El mito de Gramsci el «occidental». Hegemonía, guerra de movimiento y de posición: ¿qué queda de Gramsci en el «gramscismo»?

El 21 de enero de 2021 se conmemoró el centenario de la fundación del Partido Comunista de Italia. Para enmarcar este acontecimiento, publicamos la traducción de un artículo de  Francesco Giliani, que aborda los Cuadernos de la prisión de Antonio Gramsci y cómo se ha abusado del autor por parte de quienes reclaman hablar en su nombre. Puedes leer el original en italiano aquí.

«Los partidos estalinistas actuales son organismos conservadores, que quieren imponer su autoridad y liderazgo a priori, suprimiendo cualquier aceptación consciente y espontánea del principio de autoridad y dictadura dentro del partido y del movimiento obrero.

«En toda la obra de Gramsci y en todo el pensamiento revolucionario de Gramsci, los dos términos: libertad y dictadura, autoridad y conciencia no están nunca separados y opuestos formalmente, sino que encuentran un vínculo vivo y dialéctico, un vínculo que el partido comunista estalinizado ha destruido completamente, sustituyendo la concepción del comunismo crítico por una concepción burocrática e idealista de la dirección del partido».

(A. [Alfonso Leonetti], «Gramsci: L’ Ufficio del Partito», La Verità, Parigi, n. 2, abril 1934)

Introducción

El destino póstumo de Gramsci es un caso particular y discordante de embalsamamiento del pensamiento político de un comunista. Pocos de la izquierda lo critican, incluso entre los reformistas más inveterados. Suerte contraria a la de Lenin, tan intensamente presente en la formación gramsciana. Así, el «gramscismo» se ha convertido en una ideología reformista.

El debate interpretativo sobre el significado de los Quaderni del carcere (Cuadernos de la cárcel) es la clave para entender porqué Gramsci no ha sido purgado formalmente por los intelectuales y líderes de una izquierda que ha degenerado profundamente a nivel ideológico y se ha obsesionado, en las décadas posteriores, por el deseo de considerar «perros muertos» a su vez un Lenin «demasiado jacobino», un Marx «liberado de la utopía», un Engels «positivista», etc.

Los Cuadernos pocas veces se han leído por lo que son. Desde el período siguiente al final de la Segunda Guerra Mundial, han sido presentados y recopilados con mucho cuidado para acreditar culturalmente numerosos giros a la derecha de la política del PCI [1]. Desde el «giro de Salerno» de Togliatti de 1944, con el que el PCI abandonó el principio antimonárquico y entró en el gobierno de Badoglio, hasta el «compromiso histórico» con los demócratas cristianos propuesto por el entonces secretario del PCI, Enrico Berlinguer, en los años setenta. En aquellas circunstancias, cuando el grupo dirigente del PCI se presentaba de forma más abierta como el «partido de la nación» y no como una fuerza de clase, también crecía la necesidad de acreditar su posición de acuerdo con la tradición comunista, sobre todo para debilitar cualquier desbordamiento de masas por su izquierda. Era la «duplicidad» de Togliatti.

De todas formas, todavía en los años ochenta en las masivas manifestaciones del partido se cantaba a menudo un eslogan: «Viva el gran partido comunista / de Gramsci, Togliatti, Longo y Berlinguer». Incluso en el momento más álgido del largo viaje para acreditarse con la burguesía italiana como gestor «responsable» y racional de las contradicciones de la sociedad capitalista, el equipo de dirección del entonces PCI (Natta, Occhetto, D’Alema, etc.) nunca condenó a Gramsci. Como máximo, podía pasar que Gramsci, en medio de ríos de elogios, fuera descrito como «demasiado fundamentalista», tal como hizo Alessandro Natta, entonces secretario del PCI, en 1987 [2]. Esto se mantuvo incluso después de la disolución del PCI y del nacimiento del Partido Demócrata de Izquierda (1991) e incluso después de la fundación del PD (2007).

Todavía hoy, en el Comité de Sabios de la Fundación Gramsci podemos encontrar políticos reformistas y liberales ex PCI, que serán recordados por las políticas contra los trabajadores y la privatización de los bienes públicos y del Estado del Bienestar que han llevado a cabo en las últimas décadas. ¿Algunos nombres? Pierluigi Bersani, Gianni Cuperlo, Massimo D’Alema, Vasco Errani, Piero Fassino, Anna Finocchiaro, Giorgio Napolitano, Achille Occhetto, Ugo Sposetti, Aldo Tortorella, Livia Turco, Walter Veltroni, Luciano Violante …

Los intelectuales orgánicos de la dirección del PCI consideraron a Gramsci como «cosa suya». Siempre fueron «justificadores» ante las contradicciones más evidentes entre los escritos del comunista sardo y la línea adoptada en las décadas siguientes por el PCI. Incluso historiadores de un cierto valor, como Paolo Spriano, defendieron encarnizadamente la continuidad entre Gramsci y Togliatti, incluso a costa de dejar de lado temporalmente el uso de un método de investigación riguroso [3]. Un ejemplo de esta tendencia, política y psicológica al mismo tiempo, fue la respuesta evasiva de los intelectuales del PCI cuando, en la conferencia organizada en 1977 por el 40º aniversario de la muerte de Gramsci, académicos del área socialista (Norberto Bobbio, Massimo Salvadori) rasgaron parcialmente el velo sobre Gramsci, que se había sido convertido en el «noble padre» del «compromiso histórico», pidiendo al PCI que abandonara al comunista sardo por ser inconciliable con la vía reformista de Enrico Berlinguer. Pero en ese momento todavía había una capa consistente de duplicidad en el PCI: ciertas cosas se hacían, pero no tenían que decirse.

Tras el colapso del estalinismo en 1989-1991, los «gramscianos» de la academia tomaron el relevo de los «gramscianos» de la órbita del PCI, a menudo los últimos se convirtieron en los primeros. Gramsci se transformó plenamente en un intelectual con rasgos académicos. Un sacerdote del poder taumatúrgico del lenguaje y la escritura. El comunista Gramsci, un hombre de partido y vinculado a las vanguardias obreras de Turín, el único que conocemos, quedó eclipsado por un intelectual etéreo capaz de refinar el marxismo -que, entre los académicos, se considera burdo a priori- en un instrumento sofisticado de análisis cultural, naturalmente sin ningún objetivo de transformación revolucionaria de la realidad, y todavía menos de relación con la clase obrera.

Esta operación político-cultural, para decir la verdad, ya tuvo una poderosa anticipación en los años sesenta y setenta, cuando el archipiélago académico del «marxismo occidental» [4] convirtió a Gramsci en una de sus referencias, frente al «marxismo oriental», una forma de pensamiento por definición de las áreas socioeconómicas atrasadas de las que el mejor intérprete habría sido Lenin, o una esencia llamada» leninismo», pero en realidad calcada del estalinismo y obsesionada con tomar el poder sólo con la fuerza militar. La tesis, que debió parecer original para muchos «buscadores de novedades», ya había sido formulada en sus líneas esenciales por el reformista socialista Filippo Turati y por la socialdemocracia internacional entre finales de los años 1910 y principios de los años veinte.

En resumen, salvar a Gramsci de Lenin y de la Revolución de Octubre ha sido, durante décadas, el grito de batalla de multitud de intelectuales y profesores situados de manera diversa en el campo de la izquierda reformista, a menudo antiguos estalinistas pero también de origen «movimentista».

La interpretación de los conceptos gramscianos de hegemonía y del binomio guerra de posición / guerra de movimiento constituye, en la reflexión sobre los Cuadernos, el punto focal utilizado para la transformación de Gramsci en un vago y refinado defensor de una lucha democrática y cultural para transformar la sociedad capitalista desde dentro, y quizás también el alma humana. Pero este Gramsci, “el suyo”, un verdadero reformista, no existió nunca. A pesar de todas las fluctuaciones y todos los errores de Gramsci, siempre se mantuvo como un comunista.

Al frente del partido: Gramsci entre la «bolchevización» y las Tesis de Lyon (1924-1926)

Para una comprensión completa de las tesis presentadas por Gramsci en los Cuadernos, es particularmente necesario recordar su evolución política en los años inmediatamente anteriores a su detención. Nos referimos, en particular, al período (1924-1926) durante el cual Gramsci estuvo al frente del joven Partido Comunista de Italia (PCd’I).

En junio de 1923, Gramsci creyó aún necesario hacer un bloque junto con la izquierda de Amadeo Bordiga contra la derecha del partido dirigida por Angelo Tasca, que creía que expresaba una tendencia a la liquidación y la conciliación con los líderes reformistas de la CGL (el sindicato mayoritario, NdT). Aunque nunca adoptó una visión coincidente con la de Bordiga, Gramsci se opuso, junto con la dirección del PCd’I, al frente único y al eslogan del gobierno obrero y campesino, a las principales elaboraciones tácticas del III y IV Congreso de la Internacional Comunista (IC).

No obstante, ya en aquella época, Gramsci tenía una cierta comprensión de los límites de una política basada únicamente en la propaganda y en la esperanza de que el partido se pudiera beneficiar de la decepción de los trabajadores con las políticas reformistas del PSI y de los líderes de la CGL. Además, la pasividad política del PCd’I bordiguista durante la crisis del régimen político liberal era evidente, por ejemplo en el abstencionismo con motivo del auge del movimiento «Arditi del popolo» [5]. La IC, en varias ocasiones, criticó duramente el mero propagandismo de la sección italiana.

La dirección del PCd’I, que defendía el principio del abstencionismo en las elecciones, sólo por disciplina internacional había aceptado participar en las elecciones, pensadas para la IC leninista como foro de propaganda para las ideas revolucionarias. Por otra parte, Bordiga y sus seguidores rechazaron en principio cualquier táctica que, con el objetivo de ganar a la mayoría de los trabajadores organizados, incluyera la posibilidad de una unidad de acción para promover objetivos parciales con otras organizaciones políticas del movimiento obrero.

La IC criticó duramente esta línea, condensada en las tesis de Roma, aprobadas en el II Congreso Nacional del partido celebrado en 1922. En una carta de marzo de 1922 del Presidium de la IC al Comité Central del PCd’I, inspirada por Trotsky y Radek, se lee:

«Invitamos al PCI a luchar por la disolución de la Cámara para establecer un gobierno obrero. Al establecer un programa mínimo para las demandas que debe llevar a cabo el gobierno obrero, los comunistas deben declararse dispuestos a formar un bloque con el partido socialdemócrata y darle apoyo, en la medida que defienda los intereses de la clase trabajadora. Si el PSI acepta, comenzarán las luchas que pasarán del terreno parlamentario a otros campos. Esta es la respuesta a la objeción según la cual el eslogan del gobierno obrero no significa nada más que una combinación parlamentaria. Si el PSI rechaza nuestra propuesta, las masas se persuadirán de que les hemos mostrado un camino concreto y que, por el contrario, el PSI no sabe qué hacer». [6]

Finalmente, en septiembre de 1923, Gramsci abandonó su oposición a la política del frente único y a la consigna del gobierno obrero y campesino [7]. Su estancia en Moscú, donde pudo confrontarse sistemáticamente con los líderes bolcheviques, incluido Trotsky, jugó sin duda un papel en este cambio de posición.

Pocos meses después, fue más allá y reconoció un valor universal a las tácticas del frente único, y no limitadas a ciertas áreas geográficas o socioeconómicas del planeta:

«En primer lugar, porque la concepción política de los comunistas rusos se formó a nivel internacional y no nacional; en segundo lugar, porque en la Europa central y occidental el desarrollo del capitalismo ha determinado no sólo la formación de grandes estratos proletarios, sino que también ha creado un estrato superior, la aristocracia obrera con sus anexos de burocracia sindical y grupos socialdemócratas. La determinación, que en Rusia fue directa y lanzó a las masas en la calle al asalto revolucionario, en Europa central y occidental se complica con todas estas superestructuras políticas, creadas por el mayor desarrollo del capitalismo, y hace que la acción de las masas sea más lenta y prudente y, por tanto, demanda al partido revolucionario toda una estrategia y tácticas mucho más complejas y largas que las que fueron necesarias para los bolcheviques en el período comprendido entre marzo y noviembre de 1917.»[8]

Esta evolución de Gramsci hacia las posiciones del bolchevismo tuvo lugar en un momento concreto. Primero, en diciembre de 1923 comenzó la batalla de la Oposición de Izquierda de Trotsky contra la burocratización del partido y del Estado soviético. Como reacción, se formó un bloque entre Zinoviev, Kamenev y Stalin.

Gramsci también demostró estar al corriente del aspecto ideológico del debate en curso en la URSS, que oponía Trotsky a la doctrina antimarxista del «socialismo en un solo país» formulada por Stalin en enero de 1924. Al principio, Gramsci también parecía demostrar una cierta simpatía por las tesis de la oposición:

«Se sabe que en 1905 Trotsky ya creía que se podía producir una revolución socialista y obrera en Rusia, mientras que los bolcheviques sólo tendían a establecer una dictadura política del proletariado aliado a los campesinos, que sirviese como armazón para el desarrollo del capitalismo, que no debía ser afectado en su estructura económica. También se sabe que en noviembre de 1917 (…) Lenin y la mayoría del partido se habían pasado a la concepción de Trotsky y tenían la intención de cambiar no sólo el gobierno político, sino también el gobierno industrial.»[9]

Los conflictos estallaron también en la IC. Tras el fracaso de la insurrección de octubre de 1923 en Alemania, Trotsky previó una relativa estabilización del capitalismo. En cambio, las predicciones de Stalin y Zinoviev, que no reconocían la derrota sufrida en Alemania, eran de una revolución inminente. Al V congreso de la IC, junio de 1924, se excluyó la aplicación de la táctica del frente único, a excepción de su aplicación en forma de ultimátum «desde abajo»:

«La táctica del frente único adquiere su significado más apropiado cuando se crea el frente único bajo el liderazgo comunista entre obreros comunistas, socialdemócratas y obreros sin partido de la fábrica, en el comité de empresa, en el sindicato» [10].

En la práctica, esto suponía una invitación a los trabajadores socialistas a dejar su partido. El frente único se redujo así a un ultimátum ineficaz y los líderes reformistas podían presentarlo a los trabajadores que todavía los seguían como una especie de engaño inventado por los comunistas.

En aquellos años tumultuosos de revolución y contrarrevolución, los acontecimientos se sucedieron a un ritmo infernal. En la primavera de 1924, tras el asesinato del diputado del Partido Socialista Unitario (PSU) [11] Giacomo Matteotti por sicarios fascistas bajo las órdenes de Mussolini, el país entró en una fase de fuerte lucha política. Las masas entraron en fermento y todavía los fascistas no habían consolidado su ascenso al poder.

Casi al mismo tiempo, la IC situó al frente del partido a Gramsci y a un pequeño grupo de cuadros que maduró con él desde los años del «bienio rojo» [12]. Aquel grupo dirigente, aunque minoritario en el partido, fue puesto al mando por una maniobra de la IC, incapaz de discutir políticamente con la dirección bordiguista. Aquel acto constituyó una ruptura con la tradición política leninista de los primeros años de la Internacional Comunista. En cierto sentido, fue el bautizo, en Italia, de los métodos zinovievistas que dominaron la fase de la llamada «bolchevización» de los partidos comunistas. A pesar de su nombre, la «bolchevización» no fue ciertamente la asimilación de lecciones de la historia del bolchevismo y de la Revolución Rusa, sino más bien una tendencia a resolver cuestiones políticas recurriendo a medios organizativos. Fue una etapa, la primera, de la degeneración de la IC.

La prueba de que el grupo de Gramsci era clara minoría dentro del partido se manifestó en la conferencia extraordinaria de Como, celebrada en mayo de 1924. Estaban presentes los secretarios interregionales y provinciales y los miembros del Comité Central. Había 3 documentos en discusión: uno de la derecha de Tasca, uno del centro presentado por Gramsci y uno de la izquierda firmado por Bordiga. A favor de Bordiga votaron 33 secretarios provinciales de 45, 4 secretarios interregionales de 5, el representante de la juventud comunista y un miembro del Comité Central (CC). Tasca obtuvo el voto de cinco secretarios provinciales, un interregional y cuatro miembros del CC. Gramsci la de 4 secretarios provinciales y 4 miembros del CC.          

Aquel voto deslegitimaba el centro de Gramsci. Después de un resultado así, Gramsci y los suyos no pensaron en cuestionarse nada, considerando la imposibilidad de dirigir un partido comunista sin una línea compartida por el cuerpo militante. Por otra parte, esto estaba en consonancia con el método de construcción de los grupos dirigentes defendido por Zinoviev, entonces secretario de la IC. Mantenido en el tiempo, este método de liderazgo sólo puede facilitar el desarrollo de una burocracia dentro del partido.

Trotsky definió la «bolchevización» en estos términos:

«La «bolchevización» de 1924 tenía un carácter absolutamente caricaturesco. Se apuntaba con una pistola a la sien de los miembros de los órganos de dirección de los PC exigiéndoles que tomaran una posición sobre las divergencias en el PC de la URSS; se les exigía que, sin información, sin debate, tomaran una posición inmediata y definitiva sobre las diferencias existentes en el PC de la URSS. Con ello, sabían de antemano que de la posición adoptada dependía de si podían permanecer o no en la Internacional Comunista.»[13]

El partido italiano se reorganizó directamente desde Moscú. Después del V congreso de la Internacional, el CC se aumentó hasta 17 miembros: 9 del centro del partido, 4 de la derecha y 4 «terzini”, o miembros de una corriente del PSI liderado por Giacinto Serrati que en aquel año se fusionó con el PCd’I. Se dejó fuera a la izquierda de Bordiga.

En abril de 1925 nació un Comité de Coordinación para vincular todos los elementos de la corriente de izquierdas. El centro del partido se enfureció y eliminó a todos sus miembros de sus posiciones de dirección. Bruno Fortichiari, entre otros, fue destituido como secretario de la federación de Milán. Las posiciones divergieron aún más cuando Bordiga se posicionó abiertamente por la Oposición en el debate en la URSS, en un artículo titulado «La cuestión de Trotsky» que, escrito en febrero de 1925, fue bloqueado durante meses por la dirección del partido y publicado después por «L’Unità» sólo en julio. En esta disputa, Gramsci se posicionó junto con la mayoría del partido soviético. En un informe al CC del febrero de 1925, afirmaba:

«La moción también debería decir cómo las opiniones de Trotsky y sobre todo su actitud representan un peligro, ya que la falta de unidad del partido en un país donde sólo hay un partido divide el Estado. Esto produce un movimiento contrarrevolucionario; lo que no significa, sin embargo, que Trotsky sea un contrarrevolucionario: en ese caso deberíamos pedir su expulsión». [14]

¿Cómo actuó en la crisis Matteotti de 1924-1925, aquel PCd’I dirigido por Gramsci y en proceso de «bolchevización»? El abandono de las tácticas del frente único decidido por el V congreso de la IC provocó errores y desbarajustes.

