A principios de la década de 1930, el joven Partido Comunista de Sudáfrica (CPSA) entró en una profunda crisis. El partido quedó reducido a una secta irrelevante por una combinación de las desastrosas políticas de la Internacional Comunista estalinizada durante el llamado «Tercer Periodo», y un régimen interno tóxico, caracterizado por expulsiones burocráticas y agrios enfrentamientos personales.
En este periodo, varios grupos de comunistas que habían sido expulsados del partido o se habían marchado disgustados empezaron a unirse en torno a las ideas de la Oposición de Izquierda de Trotski. Uno de estos grupos de trotskistas sudafricanos de Ciudad del Cabo fundó el «Club Lenin» en julio de 1933, y comenzó a elaborar un programa político en agosto de 1934 con vistas a lanzar un partido político: el Partido Obrero de Sudáfrica.
Durante el proceso de redacción, surgieron importantes diferencias en el seno del grupo y la mayoría presentó una serie de tesis al Secretariado Internacional de la Oposición de Izquierda para que diera su opinión. En sus tesis, la mayoría rechazó la consigna de una «República Negra» en Sudáfrica, que en ese momento estaba planteando el estalinista CPSA, por considerarla una concesión excesiva al nacionalismo, en contraposición a la lucha unida de los trabajadores blancos y negros para derrocar al capitalismo y establecer un estado obrero al estilo de la Unión Soviética.
En su carta, Trotski abordó ésta y otras cuestiones relacionadas en el contexto sudafricano, explicando el vínculo entre las reivindicaciones «nacional democráticas», como la de una «República Negra», y la revolución socialista.
Volvemos a publicar la carta de Trotski en su totalidad, 30 años después de las primeras elecciones democráticas en Sudáfrica, porque proporciona una breve pero brillante aplicación concreta del enfoque comunista a la lucha de liberación nacional de los pueblos oprimidos.
La carta de Trotski también contiene una serie de ideas que han demostrado ser proféticas a la luz de los acontecimientos posteriores, en particular en lo que respecta al papel central de la lucha de clases en el movimiento para derrocar el apartheid; la traición de las claras demandas sociales de los trabajadores sudafricanos por parte de la dirección del Congreso Nacional Africano en la década de 1990; y el completo abandono de cualquier independencia política por parte del Partido Comunista Sudafricano, que impidió a la clase obrera desempeñar un papel independiente en la revolución sudafricana.
30 años después, los objetivos sociales de la Revolución sudafricana siguen totalmente sin alcanzarse. Sólo una revolución socialista, dirigida por un partido independiente y revolucionario de la clase obrera, puede ofrecer una salida a la crisis a la que se enfrentan las masas sudafricanas.
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Es evidente que las tesis se escribieron basándose en un atento estudio de la situación económica y política de Sudáfrica y de la literatura marxista-leninista, especialmente la de los bolcheviques leninistas. La seria consideración científica de todos los problemas es una de las condiciones más importantes del éxito de una organización revolucionaria.
El ejemplo de nuestros amigos sudafricanos confirma una vez más el hecho de que en la época actual sólo los bolcheviques leninistas, es decir los revolucionarios proletarios coherentes, adoptan una actitud seria hacia la teoría, analizan la realidad y aprenden antes de ponerse a enseñar a los demás. La burocracia stalinista hace tiempo reemplazó el marxismo por una mezcla de ignorancia y desvergüenza.
En el siguiente artículo deseo hacer ciertas observaciones sobre el proyecto de tesis que servirá de programa al Partido Obrero de Sudáfrica. En ningún momento estas observaciones se oponen al texto de las tesis. Conozco demasiado poco las condiciones sudafricanas como para pretender dar una opinión concluyente sobre una serie de problemas políticos.
Únicamente en algunos puntos me veo obligado a manifestarme en desacuerdo con determinados aspectos del proyecto de tesis. Pero tampoco aquí, por lo que puedo juzgar desde lejos, tenemos diferencias de principios con los autores. Más bien se trata de algunas exageraciones polémicas producto de la lucha contra la perniciosa política nacional del estalinismo.
