Israel-Palestina 1948-1993: Medio siglo de lucha revolucionaria 

Parte II: De la Nakba a los Acuerdos de Oslo

Hace 75 años, cientos de miles de palestinos fueron desplazados de sus tierras en la Nakba, un acto brutal que fue necesario para la formación de Israel.

Esto abrió un período de varias décadas de inmensa lucha, en la que las masas palestinas lucharon continuamente por su libertad, mientras que las potencias imperialistas regionales y globales las utilizaron como moneda de cambio.

En este artículo, Francesco Merli traza esta historia desde la formación de Israel, pasando por la Guerra de los Seis Días, la primera Intifada y la traición de los Acuerdos de Oslo en 1993.

Lee la primera parte aquí: Palestina antes de 1948: como el imperialismo creó Israel


Mucho antes de la proclamación del Estado de Israel (14 de mayo de 1948), el sueño sionista de formar un estado que protegiera a los judíos dando un nuevo soplo de vida a la tierra bíblica de Israel solo había producido una pesadilla.

«Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», el lema adoptado en varias formas por la propaganda sionista, era una mistificación de la situación real de Palestina, eliminando de la imagen la inconveniente presencia de los palestinos.

La dirección sionista, sin embargo, entendió muy bien que era inevitable un conflicto con la mayoría árabe por el control de Palestina. David Ben-Gurion, el primer líder del recién nacido estado de Israel, dijo, ya en 1919, en una reunión de un organismo dirigente sionista:

“Todo el mundo ve una dificultad en la cuestión de las relaciones entre árabes y judíos. Pero no todos ven que no hay solución a esta cuestión. ¡No hay solución! Hay un abismo, y nada puede salvarlo… No sé qué árabe estará de acuerdo en que Palestina debe pertenecerle a los judíos… Nosotros, como nación, queremos que este país sea nuestro; los árabes, como nación, quieren que este país sea suyo «. (Citado en B. Morris, Righteous Victims, pág. 91).

A los ojos de los líderes sionistas, cada colono que ponía un pie en Palestina representaba un soldado más en la guerra por la conquista de la tierra. Todas sus acciones tenían como objetivo crear las condiciones que les permitieran expulsar a la mayoría de la población árabe de Palestina y facilitar el nacimiento del estado israelí.

«El intento de resolver la cuestión judía a través de la migración de judíos a Palestina ahora se puede ver como lo que es, una trágica burla al pueblo judío», escribió León Trotsky en julio de 1940, refiriéndose al cambio de actitud del imperialismo británico, que primero favoreció la inmigración judía, solo para intentar detenerla violentamente cuando ya no convenía a sus intereses.

Trotsky señaló que cualquier solución de la cuestión judía sobre la base de un sistema capitalista podrido se convertiría en una trampa sangrienta para cientos de miles de judíos. Trotsky no vivió para ver cómo terminaría la guerra y cómo el balance de fuerzas que surgía de ella afectaría las perspectivas del sionismo. Sin embargo, en el nuevo equilibrio de fuerzas que surgió de la guerra, lo que parecía poco probable se hizo posible y luego se hizo realidad.

Israel se estableció sobre las ruinas del Mandato Británico. Sin embargo, nació chorreando sangre palestina, con el desplazamiento forzado de 750.000 palestinos de su tierra. El nuevo estado fue fundado a costa de tener que basarse en la represión y opresión sistemática del pueblo palestino. El proyecto sionista se reveló como una utopía reaccionaria cargada de trágicas consecuencias. Su aplicación infligió heridas que siguen abiertas, más de siete décadas después.

Desde su fundación, la historia de Israel ha estado marcada por guerras. Comenzó con la llamada Guerra de la Independencia de 1948-49 y la Nakba (catástrofe). Esto fue seguido por la Guerra de Suez de 1956; la Guerra de los Seis Días de 1967; la Guerra de Yom Kippur de 1973, así como tres invasiones del Líbano, en 1978, 1982 y 2006, los innumerables bombardeos y enfrentamientos durante la guerra de desgaste de décadas con Hezbolá en el sur del Líbano, y media docena de «guerras» (lo que significa en su mayoría fuertes campañas de bombardeos desde la distancia), contra Hamás en Gaza.

La historia de Israel también se ha caracterizado por innumerables movimientos que expresan la resistencia palestina, incluidos los movimientos insurreccionales de masas (la primera Intifada en 1987-1992 y la segunda Intifada en 2000-2003) por la población nunca domesticada de los Territorios ocupados en 1967.

Más que un «refugio seguro» para los judíos, la realidad concreta de la «tierra prometida» resultó ser la de una fortaleza sitiada, rodeada de pueblos hostiles y enemigos. La clase dominante israelí explotó hábilmente estas guerras para afianzar una mentalidad de asedio profundamente arraigada entre la mayoría del pueblo judío dentro de Israel y los partidarios de Israel en la diáspora judía.

Terrorismo sionista y la retirada británica

Durante la guerra, la mayoría de los sionistas y nacionalistas árabes habían colaborado con el ejército británico. Una brigada judía de 23.000 hombres luchó bajo el mando aliado. El contingente palestino llegó a 9.000 hombres.

En 1944, la tierra adquirida por los sionistas en Palestina todavía ascendía a no más del 6,6 por ciento del territorio del Mandato Británico. Sin embargo, el sionismo había surgido considerablemente fortalecido de la guerra. De hecho, la Agencia Judía se había convertido, al menos en forma embrionaria, en un semi estado, dotado de su propia economía separada, sus propias instituciones y, sobre todo, su propio ejército con miles de hombres entrenados y armados por los Aliados durante la guerra.

Cuando terminó la guerra, los líderes sionistas cambiaron de táctica. Entre 1945 y 1948, Haganah e Irgun Zwai Leumi (la milicia armada de la derecha sionista) unieron fuerzas en ataques contra la ocupación británica y la población árabe.

El más grave de estos ataques terroristas sionistas asestó un golpe mortal al corazón mismo de la administración del Mandato. El 22 de julio de 1946, el Irgún, bajo el mando del futuro primer ministro israelí Menachem Begin, plantó suficientes explosivos para volar el ala sur del Hotel Rey David en Jerusalén, donde se encontraba la sede de la administración civil del Mandato Británico. 91 británicos, palestinos y judíos murieron en la explosión y decenas resultaron heridos.

Esta repentina escalada hizo que la situación fuera insostenible para el imperialismo británico. Gran Bretaña, aunque victoriosa en la Segunda Guerra Mundial, salió de ella debilitada, con el Imperio hecho jirones. Como consecuencia, en abril de 1947, el Reino Unido anunció su retirada de Palestina en el plazo de un año.

Esto provocó un debate sobre el estatus de Palestina. El centro de gravedad del poder imperialista se había desplazado decisivamente a favor de la potencia mundial en ascenso, los Estados Unidos. Interpretaron correctamente la posición británica como un signo de debilidad por parte de un imperio sobrecargado y en resquebrajado, y comenzaron a manejar el conflicto judío-palestino como un garrote para asestar golpes contra la influencia de su antiguo aliado en el Medio Oriente.

La Resolución 181 de la ONU fue aprobada el 29 de noviembre de 1947 como resultado de la presión de los Estados Unidos. El plan de la ONU se puede resumir como la partición de Palestina en tres zonas: un estado árabe (abarcando un área de 11.500 kilómetros cuadrados para 804.000 palestinos y 10.000 judíos); un estado judío (14.000 kilómetros cuadrados para 558.000 judíos y 405.000 palestinos); y un área (Jerusalén), que quedaba bajo control internacional.