En primer lugar, la iniciativa estaba en manos de las fuerzas liberales y reformistas. El 14 de junio, los diputados de los partidos de la oposición decidieron dejar de participar en los trabajos parlamentarios y formaron el Comité de la Oposición. Comenzó el Aventino, es decir, el boicot al trabajo parlamentario combinado con un llamamiento al rey para frenar el ascenso del fascismo. En este bloque, formado por la mayoría de las oposiciones burguesas, además de maximalistas y reformistas, el PCd’I también participó en un principio. El Comité de la Oposición era un movimiento democrático y legalista. Por miedo a las acciones de masas, rechazó la propuesta comunista de una huelga general: el rey y el poder judicial deberían destituir a Mussolini, pero no tenían la más mínima intención y no lo hicieron.

El grupo parlamentario del PCd’I abandonó aquel comité y, cuando la CGL anunció una huelga de 10 minutos el 27 de junio, los comunistas fueron los únicos que llamaron a una huelga general durante todo el día.

Después de dejar el bloque Aventino, el PCd’I utilizó sin miedo la tribuna parlamentaria, pero en general adoptó una posición incierta. Su consigna: «¡Fuera el gobierno de los asesinos!», no dejaba claro qué gobierno debía sustituir al fascista. Esta indecisión, de hecho, tendía la mano al Comité de la Oposición.

La evolución posterior se materializó el 15 de octubre de 1924, en la propuesta del CC de lanzar la fórmula del «anti-parlamento», es decir, transformar el Aventino en una asamblea parlamentaria de la oposición:

«El Partido Comunista cree que la reunión de los grupos parlamentarios de la oposición en una asamblea convocada en base al reglamento parlamentario, como Parlamento opuesto al Parlamento fascista, tendría un valor muy diferente de la abstención pasiva porque ampliaría la crisis y volvería a poner en marcha a las masas, condición esencial para una lucha efectiva contra el fascismo. Por lo tanto, invita a la oposición a convocar esta asamblea.»[15]

La propuesta fue naturalmente rechazada por todas las demás partes. La propuesta lanzada por el PCd’I intentó huir de la pasividad del Aventino, pero lo hizo con una formulación que se abría a la colaboración entre los partidos que representaban clases diferentes y antagónicas; además, esta unidad, si se hubiera conseguido, no habría hecho desaparecer las ilusiones de las masas en la opción democrática, ni habría separado los trabajadores que seguían el PSI y el PSU de sus líderes.

El mismo otoño, el PCd’I lanzó campañas nacionales para fortalecer la Asociación Nacional de Defensa entre los Campesinos, liderada por el partido y contraria a Federterra, una organización de masas dirigida por los socialistas. En las fábricas, se practicó la misma línea de actuación a través de los Comités de Agitación para la Unidad Proletaria, de hecho alternativos a los sindicatos existentes. El fracaso de estos dos intentos de un frente único «desde abajo» fue una oportunidad perdida, al menos para acercar un sector de las masas socialistas. Estas, de hecho, fueron mantenidas pasivas con dificultades por la línea «aventiniana» de capitulación ante los liberales practicada por sus líderes.

La propuesta de un «anti-parlamento», sin embargo, se continuó reivindicando, incluso en las tesis de Lyon de 1926, como ejemplo de aquellas «soluciones intermedias a los problemas políticos generales» que el partido debería haber utilizado en el terreno agitativo para «poder establecer un puente hacia las consignas del partido» [16]. Si, formalmente, la formulación del problema era sustancialmente correcta, la confusión surgió en su aplicación y se amplió con el enfoque de la táctica seguida por los bolcheviques hacia el gobierno de Kerensky con motivo del intento de golpe de Kornilov (agosto de 1917) [17].

En junio de 1925, cuando Mussolini había recuperado el control de la situación, el PCd’I propuso la confusa consigna de una «Asamblea republicana basada en los comités de trabajadores y campesinos». La fórmula fue criticada por Trotsky, tanto en la correspondencia con el grupo bordiguista Prometeo como con Pietro Tresso, Alfonso Leonetti y Paolo Ravazzoli, los tres miembros del Buró Político de PCd’I expulsados ​​en 1930 por trotskistas:

«Ustedes me recuerdan que entonces critiqué la fórmula «Asamblea republicana basada en los comités de trabajadores y campesinos», una fórmula lanzada entonces por el partido comunista italiano. Me recuerdan que esta fórmula sólo había tenido un valor totalmente episódico y que actualmente se ha abandonado. Sin embargo, quiero explicarles porqué considero que esta fórmula es errónea o al menos equívoca como fórmula política. La «Asamblea Republicana» constituye innegablemente un organismo del Estado burgués. ¿Qué son los «Comités de Trabajadores y Campesinos»? es evidente que de alguna manera son un equivalente de los soviets obreros y campesinos. Entonces hay que decirlo. Como organismos de clase de las masas obreras y campesinas pobres, tanto si los llaman soviets o comités, constituyen seguramente organizaciones de lucha contra el Estado burgués para convertirse después en organismos insurreccionales y finalmente ser transformados, tras la victoria, en organismos de la dictadura proletaria ¿Cómo es posible en estas condiciones que una asamblea republicana – el órgano supremo del Estado burgués – tenga como base los organismos del Estado proletario?»[18]

Estas oscilaciones se acompañaron, en la parábola gramsciana, con una acomodación con la declinación más tendente al oportunismo de la línea impulsada por Zinoviev y Stalin en la IC. El caso del Comité Anglo-Ruso, formado entre los sindicatos rusos y británicos con el objetivo de crear un escudo protector adicional para la URSS, lo demostró claramente.

De hecho, incluso después de la traición de la huelga general de mayo de 1926 por parte de los líderes sindicales británicos, Gramsci creyó que se debía salvaguardar este bloque:

«Creo que, a pesar de la indecisión, la debilidad y, si se quiere, la traición de la izquierda británica durante la huelga general, se debería mantener el Comité Anglo-Ruso porque es el mejor terreno para revolucionar no sólo el mundo sindical inglés, sino también los sindicatos de Amsterdam.»[19]

Trotsky, en cambio, criticó a la dirección del PCUS y de la IC ya que, en mayo de 1926, «era necesario seguir el ritmo de las fuerzas más activas del proletariado británico y, en ese momento, romper con el “General Council” como traidor a la huelga general». [20]

Marcado por la «cicatriz» de la llamada bolchevización, en 1925-1926 el PCd’I todavía no era un partido estalinizado. Lo acreditan las tesis preparadas para el III congreso, celebrado clandestinamente en enero de 1926 en Lyon, Francia.

Cabe señalar que aquellas tesis, que obtuvieron el 90% de los votos de los delegados contra el 10% de la izquierda, también se impusieron con métodos organizativos y burocráticos. Por ejemplo, todos los miembros que no votaban por la izquierda, se contaban como votos para la dirección.

Sin embargo, algunos puntos estratégicos fundamentales para un partido comunista revolucionario fueron fuertemente defendidos en estas tesis.

La tesis número 4, por ejemplo, aclaró la naturaleza de la futura revolución italiana y su principal motor:

«El capitalismo es el elemento predominante en la sociedad italiana y la fuerza dominante para determinar su desarrollo. De este hecho fundamental se deriva la consecuencia de que en Italia no hay otra posibilidad de revolución que la revolución socialista. En los países capitalistas, la única clase que puede llevar a cabo una transformación social real y profunda es la clase trabajadora». [21]

Las perspectivas igualmente correctas sobre el movimiento de masas que podría haber derribado al fascismo definían una línea opuesta al «giro de Salerno» impuesto al partido por Stalin y Togliatti en 1944:

«La posibilidad de derribar el régimen fascista por la acción de grupos antifascistas autodenominados democráticos sólo existiría si estos grupos consiguiesen, neutralizando la acción del proletariado, controlar un movimiento de masas hasta el punto de poder frenar su desarrollo. La función de la oposición democrática burguesa, por otra parte, es colaborar con el fascismo para evitar la reorganización de la clase trabajadora y la realización de su programa de clase. (…) la oposición podrá volver a protagonizar la defensa del régimen capitalista sólo cuando el movimiento fascista no consiga evitar el desencadenamiento de los conflictos de clase y el peligro de una insurrección proletaria y de su soldadura con una guerra campesina sean graves e inminentes». [22]

Este papel de defensa del régimen capitalista, en 1943-1948, será asumido no sólo por las corrientes burgueses liberales, sino también –y esto fue decisivo para desorientar y desviar el empuje revolucionario de las masas– por los líderes del PCI y del PSI. Este peligro, identificado en las Tesis de Lyon por el posible crecimiento de una «tendencia de derechas» en el partido, también se comprendió y anticipó, aunque ciertamente no fuera posible predecir en 1926 el alcance que tendría durante 1943-1948:

«La misma compresión que ejerce el fascismo tiende a alimentar la opinión de que, dado que el proletariado no es capaz de derribar rápidamente el régimen, es una táctica mejor la que conduce, si no a un bloque burgués-proletario para la eliminación constitucional del fascismo, a una pasividad de la vanguardia revolucionaria, a una no-intervención activa del partido comunista en la lucha política inmediata, para permitir a la burguesía utilizar al proletariado como masa de maniobra electoral contra el fascismo. Este programa incluye la fórmula que el Partido Comunista debe ser la «izquierda» de una oposición de todas las fuerzas que conspiran para derrocar al régimen fascista. Es la expresión de un profundo pesimismo sobre las capacidades revolucionarias de la clase trabajadora». [23]

La misma fórmula de gobierno obrero y campesino, tal como fue redactada por el IV congreso de la IC de 1922, se puso finalmente en el foco, al menos en términos teóricos:

«Todas las agitaciones particulares que lleva a cabo el partido y las actividades que realiza en todas las direcciones para movilizar y unificar las fuerzas de la clase trabajadora deben converger y resumirse en una fórmula política fácil de comprender para las masas y que tenga el máximo valor de agitación hacia ellas. Esta fórmula es la del «gobierno obrero y campesino». Señala, incluso a las masas más atrasadas, la necesidad de la conquista del poder para la solución de los problemas vitales que les interesan, y proporciona el medio para llevarlas al terreno que pertenece a la vanguardia proletaria más avanzada (Luchar por la dictadura del proletariado). «[24]

En este caso, sin embargo, la práctica fluctuante del partido durante la fase de la crisis Matteotti tiene su origen en una cierta confusión en la definición concreta de esta consigna. La tesis, de hecho, continuaba así:

«En este sentido, es una fórmula de agitación, pero no se corresponde con una fase real del desarrollo histórico, excepto de la misma manera que las soluciones intermedias a que se refería el número anterior [el “antiparlamento»], para continuar después con una definición general más correcta y precisa:

«La realización de esta [fórmula de agitación del gobierno obrero y campesino] de hecho no puede ser concebida por el partido excepto como el comienzo de una lucha revolucionaria directa, es decir, de la guerra civil dirigida por el proletariado en alianza con los campesinos, para la conquista del poder. El partido podría verse conducido a serias desviaciones de su tarea de liderar la revolución si interpretara el gobierno obrero y campesino como correspondiente a una fase real de desarrollo de la lucha por el poder, es decir, si considera que esta consigna señala la posibilidad de que el problema del Estado se resuelve en interés de la clase obrera en una forma que no sea la de la dictadura del proletariado». [25]

Legadas por la línea seguida durante la crisis de Matteotti, en las tesis de Lyon se mantuvieron algunas referencias no del todo claras sobre el partido republicano, definido como pequeñoburgués, pero asimilado a los maximalistas del PSI y a los «unitarios» del PSU entre las formaciones a considerar en una política de frente único [26].

En el terreno organizativo, la «bolchevización» había dejado una huella más marcada. De hecho, las tesis del centro gramsciano prohibieron en la práctica las fracciones, abriendo el camino al posterior monolitismo estalinista (32).

La centralización y la homogeneidad del partido requieren que no haya grupos organizados en su interior que asuman el carácter de una fracción. La existencia y la lucha de fracciones son de hecho inconcebibles con la esencia del partido del proletariado, porque rompen la unidad abriendo el camino a la influencia de otras clases «[27]).

La principal tragedia del Congreso de Lyon radica, por tanto, en la aprobación de posiciones políticas que asumen en gran medida los rasgos esenciales de la línea de los cuatro primeros congresos de la IC, pero en un momento «equivocado», porque coincide con la primera fase de la degeneración burocrática de la IC. Este último proceso marcaría inevitablemente el futuro del PCd’I.

Lo mismo se podría decir, a nivel de la trayectoria personal, para Gramsci. Dramáticamente, cuando rompió con la concepción de extrema izquierda de Bordiga, los acontecimientos de la URSS y de la IC crearon un obstáculo para que se acercara a las posiciones de Lenin y Trotsky.

Esto se vería, en octubre de 1926, en el contenido de la carta que Gramsci, en nombre del Buró Político del PCd’I, envió al CC del partido ruso. Temía la escisión del PCUS, pero atribuyó la eventual responsabilidad a la Oposición Unificada, nacida como resultado de la convergencia entre la Oposición de Izquierda, la tendencia «Centralismo Democrático» y el grupo de Zinoviev y Kamenev que había roto con Stalin [28]. Incluso se hizo responsable a la Oposición del uso instrumental que hizo el régimen fascista de las divisiones del Partido Comunista Soviético [29].

Sobre las cuestiones fundamentales del debate político, la postura de Gramsci era clara, incluso más que en el pasado, a favor de la corriente de Stalin:

«Ahora declaramos que consideramos que la línea política de la mayoría del Comité Central del Partido Comunista de la URSS es fundamentalmente correcta y que en este sentido se pronunciará la mayoría del partido italiano, sin duda, si se hiciera necesario avanzar en la cuestión. (…)

Repetimos que nos impresiona el hecho de que la actitud de la oposición critique toda la línea política del Comité Central, tocando el corazón mismo de la doctrina leninista y de la acción política de nuestro partido de la Unión. Se cuestiona el principio y la práctica de la hegemonía del proletariado, son las relaciones fundamentales de alianza entre obreros y campesinos las que se perturban y se ponen en peligro, es decir, los pilares del Estado obrero y de la revolución.»[30]

La Oposición, para Gramsci, no explicaba correctamente el problema de la hegemonía del proletariado en la sociedad soviética y no habría sido capaz de aprender de la clase obrera la necesidad, a veces, de sacrificar sus «intereses corporativos» para mantener » la hegemonía». Resumió su condena a la corriente que luchaba contra la degeneración burocrática del régimen surgido a partir de “Octubre» así:

«En la ideología y la práctica del bloque de las oposiciones, renace plenamente toda la tradición de la socialdemocracia y del sindicalismo, lo que ha impedido hasta ahora al proletariado occidental organizarse como la clase dominante». [31]

La solicitud, en la parte final de la carta, de emplear clemencia hacia los líderes de la oposición [32] fue juzgada por Togliatti como una concesión excesiva a la oposición, pero ciertamente no puede ser suficiente para otorgar a Gramsci una licencia de anti-estalinismo.

Para Togliatti, atribuir incluso «un poco de error también al Comité Central» se habría resuelto «para el total beneficio de la Oposición» [33] y esto habría sido un error imperdonable.

Amargado por la carta de Togliatti, especialmente por sus tonos, Gramsci, sin embargo, escribió que estaba dispuesto a hacer una nueva concesión, insertando su frase de condena al principio de la carta, antes de la sección sobre los riesgos inherentes a la posible escisión del partido Comunista Soviético [34]. Además, reiteró que «las oposiciones representan en Rusia todos los viejos prejuicios del corporativismo de clase y del sindicalismo que pesan sobre la tradición del proletariado occidental y que retrasan su desarrollo ideológico y político» [35].

Unas semanas después de esta correspondencia, Gramsci perdió su libertad personal a manos del régimen fascista. En el momento más álgido de su madurez política, se llevó a la prisión todos los signos de la fase de «bolchevización».

Gramsci en la cárcel y la historia del PCI

En el 10º Plenario del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (IC), celebrado en julio de 1929, el giro aventurero asociado a la teoría del «social-fascismo» le estalló en la cara al PCI. En el análisis de la IC, ahora en proceso de estalinización, la socialdemocracia y el fascismo se convirtieron en dos «estrellas gemelas». Este cambio supuso, por ejemplo, el absoluto rechazo de los líderes del Kommunistische Partei Deutschlands (KPD, Partido Comunista de Alemania) a organizar cualquier tipo de frente único con el Partido Socialdemócrata contra el ascenso de los nazis.

Volviendo a 1929, en el PCd’I Togliatti adaptó rápidamente la línea del partido a las directivas estalinistas. Esto dio lugar a la perspectiva de una inminente desintegración del régimen fascista y a un verbalismo revolucionario completamente separado de la realidad, incluido el rechazo de cualquier consigna democrática. Gramsci, en la cárcel de Turín, expresó un vehemente desacuerdo con la nueva línea de ultraizquierda que sentía como un «puñetazo en los ojos». En la hipótesis del derrumbe del fascismo, que para Gramsci no era inminente, insistió en la necesidad de adoptar reivindicaciones democráticas, como la de la Asamblea Constituyente, en la perspectiva de un interludio burgués-democrático provocado por la debilidad del partido revolucionario.

Después de la guerra, la presentación unilateral de esta posición gramsciana sin las referencias necesarias al debate internacional permitió al grupo dirigente de Togliatti interpretarla como una anticipación de la política reformista seguida por el PCI con el «giro de Salerno».

