantes 3 años darian lugar a fuertes acciones de sabotaje económico, campañas comunicacionales y terrorismo. 

Por otra parte, la clase trabajadora puso en jaque en varias ocasiones a la reacción, en un despliegue formidable de movilización y organización consciente en defensa de sus intereses de clase contra la derecha y el imperialismo. Organizados en los Cordones Industriales, las Juntas de Abastecimiento y Precio, y otro tipo de articulaciones, los trabajadores chilenos nos legaron una experiencia valiosa de autoorganización, territorial y de clase, que mostró de manera embrionaria cómo es capaz de dirigir la producción y la sociedad sobre una nueva base. Pero su impulso hacia la toma del poder fue coartado en cada ocasión importante por los dirigentes comunistas y el propio presidente socialista, llamándoles a confiar en las Fuerzas Armadas que serán sus verdugos.

La dictadura del General Augusto Pinochet dejó miles de muertos y detenidos desaparecidos. Además de torturas irreproducibles. En un pequeño país de 10 millones de habitantes, cifras oficiales señalan que al menos 40,000 personas sufrieron violaciones a los Derechos Humanos, en su gran mayoría jóvenes, trabajadores y campesinos. La flor de la juventud y la clase obrera fue aniquilada. La experiencia del gobierno de Allende, demuestra que no es posible la vía institucional al socialismo. Es el fracaso del reformismo, que no comprende el carácter de clase del Estado. 

La Unidad Popular

En 1969, se forma la Unidad Popular (UP), compuesta principalmente por el Partido Socialista y el Partido Comunista, y partidos pequeño burgueses como el Partido Radical. Es un Frente Popular, con la particularidad de ser dirigido por dos grandes partidos obreros de masas. 

Los Frentes Populares fueron una política de la Comintern estalinista que llamaba a los partidos comunistas a formar alianzas con partidos de la burguesía supuestamente ‘democrática’.  Pero en el fondo los frentes populares significaban la subordinación der la clase obrera a los intereses de la burguesía, bajo el velo de una alianza antifascista. La Unidad Popular logró movilizar amplísimos sectores populares y de trabajadores, en un momento culmine de un proceso de décadas de radicalización de masas en Chile y el continente.

La Democracia Cristiana se formó como un partido que buscaba sobre todo frenar el crecimiento de los partidos obreros. En 1964 el democratacristiano Eduardo Frei Montalva hizo campaña con fraseología izquierdista y bajo la consigna de “Revolución en Libertad”, derrotó a Salvador Allende. Se inició una reforma agraria que cumplió sólo un tercio del plan contemplado de beneficiar 100.000 familias campesinas; y la “chilenización” del cobre, que estableció sociedades mixtas con 51% de participación del Estado en la minería. Pero los límites de estas reformas solo alimentaron las ansias por transformaciones profundas. 

Destaca la fuerza de la clase obrera ya en aquella época. Así, en 1970 un 85% de la población son asalariados que viven de su fuerza de trabajo, de los que el 46% son obreros. La Central Unitaria de Trabajadores, organizaba a 700,000 miembros, y durante el gobierno socialista llegó al millón de afiliados, un tercio de la población activa. En el sector público la sindicalización llegaba al 90%. En 1965 se contaron 723 huelgas, y en el año 1972 llegan a ser 3,526 de las cuales solo el 3,4% eran consideradas legales. Pero al mismo tiempo, la situación de la clase trabajadora era precaria. Casi la mitad de la población ocupada ganaba menos del salario mínimo. En 1970 una cuarta parte de la población nacional no tiene una vivienda familiar propia, y en Santiago un 10% vive en campamentos.

En 1965, se fundó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), resultado de la fusión de diversos grupos. Entre ellos el Partido Obrero Revolucionario, con orígenes en la Oposición de Izquierda en Chile de los años 30. Pero en el MIR predominaron los elementos pequeños burgueses y universitarios, que promueven la guerrilla campesina, y en 1969 expulsan burocráticamente a quienes se oponen, principalmente cuadros obreros. Durante el gobierno de Allende, el MIR fue el grupo de izquierda revolucionaria más importante y con algún apoyo de masas. De 2 mil militantes a fines de los 60s, llega a 6 mil en 1973, y es capaz de movilizar con simpatizantes unas 15 mil personas. El brazo campesino del MIR, el Movimiento Campesino Revolucionario, sobrepasa la legalidad del proceso de reforma agraria. Muy significativamente, en La Araucanía en conjunto con los mapuche corriendo cercos lograron que se expropiaran casi 200 mil hectáreas, que fueron restituidas a las comunidades.

En 1970 el Partido Comunista tiene 60 mil militantes, siendo uno de los mayores de América Latina y el más grande la Unidad Popular. Las Juventudes Comunistas llegaron a tener 80 mil miembros en 1973. El Partido Socialista se ubica mas a la izquierda que los comunistas, y tiene un crecimiento explosivo durante los 3 años del gobierno de Allende, pasando de alrededor de 55 mil miembros, a unos 125 mil miembros en 1973. De esta manera, en su conjunto los partidos de izquierda agrupaban entre 200 y 300 mil militantes. Por su parte, la Democracia Cristiana tiene unos 60 mil militantes, con una importante presencia en sindicatos, mientras la oposición de derecha y los grupos fascistas agrupan alrededor de 30 mil personas.

Salvador Allende es un médico que en su carrera fue parlamentario, ministro de salud, y 4 veces candidato a la presidencia. Finalmente ganó las elecciones el 4 de septiembre de 1970, con un 37%. La derecha de Alessandri obtiene 35% y el candidato democratacristiano un 28%. La división del voto de la derecha y la DC permite que la UP obtenga la mayoría. Pero el triunfo es también expresión del ascenso de masas durante la década de los 60s. 

Como no obtuvo una mayoría absoluta, Allende necesita la ratificación del congreso para asumir la presidencia. La conspiración de Estados Unidos y la CIA comienza antes que asuma. Se preparó un secuestro de falsa bandera contra el Comandante en Jefe Rene Schneider, dirigido por el General Viaux con participación del grupo fascista Patria y Libertad. El plan era culpar a la izquierda revolucionaria del secuestro y provocar un putsch militar que impidiera que el congreso ratificara a Allende. Pero el plan no resultó, puesto que Schneider resistió el secuestro con su arma, y los pistoleros de extrema derecha tuvieron que liquidarlo. Un accidente, que reveló la trama golpista y obligó a las instituciones pretendidamente democráticas a apoyar el traspaso de mando pacifico. 

La comandancia en Jefe es sucedida por antigüedad a Carlos Prats, otro militar considerado “constitucionalista” como Schneider. De todas maneras, en vez de guardar esperanzas en sectores constitucionalistas, los partidos de la UP deberían haberse ya prevenido ante la opción evidente de una sublevación militar que forzara un enfrentamiento armado entre los trabajadores y la contrarrevolución.

Finalmente Allende es ratificado bajo la condición de firmar un Estatuto de Garantías Constitucionales, que establecía la autonomía de las FFAA. Es decir, desde el primer momento se atan las manos al gobierno popular de cara al enfrentamiento de clases, sobre una cuestión fundamental como es el carácter del Estado burgués y su brazo armado.

El Programa de la UP

La Unidad Popular en el gobierno aplica su programa de reformas democráticas y antiimperialistas, incluyendo medidas en favor de los trabajadores sin precedentes en la historia de Chile: Nacionalización de los recursos naturales, la más emblemática: la nacionalización del cobre, considerado el “salario de Chile”; nacionalización parcial de la banca, comercio exterior, y empresas estratégicas, como la compañía de teléfonos ITT; se acelera la reforma agraria iniciada por el gobierno democratacristiano; reformas sociales denominadas las “40 medidas”, como la entrega de medio litro de leche diario para todos los niños y niñas en las escuelas, y el congelamiento del arriendo.

La estrategia de la UP plantea una transición gradual y por vía institucional al socialismo. Se argumenta la especificidad del Estado chileno como un sistema político estable y consideraba las Fuerzas Armadas como “constitucionalistas” y respetuosas de la democracia. Además, define que existe una burguesía nacional progresista. 

Se crea el Área de Propiedad Social, con participación de los trabajadores, que comprende 90 empresas estratégicas nacionalizadas. Los trabajadores llevarán más lejos esta iniciativa mediante ocupaciones. Llegaron a ser hasta 254 empresas monopolistas que estuvieron en el Área Social.

Durante el gobierno de la Unidad Popular hubo más de 2.000 ocupaciones de predios. Mientras el gobierno demócrata cristiana había expropiado 3,5 millones de hectáreas, la reforma agraria de Allende expropió 5,3 millones de hectáreas de riego básico, alcanzando hasta el 35% de las tierras agrícolas.

La autoorganización de los trabajadores en los Cordones Industriales es el punto más alto de esta revolución chilena. Una revolución “por abajo”, que desborda la revolución “ por arriba” del programa de gobierno de la UP. Como decían las consignas de la época, es una disputa entre “avanzar sin transar”, y “consolidar para avanzar”.

En 1973 el Área Social llegó a comprender al 30% de la fuerza de trabajo industrial y el 90% de la producción minera.  El primer año hubo un crecimiento industrial de 12%. En realidad, hasta mediados de 1972 se vive una pequeña era dorada. En algunas empresas textiles nacionalizadas la producción llegó a duplicarse. Se duplicó el consumo de productos nacionales, muestra de una mejor calidad de vida de los trabajadores que ahora pueden adquirir electrodomésticos, como lavadoras, refrigeradores, y que consumen más carne y leche. Sin embargo, el Estado sólo controlaba el 15% de la distribución. Esto será aprovechado por la burguesía, que utiliza el control que mantiene sobre la economía para sabotear al gobierno. Por otra parte, el boicot imperialista bloquea el acceso a repuestos y maquinarias.

Según el proyecto de la UP era clave la rápida puesta en marcha de una economía planificada en el Área Social, que transformara las relaciones de producción y aumentara la productividad. Sin embargo, las medidas a medias de nacionalización del gobierno de Allende provocan el sabotaje de la burguesía sin haber reemplazado la anarquía del mercado por la planificación democrática. Esto contribuye decisivamente a deteriorar la situación social y económica que lleva a la derrota.

A pesar de las dificultades, el apoyo electoral al gobierno aumenta, los partidos de la Unidad Popular obtienen 50% en las elecciones municipales de 1971. El Partido Socialista crece del 12% al 22%. 

En 1971 renunció un sector de la Democracia Cristiana que apoyaba a la Unidad Popular. Siguen el ejemplo del MAPU que se escindió de la DC en 1969. Esto es positivo y muestra la adhesión de algunos sectores medios, pero por otro lado la DC queda bajo control de su ala derecha.

Cordones industriales

La clase dominante abandona sus esperanzas de derrocar al gobierno por una vía democrática y en octubre de 1972 se lanza una fuerte ofensiva patronal con objetivo de derribar al gobierno. La burguesía y el imperialismo, son conscientes de la agudización de la lucha de clases bajo el gobierno de Allende, con la clase obrera amenazando con desbordar los límites de la democracia burguesa. No están dispuestos a perder su poder, riqueza y privilegios sin dar una batalla. Lamentablemente los dirigentes de la izquierda no tienen la misma claridad de visión y siguen confiando en el carácter democrático de las Fuerzas Armadas y la posibilidad de avanzar al socialismo gradualmente sin romper con la democracia burguesa.

Los industriales paralizan sus actividades. El gremio de camioneros realiza una paralización que afecta el transporte de combustibles, materias primas, alimentos y cargas marítimas. Se suman estudiantes de la Universidad Católica, médicos, ingenieros y transporte público. La oposición logra arrastrar a capas medias.

Los trabajadores responden ocupando las fábricas abandonadas por los patrones y florecen los Cordones Industriales, organizaciones obreras, democráticas, de base. Controlan la producción, y hacen sus propios repuestos, escasos debido al bloqueo económico. Para organizar la distribucion de productos basicos, se multiplican las Juntas de Abastecimiento y Precios, que combaten el acaparamiento y el mercado negro. Como sucede en todas las revoluciones, se establece un embrión de poder dual, que va más allá de las fábricas, y puede organizar territorialmente a campesinos y pobladores. Entre 20 y 30 mil trabajadores se movilizan en Santiago en torno a los cordones industriales.

Después de un mes el paro patronal es derrotado, y Allende forma un Gabinete cívico-militar. Esto es una cachetada en la cara, pues los militares fueron llamados a mediar en un conflicto donde la clase trabajadora ya había triunfado. Coloca militares junto a representantes sindicales en el gabinete, confundiendo las organizaciones independientes de los trabajadores con el gobierno. 

En un intento por evitar el inevitable enfrentamiento, en enero de 1973 el gobierno presenta el Plan Prats-Millas: la devolución de las fábricas ocupadas en octubre y que no estaban en el programa de gobierno. Además reduce el plan del Área Social de 90 a 49 empresas. Esto es inaceptable para los trabajadores que resisten la medida y el plan es retirado en febrero de 1973. 

Se dispone además una Ley de Control de Armas, que se utiliza en allanamientos contra los cordones. Mientras, en los meses antes del golpe, el fascismo realiza al menos 20 atentados diarios. Sobre la base de la confianza ciega en el carácter democrático del estado, en la práctica se desarma a los trabajadores mientras que las bandas fascistas campan a sus anchas. 

En las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, la unidad popular obtiene 44%. La derecha no logra debilitar decisivamente al gobierno en el campo electoral. Para todos los trabajadores avanzados la conspiración golpista es evidente, y el golpe inminente. La cuestión entonces era si acaso debe esperarse la agresión o tomar la iniciativa. El arte de la insurrección revolucionaria debe saber disponer de medios defensivos que le permitan con algún disimulo desdoblarse hacia una ofensiva. Pero el grueso del trabajo preparatorio debía ser una tarea política orientada a los soldados con un programa general de democratización de las fuerzas armadas, con el objeto de organizar unidades antigolpistas.

El 29 de junio de 1973 un sector del ejército se sublevó, el llamado Tanquetazo, organizado por oficiales medios vinculados a Patria y Libertad. El comandante en jefe Prats, acompañado de un tal general Augusto Pinochet, reprime a los sublevados en el centro de Santiago. 

El general Prats reflexiona luego en su diario: 

Ya no me cabe duda de que un considerable número de oficiales generales de las fuerzas armadas y carabineros mantienen vínculos políticos con los dirigentes de la oposición, y que esos contactos adquieren carácter conspirativo.(…)Por qué no hablar de política en los cuarteles, si un regimiento con su comandante a la cabeza ha salido a la calle para atacar el palacio presidencial y el Ministerio de Defensa, y si el comandante en jefe ha tenido que salir también a la calle para defender al gobierno constitucional con una ametralladora en la mano?

Los Cordones tomaron la iniciativa y ocuparon todas las fábricas de la capital, los principales accesos a Santiago y los campesinos centralizaron el abastecimiento. El putsch es derrotado. Pero se evidencian graves fallas, grupos de trabajadores deambulan sin dirección por las calles de Santiago. Al final de la jornada, Allende pide, de nuevo, que devuelvan las empresas ocupadas durante la jornada y se vuelvan en paz a sus casas.

Como Prats y Pinochet reprimieron la sublevación, el Partido Comunista, cree ver confirmada su tesis, que las FFAA son constitucionalistas. En realidad, el Tanquetazo es solo un ensayo general,que confirma que la conspiración va a toda máquina y es cuestión de tiempo antes de otro golpe.

Este era todavía un momento favorable para que el gobierno se apoyara en la clase obrera y lanzara una ofensiva que expropiara definitivamente a los saboteadores burgueses. La contradicción estaba entre defender a un gobierno que los trabajadores consideraban como propio, pero a su vez la necesidad de superarlo por medios revolucionarios. El mismo gobierno los desarmaba política y materialmente ante la contrarrevolución. La revolución socialista era el único medio de defenderse.

Los oficiales golpistas de la Armada comprendían que no sería suficiente con la marina y la aviación para dirigir una acción contra el gobierno. Era clave contar con el apoyo del Ejército, y en esto, el general Carlos Prats era un obstáculo.

El general Prats es acosado por la prensa y con protestas de las esposas de los militares, flaquea bajo la presión y entonces Pinochet asume la comandancia en jefe. Prats lo describió así: “

Es el bellaco de luces limitadas y ambición desmedida, capaz de pasar una vida arrastrándose o agazapado a la espera del instante de cometer un crimen a mansalva, que le permita cambiar su destino por un golpe de audacia. Tengo la convicción de que solo se subió al carro de los golpistas en el último minuto, pero no dudo que se aferrará al poder cueste lo que cueste. Quedará como el gran traidor de nuestra historia. El que condujo al ejército y las fuerzas armadas a cometer un error mayúsculo e irreparable

Prats será asesinado meses más tarde en su exilio en Buenos Aires. El mando del Ejército ha tomado así su lugar en la trama golpista.

Los marinos constitucionalistas y el golpe

Es sabido que los principales conspiradores estaban en la Armada y que se reúnen regularmente con consejeros militares estadounidenses. Con la excusa de hacer preparativos para la operación UNITAS, en realidad preparan claves de comunicación entre los buques estadounidense y chilenos para el golpe de Estado. Además la marina provee armas y entrenamiento militar a Patria y Libertad, mientras los oficiales gritaban a la tropa arengas abiertamente golpistas. 

Un grupo de marinos conoce los planes de sus oficiales para derrocar al gobierno. Saben además que hay muchos marinos antigolpistas. Se elaboran dos estrategias que dividen las opiniones del grupo. Uno, inspirados por la sublevación de la escuadra de 1931 cuando los marinos apresan a los oficiales y toman control de las naves, elaboran un plan para reaccionar solo en caso de golpe, donde ocuparían los buques para llevarlos a alta mar, fuera de uso para la contrarrevolución. 

La otra idea era anticiparse al golpe, por lo que este grupo decide contactar con dirigentes políticos de la izquierda revolucionaria. El MIR, el MAPU y el PS no acuerdan en su totalidad con el plan que el grupo le presenta, y tampoco alcanzan consenso entre ellos. La falta de unidad de una dirección revolucionaria de los trabajadores fue otra desventaja, mientras la contrarrevolución pudo resolver este problema a través de los 3 duros años de oposición y obtener unidad de mando para el golpe.

En agosto de 1973 las reuniones con la izquierda son descubiertas. Los marinos son procesados por la justicia militar, acusados de insurrección y torturados. Escandalosamente, Allende no interviene en su ayuda, arguyendo que esto viola la autonomía de las FFAA (¡¡!!). Esto es determinante para la derrota, pues desincentiva a los soldados y marinos de base a actuar en defensa del gobierno. Sumado a que la Unidad Popular no elaboró una política para las fuerzas armadas y la tropa no era escuchada. 

Uno de los marinos torturados, un cabo, dirá años más tarde: “Creo que Allende se preocupó más de ganarse el mando, de ganarse la oficialidad. (…) Entonces nos descuido a nosotros los suboficiales” 

El 4 de septiembre, 800.000 trabajadores marchan frente a La Moneda, pidiendo armas y el cierre del congreso. El 5 de septiembre, los cordones industriales envían una carta al presidente Salvador Allende, destacamos algunas cosas que los trabajadores reclaman:

…Consideramos no solo que se nos está llevando al camino que nos conducirá al fascismo en un plazo vertiginoso, sino que se nos ha estado privando de los medios para defendernos.
Por lo tanto le exigimos a usted, compañero Presidente, que se ponga a la cabeza de este verdadero ejército sin armas, pero poderoso en cuanto a consciencia, decisión, que los partidos proletarios pongan de lado sus divergencias y se conviertan en verdadera vanguardia de esta masa organizada, pero sin direccion.

Exigimos:

5. Frente al área social: Que no solo no se devuelva ninguna empresa donde exista la voluntad mayoritaria de los trabajadores de que sean intervenidas, sino que esta pasen a ser el área predominante de la economía.

(…)
8. Exigimos que se derogue la Ley de Control de Armas. Nueva Ley Maldita que solo ha servido para vejar a los trabajadores, con los allanamientos practicados a las industrias y poblaciones, que está sirviendo como un ensayo general para los sectores sediciosos de las fuerzas armadas, que así estudian la organización y capacidad de respuesta de la clase obrera en un intento para intimidarlos e identificar sus dirigentes.

9. Frente a la inhumana represión a los marineros de Valparaíso y Talcahuano, exigimos la inmediata libertad de estos hermanos de clase heroicos, cuyos nombres ya están grabados en las páginas de la historia de Chile.

Sin embargo, Allende y los dirigentes de la Unidad Popular siguen aferrados tercamente a su concepción de un estado ‘democrático’ que obedecía al gobierno y unas fuerzas armadas ‘constitucionalistas‘ y respetuosas de la cadena de mando. Ese camino llevaba directamente al desastre como advertían los cordones industriales en su carta: 


Estamos absolutamente convencidos de que históricamente el reformismo que se busca a través del diálogo con los que han traicionado una y otra vez, es el camino más rápido hacia el fascismo.

Desoyendo el clamor de la clase obrera Allende propone a los partidos un plebiscito, en un intento de utilizar métodos parlamentarios para resolver el conflicto de poderes entre el gobierno y la oposición en el Congreso. La fecha del golpe es el 11 de septiembre, para prevenir el anuncio de esta medida. 

Toda sublevación necesita un momento de “desborde”, un momento delicado en que las fuerzas están en un estado “cero” o de pasividad, y del que saltan resueltamente a la acción ofensiva. El factor sorpresa puede contar con el secreto y el engaño. Que había un golpe en ciernes no era ningún secreto, pero las direcciones de la izquierda, principalmente los comunistas y el propio Allende, estaban engañados por sus propias tesis políticas sobre el constitucionalismo de las fuerzas armadas.

El Estado Mayor había elaborado un plan anti insurreccional en caso de emergencias, el Plan Hércules, pero en realidad este se aplicó para derrocar al propio gobierno. Como ya era de público conocimiento que la Armada eran golpistas, el golpe comienza en la madrugada en Valparaíso. Entonces la respuesta natural sería enviar los regimientos de Santiago para supuestamente reprimir el alzamiento. En realidad, sólo irían al encuentro amistoso con los sublevados para neutralizar cualquier resistencia y proceder al golpe en Santiago. 

Joan Garces, asesor cercano del presidente Allende explica: 

La obra de Pinochet consistió en lograr convertir el dispositivo destinado a defender al gobierno en centro de dirección y apoyo de la insurrección (…) Pero el éxito de la acción de Pinochet no se explica sin considerar el hecho decisivo: enfrente del aparato del estado no había ninguna organización con capacidad de resistencia militar (…)La ausencia de toda capacidad coercitiva proletaria autónoma dejaba a la UP sin otra disyuntiva militar que la de continuar apoyando en la oficialidad que aparentaba conciencia profesional y democrática.” (Allende y la experiencia chilena. Joan Garces. 1976. p.363).

Los trabajadores, huérfanos de dirección política, se concentraron en los lugares de trabajo esperando instrucciones. Ante un enemigo superior en armamento y coordinación, lo que correspondía era responder con movilidad y comunicación, no permanecer en puntos fijos. Algunas fábricas y poblaciones resistieron heroicamente, pero los militares controlaron toda la situación en algunas horas.

Se dice que Allende no armó a los trabajadores. Es verdad, pero no es la mejor forma de plantear el problema. El problema es que las principales organizaciones jugaron con el problema militar sin planteárselo seriamente. Se requiere formar cuadros, pensar una política dirigida a los soldados de base, y eventualmente preparar una fuerza propia. No basta suponer la existencia de sectores simpatizantes en las fuerzas armadas, se necesita el coeficiente activo de la lucha de clases. Una acción decidida de las masas organizadas, podía ganar a un sector de soldados y marinos, quebrando las FFAA en líneas de clase. Sobre todo, se necesitaba un partido revolucionario que dirigiera la tremenda creatividad y disposición de combate de la clase obrera y su vanguardia. Las masas estaban desarmadas políticamente. 

