Las declaraciones expresadas por el gobierno nacional en la noche del 2 de octubre como “Comunicado Oficial” demuestran lo obstinada que es la gestión de Milei que no se amilana ante enormes expresiones de masas a lo ancho y largo del país. Incluso amanecimos con la noticia cantada de que se resolvió, mediante decreto, bloquear la ampliación de los recursos económicos para las casas de altos estudios.
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El lunes 16 de septiembre inició la discusión de los nueve magistrados del Consejo Nacional Electoral al respecto de las irregularidades en la financiación de la campaña electoral de Gustavo Petro. Este caso tiene grandes implicaciones para el gobierno del Pacto Histórico ya que podría ser el caballo de troya por el que se proponga un proceso de destitución del presidente en el congreso.
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Continuar leyendo «El fantasma del comunismo – ¡El nuevo podcast de la Internacional Comunista Revolucionaria!»[PDF] América Socialista – en defensa del marxismo núm. 34
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NUEVAS TAREAS Y NUEVAS FUERZAS
Lenin
El 22 de enero (9 de enero en el calendario antiguo) 1905, tropas zaristas abrieron fuego contra un grupo de manifestantes desarmados, asesinando a cientos de ellos. Los trabajadores alrededor de Rusia respondieron con un movimiento de huelgas revolucionarias.
Lenin comprendió el significado de la situación. En ‘Nuevas Tareas y Nuevas Fuerzas’, publicado en el periódico Bolchevique, Vperyod, el 8 de marzo (23 de febrero calendario antiguo), le insistió al movimiento socialdemócrata ruso deshacerse del satanismo y proveer una expresión organizada y dirección para el movimiento obrero revolucionario.
Hemos elegido volver a publicar esto en el centenario de la muerte de Lenin porque nos permite ver la esencia de Lenin como un pensador, un dirigente y un revolucionario, en sus propias palabras. Aunque el artículo no puede removerse del contexto – una situación revolucionaria en el cual los trabajadores entraron en conflicto directo con el estado zarista – aún contiene lecciones importantes para los revolucionarios de hoy.
El desarrollo del movimiento obrero de masas en Rusia, vinculado con el desarrollo de la socialdemocracia, se caracteriza por tres importantes transiciones. Primera: de los estrechos círculos de propaganda a la amplia agitación económica entre las masas; segunda: a la agitación política en gran escala y a manifestaciones abiertas, de calle; tercera: a la verdadera guerra civil, a la lucha revolucionaria directa, a la insurrección armada del pueblo.
Cada una de estas transiciones fue preparada, por una parte, por la acción del pensamiento socialista, que se orientaba fundamentalmente en una dirección, y por otra parte, por los profundos cambios operados en las condiciones de vida y en la mentalidad de la clase obrera, por el despertar de nuevas capas de la clase obrera a la lucha cada vez más consciente y activa. Estos cambios se produjeron a veces en forma imperceptible, el proletariado concentró sus fuerzas entre bastidores, de modo poco visible, lo que a menudo provocaba el desencanto de los intelectuales en cuanto a la firmeza y vitalidad del movimiento de masas.
Después se operaba el viraje y todo el movimiento revolucionario parecía ascender de golpe a una fase nueva y más alta. El proletariado y su vanguardia, la socialdemocracia, se veían ante tareas prácticamente nuevas, para cuya solución surgían, como si brotasen de la tierra, nuevas fuerzas, que poco antes del viraje nadie habría sospechado que existieran. Pero todo esto no ocurría de golpe, sin vacilaciones y sin luchas de tendencias en el seno de la socialdemocracia, sin recaídas en concepciones ya caducas, en apariencia muertas y enterradas desde hacía mucho tiempo. También ahora la socialdemocracia pasa, en Rusia, por uno de esos períodos de vacilación. Hubo una época en que la agitación política tenía que abrirse paso entre teorías oportunistas, en que se temía que las fuerzas no bastarían para abordar las nuevas tareas, en que el hecho de que la socialdemocracia se mantuviese a la zaga de las exigencias del proletariado se justificaba repitiendo a todas horas las palabras “de clase” o interpretando las relaciones entre el partido y la clase en un sentido seguidista. La marcha del movimiento barrió todas estas preocupaciones miopes y concepciones retardatarias. El ascenso actual va acompañado una vez más, aunque en una forma algo distinta, por una lucha contra los círculos y las tendencias ya caducos. Los partidarios de Rabócheie Dielo han resucitado, encarnados en los neoiskristas. Para adaptar nuestra táctica y nuestra organización a las nuevas tareas, debemos vencer la resistencia de las teorías oportunistas sobre las “demostraciones de tipo superior” (plan de la campaña de los zemstvos) o sobre la “organización como proceso”; debemos combatir el temor reaccionario a “señalar” el momento apropiado para la insurrección, o a la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado.
El retrato de la socialdemocracia con respecto a las necesidades urgentes del proletariado se justifica, una vez más, repitiendo con excesiva frecuencia (y a veces tontamente) las palabras “de clase” y degradando las tareas del partido en relación con la clase. De nuevo se tergiversa la consigna de la “actividad independiente de los obreros”, ensalzando las formas más bajas de la iniciativa y pasando por alto las formas superiores de la actividad independiente verdaderamente socialdemócrata, de la auténtica iniciativa revolucionaria del propio proletariado. No cabe la menor duda de que también esta vez la marcha del movimiento barrerá todas estas supervivencias de concepciones caducas y que ya no responden a las exigencias de la realidad. Pero ello no se reducirá sólo a la refutación de los viejos errores, sino que será necesario llevar a cabo una labor revolucionaria positiva mucho más intensa, destinada a realizar en la práctica las nuevas tareas, a ganar para nuestro partido y poner a disposición de éste las nuevas fuerzas, que acuden ahora al campo revolucionario en tan gran número. Estos problemas de la labor revolucionaria positiva son los que deben ocupar el centro de la atención en las deliberaciones del próximo III Congreso, y en ellos deben concentrar su atención todos los miembros de nuestro partido, en su trabajo local y en el trabajo general. Cuáles son las nuevas tareas que tenemos ante nosotros, ya lo hemos expuesto en rasgos generales más de una vez; extender la agitación a nuevas capas de la población pobre de la ciudad y el campo, crear una organización más amplia, dinámica y fuerte, preparar la insurrección y el armamento del pueblo, y llegar, para estos fines, a un acuerdo con los demócratas revolucionarios. Que existen nuevas fuerzas para realizar estas tareas, nos lo dicen con elocuencia las noticias sobre paros generales en toda Rusia, sobre las huelgas y el espíritu revolucionario de la juventud, de la intelectualidad democrática en general y aun de muchos sectores de la burguesía. La existencia de estas enormes fuerzas nuevas, y la firme certeza de que el actual fermento revolucionario, sin precedentes en Rusia, ha afectado, hasta ahora, apenas a una pequeña parte de las inmensas reservas de material inflamable existentes en la clase obrera y en el campesinado, constituyen una garantía plena e incondicional de que las nuevas tareas pueden ser resueltas y lo serán, sin duda alguna. El problema práctico que se nos plantea es, sobre todo, el de cómo aprovechar, encauzar, unir y organizar estas fuerzas nuevas; el de cómo concentrar la labor socialdemócrata en las nuevas y más altas tareas que la situación actual coloca en primer plano, sin olvidar ni por un momento las viejas y habituales tareas que tenemos y seguiremos teniendo a nuestro cargo mientras siga en pie el mundo de la explotación capitalista.
[…]
Pero lo que en especial nos interesa, desde el punto de vista de las tareas actuales, es el problema de descargar a los revolucionarios de una parte de sus funciones. El período inicial de la revolución, que estamos viviendo, da a este problema una significación muy actual y de gran alcance. “Cuanta más energía pongamos en desarrollar la lucha revolucionaria, tanto más obligado se verá el gobierno a legalizar parte del trabajo sindical, quitándonos así una parte de la carga que pesa sobre nosotros”, se decía en ¿Qué hacer? *. Pero la enérgica lucha revolucionaria nos libera de una “parte de nuestra carga”, no sólo por ese camino, sino también por muchos otros. El momento actual no se ha limitado a ‘legalizar’ mucho de lo que antes estaba prohibido. Ha ampliado el movimiento en tal medida que aún sin necesidad de legalización por parte del gobierno se ha incorporado a la práctica, se ha convertido en costumbre y hecho asequible para la masa mucho de lo que antes sólo se consideraba y era asequible para los revolucionarios. Toda la trayectoria histórica del desarrollo del movimiento socialdemócrata se caracteriza por el hecho de haber ido conquistando una libertad de acción cada vez mayor, a pesar de todos los obstáculos, a pesar de las leyes del zarismo y de las medidas policiales. El proletariado revolucionario se rodea, por así decirlo, de cierta atmósfera de simpatía y apoyo, inaccesible para el gobierno, tanto por parte de la clase obrera como por parte de otras clases (que, por supuesto, concuerdan sólo con una pequeña fracción de las reivindicaciones de la democracia obrera). En las primeras etapas del movimiento, los socialdemócratas tuvieron que hacerse cargo de una cantidad enorme de trabajo que equivalía casi a una labor cultural, o debieron ocuparse casi exclusivamente de la agitación de tipo económico. Ahora, estas funciones van pasando poco a poco, una tras otra, a manos de nuevas fuerzas, de capas más amplias, incorporadas al movimiento. En manos de las organizaciones revolucionarias se concentra cada vez más la función de la verdadera dirección política, la función de extraer, de la protesta de los obreros y del descontento del pueblo, las conclusiones social democráticas. Al principio temíamos enseñar a los obreros, en sentido directo y en sentido figurado, a leer y escribir. Ahora, el nivel de cultura política se ha elevado en proporciones tan enormes, que podemos y debemos concentrar ya todas nuestras fuerzas en los objetivos social democráticos directos del encauzamiento organizativo de la corriente revolucionaria. Ahora los liberales y la prensa legal se encargan de realizar una gran cantidad de la labor “preparatoria” que antes nos obligaba a distraer demasiadas fuerzas. Ahora, la propaganda abierta de las ideas y reivindicaciones democráticas, no perseguida ya por el debilitado gobierno, se ha extendido de tal modo, que nos vemos obligados a adaptarnos a la envergadura totalmente nueva del movimiento. No cabe duda de que en esta labor preparatoria hay cizaña y hay trigo, y de que los socialdemócratas tendrán que preocuparse ahora, cada vez más, por combatir la influencia de la democracia burguesa sobre los obreros. Pero esta labor encerrará un contenido socialdemócrata mucho más real que nuestra actividad anterior, que apuntaba ante todo a conmover a las masas carentes de conciencia política.
Cuanto más se extienda el movimiento popular, más de manifiesto se pondrá la verdadera naturaleza de las diversas clases, más apremiante se hará la tarea del partido, de guiar a la clase, de ser su organizador, en lugar de marchar a la zaga de los acontecimientos. Cuanto más se desarrolle por todas partes la iniciativa revolucionaria en todas sus formas, más evidente se hará la oquedad y vaciedad de las frases de Rábócheie Diélo acerca de la actividad independiente en general que tanto gustan de repetir los gritones *, más se destacará la significación de la actividad independiente social democrática, mayores serán las exigencias que los acontecimientos plantean a nuestra iniciativa revo * Vperiod corrigió «gritones” por “neoiskristas”. Cuanto más anchos se hacen los nuevos torrentes del movimiento social, cuyo número crece sin cesar, mayor importancia adquiere la existencia de una fuerte organización socialdemócrata, capaz de ofrecer un nuevo cauce a estos torrentes. Cuanto más trabajan a nuestro favor esta propaganda y esta agitación democrática que se desarrolla con independencia de nosotros, más importante es la dirección organizada por parte de la socialdemocracia, para poner la independencia de la clase obrera a salvo de los demócratas burgueses.
Para la socialdemocracia, una época revolucionaria es lo que para un ejército el tiempo de guerra. Debemos ampliar los cuadros de nuestro ejército, sacarlos del régimen de paz y ponerlos en pie de guerra, movilizar a los reservistas, llamar de nuevo bajo las armas a los que se hallan disfrutando de licencia, formar nuevos cuerpos auxiliares, unidades y servicios. No hay que olvidar que en la guerra es necesario e inevitable reforzar los contingentes con reclutas poco instruidos, sustituir sobre la marcha a los oficiales por soldados rasos, acelerar y simplificar el ascenso de soldados a oficiales.
Hablando sin metáforas: debemos aumentar considerablemente los efectivos de todas las organizaciones del partido y de todas las organizaciones afines a éste, para poder marchar en cierta medida al ritmo del torrente de energía revolucionaria del pueblo, que ha centuplicado su vigor. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que se descuide la constante instrucción de la educación sistemática en los conocimientos del marxismo. Claro está que no; pero debemos recordar que ahora tienen mucha más importancia, para la formación y la educación, las acciones de lucha, que se encargan precisamente de enseñar a los no instruidos en nuestro sentido, y sólo en él. No debe olvidarse que nuestra fidelidad “doctrinaria” al marxismo se ve fortalecida ahora por la marcha de los acontecimientos revolucionarios, que proporciona a la masa lecciones concretas en todas partes, y que todas estas lecciones confirman nuestro dogma. No hablamos, pues, de renunciar al dogma, ni de ceder en nuestra actitud desconfiada y recelosa frente a los confusos intelectuales y las cabezas huecas revolucionarias: muy al contrario. Hablamos de nuevos métodos de enseñanza del dogma, que un socialdemócrata jamás, ni en circunstancia alguna, debe olvidar. Hablamos de lo importante que es ahora aprovechar las enseñanzas concretas de los grandes acontecimientos revolucionarios, para hacer llegar, no ya a los círculos sino a las masas, nuestras viejas lecciones “dogmáticas”; por ejemplo, la de que es necesario combinar en la práctica el terror con la insurrección, o que es preciso saber descubrir detrás del liberalismo de la sociedad rusa educada los intereses de clase de nuestra burguesía (véase nuestra polémica con los socialistas-revolucionarios acerca de este problema, en el núm. 3 de Vperiod*).
No se trata, por lo tanto, de reducir nuestras altas exigencias socialdemócratas o de ceder en nuestra intransigencia ortodoxa, sino de fortalecer tanto lo uno como lo otro por nuevos caminos y mediante nuevos métodos de enseñanza. En tiempos de guerra los reclutas deben obtener su adiestramiento directamente de las operaciones militares. ¡Utilicen, pues, con mayor audacia los nuevos métodos de enseñanza, camaradas! ¡Formen con mayor energía nuevos grupos de lucha, envíenlos al combate, recluten a más obreros jóvenes, amplíen los marcos habituales de todas las organizaciones de partido, desde los comités hasta los grupos de fábrica, uniones sindicales y círculos de estudiantes! Recuerden que cada demora imputable a nosotros en estos asuntos favorece a los enemigos de la socialdemocracia, pues los nuevos arroyos buscan con impaciencia su camino, y si no encuentran un cauce socialdemócrata se precipitan a otro que no lo sea. Recuerden que todo paso práctico del movimiento revolucionario instruirá inevitable e indefectiblemente a los jóvenes reclutas en la ciencia socialdemócrata, pues esta ciencia se basa en la apreciación objetivamente correcta de las fuerzas y tendencias de las distintas clases, y la revolución no es otra cosa que la destrucción de la antigua superestructura y la acción independiente de diferentes clases que tratan de erigir a su modo una superestructura nueva. ¡Pero no degraden nuestra ciencia revolucionaria convirtiéndola en un simple dogma libresco, no la vulgaricen con lamentables frases acerca de la táctica como proceso y la organización como proceso, con frases que tratan de justificar el desconcierto, la indecisión y la falta de iniciativa! ¡Ofrezcan mayor campo de acción a las diversas actividades de los más diferentes grupos y círculos, y estén seguros de que, aun prescindiendo de nuestros consejos y con independencia de ellos, serán encauzados hacia el campo justo por las exigencias inexorables de la marcha de los acontecimientos revolucionarios! Es una vieja verdad la de que en política hay que aprender muchas veces del enemigo. Y en tiempos revolucionarios, el enemigo nos impone las conclusiones correctas en forma particularmente instructiva y rápida.
Extraigamos, pues, las conclusiones: hay que tener en cuenta la existencia de un movimiento cien veces más fuerte que antes, el nuevo ritmo del trabajo, la atmósfera más libre y la mayor amplitud del campo de acción. Necesitamos un impulso muy distinto en todo el trabajo. Es preciso desplazar el centro de gravedad, del adiestramiento pacífico a las acciones de lucha. Debemos reclutar con mayor audacia, rapidez y amplitud de criterio a jóvenes combatientes para todas y cada una de nuestras organizaciones. Con este fin, es necesario crear, sin perder ni un minuto, cientos de nuevas organizaciones. Sí, digo cientos, sin incurrir en ninguna exageración, y no me digan que ya es “demasiado tarde” para encarar una labor de organización tan extensa. No, nunca es demasiado tarde para organizarse. Debemos utilizar la libertad que conquistamos legalmente, y la libertad de que nos apoderamos a pesar de la ley, para multiplicar y fortalecer las diferentes organizaciones del partido. Cualquiera sea el curso de la revolución, o su desenlace, y por pronto que la obliguen a detenerse unas u otras circunstancias, sus conquistas reales sólo se afianzarán y quedarán aseguradas en la medida en que el proletariado se organice.
Es necesario llevar ahora a la práctica, sin demoras, la consigna de ¡organizarse!, que los partidarios de la mayoría querían formular con toda precisión en el II Congreso del partido. Si no sabemos, mostrar audacia y espíritu de iniciativa en la creación de nuevas organizaciones, tendremos que renunciar a las vanas pretensiones de ser la vanguardia. Si nos detenemos, impotentes, en los límites de lo ya conseguido, en las formas y marcos de los comités, grupos, círculos y reuniones, no haremos otra cosa que demostrar nuestra incapacidad. Miles de círculos surgen ahora por todas partes, sin intervención nuestra, sin programas ni objetivos definidos, simplemente al calor de los acontecimientos. Los socialdemócratas deben proponerse como tarea establecer y afianzar relaciones directas con el mayor número posible de esos círculos, ayudarlos, ilustrarlos con sus conocimientos y experiencia, estimularlos con su iniciativa revolucionaria. Todos esos círculos, salvo los que conscientemente se mantengan al margen de la socialdemocracia, deben ingresar en forma directa a nuestro partido o vincularse con él. En el segundo caso, no debemos exigirles que acepten nuestro programa, ni que se sometan a relaciones organizativas obligatorias; basta con el simple sentimiento de protesta, con la mera simpatía por la causa de la socialdemocracia revolucionaria internacional, para que estos círculos de simpatizantes, si los socialdemócratas influyen enérgicamente sobre ellos, se conviertan, bajo la presión de los acontecimientos, primero en auxiliares democráticos y después en miembros convencidos de nuestro partido.
Hay tanta gente, y nos faltan hombres: esta fórmula contradictoria expresa desde hace tiempo las contradicciones de la vida organizativa y de las necesidades de la socialdemocracia en materia de organización. Y esta contradicción se destaca ahora con una fuerza muy especial: a menudo escuchamos en todas partes el reclamo apasionado de nuevas fuerzas, y quejas acerca de la escasez de fuerzas en las organizaciones, a la vez que en todas partes nos ofrece su ayuda un sinnúmero de personas y brotan constantemente las fuerzas jóvenes, sobre todo en la clase obrera. El organizador práctico que se queja, en estas condiciones, de la falta de hombres, se equivoca como se equivocaba madame Roland cuando en 1793, en el momento culminante de la gran revolución francesa, escribía que Francia no tenía hombres, que todos eran pigmeos. Quienes así se expresan no ven el bosque porque se lo impiden los árboles; reconocen que los acontecimientos los han cegado, que en vez de dominar, como revolucionarios, con su conciencia y su actividad, los acontecimientos, se dejan dominar y arrollar por ellos. Semejantes organizadores deberían pasar a retiro y dejar paso a las fuerzas jóvenes, cuya energía sustituye a menudo con creces lo que les falta de experiencia.
Lo que sobran son hombres; Rusia revolucionaria nunca dispuso de una muchedumbre de hombres como ahora. Jamás tuvo una clase revolucionaria con condiciones tan extraordinariamente favorables —por lo que se refiere a los aliados temporarios, amigos conscientes y auxiliares involuntarios— como el proletariado ruso de hoy. Los hombres abundan; sólo hace falta echar por la borda las ideas y doctrinas seguidistas, y dejar amplio margen a la iniciativa, a los “planes” y a las “actividades”; si así lo hacemos, demostraremos ser dignos representantes de la gran clase revolucionaria, y el proletariado de Rusia llevará adelante toda la gran revolución rusa, con tanto heroísmo como la comenzó.
DE: V I Lenin, Obras completas, Tomo 9, Progreso, 1982, págs. 306-318
La última lucha de Lenin
En este artículo, el cual se escribió originalmente para el centenario del nacimiento de Lenin en 1970. Alan Woods explica el ascenso de la burocracia soviética y la lucha que Lenin libró contra ella. Lenin pudo notar los primeros síntomas de la degeneración burocrática en sus últimos dos años de actividad política. Sus artículos y cartas de este período dejaron un legado vital para todos los comunistas de hoy.
En el último periodo activo de su vida, Lenin estuvo principalmente preocupado por los problemas de la economía soviética bajo la Nueva Política Económica. En 1921, bajo la presión de los millones de pequeños propietarios campesinos, el Estado obrero se vió obligado a desviarse del camino hacia la planificación e industrialización socialista con el fin de obtener grano para los trabajadores hambrientos de las ciudades. La vieja práctica de la guerra civil de requisar el grano tuvo que ser abandonada para aplacar a los campesinos, cuyo apoyo era necesario para que el estado obrero no sucumbiera ante la reacción. Se restableció un mercado libre de cereales y se hicieron concesiones a los campesinos y pequeños comerciantes mientras que las principales palancas del poder económico (bancos e industrias pesadas nacionalizadas y el monopolio estatal del comercio exterior) permanecían en manos del Estado obrero.
Esta retirada, a la que los bolcheviques se vieron obligados, no tenía como objetivo crear una sociedad socialista y sin clases, sino salvar a millones de personas de morir de hambre, reconstruir una economía destrozada y proporcionar casas y escuelas primarias, es decir, para arrastrar a Rusia al siglo XX.
El triunfo del socialismo exige un desarrollo de las fuerzas productivas a un nivel inédito en cualquier sociedad que existiera anteriormente. Sólo cuando se eliminen las condiciones de miseria y pobreza general, podrá el pensamiento del hombre elevarse a horizontes más allá de la lucha cotidiana por la vida. Las condiciones para esta transformación ya existen en el mundo actual. Por primera vez en la historia de la humanidad, podemos decir con toda sinceridad que ya no es necesario que nadie se muera de hambre, ni que no tenga hogar, ni que sea analfabeto.
El potencial está ahí: en la ciencia, la técnica y la industria creadas por el propio desarrollo del capitalismo, que aprovecha todos los recursos del planeta, aunque de forma incompleta, anárquica y sin desarrollar. Sólo sobre la base de un plan de producción integrado y armonioso puede realizarse este potencial. Pero esto sólo puede llevarse a cabo sobre la base de la propiedad común de los medios de producción y un plan socialista democrático.
Estas verdades elementales del marxismo se daban por supuestas por Lenin y los bolcheviques. No condujeron a los obreros a la victoria en octubre de 1917 con el fin de “construir el socialismo” dentro de las fronteras del antiguo imperio zarista, sino para dar el primer golpe de la revolución socialista internacional:
“Nosotros hemos empezado la obra,” escribió Lenin en el cuarto aniversario de la Revolución de Octubre. “Poco importa saber cuándo, en qué plazo y en qué nación culminarán los proletarios esta obra. Lo esencial es que se ha roto el hielo, que se ha abierto el camino, que se ha indicado la dirección.”
El aislamiento de la revolución
Para Lenin, la importancia primordial de la Revolución Rusa radicaba en el ejemplo que le proporcionó a los trabajadores del mundo. El fracaso de la oleada revolucionaria que recorrió Europa en el período 1918-21 fue el factor decisivo en el desarrollo posterior. Sobre la base de una revolución europea victoriosa, el enorme potencial de la riqueza mineral de Rusia, su vasta fuerza de trabajo, podrían haberse unido a la ciencia, la tecnología y la industria de Alemania, Gran Bretaña y Francia. Los Estados Unidos Socialistas de Europa podrían haber transformado la vida de los pueblos de Europa y Asia y haber abierto el camino a una Federación Mundial Socialista. En cambio, como resultado de la cobardía e ineptitud de los dirigentes obreros, las clases trabajadoras europeas se enfrentaron a décadas de penurias, desempleo, fascismo y una nueva guerra mundial. Por otra parte, el aislamiento del único Estado obrero del mundo en un país atrasado y campesino, abrió la puerta a la degeneración burocrática y a la reacción estalinista.
La derrota de la clase obrera alemana en marzo de 1921 obligó a la República Soviética a buscar sus propios recursos para sobrevivir. En un discurso pronunciado el 17 de octubre de 1921, Lenin expuso las consecuencias:
“Debéis recordar que nuestro País Soviético, sumido en la miseria tras largos años de pruebas, no está rodeado de una Francia o una Inglaterra socialistas, que podrían ayudarnos con su alto nivel técnico e industrial. ¡Nada de eso! Debemos recordar que ahora toda su técnica adelantada y su industria desarrollada pertenecen a los capitalistas, los cuales obran contra nosotros”.
Para sobrevivir, era necesario conciliar el deseo del campesino de obtener beneficios, incluso a costa de la clase obrera y de la construcción de la industria, única base real para la transición al socialismo.
Las concesiones otorgadas a los campesinos, pequeños empresarios y especuladores (“nepmen”) evitaron el colapso económico en 1921-22. Se restableció el comercio entre la ciudad y el campo, pero en condiciones muy desfavorables para la ciudad . La reducción de los impuestos al campesino recortó los fondos necesarios para la inversión en la industria. La industria pesada se estancó, mientras que gran parte de la industria ligera estaba en manos privadas. Incluso la reactivación de la agricultura fortaleció el elemento capitalista, no el socialista, de la sociedad soviética. Los “kulaks” (campesinos ricos), que disponían de las fincas más grandes y fértiles y del capital necesario para el equipamiento; los caballos y los fertilizantes, obtuvieron enormes beneficios. De hecho, pronto quedó claro que, bajo la NEP, la diferencia entre ricos y pobres en los pueblos crecía de forma alarmante. Los kulaks se dedicaron a acaparar el grano para subir sus precios, e incluso compraron el grano de los campesinos pobres para vendérselo más tarde, cuando los precios subieran.
Estas tendencias fueron observadas con ansiedad por Lenin, quien advirtió repetidamente de la necesidad de que la clase obrera mantuviera el control sobre las palancas de la economía. En el IV Congreso de la Internacional Comunista, en noviembre de 1922, Lenin resumió el asunto:
“La salvación de Rusia no está sólo en una buena cosecha en el campo -esto no basta-; tampoco está sólo en el buen estado de la industria ligera, que abastece a los campesinos de artículos de consumo -esto tampoco basta-; necesitamos, además, una industria pesada. Pero, para ponerla en buenas condiciones, se precisarán varios años de trabajo. La industria pesada necesita subsidios del Estado. Si no los encontramos, pereceremos como Estado civilizado, sin decir ya que también como Estado socialista”.
En este período, Lenin abordó el problema de la electrificación como un área posible en la que se podía abrir una brecha en el sólido muro del atraso ruso. Trotski, por su parte, estaba preocupado por la planificación estatal global de la industria, que prácticamente se había perdido bajo la NEP. En todo momento insistió en la necesidad de reforzar el “Gosplan”, la Agencia de Planificación Estatal, como medio de fomentar una reactivación general planificada de la industria. Lenin, al principio, desconfiaba de la idea, no porque rechazara la planificación, sino por la lacra de la burocracia imperante en las instituciones soviéticas, que, temía, convertiría un Gosplan ampliado y reforzado en un juego de papel.
Por muy diferentes que fueran sus planteamientos sobre esta cuestión, Lenin y Trotski estaban completamente de acuerdo sobre la urgente necesidad de fortalecer los elementos socialistas en la economía y de acabar con el retroceso en la dirección del “capitalismo campesino”. Sin embargo, tal era la presión del interés de los kulaks que incluso una parte de la dirección bolchevique empezó a ceder. La cuestión sobre qué camino tomaría el poder soviético se planteó a bocajarro en la controversia sobre el monopolio del comercio exterior que estalló en marzo de 1922.
Monopolio del comercio exterior
El monopolio del comercio exterior, establecido en abril de 1918, fue una medida vital para asegurar la economía socialista contra la amenaza de penetración y dominación del capital extranjero. Bajo la NEP, el monopolio se hizo aún más importante como baluarte contra las crecientes tendencias capitalistas. A principios de 1922, a petición de Lenin, A.M. Lezhava redactó unas Tesis Sobre el Comercio Exterior que subrayaban la necesidad de reforzar el monopolio y supervisar estrictamente las exportaciones e importaciones. A pesar de ello, el Comité Central Bolchevique estaba dividido. Stalin, Zinóviev y Kámenev se opusieron a las propuestas de Lenin y abogaron por la relajación del monopolio, mientras que Sokolnikov, Bujarin y Piatakov llegaron a pedir su abolición.
El 15 de mayo, Lenin escribió la siguiente carta a Stalin:
“Cam. Stalin: En vista de la situación creada propongo que, después de consultar a los miembros del Buró Político, se apruebe la siguiente directiva: “El C.C. ratifica el monopolio del comercio exterior y resuelve suspender en todas partes los estudios y preparativos vinculados a la fusión del CSEN y el CPCE.” La presente es reservada; hágase firmar a los comisarios con esa advertencia y devuélvase el original a Stalin sin sacar copias.”
Al mismo tiempo, escribió a Stalin y a Frumkin (vicecomisario del Pueblo para el Comercio Exterior) insistiendo en que había que “prohibir formalmente todas las conversaciones y negociaciones, comisiones, etc., relativas a la relajación del monopolio del comercio exterior”.
La respuesta de Stalin fue evasiva: “No tengo ninguna objeción a una ‘prohibición formal’ de las medidas para mitigar el monopolio del comercio exterior en la etapa actual. De todos modos, creo que la mitigación se está volviendo indispensable”.
El 26 de mayo, Lenin sufrió el primer ataque de su enfermedad, que lo dejó fuera de actividad hasta septiembre. Mientras tanto, a pesar de la petición de Lenin, se volvió a plantear la cuestión de la “mitigación” del monopolio. El 12 de octubre, Sokolnikov presentó una resolución en el pleno del Comité Central, para la flexibilización del monopolio del comercio exterior. Lenin y Trotski estaban ausentes, y la resolución fue aprobada por abrumadora mayoría.
El 13 de octubre, Lenin escribió al Comité Central a través de Stalin, con quien ya había discutido el asunto. Lenin protestó contra la decisión y exigió que la cuestión se planteara de nuevo en el próximo pleno de diciembre. Posteriormente, Stalin escribió a los miembros del CC:
“La carta del camarada Lenin no me ha persuadido de que la decisión del CC fuera errónea… No obstante, en vista de la insistencia del camarada Lenin en que se retrase el cumplimiento de la decisión del Pleno del CC, votaré a favor de un aplazamiento para que la cuestión pueda volver a plantearse para su discusión en el próximo Pleno al que asistirá el camarada Lenin”.
El 16 de octubre se acordó posponer el asunto hasta el siguiente pleno. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha del pleno, Lenin estaba cada vez más preocupado porque su estado de salud no le permitiría hablar. El 12 de diciembre, escribió su primera carta a Trotski pidiéndole que asumiera “defender en el próximo pleno nuestro punto de vista común sobre la necesidad absoluta de mantener y afianzar el monopolio del comercio exterior”. Las cartas escritas por Lenin indican claramente el bloque político que existía entre Lenin y Trotski en esta época. Demuestran la fe implícita de Lenin en los juicios políticos de Trotski, una fe nacida de años de trabajo común a la cabeza del Estado soviético. Y no es casualidad que en esta época Lenin no recurriera a nadie más para defender sus opiniones en el Comité Central. Incluso sus otros confidentes, Frumkin y Stomoniakov, no eran miembros del Comité Central.
Al enterarse de los preparativos de Lenin para una lucha y de su bloque con Trotski, el Comité Central se echó atrás sin luchar. El 18 de diciembre, la resolución de octubre fue anulada incondicionalmente. El primer asalto en la batalla contra el elemento pro-kulak en la dirección del partido fue ganado por la fracción leninista. La batalla fue continuada después de la muerte de Lenin por Trotski y la Oposición de Izquierda, que fueron los únicos que mantuvieron en alto la bandera y el programa de Lenin frente a la contrarrevolución política estalinista.
La amenaza de burocratismo
Friedrich Engels explicó hace tiempo que en cualquier sociedad en la que el arte, la ciencia y el gobierno son el dominio de una minoría, ésta utilizará y abusará de su posición en su propio interés. Debido al aislamiento de la revolución en un país atrasado, los bolcheviques se vieron obligados a recurrir a los servicios de una serie de antiguos funcionarios zaristas para mantener el estado y la sociedad en funcionamiento. Estos elementos, que habían mantenido en jaque al gobierno obrero en los primeros días de la revolución, se fueron dando cuenta de que el poder soviético no iba a ser aplastado por la fuerza armada. Una vez pasados los peligros de la guerra civil, muchos antiguos enemigos del bolchevismo comenzaron a infiltrarse en el Estado, en los sindicatos e incluso en el partido.
La primera “purga”, en 1921, no tuvo nada que ver con los posteriores y grotescos juicios inculpatorios de Stalin, en los que se asesinó a toda la vieja cúpula bolchevique. Nadie fue juzgado, asesinado o encarcelado. Pero se crearon comisiones especiales del partido para expulsar del mismo a los miles de arribistas y burgueses que se habían afiliado para favorecer sus propios intereses. Los delitos por los que se expulsaba a la gente eran “el burocratismo, el arribismo, el abuso por parte de los miembros del partido de su estatus partidario o soviético, la violación de las relaciones de camaradería dentro del partido, la difusión de rumores infundados y no verificados, insinuaciones u otros informes que reflejen al partido o a miembros individuales del mismo, y que destruyan la unidad y la autoridad del partido”.
Para llevar a cabo una lucha contra la burocracia, Lenin abogó por la creación de un “Comisariado de Inspección Obrera y Campesina” (RABKRIN), como máximo árbitro y guardián de la moral del partido, y como arma contra los elementos ajenos al aparato estatal soviético. En el centro del RABKRIN, Lenin colocó a un hombre al que respetaba por su capacidad organizativa y su fuerte carácter: Stalin.
Entre otras funciones importantes, el RABKRIN examinaba la selección y el nombramiento de los trabajadores responsables del Estado y del partido. Quien tenía el poder de frenar la promoción de algunos y avanzar la de otros, obviamente tenía un arma que podía servir a sus propios intereses. Stalin no tuvo escrúpulos en utilizarla para los suyos. El RABKRIN pasó de ser un arma contra la burocracia a un foco de intrigas arribistas.. Stalin utilizó su posición en el RABKRIN cínicamente, y más tarde su control del Secretariado del partido, para reunir en torno a sí un bloque de hombres sumisos, nulidades cuya única lealtad era hacia el hombre que les ayudó a ascender a posiciones cómodas. De ser el más alto árbitro de la moralidad del partido, el RABKRIN se hundió en las más bajas profundidades del cinismo burocrático.
Trotski se dio cuenta de lo que ocurría antes que Lenin, cuya enfermedad le impedía supervisar de cerca el trabajo del partido. Trotski señaló que “los que trabajan en el RABKRIN son sobre todo obreros que han tenido problemas en otros campos”, y llamó la atención sobre la “extrema prevalencia de la intriga en los órganos del RABKRIN, que se ha convertido en un tópico en todo el país”.
Lenin siguió defendiendo el RABKRIN contra las críticas de Trotski. Sin embargo, en sus últimos trabajos vemos que abrió sus ojos ante la amenaza de la burocracia desde este sector y al papel de Stalin quien les guiaba . En su artículo “Cómo tenemos que reorganizar la inspección obrera y campesina”, Lenin relacionó la cuestión con la deformación burocrática del aparato estatal obrero:
“Nuestra administración pública, excluido el Comisariado del pueblo de Negocios Extranjeros, en sumo grado de supervivencia de la vieja administración que ha sufrido mínimos cambios de alguna importancia. Sólo ha sido ligeramente retocada por encima; en los demás aspectos sigue siendo lo más típicamente viejo de nuestra vieja administración pública.”
Sin embargo, en el último artículo de Lenin, escrito el 2 de marzo de 1923, ‘Más vale poco y bueno’, lanzó el ataque más mordaz contra el RABKRIN:
“Hablemos con franqueza. El Comisariado del Pueblo de la Inspección Obrera y Campesina no goza en la actualidad de la menor autoridad.
Todos saben que no hay instituciones peor organizadas que las de nuestra Inspección Obrera y Campesina, y que en las condiciones actuales nada podemos esperar de este comisariato del pueblo.”
En el mismo artículo, Lenin incluyó un comentario dirigido directamente a Stalin: “Dicho sea entre paréntesis, tenemos burócratas, no sólo en las instituciones soviéticas, sino también en las del partido.”
El hecho de que Lenin señala a Stalin como el potencial cabecilla de una facción de burócratas en el partido es un ejemplo de su clarividencia. En ese momento, el poder de Stalin en el “aparato” era invisible para la mayoría, incluso de los miembros del partido, mientras que la mayoría de los dirigentes no lo creían capaz de utilizarlo, en vista de su notoriamente mediocre dominio de la política y la teoría. Incluso después de la muerte de Lenin, no fue Stalin, sino Zinóviev, quien encabezó la “Troika” (Zinóviev, Kámenev, Stalin) que empujó al partido a dar los primeros y fatídicos pasos para alejarse de las tradiciones de Octubre bajo el pretexto de un ataque al “trotskismo”.
No fue casualidad que el último consejo de Lenin al partido fuera advertirle contra el abuso de poder “desleal” e “intolerante” de Stalin y abogar por su destitución del cargo de Secretario General.