Además, Gramsci fue utilizado como recurso indispensable para presentar al PCI como el partido que llevaba la antorcha de la cultura nacional y democrática italiana. Los Cuadernos se convirtieron en un «producto acabado» a incluir en el desarrollo a largo plazo de la cultura italiana, eliminando completamente la tormenta mundial en la que se formó Gramsci y que le llevó a tomar decisiones claras entre guerras, revoluciones y contrarrevoluciones. Y todo ello llevó a pasar por encima de las notas que, en forma críptica, trataban cuestiones controvertidas sobre el desarrollo de la Unión Soviética en los años treinta.

Pero el hecho de que hubiera habido desacuerdos entre Gramsci y el partido lo demuestra sobre todo el completo silencio sobre él en las publicaciones oficiales del PCI desde junio de 1931 hasta diciembre de 1933.

Contrariamente a lo que dijo Togliatti en su obituario [36], en el que no faltó una repugnante referencia a «Trotsky puta del fascismo», Gramsci en la cárcel no mostró ningún interés por el pensamiento de Stalin y no solicitó ninguno de sus libros a las autoridades de la prisión. Y, ciertamente, no aprendió ruso para leer las obras de Stalin, como afirmó grotescamente Togliatti. Al contrario, según el testimonio del ex diputado del PCd’I Ezio Riboldi, compañero de prisión de Gramsci en Turín en la primera mitad de 1930, comentó con esta reflexión el fideísmo con que el Cuarto Congreso del partido había aceptado la perspectiva estalinista de una caída en breve del fascismo en Italia, acompañado del crecimiento en línea recta de la revolución proletaria:

«Hay que tener presente que los hábitos mentales de Stalin son muy diferentes de los de Lenin. Lenin, que vivió en el extranjero durante muchos años, poseía una visión internacional de los problemas políticos y sociales: algo que no se puede decir de Stalin, que siempre se ha quedado en Rusia, conservando la mentalidad nacionalista que se expresa en el culto a los «Grandes Rusos». Incluso en la Internacional Stalin es primero ruso y después comunista: debemos estar atentos». [37]

Esta observación, que obviamente no se puede verificar categóricamente, penetra en la estrechez nacional de la formación política de Stalin y tiene una importancia considerable, sobre todo porque demostraría la superación de la admiración expresada por Gramsci en varias ocasiones, incluso antes de su prisión, sobre un supuesto realismo «nacional» de Stalin [38].

Pero la elogiosa necrológica escrita por Togliatti no sorprende. De hecho, con el giro del VII congreso de la IC, en agosto de 1935, hacia la política de los frentes populares, alianzas entre clases en las que los partidos comunistas se subordinaron a una fracción de la burguesía, podemos ver los primeros signos de cambio en la gestión pública de la figura de Gramsci. En un artículo de Ruggiero Grieco en Lo Stato Operaio, el mensual teórico del partido, Gramsci se presentaba como un gran intelectual y un «gran italiano». Esta idea no ha parado de circular. Una de sus numerosas consagraciones en Italia fue la conferencia académica celebrada en Cagliari en 1967 por el 30º aniversario de la muerte de Gramsci.

Las laboriosas y pesadas reinterpretaciones de Gramsci fueron el producto de la constante duplicidad del grupo dirigente del PCI, en tensión entre su política reformista y sus orígenes revolucionarios, vivos en la memoria colectiva de los explotados hasta los años ochenta, e incluso más allá. Presionados por la intelectualidad democrática sobre la necesidad de romper con Gramsci como referencia política del momento, los líderes del PCI siempre mostraron cierta resistencia. Incluso Giorgio Napolitano, miembro de la corriente de derecha del partido, los Miglioristi, se opuso a la solicitud de ruptura con el Gramsci «político» formulada por Mondo Operaio, la revista teórica del entonces partido socialista italiano [39].

Unos años más tarde, en el artículo «Adiós a él y a Turati» [40], Lucio Colletti, que había ya apagado su joven ardor revolucionario, pero que aún no había entrado en Forza Italia, fue más allá e hizo explícito –con la franqueza que se podía permitir quién ya no debía defender ninguna formalidad, porque se había pasado con armas y bagajes a la burguesía– que las decisiones del PCI se situaban, en la práctica, a una distancia enorme de Gramsci. Aldo Schiavone intervino para dar una mano a Colletti (los tiempos para un giro hacia el campo social adverso también maduraron en la intelectualidad ligada al PCI) y escribió sobre una insuficiencia total del Gramsci «político». Gramsci, argumentó Schiavone, debía ser relanzado sólo a nivel cultural para convertirlo en un autor clásico de la historia de las doctrinas políticas. Como si fuera un Nicolás Machiavelo o un Thomas Hobbes.

El «Gramsci de Togliatti»

Los “Cuadernos de la cárcel” se publicaron por primera vez en Italia en 1951. Eliminado el conflicto entre Gramsci en la cárcel y el partido estalinizado, su figura se utilizó conscientemente para presentar al PCI como partido «nacional» y obtener la acreditación de un amplio sector de intelectuales de origen no comunista. La operación sobre los Cuadernos se convirtió en crucial.

Había que centrarse en el mártir antifascista y en el hombre –con referencias al Risorgimento– todo ello aislado de sus decisiones políticas. Esto ya lo hizo la primera edición de las “Cartas desde la Cárcel”, publicada en 1947, cuidadosamente censurada por Felice Platone, un secuaz de Togliatti. Había cancelado cualquier referencia cordial de Gramsci a Bordiga, Trotsky, Rosa Luxemburgo e incluso a figuras menores, como Lucien Laurent, que no gustaba a Stalin. Pero sólo los Cuadernos, presentados de manera fraudulenta como un producto terminado, permitieron un salto cualitativo en la momificación de Gramsci. Togliatti tenía a su disposición un conjunto de notas que, por muy desorganizadas y fragmentarias que fueran, fueron divididas en bloques y propuestas como una teoría completa.

Sobre el concepto de hegemonía, Togliatti forzó las cosas hacia una interpretación cultural pero se mantuvo prudente y afirmó una continuidad entre Lenin y Gramsci. En ese momento, el PCI todavía prestaba juramento al pensamiento, a su vez embalsamado y distorsionado, de Lenin y no era aconsejable crear contrastes entre dos «Santos» de este nivel.

El discurso, sin embargo, cambió con el concepto de guerra de posición. Sobre este terreno, la reinterpretación de Gramsci comenzó con el PCI de Togliatti. La ocasión, de hecho, fue golosa. Un Gramsci que oponía rígidamente la “guerra de posición” en la construcción lenta del bloque social anticapitalista, a la “guerra de movimiento”, es decir, la prevalencia de la ofensiva abierta contra la burguesía, se adaptaba perfectamente a la estrategia gradualista adoptada por el PCI, la llamada “democracia progresiva” aplicada con celo de hierro ya durante la Resistencia. La guerra de posición se presentó como la imagen teórica de la política del PCI de la posguerra. Gramsci se convirtió, !sin poder oponerse!, en el «noble padre» de esta política.

El paciente trabajo de un ayuntamiento conquistado por el PCI o de una cooperativa «roja», «casamata» «gramsciana» del PCI dentro del capitalismo, se podía contraponer a la supuesta veleidad de aquellos que consideraban catastrófico emprender el camino de la «vía italiana», parlamentaria y pacífica hacia el socialismo, adoptada por el 8º congreso del PCI en 1956. Incluso el Estado, Constitución en mano, debía ser conquistado y vaciado de su esencia reaccionaria desde dentro, enviando cada vez más diputados y senadores a Roma y centrando en el parlamento la actividad del partido. Esta estrategia de inserción en el Estado burgués había sido seguida por el PCI de Togliatti desde el «giro de Salerno» y una lectura instrumental de los Cuadernos ayudó a combatir a todos aquellos que la criticaban, ya sea por experiencia política personal o colectiva o porque habían leído con la mente abierta el “Estado y la Revolución” de Lenin, un texto que siempre ha sido detestado por los reformistas.

Sin embargo, es correcto preguntarse si realmente había puntos débiles en los Cuadernos, utilizados por los epígonos para abrir brechas y basar su revisionismo. Para empezar este trabajo, es suficiente con seguir las citas preferidas de los comentaristas togliatianos y del mismo Togliatti. Se encuentra así, en uno de los primeros volúmenes de las Notas de la cárcel de Gramsci, publicado por Einaudi, la siguiente consideración inspirada en la introducción de Marx a su “Crítica de la economía política” de 1859, citada abundantemente por Togliatti y posteriormente torcida exageradamente en un sentido gradualista:

«Hay que moverse en el marco de dos principios: 1) que ninguna sociedad se fija objetivos para la solución de los cuales no existan las condiciones necesarias y suficientes, o no estén al menos en proceso de aparición y desarrollo; 2) que ninguna sociedad se disuelve y se puede sustituir si no ha desarrollado todas las formas de vida implícitas en sus relaciones». [41]

¿Hay, en este pasaje, espacio para forzar una interpretación del paso del capitalismo al socialismo que respete mecánicamente la fase de varios siglos de transición de la Europa feudal a la burguesa [42]?

En Occidente, según Gramsci, el Estado no se podía reducir a su aparato represivo central porque a su alrededor existían una serie de «fortificaciones», «trincheras» y «casamatas» de la burguesía, a veces estratificadas a lo largo de los siglos. En general, por tanto, Gramsci creía que en Occidente el proletariado encontraría una resistencia mayor y debería realizar una larga guerra de posición en torno a las «casamatas» de la sociedad capitalista. Hasta ahora, nada de cuestionable. ¿Qué no cuadra, pues? Que Gramsci no haya aclarado si en Occidente el proletariado debería poder conquistar el poder de la misma manera que la burguesía, que había crecido políticamente al frente de la sociedad después de una larga fase de erosión de la supremacía económica de la nobleza, o más bien después de haber desintegrado el feudalismo desde dentro. Sugerir este paralelo o no hacer explícita su insuficiencia –como quizá es el caso de Gramsci– ¿significaría aludir a la posibilidad de que el proletariado imponga su modo de producción y su visión del mundo sin guerra de movimiento, es decir, sin ruptura revolucionaria?

Más allá de ciertos límites, el paralelismo con la transición a la sociedad burguesa no aguanta teóricamente y presenta distorsiones. Mientras de hecho, la burguesía era como la nobleza una clase propietaria y, por tanto, pudo coexistir junto a los señores feudales, en algunos casos durante varios siglos, el proletariado es una clase no propietaria, de hecho la primera clase no propietaria que se ha fijado la tarea de la conquista del poder y de la abolición de la propiedad privada. Al respecto Riccardo Guastini escribió sobre esto en los años setenta:

«Finalmente, incluso sin olvidar que estamos ante las notas de un preso y no de un programa de partido, no se puede dejar de notar el silencio absoluto de Gramsci en un punto crucial de la estrategia política: el momento (el cuándo y el cómo) de la ruptura revolucionaria. Después de la conquista de la hegemonía y sus aparatos, después del cerco del poder central, ¿aún será necesaria la destrucción (más o menos violenta, pero ciertamente no sin dolor) de los aparatos políticos de la burguesía? ¿O deberíamos esperar una implicación automática, una caída espontánea del resto de fortificaciones del capital? Gramsci calla sobre todo esto. Por este motivo Stefano Merli habló de la doctrina gramsciana como una «teoría de la revolución sin revolución «, es decir, sin ruptura revolucionaria y sin poder obrero». [43]

Por tanto, el problema surge en la asimilación de la respectiva posición estructural de la burguesía y del proletariado. La extensión del concepto crea problemas. Muchos intérpretes de Gramsci escribieron que la tesis más original del comunista sardo era la idea de que en una formación social capitalista la clase trabajadora podía ser hegemónica culturalmente, antes de convertirse en la clase políticamente dominante. La idea es un absurdo.

Pero Gramsci distingue con exactitud la hegemonía política que debe ejercerse hacia la clase media, potencialmente una clase aliada, y la coerción hacia las clases opuestas tras la conquista del poder. La hipótesis de Stefano Merli sobre una «teoría de la revolución sin revolución», por tanto, también contiene elementos de exageración.

Para llegar al fondo de la cuestión, la posición del proletariado es estructuralmente diferente (riqueza, educación, tiempo libre, etc.) de aquella burguesía de la época de la Ilustración que podía elaborar su propia cultura dentro del Ancien Régime. Por eso si se utiliza el término hegemonía para ambos, puede surgir confusión. Esta confusión, presente también en Gramsci en las notas de los Cuadernos sobre el jacobinismo, permitió los posteriores ajustes de su pensamiento para llegar a basar la posibilidad de la asunción de la hegemonía «cultural» por parte de la clase trabajadora, es decir la dirección de la sociedad, sin la conquista del poder político y la transformación de la estructura. Esta operación también tuvo éxito porque Gramsci, en los Cuadernos, parece que daba por hecho el axioma de los primeros cuatro congresos mundiales de la Internacional Comunista sobre la necesidad histórica del uso de la fuerza en el derribo del Estado burgués, una premisa a la que se oponían políticamente la mayoría de sus comentaristas posteriores. Gramsci, sin embargo, nunca cuestionó este principio, incluso si en los Cuadernos no apareció excepto en notas marginales. Para confirmarlo, hay que destacar la crítica de Gramsci a Croce por su exaltación unilateral del momento «consensuado y ético» de la historia europea, en detrimento del momento militar y de la fuerza. Por lo tanto, es cuestionable construir interpretaciones sobre la indeterminación presente en los Cuadernos gramscianos con la hipótesis de que la plena hegemonía del proletariado pueda preceder cronológicamente, en el proceso revolucionario, a la conquista del poder político.

En cuanto al concepto en cuestión, la historia de las revoluciones ha proporcionado respuestas bastante claras y coincidentes. ¿Qué nos enseña, entre otras cosas, el estudio cuidadoso de la Rusia soviética durante los años de la guerra civil, cuando incluso después de la conquista del poder el partido bolchevique chocó repetidamente con elementos de corporativismo presentes en las secciones más profesionalizadas de la clase trabajadora – por ejemplo, los trabajadores del ferrocarril todavía influenciados por los mencheviques – y el Ejército Rojo tuvo que enfrentarse, tanto política como militarmente, a bandas de campesinos que no querían saber ni de Blancos ni de Rojos?

La cuestión es que, mientras el capitalismo se ha afirmado espontáneamente y se ha reproducido de forma ampliada dentro de los poros de la sociedad feudal, no se construirá una economía socialista «a pedazos» ni con las «islas liberadas» que se sumarán las unas a las otras. Además, estos «pedazos», nacidos en momentos de crisis particular del sistema y de fuerza del movimiento, nunca han conseguido convivir durante mucho tiempo, como una isla feliz, con formas económicas capitalistas dominantes apoyadas por el Estado que se mantiene burgués. Ya sabemos, por la historia del PCI o del Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD, Partido Socialdemócrata de Alemania) a dónde nos lleva una época de «hegemonía» liderada por un partido cada vez más presente en los gobiernos, apoyado por un sindicato cada vez más «responsable» y por la base económica de las cooperativas cada vez más potente y más integrada en el sistema bancario, de seguros y financiero.

Pero la guerra de posición, necesaria según Gramsci para desgastar al adversario incluso en el campo de la hegemonía, para él nunca supuso la aceptación de las reglas del juego democrático burgués ni la confianza en la evolución en sentido proletario de las instituciones liberales. En Gramsci no hay ninguna perspectiva de una conquista pacífica de consenso que conduzca a una nueva gestión – «desde abajo» o «participativa» como podamos llamarla – de las instituciones burguesas. Nicola Badaloni se quejó, desde el punto de vista del PCI de Berlinguer, observando que Gramsci «no llega a pensar en la democracia como un lugar político general de la transición histórica». Sin embargo, como siempre afirma Badaloni, no se trata de una «devaluación soreliana de la democracia» [44], sino simplemente de la adhesión de Gramsci a la concepción marxista del Estado y de la revolución.

Paralelamente a la espesa cortina de humo de los Cuadernos, era necesario para la dirección del PCI que el Gramsci del periodo 1919-1926 fuera conocido lo menos posible. Era el Gramsci de las tesis sobre los consejos de fábrica como célula de la sociedad comunista y sobre todo el Gramsci participando plenamente en el debate de la Internacional Comunista antes de su degeneración nacional-reformista del periodo estalinista. Un Gramsci, por tanto, demasiado poco nacional y constitucional. Había que olvidar que Gramsci, en pleno Bienio Rojo, sabía escribir:

«La clase obrera no se preocupa por el hecho que el Estado burgués se deshaga, sino que contribuye al hecho con toda su fuerza, de hecho es la única que realmente tiende a «salvar» al país y evitar la catástrofe industrial: pero para el cumplimiento de esta misión quiere todo el poder». [45]

Aquel Gramsci nunca será digerible por el reformismo: su prosa, en efecto, no emana un suspiro patriótico sobre lo que Italia podría haber sido y no fue. Ni siquiera piensa en eliminar los defectos del desarrollo de la sociedad italiana en el contexto del capitalismo, sino, al contrario, piensa utilizar también los defectos de un capitalismo atrasado para derribarlo.

Si se observa el plan de publicación de Editori Riuniti, la editorial del PCI, se verá que los escritos políticos gramscianos de 1919-1926 recibieron poca atención. La primera edición, incompleta, se publicó sólo en 1973. Esta desproporción en el estudio de Gramsci todavía existe y revela persistentes temores y ambigüedades.

El «Marxismo occidental» y Gramsci: un interludio decisivo

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la democracia burguesa, principalmente gracias al boom económico, vivió momentos relativamente más estables en los países capitalistas avanzados que en la fase histórica anterior. Este hecho tiene un vínculo con el desarrollo del llamado marxismo occidental. De hecho, en el ámbito intelectual, las relaciones menos ásperas entre las clases y la consolidación en el campo de los trabajadores de la socialdemocracia y del estalinismo favorecieron y alimentaron una escisión entre la teoría académica y la militancia política.

Numerosos profesores que se consideraban marxistas comenzaron a utilizar un lenguaje cada vez más cifrado, lejos de la clase de la que se había buscado la emancipación. En este entorno, Gramsci se convirtió en un punto de referencia indiscutible, sus escritos en prisión se transformaron en una prefiguración de la situación social y política de los treinta años de la posguerra en Europa, en EEUU y Japón. Este sentimiento fue amplificado por un pesimismo hacia la capacidad de emancipación de la clase obrera. Un pesimismo que, sin embargo, no había caracterizado a Gramsci.