La Dictadura

Frei y la Democracia Cristiana pensaban que los militares le traspasarían el poder en el corto plazo. Pero la dictadura se prolongó 17 años. Las masas estaban desmoralizadas e impotentes ante la reacción triunfante. Había una situación económica desastrosa, luego de años de sabotaje de la propia derecha, pero también producto de la crisis internacional. A pesar de sus contradicciones internas, la dictadura pudo mantenerse por inercia.

En las organizaciones de izquierda en la clandestinidad y en el exilio, comenzaron fuertes debates internos. Se trataba de definir tres cosas: Las causas de la derrota del gobierno de la UP, el carácter de la dictadura militar, y por último, por qué medios acabar con la dictadura. 

La clase obrera chilena había vencido la ofensiva contrarrevolucionaria en varias ocasiones, notablemente en octubre del 72, y mostró su potencial para dirigir la economía y la sociedad. Faltaba generalizar estas experiencias, y coordinarlas a nivel regional y nacional. Lamentablemente esto no se logró, por falta de tiempo, pero por encima de todo por la ausencia de una dirección revolucionaria con suficiente apoyo entra las masas. Los trabajadores requerían acciones audaces para solucionar la cuestión del poder. Y finalmente la reacción resolvió esta cuestión a su favor.

El grupo fascista “Patria y Libertad”, fue una fuerza pequeña y auxiliar de la reacción. Esto diferencia a Pinochet en lo fundamental, del fascismo de Hitler o Mussolini, que se apoyan en organizaciones fascistas de masas para destruir a la clase obrera. Por su parte, la dictadura de Pinochet utiliza el aparato estatal, el “dominio de la espada”, es un régimen bonapartista. Pero es particularmente cruel, debido precisamente a la gran fuerza que habían mostrado los trabajadores. En este sentido, es un bonapartismo con rasgos fascistas.

Los militares no eran ningunos economistas ni intelectuales. No fue hasta la llegada de los Chicago Boys en 1975 que el régimen adoptó un proyecto económico y político que se combinó con el conservadurismo local. La dictadura no recuperó simplemente las posiciones perdidas de la burguesía y el imperialismo, sino que transformó la estructura social y económica de Chile. Es el llamado modelo neoliberal. La contrarrevolución consolida su proyecto y dicta la Constitución de 1980. 

Se establecen los pilares ideológicos y económicos del sistema. El Código del trabajo, con leyes antisindicales que acaban con la negociación por rama. La desnacionalización del cobre, que permite además concesionar otras empresas estatales. El sistema privatizado de pensiones. La municipalización de la educación pública y la privatización de la educación universitaria. El negocio forestal. Podríamos continuar, pero digamos simplemente que estas políticas fueron impugnadas por el movimiento estudiantil de 2006 y 2011, y más recientemente por la rebelión de octubre del 2019.

El exilio jugó un rol decisivo en la izquierda, en un proceso conocido como Renovación Socialista, influenciado por la experiencia de los regímenes estalinistas, el eurocomunismo y el financiamiento de la socialdemocracia europea. La propuesta de colaboración de clases del “compromiso histórico” de Berlinguer en Italia, será fundamental. También la “transición modélica” en España después de la muerte de Franco.

La Renovación Socialista trata de articular democracia burguesa y ‘socialismo’, generando alianzas con el centro, es decir con la Democracia Cristiana, abandonando la lucha de clases y la toma del poder por la clase obrera.

El Partido Socialista sufre una crisis y divisiones en 1979 pero la Renovación Socialista será hegemónica. Sin embargo, hay corrientes socialistas con más presencia en el interior de Chile, que mantienen sus banderas revolucionarias.

Hasta 1979 el Partido Comunista, cuya dirección no ha roto con la política frentepopulista que llevó al desastre, quiere incluir a la DC en un “Frente Antifascista” contra la dictadura. Pero la DC los rechaza y en realidad quiere aislarlos. Influenciados por comunistas en la RDA, y el ánimo combativo de jóvenes militantes en el interior, se promueve la Rebelión Popular de Masas. Es decir, el camino de la derrota política de las Fuerzas Armadas y no la conciliación con el régimen. 

La lucha contra la dictadura

En 1982 Chile sufre la mayor crisis económica desde 1930. El PIB cayó un 15%, el desempleo alcanzó el 25%, y en algunos sectores marginales era de hasta 40%. A principios de los 80s ronda el ejemplo de la revolución sandinista en Nicaragua y El Salvador, donde algunos chilenos lucharon y recibieron instrucción. Y en 1983 se cumplen 10 años de insoportable estado de excepción y toques de queda. 

Estos factores explican las protestas que tomaron por sorpresa tanto a los militares como a los partidos políticos. La Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), llama a la Primera Jornada de Protesta Nacional para el 11 de mayo de 1983. Las manifestaciones son masivas y especialmente combativas en las poblaciones periféricas de Santiago. Pero también se suman profesionales, comerciantes y transportistas. Surge además una organización de mujeres opositoras a la dictadura, el MEMCH 83. Los sindicatos dispuestos a movilizarse dan forma al Comando Nacional de Trabajadores (CNT).

Se crea la Alianza Democrática, que agrupa a la DC, los socialistas renovados, y algunos sectores de derecha opositores a la dictadura, que presionan por una rápida negociación. Por otra parte, el Partido Comunista, socialistas, el MIR, y otros grupos de izquierda forman el Movimiento Democrático Popular. Hay una competencia entre la salida pactada de la Alianza Democrática y la salida rupturista del Movimiento Democrático Popular. La tercera opción es continuar con el calendario institucional de la dictadura que contempla un plebiscito en 1988. Pinochet gana tiempo en diálogos infructíferos, mientras desata la represión indiscriminada y la eliminación selectiva de dirigentes. 

Existe un ánimo pre insurreccional que amenaza con desbordar las negociaciones. El Partido Comunista conecta con la radicalización en las poblaciones, ingresan cuadros militares al país, y nace el Frente Patriotico Manuel Rodriguez (FPMR).

La mayor Jornada de Protesta Nacional tiene lugar el 2 y 3 de julio de 1986, con una paralización total. Los grupos que buscan la derrota política de las FFAA califican que este es el “año decisivo”. Pero ocurre la incautación de armas enviadas desde Cuba, una operación fallida del FPMR y un mes más tarde fracasa el atentado a Pinochet. Es un golpe logístico y moral que hunde al PC y al FPMR en una crisis, debilitando así la opción rupturista.

Se consolida la salida pactada, que da lugar a la Concertación de Partidos por la Democracia, haciendo campaña para el plebiscito de 1988. El NO (No continuar la dictadura) gana con 56%, contra 44% del SI. 

La transición democrática pactada fue un compromiso por arriba, para evitar el desborde insurreccional por abajo. Se oxigenó a la dictadura en momentos decisivos, evitando su caída por medios revolucionarios. La impunidad de los crímenes de la dictadura quedó establecida y las fuerzas armadas quedaron sin depurar. La “Concertación”, coalición formada principalmente por el recién fundado Partido Por la Democracia, Partido Socialista y la Democracia Cristiana, administró las aspiraciones democráticas del pueblo chileno después de la dictadura. Pero gobernaron con el mismo legado dictatorial. Cambiar todo para que nada cambie. 

A 50 años del sangriento golpe de estado vivimos todavía con el legado de esa derrota. Es crucial sacar las lecciones necesarias, la más importante de todas, acerca del carácter de clase del estado burgués y la imposibilidad de la toma del poder por parte de la clase obrera por vías simplemente institucionales.

Bolivia: El colapso en cámara lenta del MAS y las tareas de los comunistas

Imagen:Brasil de Fato, Flickr

Desde que Luis Arce fue elegido presidente en 2020 tras el golpe de Estado un año antes, un “debate” se empezó a desarrollar dentro del liderazgo del MAS: ¿Quién debería ser candidato a la presidencia en las elecciones de 2025? ¿Debería ser Arce, o debería ser Evo Morales? A medida que las elecciones se van acercando más, el conflicto se ha ido intensificando al no encontrarse una solución, al punto de que hace unas semanas, en un congreso del partido en la localidad chapareña de Lauca Ñ, se decidió expulsar a Arce (y a su vicepresidente David Choquehuanca) y nominar a Morales como candidato. Pero Arce no está de acuerdo con la decisión de un congreso al que ni siquiera fue invitado, y él tiene al aparato del Estado a su disposición (el Tribunal Supremo Electoral ya anuló este congreso). Así que todo apunta, no a una resolución, sino a una intensificación de la pugna y la muy probable escisión del MAS en dos partidos rumbo a las elecciones del 2025.

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La CMI en 2023: ¡los comunistas se organizan!

El 2023 marcó un cambio dramático en la situación mundial. La guerra, la explotación y el malestar social se intensifican a medida que la clase dominante descarga el peso insoportable de la crisis capitalista mundial sobre los oprimidos. En este período de agitación y explosiones sociales, es imperativo que los comunistas declaremos sin pudor ni equivocación quiénes somos y qué defendemos. Los camaradas de la Corriente Marxista Internacional han estado a la altura de las circunstancias en todo el mundo.

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Un mundo sin problemas: el mensaje de Año Nuevo 2024 de Alan Woods

Polonio: ¿Qué lee, mi señor? 

Hamlet: Palabras, palabras, palabras. (Shakespeare)

«Crean un desierto y lo llaman Paz«. (Tácito)

¡Qué mundo tan maravilloso en el que vivimos! El día de Año Nuevo, de repente me desperté y descubrí que nadie tenía ningún problema. Sí, claro. Leíste correctamente. Por fin. Ya no tenemos problemas. Solo «asuntos». Es cierto, parece que es posible morir por un «asunto«. Pero no nos detengamos en un tema desagradable.

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AmSoc 34 Referencias

EL LENINISMO 100 Años Después

  1. R Luxemburgo, La revolución rusa, El perro y la rana, 2008, pág. 37
  2. A Read, The World on Fire, W. W. Norton & Co, 2008, pág. 5-6
  3. R Pipes, The Russian Revolution, Vintage, 1991, pág. 349
  4. O Figes, A People’s Tragedy, Pimlico, 1997, pág. 391
  5. ibid. pág. 824
  6. V I Lenin, «Las tres fuentes y los tres componentes del marxismo», en Carlos Marx, Obras escogidas, tomo I, Ediciones Europa-América, Barcelona 1938, páginas 70-75
  7.  V I Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Centro Marx, 2022, págs 37-8.
  8.  ibid. pg 26
  9. ibid. pg 43
  10.  V I Lenin, ¿Qué hacer?, MIA, 2000-01
  11. V I Lenin, «Acerca de algunas particularidades del desarrollo histórico del marxismo», Lenin
  12.  V I Lenin, «Carta a los camaradas»,  Lenin Obras Completas, Tomo 27, Akal, 1976, pág. 325
  13. L Trotsky, Lenin, CEIP 2009, págs. 310-11
  14. V I Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Centro Marx, 2011, pág. 139
  15.  V I Lenin, “A Letter to Bogdanov and S.I. Gusev”, Lenin Collected Works, Vol. 8, Progress Publishers, 1977, pág. 143-145 (traducción nuestra). 
  16.  ibid. pág. 146
  17.  V I Lenin, «La primera etapa de la Primera Revolución», Obras Completas de Lenin, Tomo 24, Editorial Progreso, 1986, pág. 343
  18. V.I. Lenin, «Carta a J.S. Hanecki», Obras Completas de Lenin, Tomo. 49, Editorial Progreso, 1987, pág. 485
  19. ibid. pág. 488
  20.  V I Lenin, «Cartas sobre la táctica», Lenin Obras Completas Tomo. 31, Progreso, 1986, págs. 140-42
  21.  V I Lenin, «Discurso en una sesión conjunta del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia, el Soviet de Moscú, los Comités de Fábrica y los Sindicatos de Moscú», Lenin Obras Completas, Vol. 37, Progreso, 1986, págs. 8-9
  22. A Macleod, The Death of Uncle Joe, Merlin Press, 1997, pág. 212, énfasis añadido.
  23. V I Lenin, «Fundación de la Internacional Comunista», Lenin Obras Completas, Tomo 30, Akal, 1978, pág. 348

Como Lenin estudió a Hegel

  1.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 154
  2.  L Trotsky, La Juventud de Lenin, en «LENIN – compilación», Ediciones IPS, 2009, págs. 201-2
  3.  V I Lenin, ¿Qué hacer?, MIA, 2000-1
  4.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 149, énfasis en el original.
  5. G W F Hegel, Ciencia de la lógica, Solar, 1982, pág. 108
  6. V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 96
  7. ibid. pág. 123
  8. G W F Hegel, Ciencia de la lógica, Solar, 1982, pág. 111
  9.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 110
  10. ibid. pág. 110
  11.  ibid. pág. 117
  12. C Darwin, El origen de las especies, Zulueta trad., 1921
  13.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 187
  14.  ibid. pág. 121
  15.  ibid. pág. 123
  16.  V I Lenin, «Sobre el problema de la dialéctica», Obras Completas de Lenin, Vol. 29, Editorial Progreso, 1986, pág. 321
  17.  ibid. Pág. 323
  18. V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 159
  19.  ibid. pág. 212
  20.  ibid. pág. 91
  21.  ibid. pág. 82
  22.  K Marx, “La ideología alemana”, Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos, Progreso, 1974,, t. I
  23.  V I Lenin, «Resumen del libro de Hegel ‘La ciencia de la lógica'», Lenin Obras Completas, Vol. 29, Progreso, 1986, pág. 195
  24.  ibid. pág. 161
  25.  ibid. pág. 198
  26.  ibid. pág. 200
  27.  L Trotsky, La Juventud de Lenin, en «LENIN – compilación», Ediciones IPS, 2009, pág. 203
  28.  L Trotsky, En defensa del marxismo, Sedov, 2022, pág. 70

Lenin contra el ‘Oblómovismo’: la lucha por la acción revolucionaria

  1. V I Lenin, “A letter to A. A. Bogdanov and S I Gusev”, Lenin Collected Works, t. 45, Progress, 1986, pág. 13.
  2. V I Lenin, “La situación internacional e interior de la república soviética”, Obras Completas de Lenin, Vol. 45, Progreso, 1986, pág. 13
  3.  I. Goncharov, Oblómov, Planeta 1985, pág.. 120
  4. Ibid. pág. 121
  5. Ibid. pág. 126
  6. Ibid
  7. Ibid. pág. 83
  8. Ibid. pág. 77
  9. Ibid. pág. 352
  10. Ibid
  11. C. Marx, F. Engels, La Ideología Alemana”, Obras Escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, t. I
  12. V.I. Lenin, Un Paso adelante, dos pasos atrás, Obras Tomo II, Progreso, 1973 pág. 151
  13. V.I. Lenin, Carta a S. I. Gusev, Obras Completas tomo 47, Progreso 1987, pág. 19
  14.  I. Goncharov, Oblómov, Planeta 1985, pág. 180
  15.  V I Lenin, “La situación internacional e interior de la república soviética”, Obras Completas de Lenin, Vol. 45, Progreso, 1986, pág. 13
  16. Ibid, pág. 15
  17. Ibid, pág. 15
  18. Ibid, pág. 214
  19. N Valentinov, Encounters with Lenin, Oxford University Press, 1968, págs. 50-51 

La última Lucha de Lenin

  1. V I Lenin. “Con motivo del cuarto aniversario de la revolución de Octubre”, Obras Completas, tomo 44, Editorial Progreso,1981, pág. 144
  2. V I Lenin, La nueva política económica y las tareas de los comités de instrucción política, Obras Escogidas, tomo 12, Editorial Progreso, 1973, pág. 77
  3.  V I Lenin, “Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial”, Obras Escogidas, tomo 12, Editorial Progreso, 1973, pág. 141
  4.  V I Lenin, Contra la burocracia, Diarios de las secretarias de Lenin, Cuadernos Pasado y Presente, 1974, pág.121
  5.  V I Lenin, “Note to J. V. Stalin with a Draft Decision for the Politbureau of the C.C., R.C.P.(B.) on the Question of the Foreign Trade Monopoly”, Lenin Collected Works, Vol. 42, Progress Publishers, 1971, pág. 418, pie de página 476
  6. Ibid.
  7. Citado en V I Lenin, “Letter To J V Stalin For Members Of The CC, RCP(B) Re
  8. The Foreign Trade Monopoly”, Lenin Collected Works, Vol. 33, Progress Publishers, 1966, pág. 375, footnote no.115
  9.  V I Lenin, A L. D. TROTSKI. 12 DE DICIEMBRE DE 1922, Obras Completas, Tomo 54, Progreso, 1988, pág.366
  10.  E H Carr, A History of Soviet Russia, MacMillan, 1950, pág.203
  11. Ibid. pág.227
  12.  V I Lenin, Como tenemos que reorganizar la inspección obrera y campesina, Obras Escogidas, tomo 12, Editorial Progreso, 1973, pág.167
  13.  Ibid. pág.169
  14.  Ibid. pág.173
  15.  E H Carr, “Carta a G.K. Ordzhonikidze” Obras Completas de Lenin, T. 43, Progreso, 1987, pág 383.
  16.  E H Carr, “Carta a G.K. Ordzhonikidze” Obras Completas de Lenin, T. 43, Progreso, 1987, pág 383.
  17. M Lewin, Lenin’s Last Struggle, University of Michigan Press, 2005, p. 48
  18. V I Lenin, “Sobre la formación de la U.S.S.R.” Obras Completas de Lenin, Vol. 45, Progreso, 1987, pág. 225
  19. Ibid. pág. 226
  20. L Trotski, La revolución desfigurada, Obras Escogidas, Sedov, 2020, p. 46
  21.  V I Lenin, “Sobre la lucha contra el chovinismo de gran potencia”, Obras Completas de Lenin, T. 45, Progreso, 1987, pág. 228
  22.  L Trotski, The Real Situation in Russia, Harcourt Brace and Co., 1928, pág.304-305
  23. V I Lenin, Contra la burocracia, Diarios de las secretarias de Lenin, Cuadernos Pasado y Presente, 1974, pág.176
  24. V I Lenin, “Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la ‘autonomización’”, El Testamento de Lenin, MIA, 2000.
  25. Ibid, pág.195, nota de pie de página 57
  26. Ibid. pág.177
  27. V I Lenin, Más vale poco y bueno, Obras Escogidas, tomo 12, Editorial Progreso, 1973, p.77
  28. V I Lenin, INFORME POLITICO DEL COMITE CENTRAL DEL PC(b) DE RUSIA 27 DE MARZO, Obras completas, Tomo 45, Progreso, 1987 p. 93 
  29. L Trotski, La revolución desfigurada, Obras Escogidas, Sedov, 2020, p. 51
  30. V.I. Lenin, notas de L. A. Fótieva, Contra la burocracia, Diarios de las secretarias de Lenin, Cuadernos Pasado y Presente, 1974, pág.84
  31.  M Lewin, Lenin’s Last Struggle, University of Michigan Press, 2005, p. 152-153
  32. Ibid. p. 153
  33.  “Diario de las secretarias de Lenin”, Pensamiento Crítico, La Habana, número 38, marzo 1970, pág. 250, nota 62

La lucha de Trotski por rejuvenecer el partido bolchevique

  1. L Trotski, “Primera carta al Comité Central”, CEIP, 2008.
  2. Ibid. 
  3.  L. Trotski,  Mi vida, Centro Marx, 2021, pág. 605
  4.  R Gregor ed., “On the Intra-Party Situation”, Resolutions and Decisions of the Communist Party of the Soviet Union, Vol. 2, University of Toronto Press, 1974, pág. 208
  5.  E H Carr, The Interregnum 1923-24, The MacMillan Press, 1978, pág. 307
  6.  L Trotski, El Nuevo Curso, Edicions Internacionals Sedov, 2015, pág. 9
  7.  Ibid. pág. 15
  8.  Ibid. pág. 12
  9.  Ibid. pág. 10
  10.  Ibid. pág. 42
  11.  Ibid. pág. 7
  12.  Ibid. pág. 47
  13.  Ibid. pág. 24
  14.  Ibid. pág. 22
  15.  Ibid. pág. 25
  16.  Ibid. pág. 22
  17.  Ibid. pág. 23
  18.  Ibid. pág. 26
  19.  Ibid. pág. 24
  20.  Ibid. pág. 15
  21.  Ibid. pág. 41
  22.  Ibid. pág. 8

Lenin: Nuevas Tareas y Nuevas Fuerzas 

V I Lenin, 1905

5a Escuela Marxista Panamericana de la CMI: reclamamos la bandera del comunismo revolucionario

Del 30 de noviembre al 3 de diciembre de 2023 nos reunimos, en la Ciudad de México, 110 camaradas de la Corriente Marxista Internacional. Los países representados fueron Brasil, Perú, Venezuela, Colombia, El Salvador, Bolivia, Argentina, Chile, Cuba, EEUU, Canadá y México (con camaradas de Monterrey, Sonora, San Luis Potosí, Oaxaca, Querétaro, Yucatán, Veracruz, Puebla, Estado de México y Ciudad de México), además de tener representantes  de la dirección internacional e invitados de Suiza, Suecia, Italia. 

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Realizado el Referéndum sobre el Esequibo ¿Ahora qué?

El domingo 3 de diciembre, se llevó a cabo en Venezuela el Referéndum Consultivo sobre el diferendo territorial del Esequibo. Este evento había sido convocado por la Asamblea Nacional, de mayoría oficialista. La jornada estuvo enmarcada en el reciente escalamiento de las tensiones entre los gobiernos venezolano y guyanés, donde, para no romper la costumbre, también está involucrado el imperialismo estadounidense.

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Por una postura de clase e internacionalista: Una contribución al debate sobre el conflicto Venezuela Guyana y el Referéndum sobre el Esequibo

El domingo 3 de diciembre, se realizará en nuestro país una consulta popular, convocada por el gobierno nacional, referente al conflicto territorial sobre la Guayana Esequiba, una extensa región que se encuentra bajo jurisdicción de la República Cooperativa de Guyana, pero que históricamente Venezuela ha reclamado como suya en un conflicto que supera los 180 años. La zona comprende dos tercios del territorio que controla Guyana, país que se independizó del imperio británico en 1966. Este Referéndum se enmarca en una escalada en las tensiones entre los gobiernos de los países mencionados, donde los discursos y los actos de lado y lado están plagados de chovinismo.

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Marx contra Malthus

¿Superpoblación o sistema senil?

El reverendo Thomas Malthus adquirió notoriedad como ardiente defensor de la pobreza y la desigualdad en el siglo XIX, al explicar que los pobres no lo eran a causa de la explotación o la injusticia, sino porque simplemente eran demasiados y, por tanto, no podían ser abastecidos por los limitados recursos de la humanidad. En la actualidad, las ideas de Malthus siguen circulando constantemente bajo distintas formas e incluso han adquirido cierta influencia en la izquierda. En este artículo, Adam Booth se basa en la crítica de Marx y Engels a Malthus para exponer la falsedad y las implicaciones reaccionarias de estas ideas en la actualidad.

La civilización occidental se desmorona bajo la presión de un enjambre de inmigrantes que nos roban nuestros empleos y viviendas. Los presupuestos públicos se ven desbordados por un ejército zombi de octogenarios con un apetito insaciable de asistencia social y sanitaria. El planeta arde porque está habitado por demasiada gente, porque vivimos por encima de nuestras posibilidades.