La cuestión georgiana
La derrota de la revolución obrera europea dio aún más importancia al trabajo de la Internacional Comunista por una revolución de los pueblos esclavizados del Este. La Revolución de Octubre dio un poderoso impulso a la lucha de las colonias contra sus opresores imperialistas. En particular, la orgullosa consigna de “el derecho de las naciones a la autodeterminación” blasonada en la bandera del bolchevismo animó a los millones de oprimidos de Asia y África.
Prácticamente el primer acto del gobierno obrero fue reconocer la independencia de Finlandia, aunque eso significaba inevitablemente conceder la independencia a un gobierno capitalista hostil. Naturalmente, los marxistas defienden firmemente la unión de todos los pueblos en una Federación Socialista Mundial. Pero esa unidad no puede realizarse por la fuerza, sino sólo por el libre consentimiento de los obreros y campesinos de los distintos países. Sobre todo, cuando los obreros de una antigua nación imperialista toman el poder, tienen el deber de respetar los deseos de los pueblos de las antiguas colonias, incluso si desean separarse. La unificación puede lograrse más tarde, sobre la base del ejemplo y la persuasión.
En 1921, el Ejército Rojo se vio obligado a intervenir en Georgia, donde el gobierno había tratado constantemente con Gran Bretaña y otras potencias capitalistas contra el Estado Soviético. Lenin estaba muy preocupado porque esta acción militar no fuera vista como la anexión de Georgia a Rusia, identificando así al Estado soviético con los opresores zaristas. Escribió una carta tras otra instruyendo a Orzhonikidze, el representante del Comité Central ruso en Georgia, para que siguiera una “política especial de concesiones respecto de los intelectuales y pequeños comerciantes georgianos. y los pequeños comerciantes georgianos”, y abogando por el establecimiento de una “un bloque con Zhordania o cop mencheviques georgianos semejantes a él”. El 10 de marzo, envió un telegrama instando a la necesidad de que “observen una actitud especialmente respetuosa hacia los organismos soberanos de Georgia y traten con atención y prudencia especiales a la población georgiana”
Sin embargo, las actividades de Orzhonikidze en Georgia estaban relacionadas con la camarilla de Stalin en el partido. Stalin estaba trabajando en propuestas para la unificación de la Federación Socialista Soviética Rusa con las demás repúblicas soviéticas no rusas. En agosto de 1922, mientras Lenin estaba fuera de combate, se creó una comisión en la que Stalin era la figura principal para elaborar los términos de la unificación.
Cuando aparecieron las tesis de Stalin, fueron firmemente rechazadas por el Comité Central del Partido Comunista de Georgia. El 22 de septiembre, los dirigentes comunistas georgianos aprobaron la siguiente moción:
“La unión en forma de autonomización de las repúblicas independientes, propuesta sobre la base de las tesis de Stalin es prematura. Es necesaria una unión de esfuerzos económicos y una política común, pero deben conservarse todos los atributos de la independencia”.
Las protestas de los georgianos no fueron escuchadas. Stalin se empeñó en aprobar sus propias propuestas. La comisión se reunió los días 23 y 24 de septiembre, bajo la presidencia del títere de Stalin, Molotov y rechazó la moción georgiana, con un solo voto a favor (Mdivani, el representante georgiano). El 25 de septiembre, los materiales de la Comisión fueron enviados a Lenin, que estaba convaleciente en Gorki. Sin esperar la opinión de Lenin, y sin siquiera una discusión en el Politburó, el Secretariado (el centro de Stalin en el partido) envió la decisión de la Comisión a todos los miembros del CC para preparar el Pleno de octubre.
El 26 de septiembre, Lenin escribió al Comité Central a través de Kámenev instando a la cautela en esta cuestión y advirtiendo contra el intento de Stalin de apresurar el asunto. (“Stalin tiene cierta tendencia a apresurarse”) Lenin había quedado con él al día siguiente. Todavía no sospechaba hasta qué punto había llegado Stalin para forzar la unificación. Sin embargo, incluso esta carta indica su oposición a cualquier afrenta a las aspiraciones nacionales de un pequeño pueblo y a reforzar así el dominio del nacionalismo.
“Lo importante es que no demos pábulo a los “independistas”, que no destruyamos su independencia, sino que organicemos otro nuevo piso, una federación de repúblicas iguales en derechos”
Las enmiendas de Lenin pretendían suavizar el tono del proyecto original de Stalin para dar cabida a los “independentistas”, a quienes consideraba, en este punto, equivocados. En respuesta a los suaves comentarios de Lenin, Stalin escribió a los miembros del Politburó el 27 de septiembre una serie de bruscas y hoscas réplicas, entre ellas la siguiente:
“En el párrafo 4, a juicio mío, el camarada Lenin se ha ”precipitado demasiado” al rechazar la fusión de los Comisariados de Hacienda, Abastecimientos, Trabajo y Economía pública con los Comisariados federativos. Casi no puede ponerse en duda que esta ”prensa” les va a servir a los ”independientes” en detrimento del liberalismo nacional Lenin.”
La grosera respuesta de Stalin fue la expresión de su inconfesable molestia por la “intromisión” de Lenin en lo que consideraba su dominio privado, acentuada por el temor al resultado de la intervención de Lenin.
Los temores de Stalin estaban bien fundados. Tras su discusión con Mdivani, Lenin se convenció de que el asunto de Georgia estaba siendo mal manejado por Stalin, y se puso a trabajar en la acumulación de pruebas. El 6 de octubre, Lenin escribió un memorando al Politburó, Sobre la lucha contra el chovinismo nacional dominante:
“Declaro una guerra a muerte al chovinismo ruso. Lo comeré con todas mis muelas sanas en cuanto me libre de la maldita muela”.
Lenin aún no había comprendido toda la importancia de lo ocurrido en Georgia. No sabía que Stalin, para fortalecer su mano, había llevado a cabo una purga de los mejores cuadros del bolchevismo georgiano, sustituyendo el viejo comité central por elementos nuevos y más “flexibles”.
Lo que sabía era suficiente para despertar las sospechas de Lenin. En la semana siguiente comenzó a recoger discretamente información sobre el “asunto” georgiano, y consiguió que el Comité Central enviara a Rykov y Dzerzhinsky a Tiflis para investigar las quejas de los bolcheviques georgianos.
El testamento de Lenin
Los días 23 y 24 de diciembre, Lenin comenzó a dictar a su secretario sus famosas cartas al Congreso. Insistió en que debían ser secretas. El trabajo de Lenin avanzó lenta y penosamente, interrumpido por ataques de enfermedad. Pero a través de todo ello, se hace cada vez más clara la idea de que el enemigo central estaba en el “aparato” burocrático del Estado y del partido, y en el hombre que estaba a su cabeza, Stalin.
En La situación real en Rusia, Trotski registra la última conversación que tuvo con Lenin poco antes de su segundo ataque. En respuesta a la sugerencia de Lenin de que Trotski participara en una nueva comisión para luchar contra la burocracia (ver “Cómo reorganizar la Inspección Obrera y Campesina”). Trotski respondió lo siguiente:
“‘Vladímir Ilich, a mi parecer, en la lucha actual con el burocratismo en el aparato soviético no debemos olvidar que tanto en el centro como en las provincias se está efectuando una selección especial de funcionarios y especialistas en torno a ciertas personalidades y grupos del partido, es decir, el Comité Central, etc. Atacando a los funcionarios soviéticos se combate a los líderes del partido. El especialista es un miembro de su séquito. En tales circunstancias, yo no podría emprender esta labor’.
“Vladímir Ilich reflexionó un momento y dijo: ‘Es decir, que yo proponga una lucha con el burocratismo soviético y usted quiere añadir a esto el burocratismo de la Comisión de Organización del partido’. Yo me eché a reír ante aquella salida inesperada, porque no se me había ocurrido una expresión tan clara de mi idea, y respondí: ‘Así lo entiendo’.
“Entonces, Vladímir Ilich repuso: ‘Está bien, le propongo la formación de un bloque’. Yo dije: ‘Siempre estoy dispuesto a formar un bloque con un hombre bueno’”.
Esta conversación es importante por la luz que arroja sobre el contenido de las últimas obras de Lenin, especialmente el famoso ‘Testamento’, las cartas sobre la cuestión nacional y ‘Más vale poco y bueno’. El tono de sus cartas se vuelve cada vez más agudo, sus objetivos más claramente definidos, cada día. No importa la cuestión que trate, el pensamiento central es el mismo, la necesidad de combatir la presión de las fuerzas de clase ajenas en el Estado y en el partido, el desarraigo de la burocracia, la lucha contra el chovinismo gran ruso, la lucha contra la camarilla de Stalin en el partido.
A pesar de las insistentes peticiones de Lenin de que sus notas se mantuvieran estrictamente secretas, la primera parte del ‘Testamento’ llegó a manos del Secretariado y de Stalin, quien inmediatamente se dio cuenta del peligro de la intervención de Lenin y tomó medidas para impedirla. Se ejerció una fuerte presión sobre las secretarias de Lenin para evitar que éste descubriera cualquier noticia que pudiera “molestarle”.
Sin embargo, Lenin se enteró por Dzerzhinsky de que, entre otras tropelías perpetradas por la facción de Stalin, Orzhonikidze había llegado a golpear a uno de los opositores georgianos. Esto puede parecer poca cosa si se compara con el terror estalinista posterior, pero conmocionó profundamente a Lenin. Su secretaria anotó en su diario del 30 de enero de 1923 las palabras de Lenin: “En vísperas de mi enfermedad, Dzerzhinskí me ha hablado de los trabajos de la comisión y del “incidente” y ésto me ha inferido un duro golpe.”
Para comprender la enormidad de este crimen, es necesario conocer las relaciones entre el nacionalismo ruso (más correctamente gran ruso) y las minorías nacionales que, bajo los zares, eran tratadas con el mismo desprecio y la misma bárbara arbitrariedad que los negros y los indios bajo el Imperio Británico. La tarea histórica de la Revolución Rusa fue elevar a estas minorías despreciadas a la categoría de hombres de pleno derecho, con sus propios derechos y dignidad. La idea de que un representante de la nación gran rusa abusara o golpeara a un georgiano era un crimen contra el internacionalismo proletario, una monstruosidad zarista que habría sido castigada de la forma más drástica: con la expulsión del partido, como mínimo. Por eso Lenin descargó su ira contra Stalin y Orzhonikidze, exigiendo “hay que castigar ejemplarmente al camarada Ordzhonikidze”.
Stalin puso todos los obstáculos para que Lenin no recibiera información de Georgia. Numerosos pasajes de los diarios de las secretarias de Lenin dan una clara imagen de este acoso burocrático:
“Jueves 25 de enero ha preguntado [Lenin] si hemos recibido los documentos [del comité gregoriano]. He respondido que Dzerzhinsky sólo había regresado el sábado. Y por ello no he podido pedírselos todavía.
El sábado he llamado a Dzerzhinsky; ha dicho que los documentos los tiene Stalin. He enviado una carta a Stalin, pero no se hallaba en Moscú. Ayer, 29 de enero, Stalin ha telefoneado diciendo que no podía remitir los documentos sin la aprobación del Buró Político. Me ha preguntado si yo no le he dicho a Vladímir Ilich algo más de lo necesario: ¿cómo tenía él conocimiento de los asuntos corrientes? Por ejemplo, su artículo sobre la Inspección Obrera y Campesina [RABKRIN] demuestra que le son conocidas ciertas circunstancias. He respondido que yo no le digo nada y que no tengo ningún motivo para creer que él esté al corriente. Vladímir Ilich me ha llamado hoy para saber la respuesta y me ha dicho que se batirá para que le entregaran esos documentos”. [Énfasis añadido]
Estas pocas líneas revelan crudamente la manera bravucona y burocrática con la que Stalin intentó defender su posición contra Lenin, a quien temía mortalmente, incluso en su lecho de muerte. No puede haber una ilustración más clara de la “grosería” y “deslealtad” de Stalin a la que se refiere Lenin en su ‘Testamento’.
Más vale poco y bueno
La actitud de desconfianza de Lenin hacia la comisión de Dzerzhinsky y el comportamiento del Comité Central se refleja en sus instrucciones a sus secretarias:
“1) ¿Por qué el antiguo CC del PC de Georgia fue acusado de desviacionismo?
2) ¿De qué falta de disciplina se les acusó?
3) ¿Por qué se acusa al Comité Transcaucásico de suprimir el CC del PC de Georgia?
4) Los medios físicos de supresión “biomecánica”.
5) La línea del CC del PC (del PCR(B)) en ausencia de Vladímir Ilich y en su presencia.
6) Actitud de la Comisión. ¿Examinó sólo las acusaciones contra el CC del PC de Georgia o también contra el Comité Transcaucásico? ¿Examinó el incidente de la “biomecánica”?
7) La situación actual (la campaña electoral, los mencheviques, la supresión, la discordia nacional)”.
Pero la creciente comprensión de Lenin de los métodos desleales y deshonestos de elementos de la dirección del partido le hizo desconfiar también de su propio secretariado. ¿No estaban ellos también amordazados por Stalin?
“El 24 de enero Vladímir Ilich me ha dicho: ‘Ante todo, por lo que hace a nuestro asunto “clandestino”: sé que usted me engaña’. A mis seguridades en sentido contrario, me ha dicho: ‘Sobre esto tengo mi opinión’”.
Con dificultad, el enfermo Lenin logró enterarse de que el Politburó había aceptado las conclusiones de la Comisión de Dzerzhinsky. Fue en ese momento (del 2 al 6 de febrero) cuando Lenin dictó ‘Más vale poco y bueno’, el más abierto ataque a Stalin y a la burocracia del partido hasta entonces. Los sucesos de Georgia habían convencido a Lenin de que el chovinismo podrido del Estado era el indicio más peligroso de la presión de las clases ajenas:
“Nuestro aparato estatal es hasta tal punto deplorable, por no decir detestable, que primero debemos reflexionar profundamente de qué modo luchar contra sus deficiencias, recordando que esas deficiencias provienen del pasado, que, a pesar de haber sido radicalmente cambiado, no ha sido superado…”
En su última aparición pública en una reunión política, el Undécimo Congreso del PCR(B), Lenin había advertido que la máquina del Estado se estaba escapando del control de los comunistas:
“El automóvil se desmanda; al parecer, va en él una persona que lo guía, pero el automóvil no marcha hacia donde lo guía el conductor, sino hacia donde lo lleva alguien, algo clandestino, o algo que está fuera de la ley, o que Dios sabe de dónde habrá salido, o tal vez unos especuladores, quizás unos capitalistas privados, o puede que unos y otros; pero el automóvil no va hacia donde debe y muy a menudo en dirección completamente distinta de la que imagina el que va sentado al volante.”
El veneno del nacionalismo, el rasgo más característico de todas las formas de estalinismo tenía sus raíces en la reacción de los pequeños burgueses, los kulaks, los hombres de la NEP y los funcionarios soviéticos contra el internacionalismo revolucionario de octubre.
Ruptura con Stalin
Lenin propuso luchar contra esta reacción en el próximo Congreso, en alianza con Trotski, el único miembro del Comité Central en el que podía confiar para defender su punto de vista.
Se propuso tratar personalmente la cuestión del RABKRIN y estaba “preparando una bomba” para Stalin. Su convicción de que el “aparato” del Partido conspiraba para mantenerlo fuera a toda costa queda ilustrada por la observación de su secretario de que “aparentemente, además, Vladímir Ilich tiene la impresión de que no eran los médicos los que daban instrucciones al Comité Central, sino el Comité Central el que daba instrucciones a los médicos”.
Las sospechas de Lenin estaban muy bien fundadas. Una de las ideas que se barajaron seriamente en el Comité Central en ese momento fue la impresión de un número especial y único de Pravda, especialmente para el consumo de Lenin, ¡para engañarlo sobre el asunto de Georgia!
El argumento de que todo esto fue por el bien de la salud de Lenin no se sostiene. Como él mismo explicó, nada le agitaba y disgustaba tanto como las acciones desleales de los miembros del CC y el tejido de mentiras con que se camuflaban. La verdadera actitud de Stalin hacia el moribundo Lenin se reveló en un incidente verdaderamente monstruoso en el que se vio involucrada Krupskaya, la esposa de Lenin: al intentar defender a su marido enfermo de las groseras importunaciones de Stalin, fue recompensada con burdos abusos por parte del “leal discípulo”. Krupskaya describe el incidente en una carta a Kámenev del 23 de diciembre de 1922:
“Lev Borisovich,
“Con respecto a la breve carta escrita por mí al dictado de Vladímir Ilich con el permiso de los médicos, Stalin me llamó ayer por teléfono y se dirigió a mí de la manera más cruda. No llevo en el partido apenas un día. En todos los 30 años no he oído ni una sola palabra grosera de un camarada. Los intereses del partido y de Ilich no son menos queridos para mí que para Stalin. Ahora necesito el máximo autocontrol. Sé mejor que cualquier médico lo que se puede o no se puede decir a Ilich, porque sé lo que le molesta y lo que no, en todo caso mejor que Stalin”.
Krupskaya rogó a Kámenev, amigo personal, que la protegiera “de las groseras injerencias en mi vida personal, de las indignas trifulcas y de las amenazas”, y añadió que en cuanto a la amenaza de Stalin de llevarla ante una comisión de control “No tengo fuerzas ni tiempo para perder en esas estúpidas disputas. También soy un ser humano y mis nervios están al límite”.
La amenaza de Lenin de romper toda relación de camaradería con Stalin y sus acusaciones de “grosería” en el ‘Testamento’ se explican a menudo con vagas referencias a este incidente. Pero, en primer lugar, lo que hizo Stalin no fue un asunto “personal”, sino una grave ofensa política, castigada con la expulsión del partido. La ofensa se ve magnificada por el hecho de que la posición de Stalin en el partido le obligaba a erradicar tal comportamiento, no a defenderlo.
Sin embargo, este “pequeño incidente” debe verse en su contexto adecuado. Es sólo la más desagradable y obvia de las manifestaciones de deslealtad de Stalin.
Los últimos días de actividad de Lenin se dedicaron a organizar su lucha contra la facción de Stalin en el Congreso. Escribió una carta a Trotski pidiéndole que asumiera la defensa de los camaradas georgianos, y a los dirigentes georgianos comprometiéndose calurosamente con su causa. Hay que señalar que expresiones tan enfáticas como “de todo corazón” y “con los mejores saludos de camaradería” se encuentran muy raramente en las cartas de Lenin, que prefería un estilo de escritura más comedido. Era una medida de su compromiso con la lucha. También hay que señalar que el bloque de Lenin constituía una facción política, lo que más tarde los estalinistas denominaron “bloque anti-partido”. Los estalinistas ya habían organizado su facción que controlaba la maquinaria del partido.
Fotieva, la secretaria de Lenin, anotó las últimas notas de Lenin sobre la cuestión georgiana, evidentemente como preparación para un discurso en el Congreso:
“Indicaciones de Vladimir Ilich: hacerle observar a Solts —miembro del Presidum de la Comisión Central de Control del PCR(b)— que él (Lenin) está del lado del ofendido. Hacerle comprender a algunos de los ofendidos que está de la parte de dios. Tres elementos: 1) no se debe venir a las manos; 2) hay que hacer concesiones; 3) no se puede comparar un gran estado con uno pequeño. ¿Lo sabía Stalin? ¿Por qué no ha reaccionado? La definición de ‘desviacionismo’ por tendencia al chovinismo y al mencheviquismo demuestra esta misma tendencia en los defensores de la gran potencia. Reunir para Vladimir Ilich los materiales de la prensa”.
El 9 de marzo, Lenin sufrió su tercera apoplejía que lo dejó paralizado e impotente. La lucha contra la degeneración burocrática pasó a Trotski y a la Oposición de Izquierda. Pero Lenin sentó las bases del programa de la Oposición, contra la burocracia, contra la amenaza de los kulak, por la industrialización y la planificación socialista, por el internacionalismo socialista y la democracia obrera.
La lucha de Trotski por rejuvenecer el partido Bolchevique
Luego de que Lenin quedara incapacitado por un derrame cerebral en marzo de 1923, Trotski se dio a la tarea de luchar por rejuvenecer el partido Bolchevique. Niklas Albin Svensson explica cómo surgió por primera vez el conflicto entre la futura Oposición de Izquierda contra la «troika» de Stalin, Zinóviev y Kámenev, y extrae las valiosas lecciones que contiene para los comunistas de hoy.
En 1923, la situación política de la URSS empeoró. Lenin ya no podía llevar a cabo ninguna actividad política. La NEP había proporcionado cierto alivio temporal a la devastación económica de la guerra civil, pero estaba provocando malestar en las fábricas, y varias huelgas se extendieron por todo el país. Se estaba gestando una ruptura entre los trabajadores y el Partido Bolchevique. A esto se sumó el fortalecimiento de la burocracia estatal por la NEP.
Trotski y Lenin eran muy conscientes de la lucha a la que se enfrentaban para evitar que el partido sucumbiera a la presión de la burocracia estatal. Los últimos artículos y cartas de Lenin se dirigieron precisamente contra la burocracia estatal y sus defensores en el Partido Bolchevique. Después de que Lenin fuera incapacitado por un derrame cerebral en marzo de 1923, le correspondió a Trotski asumir la lucha por preservar las verdaderas tradiciones del bolchevismo.
La lucha sale a la luz
El primer congreso del Partido Bolchevique sin la presencia de Lenin tuvo lugar en abril de 1923. Trágicamente, Lenin nunca pudo lanzar la «bomba» que había estado preparando para este congreso, por lo que el inevitable conflicto entre los principios genuinos del leninismo y la burocracia emergente permaneció bajo la superficie.
Un importante punto álgido se produjo en octubre de 1923, cuando Trotski escribió una carta al Comité Central advirtiendo de la burocratización del partido y de la perspectiva de una crisis económica y política si la dirección no la frenaba conscientemente:
“La burocratización del aparato partidario ha alcanzado proporciones inauditas a través de la aplicación de los métodos de la selección secretarial. Aún durante las horas más crueles de la guerra civil, discutimos en las organizaciones partidarias, como también en la prensa, sobre asuntos tales como el reclutamiento de especialistas, las fuerzas partidarias versus un ejército regular, la disciplina, etc.; mientras que ahora no existe muestra alguna de un intercambio de opiniones tan abierto sobre las cuestiones que realmente preocupan al partido. Se ha creado una capa muy amplia de trabajadores en el partido que pertenecen al aparato del estado o del partido y que han renunciado totalmente a sostener opiniones políticas propias, o por lo menos a expresarlas abiertamente, como si creyeran que la jerarquía secretarial fuera el aparato apropiado para la formación de opiniones partidarias y la toma de decisiones partidarias. Bajo esta capa que renuncia a tener sus propias opiniones existe una amplia capa de masas partidarias ante las cuales cada decisión se plantea como un llamado o una orden. Dentro de este estrato de la base del partido hay un grado extraordinario de descontento que es en parte absolutamente legítimo y en parte provocado por factores incidentales…”
Trotski, con palabras muy agudas, ataca el proceso de selección de los secretarios locales del partido y cómo esto crea una camarilla burocrática en el centro del partido. Explica que esto conduce a la pasividad de la masa de los miembros del partido y de la clase obrera en su conjunto, que no tienen ninguna oportunidad de participar en los debates y decisiones del partido, sino que reciben fórmulas prefabricadas como una orden, su participación «cada vez más ilusoria».
A esta carta le siguió la «Declaración de los 46», una carta dirigida al Comité Central por un grupo de destacados bolcheviques, exigiendo, entre otras cosas, el fin de los nombramientos de secretarios desde arriba.
Ambas cartas apuntaban a los nombramientos de secretarios, ya que tenían un papel especialmente negativo en ese momento. Al nombrar secretarios desde arriba, se había creado una capa de administradores a todos los niveles que no rendían cuentas a los afiliados, sino al aparato. En el pasado, cuando el aparato era relativamente sano, esta selección no había tenido en absoluto el mismo efecto y, como señala Trotski, su alcance era mucho más limitado. Ahora, sin embargo, la selección tenía lugar sobre la base de la lealtad al aparato, acelerando la burocratización del partido. Trotski describió más tarde esto como » una organización clandestina y firrmemente articulada que se levantaba dentro del partido», donde los funcionarios del partido y del estado «se hacía ateniéndose celosísimamente a un criterio normativo: contra Trotski”
Las cartas de octubre provocaron una crisis, que se vio agravada por el fracaso de los comunistas alemanes en la toma del poder, acabando con la esperanza de un alivio por parte de Occidente. La troika preparó una reunión amañada del CC y de la Comisión Central de Control a finales de octubre en la que Trotski no pudo participar debido a una enfermedad que restringió gravemente su actividad política en los tres últimos meses de 1923.
Una resolución («Sobre la situación intrapartidaria») aprobada en la reunión seguía las líneas políticas trazadas por Lenin y Trotski, pero sólo para poder condenar a Trotski y a los 46 por «una política de división fraccional». El triunvirato seguía sintiéndose inseguro en su posición, sobre todo por la incertidumbre en torno a la salud de Lenin, y se sintió obligado a transigir.
En el espíritu de la democracia de partido, a la que la mayoría de la dirección del partido decía adherirse, la oposición llevó el debate a la opinión pública en Pravda. Al principio, el debate se limitó a cuestiones económicas, pero pasó también a cuestiones internas del partido. A finales de noviembre, Preobrazhensky (uno de los 46 autores de la carta de octubre) lanzó toda una andanada contra el partido por haber seguido una línea incorrecta sobre el régimen interno del partido. Esto reavivó el conflicto en el partido.
La troika se sintió de nuevo obligada a intentar llegar a un acuerdo con Trotski. Esto produjo la resolución del 5 de diciembre, que fue aprobada en una sesión conjunta por el Politburó y el Presídium de la Comisión Central de Control.
Políticamente, la resolución del 5 de diciembre le hacía eco a la posición de Trotski, en su explicación y análisis del problema y de la dirección general que debía tomar el partido. Sin embargo, omitía el compromiso explícito de abolir el sistema de nombramiento centralizado de los secretarios del partido y respaldaba la resolución de octubre del Comité Central, que había condenado el «faccionalismo» de Trotski, así como el «curso establecido por el Politburó para la democracia interna del partido…”. No eran concesiones decisivas por parte de Trotski, pero sin duda eran precisamente el tipo de formulaciones que la troika buscaba para protegerse de las críticas y reforzar su propia autoridad.
E.H. Carr y otros historiadores no marxistas acusan a Trotski de «ingenuo», pero esto está lejos de la verdad. Trotski conocía mejor que nadie la naturaleza de la bestia a la que se enfrentaba, pero fue precisamente su correcta estimación del problema lo que le obligó a proceder con cautela.
La base material para la burocracia
A pesar de sus límites, Trotski intentó usar la resolución al máximo. En una nueva serie de discursos y artículos de diciembre de 1923 (más tarde publicado bajo el nombre de El nuevo curso) articuló su posición sobre cómo el partido Bolchevique debía tomar el ‘nuevo curso’ en el que se encontraba.
Trotski explicó que la burocracia no se basaba en este o aquel error en la dirección Bolchevique. Como Lenin, siempre mantuvo que la burocracia había crecido debido a las condiciones materiales y en particular el atraso de Rusia.
La debilidad de la clase obrera en Rusia era la verdadera raíz del problema. Diezmada por la guerra mundial y la guerra civil, había sido llamada para administrar el estado. Esto llevó a que los mejores trabajadores y cuadros del partido fueran absorbidos por el aparato estatal y económico. Esto era natural porque el partido, y la clase obrera, necesitaban ejercer el control sobre el Estado:
“En todo caso, debemos prever un período aún muy largo durante el cual los miembros más experimentados y activos del partido (incluidos naturalmente los comunistas de origen proletario) serán absorbidos por diferentes funciones del aparato estatal, sindical, cooperativo y del partido. Y por eso mismo, este hecho implica un peligro, ya que es una de las fuentes del burocratismo.”
El hecho de que algunos comunistas hubieran pasado por la revolución y tuvieran una larga historia en el movimiento no era garantía contra el burocratismo. Trotski rechazó este planteamiento como «fetichismo organizativo”. Explicó además:
“Toda la práctica cotidiana del estado soviético se infiltra así en el aparato del partido e introduce en él el burocratismo. El partido, en cuanto colectividad, pierde el sentido de su poder pues no lo ejerce.”
Básicamente, la burocracia aumentaba gradual y sigilosamente en el partido, razón por la cual muchos bolcheviques fueron incapaces de detectar el proceso en ese momento. Al final, era un problema que sólo podía resolverse por el curso de la revolución en Europa y el desarrollo económico, «Pero sería un error atribuir de modo fatalista toda la responsabilidad a estos dos factores objetivos.” Lo que era necesario era exponer este proceso para que pudiera ser combatido conscientemente por el partido. Esta era la esencia del «nuevo curso» que Trotski proponía.
La juventud
El análisis de Trotski sobre el Partido Bolchevique en aquella época tiene una aplicación mucho más amplia. Sus artículos explican la relación entre la dirección y la militancia, entre centralismo y democracia, y tradición e iniciativa. También explica la necesidad de que el partido se reoriente y cambie su forma de trabajar. Son cuestiones que resonarán entre los comunistas de hoy y a las que se enfrentan en la construcción del partido.
Tanto Lenin como Trotski comprendieron que la juventud era la clave del futuro de la Unión Soviética. Al igual que todas las organizaciones revolucionarias han encontrado sus fuerzas y su energía en la juventud, así deberían hacerlo los bolcheviques en el poder. Por esa misma razón, la oposición encontró su base más fuerte entre los jóvenes.
Una de las cuestiones clave en las que Trotski hizo hincapié fue la necesidad de revitalizar el partido dando espacio a una nueva generación de miembros del partido para involucrarse en él. Esto significaba, naturalmente, dedicar tiempo y esfuerzo a integrar y elevar el nivel político de la juventud:
“Sólo por medio de una colaboración activa y constante con la nueva generación, en el marco de la democracia, la vieja guardia conservará su carácter de factor revolucionario. En caso contrario, puede cristalizarse y convertirse insensiblemente en la expresión más acabada del burocratismo.”
Traza aquí una opción clara para la generación más veterana del partido. Podrían colaborar e integrar a la nueva generación, dejándoles espacio para crecer. O bien convertirse en parte del problema.
Trotski tuvo cuidado en cómo trataba esta cuestión, porque vio como la educación y la formación se estaba convirtiendo en algo seco y formalista, apartado de la vida real. Atacó los métodos “puramente escolares, pedagógicos” de desarrollar el nivel teórico. En cambio, argumentó que cada generación debía conquistar la teoría por sí misma:
“Por eso el medio por el cual la tradición combativa del ejército o la tradición revolucionaria del partido se trasmiten a los jóvenes tiene tanta importancia. Sin una filiación continuada, y por lo tanto sin la tradición, no puede haber progresión continua. Pero la tradición no es un canon rígido o un manual oficial; no se puede aprenderlo de memoria, aceptarlo como un evangelio, creer todo lo que dice la vieja generación ‘porque ella lo dice’. Por el contrario, es preciso conquistar de alguna manera la tradición por medio de un trabajo interno, elaborarla uno mismo de manera crítica y asimilarla. Si no, todo el edificio será construido sobre la arena.”
La resistencia de la capa más antigua de los miembros del partido no era un fenómeno nuevo, sino algo contra lo que Lenin tuvo que luchar una y otra vez, y Zinóviev, Kámenev y Stalin aparecían con frecuencia a la cabeza de esta tendencia. Lenin se refería a ellos como los «viejos bolcheviques» o los «hombres del comité», en gran medida indistintamente. En cada giro decisivo de la Revolución Rusa, estos hombres desempeñaron un papel conservador.
“Combate con puños y dientes”
“ El leninismo consiste en no mirar hacia atrás, en no dejarse influir por los precedentes, referencias y citas puramente formales.”
La Vieja Guardia, en su lucha contra Lenin y Trotski, apelaba constantemente a las «tradiciones del Partido Bolchevique». Trotski atacó la apelación a la tradición como completamente antirrevolucionaria. Lo comparó con el Partido Socialdemócrata Alemán, que en un periodo de relativa calma en la lucha de clases se había infestado particularmente de esta enfermedad:
“Esta tradición, que no es totalmente extraña, tenía un carácter semiautomático: cada día derivaba naturalmente del precedente y, también naturalmente, preparaba el siguiente. La organización crecía, la prensa se desarrollaba y las finanzas aumentaban…
“En este automatismo se formó toda la generación que sucedió a Bebel: una generación de burócratas, filisteos, espíritus obtusos, cuya fisonomía política se puso en evidencia apenas comenzó la guerra imperialista.”
En los momentos decisivos de la historia, las tradiciones forjadas en un periodo anterior se convierten en una enorme barrera para el futuro desarrollo del partido. No es tan extraño, en realidad, que quienes quieren romper las cadenas de la vieja sociedad sobre la economía, pero también sobre las mentes y las ideas de la humanidad, tienen que luchar constantemente por liberarse de la rutina y el conservadurismo:
“Cada vez que las condiciones objetivas exigen un nuevo giro, un viraje audaz, una iniciativa creadora, la resistencia conservadora manifiesta una tendencia natural a oponer a las nuevas tareas, a las nuevas condiciones, a la nueva orientación, las -viejas tradiciones-, el pretendido “viejo bolchevismo”, en realidad la envoltura vacía de un período que acabamos de dejar atrás.”
Trotski describe cómo cada giro en la Internacional Comunista, hasta ese entonces, había requerido siempre una lucha contra las viejas fuerzas, contra los elementos conservadores, se tratara de un giro a la «izquierda», por así decirlo, o a la «derecha».
Trotski explica cómo en 1921, en su lucha contra el ultra-izquierdismo, Lenin “salvó literalmente a la Internacional del aniquilamiento y de la disgregación con que era amenazada por el ‘izquierdismo’ automático, desprovisto de espíritu crítico, que, en un breve lapso de tiempo, se había constituido en rígida tradición.”
Sin embargo, el exitoso giro hacia el frente único que se había adoptado tras una lucha en 1921 se convirtió en un obstáculo en 1923. Trotski escribió que desempeñó «un papel muy grave en los acontecimientos del último semestre de 1923». En otras palabras, condujo a la derrota de la Revolución Alemana. Era necesario un nuevo giro:
“Si el partido comunista hubiese modificado bruscamente la orientación de su trabajo y hubiese consagrado los cinco o seis meses que le concedía la historia a una preparación directa política, orgánica y técnica de la toma del poder, el desenlace de los acontecimientos habría sido muy distinto del que se produjo en noviembre.”
Trotski describió que el leninismo «combate con puños y dientes», y es una muy buena descripción. Es precisamente en la lucha donde ponemos a prueba nuestras ideas, identificamos lo que funciona y lo que no, cotejamos nuestros planes, experiencia y teoría con la realidad:
“una vez embarcado en la lucha, no ocuparse demasiado de los modelos y de los precedentes, profundizar en la realidad tal cual es y buscar en ella las fuerzas necesarias para la victoria.”
El balance entre la democracia y el centralismo
La clave para el desarrollo de la posición correcta empieza con la dirección:
“En este caso, la garantía esencial es una dirección justa y la atención puesta en las necesidades del momento que se reflejan en el partido y la elasticidad del aparato, que no debe paralizar sino organizar la iniciativa del partido, que no debe temer a la crítica ni tratar de frenarla, por miedo al faccionalismo.”
En aquel momento, el Partido Bolchevique empezaba a comportarse precisamente de forma opuesta. Las críticas eran tachadas de «faccionalismo», se reprimía la iniciativa, todo ello en nombre de la «unidad» y del mantenimiento de la dirección del partido. En realidad, como señaló Trotski, tales medidas no sofocaron el faccionalismo sino que, por el contrario, lo agravaron mucho más. Beneficiaron especialmente a la facción burocrática, que prosperaba en las intrigas de trastienda más que en el debate abierto.
“La democracia y el centralismo son dos aspectos de la organización del partido. Lo que hay que hacer es lograr su armonización de la manera más justa, es decir que mejor corresponda a la situación. Durante el último período, el equilibrio fue roto a favor del aparato. La iniciativa del partido estaba reducida al mínimo. Esa es la causa de la aparición de hábitos y procedimientos en la dirección que contradicen fundamentalmente el espíritu de la organización revolucionaria del proletariado..”
Lo que Trotski explica es que el equilibrio entre democracia y centralismo en una organización revolucionaria no es fijo, sino que depende de la situación. La consecuencia de un centralismo excesivo es privar a las filas del partido de su iniciativa y de su participación. En condiciones de guerra civil, por supuesto, esto era un mal necesario, pero en las condiciones de 1923, se estaba convirtiendo en algo peligroso.
No era un problema de tal o cual «desviación aislada», sino de «la política general del aparato, de su tendencia burocrática». No se trataba sólo de una cuestión organizativa, sino que inevitablemente acabaría provocando desviaciones políticas:
“En su desarrollo gradual, el burocratismo amenaza con separar a los dirigentes de la masa, con llevarlos a concentrar únicamente su atención en los problemas administrativos, en las designaciones; amenaza también con restringir su horizonte, debilitar su sentido revolucionario, es decir, provocar una degeneración más o menos oportunista de la vieja guardia o al menos de un sector considerable de ésta.”
Trotski expone aquí con precisión los problemas que iban a acosar a la Internacional Comunista durante las décadas siguientes. Aunque hubo periodos de bandazos hacia la ultraizquierda, la desviación abrumadora fue hacia la derecha, con consecuencias desastrosas.
La troika y sus partidarios desoyeron los consejos de Trotski. Mientras Lenin yacía en su lecho de muerte, en la Conferencia del Partido de enero de 1924, ellos procedieron rápidamente a cerrar el debate en Pravda y a disciplinar a la organización juvenil y a la oposición.