El mismo Gramsci lo reiteró, reflexionando sobre la función de su propia experiencia política en tiempos de reflujo, precisamente en los Cuadernos:

«Algo ha cambiado fundamentalmente. Y lo puede ver. ¿Qué? Antes, todo el mundo quería ser labrador de la historia, jugar un papel activo, cada uno tener una parte activa. Nadie quería ser el “abono” de la historia. Pero, ¿se puede labrar sin abonar antes la tierra? Por lo tanto, debe existir el labrador y el “abono”. En abstracto, todo el mundo lo admitía. Pero en la práctica, “abono” por “abono” tanto valía dar un paso atrás, volver a la oscuridad, a la indistinción. Algo ha cambiado, porque hay quien se adapta «filosóficamente» a ser “abono”, que sabe que debe ser y se adapta. Es como la cuestión del hombre a punto de morir, como se suele decir. Pero hay una gran diferencia, porque el punto de morir es un acto decisivo que dura un instante, en cambio, en la cuestión del “abono”, la cuestión dura mucho tiempo y se repite cada momento. Sólo se vive una vez, como se dice, la personalidad de cada uno es insustituible. No se presenta, para jugarla, una elección espasmódica, en un instante, en el que todos los valores se aprecian al instante y se debe decidir sin demora. Aquí el aplazamiento es de cada momento y la decisión se debe repetir en cada momento. Por lo tanto, se dice que algo ha cambiado. Ni siquiera se trata de vivir un día como un león o cien años como una oveja. No se vive como un león ni un minuto, al contrario: se vive como sub-ovejas durante años y años y se sabe que hay que vivir así. La imagen de Prometeo que, en lugar de ser atacado por el águila, es devorado por parásitos. Job lo han podido imaginar los judíos: Prometeo sólo lo podían imaginar los griegos; pero los judíos eran más realistas, más despiadados y también dieron más evidencia a su héroe». [46]

El pesimismo y el cinismo de muchos intelectuales fueron alimentados, después de la guerra, por la derrota de la extensión de la revolución, particularmente en los países capitalistas avanzados, y por la consolidación del estalinismo. Pero tampoco era ajeno a las características sociológicas de aquel grupo. También hay que señalar que en Europa el estalinismo pareció a muchos intelectuales fascinados por el marxismo como la única encarnación política obrera dotada de sentido, independientemente de las opciones políticas personales que podían ser de adhesión, como en el caso de Althusser, de apoyo crítico a lo Sartre, o de rechazo y aislamiento a lo Marcuse [47].

Pero la ruptura histórica fue profunda. Desde los días de la Segunda Internacional, incluso líderes socialistas nacionales o internacionales con formación intelectual habían mantenido una cierta unidad entre teoría y práctica. Pero el nacimiento del Instituto de Investigación Social de Frankfurt, fundado en 1923 por el austro-marxista Karl Grunberg como institución afiliada a la Universidad de Frankfurt, fue una novedad, aunque la colaboración con el Instituto Marx-Engels de Moscú aún se mantuviera. Hasta entonces, incluso líderes obreros fuertemente en conflicto, como Karl Kautsky y Rosa Luxemburgo, despreciaban a los «profesores socialistas» (Kathedersozialisten) que evitaban los cargos del partido para enseñar en la universidad.

En 1930 Grunberg fue sustituido por Max Horkheimer, a quien le faltaba experiencia política concreta: su discurso inaugural se centró en la reforma escolar, su dirección sancionó el abandono del materialismo histórico y el cierre de la revista de historia del movimiento obrero. La adaptación a los gustos culturales del mundo académico se acentuó con el exilio en EEUU, tras la toma del poder de Hitler en 1933. Después de la guerra, los reconocimientos académicos en la pro-occidental República Federal de Alemania y la despolitización de los estudios siguieron de la mano, hasta la apología del capitalismo por parte de Horkheimer en 1970. Adorno continuó siendo más ajeno a la política. Marcuse, en posiciones más radicales pero aislado de una fuerza política marxista, terminó teorizando la integración de la clase obrera en el mecanismo consumista y la imposibilidad del pensamiento socialista de conectarse a la praxis del proletariado contemporáneo en cualquier país capitalista avanzado.

Esta deriva, por supuesto, también fue favorecida por el entorno asfixiante que había en los partidos estalinistas. Se censuró la investigación libre: se podían salvar, y no siempre, reflexiones alejadas de los problemas cruciales de la estrategia revolucionaria.

La característica básica del «marxismo occidental» fue su separación de la lucha revolucionaria, que terminó convirtiéndose en hostilidad hacia la misma. El silencio de los prolíficos «marxistas occidentales» sobre el funcionamiento de la economía capitalista, sobre la naturaleza del Estado burgués y, en general, sobre los problemas de la estrategia revolucionaria, no es casual. Esta corriente intelectual se dirigió con decisión hacia la filosofía, a su vez inmersa en el pantano del subjetivismo.

El marxismo se redujo así a un discurso interminable e intrincado sobre el método, una obsesión epistemológica, una exaltación para la lectura de los manuscritos marxistas de 1844, publicados en Moscú en 1932, en un recorrido intelectual que reproducía, invirtiéndolo, el itinerario de Marx. La obsesión más común era la de buscar antes de Marx un punto de observación para revelar el «verdadero» carácter de la obra de Marx, combinado con un rechazo superficial de los escritos filosóficos de Engels. En resumen, en los «marxistas occidentales» no había rastro de la marxiana Tesis n.º 11 sobre Feuerbach; la interpretación del mundo no parecía servir al propósito de cambiarlo de arriba a abajo. La actividad teórica se convirtió en una disciplina esotérica, contaminada por un tecnicismo expresivo y lingüístico que sigue creciendo todavía hoy.

En ausencia de un polo de clase revolucionario, la atracción principal, incluso en los cíclicos propósitos de «retorno a Marx», era ejercida por la cultura burguesa.

Por todo ello se entiende que el Gramsci de los Cuadernos, con su análisis de lo que Engels habría definido los niveles más altos de la superestructura, fue el icono de los «marxistas occidentales». Pero Gramsci, a diferencia de ellos, había estudiado el problema de la superestructura, indicando en su grado de autonomía una cuestión a investigar en relación con el derribo de la estructura social capitalista. Si, seguramente, los «marxistas occidentales» se han apoyado en parte en ciertas debilidades de las notas gramscianas de los Cuadernos, pero Gramsci no puede incluirse entre sus «padres espirituales».

Falsa conciencia del «academicismo gramsciano»

Los «gramsciologos» contemporáneos [48] deformaron Gramsci más de lo que lo hizo Togliatti junto a Vacca, Ragionieri, Badaloni, Gruppi y compañía. Por supuesto, la reciente obra de «despolitización» del pensamiento gramsciano no habría sido posible si durante unas décadas el estalinismo italiano no hubiera moldeado con infinita paciencia y enormes medios a su alcance un Gramsci a imagen y semejanza de los enrevesados giros del PCI.

Cayendo en lo grotesco, ciertas afirmaciones intelectuales confundieron incluso al sanguinario –pero ciertamente no muy inteligente– dictador chileno Pinochet, que llegó a afirmar que «La doctrina del comunista Antonio Gramsci es el marxismo en una forma actualizada… es peligrosa porque penetra en la conciencia de las personas y sobre todo en la conciencia de los intelectuales». [49] Es una tesis bastante imaginativa. De hecho, en el uso académico de Gramsci, hay muy pocas trazas de subversión. La tendencia dominante es distinguir a Gramsci del marxismo, desvinculándolo de la tradición revolucionaria de la que formaba parte. Gramsci es presentado en términos bien resumidos por Emanuel Saccarelli «como el sofisticado marxista occidental (no culpable del reduccionismo atribuido a una imprecisa y “vulgar» ortodoxia), como el teórico competente de la superestructura (que ya se desvía hacia este giro cultural y lingüístico adoptado por grandes secciones del mundo académico contemporáneo), o, quizás más sorprendentemente, como el incesto teórico de un giro posmarxista». [50]

A veces, esta reinterpretación de Gramsci no mantiene absolutamente el sentido de la proporción. Sobre todo cuando se ve obligada a explorar el Gramsci político. Así, por ejemplo, la influyente académica Anne Showstack Sassoon describió al gobierno de Tony Blair como un «proyecto gramsciano» en un volumen dedicado al ascenso del New Labour y a Tony Blair como el «príncipe moderno» gramsciano de la época contemporánea [51]. Polvo de estrellas…

Otros reputados intérpretes de Gramsci como Vacca, Cornel West o Adam Przeworki pertenecen o han pertenecido a aquella tradición socialdemócrata contra la que Gramsci luchó toda su vida, incluso durante los años de prisión. Pero en los estudios de esta gente queda poco de la oposición de Gramsci al reformismo.

Partiendo de la eliminación de Gramsci como cuadro político se entiende la fijación de los académicos en los escritos gramscianos que consideran más familiares, en detrimento del periodismo político, de los informes de los congresos o de las circulares del partido. Los escritos de la prisión, en cambio, pueden parecer más familiares para un académico, incluso si esto se debe principalmente a las trágicas condiciones en que se produjeron: aislamiento político (incluso de la mayoría de los presos políticos del PCd’I), censura fascista y, en una determinada etapa, declive físico y desánimo humano. Convierten a Gramsci en una figura que él mismo habría ridiculizado, en un intelectual resignado o confiado en el poder corrosivo de la crítica cultural.

Han separado la producción carcelaria de Gramsci de sus decisiones políticas. Sus diferencias con el partido y la IC han sido utilizadas para desarrollar la idea de que Gramsci, al final de su vida, había dado un paso atrás en la militancia revolucionaria para convertirse en nada más que un brillante académico, un «teórico crítico» sobre el que escribir libros y encargar tesis doctorales. Como observa Saccarelli, en las universidades «leemos Gramsci de la manera que leeríamos, por ejemplo, Michel Foucault. Brennan identifica el origen de la mayoría de los errores en esta operación. Se ignora la característica de revolucionarios, de intelectuales de partido como era Gramsci». [52]

El temperamento de Gramsci y las reflexiones, incluso amargas, provocadas por la decepción por la evolución del partido y de la Internacional a la que había dedicado su vida consciente, las han convertido en el abandono de las ideas. Un Gramsci renegado para ser aceptado fuera de la familia comunista. Pero Gramsci nunca buscó la manera de abandonar la militancia política. La misma ruptura con el partido, en la cárcel, no fue el prólogo del acercamiento hacia otras tendencias políticas.

Libre de vínculos políticos con el movimiento obrero, la última generación de «gramsciólogos» se ha podido dedicar a la transfiguración del concepto de hegemonía. Al aceptar tácitamente la interpretación de Togliatti de la guerra de posición como la única estrategia adecuada al Occidente capitalista y no como una variante táctica complementaria de la guerra de movimiento, los «gramsciólogos» parten de la premisa no demostrada que en Gramsci el concepto de hegemonía se desvincula de la perspectiva de toma de poder por parte de la clase trabajadora. En esencia, Gramsci, durante los largos años de prisión, habría meditado sobre el entusiasmo de los años veinte y entendió que la revolución era un fenómeno sólo posible en el Oriente «atrasado». Otra variante de la distorsión del concepto de hegemonía es la que asume el obrerismo de Mario Tronti. Como bien señala Alessandro Giardiello, en efecto:

«Con la autonomía del político, el obrerismo descubrió el uso obrero del capital y del poder. La clase obrera era poder: según Tronti, el error de la socialdemocracia no era pensar que la máquina del Estado capitalista se podía manejar, sino estar subordinada a su iniciativa. «Dentro del trabajo, debe nacer una nueva jerarquía, no de los valores, sino de los poderes, de una distribución diferente de la fuerza en el terreno de la política directa».

Se proponía pues la hipótesis de una alianza de productores y una nueva NEP (Nueva Política Económica), una gestión de la economía capitalista bajo el liderazgo político de los trabajadores que utilizaban la máquina estatal (burguesa) para derrotar el atraso de la sociedad italiana, promover la reforma estatal y volver a poner en marcha el desarrollo». [53]

Volviendo a Gramsci, no nos interesa saber si preveía el aplazamiento del asalto revolucionario mundial al capitalismo por un período superior al previsto por Lenin, Trotsky, Bordiga (esta última hipótesis, sin embargo, sería difícil de sostener) o por cualquier otra persona !A quién le importa! eso vienen ganas de exclamar. La conocida tesis académica que hay que identificar y contrastar es que la reflexión de la prisión sobre la derrota del movimiento obrero incapaz de oponerse al auge del fascismo, se hubiese extendido a la necesidad de redefinir la misión histórica del proletariado. En los escritos gramscianos del periodo 1921-26 nada sugiere esta tesis. Al contrario, la pluma de Gramsci vibra en denunciar las responsabilidades políticas subjetivas e incluso la cobardía personal de los reformistas al frente del PSI y de la CGL.

Desligado de la lucha de la clase obrera por la emancipación de sí misma y de la humanidad, el concepto de hegemonía se convierte en una esencia espiritual. Una vez que las relaciones de poder y dominación entre las clases han desaparecido, los «gramsciólogos» divagan durante miles de páginas sobre temas como la «reforma intelectual y moral» y las maravillas de la lucha cultural.

Las páginas de Gramsci sobre el concepto de hegemonía dicen otra cosa. Ante todo, hay que señalar que la teoría de la hegemonía no se expone de manera sistemática sino que se dispersa y se divide en decenas de notas históricas, políticas y literarias. Con este concepto, Gramsci indica una parte integral de la dominación de clases o la supremacía ideológica de una clase sobre las otras mediante aparatos específicos (Iglesia, partidos, familia, diarios, escuela, universidad). La hegemonía indicaría lo que integra la dictadura en el sentido estricto, es decir, los aparatos represivos del Estado. Por razones de estudio, Gramsci separa artificialmente los dos elementos y analiza específicamente el llamado momento de la hegemonía. Por lo tanto, los intelectuales son analizados por Gramsci como los «dependientes» de la clase dominante para el ejercicio de la dominación cultural-ideológica. Nada de los Cuadernos nos lleva a considerar el Estado otra cosa que «todo el complejo de actividades teóricas y prácticas con que la clase dominante no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que consigue obtener el consentimiento activo de los gobernados» [54 ].

Incluso el proletariado, para Gramsci, debe tener sus propios intelectuales para difundir su concepción del mundo. Su lugar de agrupación debe ser el Partido Comunista. Sin partido, ninguna clase es capaz de conquistar posiciones hegemónicas. En Gramsci no hay ningún flirteo hacia una capa intelectual progresista separada de la clase trabajadora.

Gramsci y Trotsky: hegemonía, frente único y Asamblea Constituyente a la sombra del «social-fascismo»

El Gramsci de los Cuadernos poseía una cualidad preciosa a los ojos del estalinismo. Algunos juicios bastante negativos, aunque bastos e imprecisos, sobre Trotsky están diseminados en los Cuadernos.

En varios puntos de los Cuadernos Gramsci acusa a Trotsky de «cadornismo político» [55], es decir, prever la acción política siempre y por principio a la ofensiva, sin poder adaptar su reflexión política a la concreción de los altibajos de la lucha de clases. Este presunto límite está relacionado, por Gramsci, con la teoría trotskista de la revolución permanente, que ha sido objeto de ataques por parte de la restauración estalinista desde enero de 1924. A continuación, Gramsci:

«§ Pasado y presente. Transición de la guerra maniobrada (y del ataque frontal) a la guerra de posición también en el campo político. Esta me parece la cuestión más importante de la teoría política, planteada por la posguerra y la más difícil de resolver correctamente. Está ligado a las preguntas planteadas por Bronstein [Trotsky], que de una manera o de otra se puede considerar el teórico político del ataque frontal en un período en que sólo es causa de derrota.»[56]

Sobre el mismo tema, fundamental para la reflexión del Cuaderno, Gramsci se explica a sí mismo. Dada la importancia del pasaje, lo citamos extensamente:

«§ Guerra de posición y guerra maniobrada o frontal. Queda por ver si la famosa teoría de la permanencia del movimiento de Bronstein no sea el reflejo político de la teoría de la guerra maniobrada (recordemos la observación del general cosaco Krasnov), en última instancia, el reflejo de las condiciones generales-económicas-culturales-sociales de un país en que los marcos de la vida nacional son embrionarios y relajados y no pueden convertirse en una «trinchera o fortaleza». En este caso se podría decir que Bronstein, que aparece como «occidentalista», era en cambio un cosmopolita, es decir, superficialmente nacional y superficialmente occidental o europeo. En cambio, Ilici era profundamente nacional y profundamente europeo. (…)

Me parece que Ilici [Lenin] había entendido que era necesario un cambio de la guerra maniobrada, aplicada victoriosamente a Oriente en 1917, en la guerra de posición que era la única posible en Occidente, donde, como observa Krasnov, los ejércitos podían acumular en un espacio corto cantidades infinitas de municiones, donde los cuadros sociales eran por sí mismos capaces de convertirse en trincheras fuertemente armadas. Esto me parece significar la fórmula del «frente único» que corresponde a la concepción de un frente único de la Entesa bajo el mando único de Foch. Pero Ilici no tuvo el tiempo de profundizar en su fórmula, teniendo en cuenta que sólo podía profundizarla teóricamente, mientras que la tarea fundamental era nacional, es decir, requería una prospección del terreno y una fijación de los elementos de la trinchera y de la fortaleza representados por los elementos de la sociedad civil, etc. «[57]

Consideradas literalmente, las críticas de Gramsci a Trotsky en los Cuadernos reproducen el relato estandarizado de Trotsky difundido por el estalinismo. Según Saccarelli, estas notas, escritas entre 1930 y 1932, serían «una pantalla protectora construida por el autor para evitar el peligro de sus duras críticas a la doctrina estalinista del Tercer Período». [58] Ante Lenin, se presenta Trotsky como «un internacionalista abstracto y un aventurero ultra-izquierdista» [59] incapaz de relacionar los principios generales del marxismo con la situación concreta y las peculiaridades nacionales, además de contrario a la finura táctica del frente único.

