Los címenes del imperialismo francés en Camerún

La lucha del pueblo de Camerún contra la opresión imperialista contiene muchas lecciones para los revolucionarios de toda África y del mundo. Todavía hoy en día puede sentirse el legado de la guerra sucia emprendida por el imperialismo francés para aplastar esa lucha. En este artículo, Jules Legendre explica cómo Francia llegó a gobernar Camerún y los métodos que utilizó para mantener su dominación, incluso después de la independencia formal del país en 1960.

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Entre 1955 y 1970, el imperialismo francés desencadenó una guerra despiadada contra las masas de Camerún para preservar su dominio sobre el país. Mientras que los crímenes del imperialismo francés en Argelia durante el mismo período ahora son reconocidos (a regañadientes) por la mayoría de los políticos burgueses, los crímenes de la clase dominante francesa en Camerún siguen siendo negados o minimizados.

Un número creciente de trabajos han comenzado a aclarar los métodos con los que el imperialismo francés mantuvo su control sobre Camerún, incluso después de su independencia formal en 1960. Los comunistas deberían acoger con satisfacción esta evolución, independientemente de las conclusiones limitadas a las que tienden a llegar los autores académicos de estos trabajos. El estudio de los crímenes del imperialismo francés en Camerún, de la lucha llevada a cabo por la Unión de los Pueblos de Camerún (UPC) y de su derrota final, encierran importantes lecciones para la lucha contra el imperialismo en la actualidad. 

Colonización

Camerún no fue colonizado originalmente por Francia. En la década de 1860, empresas alemanas establecieron puestos comerciales en la costa del Golfo de Guinea, con el objetivo de exportar sus mercancías al interior del continente africano. En 1885, la Conferencia de Berlín confirmó la soberanía alemana sobre lo que se conoció como «Kamerun».

La gran oleada de colonización del siglo XIX, que repartió Asia y África entre un puñado de potencias imperialistas, no estuvo motivada ni por la sed de conquista de unos pocos militares o políticos ávidos de poder, ni por la intención de «civilizar» estos continentes. El objetivo principal de la colonización era garantizar campos para la exportación de capital, fuentes de materias primas y mercados cautivos para las grandes potencias. La brutal explotación de la población local permitía obtener superbeneficios, mientras que el dominio directo de los nuevos mercados por parte de la metrópoli colonial permitía protegerlos de la competencia de otras potencias mediante un monopolio legal o, como mínimo, mediante exorbitantes aranceles aduaneros.

El capitalismo alemán se desarrolló más tarde que sus rivales, por lo que llegó tarde a esta carrera por la dominación imperialista. Cuando se lanzó a la conquista de sus propias colonias en la década de 1880, gran parte de África y Asia ya habían sido ocupadas por Gran Bretaña, Francia, España y Portugal.

Esta situación era insostenible desde el punto de vista del capitalismo alemán. A medida que su economía crecía, Alemania se veía cada vez más presionada por la falta de salidas para sus productos y capitales. Por ello, Berlín entró en confrontación con las potencias coloniales ya establecidas, encabezadas por Francia y Gran Bretaña. Fue este enfrentamiento el que condujo a la Primera Guerra Mundial.

Tras la derrota de Alemania en 1918, sus escasas colonias se repartieron entre los vencedores. Para dar a este reparto una apariencia «humanitaria», la Sociedad de Naciones (precursora de las Naciones Unidas) concedió a estas colonias un estatuto especial: el de territorios «bajo mandato». Oficialmente, la «potencia mandataria» se encargaba de trabajar por el «desarrollo» de los pueblos indígenas hasta que pudieran llegar a ser independientes o autónomos. En la práctica, los territorios bajo mandato eran gestionados como todas las demás colonias por sus nuevos colonizadores. En cuanto a la Sociedad de Naciones -esa «cocina de ladrones», como decía Lenin- no tenía nada más que decir al respecto.

