Como Lenin estudió a Hegel

En el otoño de 1914 Lenin comenzó un estudio detallado de los escritos de Hegel. Sus notas contienen una brillante visión del método dialéctico, del que era un maestro. En este artículo, Hamid Alizadeh expone los aspectos esenciales de este método, subrayando la importancia fundamental de la teoría para el movimiento comunista.

En el verano de 1914 estalló la guerra en Europa y el curso de la historia mundial cambió de la noche a la mañana. Con la bendición de los traidores dirigentes socialdemócratas, la burguesía europea arrastró a la humanidad a una espiral de carnicería infernal, en la que decenas de millones de obreros y campesinos fueron enviados al matadero. 

La traición de la dirección desgarró la II Internacional, la principal organización del movimiento obrero internacional, dejando al proletariado mundial indefenso mientras la reacción levantaba su fea cabeza por todas partes. Mientras tanto, las fuerzas del marxismo revolucionario habían quedado reducidas a una pequeña minoría, dispersas por toda Europa y sin una plataforma o dirección claras.

Lenin se encontraba en Polonia cuando estalló la guerra y tuvo que trasladarse precipitadamente a Suiza. No había previsto la traición de los dirigentes de la Internacional y, en un principio, se sintió conmocionado al conocer la noticia de que el partido alemán había votado a favor de los créditos de guerra en el Reichstag. Ahora la Internacional estaba en ruinas, la lucha de clases en Rusia retrocedía ante la guerra y Lenin estaba aislado de todos sus camaradas, salvo de un puñado. 

Sin embargo, precisamente en ese momento, cuando las tareas organizativas y políticas inmediatas se vislumbraban más grandes que nunca, Lenin se lanzó a un estudio en profundidad de la filosofía hegeliana. Pero, ¿por qué molestarse, se preguntarán algunos, en sumergirse en cuestiones teóricas abstractas en semejante crisis? Para la mente mecánica esto podría parecer extraño e incluso ridículo. ¿Qué pasa con las «necesidades» del partido? Sin duda, en una situación así, la tarea consiste en centrarse en los asuntos prácticos inmediatos. 

Tal respuesta armonizaría ciertamente con la burda representación burguesa de Lenin como un filisteo, un ‘hombre de acción’; un severo ‘maestro conspirador’ que no se entregaba a asuntos tan triviales como la contemplación filosófica -una imagen, por cierto, de la que la caricatura estalinista de Lenin no se aleja demasiado.

En realidad, tal visión contrasta fuertemente con el método real de Lenin y del marxismo en general. Lo que diferenciaba a Lenin de los demás dirigentes de la II Internacional era, ante todo, su claridad y su coherente posición de clase, cualidades que se basaban únicamente en su perspicacia teórica. 

En 1914, la guerra se abatió sobre la situación mundial como un gigante tornado, desgarrando todo lo firme y sólido que encontraba a su paso. Todos los países sufrieron violentas turbulencias. Todas las tendencias políticas fueron puestas a prueba y la más mínima debilidad expuesta sin piedad. En tales condiciones, la improvisación impresionista no podía conseguir absolutamente nada. 

Los marxistas habían previsto la guerra. Sin embargo, era una situación nueva, que exigía una hábil reorientación del partido. Este fue el contexto en el que Lenin emprendió un nuevo viaje hacia la filosofía como medio de profundizar en su comprensión de las leyes de la naturaleza y la sociedad. 

Sus cuadernos filosóficos de este período, y en particular sus notas sobre la Ciencia de la Lógica de Hegel, no sólo son un tesoro de ideas, sino que también nos proporcionan una descripción muy instructiva del enfoque y la actitud de Lenin hacia la teoría.

El método de Lenin 

Lenin no era en absoluto ajeno a Hegel ni a la filosofía en general. Había estudiado con ahínco las obras filosóficas de Marx y Engels, así como los escritos filosóficos de Plejánov, que desempeñaron un papel clave en el desarrollo del núcleo inicial de revolucionarios marxistas en Rusia. 

También se había embarcado en un periodo de serios estudios filosóficos tras la revolución de 1905, y escribió un libro, Materialismo y empiriocriticismo, contra las ideas revisionistas de Bogdánov, un dirigente bolchevique que había derivado hacia la órbita de la filosofía burguesa reaccionaria.

Así pues, como revelan sus cuadernos filosóficos, Lenin ya era un dominaba la dialéctica antes de 1914. Sin embargo, nunca se percibe en él el menor atisbo de cómoda autosatisfacción con su nivel político y teórico. Durante toda su vida, como es el sello distintivo de todo maestro, Lenin abordó la teoría con la humildad y la diligencia de un estudiante.

Repasó metódicamente la Ciencia de la Lógica de Hegel, tomando notas detalladas y contemplando todos y cada uno de los conceptos presentados en ella. No fue en absoluto una tarea fácil. En sus propias palabras, algunas partes de la obra parecen ser «la mejor forma de conseguir un dolor de cabeza». Pero nada que merezca la pena se alcanza sin lucha, y la adquisición de las ideas más avanzadas requerirá, por necesidad, un trabajo serio.

En sus notas podemos ver cómo Lenin, como un anatomista, diseccionó y evaluó cuidadosamente cada parte de la obra de Hegel, antes de juntarlas y ver las ideas como un todo. Al hacerlo, no sólo dominó el método de Hegel, sino que también lo criticó, separando el núcleo vivo de su cáscara muerta. El método de estudio de Lenin era en sí mismo una clase magistral de dialéctica. Trotsky resumió este enfoque en su artículo Cómo Lenin estudió a Marx:

«En el estudio, si no se trata de una repetición mecánica, hay también un acto creador, pero del tipo inverso. Hacer el resumen del libro de otro es poner al desnudo el esqueleto lógico, despojándolo de las pruebas, ilustraciones y digresiones. Vladimir avanzaba por el difícil camino con tensión apasionada y regocijante, resumiendo cada capítulo leído, a veces una sola página, meditando y verificando la estructura lógica, las transiciones dialécticas, los términos. Al internalizar el resultado, se asimilaba el método. Ascendía los peldaños del sistema de otro como si lo edificase de nuevo. Todo iba a alojarse sólidamente en este cerebro maravillosamente dispuesto bajo la potente cúpula del cráneo».

Los cuadernos filosóficos de Lenin son testimonio de su mente decidida, que buscaba incesantemente nuevas ideas y ángulos que pudieran ampliar su comprensión del mundo que le rodeaba. Aunque afrontaba las cuestiones organizativas con la mayor flexibilidad, su insistencia en la claridad teórica fue lo que le distinguió como un líder excepcional, y al Partido Bolchevique como la única tendencia revolucionaria consistente de su época.

¿Necesitamos filosofía?

«Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica.»

Muchos comunistas pueden citar las famosas palabras de Lenin -o al menos la primera frase- de memoria, y no pierden ocasión de hacerlo. Pero, ¿significa eso que comprenden todo su significado? La familiaridad puede ser traicionera. Puede adormecer a la gente con una falsa sensación de certeza y, por tanto, impedirles comprender la profundidad de las cosas. 

Aquí vemos la diferencia entre el marxismo y el empirismo que caracteriza a la filosofía burguesa actual. Para los marxistas, lo inmediato no es más que una instantánea; una lámina o aspecto de un fenómeno dado, que debe ser estudiado, desarrollado y comprendido en su totalidad concreta. Para los empíricos, lo inmediato es todo lo que hay y todo lo demás es un libro sellado con siete sellos.

Los reformistas adoptan acríticamente la filosofía burguesa y, al igual que sus amos, inclinan la cabeza y doblan la rodilla ante el llamado ‘hecho consumado’. Aquí reside el núcleo filosófico del oportunismo.

La actitud de los reformistas ante la Primera Guerra Mundial es un buen ejemplo. Cada una de las clases dominantes de Europa abordó la guerra desde el punto de vista de sus propios y estrechos intereses nacionales, que justificaron haciendo referencia a elevadas abstracciones, como la «defensa de la patria» o el «derecho de las naciones a la autodeterminación». 

Y así fue como los gobernantes de una nación tras otra entraron en guerra tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando, cada uno culpando al otro de provocar las hostilidades. Hasta ese punto entienden los burgueses la Primera Guerra Mundial: como una serie de decisiones tomadas por una serie de gobernantes. En la superficie de las cosas, este curso de los acontecimientos tuvo lugar, sin duda, pero hay otros aspectos más allá de la apariencia superficial.

Los socialdemócratas de la época argumentaban en la misma línea, aunque con una retórica de izquierdas. Los socialdemócratas austriacos se hicieron eco de los sentimientos anti rusos y anti serbios del partido de la guerra en Viena. Plejánov y los oportunistas de la socialdemocracia rusa hablaban de la amenaza del imperialismo reaccionario alemán y de la necesidad de acudir en ayuda de la oprimida Serbia. Mientras tanto, los socialdemócratas alemanes votaron a favor de los créditos de guerra basándose en la necesidad de detener al imperialismo reaccionario ruso, y así sucesivamente. 

Todos ellos vieron la guerra únicamente desde la perspectiva de su propia clase capitalista nacional, y sobre esta base se precipitaron a la «defensa de la patria», votando con entusiasmo para enviar a millones de trabajadores a la muerte. 

Lenin, por su parte, explicó que la guerra era producto de todo el período precedente de desarrollo capitalista. El surgimiento de gigantescos monopolios industriales y el dominio del capital financiero marcaron una nueva etapa en la historia del capitalismo, en la que la constante necesidad de exportar capital había impulsado a los países imperialistas avanzados a una lucha feroz por la división y redivisión del globo, en busca de terrenos de inversión, mercados y esferas de influencia. 

En tales condiciones, explicó Lenin, la ‘defensa de la patria’ no era más que una tapadera para la defensa de los estrechos intereses de las clases dominantes de cada nación, es decir, de los intereses de los explotadores y opresores del proletariado y de las masas trabajadoras pobres.

Aquí vemos en la práctica, la diferencia entre aceptar ciegamente la filosofía dominante de la clase dominante frente a adoptar un punto de vista filosófico revolucionario consciente. 

En la fase ascendente del capitalismo, la filosofía burguesa se utilizó como una poderosa arma contra el feudalismo y sus defensores ideológicos en la Iglesia católica. Bajo la bandera de la ciencia y la razón, desenmascaró la hipocresía y la irracionalidad de la sociedad feudal.

Pero con la clase capitalista en un callejón sin salida, la naturaleza de su filosofía también ha cambiado y se ha vuelto totalmente conservadora. Al igual que los dogmas de la iglesia que antaño combatía, las doctrinas burguesas de nuestros días defienden el statu quo.

Mientras que las antiguas doctrinas eclesiásticas prescribían la fe y las escrituras como el camino hacia la verdad, el establishment académico de hoy en día y otros expertos a sueldo predican la irracionalidad de la naturaleza y la sociedad y elevan la experiencia subjetiva inmediata -¡su experiencia subjetiva, sin duda! – como lo único que existe.

En el pasado, los clérigos predicaban sobre el «orden divino de las cosas», con el rey en la cima, seguido de los señores feudales y en la base, las clases bajas. Hoy, los sumos sacerdotes del capital predican la inviolabilidad del capitalismo -el mercado, la propiedad privada, el Estado-nación y todo el estiércol moral reaccionario que éstos traen consigo- como la esencia inmutable de la humanidad. 

La filosofía burguesa se ha convertido, por necesidad, en su contrario. En lugar de revelar la verdad, el verdadero propósito de las ideas que ahora se difunden a través de la religión oficial, los medios de comunicación, las escuelas, etc., es encubrir la verdad.

La verdad es, por tanto, el arma más importante de la clase obrera. Como todas las clases revolucionarias anteriores, el proletariado debe adoptar una filosofía revolucionaria consciente si desea comprender el funcionamiento del capitalismo y cómo puede abolirse el sistema.

Pensamiento abstracto

«La verdad es concreta», repetía a menudo Lenin, siguiendo a Hegel. Y el marxismo se ocupa ante todo de la verdad. Pero eso no significa que el pensamiento abstracto, como tal, sea falso. Ni mucho menos. 

Como escribe Lenin en su resúmen de la Lógica de Hegel: 

«El pensar, que avanza de lo concreto a lo abstracto -siempre que sea correcto (NB)

 (…)- no se aleja de la verdad, sino que se acerca a ella. La abstracción de la materia, de ley de la naturaleza, la abstracción del valor, etc., en una palabra, todas las abstracciones científicas ( correctas, serias, no absurdas) reflejan la naturaleza en forma más profunda, veraz y completa» .

El verdadero conocimiento no es el mero apilamiento de hechos unos sobre otros. Se trata de comprender la relación entre esos hechos. Ése es el papel de la filosofía: proporcionarnos una visión del mundo, un método para acercarnos a la naturaleza y la sociedad que nos rodean. El pensamiento abstracto es verdadero en la medida en que refleja la realidad. La cuestión principal es, por supuesto, ¿cómo podemos llegar a esa verdad?

Dialéctica

La revolución filosófica de Hegel se basaba en su objetivismo, es decir, en su creencia de que el mundo existe independientemente del hombre y que funciona según sus propias leyes. Sobre esta base, la tarea de la ciencia y la filosofía no consiste en inventar un sistema que se imponga por la fuerza sobre el mundo, sino en investigar el mundo tal y como es, por sí mismo, y deducir así las leyes que lo rigen.

En su Lógica, Hegel conduce brillantemente este tratamiento sobre el propio pensamiento científico. Paso a paso, procede a trazar el pensamiento humano tal como se desarrolla por cuenta propia. Partiendo del concepto más simple y general posible, procede a poner al descubierto las leyes que rigen el pensamiento racional como tal.

En la apertura del libro nos invita a contemplar el sencillo concepto de «Ser puro». Aquí Hegel entiende «puro» en el sentido de que es completamente indeterminado e indiferenciado, sin límites, sin características especiales y sin nada en particular que lo defina – simplemente, puro Ser. Como señala Hegel, por mucho que nos esforcemos en pensarlo, no podemos decir nada de un ser así, ya que cualquier cosa que dijéramos lo limitaría y definiría, y por tanto dejaría de ser «puro».

De ahí que en esta forma pura no podamos hablar en realidad de ningún ser en particular. Por tanto, llegamos a la conclusión de que el Ser Puro no es diferente de la Nada. La idea de Ser Puro, en otras palabras, nos lleva inmediatamente a la idea de Nada. 

Sin embargo, al reflexionar, descubrimos que ése no es nuestro destino final. Resulta que la idea de la «nada pura», en su vacío e indeterminación, no es diferente del Ser Puro.

Así pues, los dos conceptos se transforman el uno en el otro en cuanto intentamos fijarlos en nuestro pensamiento: «inmediatamente cada uno desaparece en su opuesto», escribe Hegel. Y es aquí, en esta unidad de Ser y Nada, donde nos encontramos con un nuevo concepto o categoría, a saber, el Devenir; un concepto superior, que lleva en sí al Ser y a la Nada.

En este sencillo ejemplo, o experimento mental, Hegel ha esbozado el germen de toda la dialéctica partiendo del principio fundamental de que todo está en un estado de cambio ininterrumpido, de nacer y desaparecer. 

«¡Ingenioso e inteligente!» Lenin comenta: «Hegel analiza conceptos que por lo general parecen muertos y muestra que en ellos hay movimiento. ¿Lo finito? iEso significa moverse hacia su fin! ¿Algo? – significa no lo que es otro. ¿El ser en general?… significa una indeterminación tal que ser= no ser».

El camino del cambio

«Movimiento y «auto movimiento» (iesto NB! un movimiento arbitrario (independiente), espontáneo, interiormente necesario), «cambio», «movimiento y vitalidad», «principio de todo automovimiento», «impulso» (Trieb) «al movimiento» y a la «actividad» -lo opuesto al «ser muerto«­ ¿¿quién creería que esto es la médula del «hegelianismo», del hegelianismo abstracto y abstrusen (¿pesado, absurdo?)?? Esta médula había que descubrirla, comprenderla, hinüberretten 83 , desentrañarla, depurarla, que es precisamente lo que hicieron Marx y Engels. .»

Para el empírico pequeñoburgués, las cosas siguen igual o, en el mejor de los casos, se mueven de forma circular. Como hoy es como ayer, mañana volverá a ser igual. El estado de cosas existente le parece todopoderoso y, por tanto, no ve más remedio que quejarse incesantemente del mismo, al tiempo que rechaza cualquier intento de romper con él. 

Siempre encontrará formas de demostrar que el capitalismo está aquí para quedarse, que la clase obrera nunca se moverá, o que el partido revolucionario no puede o no debe construirse, etcétera, etcétera. En la medida en que acepta el cambio, lo atribuye a fuerzas externas. En última instancia, capitula ante el statu quo, porque no puede imaginar que este cambie. En realidad, sin embargo, esa evolución es inevitable.

«En ningún lugar, ni en el cielo ni en la tierra», escribe Hegel, «hay algo que no contenga en sí ambos, el ser y la nada» . Aunque Hegel no nos proporciona ejemplos del cielo, la tierra está saturada de ellos. 

El cambio es el modo fundamental de existencia de toda materia. Todas las cosas que nacen llevan en sí mismas el germen de su destrucción. Esta lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre el ser y la nada, es la esencia del desarrollo, y el capitalismo no es una excepción.

Las fuerzas que conducen a la caída del sistema proceden enteramente de sus propias entrañas, es decir, del proletariado moderno. La principal característica del proletariado es que es una clase que no posee ninguna propiedad y que se ve obligada a vender su fuerza de trabajo al capitalista para sobrevivir. Sus intereses se oponen directamente a los pilares esenciales del capitalismo: la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. Cada paso adelante en el desarrollo del capitalismo forja a los trabajadores como una clase formidable en oposición a la burguesía, preparando así la caída de esta misma clase dominante.

Pero no se trata de un proceso lineal y gradual. Para los capitalistas, las revoluciones son obra de líderes astutos y carismáticos que aparecen de repente en escena, igual que la huelga se achaca al «agitador». En realidad, toda revolución es el resultado de largos periodos de crecientes contradicciones sociales, donde los intereses de la clase dominante chocan con los intereses del proletariado.

Sin embargo, durante años puede parecer que el régimen no se ve afectado. Los trabajadores agacharán la cabeza y aceptarán los dictados de la patronal. Tarde o temprano, sin embargo, se alcanzará un punto de inflexión en el que un acontecimiento accidental desatará toda la rabia contenida: las presas reventarán y las masas inundarán el escenario de la política.

La aparente estabilidad da paso a la más intensa agitación. Mientras tanto, las fuerzas revolucionarias, que hasta ayer estaban relegadas a la periferia del movimiento obrero, se encuentran de repente en el centro de la escena. Todo esto ocurre de la manera más abrupta y violenta, aparentemente sin previo aviso.

Los reformistas que ayer descartaron a la clase obrera debido a su supuesto «bajo nivel de conciencia» y a su débil organización están estupefactos ante unos acontecimientos que no esperaban y que no pueden controlar. Esto no hace más que revelar su superficialidad.

«Dicen que en la naturaleza no hay saltos;», escribe Hegel, en un pasaje fuertemente subrayado por Lenin, » y una imaginación común, cuando tiene que comprender un nacer o un perecer, cree que lo ha comprendido . (…) como una aparición o desaparición gradual.»

En realidad, ocurre lo contrario. El desarrollo nunca es meramente lineal o gradual. Se compone, por un lado, de periodos con pequeños cambios cuantitativos y graduales, que a su vez dan paso a bruscos saltos cualitativos; y, por otro, de cambios cualitativos, que dan paso a estallidos cuantitativos.

Hegel continúa:

«Al enfriarse, el agua no se endurece poco a poco, adquiriendo gradualmente la consistencia del hielo, tras haber pasado por la consistencia de gelatina, sino que es dura de repente; cuando ya ha alcanzado el punto de congelación, puede (si permanece en reposo) ser completamente líquida y una pequeña sacudida la lleva al estado de dureza.»

La transición de la cantidad a la calidad y viceversa -o, dicho de otro modo, los saltos- es un rasgo fundamental de todo desarrollo. Sin embargo, para comprender las fuerzas que impulsan estos cambios y qué dirección tomará el desarrollo, tenemos que ir más allá del punto de vista del «sentido común».  Lo que hace falta es observar más de cerca las fuerzas y corrientes subyacentes que no son inmediatamente visibles a simple vista.

Bajo la superficie

A primera vista, en nuestra vida cotidiana, pensamos que las cosas son simples y fijas. Estamos seguros de que un hombre es un hombre, un perro es un perro, esto es esto, aquello es aquello, y así sucesivamente. Y, sin embargo, en cuanto enfocamos la vista, esta certeza desaparece. Porque en nuestra búsqueda del perro arquetípico, debemos reconocer que tal cosa no existe; todos los perros son diferentes.