Pero es en interés de la causa no disimular ni siquiera las más leves inexactitudes del texto sino, por el contrario, plantearlas para que se discutan abiertamente y obtener así una redacción lo más clara y perfecta posible. Tal es el objetivo de estas líneas, dictadas por el deseo de brindar una ayuda a nuestros bolcheviques leninistas sudafricanos en la gran y responsable tarea a la que se hallan abocados.
Las posesiones sudafricanas de Gran Bretaña constituyen un dominio sólo desde el punto de vista de la minoría blanca. Desde la perspectiva de la mayoría negra, Sudáfrica es una colonia esclavizada.
No se puede pensar en ningún cambio social (en primer lugar en una revolución agraria) mientras el imperialismo británico retenga el dominio de Sudáfrica. El derrocamiento del imperialismo británico es tan indispensable para el triunfo del socialismo en Sudáfrica como en la propia Gran Bretaña.
Si, como es de suponer, la revolución comienza primero en Gran Bretaña, cuanto menos apoyo encuentre la burguesía inglesa en las colonias y dominios, incluso en una posesión tan importante como Sudáfrica, tanto más rápida será su derrota en su propio país. En consecuencia la lucha por la expulsión del imperialismo británico, sus instrumentos y sus agentes constituye una parte indispensable del Programa del partido proletario sudafricano.
¿Una república negra?
La liquidación de la hegemonía del imperialismo británico en Sudáfrica puede producirse como consecuencia de la derrota militar de Gran Bretaña y la desintegración del imperio. En este caso, durante un período que difícilmente sea prolongado los sudafricanos blancos todavía podrían mantener su dominación sobre los negros.
Otra posibilidad, que en la práctica está ligada con la primera, es una revolución en Gran Bretaña y en sus posesiones. Las tres cuartas partes de la población sudafricana (casi seis millones sobre un total de cerca de ocho) no son europeas. Es inconcebible una revolución victoriosa sin el despertar de las masas nativas. A la vez eso les dará lo que hoy les falta, confianza en sus propias fuerzas, una conciencia personal más elevada, un nivel cultural superior.
En estas condiciones, la república sudafricana surgirá antes que nada como una república “negra”; por supuesto esto no excluye la total igualdad para los blancos o las relaciones fraternales entre ambas razas; dependerá fundamentalmente de la conducta que adopten los blancos. Pero es obvio que la mayoría predominante de la población, liberada de su dependencia esclavizante, pondrá su impronta en el Estado.
Dado que una revolución victoriosa cambiará radicalmente no sólo la relación entre las clases sino también la relación entre las razas, y garantizará a los negros el lugar que les corresponde en el Estado de acuerdo a su número, la revolución social tendrá en Sudáfrica también un carácter nacional.
No tenemos la menor razón para cerrar los ojos ante este aspecto de la cuestión o para disminuir su importancia. Por el contrario, el partido proletario, abierta y audazmente, en las palabras y en los hechos, tiene que tomar en sus manos la solución del problema nacional (racial).
No obstante, el partido proletario puede y debe resolver el problema nacional con sus propios métodos. El arma histórica para la liberación nacional sólo puede ser la lucha de clases. Ya en 1924 la Comintern transformó el programa de liberación nacional de los pueblos coloniales en una hueca abstracción democrática que se eleva por sobre la realidad de las relaciones de clase. En la lucha contra la opresión nacional las distintas clases se liberan (circunstancialmente) de sus intereses materiales y se convierten en simples fuerzas “antiimperialistas”.
Para que estas espirituales “fuerzas” cumplan valientemente con el objetivo que les asigna la Comintern, se les promete como recompensa un espiritual Estado “nacional-democrático”, con la inevitable referencia a la fórmula de Lenin: “dictadura democrática del proletariado y del campesinado”.
Las tesis señalan que en 1917 Lenin descartó abiertamente, de una vez y para siempre, la fórmula de “dictadura democrática del proletariado y del campesinado” como condición necesaria para la solución del problema agrario. Esto es totalmente correcto.