El Kamerun alemán quedó así dividido en 1919. En el noroeste, dos pequeños territorios se añadieron a las posesiones del Imperio Británico, mientras que la mayor parte se convirtió en el Camerún francés. Privada de todo derecho democrático, la población indígena fue sometida a trabajos forzados. Las empresas francesas dominaron por completo la economía del territorio. Aceite de palma, plátanos, hule, cacao, etc. – todos estos recursos enriquecieron a la burguesía francesa, que también encontró importantes mercados en las colonias, que se convirtieron en los principales socios comerciales de Francia en la década de 1930.

Unión de los Pueblos de Camerún

La Segunda Guerra Mundial sacudió el imperio colonial francés. Su prestigio se vio minado por la derrota de 1940 y la ocupación nazi de Francia. Además, el líder de la «Francia Libre», Charles De Gaulle, prometió nuevos derechos a la población autóctona para ganarse el apoyo de las colonias durante la guerra.

Al final de la guerra, los resultados de estas reformas fueron irrisorios. Los pocos derechos concedidos permitieron a un puñado de indígenas privilegiados sentarse en la Asamblea Nacional de París. Pero, en general, la situación seguía siendo la misma. Las autoridades coloniales sometieron a la población a un control implacable y a una represión feroz. En septiembre de 1945, por ejemplo, estalló en Duala una huelga de ferroviarios que muy pronto adquirió carácter de movimiento de masas. Casi 100 personas murieron en la represión. Los huelguistas fueron incluso bombardeados desde el cielo.

En esa época se formaron «círculos de estudio marxistas» en las colonias francesas de África Occidental. Reunidos en torno a sindicalistas franceses, miembros del Partido Comunista Francés, los jóvenes trabajadores autóctonos descubrían las ideas del movimiento obrero europeo y debatían los problemas políticos de las colonias. En Camerún, el profesor Gastón Donnat organizó un pequeño círculo en el que participaron varios funcionarios indígenas. Donnat fue finalmente expulsado por la policía, pero de este círculo surgieron los líderes del principal movimiento político en la lucha por la independencia: la Unión de los Pueblos de Camerún (UPC).

La UPC se fundó oficialmente en 1948 y creció rápidamente, gracias sobre todo a sus estrechos vínculos con el movimiento obrero y los sindicatos cameruneses, de los que procedían la mayoría de los cuadros del partido, empezando por su principal dirigente: Ruben Um Nyobé. De 100 miembros en 1948, pasó a 7.000 en 1949 y a 14.000 en 1950. En la primera mitad de los años 50, contaba con casi 20.000 militantes cuyas actividades abarcaban casi todo el país.

Los «upecistas», como se les conocía, eran luchadores decididos y no dudaban en enfrentarse a la represión colonial, pero su programa era totalmente reformista. Su objetivo oficial era obligar a la potencia colonial a respetar los términos del mandato otorgado por la Sociedad de Naciones y confirmado por la ONU en 1946: preparar a Camerún para la independencia. Para conseguirlo, la UPC pretendía atenerse estrictamente al marco legal impuesto por el colonialismo francés, como demostración de seriedad y buena voluntad, y enviar quejas a la ONU, de la que esperaba una reacción positiva. La UPC pretendía superar todas las «divisiones ideológicas», es decir, de clase. La idea era unir a «todos los cameruneses» en la lucha contra el colonialismo. En 1953, Nyobé afirmaba que «los pueblos coloniales no pueden hacer la política de un partido, ni la de un Estado, ni, más aún, la de un hombre. Los pueblos coloniales hacen su propia política, que es la política de la liberación del yugo colonial». 

Esta ausencia de un punto de vista de clase claramente definido fue uno de los principales defectos de la política de la UPC. Ni la reforma agraria, que podría haber ayudado a movilizar a los campesinos más pobres pero habría enfadado a los jefes tradicionales, ni el control obrero en las pocas fábricas de Camerún estaban incluidos en su programa. 

La burguesía indígena

El primer obstáculo en el camino de la UPC fue su propia creencia, totalmente infundada, de que la ONU podía ayudar a los pueblos colonizados. Como la Sociedad de Naciones en su día, la ONU no es independiente de las clases sociales ni de las grandes potencias imperialistas. En consecuencia, las quejas de la UPC ante esta institución sólo suscitaron indiferencia o, en el mejor de los casos, protestas puramente verbales.