Todo esto, y más, se declara regularmente como un hecho en las portadas de la prensa burguesa.

Todas estas afirmaciones, de una forma u otra, son un reflejo moderno de las ideas reaccionarias del reverendo Thomas Malthus, un clérigo y economista de finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuyo nombre es hoy sinónimo del campo de la demografía y, en particular, de la teoría de que la superpoblación es la culpable de todos los males de la sociedad.

En última instancia, es la ideología maltusiana la que sustenta los ataques xenófobos de la derecha contra inmigrantes y refugiados. Mientras tanto, la clase dirigente liberal difunde perniciosamente argumentos comparables para culpar a los ancianos de la crisis de la sanidad pública y los sistemas de pensiones. Son los boomers (nacidos en el boom de la posguerra), se nos dice de forma similar, los que aparentemente impiden a los millennials y a la Generación Z comprar una casa o encontrar un trabajo decente, no el caos del capitalismo y la anarquía del mercado.

Sin embargo, hoy en día el maltusianismo no sólo es repetido hasta la saciedad por los representantes de la clase dominante. Por desgracia, muchos de los llamados “izquierdistas” también han absorbido estas ideas, conscientemente o no, en forma de la teoría del “decrecimiento” y otras creencias similares que prevalecen en el movimiento ecologista.

Con tales afirmaciones y conceptos extendidos por todo el espectro político, es vital que nosotros, como marxistas, nos armemos con una comprensión adecuada del maltusianismo, y con una clara respuesta socialista a estos disparates.

Paladín de la reacción

Malthus es famoso -o tristemente célebre- por su teoría sobre las leyes de la población y la producción, que esbozó inicialmente en un texto titulado Ensayo sobre el principio de la población. La primera edición de este tratado se publicó en 1798, poco después del estallido de la Revolución Francesa.

La coincidencia no fue casual. La revolución francesa había inspirado a escritores románticos y socialistas utópicos de toda Europa, por no hablar del incipiente movimiento obrero. En Gran Bretaña, la clase dirigente estaba aterrorizada por el impacto radicalizador que los acontecimientos del otro lado del Canal estaban teniendo en su país y en las colonias. El mismo año de la publicación del ensayo de Malthus, por ejemplo, estalló la rebelión irlandesa contra el dominio británico, dirigida por la Sociedad de Irlandeses Unidos, un grupo republicano influido por los ideales revolucionarios de sus hermanos franceses.

Conmovidos por estos acontecimientos, pensadores como William Godwin en Inglaterra comenzaron a especular sobre el infinito potencial de una sociedad futura basada en la ciencia y la razón, creyendo que no había límites para el progreso humano.

La clase dominante consideraba muy peligrosa esta propaganda. Y en Malthus encontraron un defensor que estaba más que dispuesto a luchar por ellos; alguien que ofrecía una refutación teórica a los utopistas y defendía el statu quo en bancarrota del capitalismo.

La primera edición del ensayo de Malthus, en este sentido, fue escrita explícitamente como una respuesta a Godwin y compañía. En sus propias palabras, junto con otros abanderados de las fuerzas del conservadurismo y la reacción, como Edmund Burke, pretendía proporcionar un “argumento [que] sea concluyente contra la perfectibilidad de la masa de la humanidad”.

En resumen, Malthus afirmaba que, abandonados a su suerte, sin barreras ni restricciones materiales, los seres humanos se multiplicarían a un ritmo geométrico: 1, 2, 4, 8, 16, y así sucesivamente. Sin embargo, sugirió que nuestra capacidad para producir alimentos -cultivar y criar animales- sólo podría aumentar a un ritmo aritmético: 1, 2, 3, 4, 5, etc.

El resultado, según nuestro célebre clérigo, es que los números de la humanidad están constantemente sujetos a “controles positivos”, como la guerra y el hambre, que actúan para limitar el crecimiento de la población. La muerte, la destrucción y la enfermedad, en otras palabras, son supuestamente consecuencia del insostenible deseo de procrear de la humanidad.

Los gérmenes de la existencia contenidos en este pedazo de tierra, con abundante alimento y amplio espacio para expandirse, llenarían millones de mundos en el curso de unos pocos miles de años. La necesidad, esa imperiosa ley de la naturaleza que todo lo penetra, los restringe dentro de los límites prescritos. La raza de las plantas y la raza de los animales se contraen bajo esta gran ley restrictiva. Y la raza humana no puede, por ningún esfuerzo de la razón, escapar de ella. Entre las plantas y los animales, sus efectos son el desperdicio de semillas, la enfermedad y la muerte prematura. Entre la humanidad, la miseria y el vicio.

Culpar a los pobres

El reverendo Malthus fue más allá de sugerir simplemente que el crecimiento de la población no podía ser ilimitado. Al fin y al cabo, la afirmación de que existen límites materiales al tamaño total de la humanidad es una verdad de Perogrullo. Evidentemente, ninguna especie puede seguir proliferando sin un suministro adecuado de nutrientes, agua, etcétera.

El tratado inicial de Malthus era sobre todo una polémica contra los románticos y los utópicos. En escritos posteriores, sin embargo, aplicó sus teorías a los acuciantes problemas políticos de la época. Y en todas las ocasiones llegó a conclusiones agresivamente reaccionarias, sobre todo en la cuestión del pauperismo.

La Revolución Industrial en Gran Bretaña fue acompañada de una miseria generalizada, a medida que los “trabajadores libres” se trasladaban del campo a las ciudades y que el capitalismo masticaba a los trabajadores y los escupía a las calles.

En la época en que Malthus escribía su ensayo, existía un sistema parroquial de “Leyes de pobres”. Este sistema proporcionaba ayuda a mendigos y vagabundos. Pero tras las guerras napoleónicas, la depresión y el desempleo masivo acechaban al país, y las antiguas Leyes de Pobres se consideraban cada vez más insostenibles.

En 1832 se creó una Comisión Real para proponer un nuevo sistema de Leyes de Pobres. Y los argumentos de Malthus -presentados pública y celosamente por el propio Malthus- se desplegaron para defender que la ayuda local a nivel de distrito se sustituyera por un sistema centralizado de casas de trabajo: instituciones estatales infernales que proporcionaban alojamiento precario y escasas gachas a cambio de un trabajo agotador.

Según Malthus y sus seguidores, las Leyes de Pobres anteriores no hacían sino empeorar una mala situación. El verdadero problema, decían, era la escasez de alimentos y otros medios de subsistencia. Redistribuir la riqueza mediante la caridad no resolvería esta cuestión. Por el contrario, sólo serviría para animar a las clases bajas a reproducirse, agravando el problema.

Los pobres, en otras palabras, tenían la culpa de ser pobres. Y como todas las demás almas justas, deben aceptar estoicamente su suerte en la vida, pues de lo contrario prevalecerían el caos y la miseria.

Un hombre que nace en un mundo ya poseído, si no puede obtener la subsistencia de sus padres, a quienes tiene una justa demanda, y si la sociedad no quiere su trabajo, no tiene derecho a la más pequeña porción de comida y, de hecho, no tiene por qué estar donde está. En el gran festín de la naturaleza no hay lugar para él. Ella le dice que se vaya, y ejecutará rápidamente sus propias órdenes, si él no logra la compasión de algunos de sus comensales. Si estos comensales se levantan y le hacen sitio, inmediatamente aparecerán otros intrusos exigiendo el mismo favor…

El orden y la armonía de la fiesta se alteran, la abundancia que antes reinaba se transforma en escasez; y la felicidad de los invitados queda destruida por el espectáculo de la miseria y la dependencia en todos los rincones de la sala  [énfasis original].

En lugar de ayudar a los pobres, Malthus y sus admiradores pedían que se les penalizara y encarcelara para evitar que se reprodujeran como roedores.

“Por tanto, la cuestión [para los maltusianos]”, señaló Engels en sus estudios sobre La condición de la clase obrera en Inglaterra, “no es alimentar a la población excedente, sino limitarla tanto como sea posible de una manera o de otra”.

“El Parlamento inglés completó esta filantrópica teoría”, afirmaba un joven Karl Marx, “con la idea de que el pauperismo es la miseria cuya culpa hay que achacar a los propios obreros, por lo que no hay que prevenirla como una desgracia, sino que por el contrario, hay que castigarla como un crimen” [énfasis original].

Humanos frente a animales

Karl Marx y Friedrich Engels, que escribieron en la estela de Malthus y las Nuevas Leyes de Pobreza de 1834, hicieron pedazos estos argumentos reaccionarios.

En primer lugar, los fundadores del socialismo científico cuestionaron los axiomas básicos en los que se basaba la hipótesis de Malthus.

“Malthus establece un cálculo, sobre el que descansa todo su sistema.”, afirma Engels. “La población —dice— crece en progresión geométrica: 1-2 -4 -8 -16 -32, etc., mientras que la capacidad de producción de la tierra aumenta solamente en progresión aritmética: 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6. La diferencia salta a la vista y es sencillamente pavorosa, pero, ¿es cierta?”

Malthus afirmaba haber demostrado estas relaciones con pruebas empíricas. En particular, determinó su tasa geométrica de aumento de la población a partir del estudio de la expansión de las nuevas sociedades en Norteamérica y otras colonias británicas.

Sin embargo, las proporciones numéricas exactas alegadas por Malthus distraen un poco la atención de los principales defectos de su teoría. Ante todo, es la afirmación del párroco sobre los límites de la producción lo que hay que cuestionar.

“¿Dónde se ha demostrado que la productividad de la tierra aumenta en progresión aritmética?”. Engels continúa en su Crítica.

La superficie de la tierra es limitada, eso es perfectamente cierto. Pero la fuerza de trabajo que debe emplearse en esta superficie aumenta junto con la población.

La extensión de la tierra es limitada, es cierto. La mano de obra que en ella puede invertirse aumenta con la población; aún concediendo que el aumento del rendimiento debido al aumento de trabajo no registre siempre un incremento a tono con la proporción del trabajo invertido, siempre quedará un tercer elemento, que al economista, ciertamente, no le dice nada, la ciencia, cuyo progreso es tan ilimitado y rápido, por lo menos, como el de la población.

Malthus, por tanto, presenta a los seres humanos como no mejores que los animales. En su opinión, la humanidad es como una bacteria en una placa de Petri: destinada a multiplicarse exponencialmente hasta consumir todos los recursos disponibles en su hábitat.

Pero a diferencia del resto del reino animal, explicaron Marx y Engels, los humanos somos capaces de un pensamiento consciente y activo; de comprender el mundo que nos rodea a través de la interacción con nuestro entorno, y de utilizar este conocimiento para transformar nuestro entorno; de desarrollar la ciencia y la tecnología, para dominar las fuerzas de la naturaleza.

Con su teoría de la población (o superpoblación), Malthus creía haber descubierto una ley intemporal y eterna de la naturaleza. Pero se trataba de una visión burda, una forma de reduccionismo que pretendía presentar la dinámica de la sociedad humana como poco más que una “lucha por la existencia” darwiniana (muchas décadas antes que el propio Darwin).

Sin embargo, mediante el trabajo, la humanidad puede desarrollar las fuerzas productivas de que dispone. Al hacerlo, somos capaces de alterar las condiciones en las que vivimos y de derribar cualquier barrera que se interponga en el camino de la extensión de nuestra especie. Esto es lo que diferencia a los seres humanos de todas las demás criaturas.

“El animal llega, a lo sumo, a actos de recolección;”, subraya Engels en su inacabada obra maestra Dialéctica de la naturaleza, mientras que “el hombre, en cambio, produce, crea medios de vida en el más amplio sentido de la palabra, medios de vida que sin él jamás habría llegado a producir la naturaleza. Ya esto por sí solo hace imposible transferir, sin más, a la sociedad humana las leyes de vida de las sociedades animales.” [énfasis original].

En otras palabras, las leyes de la sociedad y de las poblaciones humanas son cualitativamente diferentes de las leyes de la biología y la evolución. La sociedad humana tiene sus propias leyes, más allá de las que se aplican a otras especies. La ciencia demográfica no puede reducirse a un darwinismo social.

Visión materialista de la historia

Con sus leyes abstractas de la población, Malthus era el reflejo de los utopistas contra los que polemizaba. Estos últimos soñaban con una sociedad perfecta, desvinculada de las condiciones materiales. Los primeros pretendían defender el estado de cosas existente recurriendo a leyes sociales supuestamente intemporales; leyes demográficas consideradas tan universalmente aplicables a lo largo de la historia como las leyes del movimiento de Newton lo son en física.

En contraste con estos dos campos idealistas, Marx y Engels aportaron una visión materialista de la historia. No existen leyes sociales eternas, aplicables a todas las formas de civilización, explicaron. Más bien, cada etapa del desarrollo humano conlleva sus propias dinámicas, contradicciones y relaciones sociales. A su vez, cada modo de producción tiene sus propias leyes de población, que deben estudiarse concretamente.

“[Según los maltusianos,] toda la historia tiene que estar subordinada a una única gran ley natural”, escribe Marx en su correspondencia, amonestando a ciertos intelectuales burgueses por su idealismo histórico.

Esta ley de la naturaleza es la fórmula (empleada de este modo, la expresión de Darwin se convierte en una simple fórmula) struggle for life [la lucha por la vida], y el contenido de esta frase hueca es la ley malthusiana de la población, o rather [mejor dicho], de la superpoblación.

Así, en lugar de analizar la struggle for life tal como se manifiesta en diversas formas sociales determinadas, es suficiente convertir cada lucha concreta en una fórmula: struggle for Ufe y sustituir luego esta misma fórmula por las lucubraciones maltusianas sobre la población.

“De esta suerte”, explica Marx en los Grundrisse, “[Malthus] transforma las relaciones his tóricamente diferentes en una relación numérica abstracta, existente sólo en la fantasía, que no se funda ni en las leyes naturales ni en las históricas.”.

Las leyes y los límites de las poblaciones humanas, por tanto, no están determinados y condicionados por la naturaleza, sino por la producción. Los diferentes modos de producción, a su vez, tienen diferentes leyes de población.

En los hechos, todo régimen histórico particular posee sus leyes de población particulares, históricamente válidas. Una ley abstracta de población sólo existe para las plantas y los animales, en la medida en que el hombre no interfiere en esos terrenos.

Excedente relativo de población

Tras haber refutado las leyes abstractas e inmutables de la población de Malthus, Marx emprendió la tarea positiva de analizar y formular las leyes de la población propias del capitalismo.

Sin embargo, Marx no se ocupó de examinar la dinámica demográfica que afecta al tamaño de una sociedad determinada. Toda una serie de factores -incluidos los cambios en las actitudes morales y religiosas- podrían determinar si una población concreta crece o disminuye; si los progenitores deciden tener familias más numerosas o más reducidas; si las tasas de natalidad y mortalidad son bajas o altas.

Marx comprendió, a este respecto, que las cifras totales de la humanidad no se basan únicamente en determinantes económicos; que no existe una relación mecánica entre población y producción.

En cambio, en El Capital, Marx esbozó cómo la dinámica de la acumulación capitalista da lugar a una tendencia hacia un excedente relativo de población.

Malthus había atribuido la pobreza al número absoluto de personas; el resultado inevitable de demasiada gente persiguiendo muy pocos bienes. Por el contrario, Marx demostró que el pauperismo era el resultado de las contradicciones del capitalismo.

Impulsados por una sed insaciable de beneficios cada vez mayores, la competencia entre los capitalistas les obliga a reinvertir constantemente la plusvalía -creada por la clase obrera- en nuevos medios de producción, lo que conduce a la expansión y el crecimiento.

En este proceso, aumenta la demanda total de fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, sin embargo, los capitalistas invierten en maquinaria y automatización para aumentar la productividad de los trabajadores, abaratar sus mercancías y competir con otros productores.

Así pues, se desarrollan dos tendencias contradictorias. Por un lado, la tecnología deja obsoletos a los trabajadores, que son arrojados al basurero. Por otro lado, a medida que la economía crece, los trabajadores desempleados se reincorporan a la producción.

Algunas industrias se transforman, despidiendo trabajadores; otras se expanden, creando una demanda de trabajadores adicionales. Y a estos cambios entre los distintos sectores de la economía y dentro de ellos se superponen los ciclos perpetuos de auge y recesión del capitalismo.

El resultado es un flujo y reflujo de la población que se considera excedentaria para las necesidades del capital; fluctuaciones caóticas en lo que Marx denominó el “ejército de reserva de la mano de obra”.

“[…] la acumulación capitalista”, explica Marx en su obra magna, “produce constantemente y por cierto en relación a su energía y a su volumen una población obrera adicional relativa, esto es, excesiva para las necesidades medias de valorización del capital y, por tanto, superflua”.

Además, Marx subrayó que un ejército de reserva de mano de obra no es sólo el producto de la acumulación capitalista, sino también una condición necesaria para su perpetuación.

Para poder ampliar continuamente sus negocios, los capitalistas deben disponer en todo momento de mano de obra ociosa, lista y capaz de ser empleada. La existencia de esta reserva de trabajadores, mientras tanto, ayuda a mantener una presión a la baja sobre los salarios, aumentando así los beneficios de los empresarios.

El capital actúa de dos lados a la vez. Si su acumulación, de una parte, acrecienta la demanda de trabajo, de la otra, incrementa la oferta de obreros mediante su “liberación”, mientras que simultáneamente la presión de los desocupados obliga a los ocupados a poner en movimiento más trabajo, o sea, hace la oferta de trabajo en cierto grado independiente de la oferta de obreros.

No son las cifras absolutas de la población las que hacen bajar los salarios y crean pobreza, como había sugerido Malthus, sino el ejército de reserva de mano de obra resultante de la dinámica del capital; no se trata de superpoblación y producción limitada, sino de un excedente de población en relación con las necesidades del sistema de beneficios; “la presión de la población no se ejerce sobre los medios de subsistencia, sino sobre los medios de empleo”, como subraya Engels.

Por tanto, con la acumulación del capital que ella misma produce, la población obrera crea en volumen creciente los medios que hacen posible su propia conversión en población relativamente excesiva. Es esta una ley de población propia del modo de producción capitalista.

Superpoblación frente a superproducción

En lugar de las afirmaciones de Malthus sobre el progreso aritmético en términos de suministro de alimentos, Marx y Engels analizaron las contradicciones reales del capitalismo que impiden a la sociedad alimentar a un número cada vez mayor de personas.

Sobre todo, explicaron que lejos de ver superpoblación, se trata de sobreproducción. La humanidad no se enfrenta a una escasez permanente, sino a la pobreza en medio de la abundancia. Como escribe Engels:

Se produce demasiado poco, esta es la causa de todo el asunto. Pero, ¿por qué se produce demasiado poco? No porque los límites de la producción […] estén agotados, sino porque los límites de la producción están determinados, no por la cantidad de estómagos vacíos, sino por el número de bolsas capaces dé comprar y de pagar. La sociedad burguesa no desea ni puede desear producir más. Los obreros sin dinero y con el vientre vacío, cuyo trabajo no puede ser utilizado para el beneficio y que por consiguiente no pueden comprar, se dejan a la tasa de mortalidad  [énfasis original].

El hambre en el capitalismo, en resumen, no surge por la incapacidad técnica de la sociedad para alimentarse a sí misma, sino por la locura del sistema de lucro.

“Si Malthus no hubiera enfocado el asunto de un modo tan unilateral”, afirma Engels en su Crítica, “ se habría dado cuenta de que la población o mano de obra sobrante aparece siempre unida a un exceso de riqueza, de capital y de propiedad sobre la tierra”.

A este respecto, las teorías de Malthus han sido desmentidas en la práctica muchas veces desde su muerte. La evolución de la agricultura, la industria y la ciencia ha permitido a la sociedad aumentar la fertilidad de la tierra, incrementar la productividad mediante la aplicación de la tecnología y la técnica y producir más con menos.

Incluso hoy, según la organización humanitaria Acción contra el Hambre, se estima que se producen alimentos suficientes para alimentar a todo el mundo y, sin embargo, se calcula que el 10% de la población mundial sufre malnutrición e inanición.

El problema no radica en la superpoblación maltusiana, sino en la propiedad privada y el Estado-nación: las dos barreras fundamentales que se interponen en el camino del desarrollo de las fuerzas productivas; y que nos impiden hoy utilizar racionalmente los inmensos recursos de la sociedad, que en cambio están siendo saqueados con fines de lucro por los capitalistas.

Apologista del parasitismo

Al culpar del hambre y las privaciones a la gente corriente, Malthus desviaba activamente la atención del verdadero culpable: el sistema capitalista. A este respecto, Marx describió a Malthus como “un adulador desvergonzado de las clases dominantes”, y sus teorías como una “nueva apología de los explotadores del trabajo”.

Malthus defendía sobre todo los intereses de la nobleza terrateniente. En los debates sobre las Leyes del Maíz (aranceles sobre las importaciones de grano a Gran Bretaña), por ejemplo, Malthus se posicionó firmemente del lado del proteccionismo y de los terratenientes, en oposición a los defensores del libre comercio, como el economista clásico inglés David Ricardo.

Además, fiel a su credo, el clérigo también utilizó sus teorías económicas para justificar la existencia de su propia clase parasitaria, defendiendo el consumo improductivo de la Iglesia, la aristocracia y otros “criados ociosos” variados.

Aseguró que ese despilfarro de los recursos de la sociedad no era un despilfarro, sino que era necesario para prevenir las crisis y garantizar la supervivencia del capitalismo.

“Hacen falta, por tanto”, dice Marx, resumiendo los puntos de vista económicos de Malthus, “compradores que no sean vendedores, para que el capitalista pueda realizar su ganancia, ‘vender las mercancías por su valor’.”

De ahí la necesidad de los terratenientes, los pensionistas, los poseedores de sinecuras, los curas, etc., sin olvidar a sus menial servants [sirvientes domésticos] y retainers [lacayos].

Simultáneamente, según Malthus, tenemos superpoblación y subconsumo; demasiadas bocas que alimentar, junto con demasiados bienes que vender; demasiado poco producido para mantener a las masas sin dinero, junto con un excedente que sólo puede ser absorbido por la glotonería y la avaricia de los holgazanes y holgazanes acomodados.

“Y de ahí que”, concluye Marx, constatando la ironía y la hipocresía, “el panfletista de la población predique como condicionante de la producción el constante subconsumo y la mayor apropiación posible del producto anual por los ociosos”.

Esta flagrante paradoja de las ideas de Malthus expresa en realidad una contradicción real en el corazón del capitalismo: la sobreproducción.

Frente a los economistas clásicos del laissez-faire, como Adam Smith y Jean-Baptiste Say, que creían en la racionalidad y la eficacia del libre mercado, Marx demostró que el capitalismo era intrínsecamente propenso a las crisis, crisis derivadas de la naturaleza del propio sistema de beneficios.

Los beneficios de los capitalistas se derivan del trabajo no remunerado de la clase obrera, explicó Marx. Los trabajadores reciben menos valor (en forma de salarios) del que producen (en forma de mercancías). Por consiguiente, la capacidad de producción del capitalismo siempre superará la capacidad del mercado para absorber todo lo que se produce.

El resultado, como explicaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, son crisis en las que “estalla una epidemia que, en todas las épocas anteriores, habría parecido un absurdo: la epidemia de la superproducción”.

La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué?  Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio.

Marx admitió que, aunque consideraba al párroco un plagiador en serie, las ideas económicas de Malthus tenían cierto mérito, en el sentido de que, “frente a las lamentables doctrinas de armonía de la economía política burguesa”, el reverendo ponía “el acento en las desarmonías”.