Incluso si tomamos a nuestro singular amigo canino, Chucho, nos daremos cuenta de que el Chucho de hoy no es del todo como el de ayer. Es muy diferente del cachorro con el que nos hicimos amigos hace años y en un momento diferirá del Chucho de ahora. En cuanto intentamos retenerlos en nuestra mente, todos los conceptos fijos y rígidos se nos escapan de las manos y se disuelven en un mundo infinitamente variado.

Los posmodernos se detienen en este punto y declaran que la «diferencia» es la esencia del mundo. Todo es diferente de todo lo demás, proclaman, y por tanto nuestros conceptos y categorías generales no son más que «construcciones» imaginarias.

Pero hablan demasiado pronto. Porque una vez que dirijamos nuestra mirada a ese mundo de diferencias ilimitadas, lo que nos llamará inmediatamente la atención es que, a pesar del estado constantemente cambiante de todo, con sorprendente claridad a todos los niveles, se repiten patrones y leyes similares, que gobiernan con mano de hierro.

A primera vista, no hay dos perros iguales. Sin embargo, algunos atributos esenciales aparecen en todos los perros, lo que los convierte en perros. Y aunque cada célula, molécula y átomo del cuerpo de Chucho está en constante movimiento y transformación, sigue habiendo algo innato que trasciende cada instancia fugaz y accidental de nuestro amigo canino. La identidad de las cosas no existe al margen de su diferencia, sino a través de ella. 

En la antigua filosofía platónica, la esencia de las cosas eran arquetipos ideales, que se situaban por encima o en oposición al mundo vibrante y multifacético que experimentamos. Para los posmodernos, la esencia de las cosas son meras construcciones mentales arbitrarias de la humanidad que proyectamos sobre la realidad externa.

Sobre esta cuestión, Lenin escribe:

«Los filósofos de menos talla discuten si debe tornarse como base la esencia o lo inmediatamente dado (Kant, Hume, todos los machistas). Hegel pone y en lugar de o, explicando el contenido concreto de este ‘y’.»

Como la ciencia moderna ha demostrado una y otra vez, la esencia de las cosas -lo que las hace ser lo que son- no es más que las relaciones inherentes a las cosas mismas. Es la dinámica interna de la materia, que surge y se expresa en las infinitas formas y configuraciones que adopta la naturaleza a nuestro alrededor.

Charles Darwin, en su teoría de la evolución biológica, explicó cómo todos los organismos se desarrollan mediante la selección natural de mutaciones que aumentan su capacidad de sobrevivir y reproducirse. «Se han desarrollado y se están desarrollando», escribe, «a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas las más bellas y portentosas».  

La ley de la evolución no es ajena a los organismos vivos, es su modo de desarrollo. Lo que diferencia a la humanidad de los demás animales es precisamente nuestra capacidad para abstraer esos aspectos de las cosas, aspectos que no son inmediatamente visibles a simple vista, para contemplarlos y alcanzar así una comprensión más profunda del fenómeno en su conjunto. Nuestras ideas y concepciones generales, en otras palabras, son aproximaciones a las leyes y relaciones reales que rigen el mundo.

Cuanto más profundamente seamos capaces de descender en el interior de las cosas, cuantas más relaciones seamos capaces de descubrir, con mayor precisión podrán reflejar nuestras ideas la esencia de las cosas mismas.

Como escribe Lenin:

«La naturaleza es, a la vez, concreta y abstracta, a la vez, fenómeno y esencia, a la vez, momento y relación. Los conceptos humanos son subjetivos en su abstracción, en su separación, pero objetivos en su conjunto, en el proceso, en el total, en la tendencia, en la fuente.»

Contradicción

El pensamiento ordinario se aferra a un aspecto inmediato de un fenómeno y lo contrapone al resto. Este método es válido para las tareas cotidianas. Pero si miramos más de cerca, veremos que la naturaleza no es unilateral y simple, sino polifacética y contradictoria. 

Las abstracciones unilaterales están muertas, explica Hegel en un pasaje destacado por Lenin, «la contradicción es la raíz de todo movimiento y vitalidad; y sólo en la medida que algo contiene contradicción se mueve y tiene impulso y actividad«

«Algo se mueve», nos dice Hegel, «no porque esté en este ‘ahora’ y más tarde en otro ‘ahora’, sino porque en uno y el mismo ‘ahora’ está aquí y no aquí, está y no está, a la vez, en este ‘aquí’.» Ese es el curso de todo movimiento y desarrollo.

La dialéctica no excluye la visión unilateral del mundo del pensamiento cotidiano, sino que la absorbe como un aspecto de una verdad superior. Abarca todos los aspectos de un fenómeno -sus relaciones internas y externas- y los mantiene unidos en su contradicción como un todo complejo. 

Una vez que reconocemos esto, se abre ante nosotros un mundo completamente nuevo. Un mundo interconectado en el que las partes existen en una relación recíproca con el todo; en el que el ser fluye hacia la nada y viceversa; en el que la cantidad fluye hacia la calidad y viceversa; en el que la identidad y la diferencia se interpenetran mutuamente; en el que la forma y el contenido están enzarzados en una lucha constante; en el que los principios simples están en la base de los procesos más complejos, etcétera, etcétera.

» La condición para el conocimiento de todos los procesos del mundo en su «automovimiento«, en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es el conocimiento de los mismos como unidad de los contrarios. «, escribe Lenin, añadiendo: «El desarrollo es la «lucha» de los contrarios».

Legalidad

Cuanto más profundamente seamos capaces de penetrar en un fenómeno y mejor podamos trazar sus relaciones contradictorias internas, menos azaroso o arbitrario aparecerá a nuestros ojos. En lugar de ello, lo que irá tomando forma es su necesaria -o en otras palabras, su legítima- vía de desarrollo.

Aquí tenemos una forma de ver el mundo totalmente distinta de las categorías muertas de la filosofía burguesa. La visión dialéctica refleja no sólo las propiedades externas de un fenómeno o sus etapas transitorias, sino la totalidad de su desarrollo en sus etapas sucesivas, desde que nace hasta su inevitable desaparición. Este método constituye el núcleo del marxismo.

Lenin escribió:

«En El Capital Marx analiza primero la rel.ación más simple, más ordinaria y fundamental, más común y cotidiana de la sociedad burguesa (mercantil), una relación que se encuentra miles de millones de veces, a saber, el cambio de mercancías. En ese fenómeno simple (en esta «célula» de la sociedad burguesa) el análisis revela todas las contradicciones (respective los gérmenes de todas las contradicciones) de la sociedad moderna. La exposición nos muestra el desarrollo (a la vez crecimiento y movimiento) de esas contradicciones y de esa sociedad en  la suma de sus partes individuales, de su comienzo a su fin. (…) Igual debe ser también el método de exposición (respectivo estudio) de la dialéctica en general (porque, para Marx, la dialéctica de la sociedad burguesa es sólo un caso particular de la dialéctica). «

Mediante la aplicación del método dialéctico, Marx desveló las leyes del capitalismo. Y sobre esta base pudo predecir con exactitud, a grandes rasgos, todo el desarrollo de la sociedad capitalista después de su muerte; un desarrollo que conduce necesariamente a la llegada al poder del proletariado y a la abolición de la propiedad privada y del Estado-nación.

El programa de los comunistas se formula sobre la base de esta perspectiva, desarrollada inicialmente por Marx y Engels basada en el estudio de la historia humana – y que está demostrando su corrección a diario..

De ahí que Lenin escribiera: «No se puede entender hasta el fin El Capital de Marx, y en especial su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido toda la Lógica de Hegel ¡¡Por consiguiente, ninguno de los marxistas ha entendido a Marx pasado medio siglo!!».

Leer a Hegel del derecho

Hegel desarrolló brillantemente la exposición más completa de la dialéctica como ciencia del movimiento y el cambio. Hasta el día de hoy, sus ideas están muy por encima de las doctrinas filosóficas oficiales de la clase capitalista.

Pero en manos de Hegel, la dialéctica recibió una forma mística, idealista. Aquí no eran las leyes inherentes del desarrollo de la naturaleza, sino las leyes del desarrollo de lo que él llamaba el Espíritu Absoluto o la Idea Absoluta. La Idea «se convierte en la creadora de la Naturaleza», escribe -a lo que Lenin se limita a responder con: «¡¡Ja, ja!!»

Para Hegel, las categorías lógicas, como Ser, Nada, Devenir, Cantidad, Cualidad, Esencia, Apariencia, etc. tienen una existencia independiente como partes componentes de esta Idea que todo lo abarca, que a su vez se ha expresado a través de la naturaleza. Una vez que se ha desplegado en la naturaleza, es en el pensamiento racional donde el Absoluto encuentra su forma más elevada, alcanzando su cima con la propia filosofía hegeliana.

Hegel insistió en la primacía última del pensamiento abstracto sobre la actividad humana. En la medida en que incluyó la actividad como componente clave de su lógica, lo hizo ante todo como categoría lógica. A lo largo de toda su lógica insiste en que el lector debe dejar atrás el mundo exterior y permanecer en el reino del «pensamiento puro».

Y, sin embargo, se vio obligado, una y otra vez, a virar hacia el materialismo, por su propia lógica y para demostrar sus argumentos. Como señaló Lenin: «en esta obra de Hegel, la más idealista de todas, hay menos idealismo y más materialismo que en ninguna otra. iEs “contradictorio”, pero es un hecho!».

Hegel pertenecía al campo del idealismo filosófico, que sostiene que la mente es el componente primario de la realidad y que el mundo externo, de una forma u otra, es una derivación o reflejo de la mente. Todas las religiones pertenecen al campo del idealismo filosófico y Hegel no ocultó que estaba formulando un sistema religioso. 

Los marxistas somos materialistas filosóficos. A diferencia de los idealistas, creemos que sólo existe un mundo, el mundo material que podemos sentir y con el que podemos interactuar. La mente humana es un producto de este mundo material y nuestras ideas no son más que reflejos de él.

«En general procuro leer a Hegel de modo materialista», escribió Lenin, «Hegel es el materialismo invertido ( según expresión de Engels), es decir, desecho las más de las veces a Dios, el absoluto, la idea pura, etc.»

Lenin puede hacerlo porque el concepto de la Idea Absoluta no desempeña ningún papel fundamental en los aspectos esenciales de las ideas de Hegel. De hecho, como señaló Friedrich Engels, Hegel no dice «absolutamente nada» sobre la Idea Absoluta. 

Los marxistas no creen que la dialéctica tenga una existencia separada de la naturaleza. Las leyes de la dialéctica no son las leyes de las ideas, sino que reflejan las leyes inherente a la propia naturaleza en el nivel más general. Mediante nuestra interacción con el mundo, los humanos somos capaces de descubrir estas leyes a niveles cada vez más profundos. Esa es la base de la filosofía marxista: el materialismo dialéctico.

«La lógica no es la ciencia de las formas exteriores del pensamiento», escribió Lenin, «sino de las leyes del desarrollo «de todas las cosas materiales, naturales y espirituales», es decir, del desarrollo de todo el contenido concreto del mundo y de su cognición, o sea, el resultado, la suma total, la conclusión de la historia del conocimiento del mundo.»

Fue uno de los grandes logros de Marx y Engels rescatar la dialéctica de las cadenas del idealismo muerto de Hegel y «darle la vuelta». Y mientras la dialéctica de la naturaleza es confirmada diariamente por los avances de la ciencia y la cultura, el idealismo de Hegel -es decir, su Espíritu Absoluto- permanece meramente como un exoesqueleto sin vida, que tuvo que ser desechado en la muda para que el verdadero organismo vivo subyacente continuara desarrollándose.

Teoría y práctica

¿De dónde vienen las ideas? Estos fantasmas encantadores que vagan por nuestros mundos interiores; sus orígenes específicos han sido olvidados hace mucho tiempo, y por ello, durante miles de años los hombres les han imbuido cualidades místicas. En el idealismo, las ideas se enfrentan a la humanidad como fuerzas poderosas que están por encima de la naturaleza y la sociedad.

Pero las ideas no tienen una existencia independiente. Tampoco son, como imaginan los subjetivistas, barreras impenetrables entre los seres humanos y el mundo exterior. La mente es una función reguladora de nuestra especie, que mediante el trabajo tiende un puente entre nosotros y la naturaleza que nos rodea.

«La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real», explica Marx. De nuestra interacción constante con el mundo que nos rodea, lo que Marx llama «el metabolismo entre el hombre y la naturaleza», surgen concepciones que nos permiten comprender nuestro entorno y adaptarlo a nuestras necesidades. Al hacerlo, también nos cambiamos a nosotros mismos. Nuestras ideas, como las categorías de la lógica, no son fenómenos sobrenaturales; simplemente reflejan la propia naturaleza y sus orígenes se encuentran en la actividad social humana.

«Para Hegel», señala Lenin, «la acción, la práctica, es un «silogismo» lógico, una figura de la lógica. iY eso es verdad! No, por supuesto, en el sentido de que la figura de la lógica tenga su otro ser en la práctica del hombre ( = idealismo absoluto), sino a la inversa: la práctica del hombre, que se repite miles de millones de veces, se consolida en la conciencia del hombre por medio de figuras de la lógica. Precisamente (y sólo) debido a esta repetición de miles de millones de veces, estas figuras tienen la estabilidad de un prejuicio, un carácter axiomático.»

El carácter dialéctico del pensamiento que Hegel trazó en su Lógica, en otras palabras, no es más que un reflejo de la naturaleza con la que interactúan los hombres. Lenin parafraseando a Hegel escribe: «La naturaleza, esa totalidad inmediata, se despliega en la idea lógica». Y continúa diciendo:

«La lógica es la ciencia del conocimiento. Es la teoría del conocimiento. El conocimiento es el reflejo de la naturaleza por el hombre. Pero no es un reflejo simple, inmediato, completo, sino el proceso de una serie de abstracciones, la formación y el desarrollo de conceptos, leyes, etc., y estos conceptos, leyes, etc. (pensamiento, ciencia = «la idea lógica») abarcan condicionalmente, aproximadamente, la regularidad universal de la naturaleza en eterno desarrollo y movimiento.»

A lo largo de miles de años de ensayo y error hemos desarrollado ideas y concepciones generales que profundizan cada vez más en distintos aspectos de la naturaleza, ideas que se han convertido en la esencia concentrada de la experiencia humana. La dialéctica es la culminación de este desarrollo.

Pero el conocimiento no es una corriente unidireccional, que imprime en nuestro cerebro los resultados de nuestras actividades. También existe un proceso simultáneo inverso: una vez deducidos distintos aspectos del mundo regido por la ley, el pensamiento abstracto nos permite contemplarlos para mejorar nuestra práctica más adelante.

Es aquí donde nuestras ideas se enfrentan al mundo objetivo que pretendemos cambiar . Y es a través de este proceso que ganan objetividad: «La unidad de la idea teórica (del conocimiento) y de la práctica -esto NB-, y esta unidad se halla precisamente en la teoría del conocimiento, porque la suma es «la idea absoluta» (y la idea = «das objektive Wahre» [lo objetivamente cierto]) » .

Para el filisteo, la teoría representa, en el mejor de los casos, una curiosidad. Pero es la interacción dialéctica de la teoría y la práctica, una que lleva a la otra, lo que caracteriza «el infinito proceso de profundización del conocimiento humano de la cosa, de los fenómenos, los procesos, etc., partiendo del fenómeno para llegar a la esencia y de la esencia menos profunda a otra más profunda.».

Se trata de un proceso que, al mismo tiempo, mejora y amplía el dominio del hombre sobre la naturaleza. Cuanto más profundo sea el conocimiento de las leyes que rigen nuestro mundo, más eficazmente podremos alcanzar nuestros objetivos y aspiraciones. Y aquí vemos la importancia de la teoría para los comunistas.

Como explicó Trotsky:

“Infinitamente más exigente, más severo y más equilibrado es aquél para quien la teoría es una guía para la acción. Un escéptico de salón puede burlarse impunemente de la medicina. El cirujano no puede vivir en la atmósfera de las incertidumbres científicas. Cuanta más necesidad tiene el revolucionario del apoyo de la teoría para la acción, más intransigente es en salvaguardarla. Vladimir Ulianov despreciaba el diletantismo y aborrecía a los curanderos. En el marxismo, él apreciaba, por encima de todo, la autoridad disciplinada del método.”

La victoria de la previsión sobre el asombro

Trotsky definió una vez la teoría marxista como la superioridad de la «previsión sobre el asombro». Y fue precisamente esta previsión y profunda comprensión lo que permitió a Lenin y a los bolcheviques prevalecer frente a la extrema adversidad procedente de todas partes. 

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques podían describirse -en términos de poder, influencia y recursos- como una de las tendencias políticas más débiles de Europa. Bajo el impacto de la ola de patriotismo azuzada por las autoridades zaristas y el consiguiente sentimiento de unidad nacional, el partido perdió la mayoría de sus apoyos entre la clase obrera rusa. La oleada revolucionaria que se estaba gestando en Rusia antes de la guerra se vio inmediatamente truncada y el zarismo se vio temporalmente reforzado.

Los elementos revolucionarios fueron relegados una vez más a la periferia. Para empeorar las cosas, muchos de los mejores trabajadores fueron enviados al frente como castigo por sus actividades en las fábricas y en otros lugares. Los principales dirigentes bolcheviques, en su mayoría, estaban exiliados en Europa, donde las líneas de comunicación habían sido cortadas o gravemente interrumpidas por la guerra. 

La reacción levantaba cabeza y ganaba terreno en toda Europa y la clase obrera estaba en retirada. Armados con armas de fuego, tanques y bombas, los burgueses de Europa estaban masacrando el continente, y cualquiera que se interpusiera en su camino podía ser fácilmente apartado o, si era necesario, enviado al frente y eliminado. Mientras tanto, los líderes socialdemócratas europeos, que se habían alineado detrás de sus propias clases dominantes, parecían sentarse cómodamente en el regazo de sus amos burgueses. 

Para los bolcheviques, con unas finanzas débiles, poco o ningún aparato y unas organizaciones del partido en total desorden debido a la guerra, la idea de tomar el poder podría haber parecido más lejana que nunca. Y, sin embargo, sólo poco más de tres años después del inicio de la guerra, todo esto se había vuelto en su contrario y el Partido Bolchevique conducía a los obreros y campesinos de Rusia al poder en la Revolución de Octubre de 1917. ¡No podría imaginarse una mayor demostración de la dialéctica!

Aquí vemos el poder de las ideas en la práctica. El éxito de los bolcheviques puede reducirse al éxito del método marxista, al método del materialismo dialéctico.

Lenin y los bolcheviques insistieron en una posición de clase y se negaron a hacer la menor concesión a los giros nacional chovinistas que la guerra produjo en toda Europa. Y aunque la guerra fortaleció inicialmente a la clase dominante, más tarde se convirtió en la mayor fuerza motriz de la revolución al sacar a la luz las contradicciones de clase de la sociedad. 

Así, el mensaje revolucionario de los bolcheviques, que no tuvo ningún eco popular en los primeros días de la guerra, se convirtió en el grito de guerra de las masas rusas y sembró el terror entre las clases dominantes del mundo. 

El oportunismo es el abandono de las perspectivas a largo plazo en favor de objetivos inmediatos a corto plazo. La dialéctica es la ciencia de ir más allá de lo inmediato y comprender los procesos complejos y prolongados en su totalidad. Fue la dedicación a la teoría y el dominio de la dialéctica lo que dio a Lenin una gran ventaja sobre sus enemigos.

En política, el encaprichamiento por la apariencia inmediata de las cosas conduce a eslóganes frívolos y a un «encaprichamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica». Lenin y los bolcheviques, sin embargo, trascendieron las apariencias y abordaron la esencia de las cosas, independientemente del impacto inmediato que tuviera en el partido, porque sabían que al final sólo la verdad les acercaría a la victoria de la clase obrera. Esta fue la clave de su éxito.

León Trotsky resumió el meollo de la cuestión:

«Pertenece a la experiencia histórica que la mayor revolución de toda la historia no fue dirigida por el partido que comenzó con bombas, sino por el partido que empezó con el materialismo dialéctico.»

LENIN 100 AÑOS DESPUÉS

El 21 de enero de 2024 se cumple el centenario de la muerte de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido mundialmente como Lenin. Fue sin duda uno de los más grandes revolucionarios que jamás hayan existido. Con sus acciones al frente del Partido Bolchevique, este hombre extraordinario cambió literalmente el curso de la historia. 