Políticamente, la burocratización significó el renacimiento del menchevismo, aunque ahora revestido de nuevos colores «comunistas». Resucitó la teoría de las etapas y, en lugar de la desconfianza de Lenin hacia los liberales, se abogó por una alianza con la «burguesía progresista». Y, por supuesto, se abandonó la revolución internacional en favor del «socialismo en un solo país», cuya conclusión final lógica fue la política contrarrevolucionaria de la «coexistencia pacífica» adoptada bajo Jrushchov. Todas estas ideas reflejaban la estrechez de miras de la burocracia en ascenso, que veía los movimientos, la iniciativa y el espíritu revolucionarios como una amenaza.
Los artículos del Nuevo Curso sentaron las bases teóricas de la Oposición de Izquierda y de su lucha contra la burocracia ascendente. Pero las ideas contenidas en estos escritos no son sólo de interés histórico. El espíritu y los métodos revolucionarios que Trotski defendía son la base sobre la que se construirá el futuro partido revolucionario mundial.
Lenin contra el ‘Oblómovismo’: la lucha por la acción revolucionaria
La célebre novela de 1859 de Ivan Goncharov, ‘Oblómov’, fue popular en Rusia como retrato de la aristocracia moribunda. A Lenin le gustaba este libro y lo citaba con frecuencia. En este artículo, Ben Gliniecki explora el fenómeno del ‘oblomovismo’ y cómo Lenin lo utilizó como arma cultural para expulsar al conservadurismo ocioso del movimiento revolucionario en Rusia.
«Estoy tan harto de esta dilación», tronó Vladimir Lenin en una carta a Bogdanov en febrero de 1905. «Ojalá hicieran algo… en vez de limitarse a hablar sobre ello».
La furia de Lenin iba dirigida contra la inercia de miras estrechas del Partido Bolchevique ante los acontecimientos revolucionarios de 1905.
De hecho, desde 1902, con la publicación de su folleto «¿Qué hacer?», Lenin había estado librando una guerra contra el conservadurismo, la indecisión, las vacilaciones y los titubeos abstractos de los revolucionarios rusos. Exigía una acción consciente y decisiva para impulsar el movimiento revolucionario.
Con ello, Lenin luchaba contra los rasgos de «un personaje típico de la vida rusa», que en su opinión infectaban a todas las clases de la sociedad rusa: Ilya Ilich Oblómov.
Retrato de una clase socialmente inútil
La novela Oblómov, de Ivan Goncharov, de 1859, es un divertido retrato de alguien socialmente inútil, desaliñado, un miembro menor de la alta burguesía terrateniente de la Rusia zarista. El libro fue muy leído en Rusia, incluso por Lenin, que nació 11 años después de su publicación.
Tal fue su éxito que el «oblomovismo» se convirtió en un término común para describir a la ociosidad improductiva, algo que Lenin estaba decidido a purgar del movimiento revolucionario.
La fuente del oblomovismo es la clase terrateniente históricamente exhausta y parasitaria de Rusia. La podredumbre que se apoderó de esta clase social en decadencia se filtró por el resto de la sociedad rusa, tal y como la veía Lenin.
En la novela, Oblómov es un terrateniente menor que no ha trabajado un solo día en su vida. Uno de los primeros capítulos es un recuerdo sobre su juventud en la finca propiedad de la familia de Oblómov, caracterizada por una inercia despreocupada.
El tono lo marca el padre de Oblómov, que «tampoco… estaba con los brazos cruzados. Permanecía toda la mañana sentado ante una ventana, observando y vigilando lo que se hacía en el patio» En cuanto a la madre de Oblómov: «se pasaba tres horas explicando a Averka, el sastre, cómo debía de arreglárselas para transformar una levita de su esposo en una chaqueta… vigilando para que el hombre no se quedara con el más pequeño retal de la tela.» Esta es la idea que tienen los pequeños terratenientes sobre el trabajo: vigilar que otras personas trabajen para ellos.
De niño, el propio Oblómov es sacado con frecuencia de la escuela por razones espurias, o simplemente para que su madre lo mime. La escuela, como el trabajo, era una desafortunada interrupción en su vida. La familia Oblómov «concebían la vida como un estado de perfecto reposo, turbado de vez en vez por una enfermedad, una pérdida de dinero, una disputa y también por el trabajo.»
Oblómov siente nostalgia de esta quietud letárgica de su juventud. Quiere que la vida cambie y se altere lo menos posible. «Todo lo que se hacía en tiempos del padre de Oblómov, se había hecho en tiempos de su abuelo y bisabuelo, y tal vez, se sigue haciendo. En semejante ambiente, ¿cómo era posible que se despertase el interés por el estudio? ¿Qué metas, qué horizontes podían imaginarse? No era necesario emprender nada nuevo, la vida seguía fluyendo como un río de apacible curso, y todo lo que debían hacer ellos era sentarse en espera de los acontecimientos inexorables de la vida, que venían por sí mismos, sin necesidad de que nadie los llamara.»
No disfrutó su educación de primera clase. «La lectura de la historia le descorazonaba y producía una verdadera desazón.» Sus estudios tenían como único objetivo conseguir un puesto en la administración pública de San Petersburgo. Pero al cabo de poco tiempo Oblómov se dio cuenta de que su trabajo era demasiado exigente: todo aquello «le horrorizaba y le aburría terriblemente», por lo que renunció a vivir en Petersburgo de las rentas de su hacienda, a muchos miles de kilómetros de distancia.
Desgraciadamente, su finca necesita una reforma. Años de abandono han provocado la disminución de los ingresos y el desmoronamiento de las infraestructuras. Se necesita una escuela y una carretera. La propia casa de Oblómov está en mal estado.
Su aversión al cambio, a las reformas y a cualquier tipo de trabajo hace que Oblómov sea totalmente incapaz de resolver los problemas a los que se enfrenta su hacienda. El progreso y la modernización le son ajenos. El mundo que hizo de Oblómov el hombre que es, se enfrenta ahora a la extinción debido a las insuficiencias y defectos que produjo en él.
A la lenta decadencia del mundo de Oblómov se contrapone la de su amigo Stolz, de educación estricta y disciplinada, trabajador y previsor. Stolz es presentado como el futuro de ojos brillantes, basado en el comercio internacional y el trabajo productivo, que intenta desesperadamente sacar a su amigo Oblómov de su inactividad, para salvarlo de sí mismo.
Para ello, Stolz le presenta a Oblómov a su amiga Olga, que ve en Oblómov a alguien a quien puede rescatar de las negras profundidades de su pasividad. A pesar de sus esfuerzos, al final llega a la conclusión de que es imposible. «Una piedra habría cobrado vida con lo que he hecho», le dice enfadada a Oblómov. «Creía que lograría resucitarte. Pero veo que estás muerto desde hace mucho tiempo.”
Oblómov estaba condenado a las contradicciones de su propia educación y posición social. La fuerza de voluntad de Olga, sus ruegos y súplicas, no suponen al final ninguna diferencia en ese proceso histórico.
Lo que Goncharov retrata en esta novela es la aristocracia moribunda de la sociedad rusa. No muere a causa de una catástrofe externa, sino víctima de la lógica de sus propios procesos internos. Los hombres que creó son los que, inevitablemente, supervisarán su ruina.
Goncharov ofrece una brillante visión de la decadencia del zarismo ruso. Y 60 años después de la publicación de su libro, esa carcasa putrefacta sería finalmente barrida del escenario de la historia, no por la burguesía rusa, que demostró ser demasiado débil para la tarea, sino por los obreros y campesinos rusos, dirigidos por Lenin y el Partido Bolchevique.
¿Qué hacer?
El oblomovismo de la clase aristocrática rusa infectó todos los poros de la sociedad rusa, según Lenin. Hace mucho tiempo, Marx y Engels explicaron que «las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época». La clase dominante en estado de putrefacción estaba filtrando su veneno a los obreros y campesinos de Rusia.
Fue contra estos rasgos Oblómovistas del movimiento revolucionario que Lenin comenzó a librar una lucha implacable en los primeros años del siglo XX.
En 1903, el Partido Obrero Socialdemócrata ruso se dividió en dos facciones: bolcheviques y mencheviques. La causa inmediata de la escisión fueron cuestiones organizativas secundarias. Lo que subyacía realmente era que el partido estaba intentando pasar de una vida embrionaria, de pequeños círculos, a un trabajo de agitación más amplio, que requería estructura, disciplina, procesos establecidos y criterios claros de afiliación. Lenin y los bolcheviques adoptaron este cambio hacia la profesionalización, mientras que los mencheviques se aferraron a las viejas rutinas de los pequeños círculos y a los métodos conservadores.
» A los que están acostumbrados a la holgada bata y a las pantuflas del oblomovismo de la vida familiar de los círculos», escribió Lenin en 1904, «unos estatutos formales les parecen algo estrecho, apretado, pesado, ruin, burocrático, avasallador, un estorbo para el libre «proceso» de la lucha ideológica. El anarquismo señorial no comprende que hacen falta unos estatutos formales precisamente para sustituir el estrecho nexo de los círculos con un amplio nexo de partido.»
Aquí Lenin se refiere al Oblómov del primer tercio de la novela de Goncharov, durante el cual el protagonista holgazanea por su apartamento en bata. Ante las facturas que hay que pagar, la amenaza de desahucio de su piso y la ruina de su hacienda, Oblómov se limita a quejarse, procrastinar, soñar despierto y culpar a los demás de sus problemas. No emprende ninguna acción práctica, se limita a tener grandes pensamientos sin hacer nada al respecto.
No sólo los mencheviques se contagiaron de este oblomovismo. Durante los acontecimientos revolucionarios de 1905 en Rusia, muchos bolcheviques también se mostraron estrechos de miras, indecisos y distantes.
Al igual que Oblómov prefiere la seguridad de la inactividad al espíritu pionero de Stolz, los bolcheviques, en 1905, temían basarse en la lucha de clases que se ampliaba y crecía, prefiriendo sus pequeños comités y grupos de lectura. Lenin escribió furiosamente:
«El revolucionario profesional debe establecer en cada lugar decenas de nuevos contactos, confiarles en presencia suya toda la labor, enseñarles e impulsarlos, no con sermones, sino con el trabajo. Después, marchar a otro lugar y, al cabo de uno o dos meses, regresar para comprobar cómo actúan los jóvenes substitutos. Le aseguro que entre nosotros existe un temor idiota a la juventud, temor filisteo, digno de Oblómov. Se lo suplico: luche contra este temor con todas sus fuerzas.»
La lucha de Lenin contra el oblomovismo continuó hasta 1917. Exigió una política clara en lugar de la confusa actitud de Stalin hacia el gobierno provisional tras la revolución de febrero y condenó enérgicamente la cobardía indecisa de Zinóviev y Kámenev, que se acobardaron en vísperas de la insurrección.
La cobardía como excusa para no tomar medidas decisivas es una especialidad de Oblómov:
««¡Ahora o nunca! ¡Ser o no ser!…” Oblómov se levantó bruscamente del asiento, pero al no encontrar en el acto las zapatillas con los pies, tornó a sentarse.»
Sin una lucha decidida contra esta paralizante indecisión en el Partido Bolchevique, la Revolución de Octubre probablemente no se habría producido.
Pero ni siquiera la Revolución Rusa bastó para eliminar todo rastro de oblomovismo de la sociedad rusa, que seguía lastrada por el atraso económico y la lentitud de la vida rural.
«Rusia ha pasado por tres revoluciones», dijo Lenin en 1922, «pero los Oblómov siguen existiendo, porque no sólo los hubo entre los terratenientes, sino también entre los campesinos; y no sólo entre los campe sinos, sino también entre los intelectuales; y no sólo entre los intelectuales, sino también entre los obreros y los comunistas.»
El Oblomovismo era un síntoma del atraso de la sociedad rusa, origen del ascenso de la burocracia en el aparato del Estado y, finalmente, en el propio partido bolchevique. Lenin reconoció que la única solución a este problema era romper el aislamiento de la revolución y extenderla a los países capitalistas avanzados como medio para desarrollar las fuerzas productivas lo más rápidamente posible. Mientras tanto, sin embargo, se vio obligado a librar una lucha de retaguardia para mantener a raya el azote del oblomovismo durante el mayor tiempo posible.
No fue una tarea fácil. Tras la revolución, el aparato estatal comenzó a crecer exponencialmente. En 1922 había 243.000 empleados públicos sólo en Moscú. No estaba claro qué hacían exactamente todos estos apparatchiks, aparte de cobrar su salario.
Según Lenin, en el Estado soviético había mucha ensoñación, ineficacia y dilación. E insistió en eliminarlos.
«Nuestro peor enemigo interno es el burócrata, el comunista instalado en un puesto responsable (o no responsable) de los Soviets que goza de estimación general por su honestidad», declaró Lenin.
«No ha aprendido a combatir el papeleo; no es capaz de combatirlo, lo protege. Debemos liberarnos de ese enemigo, y lo lograremos con la ayuda de todos los obreros y campesinos con conciencia de clase. Toda la masa de obreros y campesinos sin partido marchará como un solo hombre tras el destacamento de vanguardia del Partido Comunista contra ese enemigo, ese desorden y ese oblomovismo. No debe haber la menor vacilación en este asunto».
En esta lucha contra la burocracia, Lenin volvió al mismo tema con el que había comenzado su batalla contra el rutinismo conservador de los mencheviques 20 años antes. Lo que se necesitaba entre los empleados estatales comunistas, dijo, era un pensamiento flexible y dinámico que impulsara al Estado soviético hacia adelante con nuevas ideas, en lugar de permitir que se estancara.
«Puedo entender que los comunistas necesitan tiempo para aprender a comerciar», dijo, «y sé que los que están aprendiendo cometerán los errores más burdos durante varios años; pero la historia les perdonará porque son completamente nuevos en el negocio. Para ello debemos flexibilizar nuestro pensamiento y desechar todo el oblomovismo comunista, o más bien ruso, y mucho más.»
Actualidad
Por supuesto, el oblomovismo no es una enfermedad peculiarmente rusa, que es lo que hace de la novela de Goncharov un clásico en todos los idiomas.
Hoy en día encontramos oblomovistas en todos los ámbitos de la vida, incluido el movimiento revolucionario. Debemos ser tan implacables como Lenin a la hora de expulsar del partido revolucionario el rutinismo y la dilación conservadores, estrechos y propios de la mentalidad de pequeño círculos. La indecisión, la apatía y la inactividad son rasgos inadmisibles en los comunistas revolucionarios.
Deberíamos prestar atención a la sugerencia del propio Lenin:
«Me gustaría coger a algunos camaradas de nuestro partido -bastantes-, encerrarlos en una habitación y hacerles leer Oblómov una y otra vez hasta que se pongan de rodillas y digan: ‘No podemos soportarlo más’. Entonces habría que someterlos a un examen: «¿Has comprendido la esencia del oblomovismo? ¿Te has dado cuenta de que también está en ti? ¿Has resuelto por fin librarte de esta enfermedad?».
Pero la exhortación de Lenin no es la única razón para leer Oblómov. La novela es extremadamente rica en humor, filosofía y emoción. Lenin caricaturiza a Oblómov para plantear una cuestión política, utilizando una referencia cultural que la mayoría de los rusos habrían entendido en aquella época. Pero este retrato unilateral del personaje apenas araña la superficie de todo lo que el libro tiene que ofrecer.
No lo dejes para más tarde. Sé decidido: ¡lee Oblómov hoy mismo!
Como Lenin estudió a Hegel
En el otoño de 1914 Lenin comenzó un estudio detallado de los escritos de Hegel. Sus notas contienen una brillante visión del método dialéctico, del que era un maestro. En este artículo, Hamid Alizadeh expone los aspectos esenciales de este método, subrayando la importancia fundamental de la teoría para el movimiento comunista.
En el verano de 1914 estalló la guerra en Europa y el curso de la historia mundial cambió de la noche a la mañana. Con la bendición de los traidores dirigentes socialdemócratas, la burguesía europea arrastró a la humanidad a una espiral de carnicería infernal, en la que decenas de millones de obreros y campesinos fueron enviados al matadero.
La traición de la dirección desgarró la II Internacional, la principal organización del movimiento obrero internacional, dejando al proletariado mundial indefenso mientras la reacción levantaba su fea cabeza por todas partes. Mientras tanto, las fuerzas del marxismo revolucionario habían quedado reducidas a una pequeña minoría, dispersas por toda Europa y sin una plataforma o dirección claras.
Lenin se encontraba en Polonia cuando estalló la guerra y tuvo que trasladarse precipitadamente a Suiza. No había previsto la traición de los dirigentes de la Internacional y, en un principio, se sintió conmocionado al conocer la noticia de que el partido alemán había votado a favor de los créditos de guerra en el Reichstag. Ahora la Internacional estaba en ruinas, la lucha de clases en Rusia retrocedía ante la guerra y Lenin estaba aislado de todos sus camaradas, salvo de un puñado.
Sin embargo, precisamente en ese momento, cuando las tareas organizativas y políticas inmediatas se vislumbraban más grandes que nunca, Lenin se lanzó a un estudio en profundidad de la filosofía hegeliana. Pero, ¿por qué molestarse, se preguntarán algunos, en sumergirse en cuestiones teóricas abstractas en semejante crisis? Para la mente mecánica esto podría parecer extraño e incluso ridículo. ¿Qué pasa con las «necesidades» del partido? Sin duda, en una situación así, la tarea consiste en centrarse en los asuntos prácticos inmediatos.
Tal respuesta armonizaría ciertamente con la burda representación burguesa de Lenin como un filisteo, un ‘hombre de acción’; un severo ‘maestro conspirador’ que no se entregaba a asuntos tan triviales como la contemplación filosófica -una imagen, por cierto, de la que la caricatura estalinista de Lenin no se aleja demasiado.
En realidad, tal visión contrasta fuertemente con el método real de Lenin y del marxismo en general. Lo que diferenciaba a Lenin de los demás dirigentes de la II Internacional era, ante todo, su claridad y su coherente posición de clase, cualidades que se basaban únicamente en su perspicacia teórica.
En 1914, la guerra se abatió sobre la situación mundial como un gigante tornado, desgarrando todo lo firme y sólido que encontraba a su paso. Todos los países sufrieron violentas turbulencias. Todas las tendencias políticas fueron puestas a prueba y la más mínima debilidad expuesta sin piedad. En tales condiciones, la improvisación impresionista no podía conseguir absolutamente nada.
Los marxistas habían previsto la guerra. Sin embargo, era una situación nueva, que exigía una hábil reorientación del partido. Este fue el contexto en el que Lenin emprendió un nuevo viaje hacia la filosofía como medio de profundizar en su comprensión de las leyes de la naturaleza y la sociedad.
Sus cuadernos filosóficos de este período, y en particular sus notas sobre la Ciencia de la Lógica de Hegel, no sólo son un tesoro de ideas, sino que también nos proporcionan una descripción muy instructiva del enfoque y la actitud de Lenin hacia la teoría.
El método de Lenin
Lenin no era en absoluto ajeno a Hegel ni a la filosofía en general. Había estudiado con ahínco las obras filosóficas de Marx y Engels, así como los escritos filosóficos de Plejánov, que desempeñaron un papel clave en el desarrollo del núcleo inicial de revolucionarios marxistas en Rusia.
También se había embarcado en un periodo de serios estudios filosóficos tras la revolución de 1905, y escribió un libro, Materialismo y empiriocriticismo, contra las ideas revisionistas de Bogdánov, un dirigente bolchevique que había derivado hacia la órbita de la filosofía burguesa reaccionaria.
Así pues, como revelan sus cuadernos filosóficos, Lenin ya era un dominaba la dialéctica antes de 1914. Sin embargo, nunca se percibe en él el menor atisbo de cómoda autosatisfacción con su nivel político y teórico. Durante toda su vida, como es el sello distintivo de todo maestro, Lenin abordó la teoría con la humildad y la diligencia de un estudiante.
Repasó metódicamente la Ciencia de la Lógica de Hegel, tomando notas detalladas y contemplando todos y cada uno de los conceptos presentados en ella. No fue en absoluto una tarea fácil. En sus propias palabras, algunas partes de la obra parecen ser «la mejor forma de conseguir un dolor de cabeza». Pero nada que merezca la pena se alcanza sin lucha, y la adquisición de las ideas más avanzadas requerirá, por necesidad, un trabajo serio.
En sus notas podemos ver cómo Lenin, como un anatomista, diseccionó y evaluó cuidadosamente cada parte de la obra de Hegel, antes de juntarlas y ver las ideas como un todo. Al hacerlo, no sólo dominó el método de Hegel, sino que también lo criticó, separando el núcleo vivo de su cáscara muerta. El método de estudio de Lenin era en sí mismo una clase magistral de dialéctica. Trotsky resumió este enfoque en su artículo Cómo Lenin estudió a Marx:
«En el estudio, si no se trata de una repetición mecánica, hay también un acto creador, pero del tipo inverso. Hacer el resumen del libro de otro es poner al desnudo el esqueleto lógico, despojándolo de las pruebas, ilustraciones y digresiones. Vladimir avanzaba por el difícil camino con tensión apasionada y regocijante, resumiendo cada capítulo leído, a veces una sola página, meditando y verificando la estructura lógica, las transiciones dialécticas, los términos. Al internalizar el resultado, se asimilaba el método. Ascendía los peldaños del sistema de otro como si lo edificase de nuevo. Todo iba a alojarse sólidamente en este cerebro maravillosamente dispuesto bajo la potente cúpula del cráneo».
Los cuadernos filosóficos de Lenin son testimonio de su mente decidida, que buscaba incesantemente nuevas ideas y ángulos que pudieran ampliar su comprensión del mundo que le rodeaba. Aunque afrontaba las cuestiones organizativas con la mayor flexibilidad, su insistencia en la claridad teórica fue lo que le distinguió como un líder excepcional, y al Partido Bolchevique como la única tendencia revolucionaria consistente de su época.
¿Necesitamos filosofía?
«Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica.»
Muchos comunistas pueden citar las famosas palabras de Lenin -o al menos la primera frase- de memoria, y no pierden ocasión de hacerlo. Pero, ¿significa eso que comprenden todo su significado? La familiaridad puede ser traicionera. Puede adormecer a la gente con una falsa sensación de certeza y, por tanto, impedirles comprender la profundidad de las cosas.
Aquí vemos la diferencia entre el marxismo y el empirismo que caracteriza a la filosofía burguesa actual. Para los marxistas, lo inmediato no es más que una instantánea; una lámina o aspecto de un fenómeno dado, que debe ser estudiado, desarrollado y comprendido en su totalidad concreta. Para los empíricos, lo inmediato es todo lo que hay y todo lo demás es un libro sellado con siete sellos.
Los reformistas adoptan acríticamente la filosofía burguesa y, al igual que sus amos, inclinan la cabeza y doblan la rodilla ante el llamado ‘hecho consumado’. Aquí reside el núcleo filosófico del oportunismo.
La actitud de los reformistas ante la Primera Guerra Mundial es un buen ejemplo. Cada una de las clases dominantes de Europa abordó la guerra desde el punto de vista de sus propios y estrechos intereses nacionales, que justificaron haciendo referencia a elevadas abstracciones, como la «defensa de la patria» o el «derecho de las naciones a la autodeterminación».
Y así fue como los gobernantes de una nación tras otra entraron en guerra tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando, cada uno culpando al otro de provocar las hostilidades. Hasta ese punto entienden los burgueses la Primera Guerra Mundial: como una serie de decisiones tomadas por una serie de gobernantes. En la superficie de las cosas, este curso de los acontecimientos tuvo lugar, sin duda, pero hay otros aspectos más allá de la apariencia superficial.
Los socialdemócratas de la época argumentaban en la misma línea, aunque con una retórica de izquierdas. Los socialdemócratas austriacos se hicieron eco de los sentimientos anti rusos y anti serbios del partido de la guerra en Viena. Plejánov y los oportunistas de la socialdemocracia rusa hablaban de la amenaza del imperialismo reaccionario alemán y de la necesidad de acudir en ayuda de la oprimida Serbia. Mientras tanto, los socialdemócratas alemanes votaron a favor de los créditos de guerra basándose en la necesidad de detener al imperialismo reaccionario ruso, y así sucesivamente.
Todos ellos vieron la guerra únicamente desde la perspectiva de su propia clase capitalista nacional, y sobre esta base se precipitaron a la «defensa de la patria», votando con entusiasmo para enviar a millones de trabajadores a la muerte.
Lenin, por su parte, explicó que la guerra era producto de todo el período precedente de desarrollo capitalista. El surgimiento de gigantescos monopolios industriales y el dominio del capital financiero marcaron una nueva etapa en la historia del capitalismo, en la que la constante necesidad de exportar capital había impulsado a los países imperialistas avanzados a una lucha feroz por la división y redivisión del globo, en busca de terrenos de inversión, mercados y esferas de influencia.
En tales condiciones, explicó Lenin, la ‘defensa de la patria’ no era más que una tapadera para la defensa de los estrechos intereses de las clases dominantes de cada nación, es decir, de los intereses de los explotadores y opresores del proletariado y de las masas trabajadoras pobres.
Aquí vemos en la práctica, la diferencia entre aceptar ciegamente la filosofía dominante de la clase dominante frente a adoptar un punto de vista filosófico revolucionario consciente.
En la fase ascendente del capitalismo, la filosofía burguesa se utilizó como una poderosa arma contra el feudalismo y sus defensores ideológicos en la Iglesia católica. Bajo la bandera de la ciencia y la razón, desenmascaró la hipocresía y la irracionalidad de la sociedad feudal.
Pero con la clase capitalista en un callejón sin salida, la naturaleza de su filosofía también ha cambiado y se ha vuelto totalmente conservadora. Al igual que los dogmas de la iglesia que antaño combatía, las doctrinas burguesas de nuestros días defienden el statu quo.
Mientras que las antiguas doctrinas eclesiásticas prescribían la fe y las escrituras como el camino hacia la verdad, el establishment académico de hoy en día y otros expertos a sueldo predican la irracionalidad de la naturaleza y la sociedad y elevan la experiencia subjetiva inmediata -¡su experiencia subjetiva, sin duda! – como lo único que existe.
En el pasado, los clérigos predicaban sobre el «orden divino de las cosas», con el rey en la cima, seguido de los señores feudales y en la base, las clases bajas. Hoy, los sumos sacerdotes del capital predican la inviolabilidad del capitalismo -el mercado, la propiedad privada, el Estado-nación y todo el estiércol moral reaccionario que éstos traen consigo- como la esencia inmutable de la humanidad.
La filosofía burguesa se ha convertido, por necesidad, en su contrario. En lugar de revelar la verdad, el verdadero propósito de las ideas que ahora se difunden a través de la religión oficial, los medios de comunicación, las escuelas, etc., es encubrir la verdad.
La verdad es, por tanto, el arma más importante de la clase obrera. Como todas las clases revolucionarias anteriores, el proletariado debe adoptar una filosofía revolucionaria consciente si desea comprender el funcionamiento del capitalismo y cómo puede abolirse el sistema.
Pensamiento abstracto
«La verdad es concreta», repetía a menudo Lenin, siguiendo a Hegel. Y el marxismo se ocupa ante todo de la verdad. Pero eso no significa que el pensamiento abstracto, como tal, sea falso. Ni mucho menos.
Como escribe Lenin en su resúmen de la Lógica de Hegel:
«El pensar, que avanza de lo concreto a lo abstracto -siempre que sea correcto (NB)
(…)- no se aleja de la verdad, sino que se acerca a ella. La abstracción de la materia, de ley de la naturaleza, la abstracción del valor, etc., en una palabra, todas las abstracciones científicas ( correctas, serias, no absurdas) reflejan la naturaleza en forma más profunda, veraz y completa» .
El verdadero conocimiento no es el mero apilamiento de hechos unos sobre otros. Se trata de comprender la relación entre esos hechos. Ése es el papel de la filosofía: proporcionarnos una visión del mundo, un método para acercarnos a la naturaleza y la sociedad que nos rodean. El pensamiento abstracto es verdadero en la medida en que refleja la realidad. La cuestión principal es, por supuesto, ¿cómo podemos llegar a esa verdad?
Dialéctica
La revolución filosófica de Hegel se basaba en su objetivismo, es decir, en su creencia de que el mundo existe independientemente del hombre y que funciona según sus propias leyes. Sobre esta base, la tarea de la ciencia y la filosofía no consiste en inventar un sistema que se imponga por la fuerza sobre el mundo, sino en investigar el mundo tal y como es, por sí mismo, y deducir así las leyes que lo rigen.
En su Lógica, Hegel conduce brillantemente este tratamiento sobre el propio pensamiento científico. Paso a paso, procede a trazar el pensamiento humano tal como se desarrolla por cuenta propia. Partiendo del concepto más simple y general posible, procede a poner al descubierto las leyes que rigen el pensamiento racional como tal.
En la apertura del libro nos invita a contemplar el sencillo concepto de «Ser puro». Aquí Hegel entiende «puro» en el sentido de que es completamente indeterminado e indiferenciado, sin límites, sin características especiales y sin nada en particular que lo defina – simplemente, puro Ser. Como señala Hegel, por mucho que nos esforcemos en pensarlo, no podemos decir nada de un ser así, ya que cualquier cosa que dijéramos lo limitaría y definiría, y por tanto dejaría de ser «puro».
De ahí que en esta forma pura no podamos hablar en realidad de ningún ser en particular. Por tanto, llegamos a la conclusión de que el Ser Puro no es diferente de la Nada. La idea de Ser Puro, en otras palabras, nos lleva inmediatamente a la idea de Nada.
Sin embargo, al reflexionar, descubrimos que ése no es nuestro destino final. Resulta que la idea de la «nada pura», en su vacío e indeterminación, no es diferente del Ser Puro.
Así pues, los dos conceptos se transforman el uno en el otro en cuanto intentamos fijarlos en nuestro pensamiento: «inmediatamente cada uno desaparece en su opuesto», escribe Hegel. Y es aquí, en esta unidad de Ser y Nada, donde nos encontramos con un nuevo concepto o categoría, a saber, el Devenir; un concepto superior, que lleva en sí al Ser y a la Nada.
En este sencillo ejemplo, o experimento mental, Hegel ha esbozado el germen de toda la dialéctica partiendo del principio fundamental de que todo está en un estado de cambio ininterrumpido, de nacer y desaparecer.
«¡Ingenioso e inteligente!» Lenin comenta: «Hegel analiza conceptos que por lo general parecen muertos y muestra que en ellos hay movimiento. ¿Lo finito? iEso significa moverse hacia su fin! ¿Algo? – significa no lo que es otro. ¿El ser en general?… significa una indeterminación tal que ser= no ser».
El camino del cambio
«Movimiento y «auto movimiento» (iesto NB! un movimiento arbitrario (independiente), espontáneo, interiormente necesario), «cambio», «movimiento y vitalidad», «principio de todo automovimiento», «impulso» (Trieb) «al movimiento» y a la «actividad» -lo opuesto al «ser muerto« ¿¿quién creería que esto es la médula del «hegelianismo», del hegelianismo abstracto y abstrusen (¿pesado, absurdo?)?? Esta médula había que descubrirla, comprenderla, hinüberretten 83 , desentrañarla, depurarla, que es precisamente lo que hicieron Marx y Engels. .»
Para el empírico pequeñoburgués, las cosas siguen igual o, en el mejor de los casos, se mueven de forma circular. Como hoy es como ayer, mañana volverá a ser igual. El estado de cosas existente le parece todopoderoso y, por tanto, no ve más remedio que quejarse incesantemente del mismo, al tiempo que rechaza cualquier intento de romper con él.
Siempre encontrará formas de demostrar que el capitalismo está aquí para quedarse, que la clase obrera nunca se moverá, o que el partido revolucionario no puede o no debe construirse, etcétera, etcétera. En la medida en que acepta el cambio, lo atribuye a fuerzas externas. En última instancia, capitula ante el statu quo, porque no puede imaginar que este cambie. En realidad, sin embargo, esa evolución es inevitable.
«En ningún lugar, ni en el cielo ni en la tierra», escribe Hegel, «hay algo que no contenga en sí ambos, el ser y la nada» . Aunque Hegel no nos proporciona ejemplos del cielo, la tierra está saturada de ellos.
El cambio es el modo fundamental de existencia de toda materia. Todas las cosas que nacen llevan en sí mismas el germen de su destrucción. Esta lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre el ser y la nada, es la esencia del desarrollo, y el capitalismo no es una excepción.
Las fuerzas que conducen a la caída del sistema proceden enteramente de sus propias entrañas, es decir, del proletariado moderno. La principal característica del proletariado es que es una clase que no posee ninguna propiedad y que se ve obligada a vender su fuerza de trabajo al capitalista para sobrevivir. Sus intereses se oponen directamente a los pilares esenciales del capitalismo: la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. Cada paso adelante en el desarrollo del capitalismo forja a los trabajadores como una clase formidable en oposición a la burguesía, preparando así la caída de esta misma clase dominante.
Pero no se trata de un proceso lineal y gradual. Para los capitalistas, las revoluciones son obra de líderes astutos y carismáticos que aparecen de repente en escena, igual que la huelga se achaca al «agitador». En realidad, toda revolución es el resultado de largos periodos de crecientes contradicciones sociales, donde los intereses de la clase dominante chocan con los intereses del proletariado.
Sin embargo, durante años puede parecer que el régimen no se ve afectado. Los trabajadores agacharán la cabeza y aceptarán los dictados de la patronal. Tarde o temprano, sin embargo, se alcanzará un punto de inflexión en el que un acontecimiento accidental desatará toda la rabia contenida: las presas reventarán y las masas inundarán el escenario de la política.
La aparente estabilidad da paso a la más intensa agitación. Mientras tanto, las fuerzas revolucionarias, que hasta ayer estaban relegadas a la periferia del movimiento obrero, se encuentran de repente en el centro de la escena. Todo esto ocurre de la manera más abrupta y violenta, aparentemente sin previo aviso.
Los reformistas que ayer descartaron a la clase obrera debido a su supuesto «bajo nivel de conciencia» y a su débil organización están estupefactos ante unos acontecimientos que no esperaban y que no pueden controlar. Esto no hace más que revelar su superficialidad.
«Dicen que en la naturaleza no hay saltos;», escribe Hegel, en un pasaje fuertemente subrayado por Lenin, » y una imaginación común, cuando tiene que comprender un nacer o un perecer, cree que lo ha comprendido . (…) como una aparición o desaparición gradual.»
En realidad, ocurre lo contrario. El desarrollo nunca es meramente lineal o gradual. Se compone, por un lado, de periodos con pequeños cambios cuantitativos y graduales, que a su vez dan paso a bruscos saltos cualitativos; y, por otro, de cambios cualitativos, que dan paso a estallidos cuantitativos.
Hegel continúa:
«Al enfriarse, el agua no se endurece poco a poco, adquiriendo gradualmente la consistencia del hielo, tras haber pasado por la consistencia de gelatina, sino que es dura de repente; cuando ya ha alcanzado el punto de congelación, puede (si permanece en reposo) ser completamente líquida y una pequeña sacudida la lleva al estado de dureza.»
La transición de la cantidad a la calidad y viceversa -o, dicho de otro modo, los saltos- es un rasgo fundamental de todo desarrollo. Sin embargo, para comprender las fuerzas que impulsan estos cambios y qué dirección tomará el desarrollo, tenemos que ir más allá del punto de vista del «sentido común». Lo que hace falta es observar más de cerca las fuerzas y corrientes subyacentes que no son inmediatamente visibles a simple vista.
Bajo la superficie
A primera vista, en nuestra vida cotidiana, pensamos que las cosas son simples y fijas. Estamos seguros de que un hombre es un hombre, un perro es un perro, esto es esto, aquello es aquello, y así sucesivamente. Y, sin embargo, en cuanto enfocamos la vista, esta certeza desaparece. Porque en nuestra búsqueda del perro arquetípico, debemos reconocer que tal cosa no existe; todos los perros son diferentes.
Incluso si tomamos a nuestro singular amigo canino, Chucho, nos daremos cuenta de que el Chucho de hoy no es del todo como el de ayer. Es muy diferente del cachorro con el que nos hicimos amigos hace años y en un momento diferirá del Chucho de ahora. En cuanto intentamos retenerlos en nuestra mente, todos los conceptos fijos y rígidos se nos escapan de las manos y se disuelven en un mundo infinitamente variado.
Los posmodernos se detienen en este punto y declaran que la «diferencia» es la esencia del mundo. Todo es diferente de todo lo demás, proclaman, y por tanto nuestros conceptos y categorías generales no son más que «construcciones» imaginarias.
Pero hablan demasiado pronto. Porque una vez que dirijamos nuestra mirada a ese mundo de diferencias ilimitadas, lo que nos llamará inmediatamente la atención es que, a pesar del estado constantemente cambiante de todo, con sorprendente claridad a todos los niveles, se repiten patrones y leyes similares, que gobiernan con mano de hierro.
A primera vista, no hay dos perros iguales. Sin embargo, algunos atributos esenciales aparecen en todos los perros, lo que los convierte en perros. Y aunque cada célula, molécula y átomo del cuerpo de Chucho está en constante movimiento y transformación, sigue habiendo algo innato que trasciende cada instancia fugaz y accidental de nuestro amigo canino. La identidad de las cosas no existe al margen de su diferencia, sino a través de ella.
En la antigua filosofía platónica, la esencia de las cosas eran arquetipos ideales, que se situaban por encima o en oposición al mundo vibrante y multifacético que experimentamos. Para los posmodernos, la esencia de las cosas son meras construcciones mentales arbitrarias de la humanidad que proyectamos sobre la realidad externa.
Sobre esta cuestión, Lenin escribe:
«Los filósofos de menos talla discuten si debe tornarse como base la esencia o lo inmediatamente dado (Kant, Hume, todos los machistas). Hegel pone y en lugar de o, explicando el contenido concreto de este ‘y’.»
Como la ciencia moderna ha demostrado una y otra vez, la esencia de las cosas -lo que las hace ser lo que son- no es más que las relaciones inherentes a las cosas mismas. Es la dinámica interna de la materia, que surge y se expresa en las infinitas formas y configuraciones que adopta la naturaleza a nuestro alrededor.
Charles Darwin, en su teoría de la evolución biológica, explicó cómo todos los organismos se desarrollan mediante la selección natural de mutaciones que aumentan su capacidad de sobrevivir y reproducirse. «Se han desarrollado y se están desarrollando», escribe, «a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas las más bellas y portentosas».