Pero para evitar malentendidos tenemos que agregar: a) Lenin siempre habló de una dictadura revolucionaria democrático burguesa y no de un espiritual Estado “del pueblo”; b) en la lucha por la dictadura democrático burguesa, no planteó el bloque de todas las fuerzas anti zaristas sino que llevó a cabo una política proletaria de independencia de clase.
El bloque “anti zarista” era la idea de los socialrevolucionarios rusos y de los cadetes de izquierda, es decir de los partidos de la pequeña y mediana burguesía. Los bolcheviques siempre libraron una lucha irreconciliable contra estos partidos.
No podemos estar de acuerdo con la forma en que se expresan las tesis cuando afirman que la consigna de “República negra” es tan perniciosa para la causa revolucionaria como la consigna “Sudáfrica para los blancos”. Mientras que con la última se apoya la opresión más total, con la primera se dan los pasos iniciales hacia la liberación.
Tenemos que aceptar resueltamente y sin reservas el absoluto e incondicional derecho de los negros a la independencia. La solidaridad entre los trabajadores negros y blancos sólo se cultivará y fortalecerá en la lucha común contra los explotadores blancos.
Es su decisión
Es posible que después del triunfo los negros no crean necesario formar un Estado negro separado en Sudáfrica. Por supuesto que no los obligaremos a implantarlo. Pero que tomen su decisión libremente, en base a su propia experiencia, no obligados por el sjambok (látigo) de los opresores blancos. Los revolucionarios proletarios nunca deben olvidar el derecho de las nacionalidades oprimidas a la autodeterminación, incluso a la separación plena, ni la obligación del proletariado de la nación opresora de defender este derecho con las armas en la mano si fuera necesario.
Las tesis señalan muy correctamente que en Rusia fue la Revolución de Octubre la que solucionó el problema nacional. Los movimientos democráticos nacionales eran impotentes de por sí para liquidar por su cuenta la opresión nacional del zarismo. Sólo porque el movimiento de las nacionalidades oprimidas y el movimiento agrario del campesinado dieron al proletariado la posibilidad de tomar el poder y establecer su dictadura, la cuestión nacional y el problema agrario encontraron una definitiva y audaz solución.
Pero esa conjunción de los movimientos nacionales con la lucha del proletariado por el poder fue políticamente posible debido a que los bolcheviques durante toda su historia libraron una lucha irreconciliable con los opresores gran rusos, apoyando siempre y sin reservas el derecho de las naciones oprimidas a su autodeterminación, incluso a la separación de Rusia.
Sin embargo, la política de Lenin respecto a las naciones oprimidas no tenía nada en común con la política de los epígonos. El Partido Bolchevique defendió el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas con los métodos de la lucha de clases proletaria, rechazando totalmente la charlatanería de los bloques “anti imperialistas” con los numerosos partidos nacionales pequeñoburgueses de la Rusia zarista (el Partido Socialista Polaco [PPS, partido de Pilsudsky en la Polonia zarista], Dashnaki en Armenia, los nacionalistas ucranianos, los judíos sionistas, etcétera).
Alianzas temporales
Los bolcheviques siempre desenmascararon implacablemente a estos partidos, así como a los socialrevolucionarios rusos, por sus vacilaciones y su aventurerismo, pero especialmente por su mentira ideológica de estar por encima de la lucha de clases. Lenin no cejó en su crítica intransigente aún cuando las circunstancias lo obligaron a concluir con ellos tal o cual acuerdo episódico, estrictamente práctico.
Quedaba fuera de toda discusión cualquier alianza permanente bajo la bandera del “anti zarismo”. Sólo gracias a esta irreconciliable política de clase logró el bolchevismo, en el momento de la Revolución, desplazar a los mencheviques, a los socialrevolucionarios, a los partidos pequeñoburgueses nacionales y nuclear alrededor del proletariado a las masas campesinas y a las nacionalidades oprimidas.