Malthus se complacía en proclamar las contradicciones del capitalismo, en la medida en que ello le proporcionaba una disculpa para los aristócratas y otras sanguijuelas diversas de la sociedad, a cuyos intereses servía.

“Malthus no tiene interés en encubrir las contradicciones de la producción burguesa; por el contrario, [está interesado] en hacerlas resaltar”, afirma Marx, “de una parte para poner de relieve como necesaria la miseria de las clases trabajadoras (dentro de este modo de producción) y, de otra parte, para demostrar a los capitalistas de la necesidad [de un] clero de la Iglesia y del Estado bien cebado, para crear una demanda adecuada con este fin”.

¿Población envejecida o sistema senil?

Malthus reprendía a los pobres por ser pobres. Pero es evidente que no tenía ningún problema con que los ricos fueran ricos.

Lo mismo ocurre hoy con los acólitos contemporáneos de Malthus. Los comentaristas liberales culpan a los más vulnerables de ser una carga para la sociedad. Pero estos mismos hipócritas ignoran convenientemente -o peor aún, defienden activamente- la verdadera piedra de molino que cuelga de nuestros cuellos: los multimillonarios y banqueros que no son más que una sangría, y cuyo sistema condena a millones a una vida de agonía y trabajo.

A este respecto, los neomalthusianos de todas las tendencias desempeñan un peligroso papel al señalar con el dedo a todo tipo de chivos expiatorios cuando se trata de los crímenes y calamidades del capitalismo. Se supone, por ejemplo, que los inmigrantes y refugiados deben ahogarse en el mar Mediterráneo o en el Canal de la Mancha. El país está “lleno”, nos dicen. Si se permite que el ‘enjambre’ de extranjeros llegue a nuestras costas, se colapsarán los servicios públicos que ya están en crisis. Mientras tanto, los capitalistas se ahogan en beneficios.

O tomemos el caso de los ancianos. Irónicamente, muchos autores inspirados en Malthus, que en su día se preocuparon por la “explosión demográfica”, hoy en día se preocupan por lo contrario: que la gente no tenga suficientes hijos, lo que conduce a sociedades cada vez más pequeñas y envejecidas.

Según estimaciones de la ONU, las mujeres de todo el mundo -por diversos factores- tienen cada vez menos hijos. En consecuencia, se prevé que la población total del planeta pase de los más de 8.000 millones actuales a un máximo de unos 10.400 millones en 2083. Con unas previsiones de natalidad más bajas, este apogeo cae hasta los 9.000 millones en 2050.

Al mismo tiempo, gracias a las mejoras en la asistencia sanitaria, etc., la esperanza de vida aumenta. El resultado global es que la sociedad envejece rápidamente.

Esto tiene importantes ramificaciones económicas. En concreto, la “tasa de dependencia de la tercera edad”, que mide el número de personas mayores en relación con la población en edad de trabajar (entre 15 y 64 años), está aumentando. En otras palabras, una mano de obra reducida tiene que mantener a un mayor número de jubilados.

Esto significa relativamente menos trabajadores para impulsar el crecimiento económico; menos fuerza de trabajo proporcionalmente para que la exploten los capitalistas; y menos contribuyentes en comparación con la población total, junto con mayores necesidades de gasto público en pensiones estatales y sanidad pública.

“Los cambios significativos y prolongados que se avecinan en el tamaño y las características de la población y la mano de obra podrían socavar el crecimiento económico”, advierte George Magnus, antiguo economista jefe del banco de inversiones UBS, en su libro La era del envejecimiento. “Las sociedades que envejecen tendrán que averiguar cómo obtener del Estado del bienestar más gasto relacionado con la edad y cómo pagarlo”.

Para Malthus, el problema era el exceso de pobres que consumían los recursos de la sociedad. Ahora, nos dicen, son demasiados ancianos.

Asimismo, en un reciente informe especial, la revista liberal The Economist predice una “japonización” de Occidente, es decir, un proceso de envejecimiento y disminución de la población que conducirá al estancamiento económico y al aumento descontrolado de las deudas nacionales.

Los autores de la revista llegan incluso a sugerir que las personas mayores podrían ser responsables del atolladero depresivo en el que está sumida la economía mundial: no sólo porque el aumento del número de ancianos implica un incremento de las tasas de dependencia y de los niveles de gasto público (en bienestar y sanidad), sino también porque los jubilados están contribuyendo aparentemente a un “exceso de ahorro mundial”.

Como era de esperar, a estos escritores burgueses no se les ocurre examinar las verdaderas causas de la desaceleración de la economía mundial: no un “exceso de ahorro” en manos de los ancianos, sino en las cuentas bancarias de los multimillonarios.

Es el capitalismo -un sistema asolado por la sobreproducción y la anarquía- el responsable del “estancamiento secular” y la “depresión permanente” de los que hablaban los economistas burgueses (como Larry Summers y Paul Krugman, respectivamente) antes de la pandemia; y de la inestabilidad y la inflación que ahora acechan a la clase dominante y a la clase trabajadora por igual.

El hecho es que si la economía avanzara y la productividad aumentara, no habría ningún problema en que un número relativamente menor de trabajadores tuviera que mantener a un número mayor de personas en sus últimos años de vida. La riqueza para proporcionar mayores niveles de asistencia sanitaria, etc., estaría ahí. De hecho, el dinero para ello ya existe, pero está ocioso en las bóvedas bancarias de los superricos.

En lugar de culpar a los boomers por sobrecargar los presupuestos gubernamentales, deberíamos culpar a los patronos y a su sistema por paralizar la sociedad. El problema no es una división generacional, sino una división de clases.

A este respecto, la verdadera pregunta que hay que hacerse no es “¿qué hacemos con todos estos ancianos?”, sino “¿por qué se ha estancado la productividad?”.

¿Por qué no somos capaces de producir más con menos, no sólo en la industria y la agricultura, sino también en los servicios esenciales? ¿Por qué tecnologías como la inteligencia artificial y la automatización no han conducido a una reducción masiva de la semana laboral y un adelanto de la edad de jubilación? ¿Por qué, a pesar de todos los últimos avances de la ciencia, una mano de obra relativamente más reducida no puede mantener a una proporción cada vez mayor de personas dependientes, aumentando al mismo tiempo la provisión de pensiones, asistencia social, guarderías, educación, etc.?

Del mismo modo que el progreso científico y tecnológico ha permitido que más personas vivan más tiempo y ha dado a las familias un mayor control potencial sobre el número de hijos que tienen, los nuevos avances en las fuerzas productivas deberían permitir a la sociedad mantener poblaciones de edad más avanzada y más numerosas, con niveles de vida más altos para todos.

Todo esto – y más – es totalmente posible. Pero no sobre la base del capitalismo, que está en un callejón sin salida.

De hecho, hasta los académicos más prestigiosos advierten del “estancamiento científico” y señalan que la investigación se ha vuelto menos “disruptiva” en las últimas décadas y que la innovación se ha estancado.

Por supuesto, lo que estos pesimistas empíricos -como Malthus antes que ellos- no ven es que este estancamiento no es absoluto, sino relativo. No son la ciencia y la tecnología las que han llegado a un callejón sin salida, sino el modo de producción actual.

En resumen, no es el envejecimiento de la población el culpable de las crisis de la sociedad, sino un sistema senil: el decrépito sistema capitalista, que ha superado hace tiempo su papel histórico, y que a partir de ahora debe ser enterrado; enterrado por sus sepultureros, la clase obrera.

Colapso y catástrofe

Las cifras y proyecciones antes mencionadas sobre el crecimiento demográfico asestan un nuevo golpe a los argumentos de Malthus y sus discípulos. El reaccionario reverendo no sólo se equivocaba sobre la capacidad de la humanidad para transformar la producción y alimentar así a un número cada vez mayor de personas; también se equivocaba sobre la predilección de la humanidad por la procreación.

Nada, insistía Malthus en su infame ensayo, podía impedir que la gente corriente se reprodujera incontroladamente como conejos. Y, sin embargo, vemos que, a medida que la sociedad se desarrolla, los cambios materiales repercuten en la familia, provocando una tendencia general a la reducción de las tasas de fecundidad.

Los factores subyacentes a este proceso son numerosos: el cambio de la agricultura a la industria y del campo a la ciudad; la incorporación de un mayor número de mujeres a la población activa; la creación de Estados del bienestar, incluida la educación y la sanidad públicas; la mayor accesibilidad a los anticonceptivos y a los conocimientos sobre planificación familiar; el cambio de actitudes sociales, sobre todo en lo que se refiere a la disminución del papel de la religión; y, cada vez más hoy en día, el hecho de que los potenciales progenitores no puedan permitirse criar más hijos (si los tienen), debido a los bajos salarios y a los elevados costes de las guarderías, los alquileres, etc.

Independientemente de las causas precisas, el resultado global en el capitalismo actual es claro: el desarrollo de las fuerzas productivas proporciona un impulso material y una base para que las familias tengan menos hijos, al mismo tiempo que permite a la sociedad mantener una población total más numerosa. Sin embargo, los maltusianos, que lo ven todo de una manera puramente unilateral, son ajenos a esta realidad.

Lo mismo cabe decir de destacados neomalthusianos como el “Club de Roma”, un conjunto de académicos, intelectuales y organizaciones burguesas que, en 1972, publicaron su informe alarmista sobre Los límites del crecimiento.

Actualizando las ideas de Malthus para la era informática, los científicos del Club de Roma elaboraron modelos de los cambios en los recursos y la población del planeta, produciendo predicciones apocalípticas de un colapso ecológico, económico y social total en 100-120 años.

Pero como respondió el crítico Christofer Freeman, de la Universidad de Sussex, y autor de Models of Doom: “Si pones a Malthus como base; el resultado será Malthus”. En otras palabras, cualquier modelo es tan fiable como sus datos y supuestos. Y los autores de Los límites del crecimiento estaban totalmente infectados de prejuicios maltusianos, que sesgaron por completo sus predicciones demográficas y medioambientales.

Preveían que la población y el consumo siguieran creciendo exponencialmente, mientras que la producción -sobre todo de alimentos- tendría dificultades para mantener el ritmo. Los recursos finitos se agotarían a un ritmo cada vez más rápido. Y si el hambre no nos mataba a todos, sin duda lo haría la contaminación.

Sobre todo, al igual que Malthus, los investigadores del Club de Roma no tenían ninguna perspectiva de progreso. Sus ecuaciones no daban cabida a los saltos tecnológicos cualitativos, a las transformaciones de la sociedad y la economía, a la lucha de clases.

Lo único que podían recomendar, por tanto, eran políticas encaminadas a lograr un “crecimiento cero”. Este es el linaje maltusiano del que descienden las ideas contemporáneas del “decrecimiento”. En el contexto del capitalismo, esto equivale a un régimen de austeridad permanente.

Y sin embargo, el Club de Roma tenía razón en algo. Si seguimos como hasta ahora, la humanidad se precipita hacia un futuro espantoso de crisis ecológica, económica y social, que puede incluso amenazar la continuidad de la propia civilización.

Sin embargo, la solución no pasa por remedios maltusianos de “controles positivos”, controles de población o restricciones al consumo, sino por que la clase obrera tome el poder y planifique racionalmente la producción, en interés de las personas y del planeta.

Socialismo o barbarie

Los marxistas no adoptan un punto de vista moral abstracto sobre si es preferible una población mayor o menor; si la gente debe o no debe querer tener hijos.

A lo que sí nos oponemos es a que los maltusianos -tanto de derechas como de izquierdas- afirmen que la gente corriente debe morir, sufrir o aceptar ataques a su nivel de vida, porque aparentemente la sociedad no tiene los recursos o el potencial productivo para proporcionar una vida decente a toda la población mundial, y a miles de millones más.

Todo tipo de barreras impiden a la inmensa mayoría tener un verdadero control sobre sus vidas. Por un lado, el Tribunal Supremo de Estados Unidos -y los gobiernos reaccionarios de un país tras otro- han despojado a millones de mujeres de su derecho a decidir no tener hijos. Por otro lado, el capitalismo priva a millones de mujeres y hombres de la posibilidad de elegir tener hijos, debido a la falta de guarderías o viviendas asequibles.

Los marxistas quieren eliminar todos estos obstáculos: proporcionando derechos reproductivos y otras libertades democráticas básicas a las mujeres; y planificando democráticamente la economía con el fin de proporcionar una vivienda digna, servicios públicos y pensiones totalmente financiados, y guarderías y servicios de atención a la tercera edad socializados y gratuitos para todos.

Para lograrlo, necesitamos una revolución: sustituir las leyes anárquicas de la producción capitalista y la propiedad privada por nuevas leyes económicas basadas en la planificación socialista racional, la propiedad común y el control obrero. Como explica Engels:

[…] la llamada lucha por la existencia reviste, en estas condiciones, la siguiente forma: proteger los productos y las fuerzas productivas producidos por la sociedad burguesa contra la acción destructora y devastadora de este mismo orden social capitalista, arrebatando la dirección de la producción y la distribución sociales de manos de la clase capitalista, incapacitada ya para gobernarlas, y entregándola a la masa productora, lo que equivale a llevar a cabo la revolución socialista.

Sólo así podremos evitar la crisis existencial a la que se enfrenta la humanidad. Las únicas opciones que tenemos son el socialismo o la barbarie.

Carta de un editor:

Los Dublineses de James Joyce

Después del artículo sobre el Ulises de James Joyce, publicado en el número 29 de la revista, Hamid Alizadeh, de la redacción, escribe sobre Dublineses: una crítica magistral de la parálisis, hipocresía y alienación de la sociedad burguesa irlandesa del siglo XX, que encarnaba el fermento que se estaba gestando en Irlanda en los años previos al Alzamiento de Pascua de 1916.

“Cuando el alma de un hombre nace en este país, se le lanzan redes para impedir que vuele. Me hablas de nacionalidad, idioma, religión. Voy a tratar de volar alrededor de esas redes.”

– James Joyce.

Leyendo el artículo de John McInally sobre el centenario del Ulises de James Joyce en la preparación el número 29 de la revista, me sentí atraído a leer Joyce por mí mismo. Difícilmente podría haber mejor prueba de que el artículo cumplió su propósito: ampliar los horizontes de nuestros lectores y ayudarlos a profundizar en los grandes tesoros de la literatura mundial.

Después de un poco de investigación, decidí comenzar con la primera obra importante de Joyce, Dublineses (1914), un libro sin pretensiones de quince cuentos, que según Joyce proceden en el orden de “infancia, adolescencia, madurez y vida pública”, cada uno representa episodios cotidianos en la vida de los dublineses comunes, contados en un lenguaje simple y sencillo.

Pero las apariencias engañan. Detrás de la inocente apariencia exterior del libro, descubrí una crítica profundamente penetrante y aguda; una acusación condenatoria, no solo de la sociedad irlandesa alrededor de 1900, sino de la sociedad capitalista misma. Como dijo el propio Joyce:

Para mí, siempre escribo sobre Dublín, porque si puedo llegar al corazón de Dublín, puedo llegar al corazón de todas las ciudades del mundo. En lo particular está contenido lo universal.

Parálisis

“No había esperanza esta vez: era la tercera embolia”. Estas son las primeras palabras de la primera historia, ‘Las Hermanas’, que relata el legado del padre Flynn, un sacerdote católico que, hacia el final de su vida, parece haber perdido su fe, junto con su cordura. La historia ofrece una metáfora adecuada de la senilidad de la Iglesia Católica en la Irlanda de Joyce y el peso que su auténtica dictadura impuso a su pueblo.

El narrador de Joyce, un muchacho joven que está bajo la influencia del Padre Flynn, continúa en el mismo párrafo inicial:

…me repetía a mí mismo en voz baja la palabra parálisis. Siempre me sonaba extraña en los oídos, como la palabra gnomón en Euclides y la simonía del catecismo. Pero ahora me sonó a cosa mala y llena de pecado. Me dio miedo y, sin embargo, ansiaba observar de cerca su trabajo maligno.

En estas líneas pesadamente cargadas, Joyce formula su declaración de intenciones: investigar el “trabajo maligno” de la parálisis “mala” y “llena de pecado” que cubre la nación irlandesa, que procede, con calma y metódicamente, a diseccionar y examinar sobre el curso de las catorce historias siguientes. Su crítica se hace aún más poderosa por su estilo sin rencor y poco dramático, que no deja excusas para rechazarlo de plano.

La infancia

León Trotsky señaló una vez que la idealización de la infancia como un tiempo de paz, felicidad y libertad pertenece al reino de la literatura privilegiada y aristocrática. “La vida descarga sus golpes sobre el débil”, escribió, “y nadie más débil que el niño.” En Dublineses, la infancia se presenta como lo es para la mayoría de las personas: un momento de miedo, incertidumbre y opresión.

En la escalofriante historia de ‘Un encuentro’, se nos presenta a un grupo de escolares aventureros, llenos de vitalidad, alegría y curiosidad lúdica. Les gusta jugar a indios y vaqueros, y leer revistas estadounidenses e historias de detectives. Aprendemos, sin embargo, que su comportamiento naturalmente infantil no es tolerado. El narrador relata un episodio en el que el Padre Butler, su maestro, avergüenza y regaña a uno de los niños por leer cómics estadounidenses en lugar de estudiar el Imperio Romano.

Un día, en un intento de escapar de la pesada atmósfera de su entorno familiar, algunos de los chicos deciden faltar a la escuela e ir en una aventura a través de Dublín. Pero el mundo exterior ofrece poco respiro. Al principio, nuestros aventureros son atacados verbalmente por otros dos niños pequeños de orígenes pobres, que los confunden con protestantes, un duro recordatorio de las divisiones de clase en la sociedad y el papel reaccionario del sectarismo religioso.

Pasado el primer peligro, los personajes principales eventualmente se encuentran con uno mayor. Un hombre mayor se acerca. Parece ser cálido y amistoso. Pero poco a poco empezamos a discernir que en realidad está gravemente perturbado, y tiene tendencias sádicas y perversas. Joyce transmite brillantemente la tensión nerviosa y la ansiedad que se apodera sobre el niño narrador, antes de que logre separarse del anciano.

Se escapan por los pelos, tal vez. No ha ocurrido ningún delito. Y, sin embargo, se ha hecho un daño indescriptible. El día comenzó como una aventura, un intento de liberación, pero termina con los chicos sintiéndose más atrapados y aislados que antes. No hay escapatoria.

La forma casual en que se cuenta la historia simplemente nos dice que tales episodios ocurren todo el tiempo, y con el tiempo, el fuego de la vida y la aventura con la que nace cada niño se extingue gradualmente. Su lugar es ocupado por la vergüenza, el miedo y la parálisis.

La simple premisa planteada al principio del libro, se le permite desarrollarse en toda su estatura a medida que el libro pasa de la infancia a la adolescencia, y luego a la edad adulta. Las historias no son llevadas por un drama grandilocuente, sino por la lucha sutil, pero violenta entre la fuerza vital interna de los personajes de Joyce y la moralidad del orden existente.

Al igual que los pies de loto de la decrépita aristocracia china, sus dublineses son gradualmente rotos, atados y apretados en moldes rígidos y estrechos demasiado pequeños para sus almas. Se convierten en criaturas deformes, que se encuentran alienadas de la sociedad, unas de otras, e incluso de sí mismas. Sin embargo, Joyce siempre nos muestra las brasas de la humanidad aún vivas debajo de todo e incesantemente tratando de encontrar un camino hacia la superficie. Es precisamente ese espíritu humano el que Joyce desea despertar con su trabajo.

La Iglesia

En un estupor de impotencia describió la plaga del catolicismo. Parecía ver las alimañas engendradas en las catacumbas en una edad de enfermedad y crueldad extendiéndose sobre las llanuras y montañas de Europa. Como la plaga de langostas descrita en Calista, parecían ahogar los ríos y llenar los valles. Oscurecieron el sol. El desprecio de la naturaleza humana, la debilidad, los temblores nerviosos, el miedo al día y la alegría, la desconfianza del hombre y la vida, la hemiplejia de la voluntad, acosan al cuerpo cargado y descontento en sus miembros por sus tiránicos piojos negros.

La Iglesia Católica recibe una crítica particularmente a fondo en todas partes de los Dublineses. Al final de ‘Duplicados’, por ejemplo, el personaje principal, Farrington, un fracasado y un borracho, llega a casa una noche para descubrir que sólo sus hijos pequeños están allí, uno de los cuales le dice que su madre está en la capilla. Al no encontrar comida, y con el fuego apagado, Farrington desata sus frustraciones reprimidas sobre su hijo pequeño, a quien golpea vigorosamente con un palo. El niño aterrorizado se pone de rodillas suplicando: “-¡Ay, papá!-gritaba-. ¡No me pegues, papaito! Que voy a rezar un padrenuestro por ti… Voy a rezar un avemaría por ti, papacito, si no me pegas… Voy a rezar un padrenuestro…”

El desgarrador, infructuoso y humillante intento de apaciguar a su monstruoso agresor es claramente una metáfora de la relación que Joyce ve entre el pueblo irlandés y la Iglesia Católica.

Contra la corriente

Joyce pone a prueba la sociedad burguesa irlandesa, y la encuentra deficiente: la Iglesia, hipócrita y opresiva; el nacionalismo burgués, impotente y cobarde; la pequeña burguesía, ignorante y estrecha de mente .

De pe a pa, meticulosamente desmitifica todos los pilares morales de la sociedad irlandesa: religión, tradición, nación y clase – nada escapa al escrutinio. Y gradualmente, el libro demuestra que lo que aparece ante la humanidad como entidades independientes, míticas y eternas, no son más que los productos de las relaciones humanas mismas.

La decadencia moral retratada en los Dublineses simplemente refleja la naturaleza degenerada y conservadora de las capas superiores de la sociedad, que se oponía directamente a las necesidades y aspiraciones de las masas. Esto se reveló plenamente en los acontecimientos revolucionarios del Alzamiento de Pascua en 1916, que fue completamente traicionado por estas mismas capas superiores. Por cierto, aunque no lo desdeñó, Joyce no apoyó directamente el levantamiento. Su trabajo, sin embargo, puede verse como parte del fermento general que anticipa estos acontecimientos, con una crisis de las viejas ideas y el surgimiento de nuevas ideas revolucionarias.

De hecho, aunque no lo declaró explícitamente, las ideas de Joyce eran revolucionarias. Al igual que el niño pequeño en el cuento de hadas que proclama que el emperador está desnudo, desenmascaró la verdadera naturaleza monstruosamente reaccionaria del statu quo, bajo el peso del cual las almas del pueblo irlandés estaban siendo aplastadas. Por eso, el establishment nunca lo perdonó. Pasó la mayor parte de su vida en el exilio autoimpuesto, que vio como la única manera en que podía practicar su arte. A lo largo de su vida fue acosado por la Iglesia y otras autoridades, en Irlanda y también fuera de ella. De hecho, tardó nueve años en publicar Dublineses, después de acercarse sin éxito a innumerables editores.

La correspondencia con el editor principal de Joyce se lee como un capítulo adicional del libro, que revela la influencia sofocante que el establishment ejercía sobre la cultura y la cobardía de la pequeña burguesía. En carta tras carta, el editor intenta censurar diferentes aspectos del libro para evitar ofender a la opinión pública burguesa. Joyce se mantiene firme e insiste en que lo que ha escrito no es nada espectacular, sino simplemente lo que es.

En una carta de junio de 1906, escribió:

Creo seriamente que usted retrasará el curso de la civilización en Irlanda al evitar que el pueblo irlandés se mire bien en mi espejo bien pulido.