[Originalmente publicado como el editorial del número 44 de la revista América Socialista, En Defensa del Marxismo]

Toda la vida de Lenin estuvo dedicada a la emancipación de la clase obrera, que culminó con la victoria de la Revolución de Octubre en 1917. El significado de este acontecimiento lo expresó acertadamente Rosa Luxemburgo:

«Todo cuanto un partido puede exhibir, en un momento histórico, de coraje, energía, de intuición revolucionaria y coherencia, Lenin, Trotsky y sus compañeros lo mostraron ampliamente. Todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios, que faltó a la socialdemocracia occidental, encontró su expresión en los bolcheviques. La insurrección de octubre no representó solamente la salvación real de la Revolución rusa, sino también la rehabilitación del socialismo internacional.»

Por primera vez, salvo el heroico pero breve episodio de la Comuna de París, la clase obrera conquistó el poder y lo mantuvo. Por esta razón, la Revolución de Octubre puede considerarse el mayor acontecimiento de la historia. Sean cuales sean los acontecimientos posteriores, se trata de una conquista indeleble que nunca podrá borrarse.

Y es por esta razón que, en manos de la clase dominante y sus apologistas, Lenin se ha convertido en el individuo más odiado y calumniado de la historia. 

Calumnias

Mientras que los comentaristas burgueses a veces se han mostrado complacientes con Marx por su análisis del capitalismo, aunque por supuesto rechazan sus conclusiones revolucionarias, Lenin se ha convertido en un completo anatema. Por supuesto, esto no debería sorprendernos.

Al igual que los escabrosos ataques a la Revolución Francesa por parte de la vil prensa inglesa de la época, los plumíferos del capitalismo denuncian a Lenin y a la Revolución Rusa. Su objetivo es desacreditar y borrar de la historia su verdadera importancia. Esta ha sido su tarea durante más de un siglo.

Por lo tanto, Lenin es presentado como un «dictador», un agente alemán, un agente zarista, un nuevo zar y, finalmente, el precursor de Stalin y del estalinismo. El estruendo ha ido in crescendo. 

Las historias que venden son tan risibles que da vergüenza leerlas. Hay literalmente cientos de estos supuestos «historiadores» ignorantes, todos repitiendo la misma cantinela y haciendo las mismas absurdas afirmaciones sobre Lenin que hielan la sangre. Pocos, si es que hay alguno, merecen la pena ser leídos. Incluso las obras más «pulidas» sobre Lenin están impregnadas de veneno.

«El bolchevismo se fundó sobre una mentira, sentando un precedente que se seguiría durante los siguientes 90 años. Lenin no tenía tiempo para la democracia, ni confianza en las masas, ni escrúpulos en el uso de la violencia. Quería un partido pequeño, estrechamente organizado y estrictamente disciplinado de revolucionarios profesionales de línea dura, que hicieran exactamente lo que se les ordenara». Este ejemplo procede de la pluma envenenada de Anthony Read en El mundo en llamas. 

«Aquí se encuentran los gérmenes del gobierno por el terror, de la aspiración totalitaria al control total de la vida y la opinión públicas», señala Richard Pipes, en una historia de terror escrita para asustar lectores de temperamento nervioso. 

«Lenin fue el primer jefe de partido moderno que alcanzó el estatus de dios: Stalin, Mussolini, Hitler y Mao Zedong fueron todos sus sucesores en este sentido», escribe Figes para no quedarse atrás . 

Estos charlatanes adinerados y bien pagados nunca se darán por vencidos. Su campaña de mentiras continuará hasta que el propio capitalismo sea derrocado. Deberíamos dejarles hacer su trabajo sucio, como a las brujas de Macbeth. 

A pesar de todos sus esfuerzos por agriar las mentes de los jóvenes contra Lenin y el bolchevismo, las cosas no están saliendo como estaba previsto. La gente está empezando a cuestionar la «narrativa» oficial, como ocurre con la mayoría de las cosas. Desgraciadamente para los lacayos literarios de la burguesía, ¡sus tonterías anticomunistas no están teniendo el impacto deseado!

Por desgracia, como se ve obligado a admitir el profesor Orlando Figes, «los fantasmas de 1917 no han sido exorcizados». Y, dado el período en que hemos entrado, tampoco lo estarán.

Un faro de esperanza

Estamos en una época de agitación sin precedentes. El capitalismo como sistema socioeconómico se ha agotado y decenas de millones de personas en todo el mundo cuestionan su legitimidad. En consecuencia, buscan activamente una salida a este callejón sin salida. Sin embargo, los viejos partidos están cada vez más desacreditados y millones de personas se han hartado de los reformistas melindrosos de todo tipo que sólo quieren «reformar» el sistema hasta cierto punto. Pero esto es como pedirle a un leopardo que cambie sus manchas o intentar achicar el océano con una cuchara.

Lenin destaca como un gigante en contraste con todas las palabras y hechos de los liliputienses dirigentes laboristas y sindicales, tanto de derechas como de izquierdas, que en la práctica han aceptado el sistema capitalista. También ellos, junto con los burgueses, miran a Lenin con horror o, en el mejor de los casos, simplemente como «anticuado», sus ideas carentes de valor ni relevancia.

Pero no es tan fácil deshacerse de Lenin y sus ideas. «La doctrina de Marx es omnipotente, porque es exacta», explicó. Es «completa y armónica, da a los hombres una concepción del mundo íntegra, inconciliable con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa».

Es una teoría para cambiar el mundo, en la que la teoría y la práctica no están separadas, sino que forman un todo unificado. Por ello, Lenin, un verdadero marxista, dedicó su vida a la victoria de la revolución socialista mundial. En este sentido, destaca como un faro para los trabajadores con conciencia de clase de todo el mundo.  

Hoy en día existe un creciente interés por Lenin y sus ideas y hay un intento, especialmente por parte de muchos jóvenes, de redescubrir el auténtico programa del leninismo y el bolchevismo. Este interés y la profunda crisis del sistema capitalista demuestran la relevancia de Lenin para el aquí y ahora.

Bolchevismo

Lenin se irguió sobre los hombros de Marx y Engels, y puso en práctica sus ideas. El leninismo es simplemente marxismo en la época imperialista de la revolución y la contrarrevolución.

Dada la despiadada lucha contra el viejo orden capitalista, Lenin subrayó la necesidad vital de construir un partido disciplinado y teóricamente blindado. Era un revolucionario de tal visión que sólo podía ser el líder del partido más intrépido, capaz de llevar sus pensamientos y acciones hasta su conclusión lógica. Fundió su destino con el destino del partido proletario y sus objetivos.

Dada la traición de los viejos dirigentes socialdemócratas, era vital crear una nueva dirección revolucionaria. Esto significaba que había que formar nuevos partidos comunistas que organizaran a la clase obrera para tomar el poder. A diferencia de los viejos partidos reformistas, que se habían convertido en gran medida en máquinas electorales, estos nuevos partidos seguirían el modelo del Partido Bolchevique, tanto en organización como en perspectiva revolucionaria.

«En el presente momento histórico se trata precisamente de que el ejemplo ruso muestra a todos los países algo, y algo muy sustancial, de su futuro próximo e inevitable», explicaba Lenin en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo

«Sólo la historia del bolchevismo en todo el período de su existencia puede explicar de un modo satisfactorio por qué el bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.»

El Partido Bolchevique pudo desempeñar ese papel, dada su singular historia y el papel de Lenin. Como él mismo explicó:

«Rusia hizo suya la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de búsquedas abnegadas, de estudio, de pruebas en la práctica, de desengaños, de comprobación, de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba con una riqueza de relaciones internacionales y un conocimiento tan excelente de todas las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país.»

El Partido Bolchevique bajo Lenin fue el partido más revolucionario de la historia. Lenin comprendió que un partido así debía construirse antes de que estallaran los acontecimientos revolucionarios. Desde luego, no podía improvisarse o crearse espontáneamente durante una revolución, ya que sería demasiado tarde. Toda la experiencia del pasado así lo demuestra. 

En primer lugar, era importante crear una red de cuadros marxistas, que actuaría como marco en torno al cual podría construirse con el tiempo un partido de masas. Dado que la revolución era un asunto serio, Lenin luchó por la creación de un partido de «revolucionarios profesionales» que se dedicaran a la revolución. 

Además, el partido revolucionario debía fundarse sobre los cimientos de la teoría marxista. «Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario», escribió Lenin en el ¿Qué hacer?, obra dedicada a la construcción de dicho partido. Fue el guardián teórico del partido, que bajo su dirección desarrolló su propia moral proletaria basada en los intereses de la revolución socialista.

Para Lenin, esta lucha por la teoría marxista era una tarea esencial. Por lo tanto, el papel de la Iskra de Lenin consistía en emprender «la lucha resuelta y tenaz en pro de los fundamentos del marxismo», que, según explicaba, se había puesto «de nuevo a la orden del día» .

Lenin escribió ¿Qué hacer? en un periodo de retroceso teórico y revisionismo dentro de la socialdemocracia rusa. Gran parte del folleto de Lenin está dedicado a refutar los argumentos de la corriente «economicista», que renunciaba a la lucha política en nombre de la «espontaneidad» y el obrerismo. Pero también era necesario hacer frente a la influencia del llamado «marxismo legal», que vaciaba al marxismo de todo su contenido revolucionario. 

Para Lenin, la defensa de la teoría marxista requería algo más que la repetición de viejas fórmulas; significaba una aplicación del método del marxismo a la situación concreta. Era esencial no imponer la teoría a la realidad. La realidad era el punto de partida. Como advirtió Lenin, la teoría, cuando se reduce a un dogma abstracto, puede ser mal utilizada para justificar el revisionismo:

«El marxismo es una doctrina extraordinariamente profunda y polifacética. No es extraño, por ello, que entre los “argumentos” de quienes rompen con el marxismo se puedan encontrar siempre fragmentos de citas de Marx, sobre todo si se reproducen citas inoportunamente.»

Subrayó que el marxismo no era un dogma sin vida, ni una doctrina prefabricada e inmutable, sino una guía viva para la acción. Esto significaba que era vital relacionar las ideas del marxismo con la situación real, y no enredarse en fantasías. «La verdad es concreta», repetía a menudo. La gran prueba para los revolucionarios era conectar estas ideas con el movimiento real de la clase obrera. De este modo, podrían ganar apoyo y dar fruto.

Flexibilidad

Lenin siempre fue firme en los principios, pero muy flexible en la organización y la táctica. Éste fue uno de los grandes puntos fuertes de Lenin. Comprendió que la construcción de un auténtico Partido Comunista, como ocurrió con el Partido Bolchevique, no era una línea recta. Para ganarse a los trabajadores, especialmente a la que seguía bajo la influencia de los partidos reformistas, se necesitaban tácticas flexibles. No se trataba de una cuestión secundaria. En su maravillosa obra, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Lenin explicaba:

«Falta sólo una cosa para que marchemos hacia la victoria con más firmeza y seguridad; que los comunistas de todos los países comprendamos por doquier y hasta el fin que en nuestra táctica es necesaria la flexibilidad máxima.»

Lenin desarrolló una gran «percepción» de la situación y fue capaz de evaluar las cosas cada vez que se producía un giro brusco en los acontecimientos. Sabía diferenciar lo esencial de lo secundario.

Como explicó Trotsky:

«Dirigir la visión revolucionaria hacia el futuro, abarcar lo esencial, lo fundamental, lo importante; éste era el don peculiar que Lenin poseía en el más alto grado. Cualquiera que hubiese podido, como pude hacerlo yo, observar de cerca el trabajo de Vladimir Ilich, no podría menos que mirar con entusiasmo –repito la palabra entusiasmo– este don de pensamiento penetrante y agudo que rechazaba todo lo externo, lo fortuito, lo superficial, a fin de percibir los caminos principales y los métodos de acción. La clase obrera sólo aprende a apreciar a esos jefes que habiendo trazado el camino de su desarrollo, marchan con un paso seguro y perseverante, incluso cuando los prejuicios del mismo proletariado a veces son un obstáculo para ellos.»

Sobre todo, Lenin supo adaptarse a los cambios que se producían con anticipación. Por lo general, esto requería un cambio de táctica que se correspondiera con las nuevas necesidades de la situación. Una vez más, estos cambios no siempre eran sencillos y podían dar lugar a agudas polémicas en el seno del partido. No en vano el bolchevismo era conocido como una escuela de los golpes duros. 

En cada etapa del desarrollo del partido, desde los primeros círculos de la clandestinidad hasta el trabajo de masas de 1905, hasta 1917 y más allá, Lenin tuvo que superar la resistencia de quienes se aferraban a los métodos del pasado. A cada cambio de táctica que se proponía, se encontraba generalmente con una dura resistencia. La razón de esta resistencia era que la vida del partido siempre desarrolla un cierto rutinismo. Cuando la situación cambia, estas rutinas entran en conflicto con las nuevas exigencias. Hay muchos ejemplos de ello.

El intento de Lenin de profesionalizar el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en el II Congreso de 1903, en el que trató de alejar al partido de la mentalidad de pequeño círculo, informal del primer periodo, condujo en realidad a una escisión entre bolcheviques y mencheviques. 

La Revolución de 1905 abrió nuevos desafíos. Para aprovechar las condiciones abiertas, Lenin intentó romper con los métodos del trabajo clandestino. Esto le enfrentó a los «hombres de comité». Éstos eran revolucionarios entregados que habían crecido en las condiciones del trabajo clandestino, lo que moldeó su perspectiva. Así que cuando la situación se abrió para el trabajo legal, les resultó difícil adaptarse y se convirtieron en un obstáculo. Esto condujo a una tremenda ruptura.

Pero Lenin no estaba dispuesto a ceder. Las nuevas oportunidades exigían un cambio de enfoque. Por lo tanto, tuvo que entablar batalla con los hombres de los comités y sus métodos. Era hora de abrir el Partido. Lenin no se anduvo con rodeos:

«Necesitamos fuerzas jóvenes. Soy partidario de fusilar en el acto a cualquiera que se atreva a decir que no hay gente. La gente en Rusia es legión; todo lo que tenemos que hacer es reclutar jóvenes más amplia y audazmente, más audaz y ampliamente, y de nuevo más amplia y de nuevo más audazmente, sin temerles. Estamos en tiempos de guerra. La juventud, los estudiantes, y más aún los jóvenes trabajadores. Deshazte de todos los viejos hábitos de inmovilidad, de respeto al rango, etc. Formen cientos de círculos de vperyodistas entre los jóvenes y anímenlos a trabajar a toda máquina…»

Lenin exigió que los dirigentes bolcheviques rompieran con el viejo rutinismo y pusieran a la organización en pie de guerra. De lo contrario, existía un peligro real de que se desaprovecharan las nuevas oportunidades que se le presentaban al partido. Una vez más, Lenin llamó a la acción:

«Sólo debes asegurarte de organizar, organizar y organizar cientos de círculos, relegando completamente a un segundo plano las habituales y bienintencionadas estupideces (jerárquicas) de los comités. Estamos en tiempos de guerra. O creáis en todas partes organizaciones de combate nuevas, jóvenes, frescas y enérgicas para el trabajo socialdemócrata revolucionario de todas las variedades entre todos los estratos, o os hundiréis, llevando la aureola de burócratas de ‘comité’.»

El enfoque rutinario de algunos de los dirigentes bolcheviques se extendió a su actitud hacia los recién formados soviets. Los Soviets fueron creados espontáneamente por los trabajadores en lucha, y eran comités de huelga ampliados. Pronto se convirtieron en un poder alternativo al antiguo régimen zarista.

En lugar de acoger a estas nuevas formaciones de clase, algunos de los viejos dirigentes bolcheviques las consideraban competidoras del partido. Adoptaron un enfoque completamente sectario. Fue necesaria la intervención personal de Lenin para corregir este error. De hecho, Lenin consideraba a los soviets como «el embrión de un gobierno obrero» , lo que demostraba su clarividencia, y se confirmó en los acontecimientos de 1917.

En 1905, el POSDR, compuesto por las facciones menchevique y bolchevique, se transformó en un partido de masas. Esto demostró el enorme potencial de la situación, pero no duró.

La derrota de la Revolución de 1905 abrió un periodo de sangrienta reacción en Rusia. El movimiento sufrió un duro revés. Esto a su vez provocó muchas deserciones del partido, especialmente de los tipos más pequeñoburgueses que no podían soportar la presión. El ambiente dentro del partido era muy malo y los bolcheviques quedaron reducidos a un cascarón. 

Hubo muchos problemas en estos años de reacción. Lenin se vio obligado a romper con los que habían sucumbido a los ánimos de desesperación y virado hacia el ultraizquierdismo, por un lado, como los bolcheviques que insistían en boicotear las elecciones a la Duma Estatal mucho después de que la Revolución hubiera sido derrotada, y por otro, los que querían disolver el partido por completo (los «liquidadores»). 

Una vez más, Lenin tuvo que entrar en una lucha en el plano teórico, contra quienes intentaban revisar los principios filosóficos más básicos del movimiento marxista, incluido el propio materialismo. Fue en este período cuando Lenin escribió Materialismo y empiriocriticismo como polémica contra una tendencia del movimiento marxista ruso que se apartaba del materialismo dialéctico y se dirigía hacia el callejón sin salida filosófico del idealismo subjetivo.

En el plano organizativo, hubo intentos de fusionar las facciones menchevique y bolchevique tras la Revolución de 1905. Sin embargo, las crecientes diferencias políticas lo impidieron. Los mencheviques consideraban a los liberales como la fuerza que debía liderar la revolución, mientras que los bolcheviques se dirigían a los obreros y campesinos pobres. Finalmente, tomaron caminos separados y el Partido Bolchevique se constituyó formalmente en abril de 1912.

Rearmar el partido

Se ha creado el mito de que Lenin gobernaba el Partido Bolchevique con una vara de hierro, lo que claramente no era el caso. Hubo muchas ocasiones en las que Lenin estuvo en minoría, incluso dentro de la dirección. La autoridad de Lenin no se basaba en agitar un gran garrote, sino en su autoridad política, construida sobre un enfoque paciente. 

Cuando Lenin se enfrentó a la Revolución de Febrero en 1917, las nuevas tácticas que propugnaba encontraron poco apoyo.

La revolución había conducido al derrocamiento del zarismo y había instaurado un gobierno provisional, formado por representantes de la burguesía. Al mismo tiempo, los obreros rusos crearon soviets a una escala aún mayor que en 1905. Los dirigentes bolcheviques dentro de Rusia -especialmente Kámenev y Stalin- estaban embriagados con la revolución y por los sentimientos de «unidad» que prevalecieron en sus primeros días. Como resultado, adoptaron una actitud completamente equivocada hacia el Gobierno Provisional. En lugar de oponerse al gobierno, le dieron un ‘apoyo crítico’, incluyendo su apoyo a la guerra imperialista.

Lenin estaba furioso. Mientras seguía intentando salir de Suiza hacia Rusia, escribió una serie de artículos -sus célebres Cartas desde lejos, que constituyeron la base de sus famosas Tesis de abril– oponiéndose al gobierno Provisional capitalista y llamando a una nueva revolución.

Los bolcheviques se habían educado durante mucho tiempo en la perspectiva de una «dictadura democrática del proletariado y el campesinado», vinculada a la idea de provocar una revolución socialista en Occidente. Aunque esta formulación consideraba la revolución venidera como una revolución burguesa para barrer los vestigios del feudalismo y preparar el terreno para el desarrollo capitalista, la dirección de esta revolución no recaería en la burguesía, que desempeñaba un papel contrarrevolucionario, sino en los obreros y campesinos. Sin embargo, esta fórmula tenía un carácter algebraico en el sentido de que la cuestión de qué clase desempeñaría el papel dirigente en esta alianza quedaba abierta, como una «incógnita».

La posición bolchevique contrastaba notablemente con la de los mencheviques, que decían que la revolución era burguesa y, por tanto, debía ser dirigida por la burguesía. Los obreros, a sus ojos, sólo debían desempeñar un papel de apoyo.

Trotsky, por su parte, había propuesto su propia teoría de la «revolución permanente» como perspectiva para Rusia. Aunque estaba de acuerdo con los bolcheviques en que la burguesía era contrarrevolucionaria, creía que la única clase capaz de dirigir la revolución era la clase obrera, apoyada por los campesinos pobres. Sin embargo, en lugar de establecer una «dictadura democrática», Trotsky defendía un gobierno obrero que barriera en primer lugar el feudalismo (las tareas «democráticas»), pero que luego procediera a las tareas socialistas. Esta revolución socialista, a su vez, provocaría la revolución en Occidente, que acudiría en ayuda de los trabajadores rusos. De ahí su carácter «permanente».

La posición planteada por Lenin en abril de 1917 era fundamentalmente idéntica a la de Trotsky. Sin embargo, los «viejos dirigentes bolcheviques» se opusieron, aferrándose a la fórmula original de la «dictadura democrática».

Lenin se vio obligado a utilizar toda su autoridad política para cambiar la dirección del partido. De ese modo, tuvo que enfrentarse a los autodenominados «viejos bolcheviques», ¡que le acusaron de «trotskismo»!