De la misma manera, Bérgamo había afirmado que: «la contraposición, establecida en el Quaderno 7 (1930-1931), entre Trotsky, partidario de la guerra de movimiento permanente y Lenin, partidario de la guerra de posición, como solución estratégica adecuada para el reflujo de la revolución en Occidente, no explica el desarrollo del pensamiento de Trotsky en la historia del partido bolchevique y de la Tercera Internacional hasta 1926.»[60]

De hecho, Trotsky hizo bloque con Lenin en el III y IV congreso mundial de la IC para convencer a la mayoría de los delegados de la necesidad de una reorientación táctica encarnada por la política del frente único. Por tanto, las afirmaciones de Gramsci son completamente equivocadas. Y las conclusiones de Saccarelli son demasiado forzadas cuando escribe que Trotsky era una «pantalla protectora» para Gramsci. ¿Cómo podemos ignorar, de hecho, que la crítica al «izquierdismo» de la política del Tercer Período, acompañada de un distanciamiento de las tesis de Trotsky, fue precisamente la posición que adoptaron la oposición «de derecha» y bujariniana [61] del Comintern? Esta corriente, en 1930, formó la Internationale Vereinigung der Kommunistischen Opposition (IVKO, Oposición Comunista Internacional Unificada), dirigida por el grupo alemán en torno a Heinrich Brandler y August Thalheimer, antiguos dirigentes del Partido Comunista Alemán. Es probable que el desarrollo político de Gramsci fuera en esta dirección, también a causa de su pasado reciente como líder de la IC de Zinoviev, y explicaría muy bien la necesidad de marcar una clara línea de separación entre él y Trotsky. El IVKO, además, continuó siendo extremadamente crítico con las tesis de Trotsky y no condenó los juicios-farsa de Moscú hasta que el mismo Bujarin los sufrió en 1938.

Gramsci no podía ignorar que Trotsky había redactado el documento político más importante de la IC sobre la táctica del frente único. Sin embargo, presentado como la figura paradigmática de la guerra de movimiento, Trotsky se convierte en el teórico del asalto frontal en las notas de Gramsci siempre y en cualquier caso. Así que Gramsci atribuyó a Trotsky las posiciones del líder comunista húngaro Bela Kun en 1921, cuando sugirió y teorizó la desastrosa «acción de marzo» del KPD, basada en la confusión entre el “putchismo” y la acción revolucionaria de masas [ 62]. El mismo Bela Kun para quién un Lenin furioso acuñó la expresión ofensiva «hacer una «Kunería»». A pesar de todo esto, es Trotsky quien aparece en los Cuadernos «como el “burdo» [63]. Minimizar el alcance de esta elección, reducirla a una astucia, no hace un servicio a la verdad.

Por el contrario, podemos coincidir con Bérgamo que, al respecto, escribe sobre «la artificialidad de las críticas de Gramsci» que «construye una condena de abstracción y de profecía poco concluyente para las concepciones de Trotsky en la medida que son invalidadas por un napoleonismo anacrónico y antinatural»[64]. Al contrario, la explicación gramsciana de la guerra de posición y de la situación de los países capitalistas avanzados contiene ecos del informe de Trotsky sobre el frente único al cuarto congreso mundial de la IC, en el que participó personalmente el mismo Gramsci.

¿Cómo juzgar, pues, las notas de Gramsci que identifican a Trotsky, en contraste con Lenin, como el teórico de las desastrosas guerras de movimiento, del ataque con «arma blanca»?

O se trataba de una capitulación política completa, o bien Gramsci quería mantener su crítica de un cambio táctico de la IC lejos de la crítica general sobre la degeneración de la URSS y de la IC realizada por Trotsky y la Oposición de Izquierda desde 1923. La segunda, como ya se ha dicho, nos parece la hipótesis más racional. También porque toma en cuenta, para enmarcar la posición de Gramsci respecto a la IC, no sólo una cuestión –sea la carta de octubre de 1926, la crítica al social-fascismo u otras cuestiones– sino el conjunto del camino que conocemos.

Algunas reconstrucciones afirman que a Lenin como teórico de la hegemonía debería oponerse Bujarin, y no Trotski, como teórico del abandono de esta línea. En este sentido, hay una referencia críptica en los Cuadernos sobre Bujarin, que, sea en 1921 como en 1931, defendía posiciones teóricas ultra-izquierdistas. Las críticas de Gramsci al intento de Bujarin de sistematizar y popularizar el marxismo a través del “Manual de sociología popular” refuerzan esta percepción, ensanchando la mirada sobre la insuficiencia y el declive teórico del marxismo en la URSS. En estos pasajes, Gramsci analiza los escritos filosóficos de Bujarin y escribe que el creciente fatalismo y determinismo mecanicista de la ideología oficial de la URSS, era un síntoma de la pasividad dominante y señaló que los «subordinados» del pasado no conseguían actuar como fuerza social consciente de sus tareas. Por otra parte, Gramsci destacó que cuando el silencio, y no la agitación, caracteriza la vida del partido, esto no era una indicación de la unificación real de la multiplicidad, sino de su supresión desde arriba. En una nota de abril de 1932, Gramsci analizó el fenómeno de la estadolatría escribiendo que era un proceso necesario para una clase, el proletariado, que no tuvo la posibilidad de vivir de manera independiente y libre antes de la conquista del poder político. Pero habría sido un problema, continuó Gramsci, si la estadolatría se hubiese vuelto una gangrena y convertida en perpetua, porque todas las iniciativas continuaban siendo determinadas por los funcionarios estatales. [65] Gramsci no fue más allá de este punto de análisis –sin duda significativo– porque se escribió mientras en la URSS el aparato burocrático estatal concentraba un poder cada vez mayor a costa de la clase trabajadora.

No hay notas gramscianas sobre el tema de la extinción progresiva del Estado, un tema central en la reflexión de Lenin, por lo menos a partir de “El Estado y la Revolución” y las “Tesis de Abril” y hasta sus últimas intervenciones políticas. Mucho menos reflexiones que permitan, aunque sólo sea, vislumbrar una proximidad con las tesis sobre el proceso de degeneración burocrática y «termidoriana» de la revolución rusa. Dicho de otro modo, los Cuadernos y la evolución política de Gramsci hasta 1926 no permiten de ninguna manera afirmar que las críticas a Trotsky, incorrectas e injustas, se puedan interpretar de una manera sustancialmente diferente de la letra del texto, tal como afirman numerosos estudiosos, incluso de la extrema izquierda [66]. Por otra parte, recordamos que la tradición de los marxistas, cuando fueron sometidos a duras condiciones de prisión y censura, siempre ha sido la de expresar sus pensamientos de forma parcial, pero nunca como algo que no compartían. Nos sorprendería que Gramsci se haya comportado de manera diferente a esta modalidad.

El mismo testimonio disruptivo de Ercole Piacentini [67], compañero de prisión de Gramsci, sobre las reflexiones gramscianas sobre el estalinismo como «Termidor» de la revolución rusa, es decir precisamente el nudo teórico fundamental sobre el que se reunieron la oposición de izquierda rusa e internacional, no se vuelven a tomar en consideración de forma significativa en los Cuadernos. La crítica al régimen soviético continúa centrada sobre las peculiaridades del Tercer periodo, que fue sólo una de las expresiones programáticas del estalinismo. Además, el estalinismo, lejos de adoptar una posición sectaria –se considere ya entre 1925-1927 el oportunismo para con el Kuomintang chino o hacia los líderes de los sindicatos británicos durante la huelga general de 9 días de 1926– normalmente tenía una orientación contraria, aplazando la lucha por el socialismo a un futuro indefinido y distante. El estalinismo sólo fue sectario en el campo de la táctica y en una fase restringida de su historia –el social-fascismo del período 1929-1934– y, en cambio, actuó como una fuerza favorable a la colaboración de clases de una manera orgánica, primero con los frentes populares y luego con los gobiernos de unidad nacional durante la Segunda Guerra Mundial.

La misma crítica gramsciana de la colectivización forzosa, además, se centra sobre la condena del abandono del paciente trabajo de hegemonía, incluyendo compromisos y sacrificios por parte de la clase trabajadora, trabajo que había comenzado con la NEP, que para Gramsci era la auténtica base del régimen soviético y el punto de partida para las críticas de 1924-1926 sobre el supuesto «corporativismo» de la Oposición de Izquierda [68].

Por tanto, las notas de los Cuadernos sobre Trotsky requieren, tanto y más que en otros temas, un conocimiento de la historia política de Gramsci y una hipótesis sobre su evolución en relación con los debates del movimiento comunista internacional.

De seguro sabemos que la dirección estalinista del PCd’I ocultó la famosa carta de octubre de 1926, juzgada por Togliatti como demasiado blanda, en la que Gramsci tomó posición, en nombre del secretariado del partido, a favor de Stalin contra la Oposición Unificada de Trotsky, Kamenev y Zinoviev. Quién publicó esta carta por primera vez en 1938 en la revista Nuovo Avanti! fue Angelo Tasca, que mientras tanto había roto con el PCd’I por la derecha.

En ese texto, Gramsci sólo criticaba los excesos de Stalin a la hora de gestionar la batalla contra la Oposición Unificada, su deseo de «arrasar», y parecía estar bajo la ilusión de poder continuar la tarea de alejar al PCd’I de la línea extremista de Bordiga, como Lenin y sobre todo Trotsky, le habían propuesto en su estancia en Moscú el 1922-1923, manteniéndose parcialmente por encima de la lucha en los temas que estaban inflamando a la IC. Este parece ser precisamente el sentido de la crítica a Bordiga, que se empeñaba en moverse en «una perspectiva internacional», mientras que Gramsci defendía la primacía, en ese momento, de «una perspectiva nacional», demostrando que estaba impregnado de un cierto «provincianismo» al abordar el problema del conflicto en la URSS.

Otros líderes comunistas, especialmente en Europa, ya eran más claros y lúcidos en aquellos años a la hora de analizar los gérmenes del estalinismo e intentar oponerse frontalmente; pensamos en el grupo dirigente del PC polaco o al francés de 1923-1924.

Se puede explicar el tacticisimo gramsciano de 1926. Por un lado, sin duda, Gramsci temía dividir, en los análisis sobre la evolución de la URSS y de la Internacional Comunista, la unidad política difícilmente ganada por el grupo dirigente del PCd’I formado el 1923-1924 en la polémica contra la izquierda de Bordiga, considerado entonces solidario con Trotsky; por otra parte, compartía las tesis políticas de la mayoría del PCUS alrededor de la fracción de Stalin y se hacía ilusiones, sin tener nada clara la profundidad social del conflicto dentro del PCUS, que podía contribuir a su atenuación.

Después de la guerra, gracias a los testimonios de compañeros que lo habían conocido en la cárcel, se hizo cada vez más difícil tapar las diferencias de Gramsci con el partido y la IC. En realidad, se produjo una auténtica ruptura.

El líder trotskista Pietro Tresso, expulsado del Buró Político del PCd’I en 1930, escribió que la expulsión de Gramsci por su oposición al giro del «social-fascismo» fue un hecho, pero no se hizo pública ya que era una práctica consolidada la de no expulsar a nadie, en caso de diferencias políticas, que estuviera en la cárcel o en el exilio. El mismo Bordiga, por ejemplo, fue expulsado sólo al final de sus tres años de reclusión.

Sin embargo, la propia naturaleza del principal conflicto político entre Gramsci y la IC, o sea la teoría del «social-fascismo» y la renuncia en Italia al eslogan de la Asamblea Constituyente, sirvió posteriormente para consolidar la idea de un Gramsci que, si no era fiel a Moscú y a Stalin, lo era porque anticipaba el posterior y «democrático» giro de los frentes populares, grabado en la memoria política de los intelectuales progresistas como un giro «pluralista» de la IC que, sin embargo, en realidad, fue aplicado en el mundo al son de purgas, procesos políticos y eliminaciones físicas perpetradas directamente por la NKVD de Stalin.

Lo que dijo Gramsci en la cárcel sobre la necesidad de la consigna democrática de la Asamblea Constituyente en una probable fase de transición en la que, tras la caída del fascismo, la revolución proletaria no hubiera tenido la fuerza para imponerse inmediatamente, no se distanciaba en el método seguido de lo que hicieron los bolcheviques lanzando consignas de transición en los ocho meses entre las revoluciones de Febrero y Octubre. En este punto, la fidelidad de Gramsci a las tesis de Lyon del III Congreso del PCd’I en 1926 es clara.

Gramsci también subrayó que en la Asamblea Constituyente los comunistas deberían demostrar en la práctica la ilusión absoluta del concepto de una transformación socialista por medios institucionales y parlamentarios. Así, en 1933, el comunista Athos Lisa informó a la dirección del PCd’I de las posiciones tomadas por Gramsci en la cárcel:

«Las perspectivas revolucionarias en Italia se fijarán en un número de dos, o sea la que es más probable y la que es menos probable. Ahora, en mi opinión, la más probable es la del período de transición. Por lo tanto, la táctica del partido debe basarse en este objetivo, sin miedo a parecer poco revolucionario. Antes que el resto de partidos en lucha contra el fascismo, debe hacer suya la consigna de la Asamblea Constituyente, no como fin en sí mismo, sino como un medio.

La «Constituyente» representa la forma de acción dentro de la cual se pueden colocar las demandas más sinceras de la clase trabajadora y en su seno la acción del partido se puede y se debe llevar a cabo a través de sus representantes, que debe ser destinada a devaluar todos los proyectos de reforma pacíficos, demostrando a la clase obrera italiana que la única solución posible en Italia radica en la revolución proletaria». [69]

Sin embargo, si se elimina este Gramsci y se dilata la imagen de un hombre que reflexiona aisladamente sobre el «puñetazo en el ojo» que para él era el social-fascismo, es posible pintar un Gramsci que rompe con el ‘aventurismo ultraizquierdista” de la IC para acabar en posiciones socialdemócratas. Estudiosos de orientación bordiguista defienden esto desde hace decenas de años, cometiendo un error contrario y especular al de aquellos que han intentado forzar una analogía entre Gramsci y Trotsky. [70]

Para completar la operación, sin embargo, también fue necesario borrar de la memoria la correspondencia sobre la cuestión de la Asamblea Constituyente entre Trotsky y los tres antiguos miembros del Buró Político del PCd’I que fundaron la Oposición de Izquierda Italiana (OPI) en 1930. En estos textos se expresan contenidos políticos compatibles con los de Gramsci, al menos según la versión de Athos Lisa, y la idea, afirmada tras la guerra por Leonetti, que el giro brusco de 1930 había enterrado definitivamente el «partido de Gramsci» en el programa, en el método de análisis y también en el de dirección. Respecto al futuro período de transición tras la caída del fascismo en Italia, Trotsky, de hecho, escribió a Tresso, Leonetti y Ravazzoli en mayo de 1930:

«(3) A lo que precede sigue aquí la cuestión del periodo de «transición» en Italia. En primer lugar, hay que establecer claramente: la transición de qué a qué. Una cosa es el período de transición de la revolución burguesa (o «popular») a la revolución proletaria. El período de transición de la dictadura fascista a la dictadura proletaria es otra cosa. Si se piensa en la primera concepción, surge primero la cuestión de la revolución burguesa y se trata de añadir el papel del proletariado, después sólo surgirá la cuestión del periodo de transición hacia una revolución proletaria. Si se piensa en la segunda concepción, se plantea la cuestión de una serie de batallas, trastornos, fines bruscos de situaciones, giros bruscos, que en su conjunto constituyen las diferentes etapas de la revolución proletaria. Estas etapas podrían ser numerosas. Pero no pueden contener en ningún caso una revolución burguesa o su misterioso feto, la revolución «popular».

«¿Quiere decir esto que Italia no puede volver a ser un Estado parlamentario o convertirse en una «república democrática» durante un determinado período de tiempo? Creo, supongo en perfecto acuerdo con vosotros, que esta posibilidad no está excluida. Pero entonces no resultará como el fruto de una revolución burguesa, sino como el aborto de una revolución proletaria insuficientemente madura o prematura. […] La victoria del fascismo fue el resultado de nuestra derrota en la revolución proletaria de 1920. Sólo una nueva revolución proletaria puede derribar el fascismo. Si tampoco esta vez estuviera destinada al triunfo (debilidad del Partido Comunista, maniobras y traición de los socialdemócratas, de los masones, de los católicos) el estado de transición que la contrarrevolución burguesa se verá obligada a establecer sobre las ruinas de su poder en forma fascista, sólo puede ser un Estado parlamentario y democrático. […] (4) Pero, ¿esto quiere decir que nosotros, los comunistas, rechazamos a priori todos los objetivos democráticos, todas las consignas de transición o preparatorias, fijándonos estrictamente sólo en la dictadura proletaria? Sería dar prueba de un vano sectarismo doctrinal. No creemos ni por un momento que un simple salto revolucionario sea suficiente para soldar lo que separa al régimen fascista de la dictadura proletaria.

«De ninguna manera negamos la fase de transición con sus demandas de transición, incluidas las reivindicaciones democráticas. Pero es precisamente con la ayuda de estas consignas de transición de donde brota siempre el camino hacia la dictadura del proletariado, que la vanguardia comunista deberá conquistar toda la clase obrera y que ésta deberá unificar a todas las masas explotadas de la nación. Y aquí ni siquiera excluyo la posibilidad de una Asamblea Constituyente que en determinadas circunstancias podría imponerse por los acontecimientos o, más exactamente, por el proceso del despertar revolucionario de las masas oprimidas. […] Si la crisis revolucionaria estallara, por ejemplo, en el transcurso de los próximos meses (bajo la presión de la crisis económica, por un lado, bajo la influencia revolucionaria que viene de España), las grandes masas explotadas, tanto obreras como campesinas, harían seguir con razón sus demandas económicas por consignas democráticas (como libertad de prensa, de organizar sindicatos, de representación democrática en el Parlamento y en los municipios). ¿Quiere decir esto que el Partido Comunista deberá rechazar estas exigencias? Al revés. Deberá darles el aspecto más audaz y categórico que sea posible. Porque la dictadura del proletariado no se puede imponer a las masas populares. Sólo se puede conseguir librando la batalla –la batalla hasta el final– por todas las reivindicaciones, deseos y necesidades transitorias de las masas y al frente de estas masas»[71].