La ley de la evolución no es ajena a los organismos vivos, es su modo de desarrollo. Lo que diferencia a la humanidad de los demás animales es precisamente nuestra capacidad para abstraer esos aspectos de las cosas, aspectos que no son inmediatamente visibles a simple vista, para contemplarlos y alcanzar así una comprensión más profunda del fenómeno en su conjunto. Nuestras ideas y concepciones generales, en otras palabras, son aproximaciones a las leyes y relaciones reales que rigen el mundo.
Cuanto más profundamente seamos capaces de descender en el interior de las cosas, cuantas más relaciones seamos capaces de descubrir, con mayor precisión podrán reflejar nuestras ideas la esencia de las cosas mismas.
Como escribe Lenin:
«La naturaleza es, a la vez, concreta y abstracta, a la vez, fenómeno y esencia, a la vez, momento y relación. Los conceptos humanos son subjetivos en su abstracción, en su separación, pero objetivos en su conjunto, en el proceso, en el total, en la tendencia, en la fuente.»
Contradicción
El pensamiento ordinario se aferra a un aspecto inmediato de un fenómeno y lo contrapone al resto. Este método es válido para las tareas cotidianas. Pero si miramos más de cerca, veremos que la naturaleza no es unilateral y simple, sino polifacética y contradictoria.
Las abstracciones unilaterales están muertas, explica Hegel en un pasaje destacado por Lenin, «la contradicción es la raíz de todo movimiento y vitalidad; y sólo en la medida que algo contiene contradicción se mueve y tiene impulso y actividad«
«Algo se mueve», nos dice Hegel, «no porque esté en este ‘ahora’ y más tarde en otro ‘ahora’, sino porque en uno y el mismo ‘ahora’ está aquí y no aquí, está y no está, a la vez, en este ‘aquí’.» Ese es el curso de todo movimiento y desarrollo.
La dialéctica no excluye la visión unilateral del mundo del pensamiento cotidiano, sino que la absorbe como un aspecto de una verdad superior. Abarca todos los aspectos de un fenómeno -sus relaciones internas y externas- y los mantiene unidos en su contradicción como un todo complejo.
Una vez que reconocemos esto, se abre ante nosotros un mundo completamente nuevo. Un mundo interconectado en el que las partes existen en una relación recíproca con el todo; en el que el ser fluye hacia la nada y viceversa; en el que la cantidad fluye hacia la calidad y viceversa; en el que la identidad y la diferencia se interpenetran mutuamente; en el que la forma y el contenido están enzarzados en una lucha constante; en el que los principios simples están en la base de los procesos más complejos, etcétera, etcétera.
» La condición para el conocimiento de todos los procesos del mundo en su «automovimiento«, en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es el conocimiento de los mismos como unidad de los contrarios. «, escribe Lenin, añadiendo: «El desarrollo es la «lucha» de los contrarios».
Legalidad
Cuanto más profundamente seamos capaces de penetrar en un fenómeno y mejor podamos trazar sus relaciones contradictorias internas, menos azaroso o arbitrario aparecerá a nuestros ojos. En lugar de ello, lo que irá tomando forma es su necesaria -o en otras palabras, su legítima- vía de desarrollo.
Aquí tenemos una forma de ver el mundo totalmente distinta de las categorías muertas de la filosofía burguesa. La visión dialéctica refleja no sólo las propiedades externas de un fenómeno o sus etapas transitorias, sino la totalidad de su desarrollo en sus etapas sucesivas, desde que nace hasta su inevitable desaparición. Este método constituye el núcleo del marxismo.
Lenin escribió:
«En El Capital Marx analiza primero la rel.ación más simple, más ordinaria y fundamental, más común y cotidiana de la sociedad burguesa (mercantil), una relación que se encuentra miles de millones de veces, a saber, el cambio de mercancías. En ese fenómeno simple (en esta «célula» de la sociedad burguesa) el análisis revela todas las contradicciones (respective los gérmenes de todas las contradicciones) de la sociedad moderna. La exposición nos muestra el desarrollo (a la vez crecimiento y movimiento) de esas contradicciones y de esa sociedad en la suma de sus partes individuales, de su comienzo a su fin. (…) Igual debe ser también el método de exposición (respectivo estudio) de la dialéctica en general (porque, para Marx, la dialéctica de la sociedad burguesa es sólo un caso particular de la dialéctica). «
Mediante la aplicación del método dialéctico, Marx desveló las leyes del capitalismo. Y sobre esta base pudo predecir con exactitud, a grandes rasgos, todo el desarrollo de la sociedad capitalista después de su muerte; un desarrollo que conduce necesariamente a la llegada al poder del proletariado y a la abolición de la propiedad privada y del Estado-nación.
El programa de los comunistas se formula sobre la base de esta perspectiva, desarrollada inicialmente por Marx y Engels basada en el estudio de la historia humana – y que está demostrando su corrección a diario..
De ahí que Lenin escribiera: «No se puede entender hasta el fin El Capital de Marx, y en especial su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido toda la Lógica de Hegel ¡¡Por consiguiente, ninguno de los marxistas ha entendido a Marx pasado medio siglo!!».
Leer a Hegel del derecho
Hegel desarrolló brillantemente la exposición más completa de la dialéctica como ciencia del movimiento y el cambio. Hasta el día de hoy, sus ideas están muy por encima de las doctrinas filosóficas oficiales de la clase capitalista.
Pero en manos de Hegel, la dialéctica recibió una forma mística, idealista. Aquí no eran las leyes inherentes del desarrollo de la naturaleza, sino las leyes del desarrollo de lo que él llamaba el Espíritu Absoluto o la Idea Absoluta. La Idea «se convierte en la creadora de la Naturaleza», escribe -a lo que Lenin se limita a responder con: «¡¡Ja, ja!!»
Para Hegel, las categorías lógicas, como Ser, Nada, Devenir, Cantidad, Cualidad, Esencia, Apariencia, etc. tienen una existencia independiente como partes componentes de esta Idea que todo lo abarca, que a su vez se ha expresado a través de la naturaleza. Una vez que se ha desplegado en la naturaleza, es en el pensamiento racional donde el Absoluto encuentra su forma más elevada, alcanzando su cima con la propia filosofía hegeliana.
Hegel insistió en la primacía última del pensamiento abstracto sobre la actividad humana. En la medida en que incluyó la actividad como componente clave de su lógica, lo hizo ante todo como categoría lógica. A lo largo de toda su lógica insiste en que el lector debe dejar atrás el mundo exterior y permanecer en el reino del «pensamiento puro».
Y, sin embargo, se vio obligado, una y otra vez, a virar hacia el materialismo, por su propia lógica y para demostrar sus argumentos. Como señaló Lenin: «en esta obra de Hegel, la más idealista de todas, hay menos idealismo y más materialismo que en ninguna otra. iEs “contradictorio”, pero es un hecho!».
Hegel pertenecía al campo del idealismo filosófico, que sostiene que la mente es el componente primario de la realidad y que el mundo externo, de una forma u otra, es una derivación o reflejo de la mente. Todas las religiones pertenecen al campo del idealismo filosófico y Hegel no ocultó que estaba formulando un sistema religioso.
Los marxistas somos materialistas filosóficos. A diferencia de los idealistas, creemos que sólo existe un mundo, el mundo material que podemos sentir y con el que podemos interactuar. La mente humana es un producto de este mundo material y nuestras ideas no son más que reflejos de él.
«En general procuro leer a Hegel de modo materialista», escribió Lenin, «Hegel es el materialismo invertido ( según expresión de Engels), es decir, desecho las más de las veces a Dios, el absoluto, la idea pura, etc.»
Lenin puede hacerlo porque el concepto de la Idea Absoluta no desempeña ningún papel fundamental en los aspectos esenciales de las ideas de Hegel. De hecho, como señaló Friedrich Engels, Hegel no dice «absolutamente nada» sobre la Idea Absoluta.
Los marxistas no creen que la dialéctica tenga una existencia separada de la naturaleza. Las leyes de la dialéctica no son las leyes de las ideas, sino que reflejan las leyes inherente a la propia naturaleza en el nivel más general. Mediante nuestra interacción con el mundo, los humanos somos capaces de descubrir estas leyes a niveles cada vez más profundos. Esa es la base de la filosofía marxista: el materialismo dialéctico.
«La lógica no es la ciencia de las formas exteriores del pensamiento», escribió Lenin, «sino de las leyes del desarrollo «de todas las cosas materiales, naturales y espirituales», es decir, del desarrollo de todo el contenido concreto del mundo y de su cognición, o sea, el resultado, la suma total, la conclusión de la historia del conocimiento del mundo.»
Fue uno de los grandes logros de Marx y Engels rescatar la dialéctica de las cadenas del idealismo muerto de Hegel y «darle la vuelta». Y mientras la dialéctica de la naturaleza es confirmada diariamente por los avances de la ciencia y la cultura, el idealismo de Hegel -es decir, su Espíritu Absoluto- permanece meramente como un exoesqueleto sin vida, que tuvo que ser desechado en la muda para que el verdadero organismo vivo subyacente continuara desarrollándose.
Teoría y práctica
¿De dónde vienen las ideas? Estos fantasmas encantadores que vagan por nuestros mundos interiores; sus orígenes específicos han sido olvidados hace mucho tiempo, y por ello, durante miles de años los hombres les han imbuido cualidades místicas. En el idealismo, las ideas se enfrentan a la humanidad como fuerzas poderosas que están por encima de la naturaleza y la sociedad.
Pero las ideas no tienen una existencia independiente. Tampoco son, como imaginan los subjetivistas, barreras impenetrables entre los seres humanos y el mundo exterior. La mente es una función reguladora de nuestra especie, que mediante el trabajo tiende un puente entre nosotros y la naturaleza que nos rodea.
«La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real», explica Marx. De nuestra interacción constante con el mundo que nos rodea, lo que Marx llama «el metabolismo entre el hombre y la naturaleza», surgen concepciones que nos permiten comprender nuestro entorno y adaptarlo a nuestras necesidades. Al hacerlo, también nos cambiamos a nosotros mismos. Nuestras ideas, como las categorías de la lógica, no son fenómenos sobrenaturales; simplemente reflejan la propia naturaleza y sus orígenes se encuentran en la actividad social humana.
«Para Hegel», señala Lenin, «la acción, la práctica, es un «silogismo» lógico, una figura de la lógica. iY eso es verdad! No, por supuesto, en el sentido de que la figura de la lógica tenga su otro ser en la práctica del hombre ( = idealismo absoluto), sino a la inversa: la práctica del hombre, que se repite miles de millones de veces, se consolida en la conciencia del hombre por medio de figuras de la lógica. Precisamente (y sólo) debido a esta repetición de miles de millones de veces, estas figuras tienen la estabilidad de un prejuicio, un carácter axiomático.»
El carácter dialéctico del pensamiento que Hegel trazó en su Lógica, en otras palabras, no es más que un reflejo de la naturaleza con la que interactúan los hombres. Lenin parafraseando a Hegel escribe: «La naturaleza, esa totalidad inmediata, se despliega en la idea lógica». Y continúa diciendo:
«La lógica es la ciencia del conocimiento. Es la teoría del conocimiento. El conocimiento es el reflejo de la naturaleza por el hombre. Pero no es un reflejo simple, inmediato, completo, sino el proceso de una serie de abstracciones, la formación y el desarrollo de conceptos, leyes, etc., y estos conceptos, leyes, etc. (pensamiento, ciencia = «la idea lógica») abarcan condicionalmente, aproximadamente, la regularidad universal de la naturaleza en eterno desarrollo y movimiento.»
A lo largo de miles de años de ensayo y error hemos desarrollado ideas y concepciones generales que profundizan cada vez más en distintos aspectos de la naturaleza, ideas que se han convertido en la esencia concentrada de la experiencia humana. La dialéctica es la culminación de este desarrollo.
Pero el conocimiento no es una corriente unidireccional, que imprime en nuestro cerebro los resultados de nuestras actividades. También existe un proceso simultáneo inverso: una vez deducidos distintos aspectos del mundo regido por la ley, el pensamiento abstracto nos permite contemplarlos para mejorar nuestra práctica más adelante.
Es aquí donde nuestras ideas se enfrentan al mundo objetivo que pretendemos cambiar . Y es a través de este proceso que ganan objetividad: «La unidad de la idea teórica (del conocimiento) y de la práctica -esto NB-, y esta unidad se halla precisamente en la teoría del conocimiento, porque la suma es «la idea absoluta» (y la idea = «das objektive Wahre» [lo objetivamente cierto]) » .
Para el filisteo, la teoría representa, en el mejor de los casos, una curiosidad. Pero es la interacción dialéctica de la teoría y la práctica, una que lleva a la otra, lo que caracteriza «el infinito proceso de profundización del conocimiento humano de la cosa, de los fenómenos, los procesos, etc., partiendo del fenómeno para llegar a la esencia y de la esencia menos profunda a otra más profunda.».
Se trata de un proceso que, al mismo tiempo, mejora y amplía el dominio del hombre sobre la naturaleza. Cuanto más profundo sea el conocimiento de las leyes que rigen nuestro mundo, más eficazmente podremos alcanzar nuestros objetivos y aspiraciones. Y aquí vemos la importancia de la teoría para los comunistas.
Como explicó Trotsky:
“Infinitamente más exigente, más severo y más equilibrado es aquél para quien la teoría es una guía para la acción. Un escéptico de salón puede burlarse impunemente de la medicina. El cirujano no puede vivir en la atmósfera de las incertidumbres científicas. Cuanta más necesidad tiene el revolucionario del apoyo de la teoría para la acción, más intransigente es en salvaguardarla. Vladimir Ulianov despreciaba el diletantismo y aborrecía a los curanderos. En el marxismo, él apreciaba, por encima de todo, la autoridad disciplinada del método.”
La victoria de la previsión sobre el asombro
Trotsky definió una vez la teoría marxista como la superioridad de la «previsión sobre el asombro». Y fue precisamente esta previsión y profunda comprensión lo que permitió a Lenin y a los bolcheviques prevalecer frente a la extrema adversidad procedente de todas partes.
Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques podían describirse -en términos de poder, influencia y recursos- como una de las tendencias políticas más débiles de Europa. Bajo el impacto de la ola de patriotismo azuzada por las autoridades zaristas y el consiguiente sentimiento de unidad nacional, el partido perdió la mayoría de sus apoyos entre la clase obrera rusa. La oleada revolucionaria que se estaba gestando en Rusia antes de la guerra se vio inmediatamente truncada y el zarismo se vio temporalmente reforzado.
Los elementos revolucionarios fueron relegados una vez más a la periferia. Para empeorar las cosas, muchos de los mejores trabajadores fueron enviados al frente como castigo por sus actividades en las fábricas y en otros lugares. Los principales dirigentes bolcheviques, en su mayoría, estaban exiliados en Europa, donde las líneas de comunicación habían sido cortadas o gravemente interrumpidas por la guerra.
La reacción levantaba cabeza y ganaba terreno en toda Europa y la clase obrera estaba en retirada. Armados con armas de fuego, tanques y bombas, los burgueses de Europa estaban masacrando el continente, y cualquiera que se interpusiera en su camino podía ser fácilmente apartado o, si era necesario, enviado al frente y eliminado. Mientras tanto, los líderes socialdemócratas europeos, que se habían alineado detrás de sus propias clases dominantes, parecían sentarse cómodamente en el regazo de sus amos burgueses.
Para los bolcheviques, con unas finanzas débiles, poco o ningún aparato y unas organizaciones del partido en total desorden debido a la guerra, la idea de tomar el poder podría haber parecido más lejana que nunca. Y, sin embargo, sólo poco más de tres años después del inicio de la guerra, todo esto se había vuelto en su contrario y el Partido Bolchevique conducía a los obreros y campesinos de Rusia al poder en la Revolución de Octubre de 1917. ¡No podría imaginarse una mayor demostración de la dialéctica!
Aquí vemos el poder de las ideas en la práctica. El éxito de los bolcheviques puede reducirse al éxito del método marxista, al método del materialismo dialéctico.
Lenin y los bolcheviques insistieron en una posición de clase y se negaron a hacer la menor concesión a los giros nacional chovinistas que la guerra produjo en toda Europa. Y aunque la guerra fortaleció inicialmente a la clase dominante, más tarde se convirtió en la mayor fuerza motriz de la revolución al sacar a la luz las contradicciones de clase de la sociedad.
Así, el mensaje revolucionario de los bolcheviques, que no tuvo ningún eco popular en los primeros días de la guerra, se convirtió en el grito de guerra de las masas rusas y sembró el terror entre las clases dominantes del mundo.
El oportunismo es el abandono de las perspectivas a largo plazo en favor de objetivos inmediatos a corto plazo. La dialéctica es la ciencia de ir más allá de lo inmediato y comprender los procesos complejos y prolongados en su totalidad. Fue la dedicación a la teoría y el dominio de la dialéctica lo que dio a Lenin una gran ventaja sobre sus enemigos.
En política, el encaprichamiento por la apariencia inmediata de las cosas conduce a eslóganes frívolos y a un «encaprichamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica». Lenin y los bolcheviques, sin embargo, trascendieron las apariencias y abordaron la esencia de las cosas, independientemente del impacto inmediato que tuviera en el partido, porque sabían que al final sólo la verdad les acercaría a la victoria de la clase obrera. Esta fue la clave de su éxito.
León Trotsky resumió el meollo de la cuestión:
«Pertenece a la experiencia histórica que la mayor revolución de toda la historia no fue dirigida por el partido que comenzó con bombas, sino por el partido que empezó con el materialismo dialéctico.»
LENIN 100 AÑOS DESPUÉS
El 21 de enero de 2024 se cumple el centenario de la muerte de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido mundialmente como Lenin. Fue sin duda uno de los más grandes revolucionarios que jamás hayan existido. Con sus acciones al frente del Partido Bolchevique, este hombre extraordinario cambió literalmente el curso de la historia.
Toda la vida de Lenin estuvo dedicada a la emancipación de la clase obrera, que culminó con la victoria de la Revolución de Octubre en 1917. El significado de este acontecimiento lo expresó acertadamente Rosa Luxemburgo:
«Todo cuanto un partido puede exhibir, en un momento histórico, de coraje, energía, de intuición revolucionaria y coherencia, Lenin, Trotsky y sus compañeros lo mostraron ampliamente. Todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios, que faltó a la socialdemocracia occidental, encontró su expresión en los bolcheviques. La insurrección de octubre no representó solamente la salvación real de la Revolución rusa, sino también la rehabilitación del socialismo internacional.»
Por primera vez, salvo el heroico pero breve episodio de la Comuna de París, la clase obrera conquistó el poder y lo mantuvo. Por esta razón, la Revolución de Octubre puede considerarse el mayor acontecimiento de la historia. Sean cuales sean los acontecimientos posteriores, se trata de una conquista indeleble que nunca podrá borrarse.
Y es por esta razón que, en manos de la clase dominante y sus apologistas, Lenin se ha convertido en el individuo más odiado y calumniado de la historia.
Calumnias
Mientras que los comentaristas burgueses a veces se han mostrado complacientes con Marx por su análisis del capitalismo, aunque por supuesto rechazan sus conclusiones revolucionarias, Lenin se ha convertido en un completo anatema. Por supuesto, esto no debería sorprendernos.
Al igual que los escabrosos ataques a la Revolución Francesa por parte de la vil prensa inglesa de la época, los plumíferos del capitalismo denuncian a Lenin y a la Revolución Rusa. Su objetivo es desacreditar y borrar de la historia su verdadera importancia. Esta ha sido su tarea durante más de un siglo.
Por lo tanto, Lenin es presentado como un «dictador», un agente alemán, un agente zarista, un nuevo zar y, finalmente, el precursor de Stalin y del estalinismo. El estruendo ha ido in crescendo.
Las historias que venden son tan risibles que da vergüenza leerlas. Hay literalmente cientos de estos supuestos «historiadores» ignorantes, todos repitiendo la misma cantinela y haciendo las mismas absurdas afirmaciones sobre Lenin que hielan la sangre. Pocos, si es que hay alguno, merecen la pena ser leídos. Incluso las obras más «pulidas» sobre Lenin están impregnadas de veneno.
«El bolchevismo se fundó sobre una mentira, sentando un precedente que se seguiría durante los siguientes 90 años. Lenin no tenía tiempo para la democracia, ni confianza en las masas, ni escrúpulos en el uso de la violencia. Quería un partido pequeño, estrechamente organizado y estrictamente disciplinado de revolucionarios profesionales de línea dura, que hicieran exactamente lo que se les ordenara». Este ejemplo procede de la pluma envenenada de Anthony Read en El mundo en llamas.
«Aquí se encuentran los gérmenes del gobierno por el terror, de la aspiración totalitaria al control total de la vida y la opinión públicas», señala Richard Pipes, en una historia de terror escrita para asustar lectores de temperamento nervioso.
«Lenin fue el primer jefe de partido moderno que alcanzó el estatus de dios: Stalin, Mussolini, Hitler y Mao Zedong fueron todos sus sucesores en este sentido», escribe Figes para no quedarse atrás .
Estos charlatanes adinerados y bien pagados nunca se darán por vencidos. Su campaña de mentiras continuará hasta que el propio capitalismo sea derrocado. Deberíamos dejarles hacer su trabajo sucio, como a las brujas de Macbeth.
A pesar de todos sus esfuerzos por agriar las mentes de los jóvenes contra Lenin y el bolchevismo, las cosas no están saliendo como estaba previsto. La gente está empezando a cuestionar la «narrativa» oficial, como ocurre con la mayoría de las cosas. Desgraciadamente para los lacayos literarios de la burguesía, ¡sus tonterías anticomunistas no están teniendo el impacto deseado!
Por desgracia, como se ve obligado a admitir el profesor Orlando Figes, «los fantasmas de 1917 no han sido exorcizados». Y, dado el período en que hemos entrado, tampoco lo estarán.
Un faro de esperanza
Estamos en una época de agitación sin precedentes. El capitalismo como sistema socioeconómico se ha agotado y decenas de millones de personas en todo el mundo cuestionan su legitimidad. En consecuencia, buscan activamente una salida a este callejón sin salida. Sin embargo, los viejos partidos están cada vez más desacreditados y millones de personas se han hartado de los reformistas melindrosos de todo tipo que sólo quieren «reformar» el sistema hasta cierto punto. Pero esto es como pedirle a un leopardo que cambie sus manchas o intentar achicar el océano con una cuchara.
Lenin destaca como un gigante en contraste con todas las palabras y hechos de los liliputienses dirigentes laboristas y sindicales, tanto de derechas como de izquierdas, que en la práctica han aceptado el sistema capitalista. También ellos, junto con los burgueses, miran a Lenin con horror o, en el mejor de los casos, simplemente como «anticuado», sus ideas carentes de valor ni relevancia.
Pero no es tan fácil deshacerse de Lenin y sus ideas. «La doctrina de Marx es omnipotente, porque es exacta», explicó. Es «completa y armónica, da a los hombres una concepción del mundo íntegra, inconciliable con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa».
Es una teoría para cambiar el mundo, en la que la teoría y la práctica no están separadas, sino que forman un todo unificado. Por ello, Lenin, un verdadero marxista, dedicó su vida a la victoria de la revolución socialista mundial. En este sentido, destaca como un faro para los trabajadores con conciencia de clase de todo el mundo.
Hoy en día existe un creciente interés por Lenin y sus ideas y hay un intento, especialmente por parte de muchos jóvenes, de redescubrir el auténtico programa del leninismo y el bolchevismo. Este interés y la profunda crisis del sistema capitalista demuestran la relevancia de Lenin para el aquí y ahora.
Bolchevismo
Lenin se irguió sobre los hombros de Marx y Engels, y puso en práctica sus ideas. El leninismo es simplemente marxismo en la época imperialista de la revolución y la contrarrevolución.
Dada la despiadada lucha contra el viejo orden capitalista, Lenin subrayó la necesidad vital de construir un partido disciplinado y teóricamente blindado. Era un revolucionario de tal visión que sólo podía ser el líder del partido más intrépido, capaz de llevar sus pensamientos y acciones hasta su conclusión lógica. Fundió su destino con el destino del partido proletario y sus objetivos.
Dada la traición de los viejos dirigentes socialdemócratas, era vital crear una nueva dirección revolucionaria. Esto significaba que había que formar nuevos partidos comunistas que organizaran a la clase obrera para tomar el poder. A diferencia de los viejos partidos reformistas, que se habían convertido en gran medida en máquinas electorales, estos nuevos partidos seguirían el modelo del Partido Bolchevique, tanto en organización como en perspectiva revolucionaria.
«En el presente momento histórico se trata precisamente de que el ejemplo ruso muestra a todos los países algo, y algo muy sustancial, de su futuro próximo e inevitable», explicaba Lenin en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.
«Sólo la historia del bolchevismo en todo el período de su existencia puede explicar de un modo satisfactorio por qué el bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.»
El Partido Bolchevique pudo desempeñar ese papel, dada su singular historia y el papel de Lenin. Como él mismo explicó:
«Rusia hizo suya la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de búsquedas abnegadas, de estudio, de pruebas en la práctica, de desengaños, de comprobación, de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba con una riqueza de relaciones internacionales y un conocimiento tan excelente de todas las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país.»
El Partido Bolchevique bajo Lenin fue el partido más revolucionario de la historia. Lenin comprendió que un partido así debía construirse antes de que estallaran los acontecimientos revolucionarios. Desde luego, no podía improvisarse o crearse espontáneamente durante una revolución, ya que sería demasiado tarde. Toda la experiencia del pasado así lo demuestra.
En primer lugar, era importante crear una red de cuadros marxistas, que actuaría como marco en torno al cual podría construirse con el tiempo un partido de masas. Dado que la revolución era un asunto serio, Lenin luchó por la creación de un partido de «revolucionarios profesionales» que se dedicaran a la revolución.
Además, el partido revolucionario debía fundarse sobre los cimientos de la teoría marxista. «Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario», escribió Lenin en el ¿Qué hacer?, obra dedicada a la construcción de dicho partido. Fue el guardián teórico del partido, que bajo su dirección desarrolló su propia moral proletaria basada en los intereses de la revolución socialista.
Para Lenin, esta lucha por la teoría marxista era una tarea esencial. Por lo tanto, el papel de la Iskra de Lenin consistía en emprender «la lucha resuelta y tenaz en pro de los fundamentos del marxismo», que, según explicaba, se había puesto «de nuevo a la orden del día» .
Lenin escribió ¿Qué hacer? en un periodo de retroceso teórico y revisionismo dentro de la socialdemocracia rusa. Gran parte del folleto de Lenin está dedicado a refutar los argumentos de la corriente «economicista», que renunciaba a la lucha política en nombre de la «espontaneidad» y el obrerismo. Pero también era necesario hacer frente a la influencia del llamado «marxismo legal», que vaciaba al marxismo de todo su contenido revolucionario.
Para Lenin, la defensa de la teoría marxista requería algo más que la repetición de viejas fórmulas; significaba una aplicación del método del marxismo a la situación concreta. Era esencial no imponer la teoría a la realidad. La realidad era el punto de partida. Como advirtió Lenin, la teoría, cuando se reduce a un dogma abstracto, puede ser mal utilizada para justificar el revisionismo:
«El marxismo es una doctrina extraordinariamente profunda y polifacética. No es extraño, por ello, que entre los “argumentos” de quienes rompen con el marxismo se puedan encontrar siempre fragmentos de citas de Marx, sobre todo si se reproducen citas inoportunamente.»
Subrayó que el marxismo no era un dogma sin vida, ni una doctrina prefabricada e inmutable, sino una guía viva para la acción. Esto significaba que era vital relacionar las ideas del marxismo con la situación real, y no enredarse en fantasías. «La verdad es concreta», repetía a menudo. La gran prueba para los revolucionarios era conectar estas ideas con el movimiento real de la clase obrera. De este modo, podrían ganar apoyo y dar fruto.
Flexibilidad
Lenin siempre fue firme en los principios, pero muy flexible en la organización y la táctica. Éste fue uno de los grandes puntos fuertes de Lenin. Comprendió que la construcción de un auténtico Partido Comunista, como ocurrió con el Partido Bolchevique, no era una línea recta. Para ganarse a los trabajadores, especialmente a la que seguía bajo la influencia de los partidos reformistas, se necesitaban tácticas flexibles. No se trataba de una cuestión secundaria. En su maravillosa obra, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Lenin explicaba:
«Falta sólo una cosa para que marchemos hacia la victoria con más firmeza y seguridad; que los comunistas de todos los países comprendamos por doquier y hasta el fin que en nuestra táctica es necesaria la flexibilidad máxima.»
Lenin desarrolló una gran «percepción» de la situación y fue capaz de evaluar las cosas cada vez que se producía un giro brusco en los acontecimientos. Sabía diferenciar lo esencial de lo secundario.
Como explicó Trotsky:
«Dirigir la visión revolucionaria hacia el futuro, abarcar lo esencial, lo fundamental, lo importante; éste era el don peculiar que Lenin poseía en el más alto grado. Cualquiera que hubiese podido, como pude hacerlo yo, observar de cerca el trabajo de Vladimir Ilich, no podría menos que mirar con entusiasmo –repito la palabra entusiasmo– este don de pensamiento penetrante y agudo que rechazaba todo lo externo, lo fortuito, lo superficial, a fin de percibir los caminos principales y los métodos de acción. La clase obrera sólo aprende a apreciar a esos jefes que habiendo trazado el camino de su desarrollo, marchan con un paso seguro y perseverante, incluso cuando los prejuicios del mismo proletariado a veces son un obstáculo para ellos.»
Sobre todo, Lenin supo adaptarse a los cambios que se producían con anticipación. Por lo general, esto requería un cambio de táctica que se correspondiera con las nuevas necesidades de la situación. Una vez más, estos cambios no siempre eran sencillos y podían dar lugar a agudas polémicas en el seno del partido. No en vano el bolchevismo era conocido como una escuela de los golpes duros.
En cada etapa del desarrollo del partido, desde los primeros círculos de la clandestinidad hasta el trabajo de masas de 1905, hasta 1917 y más allá, Lenin tuvo que superar la resistencia de quienes se aferraban a los métodos del pasado. A cada cambio de táctica que se proponía, se encontraba generalmente con una dura resistencia. La razón de esta resistencia era que la vida del partido siempre desarrolla un cierto rutinismo. Cuando la situación cambia, estas rutinas entran en conflicto con las nuevas exigencias. Hay muchos ejemplos de ello.
El intento de Lenin de profesionalizar el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en el II Congreso de 1903, en el que trató de alejar al partido de la mentalidad de pequeño círculo, informal del primer periodo, condujo en realidad a una escisión entre bolcheviques y mencheviques.
La Revolución de 1905 abrió nuevos desafíos. Para aprovechar las condiciones abiertas, Lenin intentó romper con los métodos del trabajo clandestino. Esto le enfrentó a los «hombres de comité». Éstos eran revolucionarios entregados que habían crecido en las condiciones del trabajo clandestino, lo que moldeó su perspectiva. Así que cuando la situación se abrió para el trabajo legal, les resultó difícil adaptarse y se convirtieron en un obstáculo. Esto condujo a una tremenda ruptura.
Pero Lenin no estaba dispuesto a ceder. Las nuevas oportunidades exigían un cambio de enfoque. Por lo tanto, tuvo que entablar batalla con los hombres de los comités y sus métodos. Era hora de abrir el Partido. Lenin no se anduvo con rodeos:
«Necesitamos fuerzas jóvenes. Soy partidario de fusilar en el acto a cualquiera que se atreva a decir que no hay gente. La gente en Rusia es legión; todo lo que tenemos que hacer es reclutar jóvenes más amplia y audazmente, más audaz y ampliamente, y de nuevo más amplia y de nuevo más audazmente, sin temerles. Estamos en tiempos de guerra. La juventud, los estudiantes, y más aún los jóvenes trabajadores. Deshazte de todos los viejos hábitos de inmovilidad, de respeto al rango, etc. Formen cientos de círculos de vperyodistas entre los jóvenes y anímenlos a trabajar a toda máquina…»
Lenin exigió que los dirigentes bolcheviques rompieran con el viejo rutinismo y pusieran a la organización en pie de guerra. De lo contrario, existía un peligro real de que se desaprovecharan las nuevas oportunidades que se le presentaban al partido. Una vez más, Lenin llamó a la acción:
«Sólo debes asegurarte de organizar, organizar y organizar cientos de círculos, relegando completamente a un segundo plano las habituales y bienintencionadas estupideces (jerárquicas) de los comités. Estamos en tiempos de guerra. O creáis en todas partes organizaciones de combate nuevas, jóvenes, frescas y enérgicas para el trabajo socialdemócrata revolucionario de todas las variedades entre todos los estratos, o os hundiréis, llevando la aureola de burócratas de ‘comité’.»
El enfoque rutinario de algunos de los dirigentes bolcheviques se extendió a su actitud hacia los recién formados soviets. Los Soviets fueron creados espontáneamente por los trabajadores en lucha, y eran comités de huelga ampliados. Pronto se convirtieron en un poder alternativo al antiguo régimen zarista.
En lugar de acoger a estas nuevas formaciones de clase, algunos de los viejos dirigentes bolcheviques las consideraban competidoras del partido. Adoptaron un enfoque completamente sectario. Fue necesaria la intervención personal de Lenin para corregir este error. De hecho, Lenin consideraba a los soviets como «el embrión de un gobierno obrero» , lo que demostraba su clarividencia, y se confirmó en los acontecimientos de 1917.
En 1905, el POSDR, compuesto por las facciones menchevique y bolchevique, se transformó en un partido de masas. Esto demostró el enorme potencial de la situación, pero no duró.
La derrota de la Revolución de 1905 abrió un periodo de sangrienta reacción en Rusia. El movimiento sufrió un duro revés. Esto a su vez provocó muchas deserciones del partido, especialmente de los tipos más pequeñoburgueses que no podían soportar la presión. El ambiente dentro del partido era muy malo y los bolcheviques quedaron reducidos a un cascarón.
Hubo muchos problemas en estos años de reacción. Lenin se vio obligado a romper con los que habían sucumbido a los ánimos de desesperación y virado hacia el ultraizquierdismo, por un lado, como los bolcheviques que insistían en boicotear las elecciones a la Duma Estatal mucho después de que la Revolución hubiera sido derrotada, y por otro, los que querían disolver el partido por completo (los «liquidadores»).
Una vez más, Lenin tuvo que entrar en una lucha en el plano teórico, contra quienes intentaban revisar los principios filosóficos más básicos del movimiento marxista, incluido el propio materialismo. Fue en este período cuando Lenin escribió Materialismo y empiriocriticismo como polémica contra una tendencia del movimiento marxista ruso que se apartaba del materialismo dialéctico y se dirigía hacia el callejón sin salida filosófico del idealismo subjetivo.
En el plano organizativo, hubo intentos de fusionar las facciones menchevique y bolchevique tras la Revolución de 1905. Sin embargo, las crecientes diferencias políticas lo impidieron. Los mencheviques consideraban a los liberales como la fuerza que debía liderar la revolución, mientras que los bolcheviques se dirigían a los obreros y campesinos pobres. Finalmente, tomaron caminos separados y el Partido Bolchevique se constituyó formalmente en abril de 1912.
Rearmar el partido
Se ha creado el mito de que Lenin gobernaba el Partido Bolchevique con una vara de hierro, lo que claramente no era el caso. Hubo muchas ocasiones en las que Lenin estuvo en minoría, incluso dentro de la dirección. La autoridad de Lenin no se basaba en agitar un gran garrote, sino en su autoridad política, construida sobre un enfoque paciente.
Cuando Lenin se enfrentó a la Revolución de Febrero en 1917, las nuevas tácticas que propugnaba encontraron poco apoyo.
La revolución había conducido al derrocamiento del zarismo y había instaurado un gobierno provisional, formado por representantes de la burguesía. Al mismo tiempo, los obreros rusos crearon soviets a una escala aún mayor que en 1905. Los dirigentes bolcheviques dentro de Rusia -especialmente Kámenev y Stalin- estaban embriagados con la revolución y por los sentimientos de «unidad» que prevalecieron en sus primeros días. Como resultado, adoptaron una actitud completamente equivocada hacia el Gobierno Provisional. En lugar de oponerse al gobierno, le dieron un ‘apoyo crítico’, incluyendo su apoyo a la guerra imperialista.
Lenin estaba furioso. Mientras seguía intentando salir de Suiza hacia Rusia, escribió una serie de artículos -sus célebres Cartas desde lejos, que constituyeron la base de sus famosas Tesis de abril– oponiéndose al gobierno Provisional capitalista y llamando a una nueva revolución.
Los bolcheviques se habían educado durante mucho tiempo en la perspectiva de una «dictadura democrática del proletariado y el campesinado», vinculada a la idea de provocar una revolución socialista en Occidente. Aunque esta formulación consideraba la revolución venidera como una revolución burguesa para barrer los vestigios del feudalismo y preparar el terreno para el desarrollo capitalista, la dirección de esta revolución no recaería en la burguesía, que desempeñaba un papel contrarrevolucionario, sino en los obreros y campesinos. Sin embargo, esta fórmula tenía un carácter algebraico en el sentido de que la cuestión de qué clase desempeñaría el papel dirigente en esta alianza quedaba abierta, como una «incógnita».
La posición bolchevique contrastaba notablemente con la de los mencheviques, que decían que la revolución era burguesa y, por tanto, debía ser dirigida por la burguesía. Los obreros, a sus ojos, sólo debían desempeñar un papel de apoyo.
Trotsky, por su parte, había propuesto su propia teoría de la «revolución permanente» como perspectiva para Rusia. Aunque estaba de acuerdo con los bolcheviques en que la burguesía era contrarrevolucionaria, creía que la única clase capaz de dirigir la revolución era la clase obrera, apoyada por los campesinos pobres. Sin embargo, en lugar de establecer una «dictadura democrática», Trotsky defendía un gobierno obrero que barriera en primer lugar el feudalismo (las tareas «democráticas»), pero que luego procediera a las tareas socialistas. Esta revolución socialista, a su vez, provocaría la revolución en Occidente, que acudiría en ayuda de los trabajadores rusos. De ahí su carácter «permanente».