Ante el retroceso de los dirigentes bolcheviques, y dado lo que estaba en juego, Lenin se lanzó a la batalla:

«preferiré incluso una ruptura inmediata con cualquier miembro de nuestro partido, quienquiera que sea, antes que hacer concesiones al socialpatriotismo de Kerenski y Cía., o al socialpacifismo y al kautskismo de Chjeídze y Cía.

Continuó:

«A los obreros hay que decirles la verdad. Debemos decir que el gobierno de Guchkov-Miliukov y Cía. es un gobierno imperialista, que los obreros y campesinos deben primero (ahora o después de las elecciones a la Asamblea Constituyente, si

es que no se engaña sobre este punto al pueblo y no se aplazan las elecciones para

después de la guerra; no es posible resolver desde aquí el problema de elegir el

momento), primero deben transferir todo el poder del Estado a manos de la clase

obrera, enemiga del capital, enemiga de la guerra imperialista, y sólo entonces

tendrán derecho a lanzar llamamientos pidiendo el derrocamiento de todos los

reyes y de todos los gobiernos burgueses.»

A continuación, dirigió su atención a los «viejos bolcheviques»:

«Aquí oímos el alboroto de las réplicas de aquellos a quienes gusta llamarse «viejos bolcheviques»: ¿Acaso no hemos dicho siempre que la revolución democrática burguesa sería terminada solamente por «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los .campesinos»? ¿Acaso la revolución agraria, también democrática burguesa, ha terminado? ¿Acaso no es, por el contrario, un hecho que esta última todavía no ha comenzado?

«Contesto: las consignas y las ideas bolcheviques, en general, han sido plenamente confirmadas por la historia, pero, concretamente, las cosas han resultado de otro modo de lo que podía (quienquiera que sea) esperar, de un modo más original, más peculiar, más variado. 

«Desconocer, olvidar este hecho, significaría semejarse a aquellos «viejos bolcheviques”, que ya más de una vez desempeñaron un triste papel en la historia de nuestro partido, repitiendo una fórmula tontamente aprendida, en vez de dedicarse al estudio de las peculiaridades de la nueva y viva realidad….».

«Quien ahora hable solamente de la «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos», se ha rezagado de la realidad y, por esta razón, se ha pasado, de hecho, a la pequeña burguesía contra la lucha proletaria de clase y hay que mandarlo al archivo de las curiosidades· «bolcheviques» prerrevolucionarias (al archivo que podríamos Ilamar «de los viejos bolcheviques»)…

«Por ahora es necesario asimilar la verdad indiscutible de que un marxista debe tener n cuenta la vida real, los hechos exactos de la realidad, y no seguir aferrándose a la teoría de ayer, que, como toda teoría, en .el mejor de los casos, sólo traza lo fundamental, lo general, sólo abarca de un modo aproximado la complejidad de la vida.

“‘La teoría, amigo mío, es gris, pero el árbol de la vida es eternamente verde’

«Quien plantee la cuestión de la «terminación» de la revolución burguesa al viejo estilo, sacrifica el marxismo vivo en aras de la letra muerta».

A principios de abril de 1917, Lenin estaba completamente aislado dentro del partido Bolchevique cuando planteó la nueva perspectiva de la revolución socialista. Los viejos dirigentes se habían convertido en un obstáculo, al igual que anteriormente con los hombres del comité. El único dirigente que le apoyaba era Kollontai. El resto se opuso.

Pero con la fuerza de los argumentos de Lenin y la experiencia de los bolcheviques sobre el terreno, pronto pudo ganarse a la mayoría del partido y dirigir el rumbo hacia la Revolución de Octubre.

Incluso entonces, en octubre de 1917, en los días previos a la insurrección, se enfrentó a la oposición dentro de la dirección, especialmente de Zinóviev y Kámenev, que habían estado con él durante años. Una vez más, tuvo que arriesgar toda su autoridad política para asegurar el éxito de la insurrección.

Todo le había preparado para este momento. «¡Ellos se atrevieron!», por citar a Rosa Luxemburgo. Lenin había puesto en práctica las ideas del marxismo. No se podía pedir nada más a los obreros rusos. Habían barrido el capitalismo y el latifundismo y establecido una República Soviética de los trabajadores.

Internacionalismo

Para Lenin, la Revolución de Octubre no era un fin en sí mismo, sino sólo el pistoletazo de salida para que la clase obrera conquistara el poder en todo el mundo. Este internacionalismo no obedecía a razones sentimentales, sino que surgía del carácter internacional del capitalismo, que había sentado las bases materiales de una nueva sociedad sin clases. En particular, había creado una clase obrera internacional, cuya misión histórica era convertirse en la sepulturera del capitalismo. 

Fue sobre esta sólida base que Lenin formuló una posición clasista de principios al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, en un momento en que todos los partidos de la II Internacional se alineaban en defensa de su ‘propia’ clase capitalista. Y esta lucha por preservar la bandera del internacionalismo proletario, en la que Lenin se encontró en una pequeña minoría, culminaría con el derrocamiento revolucionario del capitalismo en Rusia en 1917 y el establecimiento de la Internacional Comunista como el partido mundial de la revolución socialista en 1919. 

Lenin nunca contempló la idea del «socialismo en un solo país», como plantearon los estalinistas años más tarde. Era lo contrario de su perspectiva de la revolución mundial. Para Lenin, la Revolución Rusa no pretendía construir el ‘socialismo ruso’, un completo disparate en unas condiciones tan atrasadas. La victoria en Rusia, creando una plaza fuerte proletaria, era el punto de partida de la revolución mundial. No es casualidad que subrayara que, sin revolución en Occidente, la Revolución Rusa estaba condenada al fracaso.

Como el propio Lenin explicó el 29 de julio de 1918:

«… jamás nos hemos hecho la ilusión de que con las fuerzas del proletariado y de las masas revolucionarias de un solo país -por más heroicas que sean, por más grandes que sean su organización y disciplina-, de que con las fuerzas del proletariado de un solo país se pueda derrocar el imperialismo internacional: eso únicamente puede hacerse con el esfuerzo conjunto de los proletarios de todos los países pero sin forjarnos la ilusión de que eso pueda lograrse con las fuerzas de un solo país. Sabíamos que nuestros esfuerzos llevan inevitablemente a la revolución mundial y que con los esfuerzos de los gobiernos imperialistas no se puede poner fin a la guerra empezada por ellos. Con la guerra únicamente pueden acabar los esfuerzos de todo el proletariado, y nuestra tarea, al subir al poder … era, lo repito, mantener ese poder, esa antorcha del socialismo para que continuara echando todas las chispas posibles al creciente incendio de la revolución socialista.»

Esta idea fue expresada por Lenin una y otra vez. Lenin confiaba plenamente en el éxito de la revolución mundial y trabajaba para conseguirlo.

Sin embargo, la teoría antimarxista del «socialismo en un solo país» se convirtió en la piedra angular del estalinismo; de hecho, aceptarla se convirtió en una condición para afiliarse a los partidos comunistas estalinistas.

En 1956, tras las revelaciones de Jruschov sobre Stalin en el XX Congreso, se produjo una profunda crisis en las filas de los partidos comunistas. A esto se sumó el aplastamiento de la revolución húngara por las tropas rusas a finales de año. Todo lo que se había enseñado a los miembros del PC fue puesto en tela de juicio y hubo muchas discusiones sobre el pasado del partido y la importancia de la Revolución Rusa.

Durante las discusiones, cuando se plantearon citas de Lenin contra la teoría del socialismo en un país, algunos miembros destacados del PC estaban tan desorientados que llegaron a cuestionar la validez de la Revolución de Octubre.

«Nunca me fue posible (aunque seguí intentándolo) convencer a un trotskista de que estas citas demostraban que Lenin era un apostador loco«, escribió Alison Macleod, que trabajaba para el Daily Worker. «¿Qué derecho tenía [Lenin] a derrocar a Kerensky, si tomar el poder en Rusia no iba a ser suficiente? ¿Qué derecho tenía a jugarse millones de vidas en una revolución en Alemania, que no tenía poder para llevar a cabo?».

Completamente conmocionada y desilusionada, Macleod abandonó el PC en abril de 1957, después de haber trabajado en el Daily Worker durante una docena de años, junto con miles de otras personas. Ella y muchos otros habían sido criminalmente maleducados y engañados por Moscú. Como resultado, muchos dieron la espalda al movimiento revolucionario.

La fe de Lenin en una revolución exitosa en Alemania no era una apuesta desesperada, como afirma Macleod. De hecho, las posibilidades de victoria en 1923 eran extremadamente altas. Después de todo, el Partido Comunista Alemán (KPD) era el Partido Comunista más poderoso fuera de la Unión Soviética y la crisis del verano de 1923 (ver América Socialisa – en defensa del marxismo nº 33) había producido una situación revolucionaria. Las masas se orientaban al KPD buscando una salida. 

Por desgracia, los dirigentes del PC alemán no estuvieron a la altura de las circunstancias. Cuando fueron a Moscú en busca de consejo, Lenin estaba incapacitado tras sus apoplejías y Trotsky estaba fuera. Quienes les aconsejaron fueron Stalin y Zinóviev, que instaron a la moderación cuando los comunistas alemanes deberían haberse estado preparando para la toma del poder. Como resultado, se perdió la oportunidad, con terribles consecuencias. 

El éxito de la Revolución Alemana habría cambiado por completo el curso de la historia mundial. Habría roto el aislamiento de la Rusia soviética y provocado una crisis revolucionaria masiva en Europa. Sin embargo, su derrota provocó una amarga desilusión, especialmente en Rusia, fortaleciendo la mano de la burocracia soviética, sentando a su vez las bases del estalinismo. El estalinismo, como consecuencia, se convirtió en una enorme barrera para la revolución mundial, y allanó el camino para la victoria de Hitler con su teoría del «social facismo» que dividió a la clase obrera alemana. Esto condujo a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. 

Nada de esto estaba predestinado. Una revolución exitosa en Alemania habría cortado de raíz tal desarrollo. Lo que faltó en Alemania no era un Partido Comunista de masas, que ya existía, sino un Lenin y un Trotsky que lo dirigieran.

A diferencia de los dirigentes estalinistas, Lenin tenía una fe colosal en la clase obrera y en su capacidad para derrocar al capitalismo en todo el mundo. Pero lo que se necesitaba era una auténtica dirección revolucionaria que guiara la lucha hasta su conclusión lógica. En eso se pueden resumir todas las lecciones del bolchevismo. 

En defensa de Lenin

Equiparar la limpia bandera de Lenin con el régimen manchado de sangre de Stalin no sólo interesa a los capitalistas, sino también a los estalinistas por sus propias razones. No puede haber mayor abominación. 

A pesar de su papel crucial, Lenin era un hombre muy modesto, nada que ver con la caricatura infalible que presentan de él los estalinistas. Admitía francamente sus errores para aprender de ellos. Muchas veces, después de la Revolución de Octubre, echaba la vista atrás y se reía de los errores y «estupideces» que habían cometido. Sin embargo, Lenin cometió menos errores que la mayoría y fue capaz de corregirlos. Esto reforzó su autoridad. Su fuerza consistía en no tener miedo a la verdad, fuera cual fuera la situación.

Lenin no nació Lenin completamente formado, como Atenea de la frente de Zeus, como lo han retratado los estalinistas a lo largo de los años. Dentro de este falso esquema de las cosas, no hay lugar para el desarrollo de las ideas ni siquiera para los errores. Lenin es presentado como una idealización alejada de la realidad. Los estalinistas necesitaban una figura así para encubrir su supuesta infalibilidad. Cínicamente lo convirtieron en un icono absurdo. Pero ésta es una imagen totalmente falsa que no se corresponde con los hechos.

En realidad, Lenin se hizo a sí mismo. Ampliaba continuamente sus horizontes, aprendía de los demás y se elevaba cada día a un plano superior. Conquistó las ideas del marxismo por sí mismo y enriqueció su comprensión a cada paso. Esto dio a Lenin una formación como ninguna otra que le dio confianza y seguridad.

Toda la obra de su vida estuvo dedicada a la lucha por el marxismo y a la construcción del partido revolucionario. Sus últimos años fueron una lucha contra el endurecimiento de sus arterias y contra el dominio de la burocracia soviética, que amenazaba con la degeneración de la revolución y con ella el peligro de la restauración capitalista.

Esta lucha estaba directamente ligada a la defensa de los principios fundamentales del marxismo, por los que Lenin había luchado toda su vida. Fue la actitud despectiva y chovinista de la camarilla de Stalin ante la cuestión nacional, en particular en relación con Georgia, lo que alertó a Lenin del grave riesgo de degeneración política en la cúpula del propio Partido Bolchevique.

El centenario de la muerte de Lenin nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre su extraordinaria vida y su contribución y aprender las lecciones. Debería permitirnos descubrir al verdadero Lenin y sus ideas, no por un motivo académico, sino para prepararnos para los poderosos acontecimientos que se avecinan. 

Hoy seguimos enfrentados a la alternativa de ‘socialismo o barbarie’. Dada la bancarrota de las viejas organizaciones, la crisis a la que se enfrenta la humanidad puede reducirse a la crisis de la dirección revolucionaria a escala internacional. Nuestra Internacional, basándose en las ideas de Lenin y de los demás grandes maestros marxistas, está reuniendo las fuerzas internacionalmente con el propósito expreso de resolver esta crisis. 

Estudiar a Lenin hoy, en medio de esta crisis mundial, ofrece la experiencia concreta más valiosa para resolver los problemas que enfrenta la clase obrera en la época de la guerra y la revolución.

Para nosotros, las ideas de Lenin son lo más parecido a un manual para la revolución mundial. Pero para muchos, incluso en la supuesta «izquierda», siguen siendo un libro cerrado. Debemos dejar que los escépticos y cínicos, que tachan a Lenin de «anticuado», se cuezan en su propia salsa.

El comunismo está inextricablemente ligado al nombre de Lenin y a la Revolución Rusa, pero los Partidos Comunistas de hoy son «comunistas» sólo de nombre. Bajo el estalinismo sufrieron una completa degeneración. Hace tiempo que abandonaron las ideas de Lenin y del bolchevismo y, en su lugar, adoptaron perspectivas reformistas.

Los antiguos estalinistas se unen ahora a la campaña de los historiadores burgueses para ensuciar el nombre del bolchevismo. Sí, pueden denunciar a Lenin, pueden derribar estatuas, pueden saquear los bienes del Estado, pero hay una cosa que no pueden hacer: nunca podrán matar una idea cuyo momento ha llegado. Esto es lo que les atormenta y les provoca pesadillas.

Con el creciente interés por Lenin y el comunismo, vale la pena repetir las palabras del propio Lenin del 6 de marzo de 1919:

«Tienen miedo de que una decena o una docena de bolcheviques contaminen el mundo entero. Sabemos que este miedo es ridículo, porque ellos ya han contaminado todo el mundo…»

Con este pensamiento en mente, nos dedicamos de nuevo al objetivo de recrear la Internacional Comunista a un nivel aún más alto. Eso significa una defensa de las ideas de Lenin y construir las fuerzas del comunismo. Esta es nuestra tarea urgente cien años después de la muerte de Lenin..

AmSoc 36 Referencias

Editorial – Alan Woods

  1.  E. Fischer La necesidad del Arte, Península 2001, pág. 31
  2. Plejanov, Enrique Ibsen, en Obras escogidas, Buenos Aires: Editorial Quetzal, 1964. Tomo 2, pág. 428
  3.  Citado en E Knowles (ed.) The Oxford dictionary of Quotations, Oxford University Press, 1999, pág. 349

Una musa de fuego: arte, sociedad y revolución

  1. K Marx, «Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, borrador 1857-58», , Siglo XXI Editores, 1971, pág. 31.
  2. Sátira de los oficios, en Textos para la historia antigua de Egipto, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 221-224.
  3. W R Manchester, A World Lit Only by Fire, Little, Brown and Co., 1993, pg 26
    Citado en ibid. pg 3
  4. J Milton, El Paraiso Perdido, Montaner y Simón, 1873, pg 17
  5. G. Plejánov, Literatura dramática y pintura francesa, en Obras escogidas, Buenos Aires: Editorial Quetzal, 1964. Tomo 2, pág. 373.
  6. W Wordsworth, William Wordsworth: Poems, Faber and Faber, 2001, pg 121
  7.  L v Beethoven, ‘An den Musikverleger N Simrock in Bonn’, Beethovens sämtliche Briefe, Schuster und Loeffler, 1906, pg 17-18, nuestra traducción.
  8.  N H Dole (ed.), The Latin Poets: an Anthology, Thomas Y Crowell and Co., 1905, pg xi
  9. W Shakespeare, Como gusteis, en Dramas de Guillermo Shakespeare, Arte y Letras, 1883, pág 133
  10. F Engels, Anti-Dühring, Wellred Books, 2017, pg 336

El prometeo

  1.  Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE
  2. Ibid.
  3. O Taplin, The Stagecraft of Aeschylus, Oxford University Press, 1977, pg 467
  4.  Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE, pág. 30
  5. Ibid, pág. 33
  6. Ibid, pág. 34
  7.  I A Ruffell, Aeschylus: Prometheus Bound, Bristol Classics Press, 2012, pág 57
  8. Hesiodo, Los trabajos y los días, 1964, pág. 3
  9. Ibid.
  10. Ibid.
  11. Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE, pág. 15
  12.  Ibid. pág. 16
  13. Ibid. pág. 5
  14. Citado en P Curd (ed.), A Presocratics Reader, Hackett, 2011, pág. 34
  15. Aristotle, On the Parts of Animals, Kegan Paul, Trench and Co., 1882, pg 117
  16. Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE, pág. 29
  17. Quoted in J Burnet, Early Greek Philosophy, Adam and Charles Black, 1908, pg 150
  18. P B Shelley, Alastor, Prometheus Unbound, Adonais and Other Poems, Collins, 1970, pg 63-64
  19. C. Marx El Capital, Tomo I, Librodot, pág. 417

Un renovado interés en la poesía

  1. J Vergely, “La poésie est bien vivante, vive la poésie!”, Télérama, 16 June 2023, traducción propia
  2. G W F Hegel, The Philosophy of Fine Art, G. Bell and Sons, 1920, pg 101
  3. ibid. pg 59
  4. P Eluard, “La Lumière éteinte”, La Rose Publique, Gallimard, 1934, pg 37, Traducción propia 
  5. G W F Hegel, The Philosophy of Fine Art, G. Bell and Sons, 1920, pg 59
  6. P Verlaine, “Art poétique”, Jadis et naguère, L. Vanier, 1891, pg 19
  7. Ibid – Traducción propia
  8.  W F Hegel, The Philosophy of Fine Art, G. Bell and Sons, 1920, pg 52
  9. Citado en  D Cosnard, “La poésie, enquête sur un art en pleine mue”, Le Monde, 7 June 2023, traducción propia
  10. J Vergely, “La poésie est bien vivante, vive la poésie!”, Télérama, 16 June 2023, traducción propia
  11. L. Trotski, Literatura y revolución, CES Carlos Marx, 2021, pág. 150

Trotsky: cultura y socialismo

3 de febrero de 1926, Krasnaya Nov, Edicions Internacionals Sedov

Conferencia fundacional de la ICR: ¡Todas las sesiones disponibles! 

La semana pasada 500 comunistas de todas partes del mundo, se reunieron en Italia, junto a miles más en línea, para fundar una nueva Internacional Comunista Revolucionaria. 

La conferencia fue acompañada por una semana de discusiones que cubren todos los fundamentos del marxismo, filosofía, historia, la construcción de un partido revolucionario y muchos más. Una semana para afilar nuestra arma más poderosa: la teoría marxista. 

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¡La Internacional Comunista Revolucionaria ha llegado! 

Imagen: propia

Tras una semana fantástica de ideas revolucionarias e informes inspiradores de todo el mundo; tras muchos meses de preparación por parte de miles de camaradas en docenas de países; la conferencia fundacional de la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR) concluyó con el voto unánime de lanzar esta nueva Internacional.

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América Socialista – en defensa del marxismo número 35

Bienvenidos a una nueva edición de América Socialista – en defensa del marxismo, revista política de la Corriente Marxista Internacional en español, con distribución en todo el continente americano y también en una edición hermana en el Estado Español.

El número 35 de la revista es sobre la lucha contra el imperialismo y la lucha de clases en el continente africano, la revista contiene un Editorial de Alan Woods.

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La catástrofe alemana de 1923

En el verano de 1923, Alemania se encontró en medio de una intensa efervescencia revolucionaria. Pero esta oportunidad histórica para que la clase obrera tomara el poder se desaprovechó, con consecuencias devastadoras, no sólo para Alemania, sino para el curso de la revolución socialista mundial. En este artículo, que conmemora el centenario del dramático fracaso de la Revolución alemana en octubre de 1923, Tatjana Pinetzki explica cómo se llegó a esta situación, los errores de los dirigentes y el impacto de estos acontecimientos en la historia mundial.