Las ilusiones de los dirigentes de la UPC sobre el papel de la ONU eran una prolongación de su negativa a adoptar un punto de vista de clase claramente definido. Pretendían situarse «por encima» de las clases sociales. Hay que decir que, en aquella época, este grave error estaba en consonancia con lo que los miembros estalinistas del PCF enseñaban en los «círculos marxistas» que organizaban en las colonias. La idea que subyacía a este error fue resumida muy bien por un teórico del PCF de la época, Yves Benot, en 1960: 

«La existencia del hecho colonial hace de la unidad en la lucha nacional una prioridad, por encima de las diferencias que puedan surgir en el seno de la nación colonizada… Mientras exista la dominación colonial, el proceso de diferenciación de clases queda necesariamente enmascarado y frenado por las exigencias de la lucha nacional, mientras que este proceso sólo puede acelerarse tras la independencia.»

En otras palabras, en nombre de las «reivindicaciones de la lucha nacional», la clase obrera camerunesa no debía tratar de dirigir esta lucha y darle un carácter socialista, sino que debía tratar de «unir a todos los cameruneses».

Esta política estaba en contradicción directa con la realidad objetiva. Contrariamente a lo que creía Yves Benot, la población autóctona estaba efectivamente dividida en función de las clases. Por ejemplo, para asegurar su dominio, el poder colonial se apoyaba en los llamados «jefes indígenas». Se suponía que eran líderes comunitarios «tradicionales», pero en realidad eran seleccionados por la administración colonial, que reconocía su autoridad y los convertía en sus agentes oficiales, favoreciendo a los que eran leales y sustituyendo a los demás. La división de clases entre los jefes y los campesinos pobres se vio así reforzada por la dominación francesa. 

También se desarrolló una pequeña clase obrera indígena, formada por los empleados de las pocas empresas modernas establecidas en las grandes ciudades como Duala y Yaundé, así como por los numerosos pequeños funcionarios de la administración colonial. Por último, el desarrollo del capitalismo en Camerún dio lugar a la aparición de una pequeña burguesía comercial, e incluso a la aparición de una embrionaria burguesía indígena, que sirvió de intermediaria al capital francés y ocupó los escaños concedidos a Camerún en la Asamblea Nacional francesa.

Estas clases sociales no tenían todas los mismos intereses. La pequeña burguesía indígena dependía totalmente del imperialismo francés, del que no deseaba separarse. Por su parte, los jefes tradicionales son radicalmente hostiles a cualquier idea de reforma agraria, sin la cual sería imposible sacar a la masa de campesinos de la pobreza. Así pues, la clase obrera y los campesinos pobres tenían que enfrentarse no sólo al régimen colonial, sino también a la fracción de la población indígena que se beneficiaba de él. Al intentar unir a todas estas clases en una lucha común, la UPC se estaba condenando al fracaso.

Revolución permanente

Esta situación no es exclusiva de Camerún. Se puede encontrar en todos los países en los que el capitalismo se desarrolló tardíamente y fue introducido desde el exterior, a través del influjo de capital extranjero. Fue para encontrar una solución a un problema similar en la Rusia zarista que el marxista León Trotski desarrolló su teoría de la «revolución permanente» en 1905. Como la burguesía rusa estaba a la vez sometida a los intereses de los inversores imperialistas, atada a los grandes terratenientes y dependiente del Estado zarista, no podía combatir seriamente a ninguno de ellos y sacar al país de su estado de atraso extremo.

Por lo tanto, explicó Trotski, la dirección de la revolución tenía que recaer en la clase obrera, que tenía que ganarse el apoyo del campesinado y, sobre esa base, tomar el poder. Entonces la clase obrera podría completar las tareas de la revolución democrático-burguesa: el derrocamiento del despotismo zarista y la concesión de derechos democráticos; la igualdad para las nacionalidades oprimidas en el imperio; la expropiación de la aristocracia terrateniente y la iglesia; y la distribución de la tierra al campesinado. Sin embargo, al tomar el poder, la clase obrera comenzaría inevitablemente a llevar a cabo las tareas de la revolución socialista, que sólo podrían consolidarse si la revolución se desarrollaba a escala internacional.