Por lo tanto, de forma independiente, Gramsci había desarrollado una reflexión sobre la situación en Italia similar a la de Trotsky y a la de los tres líderes comunistas italianos que se habían unido a la Oposición de Izquierda Internacional en 1930. Con respecto a la expulsión de estos tres últimos del PCd’I, no se puede excluir que Gramsci hubiera expresado una opinión contraria. De hecho, el miedo a una ruptura virulenta habría sugerido a su hermano mayor, Gennaro Gramsci, ocultar al partido la respuesta de Antonio sobre la expulsión de los tres, así como sobre la nueva línea del PCd’I. En 1965, poco antes de morir, Gennaro Gramsci habría explicado el contenido político de esta entrevista al periodista-biógrafo Giuseppe Fiori en estos términos: «no justificó su expulsión y rechazó la nueva línea de la Internacional compartida por Togliatti, a su juicio, demasiado deprisa». [72]

Las valoraciones concordantes sobre la naturaleza de la revolución que habría derribado al régimen fascista en Italia son extremadamente importantes, pero, por supuesto, no anulan lo dicho sobre la comprensión general de este período histórico. Basta con decir que la única referencia directa de los Cuadernos al bonapartismo relacionada con el desarrollo histórico de la URSS identificó el embrión de una tendencia en esta dirección en las posiciones expresadas por Trotsky durante el debate de 1920 sobre la función de los sindicatos después de la toma del poder [73].

Estar en prisión, por supuesto, no ayudó a que Gramsci desarrollara una opinión en profundidad. El clima histérico de caza al opositor, responsabilidad del estalinismo, también penetró en las cárceles y en el exilio y dio el golpe final a cualquier discusión colectiva entre los comunistas encarcelados por la represión fascista. Por otra parte, hacer de Gramsci un «semi-trotskista» o un «trotskista inconsciente» sería una operación arbitraria y no serviría ni a Gramsci ni al trotskismo.

Hegemonía: el pasado de un concepto marxista

Muchos intelectuales, y Norberto Bobbio no ha sido el último, han sugerido que el concepto de hegemonía es una innovación gramsciana, pero no lo es. Una breve historia del concepto es esencial para desprovincianizar la cuestión y entender qué lecturas y debates tenía Gramsci detrás.

La expresión “hegemonía” en el naciente movimiento marxista ruso, se utilizó desde la década de 1880 para definir el papel de la clase obrera en la lucha contra el zarismo. Para Plejanov, como para Axelrod, pero también para Lenin, el término indicaba la necesidad del proletariado de participar en una lucha política, polemizando con las tendencias economicistas, y de luchar por su supremacía sobre las otras clases en la revolución burguesa contra el zarismo. Poco después de la división de 1903 entre bolcheviques y mencheviques, Lenin acusó a estos últimos de haber abandonado la idea de hegemonía – «el aspecto más grosero del reformismo de la socialdemocracia rusa» [74] – subordinándose políticamente al liderazgo del capital ruso en la revolución democrático-burguesa contra el zarismo.

A principios del siglo XX, este debate se trasladó a Alemania, en el corazón del movimiento obrero. Kautsky contrapuso la «estrategia del desgaste», indefinidamente larga y central en Occidente, a la del derrocamiento. El desgaste habría sido típico de Occidente desde la derrota de la Comuna de París en 1871, y aquí hay una coincidencia con las referencias gramscianas de los Cuadernos. La ocasión histórica que encendió este debate fue la revolución rusa de 1905, cuando aparecieron por primera vez los soviets, formas avanzadas de poder proletario, que Kautsky quería, a toda costa, exorcizar y considerar un fenómeno propio de sociedades atrasadas y no universalizable.

A Kautsky, que confiaba en alcanzar el socialismo mediante una sucesión de elecciones hasta obtener la mayoría parlamentaria, respondió duramente Rosa Luxemburgo. Para el «pope» de la Internacional Socialista, el asalto frontal de la revolución rusa de 1905 fue el producto del retraso de esta sociedad, la huelga general fue una forma de lucha «primitiva y amorfa», inadecuada a Occidente donde habría proporcionado a la reacción un pretexto para reprimir al movimiento obrero que, por el contrario, estaba destinado a un crecimiento irresistible y gradual.

Lenin, en 1910, intervino en el debate junto a Rosa Luxemburgo. Denunció la rígida oposición propuesta por Kautsky entre la Rusia zarista y la Europa de las democracias parlamentarias como la racionalización de una capitulación ante el electoralismo. Rosa también criticó la «rígida antítesis entre la Rusia revolucionaria y la Europa occidental parlamentaria», viendo las raíces de una orientación oportunista. Para Rosa, las huelgas en la Rusia de 1905, de las que nació el Consejo de Delegados de Trabajadores de Petersburgo, eran:

«Tan poco ‘amorfas y primitivas’, que de hecho se pueden comparar fácilmente por audacia, violencia, solidaridad de clase, tenacidad, logros materiales, objetivos progresivos y resultados organizativos a cualquier movimiento sindical de la Europa occidental».

Luxemburgo remató resumiendo así el razonamiento de Kautsky:

 «En resumen, el horizonte de las próximas elecciones al Reichstag sonríe con tantas promesas que pecaríamos de ligereza criminal si pensáramos en alguna huelga de masas, teniendo ante nosotros una victoria cierta que la papeleta electoral nos pone en el bolsillo». [75]

Después de la Revolución de Octubre, el término hegemonía cayó en desuso entre los bolcheviques. La fórmula bolchevique de la «dictadura democrática de trabajadores y campesinos» dentro del sistema capitalista no se había materializado. También cayó la perspectiva de la hegemonía del proletariado en una revolución democrática. La controversia teórica que había visto oponerse los conceptos de hegemonía y dictadura del proletariado también terminó.

En los documentos de la IC, la consigna de la hegemonía se utilizaba para indicar la tarea del proletariado de dirigir, es decir, ejercer el liderazgo sobre los otros sectores de la población explotados en la lucha contra el capitalismo. Al IV Congreso Mundial de la IC (1922), el término se extendió a la dominación de la burguesía sobre el proletariado cuando la primera consigue reducir la acción del segundo en un marco corporativo, es decir, a una división entre la lucha política y sindical [76].

De la lectura de los Cuadernos es evidente que Gramsci partía de esta tradición política e incluso léxica, en particular de la idea de la necesidad del proletariado de aliarse con otros sectores explotados. Tomando un concepto formulado por Trotsky, Gramsci distinguía claramente la dictadura del proletariado, que debía ejercerse contra los enemigos de clase, incluso por la fuerza, y la hegemonía a ejercer sobre los campesinos, cuya «buena voluntad y entusiasmo» se puede situar al flanco del proletariado.

Sin embargo, en los Cuadernos podemos encontrar una nota en la que Gramsci desestimó erróneamente y precipitadamente la teoría de la revolución permanente –resulta evidente el prisma de la distorsión de Stalin– como un abandono de la búsqueda de una alianza entre los trabajadores urbanos y los campesinos, es decir, como el abandono del concepto de hegemonía [77].

¿En qué se convirtió este concepto en los Cuadernos?

Si en algunos pasajes la hegemonía parece ser la prerrogativa de la sociedad civil, a diferencia de la dominación o la coerción del Estado, en otros textos se analiza la hegemonía como la síntesis del consentimiento obtenido a través de los llamados órganos privados (no siempre) pero con raíces en el orden burgués (escuelas, iglesias, radio, universidades, etc.) y la coerción. En el régimen parlamentario burgués, observó Gramsci, la hegemonía se debería conseguir preferentemente «sin que la fuerza supere demasiado al consenso» [78] Pero si la hegemonía se entiende como consenso-coerción, entonces se introduce dentro del propio Estado y, como máximo, Gramsci habría mantenido una diferencia de matices distinguiendo la hegemonía política (es decir, estatal) y civil. Lo que parece indiscutible es que Gramsci no formuló una teoría orgánica.

En los Cuadernos, las palabras Estado, sociedad civil y hegemonía están sometidas a una deriva conceptual. ¿Cuál es el hilo de esta deriva? La reflexión, en Gramsci, se mueve desde la cuestión de las alianzas sociales del proletariado, especialmente en el «Oriente», hasta el análisis de las estructuras del poder político burgués en el «Occidente» o en países con capitalismo avanzado. Sin embargo, sigue siendo cierto que la principal configuración de estos términos, para el destino póstumo del pensamiento de Gramsci, ha resultado ser la oposición entre Oriente, donde «el Estado lo es todo» y la guerra de maniobra es adecuada, y el Occidente de la guerra de posición, donde el Estado es una “cáscara externa» respecto a la sociedad civil «robusta y capaz de aguantar fuertes choques».

Pero, como han razonado gramsciólogos maliciosos, si en Occidente prevalece la hegemonía sobre la coerción como modo de expresión del poder de la burguesía, entonces es «la influencia cultural de la clase dominante la que garantiza, en última instancia, la estabilidad del orden capitalista»[79]. Y aquí muchos gramsciólogos desean ir más allá y atacar la teoría marxista del Estado como órgano de dominación de clase. Sin embargo, Lenin era mucho más profundo cuando observó que los zares gobernaban por la fuerza mientras la burguesía británica y francesa lo hacían con el engaño, la adulación, el parlamento y las concesiones democráticas destinadas a preservar lo esencial, es decir, la sacralidad de la propiedad privada.

Pero si, como el socialdemócrata Tamburrano [80] quiere hacer decir a Gramsci más de lo que escribe, se va más allá del mismo Gramsci para afirmar, como reformistas con un toque de postmodernismo, que el Estado ya no es esencialmente en Occidente un órgano de represión de clase, como lo era en la Rusia zarista, y que el poder se concentra más en los medios de información que en los medios de producción. Si en Occidente el poder del capital hubiera asumido la forma de la hegemonía cultural, nos llevaría a reconocer como válido el antiguo dogma reformista sobre la viabilidad del camino electoral al socialismo. Pero este punto de vista, nunca expresado por Gramsci, olvida considerar que las condiciones «normales» de subordinación ideológica de las masas se basan en una coerción, a veces silenciosa y poco visible, que lo hace posible: el monopolio de la violencia legal del Estado. Sin esta prerrogativa material, el sistema de control cultural se convertiría inmediatamente en algo frágil.

Para Gramsci, la reflexión sobre la hegemonía se convierte sobre todo en una referencia a la solidez y a la articulación de la dominación burguesa en el Occidente capitalista. Un grado de consentimiento tendencialmente más grande de los oprimidos capaz de reducir las impresionantes expresiones de la dominación coercitiva de la burguesía, como también ilustró de manera penetrante Lenin en su libro Izquierdismo, Enfermedad Infantil del Comunismo. Lenin había analizado, desde El Imperialismo… (1916), que uno de los efectos políticos de esta nueva fase del capitalismo era la formación, en los países imperialistas, de una «aristocracia obrera» gracias a las migajas de los superávit coloniales. Este concepto se recuperó en 1920 en El Izquierdismo…:

«En los países más avanzados que Rusia, se ha hecho sentir y debía hacerse sentir, un cierto espíritu reaccionario de los sindicatos, indudablemente más acentuado que en nuestro país. Aquí los mencheviques encontraban (y en parte encuentran aún en un pequeño número de sindicatos) un apoyo entre los sindicatos, precisamente gracias a esta estrechez corporativa, a ese egoísmo profesional y al oportunismo. Los mencheviques de Occidente se han «fortificado» mucho más sólidamente en los sindicatos, allí ha surgido una capa mucho más fuerte de «aristocracia obrera» profesional, mezquina, egoísta, malvada, ávida, pequeñoburguesa, de espíritu imperialista, comprada y corrompida por el imperialismo. Esto es indiscutible. La lucha contra los Gompers, contra los señores Jouhaux, los Henderson, Merrheim, Legien y sus socios en Europa occidental es infinitamente más difícil que la lucha contra nuestros mencheviques, que representan un tipo social y político completamente homogéneo «.[81]

Gramsci esbozó un análisis de las características de los sistemas políticos de los países capitalistas avanzados, más capaces de soportar eventos de ruptura como crisis económicas y guerras. En estos contextos, argumentaba Gramsci, un ataque frontal a la burguesía habría sido improbable para el proletariado sin una larga y difícil guerra de posición, o sea la construcción de la relación de fuerzas a nivel subjetivo. Hay que repetir que en esto Gramsci no innova respecto a los logros teóricos de los primeros cuatro congresos mundiales (1919-1922) de la Internacional Comunista.

Gramsci y Trotsky: Notas sobre la revolución permanente, o de nuevo sobre la guerra de maniobra y la guerra de posición (y el frente único)

El tema es más complicado si tenemos en cuenta el fragmento de los Cuadernos sobre la revolución permanente. La expresión, en la nota gramsciana, hace referencia a las perspectivas de Marx para la Liga Comunista en 1850, cuando planteó un salto drástico de las revoluciones burguesas de 1848 a las revoluciones proletarias. Esta hipótesis, según Gramsci, fue cancelada por la historia con la derrota de la Comuna de París en 1871. A partir de ese momento, según él, la estrategia política del ataque frontal se podría utilizar sólo en los países coloniales y atrasados y no en las democracias burguesas de Occidente.

La hegemonía se convierte en un principio explicativo de las estructuras del poder de clase en las democracias burguesas estables típicas de Occidente. La guerra de maniobra se convierte en una estrategia residual, utilizable en los países capitalistas menos desarrollados. Al contrario, en Occidente, donde el Estado es sólo la «trinchera externa» de la dominación de clases, el núcleo central es la sociedad civil, a su vez exterior al ámbito económico, a diferencia del uso común del término por Hegel y también por Marx. Sin embargo, vuelve a aparecer la sombra de Trotsky, presentado como defensor de una doctrina que se ha vuelto abstracta y caduca. Como ya se señaló, la doctrina de la revolución permanente se describe como una caricatura:

«Respecto a la consigna “jacobina” lanzada por Marx en Alemania en el 48-49, cabe destacar su complicada fortuna. Resucitada, sistematizada, elaborada, intelectualizada por el grupo Parvus-Bronstein, resultó inerte e ineficaz en 1905 y después: era algo abstracto, un concepto científico. La corriente que se opuso a esta manifestación intelectualizada, en cambio, sin utilizarla «a propósito», la utilizaba en su forma histórica, concreta y viva, adecuada al momento y al lugar, como si brotase de todos los poros de la sociedad que había que transformar, de alianza entre dos clases con la hegemonía de la clase urbana. En un caso, un talante jacobino sin contenido político adecuado, como Crispi, en el segundo caso, el talante y el contenido jacobino según las nuevas relaciones históricas, y no según una etiqueta intelectualista». [82]

Para Gramsci, el análisis del Estado y la cuestión de la táctica del frente único estaban relacionados. El Estado, sin embargo, es definido de manera oscilante entre tres matices no coincidentes: a veces sería una entidad en una relación «equilibrada» (al contrario del Oriente) con la sociedad civil, en otras ocasiones la «cáscara externa” y casi innecesaria de la sociedad civil, y en otros casos también es una “estructura masiva” que aniquila la autonomía de la sociedad civil. Además, si en algunas notas el Estado se opone a la sociedad civil, en otras sucesivas, Gramsci parece incluir la sociedad civil en el Estado. La impresión es de una cierta confusión.

Según Anderson, del conjunto de notas gramscianas surgiría una línea general de conexión e interpretación: hegemonía civil = guerra de posición = frente único. La cadena de equivalencias es convincente y parece indicar la creencia gramsciana que la táctica del frente único debía adoptarse no como táctica sino como estrategia para toda una época histórica.

Preparando su razonamiento sobre las tácticas revolucionarias más adecuadas en el Occidente capitalista avanzado, Gramsci se refirió al debate estratégico que tuvo lugar entre los altos mandos militares sobre la Primera Guerra Mundial. El objetivo inmediato de su crítica era el llamado “cadornismo”, una especie de equivalente en el campo militar del ultraizquierdismo en el campo político. A continuación se explica cómo planteó la cuestión:

«La observación del general Krasnov (en su novela) según la cual la Entente (que no deseaba una victoria de la Rusia imperial, para que la cuestión oriental no se resolviera definitivamente a favor del zarismo) impuso al Estado Mayor ruso la guerra de trincheras (absurdo dado el enorme desarrollo del frente desde el Báltico hasta el Mar Negro, con grandes zonas pantanosas y boscosas), mientras que la única posible era la guerra maniobrada, es una mera tontería. En realidad, el ejército ruso intentó una guerra de maniobra y de avances en profundidad, especialmente en el sector austríaco (pero también en la Prusia oriental) y tuvo éxitos brillantes, aunque efímeros. La verdad es que no se puede elegir la forma de guerra que se desee, a menos que se disponga de una superioridad aplastante sobre el enemigo, y se sabe cuántas pérdidas ha causado el empeño de los estados mayores en no querer reconocer que la guerra de posición era «impuesta» por las relaciones generales de las fuerzas contrapuestas. […] La misma reducción se debe producir en el arte y en la ciencia política, al menos por lo que respecta a los Estados más avanzados, donde la «sociedad civil» se ha convertido en una estructura muy compleja resistente a las «irrupciones» catastróficas del elemento económico inmediato. (Crisis, depresiones, etc.); las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras en la guerra moderna. Sucedía que un feroz ataque de artillería parecía haber destruido todo el sistema defensivo del adversario, pero sólo había destruido su superficie exterior y, en el momento del ataque y del avance, los atacantes se enfrentaban a una línea defensiva que aún era eficiente, lo mismo sucede en la política durante las grandes crisis económicas; ni las tropas atacantes, debido al efecto de la crisis, se organizan rápidamente y a tiempo, tampoco adquieren un espíritu agresivo; recíprocamente, los atacados no se desmoralizan ni abandonan sus defensas, incluso entre los escombros, ni pierden confianza en sus propias fuerzas y en su futuro. Ciertamente, las cosas no se quedan tal como estaban, pero es cierto que falta el elemento de la rapidez, de la aceleración, de la marcha progresiva y definitiva que esperarían los estrategas del cadornismo político. El último evento de este tipo en la historia de la política fueron los acontecimientos del 1917. Ellos marcaron un decisivo punto de inflexión en la historia del arte y de la ciencia política». [ 83]

Las últimas líneas de este pasaje, junto a la observación sobre el fracaso del avance del ejército rojo en Varsovia en agosto de 1920, ¿plantean el tema de un posible contraste entre la estrategia de los bolcheviques de 1917 –que hicieron uso del método del frente único también durante ese año crucial– y una estrategia correcta en los países capitalistas avanzados? En un pasaje posterior, Gramsci parece proceder a analizar teóricamente este punto, contraponiendo Oriente y Occidente con claridad:

«En Oriente el Estado lo era todo; la sociedad civil era primordial y gelatinosa; en Occidente había una relación equilibrada entre el Estado y la sociedad civil y, en el temblor del Estado se distinguía inmediatamente una estructura robusta de la sociedad civil. El Estado sólo era una trinchera avanzada, detrás de la cual había una fuerte cadena de fortalezas y casamatas; más o menos de Estado a Estado, se entiende, pero esto requería precisamente un reconocimiento exacto del carácter nacional». [84]

Las conclusiones de esta nota («En Oriente el Estado lo era todo; la sociedad civil era primordial y gelatinosa; en Occidente había una relación equilibrada entre el Estado y la sociedad civil y, en el temblor del Estado se distinguía inmediatamente una estructura robusta de la sociedad civil. El Estado sólo era una trinchera avanzada, detrás de la cual había una fuerte cadena de fortalezas y casamatas…) son las más utilizadas por los comentaristas que apoyan la ruptura de Gramsci con la visión de la Internacional Comunista de los primeros años. Curiosamente, tal oposición entre Oriente y Occidente también fue propuesta por Bordiga en su discurso de febrero de 1926 –también preparado junto con Trotsky y en que el comunista napolitano se oponía a Stalin y Bujarin– en el VI Pleno del Ejecutivo de la IC:

«El desarrollo en Rusia, por lo tanto, no nos proporciona experiencias de importancia fundamental sobre cómo el proletariado deberá derribar el Estado capitalista, liberal, parlamentario, que existe desde hace muchos años y que tiene una gran capacidad para defenderse. […] Tenemos que saber cómo se asalta y conquista el Estado burgués moderno, un Estado que se defiende aún más eficazmente en la lucha armada que la autocracia zarista y que, además, se defiende con la ayuda de la movilización ideológica y la educación del proletariado en un sentido derrotista por parte de la burguesía. Este problema no se presenta en la historia del Partido Comunista Ruso». [85]

Contrariamente a la imagen que surgiría de las referencias crípticas de Gramsci, Trotsky no fue en absoluto, ni siquiera en el campo de la doctrina militar, un «teórico de la ofensiva». En respuesta a Frunze, en un debate del Ejército Rojo, Trotsky subrayó de este modo el tipo de vínculo entre el nivel político y el militar:

«Desafortunadamente, no faltan entre nuestros doctrinarios de nuevo cuño, aquellos partidarios ingenuos de la ofensiva que, bajo las banderas de una teoría militar, intentan introducir en los círculos de nuestro ejército, las mismas tendencias unilaterales “de ultraizquierda” que ya se expresaron en el III Congreso de la Internacional en la forma de la teoría de la ofensiva: teniendo en cuenta que (!) vivimos en una época revolucionaria, precisamente por eso (!) el partido comunista debe practicar la política de la ofensiva. Traducir los conceptos de «ultraizquierda» al lenguaje de la teoría militar significa multiplicar los errores». [86]

Trotsky criticó las posturas de los que hacían de la maniobra o de la posición un principio absoluto: «Sin ofensiva no se alcanza la victoria. Pero la victoria pertenece al que ataca cuando hay que atacar, y no a quien ataca primero»[87]. Después de haber resuelto el debate con los «teóricos de la ofensiva», Trotsky desarrolló sus posturas precisamente sobre la probable distinción entre futuras guerras civiles entre las clases de Occidente y de Oriente, sin ninguna «crudeza» y manteniendo un enfoque revolucionario. Para Trotsky, era muy probable que en Occidente el uso de la guerra de posición sería mayor que en Rusia:

«En los países altamente desarrollados, con enormes centros habitados, con una guardia blanca ya enmarcada militarmente, la guerra civil puede asumir –y en muchos casos asumirá, sin duda– una fisonomía mucho menos dinámica y mucho más cerrada, o sea un carácter más afín a la guerra de posición.»[88]

En estas notas, Trotsky añadió que no se quería decir con esto que en Occidente la guerra entre las clases se pudiera reducir a una mera guerra de posición. Una aclaración de este tipo no existe en el Gramsci de los Cuadernos. Eso le hizo interpretable y manipulable por la academia gramsciana.

En cuanto a la crítica de Gramsci a la teoría trotskista de la revolución permanente, se nos permita precisar que toda la formación del comunista sardo después de la fundación del PCd’I, y en particular una carta escrita por Gramsci en febrero de 1924 desde Viena, nos hace suponer una excelente comprensión del debate que estalló en la URSS tras la muerte de Lenin y también una cierta propensión inicial hacia la perspectiva política de Trotsky [89], que fue abandonada bastante rápidamente.

¿Cómo explicar entonces que en los Cuadernos Gramsci critique la posición de Trotsky convirtiéndola en una caricatura que la presenta como un deseo de exportar la revolución napoleónicamente, es decir, por medios militares y burocráticos?

No tenemos los medios para entender si Gramsci había cambiado de posición y, de un modo intelectualmente no limpio, había desfigurado la posición con la que polemizaba, o si había decidido cubrirse, o si había otras causas. Parece que la contradicción real radica en Gramsci mismo y es instrumental ajustarla al gusto de cada uno años o décadas después.

La caracterización gramsciana de la revolución permanente como una especie de «teoría de la ofensiva» no tiene fundamento. Gramsci atribuye a Trotsky las posturas de los «teóricos de la ofensiva» que animaron, especialmente en el tercer congreso mundial de la IC (1921), una dura oposición de izquierda contra Lenin y Trotsky.

De hecho, fueron estos dos últimos los primeros en argumentar, dentro de la IC, que el capitalismo había entrado en una fase de estabilización relativa después de los fracasos de la oleada revolucionaria de 1917-1920 y que esto debería comportar un cambio táctico, principalmente en Europa occidental, para ganar pacientemente la mayoría del proletariado organizado. La táctica del frente único servía para este propósito y la oposición a la misma no provenía de algunos supuestos «marxistas orientales», sino precisamente de importantes sectores de los jóvenes partidos comunistas de Europa occidental [90], incluyendo Italia e incluido el mismo Gramsci, que consideraba esta decisión un acercamiento de principio a la socialdemocracia y, por tanto, una traición.

En Alemania, la discusión había adquirido un aspecto dramático en 1921 porque la aplicación de la teoría de la ofensiva, inspirada en Moscú por Bela Kun y Bujarin (entonces todavía a la izquierda del partido), había provocado la tragedia de la «acción de marzo” cuando, tras la provocación del ministro del Interior y socialdemócrata prusiano Horsing, que ocupó militarmente las zonas mineras del centro de Alemania donde el KPD tenía algunos de sus bastiones, la dirección comunista pasó a la ofensiva insurreccional en una acción aventurera que expuso decenas de miles de comunistas a una despiadada represión por parte del Estado. En aquella ocasión, la durísima crítica a la transición demasiado mecánica de la guerra de posición a la guerra de movimiento vinieron de Lenin y Trotsky, que en Alemania se habían expresado abiertamente a favor de las posiciones de la “derecha” del partido, a favor del frente único y dirigida hasta marzo de 1921 por Paul Levi, que fue expulsado de la IC por la forma en que se distanció inmediatamente y públicamente de la «acción de marzo» [91].

Todo esto, Gramsci lo sabía y no por haberlo escuchado de alguien. Durante su estancia en Moscú entre el verano de 1922 y noviembre de 1923, fue Trotsky quien discutió intensamente con él para provocar su separación del bloque de Bordiga. Gramsci, aunque todavía se encontraba en un bloque con la izquierda del partido [92], fue considerado de hecho uno de los elementos sobre los que centrarse para superar el sectarismo de la fase inicial del PCd’I. Por lo tanto, provoca una cierta decepción el analizar ciertas burdas posiciones contenidas en los Cuadernos.

Gramsci hoy

Debemos dar a Gramsci lo que es de Gramsci, sin miedo de señalar también sus errores. La tarea se complica a causa de la interminable literatura gramsciana, una auténtica manta ideológica polimórfica que impide reconocerlo como comunista. Los Cuadernos se han prestado, más que cualquier otro escrito, a la deformación de toda la figura de Gramsci, fuertemente embalsamada en una densa y coherente red de banalidades reformistas y liberales.

Separar a Gramsci de esta manada de escritores vendidos es un deber elemental para los marxistas revolucionarios. Esto no debe evitar, en ningún caso, ver los Cuadernos como lo que son, también cuando su desorganización no ayuda a comunicar el significado general de aquella obra inacabada o cuando una prosa a veces muy indirecta –¿fruto de la voluntad de engañar a la censura?– indica una reflexión poco cristalina.

Aun así, siempre será útil tener presente que Gramsci, concibiendo la idea de una historia de intelectuales en Italia durante el exilio, pidió consejo primero a Amadeo Bordiga, y le propuso una discusión sistemática de su obra. Más que muchas elucubraciones sofisticadas, este episodio indica que Gramsci pretendía, con la obra de los Cuadernos, contribuir al desarrollo del marxismo como teoría revolucionaria sobre el terreno que prefería. En estos términos, ya en 1923, había identificado una laguna en la producción teórica del movimiento obrero en Italia:

«Pensad: en más de treinta años de vida, el Partido Socialista no ha producido ningún libro que estudie la estructura socioeconómica de Italia. No hay ningún libro que estudie los partidos políticos italianos, sus lazos de clase, su significado». [93]

Por tanto, no hay nada que sugiera que Gramsci quisiera «superar» a Marx y Lenin, considerándolos demasiado simplistas en hacer depender las superestructuras ideológicas de la estructura económica, un verdadero mantra dogmático de grupos de intelectuales post o ex-marxistas, de los cuales han estado llenas las tres o cuatro últimas décadas.

Por otro lado, es cierto que después de la crisis de la Revolución Rusa y de la Internacional Comunista, fue Trotsky quien desarrolló el marxismo a la altura de los nuevos retos. Por ese camino, aún hoy, deberán pasar las nuevas generaciones de revolucionarios para formarse, en preparación de las inminentes batallas que nos esperan.

En absoluto atentos a las sutilezas, sobre todo si son inherentes a la historia del movimiento comunista internacional, los llamados gramscianos se han lanzado como locos a criticar la transposición mecánica en Occidente de la guerra de movimiento adoptada por los bolcheviques en el Oriente, y la han convertido en un fetiche. El objetivo, al fin y al cabo, es romper el vínculo de Gramsci con Lenin y con la Revolución de Octubre. Presentar el Octubre de 1917 como un golpe de Estado va en la misma dirección. Esta visión, burda además de reaccionaria, ignora que para la toma del poder de los bolcheviques fue necesaria la conquista de la hegemonía en los consejos de trabajadores, de campesinos y de soldados, organizaciones de masas que en febrero de 1917 estaban en su gran mayoría dirigidas por reformistas.

Pero vemos también una ignorancia fundamental en la eliminación del hecho de que casi todos los líderes bolcheviques se formaron –a excepción de Stalin– en amplios horizontes culturales y de vida, que no tienen nada que ver con el concepto, por otra parte ambiguo, de Oriente. Conocían cuatro o cinco idiomas, participaban en los debates de la Internacional Socialista de entonces, y estaban en contacto con el movimiento obrero de Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, Suiza, Estados Unidos, etc., países a los cuales habían emigrado.

Además, los artículos de Lenin y Trotsky de 1922-23 sobre la importancia del trabajo cultural, especialmente en el campo, ¿que indicaban si no, para utilizar términos gramscianos, la identificación de la necesidad de profundizar en la hegemonía del proletariado sobre las clases aliadas? [94]

Es grotesco que los «gramscianos», que en su mayor parte ignoran la historia del movimiento comunista, terminen atribuyendo como rasgo distintivo de «su» Gramsci el ser un buen conocedor de los complejos mecanismos de la sociedad occidental; un refinamiento que, en realidad, él maduró en la Internacional Comunista. De hecho, durante algunos años Gramsci pensó, junto con una buena parte del PCd’I, que la IC era demasiado maniobrera y no estaba suficientemente ligada a los principios teóricos generales y unificantes del marxismo.

Pero esto, para los «gramscianos» de la academia, es un libro cerrado. Como el Gramsci comunista. El único que existió, como recordó Pietro Tresso en la revista de los trotskistas franceses:

«Los compañeros que salieron de la cárcel también nos informaron que, hace dos años, Gramsci había sido expulsado del partido, una expulsión que la dirección había decidido mantener oculta por lo menos hasta que Gramsci hubiese podido hablar libremente. Y esto con el fin de explotar la personalidad de Gramsci para sus propósitos. En cualquier caso, los burócratas estalinistas se han empeñado mucho para enterrar políticamente a Gramsci, antes de que el régimen de Mussolini lo consiguiese físicamente.

«Gramsci ha muerto, pero para el proletariado, para las jóvenes generaciones que llegan a la revolución a través del infierno fascista, él siempre será aquel que, durante los últimos veinte años, mejor que nadie, ha plasmado los sufrimientos, las aspiraciones y la voluntad de los obreros y campesinos pobres de Italia. Seguirá siendo un ejemplo de rectitud moral y honestidad intelectual que es absolutamente inconcebible para la cúpula estalinista de lameculos, cuya consigna es «apañarse».

«Gramsci ha muerto, pero después de presenciar la descomposición y la muerte del partido que había ayudado poderosamente a construir, y después de escuchar con sus oídos los pistoletazos cargados por Stalin que han abatido a toda una generación de viejos bolcheviques. Gramsci ha muerto, pero después de saber que otros viejos bolcheviques, como Bujarin, Rikov y Rakovsky, estaban ya delante del matadero. Gramsci ha muerto de un ataque al corazón, quizás no sabremos nunca qué contribuyó más a matarlo: si los once años de sufrimiento en las cárceles de Mussolini o los pistoletazos que Stalin ha hecho disparar a la nuca de Zinoviev, de Kamenev, de Smirnov, de Piatakov y de sus compañeros en los sótanos de la GPU.

Adiós Gramsci «[95]

Notas:

[1] Nos referimos, en primer lugar, al trabajo faccioso de edición realizado por Elsa Fubini y Felice Platone, supervisado por Togliatti, para la publicación de las obras de Gramsci publicadas en 1947 por Einaudi. Al respecto, cf. G. Bergamo, Il Gramsci di Togliatti e l’ altro. L’ autocrítica del comunismo italiano, Le Monnier, Firenze 1991, pp. 133-138.

[2] F. Ottolenghi, G. Vacca, «A 50 anni dalla scomparsa del grande comunista. Così Gramsci ci ha insegnato a innovare con coraggio. Riflessioni di Natta su un’eredità storica », L Unità, 18-1-1987.

[3] Por ejemplo, escribió: «Pero la insistencia en 1937, en primer lugar de Gramsci, sobre el nuevo vínculo (inconcebible en 1930, por ejemplo) entre la Asamblea Constituyente y el frente popular, adquiere una mayor importancia, ya no choca, al contrario se acerca, coincide, con lo que, si no todos, piensan algunos líderes comunistas en el exilio, del Centro Exterior», en P. Spriano, Gramsci in carcere e il partito, p .108. Pero la única evidencia en este sentido fue una nota del líder estalinista Mario Montagnana para Togliatti, escrita el día de la muerte de Gramsci, en la que Montagnana comunicaba a Togliatti que había sabido de Sraffa que «Ha dicho [Gramsci] que el fr [frente] pop [ular] en Italia es la Asamblea Constituyente», P. Spriano, ibidem, pág.102. Sin embargo, fue el mismo Sraffa quién invalidó la declaración de Montagnana en una carta dirigida al mismo Spriano, en P. Spriano, ibidem, p.103.

[4] Para una reconstrucción de la génesis histórica del «marxismo occidental», cf. P. Anderson, Considerazioni sul marxismo occidentale, Laterza, Bari 1969.

[5] Los “Arditi del Popolo” eran un movimiento antifascista espontáneo y de masas surgido a partir de 1921 en varias ciudades italianas. Aunque tenían un carácter políticamente heterogéneo, la composición social de los “Arditi del Popolo” era fuertemente proletaria, pero el PCI, contrario a la posibilidad de que sus militantes pudieran organizarse por motivos políticos y militares con trabajadores «ideológicamente no comunistas», prefirió formar su propia organización de autodefensa, separando sus militantes del resto de la clase. Así se perdió una oportunidad decisiva para frenar el avance de las milicias fascistas.

[6] L. Trotski, Scritti sull’Italia, Erre Emme, Roma 1990, p. 82.

[7] A. Gramsci, «Lettera a Negri» [Mauro Scoccimarro], 5-1-1924, in P. Togliatti (a c. Di), La formazione del gruppo Dirigente del Partito Comunista italiano nel 1923-1924, Editori Riuniti , Roma 1962, p. 150

[8] Cf. Masci [Antonio Gramsci] a Palmi (Palmiro Togliatti] y Urbani [Umberto Terracini], 9-2-1924, in ibidem, pp. 196-197.

[9] Ibidem, p. 187.

[10] «Tesi sulla tattica del Comintern», in A. Agosti (a c. Di), La Terza Internazionale. Storia documentaria, vol. II (1924-1928), t. 1, Editori Riuniti, Roma 1976, p. 121.

[11] Partido nacido de una escisión de derechas del partido socialista italiano, que tuvo lugar en 1922.

[12] Proceso revolucionario que se desarrolló en Italia después de la Primera Guerra Mundial, entre 1919 y 1920, y que culminó con la ocupación de las principales fábricas del país. El movimiento fue derrotado principalmente debido a la línea vacilante del partido socialista.

[13] L. Trotski, La Terza Internazionale dopo Lenin, Samonà e Savelli. Roma, p. 160.

[14] A. Gramsci, Relazione al Comitato centrale, 6-2-1925, in A. Gramsci, La Costruzione del partito comunista 1923-1926, Einaudi, Torino 1974, p. 473.

[15] Il partito decapitato, L’ internazionale, Milano 1988, p. 149.

[16] La situazione italiana e i compiti del PCd’I, tesis aprobadas en el III Congreso del Partito Comunista de Italia, en enero del 1926, in A. Gramsci, La Costruzione del partito comunista 1923-1926, cit., P. 512.