«Ninguna otra nación ha experimentado nada comparable a los acontecimientos de 1923 en Alemania. Todas las naciones pasaron por la Gran Guerra, y la mayoría de ellas experimentaron también revoluciones, crisis sociales, huelgas, redistribución de la riqueza y devaluación de la moneda. Ninguna, salvo Alemania, ha vivido el extremo fantástico y grotesco de todo ello junto; ninguna ha experimentado la gigantesca y carnavalesca danza de la muerte, la interminable y sangrienta Saturnalia, en la que no sólo el dinero sino todos los estándares perdieron su valor.»

La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia dio un poderoso impulso a la revolución socialista mundial. Lenin y los bolcheviques comprendieron claramente que la supervivencia de la joven república soviética dependía de la ayuda del proletariado internacional y de nuevas revoluciones victoriosas en Europa. Por encima de todo, dirigieron su mirada a la clase obrera alemana, que en el periodo revolucionario entre 1918 y 1923 tuvo varias oportunidades para romper el dominio de la clase capitalista y de los Junkers prusianos.

La Revolución de noviembre de 1918 no sólo sacó a Alemania de la Primera Guerra Mundial, sino que acabó con el propio Imperio alemán, derrocando al último emperador Hohenzollern, Guillermo II. Pero gracias a la dirección reformista del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y a los sindicatos vinculados a él, el capitalismo se salvó. En lugar de ser sustituido por una república socialista, el Imperio alemán se convirtió en la República burguesa de Weimar. 

Otros levantamientos revolucionarios también fracasaron, no sólo por el traicionero papel de los reformistas, sino también porque el inmaduro Partido Comunista de Alemania (KPD) había sido despojado de sus principales figuras -sobre todo Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht- por la contrarrevolución.

El punto de inflexión decisivo llegó finalmente en 1923. Fue un año marcado por profundas convulsiones políticas y un colapso económico extremo. Al KPD, convertido ya en un partido de masas, se le presentó por fin la oportunidad de cumplir su papel histórico y conducir a la clase obrera al poder.

Una paz para acabar con todas las paces

El Tratado de Versalles puso fin formalmente al estado de guerra entre Alemania y las potencias aliadas el 28 de junio de 1919. Este humillante acuerdo tuvo consecuencias devastadoras para Alemania, a la que se consideró como única culpable de la guerra. 

La Alemania derrotada debía asumir toda la responsabilidad: tendría que desarmarse, hacer considerables concesiones territoriales y pagar reparaciones a las potencias vencedoras.

Francia era la más agresiva de las potencias aliadas. El Primer Ministro Georges Clémenceau, en particular, estaba ansioso por debilitar a Alemania política y económicamente. La burguesía francesa se apoderó de la región industrial de Alsacia-Lorena, de importancia estratégica, y puso sus ojos en Renania. Esperaban reforzar su posición en Europa gracias a las ventajas económicas adquiridas.

Lejos de liberar a las naciones antes sometidas al yugo del imperialismo alemán, las potencias vencedoras se repartieron entre sí las colonias alemanas, así como las regiones fronterizas del imperio derrocado. 

La suma total de las reparaciones exigidas ascendía a la insoportable cifra de 226.000 millones de marcos oro. Las reparaciones resultaron imposibles de pagar, incluso después de haber sido reducidas a 132.000 millones de marcos en 1921. Las reparaciones se pagaban no sólo en dinero, sino también en carbón, acero, madera y productos agrícolas. Se enviaron a Francia locomotoras, camiones e incluso vacas. 

Ocupación del Ruhr

En 1922, Alemania tenía cada vez más dificultades para hacer frente al pago de las reparaciones. El 26 de diciembre, la Comisión Aliada de Reparaciones concluyó por unanimidad que Alemania no había cumplido sus obligaciones. 

El 9 de enero de 1923, la Comisión declaró que Alemania retenía deliberadamente los suministros. Francia, bajo el mando del Primer Ministro Poincaré, y Bélgica marcharon con 60.000 soldados a la cuenca del Ruhr, centro de la producción alemana de carbón y acero. 

Al día siguiente, el canciller del Reich, Wilhelm Cuno , anunció que se opondría a la ocupación. Fue una medida inusualmente audaz, que su gobierno acabaría lamentando.

El Reichstag acordó un plan de «resistencia pasiva» que prohibía toda colaboración con las autoridades de ocupación y el pago de indemnizaciones. En todas partes se produjeron manifestaciones masivas contra las tropas francesas. En algunos casos, los industriales y los sindicatos hicieron un llamamiento conjunto a la protesta. 

El llamamiento del gobierno de Cuno a la resistencia galvanizó involuntariamente la lucha de clases. La clase obrera respondió con entusiasmo al llamamiento a la resistencia y las luchas se radicalizaron rápidamente. La unidad nacional entre obreros y capitalistas se desmoronó rápidamente al hacerse más evidentes las contradicciones de clase. 

Los capitalistas, por el contrario, cooperaron secretamente con los franceses en las entregas de carbón, desafiando el plan del Reichstag. Cuando se les ofreció el pago en metálico, los burgueses no dudaron en romper su «resistencia pasiva». Obtuvieron enormes beneficios, mientras pedían a los trabajadores que hicieran grandes sacrificios en nombre de la resistencia a las potencias aliadas. 

Esto se convirtió en una excusa para hacer recaer el peso de la crisis económica general sobre los hombros de la clase trabajadora, especialmente a través de la inflación. Industriales como Hugo Stinnes llegaron a exigir la abolición de la jornada de ocho horas y tacharon de «antipatrióticas» las reivindicaciones de salarios más altos .

Los especuladores de la inflación

La inflación que experimentó Alemania no se debió simplemente a las reparaciones. El Imperio Alemán había financiado su esfuerzo bélico emitiendo bonos nacionales, es decir, deuda pública. Pero éstos eran insuficientes para cubrir los costes de la guerra. Por ello, el gobierno imprimió moneda y aplicó una política crediticia flexible. 

La cantidad de dinero en circulación pasó de 2.900 millones de marcos al estallar la guerra en agosto de 1914 a 18.600 millones en diciembre de 1918. Al final de la guerra, la deuda total del país ascendía a 156.000 millones de marcos. El valor exterior del marco había caído casi a la mitad en relación con el periodo anterior a la guerra. Las reparaciones se sumaron a todo esto. Para pagarlas, el gobierno recurrió una vez más a la imprenta, multiplicando por seis la cantidad de papel moneda en circulación. 

La resistencia pasiva también alimentó la inflación. La producción disminuyó mientras proliferaba el papel moneda en circulación, y el gobierno empeoró la situación subvencionando la pérdida de beneficios de los industriales del Ruhr, utilizando dinero que no tenía. Además, el Estado se hizo cargo de los salarios de los obreros de las fábricas paradas por la resistencia pasiva.

Mientras las empresas más pequeñas quebraban, las industrias que producían para el mercado de exportación florecían, ya que podían vender a precios más baratos que sus competidores extranjeros con el marco devaluado, recibiendo beneficios en dólares o en oro. Hugo Stinnes pudo así adquirir a crédito todo un imperio industrial… que pagó con papel moneda sin valor. Esto le valió el título de «rey de la inflación». 

Entre los que se beneficiaron espléndidamente de la inflación se encontraban los terratenientes del Elba oriental, que pagaron fácilmente sus deudas, ahora sin valor. Muchos campesinos también se beneficiaron de la inflación. Como el dinero ya no valía nada, los campesinos se aferraron a sus productos, mientras que las clases medias arruinadas se vieron obligadas a intercambiar todo lo que les quedaba -herencias, joyas, abrigos de piel, etc.- por alimentos.

Los perdedores de la inflación

La inflación se convirtió en hiperinflación. En pocos meses, la clase obrera se vio sumida en la pobreza más absoluta. Mientras tanto, la pequeña burguesía urbana también se veía abocada a la ruina a medida que la inflación devoraba sus ahorros e ingresos. Los pensionistas y los beneficiarios de la asistencia social (parados, veteranos y discapacitados de la guerra) se enfrentan a la miseria más absoluta.

Poco después de recibir el dinero, la suma quedaba sin valor. A principios de agosto de 1923, el literato Victor Klemperer escribió en su diario lo que observó en un café:

«El tablón de precios mostraba 6.000 M. Eso desapareció mientras se lo bebía. Cuando fue a pagar, el camarero le pidió 12.000. Ella dijo que antes ponía 6.000. ‘Ah, ¿ya estaba aquí con el precio anterior? Entonces pague 6.000′. «

En 1919, el precio del pan era de 36 pfennigs. En septiembre de 1923, en plena hiperinflación, la misma hogaza costaba 20.100 millones de marcos. El consumo de trigo cayó un 66%. Muchas familias apenas podían permitirse la carne. El café se convirtió en un bien de lujo.

La pobreza se hizo aún más amarga. En su visita a Alemania la comunista rusa, Larissa Reissner, escribió:

«Berlín se muere de hambre. En la calle, todos los días se recoge en los tranvías y en las colas a personas que se han desmayado de agotamiento. Conductores hambrientos conducen los tranvías, maquinistas hambrientos empujan sus trenes por los infernales pasillos del metro, hombres hambrientos se van a trabajar o vagan sin trabajo durante días y noches por los parques y las zonas periféricas de la ciudad. «

Condiciones previas de la revolución

Los sindicatos entraron en crisis porque las cuotas de los afiliados perdieron todo su valor. El SPD apoyó al gobierno derechista de Cuno. El KPD, por el contrario, defendía una posición independiente. Llamó a los trabajadores a oponerse tanto a la ocupación del Ruhr como a los ataques de la clase dominante. Su lema era: «Vencer a Poincaré en el Ruhr y a Cuno en el Spree». El 23 de enero, la dirección del KPD publicó un llamamiento en Die Rote Fahne (‘La bandera roja’):

«En esta situación, el proletariado debe saber que tiene que luchar en dos bandos. El proletariado alemán, por supuesto, no puede someterse a los invasores capitalistas. Los capitalistas franceses no son ni un ápice mejores que los alemanes y las bayonetas de las tropas de ocupación francesas no son menos afiladas que las del Reichswehr…

«Sólo si marcháis por todas partes a lo largo y ancho del imperio como una fuerza independiente, como una clase que lucha por sus propios intereses, podréis hacer frente al peligro que reside en el fortalecimiento de la burguesía alemana por el frenesí nacionalista. Sólo si os levantáis separados de la burguesía alemana, deponiendo su comercio, los obreros de los países extranjeros, en primer lugar los obreros franceses, vendrán en vuestra ayuda. «

Se daban las condiciones objetivas para una revolución socialista. Lo que había sido una oleada huelguística de «resistencia pasiva» convocada por Cuno en el Ruhr, se estaba convirtiendo a partir de mayo en una oleada huelguística contra el propio gobierno de Cuno. En los meses de verano, el gobierno de Cuno estaba al borde del colapso. No había avanzado en la cuestión de las reparaciones ni en la estabilización de la moneda. El marco estaba en caída libre.

La clase dominante estaba dividida: un amplio sector deseaba abandonar por completo la resistencia pasiva, mientras que un pequeño sector estaba dispuesto a arriesgarlo todo en una nueva guerra con Francia. Un ala de la clase dominante quería abandonar a Wilhelm Cuno en favor del «anexionista» y representante del capital industrial, Gustav Stresemann, del Partido Popular Alemán (DVP), nacional liberal. Otra ala aspiraba a la dictadura militar.

La clase obrera buscaba una salida a su situación. En el transcurso del primer semestre, cada vez más trabajadores se dirigieron al KPD. En septiembre de 1923, el KPD contaba con unos 295.000 miembros. Jakob Walcher estimó en la reunión ampliada del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC) en junio que 2,4 millones de trabajadores de los sindicatos estaban bajo la influencia de los comunistas. Fritz Heckert informó de que alrededor del 30-35 por ciento de los trabajadores organizados estaban bajo la dirección del KPD.

La pequeña burguesía, sobre todo la clase media urbana, se enfureció y dirigió su mirada hacia los partidos obreros. A este respecto, el historiador Wolfgang Ruge escribió:

» Amplios sectores de las clases medias se unieron más estrechamente al proletariado, participaron en acciones contra la usura y la inflación, en huelgas de inquilinos y en marchas del hambre, empezaron a darse cuenta de que la miseria, la inseguridad y el peligro de guerra sólo podían desterrarse superando el dominio burgués. «

¿A la ofensiva?

La situación requería una cosa por encima de todo: una dirección revolucionaria que dirigiera todas sus energías hacia los preparativos de un levantamiento y la toma del poder.

Pero después de que el partido se lanzara a una aventura ultraizquierdista en 1921, la llamada Acción de Marzo, había sufrido inevitablemente una derrota y había sido severamente castigado. Tras el fracaso de la Acción de Marzo, el KPD había seguido correctamente la táctica del Frente Único, adoptada en el III Congreso de la Internacional Comunista de ese mismo año. Ésta consistía en que los partidos comunistas apelaran a las organizaciones reformistas, incluido el SPD, para desenmascarar a sus dirigentes y atraer pacientemente a la clase obrera a su lado. 

El ala ultraizquierdista del KPD, en torno a Ruth Fischer, Arkadi Maslow y Ernst Thälmann, denunció incesantemente el «curso oportunista» de la dirección del partido y acusó a Brandler de complacer al SPD. Pero sobre la base de esta táctica, el KPD consiguió recuperarse de la derrota de 1921 y ganar a sus filas a una capa más amplia de trabajadores. 

Sin embargo, en 1923 la situación había cambiado; el KPD necesitaba ahora pasar a la ofensiva. Pero la dirección del partido, en torno a Heinrich Brandler y August Thalheimer, se había vuelto demasiado cautelosa, tras haberse quemado los dedos en 1921. En mayo de 1923, el centro del partido se equivocó por completo:

«No estamos en condiciones de instaurar la dictadura del proletariado porque aún no existen las condiciones previas necesarias, la voluntad revolucionaria entre la mayoría de la clase obrera.»

En realidad, la situación no podía ser más favorable. Arthur Rosenberg -historiador y miembro del KPD hasta 1927- recordaba: «Nunca ha habido un periodo en la reciente historia alemana que hubiera sido tan favorable para una revolución socialista como el verano de 1923».

Los izquierdistas del KPD exigieron con indignación que se planteara la cuestión del poder. Exigieron un programa de acción inmediato que incluía la ocupación de fábricas, la introducción del control obrero sobre la producción y milicias obreras en todo el Ruhr. Estas medidas debían abrir la lucha directa por el poder.

Karl Retzlaff, miembro del KPD, escribió sobre aquellos meses de verano:

«Entretanto, las disputas internas en torno a la política y la táctica del KPD se volvieron tan violentas y rencorosas que se llevaron una vez más a la Internacional Comunista. El líder del partido, Brandler, y los miembros más importantes del Comité Central viajaron a Moscú a mediados del verano de 1923 y volvieron a ausentarse durante varias semanas. Estas mismas semanas fueron decisivas para el esperado levantamiento popular».

En realidad, el KPD -junto con el CEIC- debería haber iniciado ya los preparativos para un levantamiento armado en Alemania. Pero la dirección de la Internacional Comunista, al igual que los propios dirigentes del KPD, vaciló. Grigori Zinóviev, entonces presidente del CEIC, afirmó:

» Esto no significa que la revolución vaya a llegar en un mes o en un año. Quizás se necesite mucho más tiempo. Pero en el sentido histórico Alemania está en vísperas de la revolución proletaria. «

Los preparativos para la insurrección se pospusieron así indefinidamente hacia el futuro. Desgraciadamente, ni Lenin, que estaba incapacitado, ni León Trotsky estuvieron presentes en el CEIC para dirigir la discusión hacia la ofensiva. Muchas de las discusiones giraron en torno a la amenaza del fascismo, en lugar de que los comunistas desarrollaran planes concretos para un levantamiento y una ofensiva propios.

Jornada Antifascista

A principios de 1923, se había establecido un gobierno reaccionario en Baviera bajo el monárquico Gustav Ritter von Kahr. En verano, cada vez corrían más rumores de que los Freikorps fascistas y el Reichswehr negro preparaban una guerra civil contra los gobiernos socialdemócratas minoritarios de Sajonia y Turingia. En estos estados, el SPD se inclinaba hacia la izquierda e incluso toleraba a los Centurias Proletarios (milicias obreras), que existían desde 1920 y habían sido creadas por el KPD.

La sede central del KPD publicó una decisión en Die Rote Fahne: declaraba el 29 de julio «Jornada Antifascista» del proletariado y convocaba manifestaciones en toda Alemania. El autoproclamado «sabueso» del Estado de Weimar, Gustav Noske (SPD), prohibió todas las manifestaciones en la provincia prusiana de Hannover, de la que era presidente. Otros estados siguieron su ejemplo, con la excepción de Sajonia, Turingia y Baden.

Según Pierre Broué, todas las diferencias en la cúpula del partido «reaparecieron inmediatamente en el seno de la Zentrale. ¿Debían aceptar la prohibición? ¿Debían proceder, pero en ese caso, cómo evitar correr riesgos excesivos, e incluso arriesgarse a una batalla prematura?».

Brandler abogó por un compromiso: las manifestaciones debían celebrarse allí donde estuvieran permitidas, así como en Prusia y el Ruhr, donde el Reichswehr no podía impedirlas. Fischer insistió en que las manifestaciones también debían tener lugar en Berlín, para que el KPD pudiera salvar las apariencias. Brandler no estaba dispuesto a tomar la decisión solo y recurrió al asesoramiento del CEIC.

Cuando el telegrama de Brandler llegó a Moscú, sólo Karl Radek estaba allí para recibirlo, y seguía sin estar convencido de que hubiera una situación revolucionaria. Opinaba que el KPD no debía recoger el guante, para no arriesgarse a una derrota. Pidió la opinión de otros camaradas del CEIC. Trotsky se estaba recuperando de una enfermedad y no tenía suficiente información, por lo que no podía dar ningún consejo. Zinoviev y Nikolai Bujarin estaban a favor de desafiar la prohibición. Stalin era de otra opinión:

«Si el Gobierno de Alemania se derrumbara ahora, por decirlo de alguna manera, y los comunistas se apoderaran de él, acabarían estrellándose. Eso, en el ‘mejor’ de los casos.»

Para evitar lo que él creía que sería una «batalla general» en la que la «burguesía más los socialdemócratas de derechas» «aplastarían a los comunistas», Stalin opinaba que el CEIC debía «contener a los alemanes y no impulsarlos».

Radek transmitió la opinión de Stalin al KPD. La oficina central respaldó su posición. En la mayoría de los lugares, las manifestaciones callejeras previstas para la Jornada Antifascista fueron sustituidas por asambleas, excepto en Sajonia, Turingia y Wurtemberg. Pero la asistencia a las mismas fue muy alta. 

«Había 200.000 en Berlín en 17 reuniones, entre 50.000 y 60.000 en Chemnitz, 30.000 en Leipzig, 25.000 en Gotha, 20.000 en Dresde, y un total de 100.000 en la región de Württemberg».

La dirección del KPD y el CEIC iban muy a la zaga de la evolución de la situación. Incluso los periódicos burgueses olfateaban el peligro de una revolución. Un editorial anónimo de Germania (periódico del Partido del Centro Católico) escribió el 27 de julio de 1923: «El aire está cargado de electricidad y bastaría una chispa para desencadenar una explosión». Todos los indicios apuntaban a una inminente crisis del Estado, comparable a la Revolución de Octubre rusa. 

Antes, el portavoz conservador Neue Preußische Zeitung también había declarado que todo apuntaba al estallido inminente de una nueva revolución. El 28 de julio, el presidente del grupo parlamentario del SPD en el Reichstag, Hermann Müller, expresó su preocupación en el órgano socialdemócrata Vorwärts por la «radicalización salvaje» de las masas. Si fuera necesaria la formación de un nuevo gobierno, el SPD estaría dispuesto a participar constructivamente.

Huelga general contra Cuno

A finales de julio y principios de agosto, el colapso social debido a la inflación era tan terrible que el gobierno de Cuno se había vuelto inaceptable para la clase obrera. El 1 de agosto, una familia de cinco miembros ya tenía que gastar 10 millones de marcos para sobrevivir.

Una oleada de huelgas sacudió a la burguesía, sobre todo en Berlín, Hamburgo, Silesia, el Ruhr y la zona industrial del centro de Alemania. Las huelgas se politizaron y radicalizaron aún más a los comités de empresa consagrados por la Constitución de Weimar. 