La posición planteada por Lenin en abril de 1917 era fundamentalmente idéntica a la de Trotsky. Sin embargo, los «viejos dirigentes bolcheviques» se opusieron, aferrándose a la fórmula original de la «dictadura democrática».
Lenin se vio obligado a utilizar toda su autoridad política para cambiar la dirección del partido. De ese modo, tuvo que enfrentarse a los autodenominados «viejos bolcheviques», ¡que le acusaron de «trotskismo»!
Ante el retroceso de los dirigentes bolcheviques, y dado lo que estaba en juego, Lenin se lanzó a la batalla:
«preferiré incluso una ruptura inmediata con cualquier miembro de nuestro partido, quienquiera que sea, antes que hacer concesiones al socialpatriotismo de Kerenski y Cía., o al socialpacifismo y al kautskismo de Chjeídze y Cía.
Continuó:
«A los obreros hay que decirles la verdad. Debemos decir que el gobierno de Guchkov-Miliukov y Cía. es un gobierno imperialista, que los obreros y campesinos deben primero (ahora o después de las elecciones a la Asamblea Constituyente, si
es que no se engaña sobre este punto al pueblo y no se aplazan las elecciones para
después de la guerra; no es posible resolver desde aquí el problema de elegir el
momento), primero deben transferir todo el poder del Estado a manos de la clase
obrera, enemiga del capital, enemiga de la guerra imperialista, y sólo entonces
tendrán derecho a lanzar llamamientos pidiendo el derrocamiento de todos los
reyes y de todos los gobiernos burgueses.»
A continuación, dirigió su atención a los «viejos bolcheviques»:
«Aquí oímos el alboroto de las réplicas de aquellos a quienes gusta llamarse «viejos bolcheviques»: ¿Acaso no hemos dicho siempre que la revolución democrática burguesa sería terminada solamente por «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los .campesinos»? ¿Acaso la revolución agraria, también democrática burguesa, ha terminado? ¿Acaso no es, por el contrario, un hecho que esta última todavía no ha comenzado?
«Contesto: las consignas y las ideas bolcheviques, en general, han sido plenamente confirmadas por la historia, pero, concretamente, las cosas han resultado de otro modo de lo que podía (quienquiera que sea) esperar, de un modo más original, más peculiar, más variado.
«Desconocer, olvidar este hecho, significaría semejarse a aquellos «viejos bolcheviques”, que ya más de una vez desempeñaron un triste papel en la historia de nuestro partido, repitiendo una fórmula tontamente aprendida, en vez de dedicarse al estudio de las peculiaridades de la nueva y viva realidad….».
«Quien ahora hable solamente de la «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos», se ha rezagado de la realidad y, por esta razón, se ha pasado, de hecho, a la pequeña burguesía contra la lucha proletaria de clase y hay que mandarlo al archivo de las curiosidades· «bolcheviques» prerrevolucionarias (al archivo que podríamos Ilamar «de los viejos bolcheviques»)…
«Por ahora es necesario asimilar la verdad indiscutible de que un marxista debe tener n cuenta la vida real, los hechos exactos de la realidad, y no seguir aferrándose a la teoría de ayer, que, como toda teoría, en .el mejor de los casos, sólo traza lo fundamental, lo general, sólo abarca de un modo aproximado la complejidad de la vida.
“‘La teoría, amigo mío, es gris, pero el árbol de la vida es eternamente verde’
«Quien plantee la cuestión de la «terminación» de la revolución burguesa al viejo estilo, sacrifica el marxismo vivo en aras de la letra muerta».
A principios de abril de 1917, Lenin estaba completamente aislado dentro del partido Bolchevique cuando planteó la nueva perspectiva de la revolución socialista. Los viejos dirigentes se habían convertido en un obstáculo, al igual que anteriormente con los hombres del comité. El único dirigente que le apoyaba era Kollontai. El resto se opuso.
Pero con la fuerza de los argumentos de Lenin y la experiencia de los bolcheviques sobre el terreno, pronto pudo ganarse a la mayoría del partido y dirigir el rumbo hacia la Revolución de Octubre.
Incluso entonces, en octubre de 1917, en los días previos a la insurrección, se enfrentó a la oposición dentro de la dirección, especialmente de Zinóviev y Kámenev, que habían estado con él durante años. Una vez más, tuvo que arriesgar toda su autoridad política para asegurar el éxito de la insurrección.
Todo le había preparado para este momento. «¡Ellos se atrevieron!», por citar a Rosa Luxemburgo. Lenin había puesto en práctica las ideas del marxismo. No se podía pedir nada más a los obreros rusos. Habían barrido el capitalismo y el latifundismo y establecido una República Soviética de los trabajadores.
Internacionalismo
Para Lenin, la Revolución de Octubre no era un fin en sí mismo, sino sólo el pistoletazo de salida para que la clase obrera conquistara el poder en todo el mundo. Este internacionalismo no obedecía a razones sentimentales, sino que surgía del carácter internacional del capitalismo, que había sentado las bases materiales de una nueva sociedad sin clases. En particular, había creado una clase obrera internacional, cuya misión histórica era convertirse en la sepulturera del capitalismo.
Fue sobre esta sólida base que Lenin formuló una posición clasista de principios al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, en un momento en que todos los partidos de la II Internacional se alineaban en defensa de su ‘propia’ clase capitalista. Y esta lucha por preservar la bandera del internacionalismo proletario, en la que Lenin se encontró en una pequeña minoría, culminaría con el derrocamiento revolucionario del capitalismo en Rusia en 1917 y el establecimiento de la Internacional Comunista como el partido mundial de la revolución socialista en 1919.
Lenin nunca contempló la idea del «socialismo en un solo país», como plantearon los estalinistas años más tarde. Era lo contrario de su perspectiva de la revolución mundial. Para Lenin, la Revolución Rusa no pretendía construir el ‘socialismo ruso’, un completo disparate en unas condiciones tan atrasadas. La victoria en Rusia, creando una plaza fuerte proletaria, era el punto de partida de la revolución mundial. No es casualidad que subrayara que, sin revolución en Occidente, la Revolución Rusa estaba condenada al fracaso.
Como el propio Lenin explicó el 29 de julio de 1918:
«… jamás nos hemos hecho la ilusión de que con las fuerzas del proletariado y de las masas revolucionarias de un solo país -por más heroicas que sean, por más grandes que sean su organización y disciplina-, de que con las fuerzas del proletariado de un solo país se pueda derrocar el imperialismo internacional: eso únicamente puede hacerse con el esfuerzo conjunto de los proletarios de todos los países pero sin forjarnos la ilusión de que eso pueda lograrse con las fuerzas de un solo país. Sabíamos que nuestros esfuerzos llevan inevitablemente a la revolución mundial y que con los esfuerzos de los gobiernos imperialistas no se puede poner fin a la guerra empezada por ellos. Con la guerra únicamente pueden acabar los esfuerzos de todo el proletariado, y nuestra tarea, al subir al poder … era, lo repito, mantener ese poder, esa antorcha del socialismo para que continuara echando todas las chispas posibles al creciente incendio de la revolución socialista.»
Esta idea fue expresada por Lenin una y otra vez. Lenin confiaba plenamente en el éxito de la revolución mundial y trabajaba para conseguirlo.
Sin embargo, la teoría antimarxista del «socialismo en un solo país» se convirtió en la piedra angular del estalinismo; de hecho, aceptarla se convirtió en una condición para afiliarse a los partidos comunistas estalinistas.
En 1956, tras las revelaciones de Jruschov sobre Stalin en el XX Congreso, se produjo una profunda crisis en las filas de los partidos comunistas. A esto se sumó el aplastamiento de la revolución húngara por las tropas rusas a finales de año. Todo lo que se había enseñado a los miembros del PC fue puesto en tela de juicio y hubo muchas discusiones sobre el pasado del partido y la importancia de la Revolución Rusa.
Durante las discusiones, cuando se plantearon citas de Lenin contra la teoría del socialismo en un país, algunos miembros destacados del PC estaban tan desorientados que llegaron a cuestionar la validez de la Revolución de Octubre.
«Nunca me fue posible (aunque seguí intentándolo) convencer a un trotskista de que estas citas demostraban que Lenin era un apostador loco«, escribió Alison Macleod, que trabajaba para el Daily Worker. «¿Qué derecho tenía [Lenin] a derrocar a Kerensky, si tomar el poder en Rusia no iba a ser suficiente? ¿Qué derecho tenía a jugarse millones de vidas en una revolución en Alemania, que no tenía poder para llevar a cabo?».
Completamente conmocionada y desilusionada, Macleod abandonó el PC en abril de 1957, después de haber trabajado en el Daily Worker durante una docena de años, junto con miles de otras personas. Ella y muchos otros habían sido criminalmente maleducados y engañados por Moscú. Como resultado, muchos dieron la espalda al movimiento revolucionario.
La fe de Lenin en una revolución exitosa en Alemania no era una apuesta desesperada, como afirma Macleod. De hecho, las posibilidades de victoria en 1923 eran extremadamente altas. Después de todo, el Partido Comunista Alemán (KPD) era el Partido Comunista más poderoso fuera de la Unión Soviética y la crisis del verano de 1923 (ver América Socialisa – en defensa del marxismo nº 33) había producido una situación revolucionaria. Las masas se orientaban al KPD buscando una salida.
Por desgracia, los dirigentes del PC alemán no estuvieron a la altura de las circunstancias. Cuando fueron a Moscú en busca de consejo, Lenin estaba incapacitado tras sus apoplejías y Trotsky estaba fuera. Quienes les aconsejaron fueron Stalin y Zinóviev, que instaron a la moderación cuando los comunistas alemanes deberían haberse estado preparando para la toma del poder. Como resultado, se perdió la oportunidad, con terribles consecuencias.
El éxito de la Revolución Alemana habría cambiado por completo el curso de la historia mundial. Habría roto el aislamiento de la Rusia soviética y provocado una crisis revolucionaria masiva en Europa. Sin embargo, su derrota provocó una amarga desilusión, especialmente en Rusia, fortaleciendo la mano de la burocracia soviética, sentando a su vez las bases del estalinismo. El estalinismo, como consecuencia, se convirtió en una enorme barrera para la revolución mundial, y allanó el camino para la victoria de Hitler con su teoría del «social facismo» que dividió a la clase obrera alemana. Esto condujo a los horrores de la Segunda Guerra Mundial.
Nada de esto estaba predestinado. Una revolución exitosa en Alemania habría cortado de raíz tal desarrollo. Lo que faltó en Alemania no era un Partido Comunista de masas, que ya existía, sino un Lenin y un Trotsky que lo dirigieran.
A diferencia de los dirigentes estalinistas, Lenin tenía una fe colosal en la clase obrera y en su capacidad para derrocar al capitalismo en todo el mundo. Pero lo que se necesitaba era una auténtica dirección revolucionaria que guiara la lucha hasta su conclusión lógica. En eso se pueden resumir todas las lecciones del bolchevismo.
En defensa de Lenin
Equiparar la limpia bandera de Lenin con el régimen manchado de sangre de Stalin no sólo interesa a los capitalistas, sino también a los estalinistas por sus propias razones. No puede haber mayor abominación.
A pesar de su papel crucial, Lenin era un hombre muy modesto, nada que ver con la caricatura infalible que presentan de él los estalinistas. Admitía francamente sus errores para aprender de ellos. Muchas veces, después de la Revolución de Octubre, echaba la vista atrás y se reía de los errores y «estupideces» que habían cometido. Sin embargo, Lenin cometió menos errores que la mayoría y fue capaz de corregirlos. Esto reforzó su autoridad. Su fuerza consistía en no tener miedo a la verdad, fuera cual fuera la situación.
Lenin no nació Lenin completamente formado, como Atenea de la frente de Zeus, como lo han retratado los estalinistas a lo largo de los años. Dentro de este falso esquema de las cosas, no hay lugar para el desarrollo de las ideas ni siquiera para los errores. Lenin es presentado como una idealización alejada de la realidad. Los estalinistas necesitaban una figura así para encubrir su supuesta infalibilidad. Cínicamente lo convirtieron en un icono absurdo. Pero ésta es una imagen totalmente falsa que no se corresponde con los hechos.
En realidad, Lenin se hizo a sí mismo. Ampliaba continuamente sus horizontes, aprendía de los demás y se elevaba cada día a un plano superior. Conquistó las ideas del marxismo por sí mismo y enriqueció su comprensión a cada paso. Esto dio a Lenin una formación como ninguna otra que le dio confianza y seguridad.
Toda la obra de su vida estuvo dedicada a la lucha por el marxismo y a la construcción del partido revolucionario. Sus últimos años fueron una lucha contra el endurecimiento de sus arterias y contra el dominio de la burocracia soviética, que amenazaba con la degeneración de la revolución y con ella el peligro de la restauración capitalista.
Esta lucha estaba directamente ligada a la defensa de los principios fundamentales del marxismo, por los que Lenin había luchado toda su vida. Fue la actitud despectiva y chovinista de la camarilla de Stalin ante la cuestión nacional, en particular en relación con Georgia, lo que alertó a Lenin del grave riesgo de degeneración política en la cúpula del propio Partido Bolchevique.
El centenario de la muerte de Lenin nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre su extraordinaria vida y su contribución y aprender las lecciones. Debería permitirnos descubrir al verdadero Lenin y sus ideas, no por un motivo académico, sino para prepararnos para los poderosos acontecimientos que se avecinan.
Hoy seguimos enfrentados a la alternativa de ‘socialismo o barbarie’. Dada la bancarrota de las viejas organizaciones, la crisis a la que se enfrenta la humanidad puede reducirse a la crisis de la dirección revolucionaria a escala internacional. Nuestra Internacional, basándose en las ideas de Lenin y de los demás grandes maestros marxistas, está reuniendo las fuerzas internacionalmente con el propósito expreso de resolver esta crisis.
Estudiar a Lenin hoy, en medio de esta crisis mundial, ofrece la experiencia concreta más valiosa para resolver los problemas que enfrenta la clase obrera en la época de la guerra y la revolución.
Para nosotros, las ideas de Lenin son lo más parecido a un manual para la revolución mundial. Pero para muchos, incluso en la supuesta «izquierda», siguen siendo un libro cerrado. Debemos dejar que los escépticos y cínicos, que tachan a Lenin de «anticuado», se cuezan en su propia salsa.
El comunismo está inextricablemente ligado al nombre de Lenin y a la Revolución Rusa, pero los Partidos Comunistas de hoy son «comunistas» sólo de nombre. Bajo el estalinismo sufrieron una completa degeneración. Hace tiempo que abandonaron las ideas de Lenin y del bolchevismo y, en su lugar, adoptaron perspectivas reformistas.
Los antiguos estalinistas se unen ahora a la campaña de los historiadores burgueses para ensuciar el nombre del bolchevismo. Sí, pueden denunciar a Lenin, pueden derribar estatuas, pueden saquear los bienes del Estado, pero hay una cosa que no pueden hacer: nunca podrán matar una idea cuyo momento ha llegado. Esto es lo que les atormenta y les provoca pesadillas.
Con el creciente interés por Lenin y el comunismo, vale la pena repetir las palabras del propio Lenin del 6 de marzo de 1919:
«Tienen miedo de que una decena o una docena de bolcheviques contaminen el mundo entero. Sabemos que este miedo es ridículo, porque ellos ya han contaminado todo el mundo…»
Con este pensamiento en mente, nos dedicamos de nuevo al objetivo de recrear la Internacional Comunista a un nivel aún más alto. Eso significa una defensa de las ideas de Lenin y construir las fuerzas del comunismo. Esta es nuestra tarea urgente cien años después de la muerte de Lenin..
Las verdaderas ideas de Lenin y Trotsky
El 21 de agosto de 1940, Trotsky murió a causa de las heridas infligidas por un agente estalinista. A pesar de las mentiras de los epígonos de Stalin, no hay nada en las ideas de Trotsky que no pueda encontrarse también en Lenin. Los dos hombres llegaron a las mismas conclusiones políticas y condujeron la Revolución Rusa a la victoria en 1917, a la cabeza del Partido Bolchevique. Ambos comprendieron la necesidad de la revolución mundial; y tras la muerte de Lenin, Trotsky continuó defendiendo sus verdaderas ideas y su legado contra la contrarrevolución burocrática de Stalin. Por esta razón fue condenado a muerte.
Continuar leyendo «Las verdaderas ideas de Lenin y Trotsky»Elecciones, protestas y crisis política: una posición de clase ante lo que acontece en Venezuela
Momentos de elevada tensión política y social se viven actualmente en Venezuela. El 28 de julio se realizaron las elecciones presidenciales, con una alta presencia de votantes en los 15.797 centros de votación dispuestos en todo el país. Pero lo que se pretendía vender al mundo como una jornada cívica y participativa, terminó manchada de irregularidades, arbitrariedades y abuso gubernamental.
Continuar leyendo «Elecciones, protestas y crisis política: una posición de clase ante lo que acontece en Venezuela»América Socialista – en defensa del marxismo número 36
Bienvenidos a una nueva edición de América Socialista – en defensa del marxismo, revista política de la Internacional Comunista Revolucionaria en español, con distribución en todo el continente americano y también en una edición hermana en el Estado Español.
Continuar leyendo «América Socialista – en defensa del marxismo número 36»Lenin y el imperialismo en las Américas
[Publicamos aquí una transcripción de la introducción que dio John Peterson, de los Comunistas Revolucionarios de América (RCA) en la 5a Escuela Panamericana de Cuadros de la Corriente Marxista Internacional (ahora Internacional Comunista Revolucionaria, en diciembre de 2023 en México]
Continuar leyendo «Lenin y el imperialismo en las Américas»¿Es necesario el arte?
Editorial de Alan Woods para la revista América Socialista – En defensa de marxismo número 36. Este número aborda la importantísima cuestión de la relación de la cultura, y del arte en particular, con la lucha por la revolución socialista y la libertad humana. La revista estará disponible en agosto 2024.
Continuar leyendo «¿Es necesario el arte?»La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo de Lenin: una nueva introducción
Estamos muy orgullosos de anunciar la publicación de la obra maestra de Lenin La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, por Wellred Books – la editorial de la Internacional Comunista Revolucionaria. Este valioso texto aborda las cuestiones centrales de la construcción de un partido revolucionario con la claridad y profundidad características de Lenin. Esta edición contiene una nueva introducción, escrita por Francesco Merli, que publicamos a continuación.
Continuar leyendo «La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo de Lenin: una nueva introducción»AmSoc 36 Referencias
Editorial – Alan Woods
- E. Fischer La necesidad del Arte, Península 2001, pág. 31
- Plejanov, Enrique Ibsen, en Obras escogidas, Buenos Aires: Editorial Quetzal, 1964. Tomo 2, pág. 428
- Citado en E Knowles (ed.) The Oxford dictionary of Quotations, Oxford University Press, 1999, pág. 349
Una musa de fuego: arte, sociedad y revolución
- K Marx, «Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, borrador 1857-58», , Siglo XXI Editores, 1971, pág. 31.
- Sátira de los oficios, en Textos para la historia antigua de Egipto, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 221-224.
- W R Manchester, A World Lit Only by Fire, Little, Brown and Co., 1993, pg 26
Citado en ibid. pg 3 - J Milton, El Paraiso Perdido, Montaner y Simón, 1873, pg 17
- G. Plejánov, Literatura dramática y pintura francesa, en Obras escogidas, Buenos Aires: Editorial Quetzal, 1964. Tomo 2, pág. 373.
- W Wordsworth, William Wordsworth: Poems, Faber and Faber, 2001, pg 121
- L v Beethoven, ‘An den Musikverleger N Simrock in Bonn’, Beethovens sämtliche Briefe, Schuster und Loeffler, 1906, pg 17-18, nuestra traducción.
- N H Dole (ed.), The Latin Poets: an Anthology, Thomas Y Crowell and Co., 1905, pg xi
- W Shakespeare, Como gusteis, en Dramas de Guillermo Shakespeare, Arte y Letras, 1883, pág 133
- F Engels, Anti-Dühring, Wellred Books, 2017, pg 336
El prometeo
- Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE
- Ibid.
- O Taplin, The Stagecraft of Aeschylus, Oxford University Press, 1977, pg 467
- Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE, pág. 30
- Ibid, pág. 33
- Ibid, pág. 34
- I A Ruffell, Aeschylus: Prometheus Bound, Bristol Classics Press, 2012, pág 57
- Hesiodo, Los trabajos y los días, 1964, pág. 3
- Ibid.
- Ibid.
- Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE, pág. 15
- Ibid. pág. 16
- Ibid. pág. 5
- Citado en P Curd (ed.), A Presocratics Reader, Hackett, 2011, pág. 34
- Aristotle, On the Parts of Animals, Kegan Paul, Trench and Co., 1882, pg 117
- Esquilo, Prometeo encadenado, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa ILCE, pág. 29
- Quoted in J Burnet, Early Greek Philosophy, Adam and Charles Black, 1908, pg 150
- P B Shelley, Alastor, Prometheus Unbound, Adonais and Other Poems, Collins, 1970, pg 63-64
- C. Marx El Capital, Tomo I, Librodot, pág. 417
Un renovado interés en la poesía
- J Vergely, “La poésie est bien vivante, vive la poésie!”, Télérama, 16 June 2023, traducción propia
- G W F Hegel, The Philosophy of Fine Art, G. Bell and Sons, 1920, pg 101
- ibid. pg 59
- P Eluard, “La Lumière éteinte”, La Rose Publique, Gallimard, 1934, pg 37, Traducción propia
- G W F Hegel, The Philosophy of Fine Art, G. Bell and Sons, 1920, pg 59
- P Verlaine, “Art poétique”, Jadis et naguère, L. Vanier, 1891, pg 19
- Ibid – Traducción propia
- W F Hegel, The Philosophy of Fine Art, G. Bell and Sons, 1920, pg 52
- Citado en D Cosnard, “La poésie, enquête sur un art en pleine mue”, Le Monde, 7 June 2023, traducción propia
- J Vergely, “La poésie est bien vivante, vive la poésie!”, Télérama, 16 June 2023, traducción propia
- L. Trotski, Literatura y revolución, CES Carlos Marx, 2021, pág. 150
Trotsky: cultura y socialismo
3 de febrero de 1926, Krasnaya Nov, Edicions Internacionals Sedov
Conferencia fundacional de la ICR: ¡Todas las sesiones disponibles!
La semana pasada 500 comunistas de todas partes del mundo, se reunieron en Italia, junto a miles más en línea, para fundar una nueva Internacional Comunista Revolucionaria.
La conferencia fue acompañada por una semana de discusiones que cubren todos los fundamentos del marxismo, filosofía, historia, la construcción de un partido revolucionario y muchos más. Una semana para afilar nuestra arma más poderosa: la teoría marxista.
Continuar leyendo «Conferencia fundacional de la ICR: ¡Todas las sesiones disponibles! «¡La Internacional Comunista Revolucionaria ha llegado!
Tras una semana fantástica de ideas revolucionarias e informes inspiradores de todo el mundo; tras muchos meses de preparación por parte de miles de camaradas en docenas de países; la conferencia fundacional de la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR) concluyó con el voto unánime de lanzar esta nueva Internacional.
Continuar leyendo «¡La Internacional Comunista Revolucionaria ha llegado! «La crisis del movimiento comunista: hay que volver a Lenin
Publicamos aquí una contribución de Alan Woods al debate pre-congresual del Partido Comunista Brasileño – Refundación Revolucionaria. El PCB-RR reúne a los camaradas que fueron expulsados burocráticamente del PCB en julio-agosto de 2023, después de que plantearan toda una serie de diferencias políticas, incluyendo en relación a la cuestión del carácter de la guerra en Ucrania. Queremos agradecer al Comité Político Provisional Nacional del PCB-RR la oportunidad de este intercambio de ideas entre comunistas y les deseamos éxito en su congreso que tendrá lugar a finales de mes. El artículo fue publicado como parte de la Tribuna de Debates del congreso PCB-RR con la siguiente introducción:
Continuar leyendo «La crisis del movimiento comunista: hay que volver a Lenin»América Socialista – en defensa del marxismo número 35
Bienvenidos a una nueva edición de América Socialista – en defensa del marxismo, revista política de la Corriente Marxista Internacional en español, con distribución en todo el continente americano y también en una edición hermana en el Estado Español.
El número 35 de la revista es sobre la lucha contra el imperialismo y la lucha de clases en el continente africano, la revista contiene un Editorial de Alan Woods.
Continuar leyendo «América Socialista – en defensa del marxismo número 35»[PDF] América Socialista – en defensa del marxismo núm. 33
El número 33 de la revista está disponible para descargar como PDF o leer en línea.
La catástrofe alemana de 1923
En el verano de 1923, Alemania se encontró en medio de una intensa efervescencia revolucionaria. Pero esta oportunidad histórica para que la clase obrera tomara el poder se desaprovechó, con consecuencias devastadoras, no sólo para Alemania, sino para el curso de la revolución socialista mundial. En este artículo, que conmemora el centenario del dramático fracaso de la Revolución alemana en octubre de 1923, Tatjana Pinetzki explica cómo se llegó a esta situación, los errores de los dirigentes y el impacto de estos acontecimientos en la historia mundial.
«Ninguna otra nación ha experimentado nada comparable a los acontecimientos de 1923 en Alemania. Todas las naciones pasaron por la Gran Guerra, y la mayoría de ellas experimentaron también revoluciones, crisis sociales, huelgas, redistribución de la riqueza y devaluación de la moneda. Ninguna, salvo Alemania, ha vivido el extremo fantástico y grotesco de todo ello junto; ninguna ha experimentado la gigantesca y carnavalesca danza de la muerte, la interminable y sangrienta Saturnalia, en la que no sólo el dinero sino todos los estándares perdieron su valor.»
La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia dio un poderoso impulso a la revolución socialista mundial. Lenin y los bolcheviques comprendieron claramente que la supervivencia de la joven república soviética dependía de la ayuda del proletariado internacional y de nuevas revoluciones victoriosas en Europa. Por encima de todo, dirigieron su mirada a la clase obrera alemana, que en el periodo revolucionario entre 1918 y 1923 tuvo varias oportunidades para romper el dominio de la clase capitalista y de los Junkers prusianos.
La Revolución de noviembre de 1918 no sólo sacó a Alemania de la Primera Guerra Mundial, sino que acabó con el propio Imperio alemán, derrocando al último emperador Hohenzollern, Guillermo II. Pero gracias a la dirección reformista del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y a los sindicatos vinculados a él, el capitalismo se salvó. En lugar de ser sustituido por una república socialista, el Imperio alemán se convirtió en la República burguesa de Weimar.
Otros levantamientos revolucionarios también fracasaron, no sólo por el traicionero papel de los reformistas, sino también porque el inmaduro Partido Comunista de Alemania (KPD) había sido despojado de sus principales figuras -sobre todo Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht- por la contrarrevolución.
El punto de inflexión decisivo llegó finalmente en 1923. Fue un año marcado por profundas convulsiones políticas y un colapso económico extremo. Al KPD, convertido ya en un partido de masas, se le presentó por fin la oportunidad de cumplir su papel histórico y conducir a la clase obrera al poder.
Una paz para acabar con todas las paces
El Tratado de Versalles puso fin formalmente al estado de guerra entre Alemania y las potencias aliadas el 28 de junio de 1919. Este humillante acuerdo tuvo consecuencias devastadoras para Alemania, a la que se consideró como única culpable de la guerra.
La Alemania derrotada debía asumir toda la responsabilidad: tendría que desarmarse, hacer considerables concesiones territoriales y pagar reparaciones a las potencias vencedoras.
Francia era la más agresiva de las potencias aliadas. El Primer Ministro Georges Clémenceau, en particular, estaba ansioso por debilitar a Alemania política y económicamente. La burguesía francesa se apoderó de la región industrial de Alsacia-Lorena, de importancia estratégica, y puso sus ojos en Renania. Esperaban reforzar su posición en Europa gracias a las ventajas económicas adquiridas.
Lejos de liberar a las naciones antes sometidas al yugo del imperialismo alemán, las potencias vencedoras se repartieron entre sí las colonias alemanas, así como las regiones fronterizas del imperio derrocado.
La suma total de las reparaciones exigidas ascendía a la insoportable cifra de 226.000 millones de marcos oro. Las reparaciones resultaron imposibles de pagar, incluso después de haber sido reducidas a 132.000 millones de marcos en 1921. Las reparaciones se pagaban no sólo en dinero, sino también en carbón, acero, madera y productos agrícolas. Se enviaron a Francia locomotoras, camiones e incluso vacas.
Ocupación del Ruhr
En 1922, Alemania tenía cada vez más dificultades para hacer frente al pago de las reparaciones. El 26 de diciembre, la Comisión Aliada de Reparaciones concluyó por unanimidad que Alemania no había cumplido sus obligaciones.
El 9 de enero de 1923, la Comisión declaró que Alemania retenía deliberadamente los suministros. Francia, bajo el mando del Primer Ministro Poincaré, y Bélgica marcharon con 60.000 soldados a la cuenca del Ruhr, centro de la producción alemana de carbón y acero.
Al día siguiente, el canciller del Reich, Wilhelm Cuno , anunció que se opondría a la ocupación. Fue una medida inusualmente audaz, que su gobierno acabaría lamentando.
El Reichstag acordó un plan de «resistencia pasiva» que prohibía toda colaboración con las autoridades de ocupación y el pago de indemnizaciones. En todas partes se produjeron manifestaciones masivas contra las tropas francesas. En algunos casos, los industriales y los sindicatos hicieron un llamamiento conjunto a la protesta.
El llamamiento del gobierno de Cuno a la resistencia galvanizó involuntariamente la lucha de clases. La clase obrera respondió con entusiasmo al llamamiento a la resistencia y las luchas se radicalizaron rápidamente. La unidad nacional entre obreros y capitalistas se desmoronó rápidamente al hacerse más evidentes las contradicciones de clase.
Los capitalistas, por el contrario, cooperaron secretamente con los franceses en las entregas de carbón, desafiando el plan del Reichstag. Cuando se les ofreció el pago en metálico, los burgueses no dudaron en romper su «resistencia pasiva». Obtuvieron enormes beneficios, mientras pedían a los trabajadores que hicieran grandes sacrificios en nombre de la resistencia a las potencias aliadas.
Esto se convirtió en una excusa para hacer recaer el peso de la crisis económica general sobre los hombros de la clase trabajadora, especialmente a través de la inflación. Industriales como Hugo Stinnes llegaron a exigir la abolición de la jornada de ocho horas y tacharon de «antipatrióticas» las reivindicaciones de salarios más altos .
Los especuladores de la inflación
La inflación que experimentó Alemania no se debió simplemente a las reparaciones. El Imperio Alemán había financiado su esfuerzo bélico emitiendo bonos nacionales, es decir, deuda pública. Pero éstos eran insuficientes para cubrir los costes de la guerra. Por ello, el gobierno imprimió moneda y aplicó una política crediticia flexible.
La cantidad de dinero en circulación pasó de 2.900 millones de marcos al estallar la guerra en agosto de 1914 a 18.600 millones en diciembre de 1918. Al final de la guerra, la deuda total del país ascendía a 156.000 millones de marcos. El valor exterior del marco había caído casi a la mitad en relación con el periodo anterior a la guerra. Las reparaciones se sumaron a todo esto. Para pagarlas, el gobierno recurrió una vez más a la imprenta, multiplicando por seis la cantidad de papel moneda en circulación.
La resistencia pasiva también alimentó la inflación. La producción disminuyó mientras proliferaba el papel moneda en circulación, y el gobierno empeoró la situación subvencionando la pérdida de beneficios de los industriales del Ruhr, utilizando dinero que no tenía. Además, el Estado se hizo cargo de los salarios de los obreros de las fábricas paradas por la resistencia pasiva.
Mientras las empresas más pequeñas quebraban, las industrias que producían para el mercado de exportación florecían, ya que podían vender a precios más baratos que sus competidores extranjeros con el marco devaluado, recibiendo beneficios en dólares o en oro. Hugo Stinnes pudo así adquirir a crédito todo un imperio industrial… que pagó con papel moneda sin valor. Esto le valió el título de «rey de la inflación».
Entre los que se beneficiaron espléndidamente de la inflación se encontraban los terratenientes del Elba oriental, que pagaron fácilmente sus deudas, ahora sin valor. Muchos campesinos también se beneficiaron de la inflación. Como el dinero ya no valía nada, los campesinos se aferraron a sus productos, mientras que las clases medias arruinadas se vieron obligadas a intercambiar todo lo que les quedaba -herencias, joyas, abrigos de piel, etc.- por alimentos.
Los perdedores de la inflación
La inflación se convirtió en hiperinflación. En pocos meses, la clase obrera se vio sumida en la pobreza más absoluta. Mientras tanto, la pequeña burguesía urbana también se veía abocada a la ruina a medida que la inflación devoraba sus ahorros e ingresos. Los pensionistas y los beneficiarios de la asistencia social (parados, veteranos y discapacitados de la guerra) se enfrentan a la miseria más absoluta.
Poco después de recibir el dinero, la suma quedaba sin valor. A principios de agosto de 1923, el literato Victor Klemperer escribió en su diario lo que observó en un café:
«El tablón de precios mostraba 6.000 M. Eso desapareció mientras se lo bebía. Cuando fue a pagar, el camarero le pidió 12.000. Ella dijo que antes ponía 6.000. ‘Ah, ¿ya estaba aquí con el precio anterior? Entonces pague 6.000′. «
En 1919, el precio del pan era de 36 pfennigs. En septiembre de 1923, en plena hiperinflación, la misma hogaza costaba 20.100 millones de marcos. El consumo de trigo cayó un 66%. Muchas familias apenas podían permitirse la carne. El café se convirtió en un bien de lujo.
La pobreza se hizo aún más amarga. En su visita a Alemania la comunista rusa, Larissa Reissner, escribió:
«Berlín se muere de hambre. En la calle, todos los días se recoge en los tranvías y en las colas a personas que se han desmayado de agotamiento. Conductores hambrientos conducen los tranvías, maquinistas hambrientos empujan sus trenes por los infernales pasillos del metro, hombres hambrientos se van a trabajar o vagan sin trabajo durante días y noches por los parques y las zonas periféricas de la ciudad. «
Condiciones previas de la revolución
Los sindicatos entraron en crisis porque las cuotas de los afiliados perdieron todo su valor. El SPD apoyó al gobierno derechista de Cuno. El KPD, por el contrario, defendía una posición independiente. Llamó a los trabajadores a oponerse tanto a la ocupación del Ruhr como a los ataques de la clase dominante. Su lema era: «Vencer a Poincaré en el Ruhr y a Cuno en el Spree». El 23 de enero, la dirección del KPD publicó un llamamiento en Die Rote Fahne (‘La bandera roja’):
«En esta situación, el proletariado debe saber que tiene que luchar en dos bandos. El proletariado alemán, por supuesto, no puede someterse a los invasores capitalistas. Los capitalistas franceses no son ni un ápice mejores que los alemanes y las bayonetas de las tropas de ocupación francesas no son menos afiladas que las del Reichswehr…
«Sólo si marcháis por todas partes a lo largo y ancho del imperio como una fuerza independiente, como una clase que lucha por sus propios intereses, podréis hacer frente al peligro que reside en el fortalecimiento de la burguesía alemana por el frenesí nacionalista. Sólo si os levantáis separados de la burguesía alemana, deponiendo su comercio, los obreros de los países extranjeros, en primer lugar los obreros franceses, vendrán en vuestra ayuda. «
Se daban las condiciones objetivas para una revolución socialista. Lo que había sido una oleada huelguística de «resistencia pasiva» convocada por Cuno en el Ruhr, se estaba convirtiendo a partir de mayo en una oleada huelguística contra el propio gobierno de Cuno. En los meses de verano, el gobierno de Cuno estaba al borde del colapso. No había avanzado en la cuestión de las reparaciones ni en la estabilización de la moneda. El marco estaba en caída libre.
La clase dominante estaba dividida: un amplio sector deseaba abandonar por completo la resistencia pasiva, mientras que un pequeño sector estaba dispuesto a arriesgarlo todo en una nueva guerra con Francia. Un ala de la clase dominante quería abandonar a Wilhelm Cuno en favor del «anexionista» y representante del capital industrial, Gustav Stresemann, del Partido Popular Alemán (DVP), nacional liberal. Otra ala aspiraba a la dictadura militar.
La clase obrera buscaba una salida a su situación. En el transcurso del primer semestre, cada vez más trabajadores se dirigieron al KPD. En septiembre de 1923, el KPD contaba con unos 295.000 miembros. Jakob Walcher estimó en la reunión ampliada del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC) en junio que 2,4 millones de trabajadores de los sindicatos estaban bajo la influencia de los comunistas. Fritz Heckert informó de que alrededor del 30-35 por ciento de los trabajadores organizados estaban bajo la dirección del KPD.
La pequeña burguesía, sobre todo la clase media urbana, se enfureció y dirigió su mirada hacia los partidos obreros. A este respecto, el historiador Wolfgang Ruge escribió:
» Amplios sectores de las clases medias se unieron más estrechamente al proletariado, participaron en acciones contra la usura y la inflación, en huelgas de inquilinos y en marchas del hambre, empezaron a darse cuenta de que la miseria, la inseguridad y el peligro de guerra sólo podían desterrarse superando el dominio burgués. «
¿A la ofensiva?
La situación requería una cosa por encima de todo: una dirección revolucionaria que dirigiera todas sus energías hacia los preparativos de un levantamiento y la toma del poder.
Pero después de que el partido se lanzara a una aventura ultraizquierdista en 1921, la llamada Acción de Marzo, había sufrido inevitablemente una derrota y había sido severamente castigado. Tras el fracaso de la Acción de Marzo, el KPD había seguido correctamente la táctica del Frente Único, adoptada en el III Congreso de la Internacional Comunista de ese mismo año. Ésta consistía en que los partidos comunistas apelaran a las organizaciones reformistas, incluido el SPD, para desenmascarar a sus dirigentes y atraer pacientemente a la clase obrera a su lado.