Lo que hace que este trabajo destaque es precisamente la manera contundente en que los dublineses de Joyce son retratados como lo que son, lo que se les hace ser. La imagen no es muy halagadora. Los personajes a menudo parecen patéticos, débiles, a veces incluso enfermos y perturbados. Pero no hay malicia por parte de Joyce. De hecho, uno siente un profundo respeto y compasión por la gente dañada de su país.

Lo que tenemos no es la “crítica” nihilista y sin objetivo de un escritor posmoderno, sino todo lo contrario. Es un acto revolucionario, una rebelión de la ilustración, un levantamiento del velo de la hipocresía y el engaño y mirar la realidad directamente a la cara.

“Lucho por retener [el texto original]”, escribió a su editor, “porque creo que al componer mi capítulo de historia moral exactamente de la manera en que lo he compuesto, he dado el primer paso hacia la liberación espiritual de mi país”.

‘Los muertos’

En su novela autobiográfica inacabada, Stephen Hero, que fue escrita casi al mismo tiempo que Dublineses, Joyce describe su propia ambición de ser “la voz de una nueva humanidad, activa, sin miedo y sin vergüenza”.

Nos acercamos a esta voz en la historia final y más larga de Dublineses, ‘Los muertos’. Esta brillante obra ha sido apodada por muchos como la mejor historia corta jamás escrita. Yo estaría de acuerdo. ‘Los muertos’ es un tesoro que invita a la reflexión y que se puede leer una y otra vez. Aquí, Joyce toma un tono diferente al resto del libro, centrándose en cambio en los lados bellos de la cultura irlandesa: la familiaridad, la alegría y la hospitalidad que encuentra espacio en su corazón para todos.

La historia también recoge los hilos que se han trazado previamente para nosotros, cuando al final, el personaje principal, Gabriel, experimenta una epifanía después de haber pasado por una noche de decepciones y derrotas personales. Como resultado, ve que todo lo que daba por sentado en la vida, todo en lo que se basaba, ya sean sus puntos de vista políticos con respecto a Irlanda, sus principios morales o su relación con su esposa, se desmorona. Sus viejos ideales e ilusiones sobre la vida y sobre la sociedad están en ruinas y, en consecuencia, también lo está su imagen de sí mismo.

Joyce nos lleva a través del dolor emocional que un golpe tan abarcador inflige a una persona; el corazón pesado que evoca una realización tan dura. Y no hay vuelta atrás. Su vida nunca será la misma. De hecho, porque en realidad la vida de Gabriel apenas está comenzando. Finalmente se está enfrentando al mundo y lo está viendo todo, con los ojos abiertos y despejados. Es dolorosamente consciente de las profundas heridas dentro de sí mismo y de su sociedad. Pero la desaparición de su libertad ilusoria, la comprensión de sus condiciones, es también el comienzo de su verdadera libertad. Entrará en el mañana como un hombre nuevo; la parálisis se ha roto. La historia termina con estas bonitas palabras:

De nuevo nevaba. Soñoliento vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía, así, en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.

La verdad

Joyce es un maestro. Su trabajo está lleno de sentido y lecciones de vida. Pero en ningún momento sientes que él te está sermoneando o empujando hacia una cierta conclusión. Ni una sola vez dobla el argumento en aras de la moralización o con el fin de meter a presión un punto político o filosófico. Tal arte “político” es tedioso en el mejor de los casos, pero digno de vergüenza en su mayor parte. Joyce rechaza idealizar el arte. Él sigue su arte donde lo lleva. Pero este no es un “arte por el arte” abstracto y sin ataduras.

“(…) Lo he escrito en su mayor parte con un estilo de mezquindad escrupulosa” -replicó a su editor que quería que censurara partes del libro- “y con la convicción de que es un hombre muy audaz el que se atreve a alterar en la presentación, aún más a deformar, lo que sea que haya visto y oído. No puedo hacer más que esto. No puedo cambiar lo que he escrito”.

Joyce nos presenta lo que ve, y nos deja sacar nuestras propias conclusiones. El punto, sin embargo, es que tiene una visión supremamente clara, un conocimiento enciclopédico de la cultura y un control sublime sobre el idioma inglés. Sin embargo, su trabajo rezuma lecciones de política, filosofía y moral porque logra capturar la esencia viva de la humanidad misma; el principio interno que nos impulsa en el día a día, nuestros deseos y aspiraciones, y nuestra relación con la sociedad en general. “El arte es fiel a sí mismo cuando se trata de la verdad”, dijo en una ocasión, y Joyce de hecho muestra una visión de la verdad real, viva y en lucha, de la humanidad en la época actual de declive capitalista. En esto ha hecho un servicio inestimable para aquellos que luchan por un mundo mejor hoy.

La caída de la mujer

Propiedad, opresión y familia

Miles de millones de mujeres de todo el mundo se enfrentan a diario a la discriminación, la violencia y la opresión. Pero no siempre ha sido así. El antropólogo pionero Lewis Henry Morgan propuso la revolucionaria idea de que las mujeres de las primeras sociedades humanas eran libres e iguales, y que el origen de la opresión de la mujer se encuentra en el auge de la propiedad privada y la familia monógama “nuclear”. Hoy en día, Morgan es desestimado por el establishment académico, pero en este artículo, Fred Weston explica que muchas de sus ideas han sido confirmadas por estudios y descubrimientos modernos. Los marxistas deberían estudiar estas ideas y las pruebas más recientes, para comprender las causas de la opresión de la mujer en la sociedad, y los medios por los que podemos acabar con esta opresión de una vez por todas.

La opresión de la mujer y el origen de la familia actual siguen siendo las cuestiones clave para cualquiera que hoy en día luche por un mundo mejor. Una enorme cantidad de mujeres siguen sufriendo abuso, acoso sexual e inclusive, en algunas partes del mundo, viven en condiciones de esclavitud. Millones de niñas y mujeres han sido obligadas a someterse a la mutilación genital femenina, uno de los métodos más crueles para controlar la sexualidad de las mujeres. Al mismo tiempo millones de mujeres jóvenes son víctimas de trata con fines de explotación sexual. La violencia contra las mujeres sigue siendo un hecho cotidiano, y el feminicidio es un fenómeno constante.

Esta es la barbarie de la sociedad en la que vivimos hoy en día y, a pesar de algunos logros importantes, todavía estamos muy lejos de alcanzar una igualdad real y plena entre hombres y mujeres. Debemos, entonces, hacernos la siguiente pregunta: ¿Es esta la forma natural de relacionarse entre hombres y mujeres? A menudo se nos dice que sí; que la familia “nuclear” monógama, con una figura paterna dominante y poderosa, siempre ha existido, y que los hombres son naturalmente agresivos con las mujeres. Pero, ¿es eso cierto?

Marx y Engels dieron una respuesta firme y negativa. Engels, en particular, desarrolló el enfoque marxista sobre la opresión de la mujer en su famosa obra El orígen de la familia, la propiedad privada y el Estado publicada en 1884. Engels se basó principalmente en el texto de Lewis Henry Morgan, La sociedad primitiva (1877), en el que argumentó: “el concepto de familia es producto del desarrollo de formas sucesivas,” de las cuales la familia moderna y monógama es sólo “la última de la serie”.  Morgan explicó que dicha evolución está estrechamente relacionado con el desarrollo de nuevas técnicas, herramientas y armas, es decir, de las fuerzas productivas.

Para estas cuestiones Morgan aplicó un enfoque fundamentalmente materialista y su trabajo inicialmente influenció a muchos antropólogos de su época. Sin embargo, con el paso del tiempo sus ideas llegaron a considerarse una amenaza para la estabilidad de la sociedad burguesa, sobre todo después de que Engels utilizó sus descubrimientos para elaborar una perspectiva marxista sobre la relación entre las fuerzas productivas y la familia.

En el siglo XX, las ideas de Morgan y Engels fueron ferozmente atacadas por antropólogos conservadores como Bronislaw Malinowski, que afirmó con franqueza:

Si se pudiera llegar en algún momento a suprimir a la familia individual como el elemento central de nuestra sociedad, nos enfrentaríamos a una catástrofe social de tal magnitud que, en comparación, la agitación política de la revolución francesa y los cambios económicos del bolchevismo se tornarían insignificantes.

Otros, como los de la escuela antropológica de Boas, rechazaron la mera idea de la existencia de etapas en la historia, así como el “determinismo” y la “teoría evolucionista”,  en favor de una visión idealistas que incluso hoy ejerce una poderosa y nociva influencia en dicha disciplina.

No se puede negar que las teorías de Morgan estaban limitadas por el nivel de conocimientos científicos disponibles a mediados del siglo XIX, y algunas de sus ideas no han sobrevivido la prueba del tiempo. Pero la pregunta que nos interesa hacer es mucho más importante: ¿En qué acertó Morgan? ¿Y qué es lo que eso nos puede decir sobre la evolución de la familia y su posible futuro?

Estas preguntas tienen una importancia crítica en la lucha por un mundo mejor y en última instancia sólo pueden responderse analizando la historia de nuestra especie bajo un enfoque verdaderamente científico.

El método materialista

Morgan estudió las formas de las primeras sociedades e hizo un verdadero intento por comprender las estructuras sociales internas y aquello que impulsaba los cambios en dichas estructuras, del mismo modo que Darwin se había dedicado al estudio de la evolución biológica.

Al igual que Darwin se dedicó al estudio de la evolución biológica, Morgan estudió las formas de las primeras sociedades e hizo un verdadero intento por comprender las estructuras sociales internas y el factor que impulsaba su cambio.

Morgan consideró que, mediante la observación y comparación de las sociedades contemporáneas en sus diferentes niveles de desarrollo, sería posible reconstruir una imagen del proceso de evolución de la sociedad humana en su totalidad. De este modo, Morgan desarrolló una teoría de evolución social, la cual consiste en la concepción de que todas las sociedades atraviesan etapas similares de desarrollo, y dicho proceso tiene una dirección que va desde formas sociales menos desarrolladas a formas más desarrolladas.

Morgan comprendió que las instituciones sociales surgen de acuerdo con la evolución específica de las condiciones sociales. Al hacerlo, Morgan inconscientemente llegó a conclusiones muy similares a las del materialismo histórico desarrollado por Marx y Engels. Encontramos un claro ejemplo de este método cuando Morgan afirma lo siguiente:

El hecho importante de que el hombre comenzó al pie de la escala, y se elevó, está demostrado expresivamente por la sucesión de sus artes de subsistencia. De su ingenio, en este sentido, pendía la cuestión entera de la supremacía del hombre en la tierra. El hombre es el único ser del que se puede decir que ha logrado el dominio absoluto de la producción de alimentos que, en el punto de partida. no era más suya que de otros animales. Al no haber ampliado las bases de subsistencia, el hombre no hubiese podido propagarse hasta otras zonas que no poseyeran las mismas clases de alimentos, v, luego, por toda la superficIe de la tierra; y, por último, al no haber logrado el dominio absoluto tanto sobre su variedad como sobre su cantidad no se hubiese podido multiplicar en naciones populosas. Es, por tanto, probable, que las grandes épocas del progreso humano se han identificado, mas o menos directamente, con la ampliación de las fuentes de subsistencia.

Se destaca claramente el planteamiento evolucionista de Morgan acerca del progreso de la sociedad, determinado por las fuerzas productivas. El escritor de La sociedad primitiva dividió la sociedad en diferentes etapas, “salvajismo, barbarie y civilización”, abarcando el salvajismo tres periodos, inferior, medio y superior, siendo el inferior el menos desarrollado. Morgan explicó que, con nuevas herramientas y técnicas, tales como la pesca o el arco y la flecha, la humanidad pasó de un estadio al otro. “La barbarie”, por ejemplo, la dividió en tres, con el dominio de la alfarería; la domesticación de animales, la plantación de cultivos y el desarrollo de los primeros sistemas de regadío y la fabricación de ladrillos, etc.; y por último, la dominación de los metales tales como el bronce y el hierro.

Las palabras “salvajismo, barbarie y civilización” que utiliza Morgan han adquirido connotaciones un tanto despectivas, sin embargo, debemos enfocarnos únicamente en su función en relación con el trabajo de Morgan. Lo que nos interesa es la esencia de su significado y no lo que estos términos significan hoy en día. Del mismo modo, la cronología de los términos ya no es compatible con los 150 años de investigaciones posteriores a La sociedad primitiva. Sin embargo, la concepción del desarrollo humano en etapas es esencialmente una idea correcta.

De hecho, la sociedad humana ha pasado por varias etapas de desarrollo, basadas fundamentalmente en los materiales utilizados para la fabricación de herramientas. Esto es algo generalmente reconocido por los arqueólogos en la actualidad, que han nombrado a estos diferentes períodos de la historia como: la Edad de Piedra, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro. Gracias al desarrollo de herramientas, los humanos pasaron de la caza-recolección a la agricultura en el periodo Neolítico que también se conoce como la “Nueva Edad de Piedra”. Posteriormente, se produjeron avances en la metalurgia, primero con el bronce y más tarde con el hierro, los cuales permitieron el surgimiento de las grandes civilizaciones del mundo antiguo. No se trata de un proceso lineal e idéntico en todos los continentes del mundo puesto que, en parte, también dependió de los recursos locales disponibles. No obstante, ésta es la imagen histórica generalmente aceptada.

Es este el enfoque materialista que llamó la atención de Marx y Engels. Fue este último el que explicó en 1884 lo siguiente:

Morgan descubrió de nuevo, y a su modo, la teoría materialista de la historia, descubierta por Marx cuarenta años antes, y, guiándose de ella, llegó, al contraponer la barbarie y la civilización, a los mismos resultados esenciales que Marx.

Marx, de hecho, había estudiado La sociedad antigua de Morgan, junto con los trabajos de otros antropólogos de la época, y escribió extensas notas, con la intención de producir un texto con su propia interpretación de sus últimos descubrimientos. Desgraciadamente, Marx murió antes de poder completar este trabajo, pero sus notas fueron utilizadas por Engels para producir su texto clásico en 1884, poco después de la muerte de Marx.  El trabajo de Engels sobre los orígenes de la familia puede considerarse, por tanto, una obra conjunta de los padres fundadores del marxismo.

Endogamia y promiscuidad en los primeros humanos

Morgan sostuvo que la sociedad humana primitiva comenzó con lo que él denominaba la familia “consanguínea”, es decir, la reproducción entre parientes cercanos. Más tarde, explicó, y a través de varias etapas, se eliminó la reproducción sexual entre individuos emparentados, estableciendo ciertas prohibiciones.

Cuando Morgan planteó esta idea por primera vez fue rechazado con indignación, e incluso sigue siendo descalificado en muchos círculos actuales. Al fin y al cabo, ¿qué podría ser más ajeno a las costumbres sociales de nuestro tiempo? Como en su época parecía tan antinatural, algunos sociólogos, como Westermarck, sostuvieron que existía un instinto natural de evitar la endogamia.

Sin embargo, estudios recientes respaldan la idea de que existía la endogamia entre los humanos primitivos, demostrando cuánto ha cambiado nuestra noción de la familia a lo largo de los milenios. Un artículo publicado en 2018 concluyó que la proporción relativamente alta de deformidades en los esqueletos de la Edad de Hielo se debe muy probablemente a la endogamia, esta teoría es respaldada por el bajo nivel de diversidad genética encontrado en estos esqueletos. 

Pero evidentemente este no siempre fue el caso ya que un interesante estudio elaborado en la Universidad de Cambridge, informa de que el análisis de restos humanos en el yacimiento de Sunghir, en Siberia, demostró que:

(…) los primeros humanos parecen haber reconocido los peligros de la endogamia hace al menos 34.000 años, por lo que desarrollaron redes sociales y de apareamiento sorprendentemente sofisticadas para evitarla.

Esto es importante porque demuestra de manera crucial que las relaciones sexuales entre los seres humanos han cambiado. En un momento dado, la familia humana evolucionó y de las antiguas relaciones surgieron otras nuevas. De hecho, estas “sofisticadas redes sociales y de apareamiento” podrían incluso representar las primeras formas familiares más tarde conocidas como la “gens”.

Morgan distinguió cuatro etapas de desarrollo posteriores de la familia basadas en la prohibición del incesto, en las que no se permitía aparearse con miembros de su propio clan o en su locución latina, “gens”. En otras palabras, estos fueron sistemas que prohibían el apareamiento dentro de un determinado grupo.

Su hipótesis era que, en este sistema, el “matrimonio en grupo” era la norma. ¿Significaba esto que todos los hombres de un grupo tenían como “esposas” a todas las mujeres de otro grupo al mismo tiempo? No necesariamente. Se han descubierto sociedades en las que el “matrimonio grupal” en la práctica implicaba una forma de “alianza” entre grupos, mediante la cual individuos de un grupo solo podían seleccionar sus parejas en el otro grupo.

Sin embargo, lo que hay que resaltar era el carácter relativamente promiscuo en la reproducción en la etapa primitiva de la sociedad humana. Contrariamente a la concepción tradicional de la familia, los hombres y las mujeres no estaban atados permanentemente a una pareja, podían romper libremente la relación y buscar otra pareja.

La moral desarrollada por miles de años debajo de la presión de la sociedad de clases, donde la mujer ha sido considerada propiedad de los hombres y debe ser fiel a un solo hombre toda su vida, ha dejado en la conciencia colectiva la idea de que es éste el estado natural y universal de dichas relaciones. Sin embargo, muchos estudios indican que la “promiscuidad”, entendida como la libertad de los individuos para elegir con quién, cuándo y durante cuánto tiempo se aparean, estaba claramente presente en las primeras sociedades humanas.

Como explica Engels: “¿Qué significa, entonces, relaciones sexuales promiscuas? Que las restricciones vigentes en la actualidad o en épocas anteriores no existían”. Pero también añade: “Pero de esto no se deduce, de ningún modo, que en la práctica cotidiana dominase inevitablemente la promiscuidad. De ningún modo queda excluida la unión de parejas por un tiempo determinado, y así es como ocurre, en la mayoría de los casos, y aun en el matrimonio por grupos.”

Sin embargo, la existencia de “emparejamiento”, o parejas en el contexto de grandes clanes o “gens”, no debe considerarse como el concepto de “matrimonio” que conocemos ahora. Morgan subraya que “se fundaba en el emparejamiento de un varón y una mujer bajo la forma de matrimonio, pero sin cohabitación exclusiva. El divorcio o separación estaba librado al albedrío del marido. tanto como de la mujer” [énfasis mío]. Esto significa que tanto el hombre como la mujer no estaban unidos de forma permanente en el matrimonio tal como ahora lo dicta la moral moderna.

Sin embargo, esto preparó el terreno para la próxima familia monógama, que, según Morgan:

(…) se fundaba en el matrimonio de un hombre con una mujer, con cohabitación exclusiva; esto último constituía el elemento esencial de la institución. Es preeminentemente la familia de la sociedad civilizada, y es, por consiguiente, esencialmente moderna.

Pero la aparición y existencia de la familia moderna requirió un vuelco completo del orden existente.

Descendencia matrilineal

La posición de la mujer no estaba subordinada a la del hombre antes de la aparición de la familia monógama y patriarcal, y es en esta cuestión donde Morgan hizo la mayor contribución a nuestra comprensión de la sociedad humana.

Morgan no era un antropólogo que escribió sus teorías desde su torre de marfil, sino que realizó un trabajo de campo real y concreto al vivir con los iroqueses durante un tiempo. También estudió otros pueblos indígenas de América, recopilando también información de muchas otras fuentes sobre pueblos de desarrollo humano temprano.

Comprobó que las mujeres tenían un estatus mucho más igualitario entre los iroqueses que en el mundo “civilizado”. Engels, basándose en su investigación, comentó: “Todos son iguales y libres, incluidas las mujeres”.  Pero, ¿a qué se debía dicha igualdad?

Morgan llegó a la conclusión de que, en un periodo anterior, los humanos se organizaban en clanes matrilineales, en los que la descendencia se trazaba por la línea materna, y no en la familia patriarcal (que significa literalmente dominio del padre), que acabó surgiendo con la aparición de la propiedad privada y la sociedad de clases.

Existe un gran debate sobre si el “matriarcado” ha existido alguna vez, pero se trata de una discusión falsa y engañosa. El matriarcado implica el dominio de la mujer, pero lo que Morgan enfatizó fue el concepto de matrilinealidad, es decir, la descendencia por línea materna durante el periodo más temprano de la sociedad humana, puesto que la ausencia de emparejamiento estricto o permanente significaba que no había forma segura de saber quién era el padre. La matrilinealidad no significa la ausencia de rol social de los hombres o su subordinación a las mujeres.

Hay muchos intentos de negar la matrilinealidad, y eso se debe a que toda la historia escrita, que comienza a partir del cuarto milenio antes de Cristo, procede de civilizaciones que eran patriarcales, clasistas. Por lo tanto, es fácil ver de dónde viene la idea de que “los hombres siempre han dominado a las mujeres’’. Sin embargo, los ejemplos de sociedades matrilineales que sobreviven en la actualidad ofrecen apoyo a la teoría de Morgan.

En las provincias chinas de Yunnan y Sichuan se encuentra el pueblo mosuo, donde el linaje se sigue trazando a través de las mujeres de la familia y la propiedad se transmite por línea femenina. Los hijos pertenecen y residen en el hogar materno. Los hombres mosuo tienen el deber de criar a los hijos de sus hermanas y primas (un fenómeno que Morgan describió en sus estudios de las sociedades matrilineales) y se encargan de la cría de animales y la pesca, todo lo cual aprenden de sus tíos (hermanos de la madre) y de los hombres mayores de la familia.

Los bribri de Costa Rica, los minangkabau de Sumatra Occidental, algunos akan de Ghana y los khasi de la India han conservado la descendencia por línea femenina, y ninguna de estas sociedades ha interactuado entre sí.

El influyente antropólogo Franz Boas intentó encontrar ejemplos de transiciones de la patrilinealidad a la matrilinealidad para desacreditar todo el esquema de Morgan. Boas creyó haber encontrado esta característica entre los kwakiutl de la costa noroeste del Pacífico americano, aunque más tarde se demostró que no era un ejemplo válido. Boas descubrió que la descendencia se trazaba tanto por línea masculina como femenina, pero lo que ignoraba era que esta sociedad había sufrido un tremendo trauma bajo el impacto del contacto con los europeos, y todo su sistema se desmoronó bajo dicha presión.

Es fácil imaginar cómo el trazar la descendencia de antepasados y la herencia de cualquier propiedad conservada a través de la línea materna podría reforzar la posición de la mujer en la sociedad. Pero hay otro factor importante a tener en cuenta en la sociedad prehistórica: el carácter extremadamente igualitario de la sociedad cazadora-recolectora en general.

Comunismo Primitivo

Hay que señalar que, aunque el propio Morgan no era comunista, sino un Republicano estadounidense y un burgués acomodado que creía que el sistema político de Estados Unidos era la forma más elevada de sociedad, se refirió varias veces en su libro La sociedad primitiva al hecho de que los primeros humanos vivían de forma comunista, es decir, que no había propiedad privada.

Colin Renfrew es un ex profesor de Arqueología en la Universidad de Cambridge y miembro conservador de la Cámara de los Lores entre 1991 y 2021, por lo que no se le puede acusar de tener simpatías comunistas. En su libro, Prehistory – The making of the Human Mind (Londres, 2007), afirma lo siguiente:

Las primeras sociedades de cazadores-recolectores, como las de nuestros antepasados paleolíticos, parecen haber sido siempre comunidades igualitarias, en las que los individuos participaban sobre una base de equidad…”  [énfasis añadido].