Este plan estaba envuelto en utopía, considerando que los dos estados habrían tenido que unirse a una Unión Económica Palestina y compartir moneda, recursos e infraestructura (puertos, correos, ferrocarriles, carreteras), como si una guerra sin restricciones entre sionistas y palestinos no hubiera estado ocurriendo durante más de dos décadas.

Ofensiva sionista

Con los ocupantes británicos de camino a casa, la dirección sionista se dio cuenta de que tenían una ventana de oportunidad para llenar el vacío y determinar las condiciones para la partición en sus propios términos.

A finales de 1947, Haganah, Irgun y la Banda Stern, ahora unidos en un esfuerzo conjunto, desataron una campaña de terror con una serie de ataques coordinados contra aldeas palestinas con docenas de víctimas civiles. Los ataques aumentaron en intensidad en los primeros meses de 1948. Tannoura, Tireh, Saasa, Haifa, Hfar Husseinia, Sarafand, y otra fueron golpeadas con cientos de víctimas palestinas.

El 9 de abril, la población de la aldea de Deir Yassin, cerca de Jerusalén, fue masacrada por el Irgún. La Cruz Roja encontró 254 hombres, mujeres y niños asesinados. Algunos de ellos habían sido mutilados y arrojados a sus pozos. Begin se jactó públicamente de la masacre.

Como resultado de la campaña de terror, magnificada por las amenazas y los rumores difundidos por los sionistas, cientos de miles de palestinos desarmados huyeron de sus hogares, que luego fueron arrasados para hacer imposible su regreso. Los refugiados palestinos aumentaron de 60.000 a 350.000 en un solo mes.

El terrorismo sionista se centró entonces en las ciudades: el 22 de abril, Haifa fue atacada en medio de la noche, dejando 50 muertos y 200 heridos. Otros 100 murieron y cientos resultaron heridos en un ataque sionista contra una columna de mujeres y niños palestinos que intentaban huir.

¿Cómo se explica tal ferocidad? El cálculo cínico de los líderes sionistas era conquistar tanta tierra sobre el terreno como pudieran y hacer imposible el regreso de la población palestina: asustar, de hecho aterrorizar y obligar a los palestinos a huir y arrasar sus hogares. Esto, con el fin de imponer una partición de Palestina más favorable al futuro estado de Israel.

El Estado de Israel fue proclamado el 14 de mayo de 1948. Todos los principales líderes sionistas habían estado involucrados en masacres y terrorismo a gran escala. En este sentido, no hay diferencias entre la izquierda sionista y la derecha.

Moshe Dayan, Golda Meir, David Ben-Gurion, Menachem Begin y muchos otros, el joven Ariel Sharon, Yitzhak Shamir e Yitzhak Rabin, los principales líderes del futuro estado de Israel, aprendieron de su experiencia concreta hasta qué punto son las relaciones de poder establecidas con acero y fuego sobre el terreno las que determinan el marco de posibles escenarios en el campo de la diplomacia internacional. Esta lección, la asimilarían y aplicarían sistemáticamente en las décadas siguientes.

La Nakba

Inmediatamente el 15 de mayo, los ejércitos egipcio, iraquí, sirio, libanés y transjordano entraron en Palestina, logrando algunos éxitos militares en la primera fase. La ONU propuso una tregua en junio y ambas partes la aceptaron, pero esto solo sirvió para ayudar a los sionistas a organizarse y rearmarse.

El contraataque del ejército sionista después del 8 de julio rompió la resistencia de las fuerzas árabes, mal coordinadas y a menudo colocadas bajo el liderazgo de oficiales británicos. Los líderes de los regímenes árabes nunca habían abandonado los intentos de llegar a un acuerdo secreto con los sionistas para promover sus propios intereses. Abdallah, rey de Transjordania, se reunió varias veces con Golda Meir y Moshe Dayan, para negociar la anexión de Cisjordania a su reino (esto se logró en diciembre de 1948), mientras los egipcios ocupaban la Franja de Gaza.

Los líderes sionistas estaban decididos a barrer con todos los obstáculos. El enviado de la ONU, el conde Folke Bernadotte, ordenó a Israel el 13 de septiembre que readmitiera a los refugiados y reconstruyera sus hogares. Cuatro días después fue asesinado por la Banda Stern junto con su asistente, el coronel francés Serot.

El Armisticio de Rodas de 1949 sancionó la derrota árabe, poniendo fin a lo que los israelíes considerarían su «Guerra de Independencia». Una vez más, una historia escrita por los vencedores negó e intentó eliminar de los registros oficiales cualquier referencia a las masacres y atrocidades cometidas.

Para los palestinos, 1948 sería en cambio el año de la Nakba, la catástrofe, una derrota que arrojaría a las masas palestinas a un estado de profunda postración durante más de veinte años.

La cuestión de los refugiados y los «árabes israelíes»

De un total de 750.000 refugiados palestinos, el 39 por ciento había huido a Cisjordania; otro 10 por ciento terminó en Jordania; el 26 por ciento huyó a la Franja de Gaza ocupada por Egipto, cuya población se duplicó en cuestión de semanas; el 14 por ciento huyó al Líbano desde el norte de Palestina y el 10 por ciento cruzó el Golán hacia Siria. Solo unos pocos (el 1 por ciento del total) escaparon a Egipto.

Casi todos los refugiados fueron conducidos a enormes campamentos «temporales» en las afueras de las ciudades, en condiciones de indigencia total. En tales condiciones, ellos y sus descendientes han permanecido hasta hoy a pesar de que la población de refugiados se ha multiplicado por ocho.

En 1950, se creó el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (OOPS). Desde entonces, según las cifras oficiales de la UNRWA (Agencia de la ONU para refugiados palestinos), el número total de refugiados registrados desde el desplazamiento de 1948 y sus hijos, tres generaciones después, ha alcanzado la asombrosa cifra de 5,9 millones, y esta cifra no tiene en cuenta a los refugiados de la Guerra de los Seis Días de 1967.

Hay varias generaciones que solo han conocido estos campamentos y estas condiciones. La mayoría de los refugiados palestinos de 1948 y sus descendientes no tienen derechos de ciudadanía en los países que los acogen, y mucho menos en Israel, y dependen del apoyo que proporcione la UNRWA.

La cuestión del derecho de los refugiados palestinos al retorno está en el centro de la cuestión palestina y no se puede resolver bajo el capitalismo. Solo una revolución socialista en el Medio Oriente y el establecimiento de una Federación Socialista de todos los pueblos con derecho a la autonomía para las minorías pueden permitir las condiciones para sanar las heridas acumuladas en décadas. Solo esto proporcionará materialmente la base (viviendas, recursos, infraestructura, etc.) para una solución de la cuestión que pueda satisfacer todos los agravios sin crear otro sistema opresivo monstruoso.

Unos 150.000 palestinos permanecieron en su tierra dentro de la «Línea Verde», el territorio de 1948 ocupado por Israel. Hoy representan más del 20 por ciento de la población israelí. El estado israelí procedió a expropiar las propiedades y tierras de los que escaparon, utilizando leyes ad hoc, y socavó sistemáticamente los derechos de los palestinos restantes con leyes como la Ley de Propiedad de los Ausentes de 1950, la Ley de Autoridad de Tierras de 1953 y otras. En 1952, a los árabes israelíes (los palestinos dentro de la Línea Verde) se les otorgó la ciudadanía formal con la Ley de Ciudadanía de 1952.

Sin embargo, hasta 1966, los palestinos israelíes estaban sujetos a la ley marcial y vivían en un estado de segregación con enormes restricciones a su movilidad, lo que permitía a las autoridades israelíes expropiar la propiedad incluso de aquellos palestinos que estaban desplazados internamente, pero físicamente impedidos de regresar a sus hogares.