“No debemos -dicen las tesis- competir con el Congreso Nacional Africano con consignas nacionalistas para ganar a las masas nativas”. La idea en sí misma es correcta, pero hay que ampliarla concretamente. Como no estoy suficientemente al tanto de las actividades del Congreso Nacional, no puedo más que basarme en analogías para delinear una política respecto a él; desde ya aclaro que estoy dispuesto a introducir en mis recomendaciones todas las modificaciones necesarias.
- Los bolcheviques leninistas deben salir en defensa del Congreso, tal como éste es, en todos los casos en que lo ataquen los opresores blancos y sus agentes chovinistas en las filas de las organizaciones obreras.
- Los bolcheviques leninistas han de dar más importancia a las tendencias progresivas del programa del Congreso que a sus tendencias reaccionarias.
- Los bolcheviques leninistas denunciarán ante las masas nativas la incapacidad del Congreso de lograr la concreción incluso de sus propias reivindicaciones, debido a su política superficial y conciliadora. A diferencia del Congreso, los bolcheviques leninistas llevan adelante un programa revolucionario de lucha de clases.
- Son admisibles los acuerdos episódicos con el Congreso, si las circunstancias obligan a tomarlos, sólo dentro del marco de tareas prácticas estrictamente definidas, manteniendo la independencia total y absoluta de nuestra organización y nuestra libertad de crítica política.
Las tesis no plantean como consigna política fundamental un “Estado nacional-democrático” sino un “Octubre” sudafricano. Demuestran convincentemente que :
a) en Sudáfrica el problema nacional y el problema agrario coinciden básicamente.
b) Ambos problemas sólo se podrán resolver de manera revolucionaria.
c) La solución de estos problemas lleva inevitablemente a la dictadura del proletariado, que dirigirá a las masas campesinas nativas.
d) La dictadura del proletariado abrirá una era de régimen soviético y reconstrucción socialista. Esta conclusión es la piedra angular de toda la estructura del programa.
En esto estamos en total acuerdo.
Pero hay que llevar a las masas a esta formulación “estratégica” general por medio de una serie de consignas tácticas. En cada etapa determinada sólo se podrá elaborar estas consignas en base a un análisis de las circunstancias concretas de la vida y de la lucha del proletariado y del campesinado y del conjunto de la situación interna e internacional. Sin profundizar en esta materia, quiero encarar brevemente las relaciones recíprocas entre las consignas nacionales y las agrarias.
Las tesis señalan varias veces que se debe privilegiar las reivindicaciones agrarias por sobre las nacionales. Esta es una cuestión muy importante, que merece un serio análisis. Dejar a un lado o debilitar las consignas nacionales para no chocar con los chovinistas blancos en las filas de la clase trabajadora sería, por supuesto, un oportunismo criminal, totalmente ajeno a los autores y partidarios de las tesis. Esto surge claramente del contexto de las tesis, imbuidas del espíritu del internacionalismo revolucionario.
Las tesis plantean de manera admirable que a esos “socialistas” que luchan por los privilegios de los blancos “tenemos que señalarlos como los mayores enemigos de la revolución”. Por lo tanto debemos buscar otra explicación, brevemente señalada en el mismo texto: las masas campesinas nativas atrasadas sienten mucho más directamente la opresión agraria que la opresión nacional.
Es muy posible. La mayor parte de los nativos son campesinos; el grueso de la tierra está en manos de una minoría blanca. Durante su lucha por la tierra, los campesinos rusos depositaron mucho tiempo su fe en el zar y se negaban obstinadamente a sacar conclusiones políticas.
Hubo un período muy prolongado en que el campesino sólo aceptó la primera parte de la consigna tradicional de la intelectualidad revolucionaria, “Tierra y Libertad”. Fueron necesarias décadas de malestar rural y la influencia y la acción de los trabajadores urbanos para que el campesinado relacionara ambas consignas.