El ala ultraizquierdista del KPD, en torno a Ruth Fischer, Arkadi Maslow y Ernst Thälmann, denunció incesantemente el «curso oportunista» de la dirección del partido y acusó a Brandler de complacer al SPD. Pero sobre la base de esta táctica, el KPD consiguió recuperarse de la derrota de 1921 y ganar a sus filas a una capa más amplia de trabajadores.
Sin embargo, en 1923 la situación había cambiado; el KPD necesitaba ahora pasar a la ofensiva. Pero la dirección del partido, en torno a Heinrich Brandler y August Thalheimer, se había vuelto demasiado cautelosa, tras haberse quemado los dedos en 1921. En mayo de 1923, el centro del partido se equivocó por completo:
«No estamos en condiciones de instaurar la dictadura del proletariado porque aún no existen las condiciones previas necesarias, la voluntad revolucionaria entre la mayoría de la clase obrera.»
En realidad, la situación no podía ser más favorable. Arthur Rosenberg -historiador y miembro del KPD hasta 1927- recordaba: «Nunca ha habido un periodo en la reciente historia alemana que hubiera sido tan favorable para una revolución socialista como el verano de 1923».
Los izquierdistas del KPD exigieron con indignación que se planteara la cuestión del poder. Exigieron un programa de acción inmediato que incluía la ocupación de fábricas, la introducción del control obrero sobre la producción y milicias obreras en todo el Ruhr. Estas medidas debían abrir la lucha directa por el poder.
Karl Retzlaff, miembro del KPD, escribió sobre aquellos meses de verano:
«Entretanto, las disputas internas en torno a la política y la táctica del KPD se volvieron tan violentas y rencorosas que se llevaron una vez más a la Internacional Comunista. El líder del partido, Brandler, y los miembros más importantes del Comité Central viajaron a Moscú a mediados del verano de 1923 y volvieron a ausentarse durante varias semanas. Estas mismas semanas fueron decisivas para el esperado levantamiento popular».
En realidad, el KPD -junto con el CEIC- debería haber iniciado ya los preparativos para un levantamiento armado en Alemania. Pero la dirección de la Internacional Comunista, al igual que los propios dirigentes del KPD, vaciló. Grigori Zinóviev, entonces presidente del CEIC, afirmó:
» Esto no significa que la revolución vaya a llegar en un mes o en un año. Quizás se necesite mucho más tiempo. Pero en el sentido histórico Alemania está en vísperas de la revolución proletaria. «
Los preparativos para la insurrección se pospusieron así indefinidamente hacia el futuro. Desgraciadamente, ni Lenin, que estaba incapacitado, ni León Trotsky estuvieron presentes en el CEIC para dirigir la discusión hacia la ofensiva. Muchas de las discusiones giraron en torno a la amenaza del fascismo, en lugar de que los comunistas desarrollaran planes concretos para un levantamiento y una ofensiva propios.
Jornada Antifascista
A principios de 1923, se había establecido un gobierno reaccionario en Baviera bajo el monárquico Gustav Ritter von Kahr. En verano, cada vez corrían más rumores de que los Freikorps fascistas y el Reichswehr negro preparaban una guerra civil contra los gobiernos socialdemócratas minoritarios de Sajonia y Turingia. En estos estados, el SPD se inclinaba hacia la izquierda e incluso toleraba a los Centurias Proletarios (milicias obreras), que existían desde 1920 y habían sido creadas por el KPD.
La sede central del KPD publicó una decisión en Die Rote Fahne: declaraba el 29 de julio «Jornada Antifascista» del proletariado y convocaba manifestaciones en toda Alemania. El autoproclamado «sabueso» del Estado de Weimar, Gustav Noske (SPD), prohibió todas las manifestaciones en la provincia prusiana de Hannover, de la que era presidente. Otros estados siguieron su ejemplo, con la excepción de Sajonia, Turingia y Baden.
Según Pierre Broué, todas las diferencias en la cúpula del partido «reaparecieron inmediatamente en el seno de la Zentrale. ¿Debían aceptar la prohibición? ¿Debían proceder, pero en ese caso, cómo evitar correr riesgos excesivos, e incluso arriesgarse a una batalla prematura?».
Brandler abogó por un compromiso: las manifestaciones debían celebrarse allí donde estuvieran permitidas, así como en Prusia y el Ruhr, donde el Reichswehr no podía impedirlas. Fischer insistió en que las manifestaciones también debían tener lugar en Berlín, para que el KPD pudiera salvar las apariencias. Brandler no estaba dispuesto a tomar la decisión solo y recurrió al asesoramiento del CEIC.
Cuando el telegrama de Brandler llegó a Moscú, sólo Karl Radek estaba allí para recibirlo, y seguía sin estar convencido de que hubiera una situación revolucionaria. Opinaba que el KPD no debía recoger el guante, para no arriesgarse a una derrota. Pidió la opinión de otros camaradas del CEIC. Trotsky se estaba recuperando de una enfermedad y no tenía suficiente información, por lo que no podía dar ningún consejo. Zinoviev y Nikolai Bujarin estaban a favor de desafiar la prohibición. Stalin era de otra opinión:
«Si el Gobierno de Alemania se derrumbara ahora, por decirlo de alguna manera, y los comunistas se apoderaran de él, acabarían estrellándose. Eso, en el ‘mejor’ de los casos.»
Para evitar lo que él creía que sería una «batalla general» en la que la «burguesía más los socialdemócratas de derechas» «aplastarían a los comunistas», Stalin opinaba que el CEIC debía «contener a los alemanes y no impulsarlos».
Radek transmitió la opinión de Stalin al KPD. La oficina central respaldó su posición. En la mayoría de los lugares, las manifestaciones callejeras previstas para la Jornada Antifascista fueron sustituidas por asambleas, excepto en Sajonia, Turingia y Wurtemberg. Pero la asistencia a las mismas fue muy alta.
«Había 200.000 en Berlín en 17 reuniones, entre 50.000 y 60.000 en Chemnitz, 30.000 en Leipzig, 25.000 en Gotha, 20.000 en Dresde, y un total de 100.000 en la región de Württemberg».
La dirección del KPD y el CEIC iban muy a la zaga de la evolución de la situación. Incluso los periódicos burgueses olfateaban el peligro de una revolución. Un editorial anónimo de Germania (periódico del Partido del Centro Católico) escribió el 27 de julio de 1923: «El aire está cargado de electricidad y bastaría una chispa para desencadenar una explosión». Todos los indicios apuntaban a una inminente crisis del Estado, comparable a la Revolución de Octubre rusa.
Antes, el portavoz conservador Neue Preußische Zeitung también había declarado que todo apuntaba al estallido inminente de una nueva revolución. El 28 de julio, el presidente del grupo parlamentario del SPD en el Reichstag, Hermann Müller, expresó su preocupación en el órgano socialdemócrata Vorwärts por la «radicalización salvaje» de las masas. Si fuera necesaria la formación de un nuevo gobierno, el SPD estaría dispuesto a participar constructivamente.
Huelga general contra Cuno
A finales de julio y principios de agosto, el colapso social debido a la inflación era tan terrible que el gobierno de Cuno se había vuelto inaceptable para la clase obrera. El 1 de agosto, una familia de cinco miembros ya tenía que gastar 10 millones de marcos para sobrevivir.
Una oleada de huelgas sacudió a la burguesía, sobre todo en Berlín, Hamburgo, Silesia, el Ruhr y la zona industrial del centro de Alemania. Las huelgas se politizaron y radicalizaron aún más a los comités de empresa consagrados por la Constitución de Weimar.
Estos órganos se habían introducido como una alternativa más pacífica y reformista a los Consejos de Obreros y Soldados (soviets alemanes) que se habían establecido en 1918. Su principal tarea no era socializar la industria, sino regular el lugar de trabajo y hacerlo más eficaz, en colaboración con los representantes de la patronal. Pero en el contexto de la profunda crisis de 1923, una parte del movimiento de los comités de empresa empezó a orientarse hacia la revolución.
El 7 de agosto, un pleno de los comités de empresa berlineses pide la dimisión del gobierno de Cuno e hizo un llamado a los trabajadores de las grandes fábricas a que presentaran esta exigencia a través de delegaciones en el Reichstag.
Al día siguiente, los impresores berlineses decidieron convocar una huelga general para el 10 de agosto, por el derrocamiento del gobierno de Cuno. Sólo los periódicos y las editoriales de los partidos obreros no se vieron afectados por la huelga. Los trabajadores de la Reichsdruckerei, donde se imprimía dinero las veinticuatro horas del día desde hacía meses, también se sumaron a la huelga. Les siguieron los trabajadores del transporte y la electricidad.
La socialista Evelyn Anderson escribe sobre la huelga general contra Cuno:
«Junto a la huelga contra la rebelión de Kapp, la huelga de Cuno fue, con mucho, la mayor y más exitosa acción de masas jamás emprendida por la clase obrera alemana. Sin embargo, había diferencias importantes entre las dos huelgas. En marzo de 1920, los trabajadores alemanes respondieron al llamamiento conjunto de sus sindicatos y partidos. En agosto de 1923, ni los sindicatos ni ninguno de los partidos de la clase obrera había hecho tal llamamiento. La huelga de Cuno fue totalmente espontánea, y como tal fue una acción única en la historia del movimiento obrero alemán.»
Desesperados y anhelantes de una solución revolucionaria, cientos de miles de trabajadores abandonaron el SPD y se afiliaron al KPD. El 12 de agosto, después de que el KPD presentara una moción de censura contra Cuno en el Reichstag, el gabinete de Cuno dimitió. La dirección del KPD ya no podía ignorar la gravedad de la situación. La mayoría de los trabajadores les apoyaba. Había llegado la hora de golpear, pero desperdició la oportunidad.
El presidente Ebert aprovechó la indecisión del KPD. Le ofreció la cancillería a Gustav Stresemann. Este reaccionario había desempeñado un turbio papel en el Put
sch de Kapp de 1920. Aunque su partido, el DVP, no participó directamente en el golpe, declaró inmediatamente su apoyo al gobierno de Kapp.
Ahora el SPD entró en un gobierno burgués con estos contrarrevolucionarios para frustrar el movimiento obrero.
Diferencias en Moscú
Al parecer, la huelga general contra Cuno también había despertado a Zinóviev y al resto del CEIC. Los líderes del KPD fueron convocados a Moscú una vez más. Cuando llegaron, se sorprendieron al ver pancartas colgadas por todo Moscú que decían: «¡La juventud rusa aprende alemán! Se acerca el octubre alemán».
En la reunión del CEIC y de la Oficina Central, Radek informó de que la revolución alemana había entrado en una nueva fase. Trotsky no tenía ninguna duda de que se acercaba el momento de la lucha decisiva y directa por el poder en Alemania. Sólo quedaban unas pocas semanas para los preparativos. Todo debía subordinarse a esta tarea. Ya se había perdido bastante tiempo porque la dirección del KPD y el CEIC habían sido incapaces de evaluar correctamente la situación.
Zinoviev, sin embargo, opinaba que era más probable que pasaran meses antes de que se produjera una revolución. Stalin predijo la posibilidad de una revolución como muy pronto en la primavera de 1924, si es que se producía. No obstante, se acordó que era necesario comenzar ya los preparativos.
En el transcurso de estas reuniones preparatorias surgieron otras diferencias, por ejemplo, sobre la cuestión de cuándo convocar la formación de consejos obreros siguiendo el modelo de los soviets. Zinóviev argumentaba que el KPD debía llamar a la elección de dichos consejos antes del levantamiento, ya que formarían los elementos básicos del nuevo Estado obrero alemán.
Trotsky y Brandler argumentaron con éxito que esto no era necesario, ya que tales órganos de democracia obrera se formarían en el curso de la propia revolución. Más bien, el KPD podía lanzar una insurrección en nombre de cualquiera de las organizaciones obreras preexistentes, incluidos los comités de empresa, donde empezaba a crecer su influencia.
Trotsky y Brandler estaban de acuerdo en la cuestión de los soviets, pero no en fijar una fecha para el levantamiento. La izquierda del KPD, apoyada por Zinóviev y Trotsky, insistió en fijar una fecha. Trotsky propuso el 7 de noviembre, aniversario de la Revolución de Octubre de 1917. Brandler lo rechazó y fue apoyado por Radek.
Tanto Radek como Brandler no comprendieron el carácter revolucionario de la situación en Alemania. De hecho, Brandler expresó en privado sus dudas sobre si el KPD estaba suficientemente preparado política u organizativamente para la revolución y quería posponer los planes, preocupaciones que compartían Radek y Stalin.
A partir del 9 de marzo de 1923, Lenin ya estaba gravemente enfermo y había dejado de ser políticamente activo. Las intrigas en el Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética estaban llegando poco a poco a su punto álgido, y estaban dirigidas contra Trotsky en particular. La llamada «Troika», la facción secreta formada por Stalin, Zinóviev y Kámenev, que quería impedir que Trotski se convirtiera en el sucesor de Lenin, se opuso repetidamente a él. En este momento, la preocupación personal de la Troika por el prestigio desempeñó el papel más venenoso.
Cuando Brandler, que a pesar de sus diferencias y controversias con Trotsky había quedado muy impresionado por él, pidió que el organizador del Octubre ruso fuera enviado a Alemania, Zinóviev se negó en redondo. Nadie había olvidado lo que Trotsky había conseguido en 1917. La Troika no estaba dispuesta a arriesgarse a tener éxito en Alemania, si ese éxito aumentaba el prestigio de su rival.
Gobiernos ‘obreros’ en Sajonia y Turingia
A pesar de la traición de la Revolución de Noviembre de 1918 y de los acontecimientos posteriores, el SPD seguía gozando de influencia sobre un amplio sector de la clase obrera. Fue precisamente a raíz de esa revolución cuando muchos se afiliaron al SPD, entre ellos Erich Zeigner. Zeigner pertenecía a una nueva camada de socialistas que se habían pasado a la izquierda.
En marzo de 1923 se formó en Sajonia un gobierno minoritario de socialdemócratas de izquierda, con Zeigner como primer ministro. Zeigner rechazó las conversaciones de coalición con los partidos burgueses y buscó en cambio conversaciones con el KPD. El 18 de marzo, los partidos acordaron un programa común sobre cuya base los comunistas apoyarían al SPD en el poder. Los puntos principales eran: la formación de Centurias Proletarias para defenderse del fascismo, y el establecimiento de centros de control de precios y comités de control para combatir la usura.
La situación en Sajonia alimentaba ahora la táctica del KPD y de la Comintern. En lugar de la capital, Berlín, el levantamiento debía comenzar en Sajonia. El 1 de octubre llegó a la sede del KPD un telegrama de Zinóviev en nombre del CEIC en el que llamaba a entrar en los gobiernos estatales de Sajonia, así como en Turingia, donde el SPD también estaba en el gobierno.
La intención era que estos llamados «gobiernos obreros» -es decir, gobiernos de coalición formados por representantes de los partidos obreros, incluido el KPD- se convirtieran en un trampolín para la revolución que se avecinaba.
Brandler no se dejó impresionar por este plan y afirmó que el gobierno de Sajonia no estaba en condiciones de armar a los obreros. Sin embargo, sus objeciones fueron rechazadas por Zinóviev, que argumentó que cualquier fuerza militar utilizada contra estos gobiernos de izquierdas podría servir de trampolín para una contraofensiva revolucionaria. También dio instrucciones a la dirección del partido para que hiciera planes para una huelga general nacional. Ésta debía ser la base de un levantamiento.
El 10 de octubre, Brandler se convierte finalmente en Secretario de Estado de la Cancillería de Estado en el gabinete sajón de Zeigler. Los diputados del KPD Paul Böttcher y Fritz Heckert fueron nombrados ministros de Finanzas de Economía respectivamente. El 16 de octubre, otros tres diputados del KPD se incorporaron al gobierno del Estado de Turingia.
El gobierno del Reich bajo Stresemann, y la clase capitalista, pasaron a la ofensiva una vez más. El 20 de octubre, el Reichswehr dio un ultimátum al gobierno de Sajonia para que disolviera las Centurias Proletarias de su jurisdicción en el plazo de tres días. Zeigner estaba decidido a resistir las amenazas, y el parlamento del estado rechazó el ultimátum. Como resultado, las tropas entraron el 21 de octubre para restaurar la supremacía burguesa.
Se cancela el octubre alemán
Ese mismo día se celebró en Chemnitz, por iniciativa de Brandler, una conferencia de organizaciones obreras. Brandler quería utilizar esta conferencia para abogar por una huelga general nacional en defensa de los gobiernos SPD-KPD.
A la reunión asistieron 498 delegados , «de los cuales unos 140 procedían de comités de empresa, 102 de diversos sindicatos, 20 de la dirección de la ADGB [Confederación Sindical] de Sajonia, 79 de organismos de control, 26 de cooperativas de trabajadores, 15 de comités de acción, 16 de comités de desempleados, 66 de organizaciones del KPD, siete de organizaciones socialdemócratas y un independiente. «.
La conferencia comenzó con los informes de los tres ministros sajones: Georg Graupe (SPD), Böttcher y Heckert (ambos del KPD). Los tres hicieron hincapié en la escasez de alimentos, la gravedad de la inflación y el catastrófico desempleo. Muchos delegados comentaron la situación política en Sajonia y abogaron por organizar inmediatamente la lucha contra la dictadura militar. Algunos incluso pidieron a los gobiernos de Turingia y Sajonia que convocaran inmediatamente una huelga general contra los preparativos de la Reichswehr.
Brandler intervino a continuación y presentó la moción de huelga general. Sin embargo, subrayó que era necesaria la unanimidad. De este modo, se daba a cualquier delegado a la conferencia el derecho de veto sobre la huelga general. Esto era totalmente contrario a lo que se debería haber hecho al preparar una insurrección, ya que estaba claro desde el principio que los sindicatos y los delegados reformistas de izquierda del SPD irían inevitablemente por detrás de la situación real.
Como era de esperar, los ministros del SPD se pronuncian con vehemencia contra la propuesta de lanzar una huelga general. No querían desafiar al Reichswehr. Graupe llegó incluso a decir que si los comunistas aprobaban la moción propuesta por Brandler, él abandonaría la conferencia con sus compañeros de partido y dejaría a los comunistas solos con esta responsabilidad. Brandler aceptó entonces retirar su moción.
Tras esta debacle, Brandler no vio otra opción que abandonar los planes de huelga general. Estaba convencido de que no funcionaría sin los socialdemócratas. Sin embargo, en una reunión con Radek, añadió que la decisión de suspender la huelga general podía ser revocada si el CEIC no estaba de acuerdo. Radek, sin embargo, aceptó desconvocarla. Zinóviev y Stalin también apoyaron la decisión.
Rob Sewell, en su libro sobre la Alemania de 1918 a 1933, evalúa la actuación de los dirigentes de la siguiente manera:
«El partido había sido superado por la maniobra de los dirigentes reformistas y ahora estaba desorientado y sin planes alternativos. La decisión de la conferencia de Chemnitz no podía estar más calculada para producir la máxima confusión. Brandler y Thalheimer, en particular, habían metido la pata. Pero detrás de ellos estaban los consejos reticentes de los dirigentes de la Comintern, sobre todo de Stalin».
Sólo en Hamburgo no se suspendió el levantamiento. La noticia de la cancelación del levantamiento no llegó al KPD local. Las razones no están del todo claras. No está claro si se debió a una ruptura con la disciplina del partido o si fue el resultado de malentendidos o fallos de comunicación.
Se esperaba que el levantamiento de Hamburgo formara parte de un estallido revolucionario nacional, pero la insurrección quedó aislada. A pesar de una lucha heroica, los comunistas fueron aplastados y finalmente tuvieron que batirse en retirada. También hubo enfrentamientos en Sajonia, que fue inundada con 60.000 soldados del Reichswehr ya el 22 de octubre, con el fin de poner fin al gobierno estatal del SPD-KPD.
Ahora los soldados arrasaron Sajonia. Los enfrentamientos más graves tuvieron lugar en Freiberg am Erzgebirge, donde los soldados dispararon contra los manifestantes, causando 23 muertos y 21 heridos. Además, se produjeron detenciones arbitrarias y malos tratos a prisioneros.
Stresemann exigió la dimisión de Zeigler y amenazó con más represión. El 28 de octubre, Ziegler abandonó su colaboración con el KPD y dimitió dos días después. Fue una retirada poco gloriosa.
Tras el fracaso de octubre
En 1923 se daban todos los elementos para el éxito de la revolución, incluido un partido revolucionario de masas. Entonces, ¿cómo se produjo esta derrota? Una evaluación honesta de los acontecimientos debería haber ocupado un lugar prioritario en la agenda del CEIC. Pero en lugar de ello, los individuos que desempeñaron un papel decisivo en la debacle intentaron cubrir sus huellas.
El CEIC debería haber iniciado los preparativos para el levantamiento en junio a más tardar, pero había juzgado mal la situación desde el principio. Zinóviev, en particular, temía por su reputación. Él mismo había aprobado todas las decisiones, incluida la cancelación del Octubre alemán. Pero echó la culpa a la dirección del KPD.
Al principio, afirmó que había sido acertado suspender el levantamiento; más tarde, les acusó de no haber estado suficientemente preparados para ello. Sin duda era cierto, pero ¿eran Brandler, Thalheimer y los demás dirigentes del KPD los únicos culpables?
El giro de Zinóviev no se produjo por casualidad. El 8 de octubre, Trotsky escribió una carta al Comité Central Ruso denunciando el ascenso de la burocracia en el partido y en el Estado soviético. Este ataque abierto aterrorizó a la Troika. Le siguió, el 15 de octubre, una carta conjunta, firmada por 46 dirigentes comunistas de , que adoptaron una línea similar a la de Trotsky.
Hasta entonces, el conflicto con Trotsky se había llevado a cabo a puerta cerrada, pero ahora salía a la luz. Esto dio lugar a una polémica más aguda, que incluso se publicó en las páginas de Pravda.
Brandler y Thalheimer se defendieron de estas críticas afirmando que la derrota se debió al cambio de la situación objetiva, que la propia clase obrera no estaba preparada para la revolución y que en octubre cualquier intento de insurrección habría fracasado.
Es cierto que la situación revolucionaria ya existía desde el verano y había alcanzado su punto álgido con la caída del gobierno de Cuno. El auge revolucionario había empezado a decaer en octubre, pero esto no descartaba en absoluto un derrocamiento exitoso. Como explica Sewell
«En octubre había cierto grado de agotamiento. Pero una situación revolucionaria, si comparamos los acontecimientos rusos de febrero a octubre, no es una línea recta; se desarrolla erráticamente. Dentro de la curva revolucionaria hay rupturas repentinas».
Cabe señalar que una pasividad similar reinaba en el Comité Central del partido bolchevique ya en octubre de 1917, el mismo mes en que tomaron el poder. Escribiendo desde su escondite en Finlandia, Lenin bombardeó a los dirigentes con cartas, exigiendo indignado que el partido pasara de las palabras a la acción:
«No hay término medio. No es posible esperar. La revolución se hunde».
Sin esta presión constante de Lenin, y la intervención de Trotsky, la Revolución Bolchevique quizá nunca hubiera tenido lugar.
El principal obstáculo para el levantamiento alemán de octubre de 1923 fue la indecisión de la dirección. No habían preparado suficientemente el levantamiento, ni política ni organizativamente.
Incluso después de la decisión a favor de una insurrección en septiembre, apenas tomó medidas políticas. El enfoque de la agitación y la propaganda permaneció inalterado, y la dirección no preparó ni al KPD ni a la clase obrera planteando la cuestión del poder.
En octubre mismo, los comunistas habían entrado en los gobiernos de Sajonia y Turingia con la intención de utilizarlos como bases para una insurrección. Y, sin embargo, apenas se dieron los pasos prácticos necesarios para lanzar una insurrección de este tipo: organización de suministros de armamento y alimentos, formación de comités de fábrica, etc.
De este modo, se dilapidó la situación revolucionaria, sólo para que los responsables alegaran que las masas no habían estado preparadas y que la situación objetiva no había madurado lo suficiente.
En su Lecciones de Octubre, escrito en 1924, tras el fracaso de la Revolución Alemana, Trotsky subrayó que en las condiciones presentes en Alemania en aquel momento eran precisamente la indecisión y la pasividad de la dirección del partido las que cultivaban la pasividad en las masas, y no al revés:
«… un partido que durante largo tiempo haya llevado adelante una agitación revolucionaria, arrancando poco a poco al proletariado de la influencia de los conciliadores, y que cuando es llevado a la cima de los acontecimientos por la confianza de las masas, si comienza a titubear, buscar subterfugios, tergiversar y dar rodeos, provoca en ellas la decepción y la desorganización, pierde la revolución. En cambio, se asegura la posibilidad de alegar, luego del fracaso, la falta de actividad de las masas.»
El año 1923 demuestra lo importante que es una dirección previsora y decidida en tiempos turbulentos. En determinados momentos , las acciones de un puñado de personas pueden determinar el destino de la revolución mundial, para bien o para mal.
Con sus errores, los dirigentes alemanes e internacionales desperdiciaron una oportunidad crucial para continuar la revolución mundial en octubre de 1923. No es exagerado decir que toda la historia del mundo habría cambiado si hubieran logrado tomar el poder.
El fracaso de la revolución alemana selló efectivamente el aislamiento de la revolución en Rusia. Sin una revolución exitosa en un país avanzado como Alemania, las condiciones de atraso de la Rusia soviética propiciaron la aparición de una burocracia poderosa y privilegiada. Sólo un año después, Stalin presentó su «teoría» del «socialismo en un solo país», que reflejaba los intereses contrarrevolucionarios de la burocracia en el aislado Estado obrero.
Hoy es necesario comprender las lecciones del fracaso del Octubre alemán. El capitalismo está en declive y en todos los países nos esperan situaciones revolucionarias. Como comunistas, debemos dedicarnos a la construcción del factor subjetivo -el partido revolucionario- y aprender a evaluar correctamente y preparar la transición de un período de agitación y propaganda a la lucha directa por el poder.
Teatro y revolución: Vida y legado de Konstantín Stanislavski
Konstantín Stanislavski es conocido como el «padre de la interpretación moderna». Su método «realista» revolucionó el mundo del teatro y sigue conmoviendo al público. En este artículo, Nelson Wan recorre la vida y las ideas de Stanislavski, y el papel que desempeñó en el enorme despertar cultural que siguió a la Revolución de Octubre.
Konstantín Stanislavski es quizá la figura más grande e influyente de la historia de la interpretación. Su exhaustivo sistema de formación ha dominado el mundo del teatro y el cine desde principios del siglo XX hasta nuestros días.
Las técnicas y la dirección escénica de Stanislavski a finales del siglo XIX y principios del XX representaron nada menos que una revolución en el arte, rejuveneciendo por completo el teatro ruso, estancado bajo el zarismo. A partir de ahí, sus teorías transformarían toda la interpretación occidental.
La revolución artística de Stanislavski también se entrelazaría con la Revolución Rusa. Para Stanislavski, el teatro no era un mero entretenimiento, sino que tenía un propósito artístico y moral al que dedicar la vida. Por ello, aunque Stanislavski nunca se unió a los bolcheviques, celebró la Revolución de Octubre y encarnó el espíritu de cambio y progreso que ésta inspiraba.
Lenin y los bolcheviques, por su parte, apoyaron sistemáticamente la obra de Stanislavski, porque veían en ella una palanca indispensable para elevar el nivel cultural de millones de obreros y campesinos: una tarea clave de la revolución socialista.
Por tanto, Stanislavski podría describirse sin duda como uno de los grandes protagonistas del despertar espiritual de Rusia tras octubre de 1917.
Sin embargo, cuando Stalin y la burocracia tomaron el control de la Unión Soviética, el estilo realista pionero de Stanislavski fue cínicamente apropiado y distorsionado para adaptarlo a la nueva política artística del «realismo socialista», que no tenía nada que ver con ninguna de las ideas de Stanislavski. Al mismo tiempo, la burocracia redujo drásticamente la creatividad de sus representaciones, lo que inició el lento e ignominioso declive del mundialmente famoso Teatro de Arte de Moscú (MAT en sus siglas en ruso).
Hoy en día, podemos sacar mucho provecho del estudio del método y el papel histórico de Stanislavski, no sólo desde el punto de vista del teatro y el arte en general, sino también para profundizar en nuestra comprensión del papel vital que desempeñan el arte y la cultura en la lucha por el comunismo.
Los primeros años de Stanislavski
Konstantín Sergeyevich Alexeyev nació el 5 de enero de 1863 en el seno de una familia acomodada dedicada al teatro. En 1884 adoptó el nombre artístico de Stanislavski, por el que se le conoció desde entonces.
Su primera aparición en un escenario fue a los siete años, en una serie de tableaux vivants organizados para celebrar la onomástica de su madre, y su carrera artística consciente comenzó en 1877, tras actuar en cuatro obras de un solo acto en un teatro reconvertido eb la finca familiar. Tras esa velada, se formó un grupo de aficionados, el Círculo Alexéiev, compuesto por hermanos y hermanas de Stanislavski, primos y varios amigos.
Stanislavski no era un actor dotado por naturaleza. Le encantaba actuar, pero sufría enormemente de miedo escénico, a menudo era inaudible y, como mucho, sólo podía imitar las actuaciones sin esfuerzo de otros actores a los que admiraba. Los primeros años de Stanislavski como actor y sus propias malas interpretaciones le empujaron a intentar comprender y resolver los problemas de la interpretación.
Empezó a llevar un cuaderno en el que anotaba sus impresiones, analizaba sus dificultades y esbozaba soluciones. Continuaría con esta práctica a lo largo de toda su vida, abarcando unos 61 años de actividad.
Se preguntaba por qué algunas actuaciones parecían más veraces que otras. ¿Por qué otros podían ofrecer una interpretación natural con tanta rapidez y facilidad y él no? Éstas son las preguntas que Stanislavski se planteó durante los primeros años de su carrera. La escuela de arte dramático no le dio ninguna respuesta. Sus profesores le dieron indicaciones sobre los resultados deseados, pero no un método elaborado para conseguirlos.
El declive del teatro ruso
El teatro ruso estaba en declive a finales del siglo XIX. Las generaciones de mayor edad dominaban las representaciones y Stanislavski se encontró rodeado por todas partes de mediocridad artística.
El monopolio zarista sobre los teatros imperiales se abolió en 1882. Antes, todos los espectáculos profesionales de ballet, ópera y teatro debían representarse en uno de los teatros del zar en Moscú o San Petersburgo. Ahora, al menos en teoría, cualquiera podía abrir un teatro. Sin embargo, surgió un «nuevo» tipo de teatro que adolecía de mala gestión, escaso repertorio y malas interpretaciones.
Las direcciones comerciales empezaron a producir obras para obtener beneficios rápidos y, como señaló Stanislavski, estos teatros estaban controlados por los «camareros y burócratas». Había algunos individuos brillantes, pero en general el mundo teatral profesional sólo podía mostrar a Stanislavski lo que había que evitar.
Los guiones no significaban nada para los actores, ni tampoco los ensayos. Los actores ignoraban a menudo las instrucciones de los directores y se aferraban a los trucos y costumbres que mejor conocían. En lugar de intentar presentar un diálogo realista y natural entre dos personajes, los actores, en su vano intento de impresionar a los espectadores, pronunciaban sus líneas en la parte delantera del escenario y directamente al público, como si éste fuera un personaje de la obra.
El vestuario y los decorados eran tan poco inspirados como la interpretación. Las alas y los telones de fondo se tomaban del almacén, y las puertas se colocaban convencionalmente en el espacio sin paredes circundantes. Las sillas incluso se colocaban mirando al frente para que los actores pudieran dirigirse al público. Los teatros de aficionados reflejaban todas estas convenciones, sólo que de una forma mucho peor.
El estilo de actuación y representación que dominaba este periodo era afectado, melodramático y necesitaba una revisión completa. Stanislavski tenía claro lo que había que hacer. Había que llevar la verdad a la actuación de forma consciente y sistemática. Describió su nuevo enfoque del teatro de la siguiente manera:
«En nuestros propósitos destructivos y revolucionarios, con el fin de rejuvenecer el arte, declaramos la guerra a todos los convencionalismos del teatro dondequiera que se presentasen: en la actuación, en las propiedades, en la escenografía, en el vestuario, en la interpretación de la obra, en el telón o en cualquier otro lugar de la obra o del teatro. Todo lo que era nuevo y violaba las costumbres habituales del teatro nos parecía bello y útil».
El desarrollo del realismo
El realismo en la interpretación se fija como objetivo presentar a seres humanos reconocibles en situaciones con las que el público se identifique. En otras palabras, el actor debe comportarse como si su situación fuera completamente real, aunque tenga lugar en un escenario desnudo ante miles de personas.
La verdad de una interpretación reside en la propia creencia del actor, y la autenticidad en las circunstancias dadas. Estas interpretaciones se logran centrándose en la vida y la psicología internas de un personaje, en contraposición a las características meramente externas como el vestuario, los decorados y el atrezzo.
El objetivo de este tipo de teatro no era imitar la realidad (algo imposible sobre un escenario), sino ofrecer al público una experiencia con la que pudiera identificarse emocionalmente y que transmitiera con autenticidad toda la profundidad de los personajes y sus relaciones subyacentes. Por ejemplo, en los dramas bien interpretados, los elementos fantásticos o el complejo lenguaje poético rara vez son un obstáculo para el disfrute o el compromiso emocional.
Para desarrollar el estilo realista de interpretación, Stanislavski se inspiró en una generación anterior de actores rusos, en particular el actor Mikhail Shchepkin y el escritor Nikolai Gogol. Fue aquí donde se dieron los primeros pasos hacia el desarrollo del Realismo.
Mijaíl Shchepkin nació como siervo en la finca del conde Wolkenstein en 1788. En el siglo XVIII, los aristócratas rusos solían crear compañías de teatro con sus siervos de talento, como Shchepkin, que en ocasiones recibían educación.
A través de la observación, Shchepkin se dio cuenta de que los mejores actores eran los que se limitaban a «decir unas pocas palabras de forma sencilla», en lugar de sobrecargar sus interpretaciones con gestos o emociones innecesarios. Comenzó a cultivar estas observaciones para crear un estilo de interpretación propio: el comienzo del realismo. Después de que los admiradores de su actuación pagaran por su libertad en 1821, Shchepkin ingresó en el Teatro Imperial de Moscú en 1823 y en 1824 apareció en la función inaugural del Teatro Maly.
Las interpretaciones realistas de Shchepkin proporcionaron a Stanislavski un modelo, tanto en su filosofía y en su enfoque de la interpretación. La pregunta que Shchepkin planteó a Stanislavski fue: ¿siente el actor su papel o imita superficialmente sus rasgos externos? ¿Puede el público notar la diferencia?
Esta es una de las contradicciones del arte de la interpretación a las que tuvo que enfrentarse Stanislavski.
Existe una naturaleza dual inherente a todas las interpretaciones, entre lo social y lo personal. Para convertirse realmente en el personaje en cuestión, el actor debe borrar su propia individualidad, y caminar, hablar, pensar y sentir de la manera que el autor pretendía. Pero, al mismo tiempo, debe adaptar sus cualidades personales al personaje para crear la vida interior de un espíritu humano que sea universal y comprensible para todos.
Nikolai Gogol era también un admirador de Shchepkin, y él mismo un actor extremadamente dotado. Irónicamente, Gogol fracasó en una audición para el Teatro Imperial porque su actuación fue considerada demasiado «real».
Al igual que Stanislavski, Gogol criticaba las convenciones de la interpretación rusa de la época. El trabajo de Gogol y Shchepkin en el Teatro Maly había forjado un estilo de interpretación centrado en la observación veraz, y no en las convenciones rígidas.
Entre los consejos de Gogol a los actores figuraban:
«Sobre todo, cuidado con caer en la caricatura. Nada debe ser exagerado ni trillado, ni siquiera los papeles secundarios… Cuanto menos piense un actor en ser gracioso o en hacer reír al público, más aflorarán los elementos cómicos de su papel».
Estos dos actores dejaron un notable impacto en la mente de Stanislavski, y al basarse en ellos se consideró parte de la tradición realista que contribuyeron a establecer.
El objetivo del arte
Stanislavski estaba comprometido con la idea de que el teatro tuviera un propósito social, y para él el mejor método de conseguirlo era a través de los principios del Realismo. Consideraba que el teatro era una parte fundamental de la vida espiritual y la salud de la sociedad, como lo era para los isabelinos y los antiguos griegos.
Como escribe el actor y dramaturgo Jean Benedetti:
«La actividad madura de Stanislavski sólo puede entenderse si se considera que hunde sus raíces en la convicción de que el teatro es un instrumento moral cuya función es civilizar, aumentar la sensibilidad, agudizar la percepción y, en términos quizá ahora pasados de moda para nosotros, ennoblecer la mente y elevar el espíritu.»
Sin embargo, se oponía firmemente a la idea de un teatro abiertamente político, y prefería dejar que el público dedujera por sí mismo cualquier significado político.
En Mi vida en el arte, Stanislavski dice:
«La tendenciosidad y el arte son incompatibles: Una excluye a la otra. En cuanto uno se acerca al arte escénico con una idea tendenciosa, utilitaria u otra no artística, se marchita. Es imposible aceptar un sermón o una pieza de propaganda como verdadero arte».
Pero esto no quiere decir que Stanislavski pensara que era imposible que el buen arte tuviera contenido político. Cualquier mensaje de la obra debe ser implícito, haciéndose evidente a través de una presentación veraz del material. No bastaba con persuadir al público sobre una base intelectual, el teatro debía ofrecer una experiencia humana total que el público pudiera sentir con todo su ser:
«En el arte, la tendencia debe transformarse en sus propias ideas, pasar a la emoción, convertirse en un esfuerzo sincero y en la segunda naturaleza del actor. Sólo entonces puede entrar en la vida del espíritu humano en el actor, el papel y la obra. Pero entonces ya no es una tendencia, es un credo personal. El espectador puede sacar sus propias conclusiones y crear su propia tendencia a partir de lo que recibe en el teatro. La conclusión natural se alcanza por sí misma en el alma y la mente del espectador a partir de lo que ve en los esfuerzos creativos del actor… Sólo cuando se da esta condición se puede pensar en el teatro para producir obras de carácter social y político.»