En cuestión de unos pocos años, las 550 aldeas palestinas que habían sobrevivido a la Nakba se habían reducido a 100. Más del 25 por ciento de los campesinos palestinos vieron sus tierras expropiadas y tuvieron que refugiarse en aldeas «fantasmas», consideradas ilegales por Israel y, por lo tanto, periódicamente desalojadas por el ejército y arrasadas, solo para ser reconstruidas más tarde. Su ubicación ha sido borrada de los mapas.

Después de 1967, el gobierno israelí alivió la presión sobre los ciudadanos palestinos, intentando una mayor integración de los árabes israelíes, mientras consolidaba las nuevas conquistas territoriales de la Guerra de los Seis Días: los Territorios Ocupados de Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán y Jerusalén Este.

Consolidación del capitalismo israelí

Para los palestinos, Israel representaba un régimen hostil, usurpador de sus tierras, responsable de genocidio y deportaciones masivas. Para los refugiados judíos que continuaron fluyendo desde Europa después de la Shoah, y el mundo árabe, donde los equilibrios centenarios de coexistencia se habían roto por el impacto telúrico de la Nakba, haciendo imposible que cientos de miles de judíos se quedaran, Israel se convirtió cada vez más en la mejor oportunidad para reconstruir vidas destruidas por la guerra y la persecución.

Entre 1948 y 1951, la población de Israel se duplicó con creces (de 650.000 a más de 1.400.000), y continuó creciendo rápidamente en las décadas siguientes, gracias a la inmigración judía. La población de Israel llegó a más de tres millones en 1978, y hoy ha cruzado la marca de los nueve millones.

La burguesía sionista israelí y el imperialismo pudieron explotar con notable cinismo la determinación de las masas judías de construir lo que consideraban un refugio seguro contra la persecución. Durante las décadas de 1950 y 1960, explotaron a la masa de refugiados judíos como una mano de obra barata conveniente y siempre renovable para sus industrias y, si era necesario, como soldados para asegurar la supremacía de Israel sobre la región. Sin embargo, el notable desarrollo del capitalismo israelí no podría haber ocurrido sin los importantes subsidios e inversiones de los Estados Unidos (estimados en $ 140 mil millones a mediados de la década de 1990, desde 1949).

A pesar de la considerable afluencia de inmigrantes, a medida que pasaron los años, una proporción cada vez mayor de judíos israelíes eran nacidos dentro de Israel: el 27,7 por ciento en 1949, el 44 por ciento en 1968 y el 57 por ciento en 1981. Hoy en día, los judíos nacidos en Israel son el 75 por ciento. La lengua hebrea, diseñada por Eliezer Ben-Yehuda a finales del siglo XIX, se arraigó cada vez más entre las generaciones más jóvenes, sustituyendo gradualmente al yiddish de los asquenazíes y al ladino de los sefardíes. Muchos israelíes de segunda generación abandonaron las lenguas de sus países de origen.

Las masas judías eran, por supuesto, impermeables a la propaganda nacionalista de los regímenes árabes, que los representaban indiscriminadamente como enemigos que debían ser aplastados. La continua amenaza militar planteada por los regímenes árabes vecinos y las tácticas de terrorismo individual adoptadas por las organizaciones nacionalistas palestinas desde mediados de la década de 1960 empujaron a la mayoría de los israelíes a los brazos del estado sionista. Esto ayudó al sionismo a dar forma a una conciencia nacional israelí, basada en el temor de que los árabes quisieran destruirlos.

El auge económico de las décadas de 1950 y 1970, amplificado por la ayuda estadounidense, significó que los trabajadores israelíes (incluida hasta cierto punto la minoría árabe-israelí) pudieron alcanzar un nivel de vida considerablemente más alto que las masas árabes en los países vecinos. Estas conquistas materiales representaron para los trabajadores israelíes un capital a defender, especialmente cuando se veían amenazados por ataques externos.

Entre la minoría palestina de Israel, aunque sujeta a una fuerte discriminación, muchos también eran conscientes del sombrío panorama de miseria que ofrecían los regímenes árabes autocráticos y reaccionarios.

La monarquía saudí, Kuwait, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y el resto de los países del Golfo ricos en petróleo, aunque profesaban ser «amigos» de los palestinos y financiaban a la OLP, dependían de cientos de miles de palestinos y otros trabajadores migrantes pobres que trabajaban en condiciones de semiesclavitud. Sin embargo, tuvieron cuidado de no otorgarles derechos políticos o sindicales, y mucho menos derechos de ciudadanía, y los explotaron despiadadamente.

Esto continuó hasta principios de la década de 1990, cuando el impacto de la primera Guerra del Golfo aconsejó a estos regímenes que descartaran a los trabajadores palestinos y miraran a la India, Pakistán y Nepal como su principal fuente de mano de obra barata.

Contradicciones de clase dentro de Israel

Sin olvidar estos factores fundamentales que garantizaban una cierta base de apoyo al capitalismo israelí, especialmente cuando estaba amenazado, hay que decir que la sociedad israelí estaba y sigue estando profundamente polarizada y lejos de ser homogénea.

En 1974, una investigación gubernamental fue desencadenada por las violentas protestas a principios de la década de 1970 de los «Panteras Negras» israelíes. Estas protestas habían sido duramente reprimidas por el estado sionista. La investigación examinó las condiciones de los judíos sefardíes (que en su mayoría se establecieron en Israel después de 1948 desde el norte de África, Irak, Yemen y el resto del antiguo imperio otomano), que representaban la mitad de la población judía de Israel.

El informe reveló la existencia de un «segundo Israel» pobre y explotado. El 92% de los niños con problemas de desnutrición y el 90% de la población carcelaria judía eran de origen serfardí; su tasa de educación secundaria era solo del 17%, mientras que para los judíos de origen europeo (asquenazíes) era del 41%; en las universidades, los jóvenes sefardíes eran el 20% del total, en comparación con el 78% de los askenazíes.

La composición social sefardí era del 62 por ciento de clase trabajadora (contra el 39 por ciento entre los asquenazíes) y solo en un 5 por ciento burguesa (contra el 14 por ciento). Esto, junto con muchas otras estadísticas, mostró las profundas divisiones dentro del propio Israel. No es por casualidad que la rebelión radical de la juventud sefardí en Israel contra la opresión y la discriminación fue inspirada por la lucha de los Panteras Negras en los Estados Unidos.

El capitalismo israelí se ha vuelto cada vez más desigual en las últimas décadas. En 1992, el 10% más rico de la población se embolsaba el 27% del ingreso nacional, mientras que el 10% más pobre tenía el 2,8%. (CIA, The World Factbook 1999).

La desigualdad ha aumentado enormemente desde entonces. Según el Informe Mundial de la Desigualdad 2022, publicado por The World Inequality Lab:

“Israel es uno de los países de altos ingresos más desiguales. El 50% inferior de la población gana una media de 11.200 €PPA (dólares en paridad de poder de compra) o 57.900 NSI (Nuevos Shekels Israelíes), mientras que el 10% superior gana 19 veces más (211.900 €PPA, 1.096.300 NSI). Por lo tanto, los niveles de desigualdad son similares a los de los EE. UU., con el 50% inferior de la población ganando el 13% del ingreso nacional total, mientras que la participación del 10% superior es del 49% «.

El poder económico y militar de Israel se ha basado en la explotación de la clase obrera israelí y palestina en no menor medida que en cualquier otro país capitalista. De hecho, estas cifras muestran lo que sucede cuando la clase trabajadora está tan efectivamente dividida.