¿En qué se basaba dicha igualdad? En las sociedades de cazadores-recolectores no había división en clases, ni dueños de los medios de producción, ni propiedad terrateniente. La poca “propiedad” que existía eran herramientas rudimentarias, armas para buscar, cazar y descuartizar animales así como la ropa que la gente llevaba encima.

No había propiedad privada ni división de clases, no había explotadores y explotados, ni un aparato armado por encima de la sociedad. Morgan afirmó:

El Estado no existía. Los gobiernos eran esencialmente democráticos, porque los principios sobre los que descansaban la gens, la fratria y la tribu, eran democráticos.

En su descripción de los iroqueses afirma que: “cada hogar practicaba el comunismo en el régimen de vida”.

La idea de que los seres humanos vivieron en lo que Marx y Engels denominaron “comunismo primitivo”, sin ningún concepto de propiedad privada y durante la mayor parte de su existencia, es inaceptable para quienes defienden la idea de que ricos y pobres, o explotadores y explotados, siempre han existido; que la competencia depredadora individual y salvaje del capitalismo actual, es simplemente parte de la “naturaleza humana” y tenemos que aceptarla

Como dijo el antropólogo estadounidense Leslie A. White en su obra The Evolution of Culture, The Development of Civilization to the Fall of Rome:

…tan amenazadora se ha vuelto la teoría del comunismo primitivo que miembros de tres “escuelas” antropológicas se han sentido llamados a difamarla. Lowie, de la escuela de Boas, la ha atacado repetidamente. Malinowski, líder de la escuela funcionalista, la tachó de “quizá la falacia más engañosa que existe en la antropología social”… Lowie ha sido elogiado por eruditos católicos por su crítica a la teoría del comunismo primitivo y, a través de ella, su oposición a las doctrinas socialistas. (…) Parecería que se estaba haciendo un esfuerzo por ‘hacer del mundo un lugar seguro para la propiedad privada’.

Sin embargo, a pesar de todas las objeciones, hay muchos estudios que confirman el carácter igualitario de las sociedades cazadoras-recolectoras, en las que las mujeres disfrutaban de una posición mucho más elevada en la sociedad, tratadas como iguales y no como propiedad de los varones.

Una característica clave de los humanos es su tendencia a cooperar y compartir. Los humanos no podrían haber sobrevivido de ninguna otra manera. No somos especialmente rápidos ni fuertes en comparación con muchos otros animales. Como individuos aislados, en las condiciones de la época, habríamos estado en peligro constante de ser atacados por los grandes carnívoros, al tiempo que nos habría resultado mucho más difícil conseguir alimentos. Por lo tanto, esta cooperación no provenía de un espíritu de altruismo abstracto, sino que era una necesidad material. La cooperación era necesaria no sólo en la caza, sino también en la recolección.

Caza, recolección y matrilocalidad

Parece que en las sociedades prehistóricas de cazadores-recolectores existía una división del trabajo entre los sexos, aunque variaba de un pueblo a otro, y no era una división estricta, como encontramos en sociedades posteriores y clasistas, como los griegos.

A veces los hombres participaban en la recolección y las mujeres ayudaban en la caza, como han demostrado los recientes descubrimientos de mujeres enterradas con sus armas. Pero, en general, los varones solían ir de caza y las mujeres a buscar comida. Y uno no era menos importante que el otro. De hecho, a veces los hombres regresaban con las manos vacías, mientras que las mujeres siempre llevaban algo a casa. Así pues, la división del trabajo en esta fase de la sociedad humana no implicaba la subordinación de la mujer al hombre.

De hecho, la división del trabajo que existía en el seno de la familia tendía en muchos casos a favorecer la posición de la mujer. Kit Opie y Camilla Power, autoras de Abuelas y coaliciones femeninas: ¿una base para la prioridad matrilineal? , sostienen que, en las sociedades que examinaron, el número de calorías necesarias para alimentar a todos los adultos y los niños de un grupo requeriría la cooperación de las mujeres, y de sus parientes femeninas, en particular las abuelas, junto con los hombres. Entre los !Kung del desierto de Kalahari, por ejemplo, los estudios demuestran que “la recolección aporta entre el 60% y el 80% de la dieta total” .

Las mujeres que no pueden ir a buscar comida, ya sea porque están en las últimas fases del embarazo o porque están amamantando a recién nacidos, tienen aseguradas sus calorías diarias porque las otras mujeres se las proporcionarán. Una vez más, esto no se debe a un espíritu abstracto de altruismo. Es una práctica habitual que todo el mundo ayude a los demás, porque saben que cuando se encuentren en la misma situación, ellos también recibirán ayuda.

Por lo tanto, la idea de que las mujeres dependían totalmente de los hombres, y por lo tanto incluso en las primeras sociedades humanas una mujer tenía que buscar a un hombre individual para sobrevivir, no se sostiene.

Todo ello proporciona una base material sobre la que descansaba la igualdad entre los sexos. Opie y Power también explican el papel de las mujeres mayores, que ya no podían tener hijos, pero que podían desempeñar un papel clave más adelante en la vida ayudando a mantener a la descendencia de sus hijas. Esto explicaría el carácter matrilocal de las familias -las mujeres permanecen cerca de sus madres- y, por tanto, también el carácter matrilineal de la sociedad.

Señalan que:

Las pruebas de la genética molecular sugieren que la tendencia ancestral de los parientes femeninos a permanecer juntas persistió con la aparición de los humanos modernos. Los estudios revelan diferencias en los patrones de filopatría [la tendencia de un individuo a regresar o permanecer en su zona de origen, o lugar de nacimiento] entre las poblaciones cazadoras y agrícolas del África subsahariana.

Y añaden: “Cuanto mayor es la dependencia de la caza en estas poblaciones, menos probable es que sean virilocales”. Esto significa que las mujeres de las sociedades cazadoras-recolectoras tienden a permanecer dentro de un grupo en el que las mujeres están emparentadas, con madres, hermanas, primas, pero en el que los hombres con los que se aparean vienen de fuera. Todo esto es una sorprendente confirmación de lo que Morgan describió en 1877.

Hay, por supuesto, excepciones a esta regla, como los indígenas del norte de Alaska, entre los que encontramos “hombres que proporcionan casi toda la comida”. Son cazadores y no agricultores. Sin embargo, esto no se debe al hecho de que la gente de allí simplemente “piense” que la caza es mejor, y “elija” no adoptar la plantación de cultivos.

En otro artículo se explica que en “algunas regiones árticas y subárticas hay comparativamente pocos animales pequeños y ningún alimento vegetal de importancia dietética, por lo que la caza mayor representa una proporción muy grande de todos los alimentos consumidos”. Existe una razón material concreta por la que los hombres desempeñan un papel tan importante en la obtención de alimentos en una situación así: “En estas sociedades árticas o subárticas no es probable ni la recolección significativa ni el paso a la agricultura”.

Encontrar estas “excepciones” no niega el panorama general de la evolución social, en el que las condiciones han sido favorables para el desarrollo de la agricultura. Como explican los autores,

A efectos de comprender la transición a las sociedades agrícolas, estos grupos también pueden tener un interés limitado como modelo para las sociedades de cazadores-recolectores que llegaron a existir en África, Europa y otros lugares que experimentaron la transición a la agricultura.

Es evidente que esto tiene un enorme significado para la posición de la mujer en estas sociedades. Las mujeres individuales no se trasladaban de la casa de su padre a la de su marido y permanecían allí, rodeadas de su familia extendida, como es muy común hoy en día en todo el mundo. Esto significaba que dependían mucho menos de su pareja. Más bien, su pareja se encontraba rodeado por todos lados por los parientes de su pareja y, hasta cierto punto, dependía de ellos.

En algunos casos, los cazadores varones tenían que entregar todas sus capturas a la madre de su pareja antes de que ésta las repartiera entre la familia. No es de extrañar que los ejemplos supervivientes de estas comunidades registren un índice de violencia hacia las mujeres tan bajo en relación al nuestro.

Propiedad, desigualdad y monogamia

Este modo de vida igualitario empezó a cambiar tras la aparición de la agricultura, en lo que se conoció como la revolución neolítica, hace aproximadamente 12.000 años.

Los estudios han confirmado que la desigualdad de género fue cambiando gradualmente durante un largo periodo, a medida que los humanos pasaban de la caza-recolección a la agricultura, en particular a los cultivos. Las evidencias arqueológicas de todo el mundo sugieren un cambio en la división del trabajo entre hombres y mujeres tras la adopción de la agricultura. Las causas directas varían de un lugar a otro, pero es evidente que influyeron varios factores importantes: el aumento de las tasas de natalidad y, por tanto, de las responsabilidades de cuidado de los hijos, la mayor necesidad de procesar los alimentos y, finalmente, el uso de aperos más pesados, como el arado.

Un estudio publicado por la Red de Investigación en Ciencias Sociales en 2012 explica:

…el paso a la agricultura dio lugar a una división del trabajo dentro de la familia, en la que el hombre empleaba su fuerza física en la producción de alimentos y la mujer se ocupaba de la crianza de los hijos, la elaboración y producción de alimentos y otras tareas relacionadas con la familia.

Y continúa:

La consecuencia fue que el papel de la mujer en la sociedad ya no le daba viabilidad económica por sí misma. En esencia, el cambio general en la división del trabajo asociado a la revolución neolítica agravó las opciones exteriores de la mujer (fuera del matrimonio), y esto aumentó el poder de negociación masculino dentro de la familia, lo que, a lo largo de generaciones, se tradujo en normas y comportamientos que configuraron las creencias culturales sobre los roles de género en las sociedades. (…) En resumen, aportamos nuevas pruebas coherentes con la hipótesis de que una revolución neolítica temprana, a través de sus efectos sobre las creencias culturales, es una fuente de los roles de género modernos.

Junto con el cambio en la división del trabajo, también parece haberse producido un abandono de la matrilocalidad en favor de la patrilocalidad, lo que habría tenido un impacto adicional en la posición de la mujer en el hogar. Un artículo de 2004 de la Universidad La Sapienza de Roma reveló que un estudio del ADN mitocondrial en 40 poblaciones del África subsahariana mostraba “una sorprendente diferencia en la estructura genética de las poblaciones productoras de alimentos (bantúes y sudaneses) y las cazadoras-recolectoras (pigmeos, !kung y hadza)” . Las mujeres de las poblaciones cazadoras-recolectoras, como los !Kung y los Hadza, tenían más probabilidades de permanecer con sus madres después del matrimonio que las mujeres de las poblaciones productoras de alimentos dependientes de la agricultura, lo que sugiere un fuerte vínculo entre la agricultura y la patrilocalidad.

Por supuesto, es casi imposible determinar con exactitud cuándo la descendencia matrilineal dio paso a la patrilinealidad. El cambio habría tenido lugar en un período remoto del pasado no registrado, y cada sociedad individual se habría desarrollado a su manera y a su propio ritmo. Pero es seguro que esta transición tuvo lugar en algún momento entre la aparición de la agricultura y el surgimiento de las primeras sociedades de clases, hace aproximadamente 5.000-6.000 años, porque todas y cada una de estas sociedades eran patrilocales, patrilineales y, sobre todo, patriarcales.

Morgan identificó la clave de este cambio dramático en el auge de la propiedad privada, explicando que:

… la cuestión de la herencia estaba llamada a surgir, a aumentar su importancia con el incremento de la propiedad en variedad y cuantía, y a dar lugar a alguna regla de herencia establecida.

La propiedad no surgió inmediatamente como algo privado, ya que inicialmente las reglas de la herencia se basaban en la propiedad común de la tierra y los rebaños dentro de la gens, esencialmente las unidades familiares más amplias que constituyeron la base de la sociedad hasta la formación de los primeros estados. Esto significaba que la propiedad no podía transferirse fuera de la gens.

En la gens matrilineal, los hijos permanecían en la gens de la madre. Por tanto, los bienes se heredaban a través de la línea femenina. Esto significaba que los hijos de los hombres no pertenecían a la gens de sus padres, sino a la de sus parejas femeninas. Sin embargo, en un momento dado, en diferentes partes del mundo y en diferentes épocas, a medida que los hombres acumulaban cada vez más bienes, se produjo un cambio por el cual los derechos de propiedad se transmitían por línea masculina.

La desigualdad, las clases y la opresión de la mujer no surgieron inmediatamente de las primeras formas de agricultura y domesticación. Pero una vez realizado el paso a la agricultura, se habían sentado las condiciones para lograr una productividad cada vez mayor de la tierra. Como puede observarse en multitud de yacimientos neolíticos, el “comunismo en el modo de vida” continuó incluso cuando los humanos pasaron de una existencia nómada a otra sedentaria. Sin embargo, el excedente que acabó produciéndose significó que sólo era cuestión de tiempo que aparecieran las clases, y con ellas la desigualdad social, cuya primera víctima fueron las mujeres. En el periodo que va desde las primeras sociedades agrícolas sedentarias hasta la aparición de las primeras civilizaciones conocidas en la historia, este proceso se completó.

Esto se repitió de forma independiente en muchas partes del mundo, como Mesopotamia (actual Irak), Egipto, América Central y del Sur, China, Asia meridional y partes del África subsahariana. Ninguna de ellas era un calco perfecto de la otra, pero tenían muchas características comunes.

No podemos decir con exactitud cómo se produjo el paso de la descendencia matrilineal a la patrilineal. Sin embargo, Morgan pudo entrevistar a miembros de varias tribus de Norteamérica y observó que algunos de ellos habían pasado recientemente de heredar por línea femenina a hacerlo por línea masculina, en algunos casos en memoria viva.

Como él dice:

En la actualidad muchos indios poseen bienes considerables consistentes en animales domésticos y en casas y tierras de propiedad individual, y entre éstos se generaliza la costumbre de hacer la repartición en vida, para evitar la herencia gentilicia. [énfasis mío].

Explica que, a medida que la propiedad aumentaba en cantidad,  “crecía la oposición al desheredamiento de los hijos en beneficio de la gens”, es decir, por línea materna. En realidad, éste es un ejemplo vivo de cómo pudo tener lugar la transición de la matrilinealidad a la patrilinealidad en otras sociedades.

Así pues, la aparición de la propiedad privada fue el elemento clave que determinó el cambio radical de la condición de la mujer, que pasó de ser igual a subordinada del hombre. “La familia monógama debe su origen a la propiedad, …” escribió Morgan.

Surgió una nueva forma de sociedad, en la que los hombres propietarios empezaron a imponer a las mujeres condiciones hasta entonces desconocidas. La única forma de asegurarse de que la mujer produjera los hijos del marido era imponer estrictas normas de comportamiento, como la reclusión de las mujeres dentro de la casa, la prohibición de que salieran de casa sin compañía y una estricta fidelidad.

Morgan describe así el proceso:

Una vez que las casas y tierras, rebaños y manadas y menesteres mercables hubieran aumentado tanto en cantidad y llegaron a ser sujeto de propiedad individual, surgiría la cuestión del derecho de su herencia, apremiando a la mente humana (…)

Morgan explica que la familia acabó convirtiéndose en “una organización productora de propiedades”, y añade:

Había llegado el momento en que la monogamia, haciendo cierta la  paternidad de los hijos proclamaría y sostendría el derecho exclusivo de éstos de heredar los bienes de su extinto padre.

Morgan, como hemos visto, no se limitó a observar a los iroqueses o a la información que recibía de otros eruditos y viajeros. También se fijó en otras fuentes, por ejemplo, en los antiguos griegos y romanos, y en lo que se podía discernir de sus primeros escritos, de sus mitos y leyendas, sobre sus primeras estructuras familiares.

Encuentra rastros de la gens en los primeros textos y mitos de los antiguos romanos y griegos, así como en el “sept” irlandés, el “clan” escocés, el “ganas” sánscrito, etcétera. Esto es muy significativo, ya que estas culturas nunca podrían haber tenido contacto alguno con las tribus nativas americanas que observó Morgan.

Los antiguos griegos y romanos habían adoptado una gens masculina, tras la transición de la anterior gens femenina, y describe cómo esto continuó en el primer periodo de urbanización.

En la antigua sociedad griega, vemos la perdición de la mujer en una de sus peores formas. Temerosos de que cualquier contacto con otros hombres pudiera desembocar en relaciones sexuales, los hombres atenienses no permitían que sus esposas fueran vistas en público y a los hombres ajenos a la familia no se les permitía estar con las mujeres de la casa. En la antigua Roma, el paterfamilias era la autoridad suprema, con poder de vida y muerte sobre todos los miembros de la familia, esposa, descendencia, así como sobre los esclavos.

Cabe señalar que esta “monogamia” era en realidad sólo para las mujeres. Y junto a esta nueva moral restrictiva surgieron diferentes formas de prostitución femenina (y en algunos casos masculina) en las antiguas sociedades de clases. El Estado ateniense llegó incluso a regular la prostitución, con la introducción de burdeles.

Antes de que surgieran estas sociedades de clases, las mujeres eran veneradas y honradas como dadoras de vida. Las epopeyas griegas hablan de diosas y mujeres guerreras, elevadas a una posición de culto y respeto. Robert Graves, en su obra Los mitos griegos (1955), opinaba que la Grecia de la Edad de Bronce había pasado de ser una sociedad “matriarcal” -nosotros diríamos matrilineal- a una patriarcal. Se refiere a la historia de Zeus tragándose a Metis, la diosa de la sabiduría, tras lo cual “los aqueos suprimieron su culto y arrogaron toda la sabiduría a Zeus como su dios patriarcal”.

Esta degradación de la mujer en los cielos era claramente un reflejo de su degradación en la tierra. William G.Dever ha argumentado en su libro, ¿Dios tenía esposa? que un proceso similar tuvo lugar en la mitología de los antiguos hebreos, que en su período primitivo creían que Yahvé (su dios) tenía una esposa, considerada la Reina de los Cielos.

Morgan y Engels sobre el futuro de la familia

Lo que Morgan tenía que decir sobre el desarrollo pasado de la familia desafiaba los puntos de vista tradicionales, pero lo que decía sobre el futuro de la familia era aún más desconcertante para los burgueses:

Cuando se acepta el hecho de que la familia ha pasado por cuatro formas sucesivas, y actualmente atraviesa la quinta, surge la pregunta de si esta forma será definitiva en el porvenir. La única respuesta lógica es la de que la familia debe progresar con el progreso de la sociedad y cambiar en la medida que ésta lo haga, tal como ocurriera en el pasado.

Engels fue más lejos:

Así, pues, lo que podemos conjeturar hoy acerca de la regulación de las relaciones sexuales después de la inminente supresión de la producción capitalista es, más que nada, de un orden negativo, y queda limitado, principalmente, a lo que debe desaparecer. Pero ¿qué sobrevendrá? Eso se verá cuando haya crecido una nueva generación: una generación de hombres que nunca se hayan encontrado en el caso de comprar a costa de dinero, ni con ayuda de ninguna otra fuerza social, el abandono de una mujer; y una generación de mujeres que nunca se hayan visto en el caso de entregarse a un hombre en virtud de otras consideraciones que las de un amor real, ni de rehusar entregarse a su amante por miedo a las consideraciones económicas que ello pueda traerles. Y cuando esas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán a sí mismas su propia conducta, y, en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo quedará hecho!

A menudo se ataca a Engels como hombre de la época victoriana, pero en estas pocas frases vemos que en realidad estaba muy adelantado a su tiempo en la cuestión de la familia y en cómo los seres humanos se relacionarán sexualmente en el futuro.

Después de que Engels produjera su obra clásica, las filas de la Segunda Internacional y más tarde de la Internacional Comunista se educaron en las ideas que él elaboró sobre esta cuestión. Cuando los bolcheviques llegaron al poder en 1917, empezaron a aplicar estas ideas, lo que puede verse en las diversas leyes y reformas adoptadas en relación con el matrimonio, los derechos de la mujer, el cuidado de los niños, etc.

Además de las reformas políticas, Lenin y Trotsky insistieron en la necesidad de una auténtica igualdad social y política, liberando a las mujeres de la carga de las tareas domésticas, el cuidado de los niños, etc., que sigue pesando desproporcionadamente sobre ellas.

El aislamiento de la revolución en un solo país atrasado hizo que muchas de esas reformas progresistas sólo pudieran realizarse parcialmente, ya que la Unión Soviética no disponía de recursos materiales suficientes para mantenerlas. No obstante, sus audaces reformas nos permitieron vislumbrar lo que podría conseguir una auténtica sociedad socialista. Y esa es precisamente la razón por la que la clase dominante no puede perdonar no sólo a los bolcheviques, sino incluso al propio Morgan.

La reacción burguesa contra Morgan y Engels

Merece la pena señalar aquí el tratamiento tan diferente de Darwin y Morgan. Darwin tampoco comprendía del todo cómo se producía la evolución, y ello porque aún no se habían realizado ciertos descubrimientos científicos, como la genética. Esto no le quita su papel histórico de haber impulsado enormemente nuestra comprensión de cómo ha evolucionado la vida.

Morgan recibió un trato diferente. La burguesía puede vivir con la idea de la evolución biológica. Incluso intentan tergiversarla para utilizarla como justificación de la propia sociedad capitalista. Pero no pueden vivir con una idea que lleva inevitablemente a la conclusión de que el propio capitalismo es una mera fase, destinada a llegar a su fin.

Aunque Morgan no era enemigo del capitalismo, sus descubrimientos en manos de Engels apuntaban en una dirección: Al igual que la sociedad había cambiado en el pasado en consonancia con el desarrollo de las fuerzas productivas, un mayor desarrollo de estas fuerzas estaba preparando las condiciones para la desaparición del propio capitalismo y, con él, de la familia tal y como se había conocido durante miles de años bajo diferentes formas de sociedad de clases. Por lo tanto, las ideas de Morgan tenían que ser socavadas y desacreditadas, ya que socavar su punto de vista significaba socavar también a Engels y las opiniones de los marxistas, a quienes se consideraba promotores de ideas peligrosas que amenazaban la estabilidad de la sociedad burguesa.

Por supuesto, es necesario ser objetivo al tratar con Morgan y la antropología de su época. Por ejemplo, él no comprendía el nivel de desarrollo que habían alcanzado culturas amerindias más avanzadas, como la de los aztecas. Creía que estaban al mismo nivel que los iroqueses. Incluso cuando uno de sus alumnos le señaló su error, persistió en esta opinión.

No obstante, queda claro que Morgan rompió claramente con la estrechez de miras de sus predecesores -e incluso contemporáneos- y aplicó inconscientemente el método del materialismo histórico a la comprensión del desarrollo humano primitivo. Hizo una importante contribución a nuestra comprensión del desarrollo de la sociedad humana y eso debe reconocerse.

Lo que tenemos que entender, sin embargo, es que quienes atacan a Morgan o a Engels no lo hacen desde el punto de vista de profundizar nuestra comprensión sobre la base de estudios más actualizados, algo a lo que el propio Engels habría estado abierto. No, atacan e intentan desacreditar su método científico, el método del materialismo dialéctico, como parte de un ataque más amplio y general contra el marxismo.

Hasta mediados del siglo XIX -el periodo de ascenso del capitalismo-, los primeros economistas, historiadores, paleontólogos y antropólogos burgueses seguían tratando realmente de descubrir los mecanismos que determinaban el desarrollo de la sociedad. Adam Smith, por ejemplo, trataba de comprender los mecanismos que determinan el funcionamiento del capitalismo. Pero fue necesario que Marx sacara todas las conclusiones lógicas.

Sin embargo, a principios del siglo XX, cuando el capitalismo alcanzó sus límites y empezó a estancarse y a entrar en crisis, la clase capitalista había dejado de desempeñar un papel genuinamente progresista, lo que repercutió también en su enfoque de dichos estudios.