Para Stanislavski, el objetivo del Realismo es llegar a la esencia del tema presentado en escena, en lugar de presentar una imitación superficial de la vida. El Realismo selecciona únicamente aquellos elementos que revelan las tendencias que yacen bajo la superficie de la representación, y en la psicología de los personajes. Stanislavski daba prioridad al contenido humano del teatro por encima de cualquier otra consideración.
Teatro de Arte de Moscú
Stanislavski siguió desarrollando sus ideas a través de las producciones que escenificó en el Teatro de Arte de Moscú (MAT), una de las instituciones dramáticas más conocidas y respetadas de la historia de Rusia. Es conocido sobre todo por sus originales producciones de obras de Antón Chéjov, como La gaviota, Tío Vania y El jardín de los cerezos.
Fue en parte gracias a la dirección y actuación en las obras de Chejov que Stanislavski desarrolló sus teorías sobre la interpretación. Estas producciones supusieron un gran avance en el desarrollo del teatro y la interpretación. El MAT también tenía una larga tradición en la producción de obras con conciencia social y carga política.
El teatro fue fundado conjuntamente por Stanislavski y el dramaturgo Vladimir Nemirovich-Danchenko, entonces director de la escuela de interpretación de Moscú, la Sociedad Filarmónica de Moscú. Se inauguró en 1898 con el nombre de «Teatro de Arte de Moscú Accesible al Público».
Se decidió que el nuevo teatro desempeñaría, por encima de todo, una función social y educativa. Estaría abierto a todos, especialmente a la clase trabajadora, a la que se invitaría a asistir a representaciones especiales gratuitas si no podía permitirse las butacas de precio modesto.
La primera compañía estaba compuesta por treinta y nueve actores, entre ellos Olga Knipper, que más tarde se convertiría en la esposa de Antón Chéjov, y Vsevolod Meyerhold, futuro director de escena y bolchevique. Estos actores se unieron a los aficionados de más éxito de Stanislavski, entre ellos su esposa Maria Lilina y Maria Andreyeva, otra futura bolchevique y esposa de Maxim Gorky.
Al cabo de pocas temporadas, las dificultades financieras obligaron a los fundadores a subir el precio de las entradas y a eliminar «Accesible al Público» de su nombre. La prestación de un servicio público y la obtención de beneficios resultaron ser tan incompatibles entonces como lo son hoy. El MAT aceptó a regañadientes el patrocinio del acaudalado comerciante Savva Morozov, que en aquella época también financiaba el periódico de Lenin, Iskra.
La hostilidad de las autoridades zaristas también dificultaba la realización de la visión de Stanislavski de crear un teatro popular. Era habitual que los censores intervinieran directamente en las propias obras. Cuando Stanislavski y Nemirovich intentaron poner en escena Pequeños burgueses, de Gorki, en 1902, recortaron mucho la obra de antemano, pero los censores insistieron en hacer más recortes para eliminar las alusiones a los zares gobernantes. Además, el teatro se llenó de policías la primera noche de la representación, aunque, tras muchas negociaciones, Nemirovich consiguió que fueran vestidos de noche para no asustar al público.
A pesar de la censura, el MAT se convirtió en una expresión involuntaria de la lucha contra el zarismo.
En 1901, por ejemplo, estallaron manifestaciones masivas en varias ciudades rusas, entre ellas San Petersburgo y Moscú, como consecuencia del alistamiento en el ejército de 183 estudiantes de la Universidad de Kiev como castigo por su participación en reuniones políticas.
Trabajadores y estudiantes salieron a protestar y se encontraron con una feroz respuesta por parte de los funcionarios zaristas. La policía y los cosacos agredieron a los manifestantes y cientos de estudiantes fueron detenidos y expulsados de las universidades. El 1 de marzo de 1901, la manifestación frente a la catedral de Kazán, en San Petersburgo, fue dispersada con especial brutalidad y varias personas resultaron muertas.
En aquel momento, Stanislavski estaba representando Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, que en su mente no tenía ninguna relación con los acontecimientos que se desarrollaban en el exterior. Cuando Stanislavski, en el quinto acto, pronunció la frase: «Nunca hay que ponerse un pantalón nuevo cuando se sale a luchar por la libertad y la verdad», el público estalló. Stanislavski recuerda:
«Espontáneamente, el público relacionó la frase con la masacre de la plaza de Kazán, donde, sin duda, muchos trajes nuevos habían sido destrozados en nombre de la libertad y la verdad. Estas palabras provocaron tal tormenta de aplausos que tuvimos que detener la representación. El público se levantó y corrió hacia las candilejas, tendiéndome los brazos».
Continúa:
«Tal vez al elegir esta obra en particular e interpretar los papeles de esa manera concreta estábamos respondiendo intuitivamente al estado de ánimo imperante en la sociedad y a las condiciones de vida en nuestro país… Pero, cuando estábamos en el escenario interpretamos la obra sin pensar en la política… En cuanto al «mensaje» de la obra, yo no lo descubrí, se me reveló solo».
El MAT se vio igualmente afectado por la derrota de la revolución de 1905. En la reacción que siguió a esta derrota, el benefactor del teatro, el comerciante Morozov, se suicidó, lo que supuso una considerable presión personal y financiera para Stanislavski. En este periodo, el MAT produjo nuevas obras de contenido simbólico y místico, reflejando la desesperación y la desilusión del movimiento revolucionario de la época.
Sin embargo, la tradición radical del MAT continuó hasta 1917, cuando el odiado sistema zarista fue finalmente derrocado. Fue en los años que siguieron a la Revolución Rusa cuando el MAT alcanzó fama y reconocimiento mundiales, pero quizá lo más importante fue que el sueño de Stanislavski de crear un teatro popular se haría finalmente realidad.
Teatro después de octubre
En los años que siguieron a la Revolución de Octubre de 1917 se produjo, por primera vez en la historia de Rusia, una participación verdaderamente libre y abierta de la gente corriente en el mundo del arte, y el teatro fue posiblemente la mayor expresión de ello.
En una revolución, las masas pasan de los bastidores al centro de atención de la historia y comienzan a organizar la sociedad en su propio interés. Al hacerlo, empiezan a expresarse como seres humanos por primera vez, aspirando a una auténtica existencia humana, que es el derecho de nacimiento de todos.
La necesidad de arte es una parte esencial de esta lucha del espíritu humano. La Revolución rusa no sólo trajo consigo el deseo de transformar la política y la sociedad, sino, como dijo Stanislavski, el deseo de conocer, participar y experimentar el arte y la cultura. En toda Rusia surgieron cientos de grupos de teatro, a menudo vinculados a fábricas locales y aldeas.
Las primeras medidas del gobierno bolchevique consistieron en organizar y subvencionar varias compañías teatrales de forma permanente, así como en crear escuelas de arte teatral. La mayoría de la población rusa carecía de experiencia teatral. Por su parte, el gobierno soviético, al igual que Stanislavski, comprendía el papel del teatro en la educación y el entretenimiento de las masas, por lo que se esforzó por hacer que el teatro fuera lo más accesible posible.
Lenin y Trotsky explicaron repetidamente que la lucha por construir una sociedad comunista no era sólo económica, sino también cultural. El apoyo activo de los bolcheviques al teatro ruso en este periodo constituyó una parte clave de este planteamiento.
Cuando los bolcheviques llegaron al poder habían heredado un país mayoritariamente campesino, con un legado de inmenso atraso e ignorancia, donde sólo el 37,9 por ciento de la población masculina y el 12,5 por ciento de la femenina sabían leer y escribir. El desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, y de hecho la existencia continuada del Estado obrero, sería imposible sin abordar problemas elementales como el analfabetismo y sin una lucha concertada para elevar el nivel cultural de la Rusia revolucionaria.
Como afirmó Trotsky en Problemas de la vida cotidiana:
¿En qué consiste, pues, nuestra tarea actual? ¿Qué debemos aprender? ¿A qué debemos tender ante todo? Tenemos que aprender a trabajar correctamente, con precisión, limpieza y economía. Necesitamos desarrollar la cultura en el trabajo, la cultura de la vida, la cultura del modo de vida. Hemos derribado el reino de los explotadores —después de una larga preparación — gracias a la palanca de la insurrección armada. No existe palanca apropiada para elevar de un sólo golpe el nivel cultural. Esto requiere un largo proceso de auto-educación de la clase obrera acompañada y seguida por el campesinado.
En este proceso, el teatro desempeñaría un papel casi tan importante como el aula.
Como partidario de la revolución, Stanislavski se lanzó inmediatamente, junto con el MJAT, a las tareas de organizar y crear teatro para la nueva sociedad que estaba surgiendo:
El Teatro añadió una nueva misión a su labor; se trataba de abrir sus puertas a las más amplias masas de espectadores, a esos millones de personas que hasta entonces no habían tenido oportunidad de disfrutar de los placeres culturales… [N]uestros corazones latían ansiosos y alegres al tomar conciencia de la tremenda importancia de la misión que nos había tocado… Existe la opinión de que hay que representar para el campesino obras de su propia vida, obras que se ajusten a su idea de lo que es el mundo… Esto no sólo es un malentendido, es completamente falso. El campesino, al ver una obra de su propia vida, la critica, la encuentra distinta a la vida tal como la conoce, no reconoce el lenguaje que le es propio, pues habla de forma totalmente distinta a la gente del escenario. Declara que se ha cansado de esta vida en casa, que ya ha visto bastante de ella tal como es, que está infinitamente más interesado en ver cómo viven otras personas. El simple espectador anhela la vida bella».
Stanislavski, al igual que Lenin en sus críticas a la corriente economicista del movimiento socialdemócrata ruso y a su actitud «obrerista», explica correctamente por qué los obreros y campesinos corrientes no quieren que se les diga lo que ya saben, o que se les muestre una vida a la que ya están acostumbrados, sino que quieren elevar sus miras, aprender y vislumbrar la verdadera belleza del mundo.
Contrariamente a lo que sostienen los burgueses, la gente corriente no es demasiado ignorante para apreciar el arte, simplemente se le niega la oportunidad de experimentarlo y aprender sobre él. Stanislavski describe incluso la notable transformación del campesinado, la clase más atrasada y degradada de la sociedad rusa:
Empezamos a comprender que esta gente venía al teatro no para divertirse, sino para aprender. Recuerdo a un campesino, que era un buen amigo mío, que venía una vez al año a Moscú con el propósito expreso de ver todo el repertorio de nuestro Teatro… Y después de la cena nos pedía noticias de nuestro Teatro con mayor alegría aún, y luego se dirigía al teatro con su maravilloso traje. Viendo la representación, enrojecía y palidecía de excitación y entusiasmo, y cuando terminaba la obra no podía volver a casa a dormir; caminaba solo durante horas por las calles, para aclarar sus impresiones… Habiendo visto todo nuestro repertorio,… regresaba a su casa para pasar el año siguiente. Desde allí escribía numerosas cartas filosóficas que le ayudaban a digerir y seguir viviendo el cúmulo de impresiones que se había traído de Moscú. Creo que no fueron pocos los espectadores de ese tipo que pasaron por nuestro teatro. Sentíamos su presencia y nuestro deber artístico hacia ellos.
La descripción de Stanislavski continúa:
Las puertas de nuestro Teatro se abrieron exclusivamente para el pueblo pobre y se cerraron durante un tiempo para la intelectualidad. Nuestras representaciones eran gratuitas para todos los que recibían sus entradas de las fábricas e instituciones a las que las enviábamos, y nos encontramos cara a cara, justo después de la promulgación del decreto, con espectadores totalmente nuevos para nosotros, muchos de los cuales, quizá la mayoría, no sabían nada no sólo de nuestro Teatro, sino de ningún teatro…
Con el advenimiento de la Revolución pasaron por nuestro Teatro muchas clases de la sociedad: hubo la época de los soldados, de los delegados de todos los confines de Rusia, de los niños y jóvenes y, por último, de los obreros y campesinos. Eran espectadores en el mejor sentido de la palabra; venían a nuestro Teatro no por casualidad, sino con el temblor y la expectativa de algo importante, algo que nunca antes habían experimentado.
Incluso los enemigos de la revolución tuvieron que admitir que se estaba produciendo una explosión sin precedentes en las artes. Oliver Sayler, un crítico de teatro estadounidense y antibolchevique que llegó a Rusia en vísperas de la Revolución, escribió sobre la increíble variedad de representaciones teatrales disponibles para los rusos de a pie en 1922, que continuaron durante todo el invierno, sólo cesando en las fiestas religiosas.
Todo el país se vio arrastrado por una epidemia de teatro. Incluso en las zonas rurales más remotas, los campesinos escribían obras de teatro individual y colectivamente. Donde no había obras estándar ni instructores dramáticos, en su lugar ponían en escena canciones tradicionales rusas.
Prácticamente no había fábrica en el país sin su propio círculo dramático, y en la época de la Guerra Civil había alrededor de 3.000 compañías profesionales. Las obras escritas por los soldados del Ejército Rojo llegaron a miles de círculos dramáticos de regimiento, y en 1920, el Ejército Rojo y la Flota contaban con más de 1.800 clubes a los que estaban adscritos 1.210 teatros y 911 círculos dramáticos.
En aquella época no había ningún país en el mundo que pudiera igualar esta oferta teatral, y menos aún ofrecer tal accesibilidad a las masas.
Otros espectáculos de masas eran los dramas especiales, que solían representarse en días festivos. Los temas incluían las revoluciones de 1848 y 1917, la Comuna de París o el levantamiento de los esclavos de Espartaco. Una de las más famosas fue el Asalto al Palacio de Invierno, que se representó frente al Palacio de Invierno de Petrogrado el 7 de noviembre de 1920 con más de 8.000 participantes y una orquesta de al menos 500 personas. Entre ellos había muchas personas que habían participado en el acontecimiento real.
Por primera vez, el teatro y las artes no eran un mero entretenimiento para la burguesía, sino parte integrante de la construcción de una nueva sociedad. Para Stanislavski, el actor ya no era un mero profesional, sino alguien que debía desempeñar un papel personal en este proceso.
¿Y qué debéis ser vosotros, actores modernos? Debéis ser, ante todo, personas vivas y llevar en el corazón todas esas nuevas cualidades que deben ayudarnos a todos a alcanzar un nuevo tipo de conciencia. ¿Qué tipo de conciencia? Aquella en la que la vida para el bien de todos ya no debe ser objeto de sueños ociosos y fantasías irrealizables.
Sin embargo, la obra de Stanislavski no siempre fue comprendida por quienes la conocieron. Por ejemplo, la Asociación de Escritores Proletarios calificó de «idealista» el enfoque espiritual y psicológico que Stanislavski daba al actor. Estos críticos adoptaron una visión superficial de los antecedentes de Stanislavski y del tipo de representaciones que prefería (clásicos rusos y mundiales), y calificaron erróneamente al MAT de «derechista» y «burgués». El argumento de algunos, como el «Proletkult», era que todas las formas artísticas heredadas de la Rusia prerrevolucionaria eran en realidad «burguesas» y debían abandonarse, incluso destruirse.
Sin embargo, los bolcheviques, y Lenin en particular, se opusieron a esta interpretación unilateral y mecánica del arte, y comprendieron que la Rusia revolucionaria debía preservar y aprovechar los mayores logros artísticos del pasado. En las celebraciones del 13º aniversario del MJAT en 1928, Lunarcharsky citó a Lenin: «Si hay un teatro que debemos a toda costa salvar y preservar del pasado, es, por supuesto, el teatro del Arte».
Con el apoyo del gobierno bolchevique, el MAT siguió funcionando en 1917 y 1918, y sólo se interrumpió un mes durante la revolución. En 1919, el MAT se convirtió en el Teatro Académico de Arte de Moscú (MJAT), un teatro estatal oficial que recibía subvenciones del gobierno.
Contrariamente a lo que afirma la clase dominante, en sus primeros años, el gobierno bolchevique no reprimió ni censuró las libertades artísticas como habían hecho los zares y como hizo más tarde Stalin. Lenin y los principales bolcheviques abordaron la libertad artística con la sensibilidad y el aprecio que merecía.
Es algo que el propio Stanislavski reconoció. En 1928, en el 13º aniversario del MAT, dijo lo siguiente:
En aquellos días el Gobierno acudió en nuestra ayuda y gracias a él nuestro teatro pudo capear el temporal… Pero, nuestro Gobierno se ganó mi más profunda gratitud por algo muy distinto. Cuando los acontecimientos políticos de nuestro país nos sorprendieron… nuestro Gobierno no nos obligó a teñirnos de rojo y fingir ser lo que no éramos.
Escribiendo en 1938 sobre la asfixia de la creatividad artística rusa bajo el estalinismo, Trotsky explica:
«… un partido verdaderamente revolucionario no puede ni quiere arrogarse la tarea de ‘dirigir’ y menos aún de comandar el arte, ni antes ni después de la conquista del poder. Tal pretensión sólo podría entrar en la cabeza de una burocracia – ignorante e impúdica, embriagada de su poder totalitario – que se ha convertido en la antítesis de la revolución proletaria… La creación artística tiene sus leyes – incluso cuando sirve conscientemente a un movimiento social. La creación verdaderamente intelectual es incompatible con la mentira, la hipocresía y el espíritu de conformidad. El arte puede convertirse en un fuerte aliado de la revolución sólo en la medida en que permanezca fiel a sí mismo.
El MJAT soviético: «clásicos» frente a «vanguardistas
Con el apoyo de los bolcheviques, el MJAT prosperó después de 1917 y fue uno de los principales teatros estatales de Rusia, convirtiéndose prácticamente en un tesoro nacional. Tras sus giras europeas y americanas de 1922-1924, el MJAT adquirió fama mundial, recibiendo elogios de la crítica allá donde iba.
Durante este periodo, el teatro contó con un amplio repertorio de los principales dramaturgos rusos y occidentales. Tras regresar a Moscú en 1924, el MJAT continuó produciendo nuevas obras soviéticas, así como clásicos rusos.
Stanislavski relanza un MJAT «soviético» en 1925-1927 con una nueva y joven compañía. En este periodo, el MJAT produjo Resurrección, de León Tolstoi, que se diferenciaba del original en que no había redención para la clase dirigente, que era castigada, así como El inspector general y Almas muertas, de Gogol. El tren blindado, de temática soviética, también obtuvo el éxito del MJAT en 1927 y se convirtió en un clásico, sentando involuntariamente las bases de las futuras producciones realistas socialistas.
La puesta en escena de Las bodas de Fígaro por el MJAT el 28 de abril de 1927 también se convirtió en un clásico instantáneo del teatro soviético. La obra de Pierre Beaumarchais es una crítica mordaz al Ancien Regime y a la vida privilegiada de la nobleza, y quizá sea la obra más revolucionaria del siglo XVIII. Stanislavski utilizó creativamente una rueda giratoria en el decorado, que convertía el último acto en una loca carrera por el jardín utilizando cuatro localizaciones diferentes.
Tras la Revolución de Octubre, también se reactivaron otros teatros además del MJAT. El antiguo teatro imperial Alexandrinsky se convirtió en el Teatro Dramático Estatal, y una de las primeras medidas del Comisariado del Pueblo para la Educación en relación con el Alexandrinsky, al igual que con el Teatro Maly, fue la insistencia en un repertorio clásico. En los años siguientes a 1917, el Teatro Dramático Estatal produjo clásicos como Las bodas de Fígaro y Amor e intriga, de Schiller, así como Los bajos fondos, de Gorki, en 1918.
Uno de los debates centrales en el teatro ruso tras la Revolución giró en torno a si preservar y poner en escena a los «clásicos» o promover el nuevo teatro vanguardista y «revolucionario». Meyerhold, antiguo alumno de Stanislavski, se oponía a la tradición teatral rusa representada por su antiguo maestro y el MJAT, y abogaba por sustituir la literatura, la psicología y el realismo representativo por las técnicas del cubismo, el futurismo y el suprematismo.
El Comisariado del Pueblo para la Ilustración, encargado de la cultura y la educación en la Rusia soviética, se opuso a estas propuestas en su momento porque el gobierno bolchevique se oponía al monopolio del arte por parte de la vanguardia o de cualquier otro grupo. Lo que los bolcheviques entendían era que los enfoques clásico y experimental de la creación artística no son mutuamente excluyentes, sino que pueden y deben apoyarse mutuamente.
Creación del ‘Sistema’
El sistema Stanislavski es el estudio más completo que existe sobre la interpretación. Se concibió como una «gramática de la interpretación» práctica que proporcionaría a los actores una forma de lograr interpretaciones coherentes utilizando los poderes de su subconsciente e imaginación.
Durante décadas, Stanislavski había recopilado sus cuadernos en los que anotaba ideas sobre su propia interpretación, sus experiencias, sus triunfos y fracasos, y también lo que había aprendido de otros grandes actores. Estos cuadernos constituyeron la base de las obras publicadas de Stanislavski y del sistema.
Sólo cuando se acercaba a los 70 años, durante el periodo de represión estalinista en Rusia, Stanislavski aceptó codificar su teoría de la interpretación. Al principio se mostró reticente, ya que entendía su teoría como un método en constante evolución, en el que ninguna formulación parecía satisfacerle durante demasiado tiempo. De hecho, se rebelaba contra la idea de un manual escrito sobre la interpretación, que pensaba que podía degenerar muy fácilmente en un conjunto de prácticas mecánicas, repetidas por los actores sin pensar ni sentir. Tras muchas deliberaciones, Stanislavski decidió publicar sus escritos en forma de una serie de siete libros de ficción.
El sistema Stanislavski se divide a grandes rasgos en dos partes, el trabajo interno y externo del actor sobre sí mismo, y el trabajo interno y externo sobre un papel. El objetivo del trabajo interno del actor es alcanzar un estado creativo e inspirador, que se consigue con la aplicación de técnicas psicológicas. El trabajo externo del actor consiste en preparar el cuerpo para expresar físicamente el papel y presentar la vida interior en el escenario. El trabajo sobre el papel consiste en estudiar el texto en profundidad y comprender su significado interno y su principio motor. Este significado interno da vida a toda la obra y a todos los papeles individuales que la componen.
Stanislavski murió antes de poder completar su serie sobre el sistema, dejando a sus estudiantes, asociados y editores la tarea de construir los manuscritos restantes. Algunas partes del sistema Stanislavski también se dieron a conocer al público a través de acontecimientos como la gira mundial del MJAT de los años veinte, antes de que se hubieran formulado por completo.
Quizá la consecuencia más famosa sea el desarrollo del «Método» de Lee Strasberg en el New York Actor’s Studio, que hacía especial hincapié en el uso de la «memoria emocional» del actor. Se animaba a los actores a sumergirse totalmente en un personaje e intentar experimentar las emociones de una obra en la vida real.
Así, si un personaje experimentaba una desgarradora sensación de pérdida en escena, el actor debía conseguir esa misma emoción en la vida real y trasladarla a la representación. Esto contradecía directamente las enseñanzas de Stanislavski, que no creía que un actor pudiera, o debiera, transferir experiencias vitales directamente al escenario. Un enfoque de este tipo corría el riesgo de descuidar un estudio adecuado del texto y adaptar el personaje a la personalidad del actor, y no al revés.
El sistema Stanislavski siempre pretendió representar una unidad orgánica, una combinación de preparación psicológica, imaginativa y física, que no debía dividirse ni compartimentarse artificialmente. No pretendía ser un reglamento estricto, sino más bien una guía, un punto de referencia sobre cómo un actor puede resolver los problemas del proceso creativo.
Ni siquiera la comprensión de las propias leyes de la interpretación es suficiente para crear una buena actuación, del mismo modo que el mero conocimiento de la lengua y la gramática no basta para crear una buena historia. Aunque Stanislavski se propuso comprender científicamente las leyes de la interpretación, su sistema nunca pretendió sustituir a la creatividad y la experimentación.
El estalinismo y el realismo socialista
Sin embargo, la «edad de oro» del teatro en la Rusia revolucionaria no duró mucho, ya que la degeneración de la Revolución provocó una contrarrevolución en todas las esferas de la vida, que antes habían experimentado enormes avances, incluidas las artes.
El enfoque tolerante de los bolcheviques tras 1917 sería puesto patas arriba por Stalin. En el clima de la contrarrevolución estalinista y el ascenso de la burocracia, el antaño gran MJAT sufrió un indigno declive que duró décadas y del que nunca se recuperó.
La Oposición Unificada de Trotsky fue derrotada en el XV Congreso del partido, en diciembre de 1927, lo que supuso una nueva consolidación del poder de la burocracia. El teatro no pudo escapar a la reacción política y social que se estaba produciendo en Rusia. Se exigía más facturación, más producciones y más representaciones, todo ello mientras florecía un amateurismo incompetente en nombre del ‘ proletariado’ , pero que en realidad reflejaba las exigencias de la burocracia gris y sin vida.
La propia producción de Otelo de Stanislavski sufrió las consecuencias. Stanislavski, que se encontraba entonces en el extranjero, se dio cuenta de que la obra ya se había puesto en escena antes de que él hubiera terminado su plan. Sólo se le habían concedido tres meses de ensayos y sólo se habían tenido en cuenta sus intenciones de forma pasiva.
En 1931, Stanislavski desafió directamente a las autoridades y consiguió la autonomía del MJAT, dentro de ciertos límites. Trágicamente, sin embargo, el MJAT acabó siendo un peón personal de la política artística de Stalin. En este periodo, el enfoque revolucionario, del que fue pionero el MJAT en sus primeros años, y en los años posteriores a 1917, fue sistemáticamente suprimido en favor del Realismo Socialista, que se convirtió en la forma artística oficial del Estado en 1932.
El realismo socialista es un estilo de arte que pretende representar los valores del comunismo. Sin embargo, en realidad es una subordinación de toda la creatividad artística a los caprichos y necesidades de la burocracia estalinista. No se toleraba nada que no fuera la glorificación de la vida y el gobierno soviéticos. En el teatro, esto significaría la completa destrucción de cualquier individualidad o experimento. El estalinismo y el realismo socialista negaban todo lo que Stanislavski había luchado por desterrar del teatro ruso.
Sin embargo, la burocracia estalinista se apropió de repente de la revolucionaria obra de Stanislavski sobre el realismo. Los crudos ataques de los críticos soviéticos en los primeros años de la Revolución se transformaron en adulaciones y alabanzas sin fin.
Stalin decidió que el MJAT sería el emblema de la nueva política artística, y todos los teatros soviéticos debían basarse en el modelo del MJAT. La formación de actores también seguiría el sistema Stanislavski, pero de forma rígida y dogmática.
Otros artistas independientes sufrieron destinos similares o incluso peores. Entre las víctimas de la política artística de Stalin se encuentran el compositor Dmitri Shostakovich, el director de cine Sergei Eisenstein y el artista Alexander Rodchenko, todos ellos silenciados o sometidos a una camisa de fuerza artística.
Meyerhold, cuya obra experimental y vanguardista también revolucionó el teatro del siglo XX, hizo heroicos intentos de resistirse a la contrarrevolución de Stalin. No cedió ante sus críticos y, como consecuencia, las autoridades acabaron por expulsarlo de los escenarios. El Teatro Meyerhold fue liquidado en 1938 y el propio Meyerhold se quedó sin trabajo.
El heroico discurso final de Meyerhold en el Congreso de Directores de Toda la Unión en 1939 fue una denuncia incendiaria del realismo socialista y su dominio sobre el arte soviético:
La cosa lamentable y miserable que pretende el título de teatro del realismo socialista no tiene nada en común con el arte… Vayan a visitar los teatros de Moscú. Miren sus monótonas y aburridas presentaciones que se parecen unas a otras y cada una es peor que la otra… La gente del arte buscaba, erraba y con frecuencia tropezaba y se desviaba, pero realmente creaba, a veces mal y a veces espléndidamente. Donde antes estaban los mejores teatros del mundo, ahora, con su venia, todo está sombríamente bien regulado, medianamente aritmético, estupefaciente y asesino en su falta de talento. ¿Es ese su objetivo? Si lo es, ¡oh! ¡Han hecho algo monstruoso!… Al cazar el formalismo, ¡han eliminado el arte!
El discurso selló su destino. Tras años de ser denunciado por las autoridades, Meyerhold fue detenido, acusado de trotskista y espía, brutalmente torturado y finalmente asesinado a tiros el 2 de febrero de 1940.
El legado de Stanislavski
Hoy en día no hay escuela de arte dramático en el mundo que no enseñe o emplee alguna forma del sistema Stanislavski, y generaciones de actores, directores e intérpretes siguen en deuda con su innovador desarrollo del realismo y el estudio de las leyes de la interpretación.
Aunque hay mucho más en el mundo de la interpretación y la actuación que el realismo, como demostraron brillantemente Meyerhold y el otro gran dramaturgo revolucionario del siglo XX, Bertold Brecht, la forma de actuación que ha dominado los siglos XX y XXI es el realismo. El realismo ha conmovido, entretenido e inspirado al público de todo el mundo. Al descubrir sus leyes internas, se podría describir a Stanislavski como el verdadero padre de la interpretación moderna.
Stanislavski fue producto de un período de cambio revolucionario en Rusia, y a lo largo de su vida siempre se alineó con la lucha contra el zarismo. El espectacular auge del teatro ruso en este periodo no se debió únicamente al genio específico representado por Chéjov, Stanislavski, Meyerhold (y otros), aunque su talento no puede ponerse en duda. Este legado simplemente no habría sido posible sin la Revolución de Octubre de 1917 y la transformación de la sociedad, que dio rienda suelta a la creatividad artística a una escala nunca vista antes, y posiblemente, nunca vista desde entonces.
Esta chispa creativa fue criminalmente sofocada por el estalinismo, pero ni siquiera la represión más feroz de la burocracia pudo deshacer por completo la gran iluminación, la ampliación de los horizontes culturales de decenas de millones de personas, que la Revolución y gente como Stanislavski lograron. El renombre del ballet y la orquesta rusos, por ejemplo, sigue siendo un atisbo de este legado.
En la Nochevieja de 1929, Stanislavski pronunció las siguientes palabras ante la compañía del Teatro del Arte de Moscú:
Llegará el momento, y muy pronto, en que se escribirá una gran obra, una obra genial. Será, por supuesto, revolucionaria. Ninguna gran obra puede ser otra cosa. Pero no será una obra revolucionaria en el sentido de que se desfile con banderas rojas. La revolución vendrá de algo interior. Veremos en el escenario la metamorfosis del alma del mundo, la lucha interior con un pasado agotado, con un presente nuevo, aún no comprendido ni realizado. Será una lucha por la igualdad, la libertad, una vida nueva y una cultura espiritual…
El potencial para esta gran obra sigue latente en los trabajadores del mundo de hoy. Es tarea de los revolucionarios hacer realidad este potencial, llevar a cabo la revolución en el arte completando la revolución en la sociedad. Todos los verdaderos artistas deben luchar constantemente por este objetivo, ya que es lo único que puede liberar finalmente al arte y a la creatividad de los grilletes del capitalismo y de la sociedad de clases, y marcar el comienzo de una nueva edad de oro de la libertad artística y de la auténtica expresión humana.
La economía soviética: cómo funcionaba… y cómo no funcionaba
Marx explicó que todo sistema social está sujeto a sus propias leyes: dinámicas, fuerzas y presiones objetivas que rigen su movimiento y desarrollo. En este artículo, Adam Booth examina las primeras décadas de la Unión Soviética, con el fin de proporcionar una comprensión concreta de las leyes económicas que se impusieron al joven Estado obrero, y armar a una nueva generación con las lecciones necesarias para llevar a cabo con éxito la lucha por el comunismo.
Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el comienzo prometedor de un crecimiento de la agricultura, el crecimiento extraordinario de las viejas ciudades industriales, la creación de otras nuevas, el rápido aumento del número de obreros, la elevación del nivel cultural y de las necesidades, son los resultados indiscutibles de la Revolución de Octubre en la que los profetas del viejo mundo creyeron ver la tumba de la civilización. Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital, sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, el cemento y la electricidad.
– León Trotsky, La revolución traicionada
La Revolución Rusa fue el mayor acontecimiento de la historia de la humanidad. Dirigida por los bolcheviques, la clase obrera tomó el poder, enarboló la bandera de la revolución socialista internacional y ofreció un faro de esperanza a las masas explotadas y oprimidas de todo el mundo.
Pero lo hicieron en las condiciones más extremas y desfavorables: en un país económicamente atrasado, devastado por años de guerra y convulsiones, y asediado por el imperialismo. Además, lo hicieron sin ninguna hoja de ruta, salvo la breve experiencia de la Comuna de París, que fue ahogada en sangre a los pocos meses.
A pesar de realizar enormes progresos en el campo del desarrollo económico, la URSS nunca logró construir una sociedad comunista. No obstante, las primeras décadas de la Unión Soviética -de 1917 a 1937- proporcionan una serie de lecciones importantes para los comunistas, que es nuestro deber estudiar y asimilar plenamente.
Examinando la economía soviética en este periodo, con todos sus defectos, y siguiendo los debates teóricos que surgieron entre los bolcheviques sobre cuestiones económicas, podemos obtener una comprensión concreta de las leyes económicas que operarían en la transición del capitalismo al comunismo, y arrojar luz sobre cómo podría construirse una sociedad comunista.
Régimen transitorio
El 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre en el antiguo calendario ruso), Lenin subió a la tribuna en el Segundo Congreso Panruso de los Soviets y anunció: «¡Ahora vamos a dedicarnos a edificar el orden socialista!».
Sin embargo, ni Lenin ni ninguno de los bolcheviques creían que fuera posible construir este orden de la noche a la mañana. Ese mismo año, en su obra maestra El Estado y la Revolución, Lenin citó a Marx:
Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista — prosigue Marx — media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, y el Estado de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.
Como Marx y Engels explicaron en El Manifiesto Comunista: «el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante».
Una vez conquistado el poder, la clase obrera extendería su dominio revolucionario de clase por todo el mundo y «El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.»
Sobre esta base, la sociedad alcanzaría lo que Marx llamó la «primera fase de la sociedad comunista» , comúnmente denominada ‘socialismo’. Sólo entonces los últimos vestigios de la sociedad de clases -como el Estado, el dinero y la desigualdad- comenzarían finalmente a marchitarse y morir.
El carácter transitorio del régimen bolchevique fue reconocido explícitamente por Lenin en 1918:
«… la expresión República Socialista Soviética significa la decisión del Poder soviético de llevar a cabo la transición al socialismo, mas en modo alguno el no reconocimiento del nuevo régimen económico como socialista.»
Pero Lenin y los bolcheviques también comprendieron que las condiciones en Rusia distaban mucho de las necesarias para construir un socialismo o comunismo.
Desarrollo combinado y desigual
En 1917, a escala mundial, existían sin duda las condiciones para el socialismo. En las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, la producción capitalista se había socializado y planificado cada vez más. Pero la riqueza producida seguía siendo objeto de apropiación privada, por parte de la patronal y los banqueros.
Como explicó Lenin en El Imperialismo: La fase superior del capitalismo, la economía había pasado a estar dominada por los monopolios, que se habían fusionado con el capital financiero y el Estado, para formar lo que él denominó «capitalismo monopolista de Estado».
La maquinaria bélica imperialista alemana fue un ejemplo de ello. Los consorcios industriales y las redes de transporte del país pasaron a manos del Estado. En lugar del mercado «libre», se planificó la producción, aunque en interés de los capitalistas.
Sin embargo, la clase obrera no había tomado el poder por primera vez en un país capitalista avanzado, como Alemania o Gran Bretaña, sino en la Rusia semifeudal, donde ni siquiera se habían cumplido las tareas de la revolución burguesa, como la reforma agraria.
«… la historia», señaló Lenin, «parió hacia 1918 dos mitades separadas de socialismo, una cerca de la otra».
«Alemania y Rusia», prosiguió, «encarnaron en 1918 del modo más patente la realización material de las condiciones económico-sociales, productivas y económicas del socialismo, de una parte, y de sus condiciones políticas, de otra.»
Era una poderosa expresión de lo que Trotsky denominó la «ley del desarrollo desigual y combinado».
Debido a su atraso, la Rusia zarista se vio obligada a importar capital, maquinaria y técnica del extranjero. Como resultado, en 1914 el país se caracterizaba por islas de industria moderna, con una clase obrera desarrollada, rodeadas de un mar de atraso económico, cultural y agrícola.
Esta contradicción sería a la vez la madre de la Revolución Rusa y, en última instancia, su sepulturera.
La cadena del capitalismo mundial se rompió por su eslabón más débil. Rusia fue impulsada al camino de la revolución socialista «no porque su economía fuera la más madura para la transformación socialista», como explicó Trotsky, «sino porque esta economía ya no podía desarrollarse sobre bases capitalistas.» .
Rusia era la más débil de las grandes potencias implicadas en la Primera Guerra Mundial , sin las modernas fuerzas armadas ni la industria a disposición de sus rivales. La limitada capacidad industrial del país tuvo que desviarse hacia la producción de armas, lo que agravó la escasez de productos de primera necesidad y la desintegración de las infraestructuras.
Además, el régimen dependía especialmente de la impresión de dinero y de la deuda para financiar sus gastos militares. En consecuencia, los precios se multiplicaron por tres durante esos años.
Los ministros zaristas intentaron paliar el hambre de obreros y soldados imponiendo un impuesto sobre el grano a los campesinos. Pero esto provocó la furia en el campo.
El colapso económico, la inflación galopante, la escasez de bienes, la obtención forzosa de alimentos del campesinado: todos estos horrores que los historiadores burgueses acusan a los bolcheviques de haber provocado ya existían mucho antes de la introducción del «comunismo de guerra».
Fueron estas terribles condiciones las que provocaron las protestas masivas en San Petersburgo que condujeron a la caída del zar en febrero de 1917 y, posteriormente, del Gobierno Provisional, dando paso a la Revolución de Octubre.
Pero las mismas condiciones que prepararon el camino para la revolución socialista convirtieron la construcción del socialismo en un sueño irrealizable dentro de las fronteras del antiguo Imperio ruso.