El estado israelí se fundó sobre la opresión y la discriminación sistémica de los palestinos, pero esto solo ha significado la explotación continua de los palestinos y los trabajadores israelíes comunes, mientras que los capitalistas israelíes han acumulado fortunas.

Punto de inflexión de la Guerra de los Seis Días

El año 1967 fue un hito en la historia de Oriente Medio. Hasta entonces, la mayoría de los refugiados palestinos en los diversos países árabes habían alimentado la esperanza de que la intervención de los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania garantizara algún día el restablecimiento de los derechos de los palestinos.

En la madrugada del 5 de junio, después de un mes de escaramuzas y tensiones, la Fuerza Aérea israelí lanzó un ataque relámpago contra los aeropuertos egipcios y jordanos, destruyendo más del 90 por ciento de la aviación militar de ambos países antes de que los aviones pudieran despegar. El mismo día, la Fuerza de Defensa Israelí invadió Cisjordania y Gaza y, en un par de días de intensos combates, derrotaron a la Legión Árabe Jordana y al ejército egipcio estacionado en Gaza.

El 6 de junio conquistaron Gaza, y al día siguiente tomaron Jerusalén, completando la ocupación de Cisjordania. El 10 de junio, mientras el mundo árabe estaba aturdido, Israel no solo había unificado toda la Palestina del Mandato Británico bajo su dominio, sino que había ocupado el Golán sirio y el Sinaí egipcio, infligiendo una derrota trascendental a sus enemigos árabes y causando una nueva ola de 300.000 refugiados palestinos.

Sin embargo, la desastrosa derrota en la Guerra de los Seis Días no tuvo el mismo impacto desmoralizador que la Nakba tuvo en el pueblo palestino; esta vez fue la ira la que prevaleció sobre la desmoralización. La derrota árabe tuvo el efecto (totalmente imprevisto por los estrategas sionistas) de borrar cualquier ilusión residual de que una intervención externa «arreglaría las cosas».

La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se había establecido en 1964 por decisión de la Cumbre Árabe. Durante los primeros años no fue más que un apéndice de estos regímenes. Se encontró con una creciente oposición de las fuerzas que surgieron de la Resistencia Palestina, como Fatah, la organización guerrillera de Yasser Arafat, y aquellos que, como él, habían tenido la oportunidad de experimentar las cárceles de los regímenes «amigos» a principios de la década de 1960. En 1967, la formación del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) de George Habash reflejó la radicalización subyacente de la lucha palestina.

El nacionalismo burgués árabe quedó totalmente expuesto y desacreditado por la aplastante derrota en la Guerra de los Seis Días. Entre los palestinos, que de repente se encontraron bajo la dominación directa israelí, y entre todos aquellos que abarrotaron los campos de refugiados en Jordania, Siria y Líbano, se desarrolló un terreno fértil para la crítica al nacionalismo árabe y los regímenes árabes. Este fermento dio un enorme impulso a la Resistencia Palestina (especialmente a Fatah y al recién formado FPLP), que pronto ganó una base de masas en los campos de refugiados.

El 21 de marzo de 1968, el ejército israelí se dispuso a atacar el cuartel general de la Resistencia en la aldea de Karameh en Jordania. Los combatientes de Fatah, advertidos del ataque, se mantuvieron firmes. Las FDI no esperaban encontrar tal nivel de resistencia y tuvieron que retirarse. 28 soldados israelíes murieron y 69 resultaron heridos.

Más de un centenar de combatientes palestinos murieron, pero este episodio despertó una gran ola emocional en todo el mundo árabe porque la resistencia palestina había tenido éxito allá donde los ejércitos de los estados árabes siempre habían fallado: derrotar al ejército israelí por primera vez. Esto impulsó a Fatah y Arafat a la cima de la asediada OLP en febrero de 1969.

Regímenes árabes socavados por la resistencia palestina

Los refugiados palestinos fueron relegados a la miseria de los campos de refugiados superpoblados. Su población llegó a un millón y medio en 1968. Los refugiados eran utilizados por los capitalistas de los diversos países como mano de obra barata, sometiéndolos a condiciones humillantes. Pero el surgimiento de la Resistencia a fines de la década de 1960 restauró el orgullo de los palestinos, convirtiendo los campamentos en santuarios para las organizaciones de la Resistencia.

Esto expuso a los campamentos y a los países anfitriones a violentas represalias israelíes. La fricción constante entre la Resistencia y los gobiernos de los países anfitriones se vio agravada por la difusión de ideas revolucionarias entre los palestinos, muchos de los cuales concibieron la revolución palestina como parte de una revolución árabe más general con carácter socialista. Estas posiciones, reforzadas por el creciente prestigio de la Resistencia Palestina, encontraron un eco entre las masas libanesas y jordanas.

La primera crisis estalló en 1969 en el Líbano, ya profundamente fracturado por las tensiones entre la minoría cristiano-maronita y la mayoría árabe. Las fricciones entre la Resistencia y el gobierno libanés degeneraron en el otoño de 1969 en varios días de amargos combates en los que el ejército libanés salió perdiendo. El acuerdo de El Cairo puso fin temporalmente a la confrontación.

Septiembre Negro

Un proceso similar había estado en marcha durante algún tiempo en Jordania. La creciente repulsión por los estrechos lazos entre la monarquía hachemita de Hussein y el imperialismo estadounidense, combinada con las condiciones opresivas que enfrentaba la gran mayoría de la población, encontraron un eco en la perspectiva de una revolución palestina.

La OLP se esforzó por evitar un enfrentamiento frontal con el rey Hussein, pero el ascenso revolucionario de las masas jordanas superó todos los obstáculos. El movimiento de masas se enfrentó al régimen jordano sin una dirección real debido a las vacilaciones de la OLP.

A partir del verano de 1970,  se habían intensificado una serie de enfrentamientos entre los combatientes de la resistencia palestina y el ejército. Una serie de secuestros de aviones (PanAm, Swissair y British Airways, sin víctimas civiles) por parte del FPLP fue la excusa que Hussein buscó para justificar la represión ante una audiencia internacional.

La resistencia palestina tomó la delantera y conquistó una gran parte de la capital, Ammán, en un par de semanas. Hussein nombró un gobierno militar el 16 de septiembre, que, al amanecer del día siguiente, desató una ofensiva contra los campos de refugiados palestinos.

Las unidades beduinas del ejército (menos infectadas por el estado de ánimo revolucionario) bajo el mando del general al-Majali bombardearon los campamentos con proyectiles de fósforo y napalm y desplegaron tanques contra los barrios obreros de Ammán. A pesar de la desproporción de las fuerzas militares, la resistencia fue tan feroz que los combates duraron casi otras dos semanas, lo que obligó a Hussein a buscar un acuerdo el 27 de septiembre de 1970. La resistencia palestina aceptó abandonar Jordania y trasladarse al Líbano.

Nunca se ha sabido el número exacto de víctimas del ’Septiembre Negro’ jordano. Fuentes palestinas hablan de 20.000 muertos, otras fuentes de 5-10.000, en su mayoría entre la población civil.

La actitud de los líderes de la OLP y de Arafat fue duramente criticada por un sector muy grande del movimiento revolucionario palestino, que había salido destrozado de los acontecimientos jordanos. La frustración y la ira por la masacre perpetrada por Hussein y el silencio de las otras naciones árabes eran generalizadas entre los palestinos, dejando espacio para el desarrollo de formaciones terroristas extremas, como la fundación del grupo terrorista Septiembre Negro.