Estos órganos se habían introducido como una alternativa más pacífica y reformista a los Consejos de Obreros y Soldados (soviets alemanes) que se habían establecido en 1918. Su principal tarea no era socializar la industria, sino regular el lugar de trabajo y hacerlo más eficaz, en colaboración con los representantes de la patronal. Pero en el contexto de la profunda crisis de 1923, una parte del movimiento de los comités de empresa empezó a orientarse hacia la revolución.

El 7 de agosto, un pleno de los comités de empresa berlineses pide la dimisión del gobierno de Cuno e hizo un llamado a los trabajadores de las grandes fábricas a que presentaran esta exigencia a través de delegaciones en el Reichstag.

Al día siguiente, los impresores berlineses decidieron convocar una huelga general para el 10 de agosto, por el derrocamiento del gobierno de Cuno. Sólo los periódicos y las editoriales de los partidos obreros no se vieron afectados por la huelga. Los trabajadores de la Reichsdruckerei, donde se imprimía dinero las veinticuatro horas del día desde hacía meses, también se sumaron a la huelga. Les siguieron los trabajadores del transporte y la electricidad.

La socialista Evelyn Anderson escribe sobre la huelga general contra Cuno:

«Junto a la huelga contra la rebelión de Kapp, la huelga de Cuno fue, con mucho, la mayor y más exitosa acción de masas jamás emprendida por la clase obrera alemana. Sin embargo, había diferencias importantes entre las dos huelgas. En marzo de 1920, los trabajadores alemanes respondieron al llamamiento conjunto de sus sindicatos y partidos. En agosto de 1923, ni los sindicatos ni ninguno de los partidos de la clase obrera había hecho tal llamamiento. La huelga de Cuno fue totalmente espontánea, y como tal fue una acción única en la historia del movimiento obrero alemán.»

Desesperados y anhelantes de una solución revolucionaria, cientos de miles de trabajadores abandonaron el SPD y se afiliaron al KPD. El 12 de agosto, después de que el KPD presentara una moción de censura contra Cuno en el Reichstag, el gabinete de Cuno dimitió. La dirección del KPD ya no podía ignorar la gravedad de la situación. La mayoría de los trabajadores les apoyaba. Había llegado la hora de golpear, pero desperdició la oportunidad.

El presidente Ebert aprovechó la indecisión del KPD. Le ofreció la cancillería a Gustav Stresemann. Este reaccionario había desempeñado un turbio papel en el Put

sch de Kapp de 1920. Aunque su partido, el DVP, no participó directamente en el golpe, declaró inmediatamente su apoyo al gobierno de Kapp. 

Ahora el SPD entró en un gobierno burgués con estos contrarrevolucionarios para frustrar el movimiento obrero.

Diferencias en Moscú

Al parecer, la huelga general contra Cuno también había despertado a Zinóviev y al resto del CEIC. Los líderes del KPD fueron convocados a Moscú una vez más. Cuando llegaron, se sorprendieron al ver pancartas colgadas por todo Moscú que decían: «¡La juventud rusa aprende alemán! Se acerca el octubre alemán».

En la reunión del CEIC y de la Oficina Central, Radek informó de que la revolución alemana había entrado en una nueva fase. Trotsky no tenía ninguna duda de que se acercaba el momento de la lucha decisiva y directa por el poder en Alemania. Sólo quedaban unas pocas semanas para los preparativos. Todo debía subordinarse a esta tarea. Ya se había perdido bastante tiempo porque la dirección del KPD y el CEIC habían sido incapaces de evaluar correctamente la situación.

Zinoviev, sin embargo, opinaba que era más probable que pasaran meses antes de que se produjera una revolución. Stalin predijo la posibilidad de una revolución como muy pronto en la primavera de 1924, si es que se producía. No obstante, se acordó que era necesario comenzar ya los preparativos.

En el transcurso de estas reuniones preparatorias surgieron otras diferencias, por ejemplo, sobre la cuestión de cuándo convocar la formación de consejos obreros siguiendo el modelo de los soviets. Zinóviev argumentaba que el KPD debía llamar a la elección de dichos consejos antes del levantamiento, ya que formarían los elementos básicos del nuevo Estado obrero alemán. 

Trotsky y Brandler argumentaron con éxito que esto no era necesario, ya que tales órganos de democracia obrera se formarían en el curso de la propia revolución. Más bien, el KPD podía lanzar una insurrección en nombre de cualquiera de las organizaciones obreras preexistentes, incluidos los comités de empresa, donde empezaba a crecer su influencia.

Trotsky y Brandler estaban de acuerdo en la cuestión de los soviets, pero no en fijar una fecha para el levantamiento. La izquierda del KPD, apoyada por Zinóviev y Trotsky, insistió en fijar una fecha. Trotsky propuso el 7 de noviembre, aniversario de la Revolución de Octubre de 1917. Brandler lo rechazó y fue apoyado por Radek.

Tanto Radek como Brandler no comprendieron el carácter revolucionario de la situación en Alemania. De hecho, Brandler expresó en privado sus dudas sobre si el KPD estaba suficientemente preparado política u organizativamente para la revolución y quería posponer los planes, preocupaciones que compartían Radek y Stalin.

A partir del 9 de marzo de 1923, Lenin ya estaba gravemente enfermo y había dejado de ser políticamente activo. Las intrigas en el Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética estaban llegando poco a poco a su punto álgido, y estaban dirigidas contra Trotsky en particular. La llamada «Troika», la facción secreta formada por Stalin, Zinóviev y Kámenev, que quería impedir que Trotski se convirtiera en el sucesor de Lenin, se opuso repetidamente a él. En este momento, la preocupación personal de la Troika por el prestigio desempeñó el papel más venenoso.

Cuando Brandler, que a pesar de sus diferencias y controversias con Trotsky había quedado muy impresionado por él, pidió que el organizador del Octubre ruso fuera enviado a Alemania, Zinóviev se negó en redondo. Nadie había olvidado lo que Trotsky había conseguido en 1917. La Troika no estaba dispuesta a arriesgarse a tener éxito en Alemania, si ese éxito aumentaba el prestigio de su rival. 

Gobiernos ‘obreros’ en Sajonia y Turingia

A pesar de la traición de la Revolución de Noviembre de 1918 y de los acontecimientos posteriores, el SPD seguía gozando de influencia sobre un amplio sector de la clase obrera. Fue precisamente a raíz de esa revolución cuando muchos se afiliaron al SPD, entre ellos Erich Zeigner. Zeigner pertenecía a una nueva camada de socialistas que se habían pasado a la izquierda.

En marzo de 1923 se formó en Sajonia un gobierno minoritario de socialdemócratas de izquierda, con Zeigner como primer ministro. Zeigner rechazó las conversaciones de coalición con los partidos burgueses y buscó en cambio conversaciones con el KPD. El 18 de marzo, los partidos acordaron un programa común sobre cuya base los comunistas apoyarían al SPD en el poder. Los puntos principales eran: la formación de Centurias Proletarias para defenderse del fascismo, y el establecimiento de centros de control de precios y comités de control para combatir la usura.

La situación en Sajonia alimentaba ahora la táctica del KPD y de la Comintern. En lugar de la capital, Berlín, el levantamiento debía comenzar en Sajonia. El 1 de octubre llegó a la sede del KPD un telegrama de Zinóviev en nombre del CEIC en el que llamaba a entrar en los gobiernos estatales de Sajonia, así como en Turingia, donde el SPD también estaba en el gobierno.

La intención era que estos llamados «gobiernos obreros» -es decir, gobiernos de coalición formados por representantes de los partidos obreros, incluido el KPD- se convirtieran en un trampolín para la revolución que se avecinaba. 

Brandler no se dejó impresionar por este plan y afirmó que el gobierno de Sajonia no estaba en condiciones de armar a los obreros. Sin embargo, sus objeciones fueron rechazadas por Zinóviev, que argumentó que cualquier fuerza militar utilizada contra estos gobiernos de izquierdas podría servir de trampolín para una contraofensiva revolucionaria. También dio instrucciones a la dirección del partido para que hiciera planes para una huelga general nacional. Ésta debía ser la base de un levantamiento.

El 10 de octubre, Brandler se convierte finalmente en Secretario de Estado de la Cancillería de Estado en el gabinete sajón de Zeigler. Los diputados del KPD Paul Böttcher y Fritz Heckert fueron nombrados ministros de Finanzas de Economía respectivamente. El 16 de octubre, otros tres diputados del KPD se incorporaron al gobierno del Estado de Turingia.

El gobierno del Reich bajo Stresemann, y la clase capitalista, pasaron a la ofensiva una vez más. El 20 de octubre, el Reichswehr dio un ultimátum al gobierno de Sajonia para que disolviera las Centurias Proletarias de su jurisdicción en el plazo de tres días. Zeigner estaba decidido a resistir las amenazas, y el parlamento del estado rechazó el ultimátum. Como resultado, las tropas entraron el 21 de octubre para restaurar la supremacía burguesa.

Se cancela el octubre alemán

Ese mismo día se celebró en Chemnitz, por iniciativa de Brandler, una conferencia de organizaciones obreras. Brandler quería utilizar esta conferencia para abogar por una huelga general nacional en defensa de los gobiernos SPD-KPD.

A la reunión asistieron 498 delegados , «de los cuales unos 140 procedían de comités de empresa, 102 de diversos sindicatos, 20 de la dirección de la ADGB [Confederación Sindical] de Sajonia, 79 de organismos de control, 26 de cooperativas de trabajadores, 15 de comités de acción, 16 de comités de desempleados, 66 de organizaciones del KPD, siete de organizaciones socialdemócratas y un independiente. «.

La conferencia comenzó con los informes de los tres ministros sajones: Georg Graupe (SPD), Böttcher y Heckert (ambos del KPD). Los tres hicieron hincapié en la escasez de alimentos, la gravedad de la inflación y el catastrófico desempleo. Muchos delegados comentaron la situación política en Sajonia y abogaron por organizar inmediatamente la lucha contra la dictadura militar. Algunos incluso pidieron a los gobiernos de Turingia y Sajonia que convocaran inmediatamente una huelga general contra los preparativos de la Reichswehr. 

Brandler intervino a continuación y presentó la moción de huelga general. Sin embargo, subrayó que era necesaria la unanimidad. De este modo, se daba a cualquier delegado a la conferencia el derecho de veto sobre la huelga general. Esto era totalmente contrario a lo que se debería haber hecho al preparar una insurrección, ya que estaba claro desde el principio que los sindicatos y los delegados reformistas de izquierda del SPD irían inevitablemente por detrás de la situación real.

Como era de esperar, los ministros del SPD se pronuncian con vehemencia contra la propuesta de lanzar una huelga general. No querían desafiar al Reichswehr. Graupe llegó incluso a decir que si los comunistas aprobaban la moción propuesta por Brandler, él abandonaría la conferencia con sus compañeros de partido y dejaría a los comunistas solos con esta responsabilidad. Brandler aceptó entonces retirar su moción.

Tras esta debacle, Brandler no vio otra opción que abandonar los planes de huelga general. Estaba convencido de que no funcionaría sin los socialdemócratas. Sin embargo, en una reunión con Radek, añadió que la decisión de suspender la huelga general podía ser revocada si el CEIC no estaba de acuerdo. Radek, sin embargo, aceptó desconvocarla. Zinóviev y Stalin también apoyaron la decisión.  

Rob Sewell, en su libro sobre la Alemania de 1918 a 1933, evalúa la actuación de los dirigentes de la siguiente manera:

«El partido había sido superado por la maniobra de los dirigentes reformistas y ahora estaba desorientado y sin planes alternativos. La decisión de la conferencia de Chemnitz no podía estar más calculada para producir la máxima confusión. Brandler y Thalheimer, en particular, habían metido la pata. Pero detrás de ellos estaban los consejos reticentes de los dirigentes de la Comintern, sobre todo de Stalin».

Sólo en Hamburgo no se suspendió el levantamiento. La noticia de la cancelación del levantamiento no llegó al KPD local. Las razones no están del todo claras. No está claro si se debió a una ruptura con la disciplina del partido o si fue el resultado de malentendidos o fallos de comunicación.  

Se esperaba que el levantamiento de Hamburgo formara parte de un estallido revolucionario nacional, pero la insurrección quedó aislada. A pesar de una lucha heroica, los comunistas fueron aplastados y finalmente tuvieron que batirse en retirada. También hubo enfrentamientos en Sajonia, que fue inundada con 60.000 soldados del Reichswehr ya el 22 de octubre, con el fin de poner fin al gobierno estatal del SPD-KPD. 

Ahora los soldados arrasaron Sajonia. Los enfrentamientos más graves tuvieron lugar en Freiberg am Erzgebirge, donde los soldados dispararon contra los manifestantes, causando 23 muertos y 21 heridos. Además, se produjeron detenciones arbitrarias y malos tratos a prisioneros.

Stresemann exigió la dimisión de Zeigler y amenazó con más represión. El 28 de octubre, Ziegler abandonó su colaboración con el KPD y dimitió dos días después. Fue una retirada poco gloriosa.

Tras el fracaso de octubre 

En 1923 se daban todos los elementos para el éxito de la revolución, incluido un partido revolucionario de masas. Entonces, ¿cómo se produjo esta derrota? Una evaluación honesta de los acontecimientos debería haber ocupado un lugar prioritario en la agenda del CEIC. Pero en lugar de ello, los individuos que desempeñaron un papel decisivo en la debacle intentaron cubrir sus huellas.

El CEIC debería haber iniciado los preparativos para el levantamiento en junio a más tardar, pero había juzgado mal la situación desde el principio. Zinóviev, en particular, temía por su reputación. Él mismo había aprobado todas las decisiones, incluida la cancelación del Octubre alemán. Pero echó la culpa a la dirección del KPD. 

Al principio, afirmó que había sido acertado suspender el levantamiento; más tarde, les acusó de no haber estado suficientemente preparados para ello. Sin duda era cierto, pero ¿eran Brandler, Thalheimer y los demás dirigentes del KPD los únicos culpables? 

El giro de Zinóviev no se produjo por casualidad. El 8 de octubre, Trotsky escribió una carta al Comité Central Ruso denunciando el ascenso de la burocracia en el partido y en el Estado soviético. Este ataque abierto aterrorizó a la Troika. Le siguió, el 15 de octubre, una carta conjunta, firmada por 46 dirigentes comunistas de , que adoptaron una línea similar a la de Trotsky.

Hasta entonces, el conflicto con Trotsky se había llevado a cabo a puerta cerrada, pero ahora salía a la luz. Esto dio lugar a una polémica más aguda, que incluso se publicó en las páginas de Pravda

Brandler y Thalheimer se defendieron de estas críticas afirmando que la derrota se debió al cambio de la situación objetiva, que la propia clase obrera no estaba preparada para la revolución y que en octubre cualquier intento de insurrección habría fracasado.

Es cierto que la situación revolucionaria ya existía desde el verano y había alcanzado su punto álgido con la caída del gobierno de Cuno. El auge revolucionario había empezado a decaer en octubre, pero esto no descartaba en absoluto un derrocamiento exitoso. Como explica Sewell

«En octubre había cierto grado de agotamiento. Pero una situación revolucionaria, si comparamos los acontecimientos rusos de febrero a octubre, no es una línea recta; se desarrolla erráticamente. Dentro de la curva revolucionaria hay rupturas repentinas».

Cabe señalar que una pasividad similar reinaba en el Comité Central del partido bolchevique ya en octubre de 1917, el mismo mes en que tomaron el poder. Escribiendo desde su escondite en Finlandia, Lenin bombardeó a los dirigentes con cartas, exigiendo indignado que el partido pasara de las palabras a la acción:

«No hay término medio. No es posible esperar. La revolución se hunde».

Sin esta presión constante de Lenin, y la intervención de Trotsky, la Revolución Bolchevique quizá nunca hubiera tenido lugar. 

El principal obstáculo para el levantamiento alemán de octubre de 1923 fue la indecisión de la dirección. No habían preparado suficientemente el levantamiento, ni política ni organizativamente. 

Incluso después de la decisión a favor de una insurrección en septiembre, apenas tomó medidas políticas. El enfoque de la agitación y la propaganda permaneció inalterado, y la dirección no preparó ni al KPD ni a la clase obrera planteando la cuestión del poder.

En octubre mismo, los comunistas habían entrado en los gobiernos de Sajonia y Turingia con la intención de utilizarlos como bases para una insurrección. Y, sin embargo, apenas se dieron los pasos prácticos necesarios para lanzar una insurrección de este tipo: organización de suministros de armamento y alimentos, formación de comités de fábrica, etc.

De este modo, se dilapidó la situación revolucionaria, sólo para que los responsables alegaran que las masas no habían estado preparadas y que la situación objetiva no había madurado lo suficiente.

En su Lecciones de Octubre, escrito en 1924, tras el fracaso de la Revolución Alemana, Trotsky subrayó que en las condiciones presentes en Alemania en aquel momento eran precisamente la indecisión y la pasividad de la dirección del partido las que cultivaban la pasividad en las masas, y no al revés:

«… un partido que durante largo tiempo haya llevado adelante una agitación revolucionaria, arrancando poco a poco al proletariado de la influencia de los conciliadores, y que cuando es llevado a la cima de los acontecimientos por la confianza de las masas, si comienza a titubear, buscar subterfugios, tergiversar y dar rodeos, provoca en ellas la decepción y la desorganización, pierde la revolución. En cambio, se asegura la posibilidad de alegar, luego del fracaso, la falta de actividad de las masas.»

El año 1923 demuestra lo importante que es una dirección previsora y decidida en tiempos turbulentos. En determinados momentos , las acciones de un puñado de personas pueden determinar el destino de la revolución mundial, para bien o para mal. 

Con sus errores, los dirigentes alemanes e internacionales desperdiciaron una oportunidad crucial para continuar la revolución mundial en octubre de 1923. No es exagerado decir que toda la historia del mundo habría cambiado si hubieran logrado tomar el poder.

El fracaso de la revolución alemana selló efectivamente el aislamiento de la revolución en Rusia. Sin una revolución exitosa en un país avanzado como Alemania, las condiciones de atraso de la Rusia soviética propiciaron la aparición de una burocracia poderosa y privilegiada. Sólo un año después, Stalin presentó su «teoría» del «socialismo en un solo país», que reflejaba los intereses contrarrevolucionarios de la burocracia en el aislado Estado obrero.

Hoy es necesario comprender las lecciones del fracaso del Octubre alemán. El capitalismo está en declive y en todos los países nos esperan situaciones revolucionarias. Como comunistas, debemos dedicarnos a la construcción del factor subjetivo -el partido revolucionario- y aprender a evaluar correctamente y preparar la transición de un período de agitación y propaganda a la lucha directa por el poder.

Teatro y revolución: Vida y legado de Konstantín Stanislavski

Konstantín Stanislavski es conocido como el «padre de la interpretación moderna». Su método «realista» revolucionó el mundo del teatro y sigue conmoviendo al público. En este artículo, Nelson Wan recorre la vida y las ideas de Stanislavski, y el papel que desempeñó en el enorme despertar cultural que siguió a la Revolución de Octubre.


Konstantín Stanislavski es quizá la figura más grande e influyente de la historia de la interpretación. Su exhaustivo sistema de formación ha dominado el mundo del teatro y el cine desde principios del siglo XX hasta nuestros días. 

Las técnicas y la dirección escénica de Stanislavski a finales del siglo XIX y principios del XX representaron nada menos que una revolución en el arte, rejuveneciendo por completo el teatro ruso, estancado bajo el zarismo. A partir de ahí, sus teorías transformarían toda la interpretación occidental.

La revolución artística de Stanislavski también se entrelazaría con la Revolución Rusa. Para Stanislavski, el teatro no era un mero entretenimiento, sino que tenía un propósito artístico y moral al que dedicar la vida. Por ello, aunque Stanislavski nunca se unió a los bolcheviques, celebró la Revolución de Octubre y encarnó el espíritu de cambio y progreso que ésta inspiraba.

Lenin y los bolcheviques, por su parte, apoyaron sistemáticamente la obra de Stanislavski, porque veían en ella una palanca indispensable para elevar el nivel cultural de millones de obreros y campesinos: una tarea clave de la revolución socialista.

Por tanto, Stanislavski podría describirse sin duda como uno de los grandes protagonistas del despertar espiritual de Rusia tras octubre de 1917.

Sin embargo, cuando Stalin y la burocracia tomaron el control de la Unión Soviética, el estilo realista pionero de Stanislavski fue cínicamente apropiado y distorsionado para adaptarlo a la nueva política artística del «realismo socialista», que no tenía nada que ver con ninguna de las ideas de Stanislavski. Al mismo tiempo, la burocracia redujo drásticamente la creatividad de sus representaciones, lo que inició el lento e ignominioso declive del mundialmente famoso Teatro de Arte de Moscú (MAT en sus siglas en ruso).