Adoptada por los bolcheviques en 1917, con las Tesis de Abril de Lenin, fue esta perspectiva la que condujo a la victoria de la Revolución Rusa. Sin embargo, fue completamente abandonada por la contrarrevolución estalinista en la URSS, que infectó a la Internacional Comunista con un enfoque oportunista y «etapista» de la revolución colonial. En todo el mundo, los partidos comunistas estalinizados ataron de pies y manos a los obreros avanzados a la supuesta burguesía «progresista» o «patriótica» de las colonias, con resultados desastrosos. 

Sin embargo, la teoría de la revolución permanente sigue siendo indispensable en todos los países sometidos al yugo del colonialismo o del imperialismo. La lucha por una auténtica liberación nacional era -y sigue siendo- inseparable de la lucha de clases y de la lucha por el socialismo. La historia de Camerún es una perfecta demostración de ello, pero trágicamente de manera negativa.

Represión feroz

Aunque las reivindicaciones y los métodos de la UPC eran muy moderados, la simple exigencia democrática de igualdad de derechos para nativos y colonos era, no obstante, un ataque directo al orden colonial. Además, la UPC también abogaba por el fin de la dominación francesa de África y proclamaba su solidaridad con la «heroica lucha» del pueblo vietnamita contra el colonialismo francés. Todo ello provocó la abierta hostilidad de la administración y los colonos franceses, así como de la capa privilegiada de la población indígena que se beneficiaba de la colonización y aspiraba a mantener el statu quo.

La UPC sufrió un acoso constante. Los locales del partido eran asaltados regularmente, sus archivos confiscados y sus activistas detenidos o apaleados cada vez que intentaban organizar un acto público. Las autoridades coloniales también orquestaron una campaña de propaganda sistemática contra el partido. Los sacerdotes católicos apoyaron esta cruzada contra el supuesto peligro «comunista y pagano».

Para debilitar al partido, la administración francesa no dudó en crear partidos autóctonos rivales de la UPC, que retomaban sus consignas independentistas pero les daban un contenido diferente: por ejemplo, estos partidos abogaban por la «independencia», pero sólo dentro de la «Unión Francesa», el nuevo disfraz oficial del imperio colonial francés tras la Segunda Guerra Mundial. Apoyados por las autoridades coloniales, estos partidos títere ganaron todas las elecciones rellenando urnas. En sus memorias, el funcionario colonial Guy Georgy se jactaba de haber lanzado la carrera política del futuro presidente camerunés Ahmadou Ahidjo: «Hice que le eligieran delegado en la Asamblea Territorial. Prácticamente conseguimos que la gente le votara metiendo papeletas en las urnas». Este simulacro de democracia era tanto más útil para las potencias coloniales cuanto que les permitía disponer de «representantes electos» del pueblo camerunés, de los que luego podían presumir en las asambleas de la ONU.

En estas condiciones, la UPC se radicalizó y, en 1955, exigió la independencia inmediata de Camerún, fuera de la Unión Francesa. A finales de mayo de 1955, después de que las manifestaciones de la UPC fueran prohibidas una vez más por las autoridades coloniales, estallaron disturbios en muchas ciudades, que fueron reprimidos ferozmente. La administración colonial aprovechó este pretexto para desatar una feroz campaña de terror contra la UPC. Sus oficinas fueron saqueadas e incendiadas en todo el país. Las autoridades también movilizaron a los jefes indígenas pro franceses, que crearon milicias para masacrar a los upecistas. En julio de 1955, la UPC fue prohibida oficialmente. Sus activistas y dirigentes, que habían escapado a las detenciones y los asesinatos, pasaron a la clandestinidad. Fue el comienzo de una guerra colonial que se desarrollaría en la sombra.