El giro diplomático de la OLP

La derrota jordana no fue utilizada para superar las limitaciones fundamentales de la resistencia palestina. La concepción de una lucha de liberación «traída del exterior» asignaba a las masas palestinas de los Territorios Ocupados un papel meramente pasivo. El compromiso de la OLP con la política de «no injerencia» en los asuntos internos de los estados árabes se reforzó paradójicamente.

La limitación de la lucha a un marco puramente nacional, posponiendo para una fecha posterior el problema de qué tipo de sociedad construir en la Palestina liberada, había permitido a la OLP preservar una falsa unidad con los regímenes árabes, pero nunca podría protegerla de la traición de esos mismos regímenes. Cada vez que las masas árabes trataban de liberarse de sus cadenas y la lucha palestina chocaba con los intereses fundamentales de sus opresores, eran traicionadas.

Bajo el liderazgo de Arafat, la OLP finalmente había conquistado el apoyo masivo entre los palestinos. Sin embargo, frente a la presión diplomática internacional, particularmente de los regímenes árabes, Arafat impuso un giro de 180 grados: la idea de que la lucha de liberación debería ser lograda por el propio pueblo palestino fue abandonada en favor de una concepción de la lucha armada como una forma de «presionar» en la diplomacia internacional.

El 6 de octubre de 1973, en vísperas de la festividad judía de Yom Kippur, Egipto y Siria atacaron a Israel. El aparato de defensa israelí fue cogido desprevenido y sufrió un duro golpe. La resistencia palestina participó en los combates en los Territorios Ocupados. También participaron en la guerra unidades jordanas, iraquíes y marroquíes y un destacamento simbólico tunecino. Los éxitos iniciales de las fuerzas árabes redimieron la ignominiosa derrota de 1967 a los ojos de las masas árabes.

La Guerra de Yom Kippur tuvo un profundo impacto en la sociedad israelí al romper la confianza en la invencibilidad del ejército de Israel. Sin embargo, la Fuerza de Defensa Israelí eventualmente se reorganizó, recuperando el terreno perdido y el 22 de octubre se alcanzó un armisticio en un momento en que Israel ya había recuperado la ventaja.

El ‘giro diplomático’ se fortaleció. La OLP fue reconocida por la Cumbre Árabe como el «único y legítimo representante del pueblo palestino» el 27 de noviembre de 1973.

Las enmiendas a la Carta Nacional Palestina en mayo de 1974 introdujeron por primera vez la perspectiva de una liberación parcial de Palestina (y el reconocimiento implícito de Israel).

Arafat fue invitado a pronunciar un discurso en las Naciones Unidas el 13 de noviembre de 1974. En su famoso discurso, condenó el sionismo, pero dijo: «Hoy he venido con una rama de olivo y una pistola de luchador por la libertad. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano.»

El giro de Arafat permitió que los traicioneros regímenes árabes volvieran a ganar la iniciativa, una línea seguida incluso a costa de socavar la única fuente de fuerza real de la Resistencia, las raíces del movimiento entre las masas palestinas.

Revolución y contrarrevolución en el Líbano

A pesar de la experiencia jordana y los enfrentamientos de 1969, la resistencia palestina en el Líbano estaba confiada en su fuerza cada vez mayor. El Líbano estaba dividido por profundas divisiones entre la clase dominante cristiano-maronita instalada por los franceses y las diversas facciones burguesas y pequeñoburguesas musulmanas.

Al igual que en Jordania, el crecimiento de la autoridad de la resistencia palestina fue de la mano con el aumento de los sentimientos revolucionarios entre las masas libanesas. Los palestinos en los campos de refugiados se habían convertido en una parte integral de la clase trabajadora libanesa.

Los capitalistas libaneses habían estado explotando su fuerza de trabajo durante años, reubicando los campamentos cerca de las ciudades y habían intentado utilizar a los refugiados para socavar las fuertes organizaciones de la clase obrera libanesa. Sin embargo, este cálculo cínico pronto condujo a una fusión del movimiento de liberación palestino y las aspiraciones revolucionarias de los trabajadores libaneses.

La reubicación forzada de miles de combatientes de la OLP desde Jordania convirtió inevitablemente al Líbano en su base principal. Barrios enteros de Beirut estaban controlados por la OLP, que estaba surgiendo como un poder alternativo al estado, mientras disfrutaba de un amplio apoyo entre las masas libanesas. Gracias a los fondos recaudados en apoyo de la Resistencia, numerosas instituciones sociales, escuelas y hospitales habían florecido en torno a la OLP, a menudo ofreciendo un apoyo de mayor calidad que el puesto a disposición por el estado libanés. El acceso a todas estas instituciones estaba abierto a toda la población.

A mediados de la década de 1970, el frágil equilibrio se rompió. La clase dominante cristiano-maronita, el ejército y las milicias falangistas cristianas y sus aliados desataron «guerra civil”. En realidad, se trataba de una guerra de clases contrarrevolucionaria, para reafirmar su control sobre la sociedad. Las masas libanesas y sus organizaciones, como el Movimiento Nacional Libanés dirigido por Kamal Jumblatt, así como la resistencia palestina, tenían que ser aplastadas. Israel intervino con frecuentes incursiones en el sur del Líbano para golpear a la Resistencia.

El 26 de enero de 1975, combatientes palestinos intervinieron en defensa de la huelga de pescadores de Sidón contra el intento de represión por parte del ejército. La resistencia palestina obligó a los hombres de las fuerzas de seguridad libanesas a retirarse, dejando diez muertos en el campo de batalla.

La Falange Cristiana utilizó un puño de hierro contra la OLP. En febrero, un parlamentario libanés pro-palestino, Maarouf Saad, fue asesinado a tiros, al parecer por el ejército libanés. El 13 de abril, un intento de asesinato contra el líder falangista Pierre Gemayel provocó una represalia inmediata por parte de los falangistas, que bloquearon un autobús que se dirigía al campamento de refugiados de Tall el-Zaatar y masacraron a los 27 pasajeros a sangre fría, lo que provocó combates en todo Beirut.

Durante todo 1975, la actitud de la OLP fue limitarse a ayudar a las milicias de la izquierda libanesa con apoyo logístico y armas. La táctica de «esperar y ver» de la OLP sirvió simplemente para prolongar el conflicto, pero la decisión de la Falange de asediar los campos de refugiados de Dbayeh y Tall el-Zaatar obligó a los grupos de resistencia armada palestinos a entrar en el conflicto con todo su peso. Los falangistas contrarrevolucionarios fueron perseguidos por las montañas hasta que estuvieron al borde de la derrota. En este punto tuvo lugar una inversión espectacular de las posiciones.

Ante el anuncio del posible establecimiento de un gobierno revolucionario de la izquierda libanesa, el frente árabe de los «amigos» de la lucha palestina se quebró. Egipto y Jordania estaban asustados por la posibilidad de que la revolución se extendiera por todo el Medio Oriente. Sin embargo, la traición abierta vino de donde menos se esperaba. El campeón de la lucha antiimperialista Hafez al-Assad, presidente del Baath de Siria, llevó a cabo un espectacular cambio de sentido, enviando tropas sirias para apoyar a los falangistas en junio de 1976.

La intervención siria inclinó brutalmente la balanza. La Resistencia tuvo que retirarse a las ciudades a costa de grandes pérdidas, mientras que los falangistas, protegidos por el ejército sirio, volvieron a sitiar el campamento de Tall el-Zaatar. Después de 52 días, el 12 de agosto, Tall el-Zaatar se rindió y los falangistas y los sirios se vengaron masacrando a tres mil palestinos mientras evacuaban el campamento.