El pobre bantú esclavizado difícilmente deposite más esperanzas en Mac Donald que en el rey británico. Pero este gran atraso político también se refleja en la falta de conciencia nacional. A la vez siente muy agudamente la opresión fiscal y la del terrateniente. Dadas estas condiciones, la propaganda puede y debe partir ante todo de las consignas de revolución agraria, para llegar así, paso a paso, a través de la experiencia de la lucha, a que el campesinado extraiga las necesarias conclusiones políticas y nacionales.
El papel de los trabajadores avanzados
Si estas consideraciones hipotéticas son correctas, entonces más que el programa mismo nos interesan las vías y medios de llevar este programa a la conciencia de las masas nativas.
Teniendo en cuenta la pequeña cantidad de cuadros revolucionarios con que contamos y la extrema dispersión del campesinado, en el futuro inmediato, al menos, sobre éste podrán influir fundamentalmente, si no exclusivamente, los obreros avanzados. En consecuencia, es muy importante educar a los obreros avanzados en la clara comprensión del significado de la revolución agraria para el destino histórico de Sudáfrica.
El proletariado del país está constituido por parias negros atrasados y una privilegiada, arrogante, casta de blancos. Aquí reside la principal dificultad. Como lo plantean correctamente las tesis, las convulsiones económicas del capitalismo putrefacto tienen que sacudir brutalmente las viejas barreras y facilitar la confluencia revolucionaria.
De todos modos, el peor crimen de parte de los revolucionarios sería hacer la menor concesión a los privilegios y prejuicios de los blancos. Quien le da aunque sea el dedo meñique al demonio del chovinismo está perdido.
El partido revolucionario tiene que plantearle a todo obrero blanco la siguiente alternativa: o con el imperialismo británico y la burguesía blanca de Sudáfrica, o con los trabajadores y campesinos negros contra los señores feudales y esclavistas blancos y sus agentes en las filas de la clase obrera.
El derrocamiento de la dominación británica sobre la población negra de Sudáfrica no significará, por supuesto, la ruptura económica y cultural con la ex madre patria si ésta se libera de la opresión de sus bandidos imperialistas. La Inglaterra soviética podrá ejercer una poderosa influencia económica y cultural sobre Sudáfrica a través de los blancos que en los hechos, en la lucha real, ligaron su destino al de los actuales esclavos coloniales. Esta influencia no se apoyará en la dominación sino en una recíproca cooperación proletaria.
Pero posiblemente será mucho más importante la influencia de la Sudáfrica soviética sobre el conjunto del continente negro. Ayudar a los negros a alcanzar a la raza blanca para ascender con ella a nuevas cimas culturales será uno de los grandes y nobles objetivos del socialismo victorioso.
Para concluir quiero decir unas palabras sobre el problema de la organización legal o ilegal, en lo que hace a la formación del partido.
Las tesis subrayan correctamente la ligazón inseparable entre organización y tareas revolucionarias, y la necesidad de complementar el aparato legal con un aparato ilegal. Por supuesto, nadie propone crear un aparato ilegal para que cumpla las funciones que en las condiciones actuales puede llevar a cabo un aparato legal.
Pero si se aproxima una crisis política hay que crear núcleos ilegales especiales del partido que se desarrollarán en tanto las circunstancias lo requieran. Una parte del trabajo, y por cierto muy importante, en ninguna situación puede llevarse a cabo abiertamente, ante los ojos de los enemigos de clase.
Sin embargo, en la etapa actual la forma más importante de trabajo legal o semilegal de los revolucionarios es el que se desarrolla en las organizaciones de masas, especialmente en los sindicatos. Los dirigentes sindicales son la policía oficiosa del capitalismo y combaten despiadadamente a los revolucionarios.
Tenemos que ser capaces de trabajar en las organizaciones de masas y evitar caer bajo los golpes del aparato reaccionario. Esta es una parte importante -para este período la más importante del trabajo ilegal. Un grupo revolucionario que actúa en un sindicato, si aprendió en la práctica todas las normas conspirativas necesarias, podrá clandestinizar su trabajo cuando las circunstancias lo exijan.