Guerra colonial

Mientras que la guerra de Argelia, que estalló a finales de 1954, aparece a menudo en las páginas de la prensa burguesa francesa, la represión de las guerrillas upecistas es ampliamente ignorada. Sin embargo, fue masiva. Sin apoyo material ni armas modernas, pero con un sólido apoyo popular en muchas regiones, la resistencia de la UPC fue perseguida sin piedad por el ejército y la policía franceses, así como por sus auxiliares cameruneses.

Como en Indochina (Vietnam) y Argelia, las fuerzas de represión tomaron como objetivo a la población civil para privar a la rebelión de su base de apoyo. Pueblos enteros fueron «desplazados», es decir, deportados. Al mismo tiempo, no se pasaron por alto los intereses económicos directos de los imperialistas: en ocasiones se obligó a las poblaciones desplazadas a trabajar para empresas francesas.

La tortura y las ejecuciones sumarias, a menudo seguidas de la exhibición pública de los cadáveres, se convirtieron en algo habitual. Tras ser asesinado por el ejército francés en 1958, el cadáver de Ruben Um Nyobé fue expuesto en su pueblo natal por las fuerzas francesas. En algunas regiones, sobre todo en el oeste del país, pueblos enteros fueron masacrados por el ejército francés y sus auxiliares. La represión se extendió incluso más allá de las fronteras de Camerún: uno de los líderes de la UPC, Felix Moumié, fue asesinado por los servicios secretos franceses en Ginebra. En total, la represión causó al menos decenas de miles de muertos, quizás hasta 200.000, e innumerables heridos.

A pesar de esta implacable represión, la rebelión de la UPC demostró una resistencia heroica y se mantuvo hasta principios de la década de 1960. Los últimos combatientes de la UPC no fueron «liquidados» hasta 1970, una década después de que Camerún obtuviera oficialmente la «independencia».

Fachada de independencia

En cuanto a la cuestión de la independencia, el imperialismo francés cambió su enfoque a partir de 1958. Frente al creciente número de movimientos de liberación nacional, optó por sustituir el control colonial directo por la dominación indirecta. La idea era simple: transformar las colonias africanas en pequeños Estados formalmente independientes, pero en realidad gobernados por déspotas pro-franceses. Su economía, defensa y política exterior estarían sujetas al control directo de Francia, bajo la apariencia de «cooperación» y «asistencia».

Concebida ya en 1956 bajo el nombre de «autonomía territorial», esta política adoptó varias formas sucesivas antes de culminar en 1960, cuando 14 territorios franceses de África se convirtieron oficialmente en países independientes. Pero la inmensa mayoría de ellos siguieron dependiendo por completo del imperialismo francés.

Los «asesores» franceses elaboraban sus presupuestos, dirigían sus ejércitos y supervisaban sus administraciones. Su moneda era impresa en París por la Banque de France. Los acuerdos secretos de defensa permiten a Francia intervenir militarmente cuando lo desea. Entre 1960 y 1990, las tropas francesas intervinieron casi 20 veces en el África subsahariana. Por supuesto, las empresas francesas fueron mimadas por los nuevos regímenes, que a cambio recibieron sobornos, algunos de los cuales acabaron en los bolsillos de los políticos franceses. Este fue el comienzo de lo que se ha dado en llamar «la Françafrique».

Camerún fue uno de estos 14 países formalmente independientes. En 1960, el político pro francés Ahmadou Ahidjo instauró una brutal dictadura. Bajo la dirección de asesores franceses, la policía y el ejército persiguieron a los opositores, empezando por los upecistas supervivientes. 

La situación de la UPC era tanto más difícil cuanto que su principal objetivo, la independencia, se había alcanzado formalmente. A falta de una perspectiva que fuera más allá de ese objetivo, y sin un programa socialista que hubiera podido contribuir a movilizar a los obreros y a los campesinos pobres contra la dominación de las empresas francesas y de los grandes terratenientes, el movimiento fue desapareciendo bajo los golpes del Estado.

Mientras tanto, en 1961, el imperialismo francés consiguió hacerse con parte de las antiguas colonias británicas. En nombre de la «unidad nacional», se anexionó la mitad del Camerún británico bajo la apariencia de la «República Federal de Camerún». Menos de una década después, se abolieron la mayoría de los derechos nacionales de la minoría anglófona y se revocó la autonomía del antiguo Camerún británico.