El más «progresista» de todos los regímenes árabes, Siria, cuando se vio amenazada aunque sea indirectamente por el desarrollo de la revolución, no dudó en ponerse del lado del ala más reaccionaria de la contrarrevolución burguesa contra la misma Resistencia Palestina cuyo cuartel general albergaba en Damasco y había financiado durante años.

Las camarillas gobernantes de la Liga Árabe observaban sin mover un dedo, aliviadas. Después de 19 meses de guerra y 60.000 muertos, el Líbano se dividió en zonas donde los diferentes contendientes afianzaron sus posiciones en una frágil tregua armada.A pesar de la traición de Assad, el liderazgo de la OLP se dedicó a negociaciones humillantes para reparar la grieta y recomponer el «frente árabe».

Invasiones israelíes del Líbano

Para Israel, la presencia misma de combatientes palestinos en suelo libanés era intolerable. El 14 de marzo de 1978, Israel invadió el sur del Líbano y en cuestión de días aplastó a la resistencia palestina (abandonada por el ejército libanés).

Sin embargo, el entonces primer ministro, Begin, decidió retirarse bajo la presión del presidente estadounidense Jimmy Carter, quien había decidido apoyar las negociaciones secretas bilaterales entre Sadat y Begin. Estos tenían como objetivo normalizar las relaciones entre Israel y Egipto. Un acuerdo fue formalmente ratificado en Camp David el 18 de septiembre de 1978.

Para Israel, sin embargo, el problema no se resolvió. El 6 de junio de 1982, las FDI lanzaron una segunda invasión a gran escala del Líbano bajo el mando de Ariel Sharon, el ministro de defensa del gobierno de Begin. La invasión se convirtió en un baño de sangre. En cuestión de horas, un diluvio de fuego de la Fuerza Aérea israelí cayó sobre las ciudades y los campos de refugiados, mientras columnas de tanques avanzaban sobre Beirut, dejando tras de sí un rastro de muerte y destrucción: 14.000 bajas solo en las primeras dos semanas.

Las FDI sitiaron el oeste de Beirut en un abrazo mortal que duró 78 días, durante los cuales se bloquearon todos los suministros y la ciudad fue bombardeada implacablemente. 7.000 muertes de civiles libaneses y un número no especificado de víctimas palestinas (de las cuales nunca se hará un recuento real) no fueron suficientes para romper la resistencia.

El estancamiento permitió que la diplomacia imperialista entrara en juego y negociara la evacuación completa de la resistencia palestina del Líbano. A finales de agosto de 1982, más de 10.000 combatientes palestinos evacuaron Beirut bajo la atenta mirada de una fuerza franco-italiano-estadounidense, pero el precio pagado por preservar las estructuras de la OLP fue extremadamente alto.

La población libanesa y las decenas de miles de palestinos que seguían abarrotando los campos de refugiados quedaron a merced de los falangistas, las milicias chiíes pro sirias de Amal, el ejército sirio y el ejército israelí, con la única garantía de un pacto escrito en la arena que a nadie le interesaba respetar.

La venganza israelí fue inmediata y terrible. Entre el 16 y el 18 de septiembre, tan pronto como el contingente internacional de «paz» abandonó el Líbano (después de desarmar y evacuar a los combatientes palestinos restantes), los falangistas libaneses, protegidos por las FDI, masacraron a 3.000 refugiados palestinos indefensos devastando los campos de refugiados de Sabra y Chatila en Beirut durante 40 horas.

Ariel Sharon habría observado la operación desde lo alto de un edificio, a 200 metros del muro del campamento de Chatila. Al igual que los sirios habían hecho seis años antes en Tell al-Zaatar, el ejército israelí simplemente brindó apoyo logístico a los falangistas, iluminando el área con bengalas, bloqueando todas las rutas de escape de los campamentos y alimentando y asistiendo a los falangistas que estaban llevando a cabo la masacre.

El impacto de la masacre de Sabra y Chatila conmocionó a la sociedad, llegando incluso a Israel. El 25 de septiembre de 1982, una manifestación masiva de 400.000 personas inundó las calles de Tel Aviv en repulsa contra el papel de las FDI y Sharon en la masacre. Se creó una investigación oficial para desactivar el movimiento y encubrir el papel de las FDI, pero incluso el informe de dicha investigación no pudo ocultar la responsabilidad personal de Ariel Sharon, que se vio obligado a renunciar.

La dirección de la OLP se trasladó a Túnez, donde Arafat y su séquito vivieron en un exilio dorado hasta que se trasladaron a Gaza en 1994. Todas sus energías se dedicaron a diseñar estrategias de negociación y hacer malabarismos con las rivalidades entre los regímenes árabes, así como a restablecer las relaciones normales con las monarquías del Golfo.

La política de la OLP se basó cada vez más en negociar la estabilización en Oriente Medio a cambio de concesiones. Para ganar influencia en una mesa de negociaciones a los ojos del imperialismo estadounidense y de Europa, Arafat confiaría cada vez menos en la Resistencia y cada vez más en tácticas terroristas individuales (formalmente condenadas por la OLP), ya que el poder del movimiento de resistencia de masas retrocedió después de la derrota.

Territorios Ocupados en vísperas de la Intifada

Durante veinte años de ocupación militar, los Territorios habían sido para Israel un mercado adicional para sus productos y una fuente de mano de obra no calificada. Un factor importante en la decisión de ocupar Cisjordania y los Altos del Golán había sido la apropiación de los recursos hídricos de la región. Lo último que Israel quería era que los Territorios desarrollaran una vida propia.

El gobierno israelí diseñó un estrangulamiento gradual de la economía de los territorios ocupados, que estaba predominantemente vinculada a la agricultura, con artesanías limitadas a pequeña escala. Esto socavó el sustento de los campesinos y trabajadores agrícolas, que se vieron obligados a engrosar las filas de los 120.000 palestinos que viajaban diariamente para trabajar en Israel (un tercio de la fuerza laboral de Cisjordania y el 50 por ciento de la de Gaza). La necesidad de cruzar la «Línea Verde» fue utilizada por el estado israelí como un arma de represalia contra los trabajadores palestinos, con la amenaza constante de un cierre de la frontera a su antojo.

La economía de los Territorios era (y sigue siendo) completamente dependiente de Israel, incluso para los bienes de consumo básicos. La política israelí exacerbó la interdependencia económica natural e histórica de los Territorios con el resto de Palestina. En 1970, el 82 por ciento de sus importaciones ya eran de origen israelí, aumentando al 91 por ciento en 1987.

Los cientos de miles de palestinos en el extranjero también alimentaron un flujo de remesas a sus familias, que ascendían al 37 por ciento del PIB de los Territorios en ese momento. Las remesas siguen representando una parte significativa (alrededor del 20 por ciento) del PIB de Cisjordania y Gaza incluso hoy en día. Paradójicamente, esto ayudó a mantener un mercado al que se podían exportar los excedentes de producción israelíes.

Durante los primeros diez años de ocupación el número total de colonos no superó los 7.000. Sin embargo, con el ascenso al poder del Likud (sionista de derecha) en 1977, la política de colonización se intensificó rápidamente. Durante los siguientes diez años, se construyeron 18.000 viviendas y 139 asentamientos en tierras palestinas, para albergar a un total de 80.000 colonos. Se estableció una red de carreteras especiales para separar a los colonos de los palestinos, con el efecto de limitar severamente la libertad de movimiento de estos últimos. La creciente presencia de los colonos judíos se convirtió en la manifestación más odiosa de la ocupación.