[17] «La presentación y la agitación de estas soluciones intermedias es la forma específica de lucha que debe utilizarse contra los autodenominados partidos democráticos, que en realidad son uno de los soportes más fuertes del vacilante orden capitalista y, como tales, se alternan en el poder con los grupos reaccionarios, cuando estos partidos autodenominados democráticos están conectados con sectores importantes y decisivos de la población trabajadora (como en Italia en los primeros meses de la crisis Matteotti) y cuando un peligro reaccionario es inminente y grave (tácticas adoptadas por los bolcheviques hacia Kerenski durante el golpe de estado de Kornilov)», La situazione italiana e i compiti del PCd’I, tesis aprobadas en el III Congreso del Partito Comunista de Italia, enero de 1926, in ibidem.

[18] L. Trotski, Scritti sull’Italia, cit., P. 184.

[19] A. Gramsci, Un esame della situazione italiana, 2-3 agosto 1926, en A. Gramsci, La Costruzione del partito comunista 1923-1926, cit., P. 124. El texto constituía el informe dado por Gramsci al Comité de Dirección del partido el 2-3 de agosto de 1926.

[20] L. Trotski, Resolution on the general strike in Britain, julio del 1926, en L. Trotski, On Britain, Monad Press, New York 1973, p. 255. El documento se presentó en el Pleno del PCUS del 14-23 de julio de 1926.

[21] La situazione italiana e i compiti del PCd’I, tesis aprobadas por el III Congreso del Partido Comunista de Italia, enero del 1926, en A. Gramsci, La Costruzione del partito comunista 1.923-1.926, cit., P. 490.

[22] Ibidem, p. 499.

[23] Ibidem, p. 501.

[24] Ibidem, p. 512.

[25] Ibidem, p. 513.

[26] Ibidem, p. 511.

[27] Ibidem, pp. 505-506.

28] «Una escisión de este tipo, independientemente de los resultados numéricos de las votaciones del Congreso, puede tener las repercusiones más graves, no sólo si la minoría de la oposición no acepta con la máxima lealtad los principios fundamentales de la disciplina revolucionaria del partido, sino también si, al llevar a cabo su controversia y su lucha, supera ciertos límites superiores a todas las democracias formales», A. Gramsci, « Al Comitato Centrale del Partito Comunista Sovietico », octubre del 1926, en A. Gramsci, La Costruzione del partito comunista 1923-1926, cit., p. 126.

[29] «Esta campaña, si demuestra cuanto sea inconmensurable la simpatía que aún disfruta la República Soviética entre las grandes masas del pueblo italiano que, en algunas regiones, durante seis años, sólo ha recibido una escasa literatura ilegal del partido, también demuestra, cómo el fascismo, que conoce muy bien la situación interna italiana real y ha aprendido a tratar con las masas, intenta utilizar la actitud del bloque de las oposiciones para romper definitivamente la firme aversión de los trabajadores al gobierno de Mussolini y determinar un estado de ánimo en que el fascismo aparece como mínimo como una necesidad histórica ineluctable, a pesar de las crueldades y los males que lo acompañan», ibidem, p.127.

[30] Ibidem, p. 129.

[31] Ibidem, p. 130.

[32] «Los camaradas Zinoviev, Trotsky y Kamenev han contribuido poderosamente a educarnos para la revolución, a veces nos han corregido muy vigorosamente y severamente, han estado entre nuestros maestros. Nos dirigimos a ellos especialmente como los máximos responsables de la situación actual, porque queremos estar seguros de que la mayoría del Comité Central de la URSS no tiene intención de arrasar en la lucha y esté dispuesta a evitar medidas excesivas», ibidem.

[33] P. Togliatti a A. Gramsci, 18-10-1926, en A. Gramsci, La Costruzione del partito comunista 1.923-1.926, cit., P. 132.

[34] «En cualquier caso, precisamente por ello y por la posibilidad de que así pareciese, en una carta adjunta te había autorizado a cambiar la forma: podías fácilmente posponer las dos partes y colocar justo al principio nuestra afirmación de «la responsabilidad» de la oposición. Por ello, este modo tuyo de razonar me causó una impresión muy penosa», A. Gramsci a P. Togliatti, 26/10/1926, a ibidem, p.135.

[35] Ibidem, p. 136.

[36] P. Togliatti, Antonio Gramsci capo della classe operaia italiana, Lo Stato Operaio, n. 5-6, 1937.

[37] E. Riboldi, Vicende socialista. Trent’anni di storia italiana nei ricordi di un deputato massimalista, Edizioni Azione Comune, Milano 1964, p. 182.

[38] Para una inversión de la relación entre nacional e internacional, léase la siguiente nota de Gramsci: «Las relaciones internacionales ¿preceden o siguen (lógicamente) a las relaciones sociales fundamentales? Siguen, sin duda», A. Gramsci, Quaderno 13, Nota 2. O la siguiente nota, más articulada: «Por supuesto, el desarrollo se dirige hacia el internacionalismo, pero el punto de partida es «nacional» y es a partir de este punto de partida que es necesario comenzar. Pero la perspectiva es internacional y sólo puede ser tal. Por lo tanto, hay que estudiar exactamente la combinación de fuerzas nacionales que la clase internacional deberá dirigir y desarrollar según la perspectiva y las directivas internacionales. La clase dirigente sólo es tal si interpreta exactamente esta combinación, de la que forma parte ella misma y, como tal, puede dar al movimiento una cierta dirección en determinadas perspectivas. Acerca de este punto, me parece que se da la diferencia fundamental entre León Davidovich [Trotsky] y Bessarion [Stalin] como intérprete del movimiento mayoritario. Las acusaciones de nacionalismo son ineptas si hacen referencia al núcleo de la cuestión. Si estudiamos el esfuerzo de la mayoría [bolcheviques] desde 1902 a 1917, vemos que su originalidad consiste en depurar el internacionalismo de cada elemento de ambigüedad y puramente ideológico (en el peor sentido) para darle un contenido de política realista. El concepto de hegemonía es aquel en que se ligan las exigencias del carácter nacional. y es comprensible cómo ciertas tendencias no hablan de este concepto o sólo lo tocan ligeramente. Una clase de carácter internacional, en la medida que guía estratos sociales estrictamente nacionales (intelectuales) y, de hecho, a menudo ni siquiera nacionales, particularistas y municipales (los campesinos), debe «nacionalizarse», en cierto sentido, y este sentido no es muy estrecho, porque antes de que se formen las condiciones de una economía de acuerdo con un plan mundial, hay que pasar por múltiples fases en que las combinaciones regionales (de grupos de naciones) pueden ser varias», en A. Gramsci, Quaderno 14, Nota 68.

[39] Cfr. F. Coen (dirigido por), Egemonia e Democrazia. Gramsci e la questione comunista nel dibattito di Mondoperaio, Suplemento de Mondoperaio, n. 7/8, julio-agosto 1977, pp. 64-65.

[40] L. Colletti, Addio a lui y a Turati, L’Espresso, 8-3-1987.

[41] A. Gramsci, Quaderno 13, nota 17.

[42] La dinámica de aquella transición, por otra parte, debía ser muy clara para Gramsci, que escribió: «Diferencias entre Francia, Alemania e Italia en el proceso de toma del poder por parte de la burguesía (e Inglaterra). En Francia se da el proceso más rico de evoluciones y elementos políticos activos y positivos. En Alemania, el proceso tiene lugar en algunos aspectos que recuerdan de algún modo al de Italia, en otros al de los ingleses. En Alemania, el movimiento de 1848 fracasa por la falta de concentración burguesa (la consigna de tipo jacobino fue propuesta por la extrema izquierda democrática: «revolución permanente») y porque la cuestión de la renovación del Estado estaba entrelazada con la cuestión nacional; las guerras del 64, 66 y 70 resuelven conjuntamente la cuestión nacional y la cuestión de clase en un tipo intermedio: la burguesía obtiene el gobierno económico-industrial, pero las viejas clases feudales siguen siendo la clase gobernante del Estado político con amplios privilegios corporativos en el ejército, en la administración y sobre la tierra: pero, al menos, si estas viejas clases conservan tanta importancia en Alemania y gozan de tantos privilegios, ejercen una función nacional, se convierten en los «intelectuales» de la burguesía, con un temperamento decidido dado por su origen de casta y por la tradición. En Inglaterra, donde la revolución burguesa tuvo lugar antes que en Francia, tenemos un fenómeno similar al alemán de fusión entre lo viejo y lo nuevo, a pesar de la extrema energía de los «jacobinos» ingleses, es decir, los «cabezas redondas» de Cromwell; la vieja aristocracia se mantiene como clase gubernamental, con ciertos privilegios, también se convierte en la clase intelectual de la burguesía inglesa (al fin y al cabo, la aristocracia inglesa es de mentalidad abierta y se renueva continuamente con elementos provenientes de los intelectuales y de la burguesía)», en A. Gramsci, Quaderno 19, Nota 24.

[43] R. Guastini, Note sul Machiavelli, sulla política y Sullo Stato moderno, in AA. VV., Gramsci un’eredità contrastata. La nuova sinistra rilegge Gramsci, Ottaviano, Milano 1979, p. 82.

[44] N. Badaloni, Il marxismo di Gramsci. Dal mito alla ricomposizione política, Einaudi, Torino 1975.

[45] Cf. Avanti !, 11-2-1920.

[46] A. Gramsci, Quaderno 9, nota 53.

[47] Cf. P. Anderson, Il dibattito nel marxismo occidentale, op. cit., pp. 97-119.

[48] ​​En este sentido, hay una crítica penetrante de la producción académica contemporánea sobre Gramsci en E. Saccarelli, Gramsci and Trotsky in the Shadow of Stalinism. The Political Theory and Practice of Opposition, Routledge, Londra 2008, pp. 21-86.

[49] Cit. in J. Buttigieg, International Gramsci Society Newsletter, marzo 1993.

[50] «como el admirablemente sofisticado marxista occidental (inocente del reduccionismo de alguna ortodoxia vulgar no especificada), como el teórico capaz de la superestructura (ya virando hacia ese giro cultural y lingüístico que define a grandes sectores de la academia contemporánea), o, quizás más asombrosamente, como él mismo el incesto teórico de un giro posmarxista» Saccarelli, op. cit., p. 23.

[51] Cfr. AS Sassoon, From realism to creatività: Gramsci, Blair and Us, in A. Coddington y M. Perryman (a c. Di), The Moderniser’ s Dilemma: Radical Politics in the Age of Blair, Lawrence & Wishart, Londra, 1998 , p. 160.

[52] «Leemos a Gramsci de la misma manera que podemos leer, digamos, a Michel Foucault. Brennan identificó mucho de lo que está mal en esta operación. Ignora el carácter distintivo de revolucionarios, de intelectuales de partido, como Gramsci.», Saccarelli, op. cit., p. 25.

[53] A. Giardiello, Operaismo. La disfatta di un’utopia letale, Falcemartello, n. 1, 2015.

[54] A. Gramsci, Quaderno 15, Nota 10.

[55] De Luigi Cadorna, general italiano de la Primera Guerra Mundial, conocido por haber lanzado una serie de ofensivas frontales contra las sólidas líneas de defensa austríacas en el Isonzo y en el Carso, que provocaron sangrientos fracasos.

[56] A. Gramsci, Quaderno 6, Nota 138.

[57] A. Gramsci, Quaderno 7, Nota 16.

[58] «Dispositivo de protección diseñado por el autor para desactivar el peligro de su feroz crítica al Tercer Período Stalinista », Saccarelli, op. cit., p. 83.

[59] «Internationalista superficial y aventurero ultraizquierdista», ibidem, p. 82.

[60] G. Bergamo, Gramsci comunista critico, Franco Angeli, Milano 1981, p. 76.

[61] De Nikolai Ivanovich Bujarin, líder bolchevique que, tras apoyar las posiciones extremistas de izquierda en los primeros años después de la Revolución de Octubre, se había convertido en el principal exponente del ala derecha del partido y de la Internacional.

[62] En marzo de 1921 el Partido Comunista Alemán emprendió un temerario intento de insurrección, llevado a cabo en un momento desfavorable y sin el apoyo necesario de las masas.

63] «Como el villano », Saccarelli, op cit., P. 82.

[64] G. Bergamo, op. cit., p. 77.

[65] Cf. «Para algunos grupos sociales, que antes del ascenso a la vida estatal autónoma no han tenido un largo período de desarrollo cultural y moral propio e independiente (como en la sociedad medieval y en los gobiernos absolutistas fue posible gracias a la existencia jurídica de los Estados u órdenes privilegiados), un periodo de estadolatría es necesario e incluso oportuno: esta «estadolatría» no es más que la forma normal de «vida estatal», de iniciación, al menos, a la vida estatal autónoma y a la creación de una «sociedad civil», lo que históricamente no era posible crear antes del ascenso a la vida estatal independiente. Sin embargo, esta «estadolatría» no se debe abandonar a sí misma, no debe convertirse, sobre todo, en fanatismo teórico, y concebirla como «perpetua»: debe ser criticada, precisamente para que se desarrolle y produzca nuevas formas de vida de Estado, en la cual la iniciativa de los individuos y de los grupos sea «estadual” aunque no sea debida al “gobierno de los funcionarios» (haciendo que la vida estadual sea «espontánea») «, A. Gramsci, Quaderno 8, Nota 130. Sobre el mismo tema, dedicado al análisis de la acción individual, véase también A. Gramsci, Quaderno 8, Nota 142.

[66] Con el ya mencionado Saccarelli, cf. P. Anderson, ambigüedad di Gramsci, cit .; F. Benvenuti- S. Pons, «La Unione Soviética nei ‘Quaderni del carcere’», in G. Vacca (a c. Di), Gramsci e il Novecento, Carocci, Roma 1999, pp. 108-109 y 119. Más recientemente, se ha intentado forzar la armonización de Gramsci y Trotsky por parte de J. Dal Maso, El marxismo de Gramsci, Ediciones IPS, Buenos Aires, 2016.

[67] Cf. E. Piacentini, «Con Gramsci in carcere», test. Raccolta da P. Giannotti, in Rinascita, a. XXXI (1974), n. 42, p. 32; D. Gamba, In carcere con Gramsci. Storia di Ercole Piacentini combattente della libertà, Pascal Editrice, 2005.

[68] Gramsci, en particular, compartía las críticas desarrolladas en 1925 por Bujarin, partidario de una profundización de la NEP, contra la teoría de la revolución permanente. Véase N. Bujarin, «The Theory of Permanent Revolution», Communist Review, a. V, n. 10, febrero 1925.

[69] El informe de Athos Lisa elaborado en París por encargo de Togliatti el 22 de marzo de 1933, publicado originalmente por Rinascita el 12 de diciembre del 1964, y ahora en A. Lisa, Memorie. In carcere con Gramsci, prefacio di U. Terracini, Feltrinelli, Milano 1973, p. 88.

[70] Cf. C. Riechers, Gramsci y le ideologie del suo tempo, Graphos, Genova 1993; A. Peregalli (coordinado por), Il comunismo di sinistra e Gramsci, Dedalo libri, Bari 1978.

[71] L. Trotski, Scritti sull’Italia, Erre Emme, Roma, 1990, II ed. rivista y ampliata, pp. 187-189.

[72] G. Fiori, Vita di Antonio Gramsci, Laterza, Bari 1966, p. 292.

[73] «La tendencia de Leo Davidovic [Trotsky] estaba relacionada con este problema. Su contenido esencial fue dado por la «voluntad» de dar la supremacía a la industria y a los métodos industriales, para acelerar la disciplina y el orden en la producción con medios coercitivos, para adaptar las costumbres a las necesidades del trabajo. Necesariamente habría dado lugar a una forma de bonapartismo, por lo que fue necesario romperla inexorablemente. Sus soluciones prácticas eran erróneas, pero sus preocupaciones eran justas. Este desequilibrio entre práctica y teoría constituía un peligro. Esto ya se había manifestado anteriormente, en 1921. El principio de la coerción en el mundo laboral era correcto (el discurso se encuentra en el libro sobre el Terrorismo y se pronunció contra Mártov), ​​pero la forma que había tomado era incorrecta: el «modelo» militar se había convertido en un prejuicio funesto, los ejércitos del trabajo fracasaron», A. Gramsci, Quaderno 4, Nota 52.

[74] V. I. Lenin, Opere complete, Editori Riuniti, Roma, vol. XVII, p. 215.

[75] R. Luxemburgo, Scritti scelti, Einaudi, Torino, p. 345.

[76] P. Anderson, Ambiguità di Gramsci, op. cit., pp. 29-30.

[77] Cf. A. Gramsci, Quaderno 1, Nota 44.

[78] Cit. in P. Anderson, Ambiguità di Gramsci, op. cit., p. 39.

[79] Ibidem, p. 43.

[80] N. Tamburrano, Gramsci, Sugarco, Milano 1.977.

[81] V. Lenin, L’ estremismo, malattia infantile del comunismo, AC Editoriale, Milano 2003.

[82] A. Gramsci, Quaderno 1, Nota 44.

[83] A. Gramsci, Quaderno 13, Nota 44.

[84] A. Gramsci, Quaderno 13, Nota 44.

[85] A. Bordiga, Scritti scelti, Feltrinelli, Milano 1975, pp. 190-191.

[86] L. Trotski, Military Writings, New York, p. 47.

[87] Ibidem, p. 88.

[88] Ibidem, pp. 84-85.

[89] P. Togliatti (coordinado por), La formazione del gruppo dirigente del PCI nel 1923-1924, cit., Pp. 187-189.

[90] También hay que subrayar que, en aquel momento, dos figuras como Korsch y Lukacs, que entraron más tarde en la élite del «marxismo occidental», se opusieron frontalmente a las tácticas del frente único desde posiciones de ultraizquierda e impregnadas de un profundo voluntarismo sobre «hacer como Rusia», sin haber estudiado a fondo la dinámica de Octubre.

[91] El análisis de Levi de la acción de Marzo, traducida al inglés, está disponible en P. Levi, In the steps of Rosa Luxemburgo, coordinado por di David Fernbach, Historical materialism Books, Londres 2011.

[92] En junio de 1922, por ejemplo, Gramsci defendió la posición crítica de Bordiga sobre el frente único en la segunda reunión del Ejecutivo ampliado de la Tercera Internacional.

[93] A. Gramsci, La voce della gioventù, 1-11-1923.

[94] Cf. L. Trotski, Rivoluzione e vita quotidiana, Savelli, Roma, 1972.

[95] Blasco [Pietro Tresso], «Un grand militant est mort… Gramsci», La lutte des Classes, n. 44, 14-5-1937.

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