Perspectivas

Las lecciones de la guerra «olvidada» de Camerún nunca han sido más pertinentes. Hoy en día, la dominación del imperialismo francés sobre sus antiguas colonias está siendo cuestionada en toda África. Pero Francia sigue presente en Camerún. Las empresas francesas siguen saqueando las riquezas del país.

Las consecuencias de esta dominación imperialista son evidentes. Aunque Camerún es rico en tierras fértiles y recursos naturales (petróleo, cobalto, hierro, uranio, etc.), el 40% de su población vive por debajo del umbral de la pobreza, el 34% no tiene acceso al agua potable y casi el 65% está subempleado (en paro o en trabajos ocasionales y precarios).

El régimen de terror instaurado por Ahidjo en 1960 no desapareció con el final de su presidencia en 1982. Su sustituto, Paul Biya, ha mantenido su espíritu, si no su forma. En el poder desde hace más de 40 años, fue «reelegido» en 2018 tras obtener más del 70% de los votos en unas elecciones ampliamente amañadas. Esto no impidió que el entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drian, enviara a Biya sus «mejores deseos de éxito». Unos meses antes de este benévolo mensaje, el régimen de Biya había desencadenado una guerra civil -que aún colea- contra las poblaciones de las regiones anglófonas del país.

Así que la pregunta sigue siendo: ¿cómo puede liberarse Camerún de la dominación imperialista? La burguesía camerunesa, débil y totalmente corrupta, es incapaz de desafiarla, por no hablar de derrocarla. Vive esencialmente de las subvenciones que recibe de las empresas extranjeras y del saqueo de los presupuestos públicos. Es incapaz de oponerse seriamente ni al régimen de Biya ni a sus protectores imperialistas. Son parte integrante del régimen, alimentándose de las migajas del saqueo imperialista de los recursos de Camerún. 

Esto se refleja en el carácter de los partidos burgueses o reformistas de la oposición, incapaces de imaginar un futuro para Camerún fuera de la dominación imperialista. Desmoralizados por la larga y feroz dictadura de Paul Biya, los intelectuales cameruneses «progresistas» debaten si no sería preferible para Camerún, emancipándose de París, caer bajo la dominación del imperialismo chino o ruso.

En efecto, los imperialismos ruso y chino intentan desalojar al imperialismo francés de sus posiciones históricas en África Central, y lo están consiguiendo. En junio de 2021, el embajador francés en Camerún se quejaba de que «la cuota de mercado controlada por las empresas francesas en Camerún ha caído del 40% en los años 90 al 10% en la actualidad», porque China «ha estado dominando prácticamente todos los contratos de infraestructuras en Camerún». Pero esto no tiene nada que ver con una lucha antiimperialista. 

Las empresas chinas explotan a los trabajadores africanos tan despiadadamente como sus homólogas francesas, y cuando China presta dinero a los gobiernos africanos, es para construir infraestructuras destinadas a ayudar a su explotación imperialista del continente. Sustituir París por Moscú o Pekín no mejorará ni un ápice la situación de los obreros y campesinos cameruneses. 

Hoy, como antes de la independencia, la única salida para el pueblo camerunés es la revolución socialista. La clase obrera camerunesa sigue siendo la única fuerza social capaz de organizarse de forma independiente, reunir a todos los explotados y conducirlos a la victoria. Pero sólo si se organiza en un partido comunista independiente y revolucionario.

Esta perspectiva es inseparable del desarrollo de la revolución en el Golfo de Guinea en su conjunto, y en Nigeria en particular, que cuenta con la clase obrera más fuerte de la región. La crisis del capitalismo está desestabilizando el dominio capitalista en todo el mundo. En África, el viejo orden se está desmoronando a medida que un ambiente revolucionario recorre el continente. Armada con las lecciones del pasado, una nueva generación de comunistas debe hacer frente a las tareas que plantea la historia: la liberación de la opresión imperialista, la erradicación de la miseria y la emancipación socialista de todo el género humano.

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