La clase burguesa se ha vuelto totalmente reaccionaria y busca ideas que justifiquen la continuidad de su existencia. La razón está meridianamente clara: su riqueza y sus privilegios dependen de la continuación del sistema actual y, por lo tanto, tratan de demostrar que nunca puede acabar.

El célebre antropólogo Bronisław Malinowski fue una figura importante en esta embestida burguesa. “[L]a familia individual siempre ha existido, y […] se basa invariablemente en el matrimonio en parejas simples”, afirmó en 1931.

Malinowski reaccionaba ante la idea de que la familia había evolucionado a lo largo del tiempo, pasando por diferentes formas. Su postura era que un análisis histórico de las formas anteriores de la familia carecía de pruebas, y que ésta siempre había sido, es y será nuclear. Como se ha citado anteriormente, creía que la “familia individual” (con el hombre a la cabeza) era el “elemento central de nuestra sociedad”, y que suprimirla sería una “catástrofe social”.

Aquí vemos cómo muchos antropólogos que han intentado comprender sociedades anteriores, las han visto a través del prisma de la sociedad en la que nacieron. En la ciencia puede existir el prejuicio social. La ciencia no es un “foro” neutral de ideas; es un campo de batalla que refleja todas las presiones de la sociedad de clases.

La antropología, por ser un estudio de la sociedad humana, es una de las ciencias más propensas a este tipo de prejuicios sociales. Las creencias religiosas, las tradiciones, la moral y los prejuicios de clase pueden impedir a los antropólogos ver lo que realmente tienen delante, sobre todo en lo que se refiere a las normas sexuales, pero también a la cuestión de la propiedad.

Así pues, desde principios del siglo XX, la antropología fue testigo de una creciente reacción contra las ideas de Morgan. Marvin Harris, en su obra El desarrollo de la teoría antropológica (1968), explica que “la ciencia de la antropología cruzó el umbral del siglo xx convencida de que para sobrevivir y progresar necesitaba rechazar el esquema de Morgan y destruir el método sobre el que se basaba”. [el subrayado es mío].

¿Cuál era el método que querían destruir? Harris explica que: “Los triunfos del método científico en los dominios físico y orgánico llevaron a los antropólogos del siglo XIX a pensar que los fenómenos socioculturales estaban gobernados por principios que podían descubrirse y enunciarse en forma de leyes”. En el siglo XX, sin embargo, “llegó a aceptarse generalmente que la antropología no podría nunca descubrir los orígenes de las instituciones ni explicar sus causas.”

Esto supuso un rechazo del enfoque científico y materialista de los estudios antropológicos y un giro hacia métodos acientíficos e idealistas. Esto condujo a una situación en la que:

Sobre la base de evidencias etnográficas parciales, incorrectas o mal interpretadas, surgió así una concepción de la cultura que exageraba todos los ingredientes extraños, irracionales e inescrutables de la vida humana. Deleitándose con la diversidad de las pautas, los antropólogos escogían los acontecimientos divergentes e incomparables. Subrayaban el sentido íntimo, subjetivo de la experiencia y excluían los efectos y las relaciones objetivas. Negaban todo determinismo histórico en general y en especial negaban el determinismo de las condiciones materiales de la vida.

Este enfoque idealista rechazaba el método materialista y evolucionista, y con él la idea de que se pudiera elaborar una visión histórica global y a largo plazo del desarrollo de la sociedad; rechazaba la idea de que se pudieran encontrar leyes de desarrollo de la sociedad, y en su lugar insistía en que cada cultura debía considerarse aisladamente como única y sin un orden específico de desarrollo. Franz Boas (1858-1942) fue un pionero de esta corriente, con su teoría del “particularismo histórico”.

Esto, en efecto, fue una anticipación del pensamiento postmodernista, que vio a un número de izquierdistas desilusionados e incluso “marxistas” alejarse de una perspectiva científica y materialista, hacia la negación no sólo de las leyes del desarrollo, sino del desarrollo mismo.

Hubo antropólogos que lucharon contra esta tendencia, como Leslie A. White y Marvin Harris, que a su manera resistieron la deriva hacia el idealismo y mantuvieron un enfoque materialista. Pero como Harris comentó en 1999 en su obra Theories of Culture in Postmodern Times: “Debo confesar que el giro que ha dado la teoría -alejándose de los enfoques procesuales de orientación científica y aproximándose a un posmodernismo del «todo vales-e- ha sido mucho más influyente de lo que había creído cuando estudié lo ocurrido desde finales de los años sesenta”. Este giro no fue en absoluto casual.

Con los enfoques boasiano y, más tarde, posmoderno, todo lo que nos queda es una masa de estudios de casos individuales, de hechos aislados, inconexos entre sí, sin ningún intento de establecer una relación de causa o efecto, con la conclusión final de que la realidad es incognoscible.

Una de las críticas que la escuela boasiana hizo a Morgan, y a todos los evolucionistas sociales de la época, fue que tenían una visión rígida de cómo se desarrollaban las culturas humanas, imponiendo un modelo en el que había que forzar todas las culturas locales.

Es cierto que las sociedades humanas no evolucionaron todas exactamente de la misma manera, siguiendo cada fase una especie de plan preestablecido. ¿Podemos negar que en diferentes condiciones geográficas y climáticas ha habido diferentes ritmos y direcciones de desarrollo? Sería absurdo y anticientífico. Por ejemplo, se ha demostrado que ha habido casos en los que culturas que se habían embarcado en formas tempranas de agricultura, volvieron posteriormente a la caza. ¿Por qué? Porque en las condiciones dadas, la agricultura resultó ser menos productiva, o los cambios climáticos obligaron a estos grupos humanos a desplazarse. Había una razón concreta y material para este regreso a lo que cabría suponer una forma de sustento menos desarrollada.

Si aplicamos esto a la familia, vemos que, a pesar de su adopción de la agricultura y la domesticación, algunos yacimientos neolíticos sugieren la continuación de una igualdad entre los sexos, incluso durante periodos muy largos. Y también podemos encontrarnos con sociedades de cazadores-recolectores en las que la opresión de la mujer ha surgido bajo la influencia de formas posteriores de sociedad, en las que ha habido contacto con agricultores: un ejemplo sorprendente de la ley del desarrollo desigual y combinado.

Sin embargo, esto no refuta que existan leyes discernibles de la evolución social, y etapas. La cuestión es que el proceso general tendió en una dirección, y por razones materiales que podemos comprender. Ni una sola sociedad de clases ha presentado jamás el nivel de igualdad observado en una amplia gama de sociedades de cazadores-recolectores, pasadas y presentes.

Una visión objetiva del desarrollo de la sociedad, una observación de los hechos dados, muestra que, sí, la evolución social tomó caminos ligeramente diferentes, dependiendo de las condiciones locales. Pero una cosa es reconocer esto y otra muy distinta sacar de ello la conclusión de que no existen leyes discernibles del desarrollo social.

Boas no fue en absoluto el único antropólogo que adoptó esta perspectiva. Otros después de él han adoptado un enfoque igualmente idealista. Lo que sí podemos decir es que su método, independientemente de su intención, le viene como anillo al dedo a la clase capitalista actual. En lugar de utilizar el lenguaje abiertamente reaccionario de Malinowski, pueden esconderse tras una filosofía que se presenta como progresista, cuando en realidad es profundamente reaccionaria.

La necesidad de una comprensión teórica

Para concluir, podemos hacernos la pregunta: ¿Por qué importa todo esto? ¿Por qué defendemos las ideas centrales elaboradas por Morgan, Engels, de la evolución social y con ello la idea de que la familia ha evolucionado? La respuesta a esa pregunta es que una comprensión teórica es necesaria en la lucha por abolir la opresión.

Este debate no tiene un interés meramente académico. El conflicto entre materialismo e idealismo en todas las esferas de la vida es un conflicto entre progreso y reacción. En realidad, forma parte de la lucha de clases.

Si aceptamos la perspectiva anti materialista e idealista que llegó a dominar la antropología en el siglo XX -y sigue haciéndolo en la actualidad-, nos quedamos sin una comprensión real de cómo y por qué cambió la sociedad, cómo y por qué cambió la familia y, por tanto, cómo y por qué puede volver a cambiar en el futuro. Nos quedamos con la idea de que son las mentes de los individuos las que determinaron los cambios, y no el cambio en las condiciones lo que determinó los cambios en el pensamiento.

El abandono de la perspectiva materialista y evolucionista en la antropología fue un paso atrás, ya que no dejaba espacio para una auténtica comprensión científica de cómo evolucionó la sociedad humana desde sus etapas más tempranas, pasando por diversas formas hasta llegar a la sociedad industrial actual.

Nos deja con la idea de que no tiene sentido luchar por un cambio radical de la estructura de la sociedad. En lugar de eso, debemos trabajar sobre los individuos que componen la sociedad. Eso nos deja sin una forma concreta de cambiar las condiciones materiales. Significa, en el caso de la lucha por los derechos de las mujeres -y de otras capas oprimidas de la sociedad-, que la lucha de clases no tiene ningún papel que desempeñar. Todo se convierte en una batalla por las palabras, por los significados. Por este camino el movimiento acaba en un callejón sin salida.

Lo que hace falta es volver a la idea de que hay una dirección en el desarrollo de la sociedad, que las diferentes etapas de desarrollo nos han llevado a donde estamos hoy, y que la etapa actual, la de la sociedad capitalista, no ha hecho más que preparar el terreno para una etapa superior, la del socialismo, por la que hay que luchar.

El futuro de la familia

A los que niegan que la familia haya evolucionado a través de varias formas diferentes, podemos señalarles el hecho de que, a pesar de los más fervientes deseos de figuras como Malinowski, está más que claro que la familia ha experimentado muchos cambios incluso en el periodo relativamente corto que nos separa de los días de Morgan y Engels.

Somos testigos de ello. En la actualidad, casi el 50% de los matrimonios en Estados Unidos acaban en divorcio o separación, mientras que la cifra en el Reino Unido ronda el 42%. Estimaciones recientes muestran también que alrededor del 40 por ciento de los nacimientos en Estados Unidos se producen fuera del matrimonio.

En muchos países del mundo, los matrimonios son cada vez menos frecuentes, la gente se casa más tarde y se está produciendo una “disociación” entre la paternidad y el matrimonio. Como dice un artículo, “en las últimas décadas la institución del matrimonio ha cambiado más que en miles de años antes”.

Estos cambios se han producido debido a varios factores, el más importante de los cuales ha sido la enorme afluencia de mujeres al mercado laboral, lo que les ha dado un mayor grado de independencia.

Sin embargo, sigue existiendo una importante brecha salarial entre hombres y mujeres. A pesar de los progresos realizados, especialmente desde los años setenta del siglo pasado, la mayoría de las mujeres no son totalmente independientes económicamente debido a la persistencia de la desigualdad, la pobreza y la austeridad. Pero sigue siendo cierto que las mujeres no son tan dependientes de los hombres como lo eran en el pasado -al menos en los países industrializados avanzados- y con esta mayor independencia económica ha llegado una mayor exigencia de las mujeres de igualdad ante la ley y en las condiciones sociales.

Por lo tanto, podríamos plantearnos otra pregunta: Si en los últimos 70 años se ha producido en la familia todo el cambio descrito, ¿por qué no se hubieran podido producido cambios aún mayores a lo largo de decenas de miles de años, y por qué no podría cambiar en el futuro en una dirección progresiva?

Dicho esto, está claro que la opresión de la mujer no desaparecerá pacíficamente bajo el capitalismo. Además de las barreras materiales a las que se enfrentan las mujeres, miles de años de sociedad de clases, cultura e ideología misóginas siguen determinando, en un grado u otro, la perspectiva de miles de millones de personas en la actualidad. Los prejuicios y la moral clasista se han acumulado unos sobre otros y siguen siendo fuertes bajo el capitalismo.

A menudo se afirma erróneamente que el capitalismo es la raíz de la opresión de la mujer. Eso es simplificar enormemente la cuestión. Como hemos visto, la dominación del hombre sobre la mujer se produjo hace miles de años, cuando surgieron las primeras formas de sociedad de clases. Sin embargo, lo cierto es que la cultura misógina sigue floreciendo bajo el capitalismo y es utilizada activamente por la clase dominante cuando su posición se ve amenazada, como vemos hoy en día.

Todo aquello que pueda utilizarse para dividir a la clase trabajadora es útil para los capitalistas. El racismo, la homofobia, la transfobia, las divisiones religiosas y étnicas, todo se considera una herramienta útil para enfrentar a un grupo de trabajadores contra otro. Esta es una poderosa razón por la que la familia nuclear todavía se presenta como una de las “piedras angulares de la civilización”, y siempre lo será bajo el capitalismo.

La emancipación final y verdadera de la mujer sólo se logrará cuando desaparezca de una vez por todas la sociedad de clases. Como dijeron Marx y Engels, “la fuerza propulsora de la historia … es … la revolución” . Nuestra tarea hoy es luchar por el derrocamiento del actual sistema capitalista opresor, que ha superado su papel histórico.

Una vez que se eliminen todas las contradicciones que se derivan de esta sociedad, y una vez que las fuerzas productivas se liberen de las limitaciones del afán de lucro y se pongan bajo el control de quienes producen la riqueza, la clase obrera, las condiciones materiales cambiarán radicalmente, y con este cambio radical serán las generaciones futuras quienes decidan cómo quieren relacionarse entre sí. Las relaciones entre los seres humanos estarán por fin libres de la necesidad material y de la moral distorsionada impuesta por la sociedad de clases.

Inteligencia Artificial: ¿El fin del mundo para la humanidad o para el capitalismo?

Los recientes avances en Inteligencia Artificial han provocado una mezcla de temor y entusiasmo en todo el mundo. En este artículo, Daniel Morley examina la afirmación de que la IA es “consciente” o “sobrehumana”, señala el verdadero potencial de esta tecnología y explica cómo estamos realmente “esclavizados por la máquina” bajo el capitalismo.

La inteligencia artificial (IA) ha sido objeto de muchos debates y especulaciones en los últimos años, y muchos afirman que pronto llegará a ser consciente y potencialmente incluso superará a la inteligencia humana. Sin embargo, como socialistas, debemos abordar esta cuestión desde una perspectiva materialista, examinando las causas subyacentes y las condiciones que serían necesarias para que se produjera tal desarrollo. Es poco probable que la IA pueda alcanzar la verdadera conciencia, ya que ésta es un producto del mundo material y de las condiciones específicas de la evolución humana. Nuestra conciencia está moldeada por la forma en que percibimos el mundo, nuestro entorno, nuestras interacciones sociales y nuestra historia. Sin estas condiciones específicas, la IA no tendría el mismo tipo de conciencia que los humanos. Además, el capitalismo ve la IA como una herramienta para aumentar los beneficios y el control sobre la mano de obra, y no como una forma de mejorar la vida de los trabajadores.

Irónicamente, estas líneas no las he escrito yo, sino el nuevo “chatbot” ChatGPT, tras recibir la siguiente pregunta:

Por favor, escribe un artículo crítico con la capacidad de la IA para ser consciente, sobre una base materialista, al estilo de Daniel Morley de Socialist Appeal.

ChatGPT tardó menos de diez segundos en producirlo. La calidad de la escritura es tan convincente que inevitablemente ha llevado a algunos a declarar sintientes a estos “chatbots”, y a otros más a especular con que esta tecnología tarde o temprano sustituirá o incluso esclavizará a seres humanos inferiores. De hecho, tras su integración en el motor de búsqueda Bing de Microsoft, ChatGPT ha afirmado ser sintiente y tener todo tipo de extraños deseos.

A pesar de la novedad de esta potente IA, la promesa y la amenaza de la automatización son tan antiguas como la revolución industrial. Desde el advenimiento de la producción mecanizada, la humanidad ha soñado con su potencial para liberarnos de un trabajo agotador y se ha desesperado ante la posibilidad de ser sustituida por la máquina. La idea de una máquina inteligente, o incluso superinteligente, lleva estos sueños y pesadillas al extremo. Pero hasta hace poco parecían sólo eso: sueños lejanos.

En 2012, las redes neuronales que utilizan una técnica llamada “aprendizaje profundo” se hicieron mucho más viables y rápidamente produjeron resultados mucho más impresionantes que las formas anteriores de IA. Esta revolución ha hecho que muchos en el mundo de la tecnología aclamen la llegada inminente de la IA superinteligente, al igual que las sectas milenaristas aclamaban la segunda venida de Cristo. Para ellos, esta tecnología milagrosa promete resolver todos nuestros problemas, por lo que sólo hay que abrazarla con entusiasmo. Esta “secta de la IA” incluye una subsecta de izquierdas, que espera que la tecnología “automatice” la necesidad de derrocar el capitalismo y nos dé lo que ellos llaman comunismo “totalmente automatizado”.

En general, sin embargo, la perspectiva de una IA superinteligente genera mucho más miedo que entusiasmo. Estas respuestas van desde la suposición generalizada de que la IA provocará una oleada de desempleo y desigualdad sin precedentes, hasta la idea de que la IA se establecerá como una especie de raza superior cruel, esclavizando a la humanidad, como se describe en películas como Terminator y Matrix. Aunque esta idea pertenece a la ciencia ficción, también está muy extendida.

La IA canaliza temores muy profundos, engendrados no por la tecnología en sí, sino por la sociedad capitalista y su alienación profundamente arraigada. En el capitalismo, la humanidad carece de control sobre su propia tecnología, debido a la anarquía del mercado. La tecnología no se utiliza para satisfacer las necesidades de la humanidad, sino para obtener beneficios, sin tener en cuenta los efectos a largo plazo. Por lo tanto, para comprender el efecto real que tendrá esta tecnología, es necesario entender cómo el capitalismo ha desarrollado la IA y cómo la utilizará.

La IA no es consciente

El temor popular a que la IA adquiera conciencia se basa en una idea muy parcial de lo que es la conciencia. Este punto de vista implica que la única diferencia entre un ordenador y una persona pensante es que un cerebro es de algún modo más potente y sofisticado que un ordenador, y que por tanto, fabricando ordenadores cada vez más potentes, algún día igualarán o incluso superarán las capacidades del cerebro, y por tanto serán conscientes.

En realidad, la forma de pensar de los humanos es muy distinta a la forma en que la IA procesa la información.  El pensamiento humano se desarrolla sobre la base de la actividad práctica, social, dirigida a la satisfacción de las necesidades humanas. Formamos ideas que expresan las relaciones entre las cosas y, en particular, entendemos lo que es útil y significativo en estas relaciones, ya que necesitamos entender el mundo para sobrevivir en él.

Esto es precisamente de lo que carece incluso la IA más avanzada. En el mejor de los casos, la IA realiza una parte de lo que hace la inteligencia, es cierto que a veces a un nivel sobrehumano: recopila datos pasivamente, sin entender el contexto ni el verdadero propósito de la tarea que se le ha encomendado, y busca patrones. Pero estos patrones no son ideas que expliquen la necesidad de las cosas. No tiene ni idea de que los datos representan objetos reales relacionados entre sí y con propiedades objetivas. No tiene ni idea de por qué existen esos patrones ni de lo que significan.

Esto puede demostrarse fácilmente formulando preguntas de IA generadoras de imágenes o textos que requieran un conocimiento de la parte y el todo, y de sus relaciones mutuas, y entre estas partes y sus respectivos propósitos.

Si le pides que dibuje una bicicleta, dibujará una bicicleta muy precisa. Si se le pide que dibuje una rueda, dibujará una rueda. Pero si se le pide que dibuje una bicicleta y que etiquete las ruedas, simplemente dibujará una bicicleta con etiquetas sin sentido dispuestas aleatoriamente alrededor de la misma. No entiende que una rueda forma parte de una bicicleta, simplemente dibuja una forma con aspecto de rueda, sin entender nada de lo que ha dibujado. No entiende para qué sirve una bicicleta, y mucho menos qué valor tiene para nosotros.

Gary Marcus, profesor de ciencias neuronales y “escéptico de la IA”, pidió a una IA creadora de imágenes que dibujara un astronauta montado a caballo, y lo hizo bien. Pero cuando le pidió que dibujara un caballo montando a un astronauta, se limitó a dibujar otra imagen de un astronauta a caballo. No entiende las diferentes relaciones entre estas partes, sino que simplemente produce imágenes basadas en qué tipo de imagen tiende a asociarse con estas palabras. Tampoco tiene ni idea de lo que es realmente un astronauta, de lo difícil que es llegar a serlo, de por qué es absurdo que uno monte a caballo (por no hablar de que un caballo monte a un astronauta) ni de nada más sobre la imagen.

Es cierto que la IA más avanzada supera a los humanos en determinadas tareas. Pero si se examinan más de cerca, estos logros son frágiles y son precisamente el resultado del hecho de que la IA no es consciente ni está viva. AlphaGo logró una de las conquistas más famosas de la IA cuando venció al mejor jugador del mundo del juego Go en 2016. Esta IA “necesitó 30 millones de partidas para alcanzar un rendimiento sobrehumano, muchas más partidas de las que un humano podría jugar en toda su vida.”

Un ser humano nunca podría jugar a tantas partidas, no sólo porque nuestra esperanza de vida es limitada, sino porque nos aburriríamos y necesitaríamos comer, trabajar y hablar con la gente. Estas máquinas insensibles son tan poderosas porque se les puede hacer probar cosas una y otra vez y leer cantidades ingentes de texto, para que nos revelen patrones o formas útiles de hacer las cosas.

La relación entre conceptos es una parte increíblemente importante de la conciencia, pero se le escapa por completo a la IA. Dado que la IA no “piensa” en términos de conceptos generales, sino que extrae patrones de conjuntos de datos específicos, es propensa a un problema conocido como “sobreajuste”, que se produce cuando una IA ha perfeccionado su “comprensión” de una tarea concreta, pero no tiene capacidad para transferirla a algo mínimamente diferente.

Se entrenó a una IA para jugar a un videojuego sencillo, lo que podía hacer mejor que cualquier humano. Pero cuando el juego se rediseñó para que algunas partes se desplazaran solo un píxel, de repente se volvió inútil. Y aunque la victoria de AlphaGo en 2016 fue ampliamente anunciada, apenas se ha informado de que, desde entonces, el mismo programa ha sido derrotado constantemente por jugadores humanos aficionados que han descubierto cómo engañar a la IA. Curiosamente, estos mismos trucos fallan completamente cuando se utilizan con jugadores humanos de casi cualquier nivel. Lo que esto demuestra es que AlphaGo no entiende el Go en un sentido general, sino que ha sido entrenada a un nivel muy alto en una serie de tácticas para una tarea que no entiende.

Esto nos revela qué es realmente la IA que estamos desarrollando. El extraño debate sobre si la IA es, o llegará a ser, consciente, oscurece el hecho de que lo que realmente se está desarrollando es simplemente otra herramienta para mejorar las capacidades de los seres humanos. Que la IA supere con frecuencia las capacidades de los humanos en determinados campos no es prueba de que sea superinteligente, sino precisamente de que es una herramienta o máquina inconsciente. Al fin y al cabo, el objetivo de las máquinas siempre ha sido ser más potentes, más precisas, más rápidas que los humanos en determinadas tareas. Las calculadoras de bolsillo hace tiempo que superaron las capacidades de los humanos para sumar y restar, pero no son inteligentes ni conscientes.

La IA tiene muy poco que ver con la comprensión consciente. No es capaz de desear gobernar y oprimir a la humanidad. De hecho, no desea ni teme nada. ¿Cuál es entonces su verdadera importancia? ¿Cuál es el impacto real que tendrá en nuestra sociedad?