La población palestina de los Territorios había experimentado una notable explosión demográfica durante los veinte años de ocupación. En 1987, el 75 por ciento de la población tenía menos de 25 años y el 50 por ciento incluso menos de 15. La mayoría, en vísperas de la Intifada, no había conocido más que el régimen cada vez más intolerable, humillante y opresivo de la ocupación israelí.

Intifada

Cuatro décadas después de la Nakba y veinte años después de la Guerra de los Seis Días, las perspectivas para la lucha nacional palestina eran sombrías. Los movimientos revolucionarios en Jordania y el Líbano habían sido reprimidos con sangre, y la resistencia palestina se había roto. El enorme sacrificio de las masas palestinas en los campos de refugiados no había dado ningún resultado concreto. Israel había consolidado su control sobre toda Palestina.

La enorme brecha entre el liderazgo de la OLP en Túnez y la realidad de los Territorios se había vuelto tan grande que numerosos signos de un cambio de humor en el terreno no habían sido detectados ni siquiera por el generalmente perceptivo Arafat.

Unos meses antes de la Intifada, un informe del instituto de base de datos de Cisjordania del sociólogo israelí Meron Benvenisti señaló:

«La violencia es cada vez más el trabajo de grupos desorganizados y espontáneos… Entre abril de 1986 y mayo de 1987, se registraron 3.150 incidentes violentos, que van desde el simple lanzamiento de piedras hasta los bloqueos de carreteras, y un centenar de asaltos con explosivos o armas de fuego «.

La creciente combatividad de la población palestina bajo ocupación se demostró el 5 y 6 de junio, cuando una huelga general saludó el aniversario de 20 años de ocupación israelí.

El 7 de diciembre de 1987, sucedió algo completamente inesperado tanto por la inteligencia israelí como por los líderes de la OLP: un incidente, similar a muchos otros, desencadenó el levantamiento espontáneo de decenas de miles de jóvenes y trabajadores contra la ocupación israelí en el corazón de los Territorios Ocupados, que los líderes de la OLP habían descartado como un teatro de lucha de masas.

Un camión de las FDI chocó con un automóvil civil, matando a cuatro trabajadores palestinos. No importaba si se trataba de un acto deliberado de represalia por parte de los soldados por el asesinato de un israelí en Gaza el día anterior, o simplemente un accidente. Fue la gota que colmó el vaso. La chispa encendió los materiales combustibles que la ocupación israelí había acumulado durante veinte años.

La palabra Intifada (un concepto que se puede traducir como «sacudirse») describe bien la reacción de las masas palestinas. Una vez que comenzó, el levantamiento alteró el equilibrio de fuerzas establecido desde hace mucho tiempo en cuestión de horas, y durante meses creció de fuerza en fuerza, poniendo a prueba severamente a las fuerzas de ocupación. La Intifada también tuvo un enorme impacto internacional y provocó el apoyo dentro de Israel entre los árabes israelíes, y la creciente repulsión entre una sección de la juventud judía hacia los métodos brutales empleados para reprimir el levantamiento.

Incluso la represión más brutal resultó fue inutil. Israel aplicó sistemáticamente la detención administrativa hasta por un año sin cargos ni juicio. Se realizaron nueve mil arrestos en unos pocos meses; cientos de personas fueron asesinadas y miles resultaron heridas; demoliciones de casas y represalias contra las familias de los asesinados o arrestados; represalias colectivas en aldeas o barrios, coronadas por la orden dada por el ministro de Defensa de Israel, Rabin, de «romper los brazos y las piernas» de los que fueran atrapados arrojando piedras (la mayoría de los cuales eran niños): un nivel tan despiadado de represión no sirvió para nada, excepto para alimentar la revuelta.

La lucha tomó la forma de huelgas generales, bloqueos de carreteras, emboscadas a las patrullas israelíes atacadas por los shebabs lanzadores de piedras, los muchachos del levantamiento. Tomó formas de desobediencia civil como una huelga de impuestos y la negativa a respetar los horarios de apertura de las tiendas decididos por las autoridades israelíes. En Jerusalén Este, el ejército israelí intentó en vano obligar a las tiendas a abrir durante un cierre de comercios. Los comerciantes amenazados abrían, solo para cerrar las tiendas nuevamente tan pronto como los soldados se iban.

Desde los primeros días de la Intifada, surgieron espontáneamente los Comités Populares en todas partes. Inicialmente coordinaron grupos juveniles que luchaban contra las fuerzas de ocupación, las FDI y las patrullas policiales, con hondas y neumáticos en llamas. A medida que la lucha continuó, los Comités Populares también distribuyeron suministros básicos durante las huelgas y los cierres, y establecieron grupos encargados de proteger a las comunidades.

Estos órganos coordinaron y organizaron a los activistas juveniles y obreros (la gran mayoría de los cuales no formaban parte de organizaciones preexistentes), y asumieron el liderazgo de la lucha, atendiendo todos los aspectos de las necesidades inmediatas de la población y las tareas derivadas de la lucha.

Comités específicos organizaban diferentes aspectos de la lucha. Se crearon puestos de salud en barrios y aldeas, la educación se reorganizó después de que las autoridades de ocupación cerraran las escuelas de todos los niveles en febrero de 1988. Las tarifas profesionales, los alquileres y los precios estaban limitados. Organizaron la lucha contra el acaparamiento; el boicot a los productos israelíes; la distribución de suministros escasos; incluso intentaron responder a la crisis alimentaria con el desarrollo de la agricultura de subsistencia y la ganadería. Se crearon tribunales populares. Las mujeres jugaron un papel importante en el funcionamiento de esta galaxia de comités.

Debido al peso de la ocupación militar, los comités no pudieron desplegar plenamente su potencial como poder alternativa a las autoridades coloniales mediante la coordinación a nivel general. Sin embargo, a lo largo de la primera fase de la Intifada fueron las estructuras a través de las cuales las masas expresaron su poder y combatividad.

En mayo de 1988, seis meses después del levantamiento, fuentes israelíes estimaron que había 45.000 comités activos. Estos estaban empezando a coordinarse a nivel de ciudad, mientras que un Comando Unificado de la Intifada se había establecido inmediatamente por iniciativa de los principales partidos de la izquierda palestina (FPLP, FDLP y PCP).

Contrariamente a lo que se afirmó más tarde, la dirección de la OLP en Túnez fue completamente desplazada por el desarrollo explosivo de la movilización revolucionaria en los Territorios. Las directivas de Arafat fueron ignoradas en gran medida por el Comando Unificado hasta un año después, después de que la represión israelí había decapitado el movimiento de su liderazgo original, en septiembre de 1988.

Divisiones israelíes

El ejército más poderoso de la región se desplegó contra niños armados solo con piedras y coraje. Esto resonó como el mito bíblico de la lucha de David contra Goliat, solo que David era ahora palestino.

Las fuerzas de ocupación realizaban rutinariamente búsquedas para requisar y quemar «armas» como libros escolares, medicinas y suministros médicos, y destruir los huertos que habían surgido en todas partes para alimentar a la población que vivía en condiciones de extrema privación. Esto sacudió la confianza de los jóvenes soldados de las FDI y despertó una creciente repulsión hacia la ocupación entre las capas de la juventud israelí.

Las divisiones agudas alcanzaron los niveles más altos en marzo de 1988, con la formación del «Consejo para la Paz y la Seguridad» por un grupo de generales israelíes retirados, cuya posición fue resumida por el General Orr, ex comandante supremo de las FDI en la región norte (Líbano): «Todos estamos de acuerdo en que la ocupación debe terminar, porque mantenerla constituye un peligro mucho mayor para nuestra seguridad que ponerle fin». (Le Monde, 2 de junio de 1988).