Hoy en día, podemos sacar mucho provecho del estudio del método y el papel histórico de Stanislavski, no sólo desde el punto de vista del teatro y el arte en general, sino también para profundizar en nuestra comprensión del papel vital que desempeñan el arte y la cultura en la lucha por el comunismo.

Los primeros años de Stanislavski

Konstantín Sergeyevich Alexeyev nació el 5 de enero de 1863 en el seno de una familia acomodada dedicada al teatro. En 1884 adoptó el nombre artístico de Stanislavski, por el que se le conoció desde entonces. 

Su primera aparición en un escenario fue a los siete años, en una serie de tableaux vivants organizados para celebrar la onomástica de su madre, y su carrera artística consciente comenzó en 1877, tras actuar en cuatro obras de un solo acto en un teatro reconvertido eb la finca familiar. Tras esa velada, se formó un grupo de aficionados, el Círculo Alexéiev, compuesto por hermanos y hermanas de Stanislavski, primos y varios amigos.

Stanislavski no era un actor dotado por naturaleza. Le encantaba actuar, pero sufría enormemente de miedo escénico, a menudo era inaudible y, como mucho, sólo podía imitar las actuaciones sin esfuerzo de otros actores a los que admiraba. Los primeros años de Stanislavski como actor y sus propias malas interpretaciones le empujaron a intentar comprender y resolver los problemas de la interpretación. 

Empezó a llevar un cuaderno en el que anotaba sus impresiones, analizaba sus dificultades y esbozaba soluciones. Continuaría con esta práctica a lo largo de toda su vida, abarcando unos 61 años de actividad. 

Se preguntaba por qué algunas actuaciones parecían más veraces que otras. ¿Por qué otros podían ofrecer una interpretación natural con tanta rapidez y facilidad y él no? Éstas son las preguntas que Stanislavski se planteó durante los primeros años de su carrera. La escuela de arte dramático no le dio ninguna respuesta. Sus profesores le dieron indicaciones sobre los resultados deseados, pero no un método elaborado para conseguirlos.

El declive del teatro ruso

El teatro ruso estaba en declive a finales del siglo XIX. Las generaciones de mayor edad dominaban las representaciones y Stanislavski se encontró rodeado por todas partes de mediocridad artística.

El monopolio zarista sobre los teatros imperiales se abolió en 1882. Antes, todos los espectáculos profesionales de ballet, ópera y teatro debían representarse en uno de los teatros del zar en Moscú o San Petersburgo. Ahora, al menos en teoría, cualquiera podía abrir un teatro. Sin embargo, surgió un «nuevo» tipo de teatro que adolecía de mala gestión, escaso repertorio y malas interpretaciones. 

Las direcciones comerciales empezaron a producir obras para obtener beneficios rápidos y, como señaló Stanislavski, estos teatros estaban controlados por los «camareros y burócratas». Había algunos individuos brillantes, pero en general el mundo teatral profesional sólo podía mostrar a Stanislavski lo que había que evitar.

Los guiones no significaban nada para los actores, ni tampoco los ensayos. Los actores ignoraban a menudo las instrucciones de los directores y se aferraban a los trucos y costumbres que mejor conocían. En lugar de intentar presentar un diálogo realista y natural entre dos personajes, los actores, en su vano intento de impresionar a los espectadores, pronunciaban sus líneas en la parte delantera del escenario y directamente al público, como si éste fuera un personaje de la obra. 

El vestuario y los decorados eran tan poco inspirados como la interpretación. Las alas y los telones de fondo se tomaban del almacén, y las puertas se colocaban convencionalmente en el espacio sin paredes circundantes. Las sillas incluso se colocaban mirando al frente para que los actores pudieran dirigirse al público. Los teatros de aficionados reflejaban todas estas convenciones, sólo que de una forma mucho peor. 

El estilo de actuación y representación que dominaba este periodo era afectado, melodramático y necesitaba una revisión completa. Stanislavski tenía claro lo que había que hacer. Había que llevar la verdad a la actuación de forma consciente y sistemática. Describió su nuevo enfoque del teatro de la siguiente manera:

«En nuestros propósitos destructivos y revolucionarios, con el fin de rejuvenecer el arte, declaramos la guerra a todos los convencionalismos del teatro dondequiera que se presentasen: en la actuación, en las propiedades, en la escenografía, en el vestuario, en la interpretación de la obra, en el telón o en cualquier otro lugar de la obra o del teatro. Todo lo que era nuevo y violaba las costumbres habituales del teatro nos parecía bello y útil».

El desarrollo del realismo

El realismo en la interpretación se fija como objetivo presentar a seres humanos reconocibles en situaciones con las que el público se identifique. En otras palabras, el actor debe comportarse como si su situación fuera completamente real, aunque tenga lugar en un escenario desnudo ante miles de personas. 

La verdad de una interpretación reside en la propia creencia del actor, y la autenticidad en las circunstancias dadas. Estas interpretaciones se logran centrándose en la vida y la psicología internas de un personaje, en contraposición a las características meramente externas como el vestuario, los decorados y el atrezzo.

El objetivo de este tipo de teatro no era imitar la realidad (algo imposible sobre un escenario), sino ofrecer al público una experiencia con la que pudiera identificarse emocionalmente y que transmitiera con autenticidad toda la profundidad de los personajes y sus relaciones subyacentes. Por ejemplo, en los dramas bien interpretados, los elementos fantásticos o el complejo lenguaje poético rara vez son un obstáculo para el disfrute o el compromiso emocional.

Para desarrollar el estilo realista de interpretación, Stanislavski se inspiró en una generación anterior de actores rusos, en particular el actor Mikhail Shchepkin y el escritor Nikolai Gogol. Fue aquí donde se dieron los primeros pasos hacia el desarrollo del Realismo. 

Mijaíl Shchepkin nació como siervo en la finca del conde Wolkenstein en 1788. En el siglo XVIII, los aristócratas rusos solían crear compañías de teatro con sus siervos de talento, como Shchepkin, que en ocasiones recibían educación. 

A través de la observación, Shchepkin se dio cuenta de que los mejores actores eran los que se limitaban a «decir unas pocas palabras de forma sencilla», en lugar de sobrecargar sus interpretaciones con gestos o emociones innecesarios. Comenzó a cultivar estas observaciones para crear un estilo de interpretación propio: el comienzo del realismo. Después de que los admiradores de su actuación pagaran por su libertad en 1821, Shchepkin ingresó en el Teatro Imperial de Moscú en 1823 y en 1824 apareció en la función inaugural del Teatro Maly.

Las interpretaciones realistas de Shchepkin proporcionaron a Stanislavski un modelo, tanto en su filosofía y en su enfoque de la interpretación. La pregunta que Shchepkin planteó a Stanislavski fue: ¿siente el actor su papel o imita superficialmente sus rasgos externos? ¿Puede el público notar la diferencia?

Esta es una de las contradicciones del arte de la interpretación a las que tuvo que enfrentarse Stanislavski. 

Existe una naturaleza dual inherente a todas las interpretaciones, entre lo social y lo personal. Para convertirse realmente en el personaje en cuestión, el actor debe borrar su propia individualidad, y caminar, hablar, pensar y sentir de la manera que el autor pretendía. Pero, al mismo tiempo, debe adaptar sus cualidades personales al personaje para crear la vida interior de un espíritu humano que sea universal y comprensible para todos.

Nikolai Gogol era también un admirador de Shchepkin, y él mismo un actor extremadamente dotado. Irónicamente, Gogol fracasó en una audición para el Teatro Imperial porque su actuación fue considerada demasiado «real».

Al igual que Stanislavski, Gogol criticaba las convenciones de la interpretación rusa de la época. El trabajo de Gogol y Shchepkin en el Teatro Maly había forjado un estilo de interpretación centrado en la observación veraz, y no en las convenciones rígidas. 

Entre los consejos de Gogol a los actores figuraban:

«Sobre todo, cuidado con caer en la caricatura. Nada debe ser exagerado ni trillado, ni siquiera los papeles secundarios… Cuanto menos piense un actor en ser gracioso o en hacer reír al público, más aflorarán los elementos cómicos de su papel».

Estos dos actores dejaron un notable impacto en la mente de Stanislavski, y al basarse en ellos se consideró parte de la tradición realista que contribuyeron a establecer.

El objetivo del arte

Stanislavski estaba comprometido con la idea de que el teatro tuviera un propósito social, y para él el mejor método de conseguirlo era a través de los principios del Realismo. Consideraba que el teatro era una parte fundamental de la vida espiritual y la salud de la sociedad, como lo era para los isabelinos y los antiguos griegos. 

Como escribe el actor y dramaturgo Jean Benedetti:

«La actividad madura de Stanislavski sólo puede entenderse si se considera que hunde sus raíces en la convicción de que el teatro es un instrumento moral cuya función es civilizar, aumentar la sensibilidad, agudizar la percepción y, en términos quizá ahora pasados de moda para nosotros, ennoblecer la mente y elevar el espíritu.»

Sin embargo, se oponía firmemente a la idea de un teatro abiertamente político, y prefería dejar que el público dedujera por sí mismo cualquier significado político. 

En Mi vida en el arte, Stanislavski dice:

«La tendenciosidad y el arte son incompatibles: Una excluye a la otra. En cuanto uno se acerca al arte escénico con una idea tendenciosa, utilitaria u otra no artística, se marchita. Es imposible aceptar un sermón o una pieza de propaganda como verdadero arte».

Pero esto no quiere decir que Stanislavski pensara que era imposible que el buen arte tuviera contenido político. Cualquier mensaje de la obra debe ser implícito, haciéndose evidente a través de una presentación veraz del material. No bastaba con persuadir al público sobre una base intelectual, el teatro debía ofrecer una experiencia humana total que el público pudiera sentir con todo su ser:

«En el arte, la tendencia debe transformarse en sus propias ideas, pasar a la emoción, convertirse en un esfuerzo sincero y en la segunda naturaleza del actor. Sólo entonces puede entrar en la vida del espíritu humano en el actor, el papel y la obra. Pero entonces ya no es una tendencia, es un credo personal. El espectador puede sacar sus propias conclusiones y crear su propia tendencia a partir de lo que recibe en el teatro. La conclusión natural se alcanza por sí misma en el alma y la mente del espectador a partir de lo que ve en los esfuerzos creativos del actor… Sólo cuando se da esta condición se puede pensar en el teatro para producir obras de carácter social y político.»

Para Stanislavski, el objetivo del Realismo es llegar a la esencia del tema presentado en escena, en lugar de presentar una imitación superficial de la vida. El Realismo selecciona únicamente aquellos elementos que revelan las tendencias que yacen bajo la superficie de la representación, y en la psicología de los personajes. Stanislavski daba prioridad al contenido humano del teatro por encima de cualquier otra consideración.

Teatro de Arte de Moscú

Stanislavski siguió desarrollando sus ideas a través de las producciones que escenificó en el Teatro de Arte de Moscú (MAT), una de las instituciones dramáticas más conocidas y respetadas de la historia de Rusia. Es conocido sobre todo por sus originales producciones de obras de Antón Chéjov, como La gaviota, Tío Vania y El jardín de los cerezos

Fue en parte gracias a la dirección y actuación en las obras de Chejov que Stanislavski desarrolló sus teorías sobre la interpretación. Estas producciones supusieron un gran avance en el desarrollo del teatro y la interpretación. El MAT también tenía una larga tradición en la producción de obras con conciencia social y carga política.

El teatro fue fundado conjuntamente por Stanislavski y el dramaturgo Vladimir Nemirovich-Danchenko, entonces director de la escuela de interpretación de Moscú, la Sociedad Filarmónica de Moscú. Se inauguró en 1898 con el nombre de «Teatro de Arte de Moscú Accesible al Público».

Se decidió que el nuevo teatro desempeñaría, por encima de todo, una función social y educativa. Estaría abierto a todos, especialmente a la clase trabajadora, a la que se invitaría a asistir a representaciones especiales gratuitas si no podía permitirse las butacas de precio modesto. 

La primera compañía estaba compuesta por treinta y nueve actores, entre ellos Olga Knipper, que más tarde se convertiría en la esposa de Antón Chéjov, y Vsevolod Meyerhold, futuro director de escena y bolchevique. Estos actores se unieron a los aficionados de más éxito de Stanislavski, entre ellos su esposa Maria Lilina y Maria Andreyeva, otra futura bolchevique y esposa de Maxim Gorky.

Al cabo de pocas temporadas, las dificultades financieras obligaron a los fundadores a subir el precio de las entradas y a eliminar «Accesible al Público» de su nombre. La prestación de un servicio público y la obtención de beneficios resultaron ser tan incompatibles entonces como lo son hoy. El MAT aceptó a regañadientes el patrocinio del acaudalado comerciante Savva Morozov, que en aquella época también financiaba el periódico de Lenin, Iskra.

La hostilidad de las autoridades zaristas también dificultaba la realización de la visión de Stanislavski de crear un teatro popular. Era habitual que los censores intervinieran directamente en las propias obras. Cuando Stanislavski y Nemirovich intentaron poner en escena Pequeños burgueses, de Gorki, en 1902, recortaron mucho la obra de antemano, pero los censores insistieron en hacer más recortes para eliminar las alusiones a los zares gobernantes. Además, el teatro se llenó de policías la primera noche de la representación, aunque, tras muchas negociaciones, Nemirovich consiguió que fueran vestidos de noche para no asustar al público. 

A pesar de la censura, el MAT se convirtió en una expresión involuntaria de la lucha contra el zarismo. 

En 1901, por ejemplo, estallaron manifestaciones masivas en varias ciudades rusas, entre ellas San Petersburgo y Moscú, como consecuencia del alistamiento en el ejército de 183 estudiantes de la Universidad de Kiev como castigo por su participación en reuniones políticas. 

Trabajadores y estudiantes salieron a protestar y se encontraron con una feroz respuesta por parte de los funcionarios zaristas. La policía y los cosacos agredieron a los manifestantes y cientos de estudiantes fueron detenidos y expulsados de las universidades. El 1 de marzo de 1901, la manifestación frente a la catedral de Kazán, en San Petersburgo, fue dispersada con especial brutalidad y varias personas resultaron muertas.

En aquel momento, Stanislavski estaba representando Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, que en su mente no tenía ninguna relación con los acontecimientos que se desarrollaban en el exterior. Cuando Stanislavski, en el quinto acto, pronunció la frase: «Nunca hay que ponerse un pantalón nuevo cuando se sale a luchar por la libertad y la verdad», el público estalló. Stanislavski recuerda:

«Espontáneamente, el público relacionó la frase con la masacre de la plaza de Kazán, donde, sin duda, muchos trajes nuevos habían sido destrozados en nombre de la libertad y la verdad. Estas palabras provocaron tal tormenta de aplausos que tuvimos que detener la representación. El público se levantó y corrió hacia las candilejas, tendiéndome los brazos».

Continúa:

«Tal vez al elegir esta obra en particular e interpretar los papeles de esa manera concreta estábamos respondiendo intuitivamente al estado de ánimo imperante en la sociedad y a las condiciones de vida en nuestro país… Pero, cuando estábamos en el escenario interpretamos la obra sin pensar en la política… En cuanto al «mensaje» de la obra, yo no lo descubrí, se me reveló solo».

El MAT se vio igualmente afectado por la derrota de la revolución de 1905. En la reacción que siguió a esta derrota, el benefactor del teatro, el comerciante Morozov, se suicidó, lo que supuso una considerable presión personal y financiera para Stanislavski. En este periodo, el MAT produjo nuevas obras de contenido simbólico y místico, reflejando la desesperación y la desilusión del movimiento revolucionario de la época. 

Sin embargo, la tradición radical del MAT continuó hasta 1917, cuando el odiado sistema zarista fue finalmente derrocado. Fue en los años que siguieron a la Revolución Rusa cuando el MAT alcanzó fama y reconocimiento mundiales, pero quizá lo más importante fue que el sueño de Stanislavski de crear un teatro popular se haría finalmente realidad. 

Teatro después de octubre

En los años que siguieron a la Revolución de Octubre de 1917 se produjo, por primera vez en la historia de Rusia, una participación verdaderamente libre y abierta de la gente corriente en el mundo del arte, y el teatro fue posiblemente la mayor expresión de ello. 

En una revolución, las masas pasan de los bastidores al centro de atención de la historia y comienzan a organizar la sociedad en su propio interés. Al hacerlo, empiezan a expresarse como seres humanos por primera vez, aspirando a una auténtica existencia humana, que es el derecho de nacimiento de todos. 

La necesidad de arte es una parte esencial de esta lucha del espíritu humano. La Revolución rusa no sólo trajo consigo el deseo de transformar la política y la sociedad, sino, como dijo Stanislavski, el deseo de conocer, participar y experimentar el arte y la cultura. En toda Rusia surgieron cientos de grupos de teatro, a menudo vinculados a fábricas locales y aldeas. 

Las primeras medidas del gobierno bolchevique consistieron en organizar y subvencionar varias compañías teatrales de forma permanente, así como en crear escuelas de arte teatral. La mayoría de la población rusa carecía de experiencia teatral. Por su parte, el gobierno soviético, al igual que Stanislavski, comprendía el papel del teatro en la educación y el entretenimiento de las masas, por lo que se esforzó por hacer que el teatro fuera lo más accesible posible.

Lenin y Trotsky explicaron repetidamente que la lucha por construir una sociedad comunista no era sólo económica, sino también cultural. El apoyo activo de los bolcheviques al teatro ruso en este periodo constituyó una parte clave de este planteamiento. 

Cuando los bolcheviques llegaron al poder habían heredado un país mayoritariamente campesino, con un legado de inmenso atraso e ignorancia, donde sólo el 37,9 por ciento de la población masculina y el 12,5 por ciento de la femenina sabían leer y escribir. El desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, y de hecho la existencia continuada del Estado obrero, sería imposible sin abordar problemas elementales como el analfabetismo y sin una lucha concertada para elevar el nivel cultural de la Rusia revolucionaria. 

Como afirmó Trotsky en Problemas de la vida cotidiana:

¿En qué consiste, pues, nuestra tarea actual? ¿Qué debemos aprender? ¿A qué debemos tender ante todo? Tenemos que aprender a trabajar correctamente, con precisión, limpieza y economía. Necesitamos desarrollar la cultura en el trabajo, la cultura de la vida, la cultura del modo de vida. Hemos derribado el reino de los explotadores —después de una larga preparación — gracias a la palanca de la insurrección armada. No existe palanca apropiada para elevar de un sólo golpe el nivel cultural. Esto requiere un largo proceso de auto-educación de la clase obrera acompañada y seguida por el campesinado.

En este proceso, el teatro desempeñaría un papel casi tan importante como el aula.

Como partidario de la revolución, Stanislavski se lanzó inmediatamente, junto con el MJAT, a las tareas de organizar y crear teatro para la nueva sociedad que estaba surgiendo:

El Teatro añadió una nueva misión a su labor; se trataba de abrir sus puertas a las más amplias masas de espectadores, a esos millones de personas que hasta entonces no habían tenido oportunidad de disfrutar de los placeres culturales… [N]uestros corazones latían ansiosos y alegres al tomar conciencia de la tremenda importancia de la misión que nos había tocado… Existe la opinión de que hay que representar para el campesino obras de su propia vida, obras que se ajusten a su idea de lo que es el mundo… Esto no sólo es un malentendido, es completamente falso. El campesino, al ver una obra de su propia vida, la critica, la encuentra distinta a la vida tal como la conoce, no reconoce el lenguaje que le es propio, pues habla de forma totalmente distinta a la gente del escenario. Declara que se ha cansado de esta vida en casa, que ya ha visto bastante de ella tal como es, que está infinitamente más interesado en ver cómo viven otras personas. El simple espectador anhela la vida bella».

Stanislavski, al igual que Lenin en sus críticas a la corriente economicista del movimiento socialdemócrata ruso y a su actitud «obrerista», explica correctamente por qué los obreros y campesinos corrientes no quieren que se les diga lo que ya saben, o que se les muestre una vida a la que ya están acostumbrados, sino que quieren elevar sus miras, aprender y vislumbrar la verdadera belleza del mundo. 

Contrariamente a lo que sostienen los burgueses, la gente corriente no es demasiado ignorante para apreciar el arte, simplemente se le niega la oportunidad de experimentarlo y aprender sobre él. Stanislavski describe incluso la notable transformación del campesinado, la clase más atrasada y degradada de la sociedad rusa:

Empezamos a comprender que esta gente venía al teatro no para divertirse, sino para aprender. Recuerdo a un campesino, que era un buen amigo mío, que venía una vez al año a Moscú con el propósito expreso de ver todo el repertorio de nuestro Teatro… Y después de la cena nos pedía noticias de nuestro Teatro con mayor alegría aún, y luego se dirigía al teatro con su maravilloso traje. Viendo la representación, enrojecía y palidecía de excitación y entusiasmo, y cuando terminaba la obra no podía volver a casa a dormir; caminaba solo durante horas por las calles, para aclarar sus impresiones… Habiendo visto todo nuestro repertorio,… regresaba a su casa para pasar el año siguiente. Desde allí escribía numerosas cartas filosóficas que le ayudaban a digerir y seguir viviendo el cúmulo de impresiones que se había traído de Moscú. Creo que no fueron pocos los espectadores de ese tipo que pasaron por nuestro teatro. Sentíamos su presencia y nuestro deber artístico hacia ellos.