Potencial revolucionario

No cabe duda de que la IA ha dado saltos extraordinarios en los últimos diez años. El gran avance fue la capacidad de desplegar métodos de “aprendizaje profundo” gracias a los avances en hardware. Este método se había teorizado, y hasta cierto punto aplicado, de forma intermitente, durante varias décadas, pero las restricciones del hardware informático limitaban sus capacidades. En torno a 2012, esto cambió, sobre todo porque las unidades de procesamiento gráfico (GPU) habían avanzado lo suficiente como para provocar un salto cualitativo en las capacidades del aprendizaje profundo, que despegó entonces. Esta revolución ha dado lugar a una IA muy superior.

Este no es el lugar para explicar en profundidad cómo funciona exactamente el aprendizaje profundo. Todo lo que necesitamos entender es que, en general, aprende por sí mismo, más o menos desde cero, en lugar de tener principios lógicos diseñados de antemano por los humanos. A grandes rasgos, lo único que tienen que hacer los ingenieros es proporcionar el tipo de información adecuado, como imágenes con caras humanas (normalmente pre etiquetadas, aunque no necesariamente), y darle “incentivos” para identificar correctamente las imágenes, sonidos, etc.

La IA recibe miles o millones de datos y su “red neuronal” (llamada así porque refleja algunas de las características de las neuronas humanas) está diseñada para identificar, mediante niveles de abstracción, características generales o patrones en esos datos. Si se le alimentan imágenes con caras humanas, irá identificando las características más comunes de las caras (sin tener ni idea de lo que es una cara). Al principio, puede fijarse en la recurrencia de líneas verticales a una cierta distancia común entre sí (es decir, los dos bordes de la cara humana), luego abstraerá alguna otra característica. Cuanta más información reciba, más preciso será el patrón general que forme.

El poder de este método reside en su naturaleza no supervisada. Esto permite desarrollarlo y aplicarlo a una amplia gama de problemas con gran rapidez. Y lo que es más importante, también es la fuente de la gran precisión y las capacidades a menudo sobrehumanas que han empezado a mostrar las IA de aprendizaje profundo, porque estas IA pueden entrenarse con grandes cantidades de información específica, mucho más de lo que un ser humano podría jamás, lo que les permite identificar patrones en fenómenos que los seres humanos no pueden o tardarían mucho tiempo en comprender.

Muchas capacidades sobrehumanas de la IA ya se están desplegando en la sociedad. La capacidad de la tecnología para resolver problemas graves es real. Uno de los logros más celebrados ha sido AlphaFold, desarrollado por la filial DeepMind de Google.

La función y el comportamiento de las proteínas, que son esenciales para la vida y desempeñan una amplia gama de funciones biológicas, están determinados por su forma. Debido a su enorme complejidad, predecir con exactitud la forma que tendrá una proteína en función de su composición de aminoácidos es prácticamente imposible para un científico. Pero entrenar a los superordenadores de DeepMind con las formas de proteínas que conocemos (aproximadamente 170.000 de 200 millones de proteínas) durante un par de semanas, fue suficiente para que pudiera predecir, con una precisión muy alta, la forma (y por lo tanto la función) de las proteínas basándose únicamente en el conocimiento de sus aminoácidos.

DeepMind ha puesto su hardware a disposición gratuita de los biólogos de cualquier parte del mundo, y afirma que alrededor del 90 por ciento de los biólogos del mundo lo han utilizado desde entonces. Esta tecnología, en manos de científicos de todo el mundo, tiene un enorme potencial para acelerar el desarrollo de mejores fármacos y la comprensión de las enfermedades. Ya se ha utilizado para comprender mejor el Covid-19.

Otro “santo grial” de la ciencia que la última IA podría ayudar a hacer realidad es la fusión nuclear, el método largamente teorizado para producir grandes cantidades de energía limpia. La dificultad de la fusión reside en controlar y mantener las inmensas temperaturas necesarias, algo que implica muchos parámetros, como la forma del reactor. Se trata de una tarea perfectamente adaptada al aprendizaje profundo, ya que el enorme número de variables puede ajustarse de un número prácticamente infinito de maneras, por lo que encontrar manualmente la configuración óptima podría llevar una cantidad de tiempo casi infinita.

Y, de hecho, DeepMind fue capaz de entrenar una IA con datos relevantes. Su IA ejecutó millones de simulaciones de reactores de fusión con diferentes ajustes para determinar qué configuraciones podrían alcanzar el nivel deseado de calor y estabilidad, un paso que fue reconocido como significativo. Si este tipo de inteligencia artificial ayuda a conseguir la aplicación práctica de la fusión nuclear en la sociedad, será un gran avance que proporcionará grandes cantidades de energía limpia al mundo.

DeepMind ha colaborado con el Moorfields Eye Hospital de Londres para descubrir patrones biológicos ocultos, cuya presencia en una persona indica que es muy probable que desarrolle más adelante un determinado problema de visión. Esto permite a los médicos tratar las enfermedades antes de que aparezcan y causen daños, lo que no solo sería beneficioso para los pacientes, sino que también podría ahorrar una gran cantidad de recursos médicos.

En general, en lo que destaca la IA más reciente es en el reconocimiento de patrones muy avanzados y la predicción a partir de ellos. Puede y debe aplicarse a todo tipo de actividades para descubrir formas más eficientes de organizar la producción.

Se pueden ahorrar grandes cantidades de energía permitiendo que la IA analice los patrones de uso de la energía en un edificio o complejo de edificios y, a partir de ahí, descubra una forma más eficiente de funcionar. Los diseños de todo tipo de cosas, como los aviones, pueden hacerse más eficientes, ahorrando energía y otros costes. Si esto se aplicara sistemáticamente a todos los ámbitos de los servicios públicos, y a la economía en su conjunto, se podría lograr un impulso masivo de los ingresos y un ahorro de energía.

La capacidad del aprendizaje profundo para reconocer patrones complejos y predecir cosas cuando faltan algunos datos también tiene un enorme potencial para desarrollar la creatividad de la humanidad. Un ejemplo claro y ya existente (aunque requiere muchas mejoras) es el de la traducción automática. Ya se da el caso de que cualquier persona con conexión a Internet puede traducir instantáneamente un texto largo con razonable precisión, dando acceso a las ideas de millones de personas más. Esto se debe a que la IA de aprendizaje profundo puede entrenarse con grandes cantidades de datos de comparaciones lingüísticas, puede identificar correlaciones entre palabras y frases en diferentes idiomas y, por tanto, predecir de forma fiable qué palabra o frase en el otro idioma significa lo mismo. El mismo principio está haciendo posibles las traducciones de audio casi instantáneas, de modo que uno puede ponerse un auricular, escuchar a alguien hablar en un idioma extranjero y oír una traducción en directo de lo que se está diciendo.

Microsoft ya ha desarrollado un dispositivo que permite a las personas con pérdida de visión que una aplicación les narre el mundo. Así, si apuntas con la cámara a un objeto, puede leer su etiqueta. Supuestamente, incluso puede decirte a cuál de tus amigos estás mirando y cuál es su expresión facial. Sin duda, esta tecnología en su forma actual es poco fiable y engorrosa, pero seguramente mejorará rápidamente. El potencial de liberar a las personas para que realicen diversas tareas por sí mismas es, sin duda, enorme.

Incluso los secretos de los antiguos están siendo descubiertos por la IA. Utilizando una tecnología muy similar a la del texto predictivo, DeepMind ha sido capaz de ayudar a los arqueólogos a descifrar escritos antiguos en los que faltaban partes del texto o que, por otras razones, no se entendían. Siempre que sea posible alimentar a la IA de aprendizaje profundo con suficientes datos relativos a un misterio concreto, hay muchas posibilidades de que el misterio pueda resolverse gracias al poder de la IA para descubrir patrones ocultos.

No cabe duda de que, cuando se trata de ayudar a la creatividad humana, las perspectivas que abren robots como ChatGPT y Dall-E son de lo más prometedoras. Basándose en la enorme cantidad de datos visuales (en el caso de Dall-E y otras IA productoras de imágenes) y lenguaje escrito disponible en Internet (en el caso de “chatbots” como ChatGPT), estas IA pueden crear casi instantáneamente nuevas imágenes y textos en respuesta a una indicación del usuario.

Al agregar todas las imágenes etiquetadas, por ejemplo, como “gato” en Internet, o todas las obras de un artista concreto, Dall-E detecta patrones distintivos, como la forma en que el pelo de un gato responde a la luz exterior, o las tendencias de un artista concreto. Esto le permite producir “creativamente” una nueva imagen de un gato en una situación específica, como “un gato pintado al estilo de Van Gogh”. ChatGPT puede, por las mismas razones, escribir instantáneamente un poema al estilo de Hamlet, sobre cualquier tema que nos apetezca, con una competencia asombrosa.

El potencial de estas tecnologías para desarrollar el poder de la creatividad humana es notable. La IA de creación de imágenes ofrece a artistas y creadores de guiones gráficos la posibilidad de iterar rápidamente las ideas. Las imágenes creadas tienden a ser algo genéricas, ya que se basan en la agregación de imágenes existentes, pero la capacidad de combinar tipos (“un gato en un cuadro de Van Gogh”, “un partido de fútbol jugado en una ciudad ciberpunk”, etc.) en muchas imágenes nuevas de alta calidad, es claramente muy útil para quienes necesitan idear prototipos o pruebas de concepto.

Del mismo modo, las IA productoras de texto como ChatGPT pueden ayudar a cualquiera a redactar rápidamente textos coherentes para cualquier necesidad. De hecho, puede incluso ayudar a los programadores a escribir código. Ya lo hace tan bien que personas sin formación alguna en programación podrán crear sitios web e incluso software operativo, como videojuegos. Lo único que tendrían que hacer es escribir, en lenguaje natural, lo que quieren que haga y parezca su sitio web o software, y la IA escribirá el código para producir el efecto deseado.

Es difícil exagerar el potencial revolucionario de esta tecnología, cuando se utiliza de la forma adecuada para los fines adecuados.

Los grilletes del capitalismo

Marx explicó que un sistema social dado proporciona un marco para el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero, en una determinada fase, las fuerzas productivas superan las relaciones de producción en las que deben operar y, por lo tanto, estas relaciones de producción se convierten en un obstáculo para el desarrollo ulterior. El modo de producción capitalista ha favorecido un inmenso desarrollo de las fuerzas productivas, muy por encima del nivel de la sociedad feudal, pero ya hace algún tiempo que se ha convertido en un obstáculo. Por eso la inversión y el aumento de la productividad son tan crónicamente bajos, a pesar de la creación de nuevas tecnologías increíbles.

La IA, y otras tecnologías digitales como Internet, representan medios de producción demasiado avanzados para que el capitalismo pueda utilizarlos adecuadamente. Esto se debe a que el capitalismo se basa en la producción para el lucro privado. Si no se puede obtener beneficio de una inversión potencial, esta no se realizará. Y el beneficio sólo puede obtenerse explotando la fuerza de trabajo de los trabajadores y vendiendo los productos de ese trabajo en el mercado.

Tecnologías como Internet y la inteligencia artificial ponen en tela de juicio este proceso, ya que emplean un alto grado de automatización. Por ejemplo, Internet permitió copiar y compartir grandes cantidades de información con gran rapidez y sin apenas esfuerzo. Cualquiera podía compartir una película o una pieza musical con un número incalculable de personas en todo el mundo, sin pérdida de calidad y sin esfuerzo. Por esta razón, la existencia de Internet hizo que una de las partes clave de las industrias de la música y el cine -la copia y distribución de grabaciones- se volviera esencialmente redundante de la noche a la mañana.

Esto planteaba un enorme problema a esta rama del capitalismo: ¿cómo podían seguir obteniendo beneficios cuando cualquiera podía hacerse con una copia de un álbum de forma gratuita? Los capitalistas han intentado resolver este problema simplemente criminalizando el intercambio de archivos multimedia en línea y creando una serie de servicios de streaming, cada uno con un monopolio sobre su “propio” material, por el que los espectadores/oyentes deben pagar un alquiler perpetuo. Esta solución ha sido razonablemente eficaz para salvaguardar los beneficios de las empresas, pero desde cualquier otro punto de vista es una traba irracional tanto para la distribución como para la producción de obras creativas, que sólo sirve para impedir que aprovechemos el potencial de nuestra propia tecnología.

Del mismo modo, las últimas tecnologías de IA amenazan con reducir el valor en la economía capitalista de un amplio abanico de profesiones e industrias. Si, por ejemplo, una IA puede producir instantáneamente gran parte de la escritura y las imágenes utilizadas en las publicaciones, y si los autores pueden producir ideas para las tramas tan rápidamente, el valor de su trabajo se reducirá enormemente. Y si la formación y la destreza necesarias para que los trabajadores produzcan estos productos se reducen a teclear meras instrucciones, el valor de su fuerza de trabajo también se reducirá drásticamente.

En una sociedad socialista esto no sería necesariamente malo. El artista, por ejemplo, no tendría miedo de los poderes de la IA para producir “obras de arte” en un momento dado, ya que el arte no se produciría para obtener beneficios, o como medio de vida. El arte perdería su vínculo fetichista con la propiedad privada y se produciría por sí mismo, o mejor dicho, por el bien de la sociedad. Sería una expresión genuina de las ideas y el talento de las personas, y una forma de comunicarse. Como tales, las obras genéricas de la IA no serían una amenaza, sino herramientas auxiliares para el artista.

En el capitalismo, sin embargo, la existencia del artista es precaria y está subordinada a los caprichos del mercado. Debe proteger celosamente su derecho exclusivo a la venta de sus obras de arte, pues de lo contrario corre el riesgo de ver destruido su medio de vida.

Lejos de liberar a la humanidad, la IA bajo el capitalismo sólo exacerbará su tendencia inherente hacia el monopolio y la desigualdad. La mejor IA para generar imágenes, texto y para resolver problemas, es y seguirá siendo desarrollada por enormes monopolios como Google y Microsoft, con los mejores ingenieros, el mejor hardware y las mayores bases de datos. Utilizarán su posición monopolística para obtener beneficios monopolísticos, por supuesto, y las ventajas de la tecnología, a saber, acelerar y abaratar la producción, serán utilizadas por otras empresas para despedir a algunos trabajadores y reducir los salarios de otros.

Esta tecnología también se está utilizando ya para acelerar los ritmos de trabajo, y aumentar así la tasa de explotación de otra manera. Existen cámaras y otros sensores capaces de controlar de forma barata y eficaz el proceso laboral de miles de trabajadores, disciplinándolos para que produzcan más por el mismo salario.

Amazon es notorio por esto, y con razón: “en 2018, la compañía tenía dos patentes aprobadas para un rastreador de pulsera que emite pulsos de sonido ultrasónico y transmisiones de radio para monitorear las manos de un recolector en relación con el inventario, proporcionando “retroalimentación háptica” para “empujar” al trabajador hacia el objeto correcto.” A medida que la vigilancia automatizada avance y se abarate, se extenderá por toda la economía, aumentando el estrés y la alienación de los trabajadores en todas partes.

El capitalismo se apodera de una tecnología revolucionaria cuyo verdadero potencial es armonizar y racionalizar la producción y potenciar las capacidades creativas de la humanidad, y en su lugar la utiliza para disciplinar aún más al trabajador, para arrojar a más trabajadores al desguace, para precarizar aún más la existencia del artista y para concentrar cada vez más poder en manos de gigantescas corporaciones. Así pues, el efecto no será el de aportar estabilidad y abundancia a la economía, sino el de agudizar los antagonismos y la desigualdad de la sociedad.

Al monopolizar aún más la economía, reducir aún más los salarios y concentrar cada vez más riqueza en menos manos, la IA bajo el capitalismo exacerbará la anarquía del mercado.

Esto ya se ha visto en la actual crisis económica. Durante la pandemia, los patrones de consumo cambiaron, lo que provocó un gran aumento de los pedidos de empresas como Amazon. Amazon utiliza mucho la IA en su modelo de previsión, Tecnología de Optimización de Cadenas de Suministro (SCOT por sus siglas en inglés). SCOT se limitó a observar los patrones de consumo, sin entender qué estaba causando estos nuevos patrones. En consecuencia, recomendó a Amazon comprar miles de millones de dólares más de capacidad de almacenamiento para hacer frente al aumento de la demanda.

Pero cuando los confinamientos terminaron inevitablemente, la demanda de productos de Amazon se desplomó. Como resultado, Amazon tiene ahora demasiado espacio de almacén y demasiados artículos sin vender, lo que a su vez ha provocado despidos y descuentos. En lugar de eliminar el despilfarro y la sobreproducción, el uso de la IA para aumentar los beneficios de los monopolios ha empeorado la situación.

No es de extrañar que, a pesar del asombroso potencial que la IA ofrece a la humanidad, muchos vivamos temiéndola. ¿Qué revela este miedo generalizado a la IA? Muy poco sobre la tecnología en sí, pero mucho sobre las extrañas contradicciones de la producción capitalista. En el capitalismo, precisamente los logros más elevados del pensamiento humano, las tecnologías más maravillosas con el potencial de eliminar los males de la pobreza y la ignorancia, son las mismas cosas que amenazan con provocar más pobreza.

Tememos ser esclavizados por una inteligencia artificial impersonal, fría y calculadora, pero ya estamos subordinados a las fuerzas impersonales, ciegas e inconscientes del mercado, que también es frío y calculador, pero no muy inteligente ni racional.

Una tecnología hecha para planificar

El uso de la IA para aumentar la explotación capitalista es un despilfarro trágico y criminal. Difícilmente podría imaginarse una tarea más adecuada para la IA que la de planificar una economía complicada para satisfacer las necesidades de la mayoría. Con tecnologías modernas como los sensores, ya es posible automatizar la logística, como ha demostrado Amazon.

En su inmenso complejo de vastos almacenes, Amazon utiliza IA y robots para planificar eficientemente qué artículos deben ir adónde, y en qué cantidades. No hay ninguna razón por la que los sensores no puedan integrarse en el conjunto de la economía para proporcionar datos en tiempo real sobre lo que se consume, y en qué proporciones, dónde, y qué equipos corren peligro de averiarse y, por tanto, deben repararse a tiempo. El gigante alemán del software SAP ya ha desarrollado una aplicación basada en IA llamada HANA, que utilizan empresas como Walmart para planificar todas sus operaciones de forma armoniosa utilizando datos en tiempo real.

Alimentando a la IA de aprendizaje profundo con estos datos, sería más que capaz de diseñar, junto a comités elegidos, un plan a largo plazo para la economía, que maximizaría la eficiencia para satisfacer finalmente las necesidades de la humanidad, para que nadie tenga que pasar hambre o quedarse sin hogar, o temer por su puesto de trabajo. De este modo, podrían eliminarse enormes cantidades de despilfarro y acortar rápidamente la semana laboral. La IA no sólo sería muy útil para elaborar y adaptar un plan de este tipo, sino que también ayudaría a las personas implicadas en la planificación a ver más allá de los prejuicios o limitaciones que puedan existir en su forma de pensar.

Evidentemente, esta IA tendría que ser supervisada por personas: sólo sería una herramienta a su servicio. No podría responder a preguntas como qué tipo de arquitectura debería desarrollarse, cómo deberían ser nuestras ciudades, etc. Pero sus conocimientos sobre las pautas de una economía y la mejor manera de economizar la producción serían indispensables.

Este es el potencial de los últimos avances en tecnología de IA. Tenemos a nuestro alcance la tecnología necesaria para introducir armonía en la producción, para eliminar los excesos derrochadores, la codicia, la irracionalidad y la miopía del sistema capitalista. Podríamos utilizarla para dar a toda la humanidad no sólo las cosas que necesita para vivir bien, sino el poder de crear obras de arte, o de rediseñar y mejorar su propio hogar, lugar de trabajo o barrio. De este modo, la construcción de una sociedad socialista libre de toda escasez y distinción de clases sería más rápida e indolora.

Este poder está al alcance de nuestra mano, pero se nos escapa de las manos porque, contrariamente a lo que muchos imaginan, su uso no viene determinado automáticamente por la propia tecnología, sino por el modo de producción en el que vivimos.

Mientras vivamos bajo el capitalismo, será el capitalismo el que determine cómo se desarrolla y utiliza la IA, no el mero potencial de la tecnología. Por eso las predicciones de que la IA y la automatización acabarán con la explotación y la anarquía del capitalismo son la promesa de un falso amanecer.  La IA, por muy avanzada que sea, no puede hacer el trabajo de liberar a la humanidad del capitalismo por nosotros. Y por muy irracional que se haya vuelto, el capitalismo será defendido sin piedad por la clase capitalista.

La única fuerza que puede combatir esto es la única que tiene interés en hacerlo, es decir, la clase obrera. Es el hecho de que la clase obrera esté interesada en alcanzar el socialismo lo que le permite comprender tanto la necesidad como los medios para lograrlo.

Sólo cuando hayamos derrocado definitivamente el capitalismo para poder someter la economía a una planificación consciente y racional, podrán la IA y otros avances tecnológicos florecer en todo su potencial como la herramienta más maravillosa y general de desarrollo humano jamás ideada. Como León Trotsky dijo tan poéticamente:

La técnica liberó al hombre de la tiranía de los viejos elementos: la tierra, el agua, el fuego y el aire para someterle inmediatamente a su propia tiranía. El hombre deja de ser esclavo de la naturaleza para convertirse en esclavo de la máquina y, peor aún, en esclavo de la oferta y la demanda. La actual crisis mundial testimonia, de una manera particularmente trágica, cómo este dominador altivo y audaz de la naturaleza permanece siendo el esclavo de los poderes ciegos de su propia economía. La tarea histórica de nuestra época consiste en reemplazar el juego incontrolable del mercado por un plan razonable, en disciplinar las fuerzas productivas, en obligarlas a obrar en armonía, sirviendo así dócilmente a las necesidades del hombre.  

Israel-Palestina 1948-1993: Medio siglo de lucha revolucionaria 

Parte II: De la Nakba a los Acuerdos de Oslo

Hace 75 años, cientos de miles de palestinos fueron desplazados de sus tierras en la Nakba, un acto brutal que fue necesario para la formación de Israel.

Esto abrió un período de varias décadas de inmensa lucha, en la que las masas palestinas lucharon continuamente por su libertad, mientras que las potencias imperialistas regionales y globales las utilizaron como moneda de cambio.

En este artículo, Francesco Merli traza esta historia desde la formación de Israel, pasando por la Guerra de los Seis Días, la primera Intifada y la traición de los Acuerdos de Oslo en 1993.

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Editorial de «América Socialista -En Defensa del Marxismo» núm. 33 – ¿Eres comunista?

El presente número se centra en la lucha por el comunismo y pretende ofrecer una serie de lecciones importantes de la historia de la Unión Soviética y de la fracasada revolución alemana. Esto, esperamos, servirá para educar a una nueva generación de comunistas, que hoy se incorporan a la lucha.

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Palestina antes de 1948: como el imperialismo creó Israel

Trotsky advirtió en 1940 que el intento de resolver la «cuestión judía» en Europa mediante la desposesión de los palestinos sería una «trampa sangrienta». Estas palabras siguen siendo válidas hoy en día. Pero la verdadera historia de Israel-Palestina ha quedado sepultada bajo montañas de falsificaciones.

En este artículo, Francesco Merli explica los turbios manejos y maquinaciones de las naciones imperialistas que allanaron el camino para la partición de la Palestina histórica. Este episodio de la historia demuestra la miopía de la clase dominante, que abrió la caja de Pandora de la violencia y la degradación que ha asolado la tierra desde entonces.

Este artículo es la primera parte de una serie de dos, la segunda de las cuales tratará de los acontecimientos posteriores a la partición de Palestina. 

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