Su petición fue firmada por el ex jefe del Mossad (Yariv) y el ex administrador de Cisjordania (Sneh), así como 30 generales de división y 100 generales de brigada, la mitad de los generales de reserva.

Shamir, en cambio, resolvió salir de la crisis redoblando la represión en los Territorios. En agosto de 1988 se prohibieron los Comités Populares y se introdujeron penas de prisión de hasta 10 años para sus miembros. La Intifada, un año después de su inicio, comenzó a sufrir los golpes de la represión y el empeoramiento de las condiciones económicas.

El Comando Unificado reconoció la autoridad de la OLP como el «único representante del pueblo palestino» a finales de 1988. El 15 de noviembre, Arafat proclamó la independencia de un estado palestino en los Territorios ocupados por Israel, poco después de lo cual la OLP comenzó a recuperar el control de la movilización en los Territorios. Los Comités fueron asimilados a las estructuras de bienestar de la OLP y despojados de su papel como organismos embrionarios de poder de las masas palestinas.

Esto asestó un golpe decisivo al carácter masivo de la Intifada y abrió una segunda fase más dura del levantamiento que dio un giro hacia la desesperación entre una capa de la juventud. No por casualidad, a medida que el carácter masivo de la insurrección disminuía, el papel de las formaciones islámicas como Hamas y la Jihad Islámica aumentaba.

Hamas

La Hermandad Musulmana no jugó ningún papel en la primera fase de la Intifada. Hamas se estableció como una organización separada después de que la Intifada ya había comenzado, con el fin de proteger los intereses de Mujama Al-Islamiya, la organización fundada por el líder de la Hermandad de Gaza, el jeque Ahmed Yassin.

Un revelador artículo de 2009 de Andrew Higgins en el Wall Street Journal arrojó luz sobre el papel desempeñado por Israel en el fomento de lo que se convertiría en Hamas.

Después de dos décadas de represión a manos del régimen egipcio, la Hermandad Musulmana encontró condiciones favorables para prosperar en la Gaza ocupada por Israel. Israel había permitido que Mujama Al-Islamiya se registrara como organización benéfica y operara legalmente a lo largo de los años setenta y ochenta, acumulando dinero y propiedades.

Alrededor de la organización, una red de escuelas, clubes, mezquitas y la Universidad Islámica de Gaza dieron a la Hermandad Musulmana el entorno perfecto para desarrollar sus actividades. El objetivo de Israel era utilizar a los fundamentalistas islámicos para socavar el movimiento revolucionario de izquierda de la resistencia palestina.

La Mujama se enfrentó violentamente con la izquierda palestina por el control de instituciones como la Media Luna Roja Palestina (la versión musulmana de la Cruz Roja), asaltando sus oficinas. La lucha siguió a todos los niveles. Los islamistas atacaron tiendas que vendían alcohol y cines. El ejército israelí en su mayoría se mantuvo al margen, observando.

La relación entre la Mujama y los servicios secretos de Israel se mantuvo incluso después del arresto del jeque Yassin en 1984 e implicó consultas al más alto nivel. Mucho después del estallido de la Intifada, el Sr. Hacham, un experto en asuntos árabes militares israelíes, relató haber llevado a uno de los fundadores de Hamas, Mahmoud Zahar, a reunirse con el ministro de defensa de Israel, Yitzhak Rabin, como parte de las consultas regulares.

La masacre en la mezquita de al-Aqsa en Jerusalén en octubre de 1990, combinada con la desesperación que surgió después de una lucha tan prolongada sin perspectivas, creó un ambiente favorable para el crecimiento de Hamas.

Acuerdos de Oslo de 1993

Arafat y la OLP apoyaron a Irak en la Guerra del Golfo de 1990. Saddam Hussein había esgrimido la cuestión palestina contra el imperialismo estadounidense, denunciando el doble rasero aplicado a Irak e Israel, y ofreció retirarse de Kuwait, si Israel hacía lo mismo con los Territorios Ocupados. Esto provocó una ruptura entre la OLP y los Estados Unidos, pero también con la Liga Árabe, que se había alineado detrás de Bush.

Después de la derrota de Saddam Hussein los imperialistas estadounidenses pensaban que podían sacar provecho de la debilidad de Arafat. Convocaron una conferencia para la «solución de la cuestión palestina» en Madrid en el verano de 1991, a la que se unió la OLP y Hamas describió como «una traición total de Palestina». Las negociaciones bilaterales entre israelíes y palestinos finalmente llevaron a la firma de los Acuerdos de Oslo, sancionados oficialmente en público en la Casa Blanca el 13 de septiembre de 1993, con el famoso apretón de manos entre Yasser Arafat y el primer ministro israelí Yitzhak Rabin.

En el lado israelí, los Acuerdos fueron un reconocimiento de la imposibilidad de continuar imponiendo una ocupación directa de los Territorios, revelada por la Intifada.

Rabin había pasado la mayor parte de su vida luchando contra los palestinos. En 1948 participó en los ataques a Lydda y Ramle, entre Tel Aviv y Jerusalén. Varios cientos de personas fueron liquidadas durante esa operación. En 1967, Rabin fue el Jefe de Estado Mayor de las FDI durante la Guerra de los Seis Días, después de lo cual ganó el estatus de héroe israelí. A fines de la década de 1980, como ministro de defensa bajo Shamir, dirigió la respuesta de Israel a la Intifada, incluida la orden a los soldados israelíes de romper los brazos de los jóvenes palestinos atrapados arrojando piedras, lo que luego negó.

Fue precisamente la Intifada la que lo convenció de que el statu quo se había vuelto insostenible. Un artículo en el New Yorker (19 de octubre de 2015) citó a Rabin diciéndole a un grupo de colegas del Partido Laborista en 1988: «He aprendido algo en los últimos dos meses y medio. Entre otras cosas, que no se puede gobernar por la fuerza a un millón y medio de palestinos «.

Las palabras de Rabin ilustran cuán profundamente la agitación revolucionaria de la Intifada había sacudido los cimientos mismos de la Ocupación de Israel. Esto obligó a la dirección sionista a cambiar de táctica. La autoridad de Rabin les permitió hacerlo, aunque al precio de un creciente resentimiento por parte de la extrema derecha sionista, que le costaría la vida a Rabin en 1995.

El «archienemigo», el liderazgo de la OLP, fue cooptado por la clase dominante israelí en un compromiso incómodo, que era esencialmente una trampa. La OLP acordó reconocer la existencia de Israel y abandonó la demanda del derecho de los refugiados palestinos de 1948 a regresar. Israel acordó el establecimiento de una Autoridad Palestina en parte de los Territorios Ocupados de Gaza y Cisjordania, que sería responsable de la seguridad de Israel.

En otras palabras, la OLP asumió la tarea de vigilar a su propio pueblo a cambio del simulacro de un semi-estado palestino, dependiente a todos los niveles de los caprichos de Israel. El acuerdo se alcanzó bajo los auspicios de los regímenes árabes, los «amigos» de Palestina y el imperialismo estadounidense.

Los acuerdos de Oslo representaron un punto de inflexión en la situación, sancionando la desaparición de la Resistencia Palestina. Hamas quedó como la única fuerza palestina significativa que se oponía a los acuerdos.

Así maduraron los frutos venenosos del llamado proceso de paz pilotado por el imperialismo estadounidense, que daría forma al marco del conflicto israelo-palestino hasta nuestros días. Después de todo este proceso, de luchas heroicas de las masas, de traiciones y traiciones de la dirección, nada se resolvió. En verdad, para muchos la Nakba nunca terminó.

Lee la Parte 1 de este artículo: Palestina antes de 1948: como el imperialismo creó Israel

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