La descripción de Stanislavski continúa:

Las puertas de nuestro Teatro se abrieron exclusivamente para el pueblo pobre y se cerraron durante un tiempo para la intelectualidad. Nuestras representaciones eran gratuitas para todos los que recibían sus entradas de las fábricas e instituciones a las que las enviábamos, y nos encontramos cara a cara, justo después de la promulgación del decreto, con espectadores totalmente nuevos para nosotros, muchos de los cuales, quizá la mayoría, no sabían nada no sólo de nuestro Teatro, sino de ningún teatro…

Con el advenimiento de la Revolución pasaron por nuestro Teatro muchas clases de la sociedad: hubo la época de los soldados, de los delegados de todos los confines de Rusia, de los niños y jóvenes y, por último, de los obreros y campesinos. Eran espectadores en el mejor sentido de la palabra; venían a nuestro Teatro no por casualidad, sino con el temblor y la expectativa de algo importante, algo que nunca antes habían experimentado.

Incluso los enemigos de la revolución tuvieron que admitir que se estaba produciendo una explosión sin precedentes en las artes. Oliver Sayler, un crítico de teatro estadounidense y antibolchevique que llegó a Rusia en vísperas de la Revolución, escribió sobre la increíble variedad de representaciones teatrales disponibles para los rusos de a pie en 1922, que continuaron durante todo el invierno, sólo cesando en las fiestas religiosas.

Todo el país se vio arrastrado por una epidemia de teatro. Incluso en las zonas rurales más remotas, los campesinos escribían obras de teatro individual y colectivamente. Donde no había obras estándar ni instructores dramáticos, en su lugar ponían en escena canciones tradicionales rusas. 

Prácticamente no había fábrica en el país sin su propio círculo dramático, y en la época de la Guerra Civil había alrededor de 3.000 compañías profesionales. Las obras escritas por los soldados del Ejército Rojo llegaron a miles de círculos dramáticos de regimiento, y en 1920, el Ejército Rojo y la Flota contaban con más de 1.800 clubes a los que estaban adscritos 1.210 teatros y 911 círculos dramáticos.

En aquella época no había ningún país en el mundo que pudiera igualar esta oferta teatral, y menos aún ofrecer tal accesibilidad a las masas. 

Otros espectáculos de masas eran los dramas especiales, que solían representarse en días festivos. Los temas incluían las revoluciones de 1848 y 1917, la Comuna de París o el levantamiento de los esclavos de Espartaco. Una de las más famosas fue el Asalto al Palacio de Invierno, que se representó frente al Palacio de Invierno de Petrogrado el 7 de noviembre de 1920 con más de 8.000 participantes y una orquesta de al menos 500 personas. Entre ellos había muchas personas que habían participado en el acontecimiento real.

Por primera vez, el teatro y las artes no eran un mero entretenimiento para la burguesía, sino parte integrante de la construcción de una nueva sociedad. Para Stanislavski, el actor ya no era un mero profesional, sino alguien que debía desempeñar un papel personal en este proceso. 

¿Y qué debéis ser vosotros, actores modernos? Debéis ser, ante todo, personas vivas y llevar en el corazón todas esas nuevas cualidades que deben ayudarnos a todos a alcanzar un nuevo tipo de conciencia. ¿Qué tipo de conciencia? Aquella en la que la vida para el bien de todos ya no debe ser objeto de sueños ociosos y fantasías irrealizables.

Sin embargo, la obra de Stanislavski no siempre fue comprendida por quienes la conocieron. Por ejemplo, la Asociación de Escritores Proletarios calificó de «idealista» el enfoque espiritual y psicológico que Stanislavski daba al actor. Estos críticos adoptaron una visión superficial de los antecedentes de Stanislavski y del tipo de representaciones que prefería (clásicos rusos y mundiales), y calificaron erróneamente al MAT de «derechista» y «burgués». El argumento de algunos, como el «Proletkult», era que todas las formas artísticas heredadas de la Rusia prerrevolucionaria eran en realidad «burguesas» y debían abandonarse, incluso destruirse.

Sin embargo, los bolcheviques, y Lenin en particular, se opusieron a esta interpretación unilateral y mecánica del arte, y comprendieron que la Rusia revolucionaria debía preservar y aprovechar los mayores logros artísticos del pasado. En las celebraciones del 13º aniversario del MJAT en 1928, Lunarcharsky citó a Lenin: «Si hay un teatro que debemos a toda costa salvar y preservar del pasado, es, por supuesto, el teatro del Arte».

Con el apoyo del gobierno bolchevique, el MAT siguió funcionando en 1917 y 1918, y sólo se interrumpió un mes durante la revolución. En 1919, el MAT se convirtió en el Teatro Académico de Arte de Moscú (MJAT), un teatro estatal oficial que recibía subvenciones del gobierno.

Contrariamente a lo que afirma la clase dominante, en sus primeros años, el gobierno bolchevique no reprimió ni censuró las libertades artísticas como habían hecho los zares y como hizo más tarde Stalin. Lenin y los principales bolcheviques abordaron la libertad artística con la sensibilidad y el aprecio que merecía. 

Es algo que el propio Stanislavski reconoció. En 1928, en el 13º aniversario del MAT, dijo lo siguiente:

En aquellos días el Gobierno acudió en nuestra ayuda y gracias a él nuestro teatro pudo capear el temporal… Pero, nuestro Gobierno se ganó mi más profunda gratitud por algo muy distinto. Cuando los acontecimientos políticos de nuestro país nos sorprendieron… nuestro Gobierno no nos obligó a teñirnos de rojo y fingir ser lo que no éramos.

Escribiendo en 1938 sobre la asfixia de la creatividad artística rusa bajo el estalinismo, Trotsky explica: 

«… un partido verdaderamente revolucionario no puede ni quiere arrogarse la tarea de ‘dirigir’ y menos aún de comandar el arte, ni antes ni después de la conquista del poder. Tal pretensión sólo podría entrar en la cabeza de una burocracia – ignorante e impúdica, embriagada de su poder totalitario – que se ha convertido en la antítesis de la revolución proletaria… La creación artística tiene sus leyes – incluso cuando sirve conscientemente a un movimiento social. La creación verdaderamente intelectual es incompatible con la mentira, la hipocresía y el espíritu de conformidad. El arte puede convertirse en un fuerte aliado de la revolución sólo en la medida en que permanezca fiel a sí mismo.

El MJAT soviético: «clásicos» frente a «vanguardistas 

Con el apoyo de los bolcheviques, el MJAT prosperó después de 1917 y fue uno de los principales teatros estatales de Rusia, convirtiéndose prácticamente en un tesoro nacional. Tras sus giras europeas y americanas de 1922-1924, el MJAT adquirió fama mundial, recibiendo elogios de la crítica allá donde iba. 

Durante este periodo, el teatro contó con un amplio repertorio de los principales dramaturgos rusos y occidentales. Tras regresar a Moscú en 1924, el MJAT continuó produciendo nuevas obras soviéticas, así como clásicos rusos.

Stanislavski relanza un MJAT «soviético» en 1925-1927 con una nueva y joven compañía. En este periodo, el MJAT produjo Resurrección, de León Tolstoi, que se diferenciaba del original en que no había redención para la clase dirigente, que era castigada, así como El inspector general y Almas muertas, de Gogol. El tren blindado, de temática soviética, también obtuvo el éxito del MJAT en 1927 y se convirtió en un clásico, sentando involuntariamente las bases de las futuras producciones realistas socialistas.  

La puesta en escena de Las bodas de Fígaro por el MJAT el 28 de abril de 1927 también se convirtió en un clásico instantáneo del teatro soviético. La obra de Pierre Beaumarchais es una crítica mordaz al Ancien Regime y a la vida privilegiada de la nobleza, y quizá sea la obra más revolucionaria del siglo XVIII. Stanislavski utilizó creativamente una rueda giratoria en el decorado, que convertía el último acto en una loca carrera por el jardín utilizando cuatro localizaciones diferentes.

Tras la Revolución de Octubre, también se reactivaron otros teatros además del MJAT. El antiguo teatro imperial Alexandrinsky se convirtió en el Teatro Dramático Estatal, y una de las primeras medidas del Comisariado del Pueblo para la Educación en relación con el Alexandrinsky, al igual que con el Teatro Maly, fue la insistencia en un repertorio clásico. En los años siguientes a 1917, el Teatro Dramático Estatal produjo clásicos como Las bodas de Fígaro y Amor e intriga, de Schiller, así como Los bajos fondos, de Gorki, en 1918.

Uno de los debates centrales en el teatro ruso tras la Revolución giró en torno a si preservar y poner en escena a los «clásicos» o promover el nuevo teatro vanguardista y «revolucionario». Meyerhold, antiguo alumno de Stanislavski, se oponía a la tradición teatral rusa representada por su antiguo maestro y el MJAT, y abogaba por sustituir la literatura, la psicología y el realismo representativo por las técnicas del cubismo, el futurismo y el suprematismo.

El Comisariado del Pueblo para la Ilustración, encargado de la cultura y la educación en la Rusia soviética, se opuso a estas propuestas en su momento porque el gobierno bolchevique se oponía al monopolio del arte por parte de la vanguardia o de cualquier otro grupo. Lo que los bolcheviques entendían era que los enfoques clásico y experimental de la creación artística no son mutuamente excluyentes, sino que pueden y deben apoyarse mutuamente.

Creación del ‘Sistema’

El sistema Stanislavski es el estudio más completo que existe sobre la interpretación. Se concibió como una «gramática de la interpretación» práctica que proporcionaría a los actores una forma de lograr interpretaciones coherentes utilizando los poderes de su subconsciente e imaginación. 

Durante décadas, Stanislavski había recopilado sus cuadernos en los que anotaba ideas sobre su propia interpretación, sus experiencias, sus triunfos y fracasos, y también lo que había aprendido de otros grandes actores. Estos cuadernos constituyeron la base de las obras publicadas de Stanislavski y del sistema.

Sólo cuando se acercaba a los 70 años, durante el periodo de represión estalinista en Rusia, Stanislavski aceptó codificar su teoría de la interpretación. Al principio se mostró reticente, ya que entendía su teoría como un método en constante evolución, en el que ninguna formulación parecía satisfacerle durante demasiado tiempo. De hecho, se rebelaba contra la idea de un manual escrito sobre la interpretación, que pensaba que podía degenerar muy fácilmente en un conjunto de prácticas mecánicas, repetidas por los actores sin pensar ni sentir. Tras muchas deliberaciones, Stanislavski decidió publicar sus escritos en forma de una serie de siete libros de ficción.

El sistema Stanislavski se divide a grandes rasgos en dos partes, el trabajo interno y externo del actor sobre sí mismo, y el trabajo interno y externo sobre un papel. El objetivo del trabajo interno del actor es alcanzar un estado creativo e inspirador, que se consigue con la aplicación de técnicas psicológicas. El trabajo externo del actor consiste en preparar el cuerpo para expresar físicamente el papel y presentar la vida interior en el escenario. El trabajo sobre el papel consiste en estudiar el texto en profundidad y comprender su significado interno y su principio motor. Este significado interno da vida a toda la obra y a todos los papeles individuales que la componen.

Stanislavski murió antes de poder completar su serie sobre el sistema, dejando a sus estudiantes, asociados y editores la tarea de construir los manuscritos restantes. Algunas partes del sistema Stanislavski también se dieron a conocer al público a través de acontecimientos como la gira mundial del MJAT de los años veinte, antes de que se hubieran formulado por completo. 

Quizá la consecuencia más famosa sea el desarrollo del «Método» de Lee Strasberg en el New York Actor’s Studio, que hacía especial hincapié en el uso de la «memoria emocional» del actor. Se animaba a los actores a sumergirse totalmente en un personaje e intentar experimentar las emociones de una obra en la vida real. 

Así, si un personaje experimentaba una desgarradora sensación de pérdida en escena, el actor debía conseguir esa misma emoción en la vida real y trasladarla a la representación. Esto contradecía directamente las enseñanzas de Stanislavski, que no creía que un actor pudiera, o debiera, transferir experiencias vitales directamente al escenario. Un enfoque de este tipo corría el riesgo de descuidar un estudio adecuado del texto y adaptar el personaje a la personalidad del actor, y no al revés.

El sistema Stanislavski siempre pretendió representar una unidad orgánica, una combinación de preparación psicológica, imaginativa y física, que no debía dividirse ni compartimentarse artificialmente. No pretendía ser un reglamento estricto, sino más bien una guía, un punto de referencia sobre cómo un actor puede resolver los problemas del proceso creativo. 

Ni siquiera la comprensión de las propias leyes de la interpretación es suficiente para crear una buena actuación, del mismo modo que el mero conocimiento de la lengua y la gramática no basta para crear una buena historia. Aunque Stanislavski se propuso comprender científicamente las leyes de la interpretación, su sistema nunca pretendió sustituir a la creatividad y la experimentación.

El estalinismo y el realismo socialista

Sin embargo, la «edad de oro» del teatro en la Rusia revolucionaria no duró mucho, ya que la degeneración de la Revolución provocó una contrarrevolución en todas las esferas de la vida, que antes habían experimentado enormes avances, incluidas las artes. 

El enfoque tolerante de los bolcheviques tras 1917 sería puesto patas arriba por Stalin. En el clima de la contrarrevolución estalinista y el ascenso de la burocracia, el antaño gran MJAT sufrió un indigno declive que duró décadas y del que nunca se recuperó.

La Oposición Unificada de Trotsky fue derrotada en el XV Congreso del partido, en diciembre de 1927, lo que supuso una nueva consolidación del poder de la burocracia. El teatro no pudo escapar a la reacción política y social que se estaba produciendo en Rusia. Se exigía más facturación, más producciones y más representaciones, todo ello mientras florecía un amateurismo incompetente en nombre del ‘ proletariado’ , pero que en realidad reflejaba las exigencias de la burocracia gris y sin vida.

La propia producción de Otelo de Stanislavski sufrió las consecuencias. Stanislavski, que se encontraba entonces en el extranjero, se dio cuenta de que la obra ya se había puesto en escena antes de que él hubiera terminado su plan. Sólo se le habían concedido tres meses de ensayos y sólo se habían tenido en cuenta sus intenciones de forma pasiva.

En 1931, Stanislavski desafió directamente a las autoridades y consiguió la autonomía del MJAT, dentro de ciertos límites. Trágicamente, sin embargo, el MJAT acabó siendo un peón personal de la política artística de Stalin. En este periodo, el enfoque revolucionario, del que fue pionero el MJAT en sus primeros años, y en los años posteriores a 1917, fue sistemáticamente suprimido en favor del Realismo Socialista, que se convirtió en la forma artística oficial del Estado en 1932. 

El realismo socialista es un estilo de arte que pretende representar los valores del comunismo. Sin embargo, en realidad es una subordinación de toda la creatividad artística a los caprichos y necesidades de la burocracia estalinista. No se toleraba nada que no fuera la glorificación de la vida y el gobierno soviéticos. En el teatro, esto significaría la completa destrucción de cualquier individualidad o experimento. El estalinismo y el realismo socialista negaban todo lo que Stanislavski había luchado por desterrar del teatro ruso.

Sin embargo, la burocracia estalinista se apropió de repente de la revolucionaria obra de Stanislavski sobre el realismo. Los crudos ataques de los críticos soviéticos en los primeros años de la Revolución se transformaron en adulaciones y alabanzas sin fin.

Stalin decidió que el MJAT sería el emblema de la nueva política artística, y todos los teatros soviéticos debían basarse en el modelo del MJAT. La formación de actores también seguiría el sistema Stanislavski, pero de forma rígida y dogmática.

Otros artistas independientes sufrieron destinos similares o incluso peores. Entre las víctimas de la política artística de Stalin se encuentran el compositor Dmitri Shostakovich, el director de cine Sergei Eisenstein y el artista Alexander Rodchenko, todos ellos silenciados o sometidos a una camisa de fuerza artística. 

Meyerhold, cuya obra experimental y vanguardista también revolucionó el teatro del siglo XX, hizo heroicos intentos de resistirse a la contrarrevolución de Stalin. No cedió ante sus críticos y, como consecuencia, las autoridades acabaron por expulsarlo de los escenarios. El Teatro Meyerhold fue liquidado en 1938 y el propio Meyerhold se quedó sin trabajo. 

El heroico discurso final de Meyerhold en el Congreso de Directores de Toda la Unión en 1939 fue una denuncia incendiaria del realismo socialista y su dominio sobre el arte soviético:

La cosa lamentable y miserable que pretende el título de teatro del realismo socialista no tiene nada en común con el arte… Vayan a visitar los teatros de Moscú. Miren sus monótonas y aburridas presentaciones que se parecen unas a otras y cada una es peor que la otra… La gente del arte buscaba, erraba y con frecuencia tropezaba y se desviaba, pero realmente creaba, a veces mal y a veces espléndidamente. Donde antes estaban los mejores teatros del mundo, ahora, con su venia, todo está sombríamente bien regulado, medianamente aritmético, estupefaciente y asesino en su falta de talento. ¿Es ese su objetivo? Si lo es, ¡oh! ¡Han hecho algo monstruoso!… Al cazar el formalismo, ¡han eliminado el arte!

El discurso selló su destino. Tras años de ser denunciado por las autoridades, Meyerhold fue detenido, acusado de trotskista y espía, brutalmente torturado y finalmente asesinado a tiros el 2 de febrero de 1940.

El legado de Stanislavski

Hoy en día no hay escuela de arte dramático en el mundo que no enseñe o emplee alguna forma del sistema Stanislavski, y generaciones de actores, directores e intérpretes siguen en deuda con su innovador desarrollo del realismo y el estudio de las leyes de la interpretación. 

Aunque hay mucho más en el mundo de la interpretación y la actuación que el realismo, como demostraron brillantemente Meyerhold y el otro gran dramaturgo revolucionario del siglo XX, Bertold Brecht, la forma de actuación que ha dominado los siglos XX y XXI es el realismo. El realismo ha conmovido, entretenido e inspirado al público de todo el mundo. Al descubrir sus leyes internas, se podría describir a Stanislavski como el verdadero padre de la interpretación moderna. 

Stanislavski fue producto de un período de cambio revolucionario en Rusia, y a lo largo de su vida siempre se alineó con la lucha contra el zarismo. El espectacular auge del teatro ruso en este periodo no se debió únicamente al genio específico representado por Chéjov, Stanislavski, Meyerhold (y otros), aunque su talento no puede ponerse en duda.  Este legado simplemente no habría sido posible sin la Revolución de Octubre de 1917 y la transformación de la sociedad, que dio rienda suelta a la creatividad artística a una escala nunca vista antes, y posiblemente, nunca vista desde entonces. 

Esta chispa creativa fue criminalmente sofocada por el estalinismo, pero ni siquiera la represión más feroz de la burocracia pudo deshacer por completo la gran iluminación, la ampliación de los horizontes culturales de decenas de millones de personas, que la Revolución y gente como Stanislavski lograron. El renombre del ballet y la orquesta rusos, por ejemplo, sigue siendo un atisbo de este legado.

En la Nochevieja de 1929, Stanislavski pronunció las siguientes palabras ante la compañía del Teatro del Arte de Moscú:

Llegará el momento, y muy pronto, en que se escribirá una gran obra, una obra genial. Será, por supuesto, revolucionaria. Ninguna gran obra puede ser otra cosa. Pero no será una obra revolucionaria en el sentido de que se desfile con banderas rojas. La revolución vendrá de algo interior. Veremos en el escenario la metamorfosis del alma del mundo, la lucha interior con un pasado agotado, con un presente nuevo, aún no comprendido ni realizado. Será una lucha por la igualdad, la libertad, una vida nueva y una cultura espiritual…

El potencial para esta gran obra sigue latente en los trabajadores del mundo de hoy. Es tarea de los revolucionarios hacer realidad este potencial, llevar a cabo la revolución en el arte completando la revolución en la sociedad. Todos los verdaderos artistas deben luchar constantemente por este objetivo, ya que es lo único que puede liberar finalmente al arte y a la creatividad de los grilletes del capitalismo y de la sociedad de clases, y marcar el comienzo de una nueva edad de oro de la libertad artística y de la auténtica expresión humana. 

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