Desde el principio, Lenin y los bolcheviques se embarcaron en este formidable objetivo, armados con la perspectiva de que el éxito de la revolución vendría determinado en última instancia por su extensión internacional. Sin ello, la naciente República Soviética no podría sobrevivir, y mucho menos construir el socialismo.
Este hecho fue reconocido explícitamente por Lenin en 1918, cuando declaró: «Pero de todos modos y con todas las peripecias posibles e imaginables, si la revolución alemana no llega, estamos perdidos».
Marxismo frente a autonomismo
La tarea inmediata de los bolcheviques no era -ni podía ser- la aplicación de un plan socialista plenamente formado, sino simplemente la prevención del colapso total, junto con la extensión de la revolución mundial.
Los bolcheviques habían llevado al poder a los obreros y campesinos de Rusia. Pero en los meses que siguieron a octubre de 1917, también se vieron arrastrados por el movimiento, obligados a reaccionar ante los acontecimientos, en lugar de guiarlos.
La toma del poder se había producido en el contexto de un inmenso fermento revolucionario tanto en las ciudades como en el campo. Los obreros formaron comités de huelga en las fábricas, mientras que los campesinos pobres expulsaron a los terratenientes de sus fincas y empezaron a redistribuir la tierra entre ellos.
Lenin y los bolcheviques intentaron canalizar esta ola hacia fines socialistas. Pero las consideraciones políticas se impusieron sistemáticamente a los ideales económicos. Y el aparato del nuevo Estado obrero no era lo bastante fuerte para traducir la política en acción.
Tomemos la cuestión de la tierra. Un día después de la insurrección de octubre, el II Congreso Panruso de los Soviets aprobó un decreto que abolía formalmente toda propiedad privada de la tierra. Sin embargo, en lugar de utilizar la tierra expropiada para establecer granjas colectivas a gran escala y organizar la agricultura de acuerdo con las líneas socialistas, los bolcheviques se vieron obligados a adoptar el programa del llamado «Partido Socialista Revolucionario», que daba la tierra a los campesinos de forma individual.
De este modo, los bolcheviques pudieron ganarse a las masas campesinas. Pero una vez en el gobierno, pronto surgieron fricciones con esta masa de pequeños propietarios recién dotada.
Algo similar sucedió con los obreros y los comités de fábrica, los bolcheviques los consideraban una forma embrionaria de control y gestión obrera, parte integrante de la planificación socialista en la industria. Y dado el atraso del país, Lenin preveía un período prolongado de control obrero, durante el cual la clase obrera aprendería a dirigir la industria estudiando los métodos de los antiguos propietarios y sus expertos.
Sin embargo, los primeros pasos en la dirección del control obrero fueron anárquicos, aplicados a fábricas localizadas sin ningún plan. Muchos trabajadores percibían el control obrero en un sentido más sindicalista: no en términos de poder de los trabajadores sobre la producción en su conjunto, sino en términos de cooperativas de trabajadores que dirigían sus propios centros de trabajo, de manera totalmente independiente y aislada.
A medida que los trabajadores ocupaban las fábricas y los capitalistas huían de la escena, muchas empresas pasaron a ser propiedad del Estado. Pero los trabajadores de estas empresas a menudo asumieron que ellos mismos eran ahora los propietarios.
En su Historia de la Rusia soviética, E. H. Carr relata que incluso hubo casos en los que «los obreros, tras hacerse con el control de una fábrica, simplemente se apropiaron de sus fondos o vendieron sus existencias e instalaciones en beneficio propio» .
Esta era la diferencia entre el marxismo y el «autonomismo»; entre los trabajadores que actúan como clase contra los capitalistas y los grupos de trabajadores que luchan contra empresarios individuales; entre la planificación coordinada y centralizada de un Estado obrero y el control independiente de consejos y cooperativas de trabajadores dispersos y aislados.
«La noción de que los problemas de la producción y de las relaciones de clases en la sociedad podían resolverse mediante la acción directa y espontánea de los trabajadores de fábricas individuales no era socialismo, sino sindicalismo», concluye Carr, y añade:
«El socialismo no pretendía subordinar al irresponsable empresario capitalista a un comité de fábrica igualmente irresponsable que reclamara el mismo derecho de independencia de la autoridad política real; eso sólo podría perpetuar la «anarquía de la producción» que Marx consideraba el estigma condenatorio del capitalismo.»
Nacionalización de la industria
Los bolcheviques intentaron conscientemente controlar la situación. En diciembre de 1917, el gobierno soviético creó el Consejo Supremo de Economía Nacional – abreviado VSNKh, alias Vesenkha.
La Vesenkha era responsable de «organizar la actividad económica de la nación y los recursos financieros del gobierno». Su primera tarea fue poner bajo su control a los glavki: trusts de grandes empresas de cada industria, como la metalúrgica y la textil, que habían surgido en tiempos zaristas para planificar la producción en tiempos de guerra.
La primera industria nacionalizada fue la financiera. Al analizar la Comuna de París, Marx subrayó que el hecho de que los comuneros no se apoderaran del Banco de Francia había sido un error fatal. Lenin y los bolcheviques hicieron suyas estas sabias palabras.
En diciembre de 1917, en respuesta al sabotaje de los banqueros, el gobierno soviético desplegó tropas y decretó la fusión de los bancos en un único Banco Nacional, con el monopolio de la moneda y el crédito.
El gobierno también anuló todas las deudas públicas acumuladas por sus predecesores, especialmente las contraídas con financieros extranjeros. Esto fue recibido con aullidos de protesta por parte de los imperialistas, que rápidamente cortaron las líneas de crédito restantes, realzando la importancia del control estatal sobre el sistema financiero.
En otros lugares, las nacionalizaciones fueron en su mayoría espontáneas al principio: una respuesta defensiva al sabotaje de la patronal, o un respaldo retroactivo a la acción directa de los trabajadores. En los primeros nueve meses, más de dos tercios de las nacionalizaciones se llevaron a cabo por iniciativa de los soviets locales y los consejos obreros, no por órdenes de la cúpula.
Sin embargo, a partir de mayo-junio de 1918, cuando se intensificó el vandalismo de los capitalistas y los imperialistas aumentaron su intervención, los bolcheviques se vieron obligados a cambiar de dirección y nacionalizar sectores enteros de la industria. Pero incluso entonces, estas expropiaciones se llevaron a cabo principalmente de manera ad hoc, no como parte de un plan general.
La clase obrera era claramente la fuerza motriz de la revolución. Pero esta energía necesitaba ser canalizada y dirigida, de forma conscientemente organizada y planificada.
Lenin explicó, sin embargo, que el joven Estado soviético no tenía capacidad para planificar adecuadamente la producción. En muchos casos, como el Estado carecía de recursos, las empresas nacionalizadas se arrendaban rápidamente a sus antiguos propietarios, con los mismos directores en sus puestos.
Mientras tanto, un auténtico sistema de control y gestión obrero implicaría el trabajo conjunto de los comités de fábrica, los sindicatos y los soviets locales. Y para tener éxito, esbozó Lenin, se requerirían ciertas condiciones materiales, condiciones que la República Soviética aún no poseía.
Lo que se necesitaba era una clase trabajadora con tiempo y cultura suficientes: un nivel de productividad tal que los trabajadores dispusieran de suficiente tiempo libre para participar en la gestión de la producción, junto con la educación y los conocimientos necesarios para realizar las tareas administrativas que ello implicaba.
En resumen, ni siquiera la planificación socialista podría llevarse a cabo adecuadamente sin un rápido desarrollo de las fuerzas productivas.
En su lugar, Lenin abogaba por la nacionalización únicamente de las palancas clave de la economía, dejando en su lugar a los antiguos gestores, pero bajo la supervisión de los trabajadores. Esto debía ir acompañado de la máxima centralización y organización de la industria, bajo la supervisión de Vesenkha.
En esta época surgió en el Partido Bolchevique una oposición «comunista de izquierdas» que planteaba desacuerdos con esta posición. Estos ultraizquierdistas se apoyaban en la concepción más autónoma del control obrero, al tiempo que abogaban por una «política decidida de socialización».
Lenin les dio poca importancia, así como a sus denuncias de que el gobierno perseguía una «desviación bolchevique de derecha».
«Hoy, sólo los ciegos podrán no ver que hemos nacionalizado, confiscado, golpeado y acabado más de lo que hemos sabido contar.», afirmó Lenin. Pero, subrayó, «la socialización se distingue precisamente de la simple confiscación en que se puede confiscar con la sola “decisión”, sin saber contar y distribuir acertadamente, pero es imposible socializar sin saber hacer eso.«
La nacionalización de los «pilares básicos» de la economía fue acompañada del establecimiento de un monopolio estatal sobre el comercio exterior, que se implantó oficialmente en abril de 1918.
Esto era vital para proteger a la recién nacida economía soviética de las presiones del mercado mundial capitalista y para impedir que los comerciantes oportunistas sacaran riqueza del país o se beneficiaran de las importaciones.
De cara al futuro, junto a la nacionalización de la gran industria, el control de las finanzas y del comercio exterior también sería fundamental para la planificación socialista. A corto plazo, estas medidas eran esenciales para la defensa de la revolución.
Así estaban las cosas en la República Soviética cuando empezó a desarrollarse la guerra civil, que impulsó a los bolcheviques a enfrentarse con dificultades aún mayores.
Guerra Comunismo
El trastorno de la guerra mundial y la guerra civil, en rápida sucesión, fue profundo.
Entre 1918 y 1920, millones de refugiados internos se vieron obligados a huir de sus hogares, mientras las tropas imperialistas y los ejércitos blancos saqueaban ciudades y pueblos. Millones más murieron de hambre y de epidemias de enfermedades.
Esto se sumó a las grandes pérdidas territoriales como resultado del tratado de Brest-Litovsk y el saqueo imperialista alemán.
Las cosechas se vieron gravemente perturbadas, el transporte se dislocó y la población urbana cayó en picado, ya que los trabajadores hambrientos regresaron a sus pueblos en busca de comida.
Con las fábricas privadas de trabajadores, materias primas y combustible, la producción industrial cayó en picado. En 1920, la industria a gran escala funcionaba a sólo el 13% de su nivel de preguerra.
El único objetivo del gobierno bolchevique en ese momento era la supervivencia. Así comenzó el periodo y el programa conocidos como «comunismo de guerra»: un intento de canalizar todos los recursos disponibles hacia el Ejército Rojo.
De este modo, poco quedaba para los obreros y los campesinos. Los primeros se enfrentaron a una espiral de precios y a una aguda escasez en las ciudades, junto con horarios y condiciones penosas en las fábricas. A los segundos, el Estado les requisaba el grano y el ganado.
El gobierno intentó resolver la crisis alimentaria declarando la guerra a los especuladores, comerciantes privados y kulaks (campesinos capitalistas ricos), que se lucraban y acaparaban grano. Pero los asaltos a aldeas y almacenes sólo permitieron obtener una cantidad limitada.
El gobierno central también pidió ayuda al movimiento cooperativo, con la esperanza de que pudieran obtener y distribuir alimentos a través de sus redes. Irónicamente, se mostraron muy poco cooperativos.
En 1919, por tanto, los bolcheviques introdujeron la prodrazvyorstka: cuotas obligatorias de entrega de grano, a precios fijados por el Estado. En algunos casos, esto significaba la confiscación de los excedentes de grano. En otros, equivalía a lo mismo, ya que el dinero pagado a cambio era escaso y cada vez más inútil, gracias a la inflación.
Miles de voluntarios se alistaron para ayudar en la campaña de requisas. Sindicatos, comités de fábrica y soviets formaron «brigadas de alimentos» armadas, cuyo objetivo principal eran los kulaks.
Además de descubrir reservas secretas y obtener grano, su misión consistía en agitar políticamente a los campesinos más pobres para que se unieran tanto a la búsqueda de alimentos como a la lucha contra las capas más ricas del campo.
El objetivo de los bolcheviques era abrir una brecha entre los kulaks y el resto del campesinado. Sin embargo, el excedente que podía obtenerse de los primeros no era suficiente, lo que llevó a ampliar las atribuciones de la prodrazvyorstka. Estos últimos, por su parte, tendían a identificarse más con sus compañeros del campo que con los trabajadores de las ciudades.
Sin dinero ni productos manufacturados suficientes que ofrecer a los campesinos a cambio de su grano, las requisas se enfrentaron a la resistencia y el sabotaje, incluyendo reducciones en los niveles de siembra.
Los trabajadores de las brigadas de alimentación corrían el peligro de ser masacrados por los esbirros de los kulaks. En más de un caso, los cadáveres de los requisadores aparecieron en graneros, con los vientres rajados y rellenos de grano.
El gobierno estaba atrapado en un círculo vicioso. Sin una industria adecuada, no podía proporcionar a los campesinos los bienes que exigían a cambio de sus alimentos. Esto significaba un empeoramiento de la escasez de alimentos para los trabajadores, lo que provocaba una mayor caída de la producción industrial. Y mientras tanto, había que alimentar al ejército.
Medidas extremas
La guerra civil aceleró la nacionalización de la industria. El esfuerzo militar exigía una centralización estricta para combatir el caos que proliferaba en toda la economía. Había que concentrar la producción en las fábricas más eficaces. Y los materiales escasos debían asignarse allí donde fueran más eficaces.
En noviembre de 1920, la Vesenkha era responsable de la supervisión de entre 3.800 y 4.500 empresas estatales, la mayoría en la gran industria, pero también en industrias más pequeñas que no eran exactamente los «pilares fundamentales» de la economía.
El número de funcionarios de la Vesenkha y personal de los glavki se disparó de unos 300 en marzo de 1918 a 6.000 en total seis meses después. Muchos de ellos habían servido en el aparato estatal zarista, lo que avivó la ira entre los trabajadores.
Incluso en estas condiciones de asedio, los bolcheviques mantuvieron el debate sobre cuestiones clave: la relación entre los planificadores centrales y los soviets locales, y entre centralización y federalismo; el uso de especialistas y administradores burgueses, a los que se ofrecían salarios más altos y primas; y el papel de los sindicatos como instrumentos de movilización de la mano de obra.
En todas estas cuestiones surgieron críticas contra la dirección, sobre todo por parte de la llamada «Oposición Obrera». Lenin y Trotsky fueron los primeros en admitir que las medidas extremas que exigía la guerra civil distaban mucho de ser ideales. Pero eran necesarias.
La guerra no podía ganarse sin la máxima centralización. La industria estatal no podía ser dirigida por una clase obrera inexperta y agotada, sin la ayuda de expertos. La tarea más apremiante del momento era la supervivencia y no el socialismo.
Al agravarse la escasez, el gobierno intensificó su control sobre la distribución. Se nacionalizaron las cooperativas y los comercios minoristas. Se fijan los precios de una serie de productos. El racionamiento, introducido por primera vez antes de la revolución, se reactivó, dando prioridad a los trabajadores industriales y colocando a los antiguos burgueses al final de la cola.
Pero las raciones no eran suficientes. En 1919-20, sólo alrededor del 20-25 por ciento del consumo de alimentos en las ciudades procedía de los suministros racionados. Los empleados de las fábricas incluso cultivaban sus propias verduras en los huertos de los centros de trabajo. Tal era el hambre que en Petrogrado ya no se encontraban gatos, perros ni caballos.
Los mercados habían sido oficialmente abolidos. Pero las restricciones gubernamentales eran impotentes. La ley de la oferta y la demanda seguía haciéndose sentir . Los mercados negros se multiplican y los especuladores ofrecen bienes escasos a precios exagerados.
Para financiar los gastos del Estado, el gobierno recurrió cada vez más a la impresión de dinero. El rublo se devaluó cada vez más. La tasa de inflación pasó del 600% en 1918 al 1.400% un año después.
A medida que la moneda perdía valor, la economía empezó a sobrevivir sin ella. El dinero fue sustituido por pagos en especie. Las empresas nacionalizadas intercambiaban materiales basándose en la contabilidad de la Vesenkha. El Estado proporcionaba raciones y servicios gratuitos, como comedores y transportes públicos. Y en lugar de salarios, los trabajadores de las fábricas recibían una parte de sus propios productos industriales, que se intercambiaban mediante trueque en el mercado negro.
La ley del valor
El comunismo de guerra, por emergencia y conveniencia, había dado lugar a una economía casi totalmente nacionalizada y sin dinero. Pero esto tenía poco en común con la concepción marxista del socialismo o el comunismo. Este resultado contradictorio fue producto de la devastación y la desesperación, no de la doctrina o el diseño.
Los bolcheviques más ultraizquierdistas intentaron hacer de la necesidad virtud. Lo que había surgido de forma inesperada y anárquica, como resultado del caos y el colapso, se pintó como un paso deliberado hacia el socialismo.
De hecho, las leyes del capitalismo siguieron operando, no sólo externamente, a través de la presión del mercado mundial, sino dentro de los límites del propio Estado obrero.
Para cada sistema económico, demostró Marx, existen ciertas dinámicas objetivas, que existen independientemente de cualquier intención o voluntad, que regulan la riqueza, el trabajo y los medios de producción de la sociedad.
En el capitalismo, explicó, la riqueza de la sociedad adopta la forma de mercancías: bienes producidos para el intercambio y distribuidos a través del mercado.
Las mercancías, por término medio, se intercambian en función de su valor, determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario que llevan incorporado. Marx llamó a esto la ley del valor.
La ley del valor regula la economía capitalista. Establece las proporciones en que se intercambian las mercancías. Determina el valor del dinero, esa «mercancía de mercancías» y dirige el flujo de capital de un sector a otro, dando forma a la división global del trabajo.
En el capitalismo, cada parte de la economía está interconectada a través de la «mano invisible» del mercado. Pero este sistema funciona a ciegas, a espaldas tanto de los capitalistas como de los trabajadores.
Así pues, la ley del valor se expresa en el capitalismo a través de la anarquía de las fuerzas del mercado y de las fluctuaciones de las señales de precios, buscando el «equilibrio» a través del caos y la crisis.
En el comunismo de guerra, por el contrario, toda la clase capitalista había sido expropiada. Y las relaciones de mercado habían sido formalmente anuladas, distribuyéndose ahora oficialmente los bienes y servicios básicos no como mercancías, sino a través del Estado.
Seguramente, entonces, ¿la ley del valor había sido derrocada, y el dinero podía salir sin problemas del escenario de la historia?
Marx explicó además, sin embargo, que el dinero es en última instancia una medida de valor; una representación del tiempo de trabajo socialmente necesario; un derecho a una parte de la riqueza total de la sociedad.
El dinero es una herramienta social, que actúa como medio de intercambio, unidad de cuenta y depósito de valor. Y como cualquier instrumento, no puede desecharse hasta que se haya vuelto obsoleto e innecesario.
Al igual que el Estado, el dinero debe marchitarse en la transición de la primera fase del comunismo (socialismo) a la fase superior del comunismo, a medida que se desarrollan las fuerzas productivas; a medida que la escasez se convierte en superabundancia; y a medida que la producción de mercancías y el intercambio mercantil son sustituidos por la planificación y la asignación conscientes.
Sólo sobre esta base puede superarse la ley del valor como regulador primario de la economía, junto con sus síntomas monetarios y materiales: precios volátiles y escasez.
«En la sociedad comunista, el Estado y el dinero desaparecerán», explica Trotsky, «y su agonía progresiva debe comenzar en el régimen soviético». Pero, subraya, «El dinero no puede ser ‘abolido’ arbitrariamente»:
«El fetichismo y el dinero sólo recibirán el golpe de gracia cuando el crecimiento ininterrumpido de la riqueza social libre a los bípedos de la avaricia por cada minuto suplementario de trabajo y del miedo humillante por la magnitud de sus raciones.»
La existencia del mercado negro y la escasez generalizada eran una clara indicación de que las condiciones materiales para la desaparición de las mercancías, el dinero y la ley del valor -las condiciones para un auténtico comunismo- no existían bajo el comunismo de guerra.
La productividad del trabajo era escasa. Cada «minuto sobrante de trabajo» era precioso. El «tamaño de la propia ración» era realmente humillante.
En estas condiciones, la ley del valor no se debilitó, sino que se afirmó con mayor fuerza, como lo demuestra el hecho de que los trabajadores tuvieran que recurrir al trueque, la forma más elemental de intercambio.
Por tanto, el «comunismo de guerra» representó más un retroceso que un avance hacia la construcción de una sociedad comunista.
Los ultraizquierdistas habían cometido un grave error teórico: suponer que la revolución había anulado de un plumazo las leyes del capitalismo; que la propiedad estatal bastaba para trascender la ley del valor. Este grave error sería repetido más tarde por los estalinistas.
La Nueva Política Económica
A finales de 1920, las tornas habían cambiado a favor del Ejército Rojo. Esto proporcionó cierto respiro, una oportunidad para que los bolcheviques revisaran las políticas del comunismo de guerra y planificaran los siguientes pasos.
Todo el país estaba en ruinas. Todos los aspectos de la economía -industria, agricultura, transporte- estaban destrozados. El hambre y la enfermedad acechaban la tierra. La inflación estaba fuera de control.
Este fue el sombrío contexto de los debates en el seno del partido que comenzaron a principios de 1921 y culminaron en lo que llegó a conocerse como la Nueva Política Económica (NEP).
El problema más acuciante era la escasez de alimentos. Era necesario obtener más grano del campesinado. Pero la prodrazvyorstka (requisa) había agotado sus posibilidades.
A medida que se alejaba la amenaza de la reacción blanca -y con ella el peligro del regreso de los terratenientes-, los campesinos se volvían aún menos tolerantes con las confiscaciones del Estado. Esto llevó a estallidos de rebelión en el campo, que llegaron a su punto álgido con la revuelta de Kronstadt en marzo de 1921.
Estas revueltas eran sintomáticas, demostraban que la configuración existente era insostenible; que los antagonismos de clase estaban lejos de resolverse; que el comunismo de guerra no representaba los cimientos de un salto hacia el socialismo, como imaginaban los ultraizquierdistas utópicos.
Así pues, el gobierno cambió de vía. La requisición de grano fue sustituida por un impuesto progresivo en especie. Los campesinos tendrían que entregar una parte de su cosecha, pero tendrían derecho a vender cualquier excedente por encima de esta cantidad a través de canales privados. La obligación fue sustituida por el incentivo.
Pero este paso aparentemente pequeño adquirió una lógica propia y se convirtió en una bola de nieve que nadie había previsto.
En primer lugar, para que el campesinado vendiera su grano, era necesario que hubiera otros bienes -ropa, productos manufacturados y otros alimentos- en los que gastar el dinero recién adquirido.
Esto significaba aumentar la producción de bienes de consumo. Pero las industrias estatales estaban paralizadas. Y los recursos necesarios para repararlas no podían conseguirse por arte de magia.
Una revolución exitosa en los países capitalistas avanzados habría resuelto el problema. Pero el capitalismo había sobrevivido a la primera oleada revolucionaria de posguerra, que había alcanzado su punto álgido en 1919.
Por ello, el gobierno bolchevique se vio obligado a apoyarse en pequeños productores privados: artesanos, cooperativas e industrias caseras, que no requerían grandes inversiones iniciales. Del mismo modo, las empresas nacionalizadas de las industrias más ligeras fueron arrendadas a empresarios privados y se les permitió producir con ánimo de lucro.
Todo ello condujo a otra exigencia: la supresión de los controles de precios y la legalización de los mercados, para proporcionar a los campesinos un medio de vender sus excedentes, distribuir los alimentos del campo a las ciudades y llevar los productos manufacturados a los pueblos.
Esto dio lugar a los famosos «hombres de la NEP»: comerciantes y vendedores ambulantes -que ya andaban sueltos bajo el comunismo de guerra dirigiendo mercados negros- que facilitaban esta red de comercio privado, embolsándose una buena suma por el camino.
La siguiente consecuencia lógica fue la necesidad de estabilizar la moneda. ¿Cómo podría existir el comercio privado sin un medio de cambio fiable y precios estables?
Esto planteó otras cuestiones, que se abordaron durante los debates sobre la NEP en el X Congreso del partido, celebrado en marzo de 1921. Como informa E. H. Carr:
La estabilización de la moneda no podía llevarse a cabo mientras la imprenta siguiera produciendo una cantidad ilimitada de rublos; la imprenta no podía ser controlada hasta que el gobierno encontrara otra forma de cuadrar las cuentas; y era impensable reducir el gasto público dentro de los límites de cualquier ingreso que pudiera recaudar hasta que el Estado no se liberara de los inmensos costes de mantener la industria estatal y los trabajadores que trabajaban en ella.
En resumen, el régimen económico inflacionista debía ser sustituido por otro de monetarismo y austeridad.
En julio de 1922, en un intento de contener la hiperinflación desenfrenada (que superaba el 7.000% ), el antiguo rublo devaluado fue sustituido oficialmente por una nueva moneda respaldada en oro: los chervonets.
Se inicia un proceso de «racionalización» en la industria estatal, conocido como khozraschet. Las empresas estatales ya no podían depender del Banco Nacional. En su lugar, tuvieron que actuar como empresas autosuficientes, que funcionaban según principios comerciales: gestionando sus propias cuentas; recortando costes; mejorando la eficiencia; tratando directamente con productores y distribuidores en el mercado; y tratando de generar un superávit (pero no funcionando para el beneficio de empresarios individuales).
Las empresas estatales «no rentables» (principalmente las más pequeñas) fueron arrendadas bajo gestión privada, pagando un alquiler en especie, o fueron consolidadas dentro de los trusts. Pero, junto con la banca, todas las industrias más importantes -los verdaderos pilares fundamentales de la economía- permanecieron bajo control estatal, empleando al grueso de los trabajadores industriales.
Para equilibrar las cuentas, las empresas estatales tuvieron que reducir sus costes. Esto condujo a una venta masiva de activos. El resultado fue un exceso de bienes industriales en el mercado, en un momento de demanda deprimida. Los precios bajaron en comparación con los de los productos agrícolas, lo que benefició al campesinado a expensas de los productores y consumidores urbanos.
Estas empresas también se vieron obligadas a realizar despidos masivos. Volvió el «ejército de reserva de mano de obra» del capitalismo. Además, el khozraschet exigió que se volviera a pagar a los trabajadores en salarios monetarios, con primas para incentivar un trabajo más duro.
Esto supuso un duro golpe para la clase obrera; un cambio radical respecto a la movilización de la mano de obra vista bajo el comunismo de guerra, cuando el empleo y la subsistencia básica estaban garantizados. «Esta cruda forma de disciplina laboral», señala Carr, «fue rápidamente sustituida por el viejo ‘látigo económico’ del capitalismo».
«El trabajo como obligación legal», señala, «fue sucedido por el trabajo como necesidad económica; el miedo a las penas legales sustituido como sanción por el miedo al hambre».
«En menos de un año», concluye Carr, «la NEP había reproducido las características esenciales de una economía capitalista».
Acumulación socialista primitiva
A partir del acto inicial de permitir a los campesinos vender los excedentes de grano, se había producido una transformación en toda la economía. Tirando de este único hilo, el comunismo de guerra se deshizo.
Los plenos efectos de la reintroducción de las relaciones de mercado en la agricultura pueden haber sido imprevistos, pero no accidentales. El desmantelamiento del comunismo de guerra expresaba una cierta necesidad.
Las diferentes partes de la NEP constituían un todo interconectado. El primer paso en dirección al mercado llevó al gobierno mucho más lejos de lo que nadie había previsto inicialmente. Las presiones objetivas se impusieron, dejando de lado los deseos subjetivos.
La Unión Soviética no había escapado, ni podía hacerlo, a las leyes del capitalismo. Al mismo tiempo, sin embargo, el Estado obrero no estaba completamente indefenso ante las fuerzas del mercado.
«El estado obrero, aunque ha puesto su economía en el plano comercial, no renuncia sin embargo, incluso en el más próximo período, a ejecutar su plan económico.», explicaba Trotsky en 1922, «no renuncia, sin embargo, a los comienzos de la economía planificada, ni siquiera para el período inmediatamente venidero.»
«El hecho que toda la red ferroviaria y la aplastante mayoría de las empresas industriales ya estén explotadas directamente a cuenta del estado y financiadas por este último», continuó, «hace inevitable la concomitancia de un control del estado centralizado sobre esas empresas con un control automático del mercado.»
La tarea del Estado soviético, según Trotsky, era «ayudar a eliminar el mercado lo más rápidamente posible».
Es importante destacar que el Estado obrero debe utilizar su control sobre el crédito, el comercio exterior y los impuestos para canalizar los recursos hacia la industria estatal.
El monopolio estatal sobre el comercio exterior era una parte esencial de esto. Y tanto Lenin como Trotsky se opusieron a cualquier sugerencia de abolirlo o relajarlo. Esto, subrayaron, fortalecería a los kulaks y a los hombres de la NEP, a expensas del Estado obrero y de la economía planificada.
Estas palancas fiscales y financieras en manos del Estado, esbozó Trotsky, «permiten aplicar a la economía del estado una porción, que no deja de crecer, de los ingresos del capital privado, y ello no solamente en el dominio de la agricultura (impuesto en especie) sino también en el del comercio y la industria».
De este modo, el sector privado se vería «obligado a pagar tributo» a lo que Trotsky llamó «acumulación socialista primitiva», en un guiño al concepto de Marx de la acumulación primitiva de capital.
La lucha entre estas dos fuerzas sociales -que reflejan las presiones de la producción de mercancías y el mercado, por un lado, y la planificación estatal, por el otro- representó, por tanto, una característica fundamental de la economía soviética «de transición».
Las leyes y categorías económicas del capitalismo (dinero, valor, plusvalía, etc.) permanecerían por tanto bajo el Estado obrero, pero ahora de forma modificada, sujetas a un grado cada vez mayor de control consciente.
Recuperación y reconstrucción
En sus primeros años, la NEP ofreció cierto alivio. Tras la catastrófica sequía y hambruna de la región del Volga en 1921-22, las cosechas mejoraron. Y partiendo de una base baja, la industria empezó a recuperarse, principalmente restaurando fábricas en lugar de construir otras nuevas.
Aunque se había recuperado el mercado en la agricultura y el comercio, las industrias clave seguían en manos del Estado. El gobierno toma medidas para organizarlas y planificarlas mejor.
Ya en 1920, el «Consejo de Defensa» había sido restablecido como «Consejo de Trabajo y Defensa», con la responsabilidad de elaborar un plan económico para todo el país.
En los dos años siguientes se crearon el Gosplan y el Gosbank. El primero se encargaba de la planificación general a largo plazo. Esto incluía preparar previsiones, objetivos, balances y presupuestos de producción y consumo; supervisar la construcción de grandes proyectos industriales y de infraestructuras; y garantizar la coordinación entre los departamentos económicos. El segundo era el banco central soviético.
Ambos complementaron a la Vesenkha, que siguió planificando y gestionando la industria estatal a través de sus glavki (trusts).
La recuperación económica continuó en los años siguientes, aunque con algunos reveses importantes.
La más notable fue la «crisis de las tijeras» de 1923, llamada así por la creciente divergencia entre los precios agrícolas y los industriales.
En la fase inicial de la NEP, los campesinos se beneficiaron de la subida de los precios de los cereales y de la bajada de los precios de los bienes de consumo. Ahora, como la producción agrícola crecía más rápidamente que la industrial, estos precios cambiaron de lugar en términos relativos. Mientras tanto, todos los precios aumentaban en comparación con los ingresos, a pesar de los intentos del gobierno por controlar la inflación.
Se introdujeron controles de precios sobre los bienes industriales producidos por el Estado. Pero esto sólo condujo a una mayor escasez. El resultado fue el aumento de las tensiones entre el campo y la ciudad, y el antagonismo del campesinado, que cada vez más sentía que salía perdiendo.
Este episodio puso de manifiesto la inestabilidad inherente a la economía soviética; la dificultad de lograr un crecimiento armonioso sobre la base de un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas; y las explosiones sociales que podían estallar en cualquier momento. No era tanto un caso de «tijeras» como de equilibrio sobre el filo de una navaja.
En 1925-26, la capacidad industrial existente había vuelto a funcionar en su mayor parte, y la producción agrícola e industrial alcanzaba los niveles de antes de la guerra.
La atención del partido ya no se centraba en la lucha inmediata por la supervivencia, sino en la «reconstrucción», es decir, en preparar el terreno para la siguiente fase de desarrollo de la economía. La forma que adoptaría era objeto de gran debate.
A estas alturas, sin embargo, la discusión no se limitaba a los aciertos y errores de la política económica. Era una lucha política sobre el destino de la revolución.
Auge de la burocracia
Lenin había descrito la introducción de la NEP como un compromiso con la pequeña burguesía; una derrota y una retirada, pero en última instancia necesaria; un intento de ganar tiempo hasta que se pudiera proporcionar un salvavidas a través de revoluciones exitosas en otros lugares.
Sin embargo, con su dependencia de los métodos de mercado, la NEP tuvo importantes consecuencias políticas. Nutrió económicamente a los kulaks, comerciantes privados y otros elementos capitalistas, aumentando su peso social en comparación con la clase obrera. Paradójicamente, estas capas parasitarias se beneficiaban más del Estado obrero que los propios trabajadores.
Esto, a su vez, contribuyó al ascenso de la burocracia estalinista.
La clase obrera estaba alienada de su propio Estado y de la producción, por agotamiento. Los bolcheviques tenían que confiar en una casta de viejos funcionarios, administradores y especialistas para dirigir la sociedad. Y había una necesidad objetiva de, en palabras de Trotsky, » un agente de policía que mantenga el orden» en condiciones de necesidad generalizada.
El fortalecimiento de los hombres de la NEP y los kulaks aceleró este proceso, presionando a la burocracia para que se adaptara al nuevo marco mercantilizado, y para que se apoyara en las tendencias capitalistas de la sociedad soviética.
Por lo tanto, junto con la NEP, Lenin exigió una campaña contra la burocracia y el arribismo en el Estado y el partido, y medidas para reforzar la democracia obrera. Si se iban a hacer concesiones económicas a las capas capitalistas y pequeñoburguesas, había que contrarrestarlas con medidas políticas para fortalecer el Estado obrero.
En octubre de 1923, con Lenin incapacitado por su mala salud, Trotsky y sus partidarios fundaron la Oposición de Izquierda, para luchar contra la degeneración burocrática del partido y defender el Estado obrero como Estado obrero. Su programa incluía duras críticas a la NEP, por su papel en alimentar a los kulaks, comerciantes e intermediarios.
Al otro lado estaba la Oposición de Derecha, dirigida por Bujarin. En los tiempos del comunismo de guerra, Bujarin había estado más cerca de los ultraizquierdistas. Pero más tarde viró bruscamente en la otra dirección, convirtiéndose en un ferviente defensor de estimular el crecimiento a través de los medios del mercado, resumido en su llamamiento al campesinado: «¡Enriqueceos!»
En medio estaba la Troika: el triunvirato de Stalin, Zinóviev y Kámenev, que representaba los intereses de la creciente burocracia. Trotsky describió esta facción como «centrista», es decir, revolucionaria en el lenguaje pero reformista en los hechos.
La muerte de Lenin en 1924 fue sin duda un duro golpe. Pero su muerte no fue el factor decisivo en la degeneración del Partido Bolchevique y del Estado soviético. Como comentó más tarde su compañera Krupskaya, si Lenin hubiera seguido vivo, también habría acabado en uno de los campos de prisioneros de Stalin.
Líneas de batalla trazadas
La cuestión de cómo debía desarrollarse industrialmente la URSS se convirtió en este periodo en un importante punto álgido de la lucha entre las alas proletaria y pequeñoburguesa del Partido Comunista.
Ambas partes estaban a favor de la industrialización. La cuestión era cómo lograrla y a qué ritmo.
Trotsky y sus partidarios pidieron que se elaborara y aplicara un plan de industrialización transformadora. Decían que debía darse prioridad a la inversión en la industria a gran escala, en fábricas que pudieran producir no sólo medios de producción (incluidos materiales como acero y productos químicos), sino también los «medios de producción de los medios de producción»: equipamiento industrial, máquinas herramienta, etc.
Para mejorar la productividad de la tierra, había que mecanizar y modernizar la agricultura. Para ello era necesario crear granjas colectivas a gran escala, ya que el actual estado primitivo y disperso de la producción campesina – repartida entre 20-25 millones de hogares – no podía dar cabida a tractores y técnicas agrícolas avanzadas.
Es importante destacar que Trotsky y la Oposición de Izquierda hicieron hincapié en que había que incentivar -no obligar- a los campesinos pobres y medios para que se unieran a las granjas colectivas, demostrándoles que éstas podían proporcionarles un mejor nivel de vida que la pequeña agricultura tradicional.
Para lograr ambos objetivos, Trotsky pidió que se emprendieran importantes obras de ingeniería. Esto incluía la construcción de una presa hidroeléctrica en el río Dniéper, para suministrar energía a una nueva oleada de fábricas y granjas modernas.
Sobre la base de tales medidas económicas sistemáticas y radicales, afirmaban Trotsky y sus partidarios, se podría lograr un enorme crecimiento en el espacio de dos planes quinquenales, muy por encima de los objetivos extremadamente modestos fijados por los burócratas del Gosplan.
Los estalinistas ridiculizaron estas sugerencias. Lenin había resumido célebremente el comunismo como «poder soviético más electrificación». Sin embargo, Stalin respondió a la propuesta de Trotsky sobre el Dniéper con la concisa réplica de que sería el equivalente a ofrecer a un campesino «un gramófono en lugar de una vaca».
Los llamamientos a un ambicioso plan quinquenal fueron tachados de irrealistas. Trotsky fue acusado de ser un «superindustrializador». Bujarin, en particular, advirtió que tales políticas conducirían a una ruptura con el campesinado.
En el fondo, estas críticas reflejaban el conservadurismo inherente a la burocracia y los intereses de la pequeña burguesía, en la que se apoyaban Stalin y Bujarin, al igual que la perspectiva del «socialismo en un solo país».
Los estalinistas, temiendo una reacción de los campesinos ante cualquier medida que ejerciera presión económica sobre el campo, pedían que la industrialización se financiara principalmente desde dentro de la propia industria estatal, mediante la reducción de costes y la mejora de la productividad en las empresas nacionalizadas.
Pero tales políticas sólo podían liberar una pequeña cantidad de recursos para reinvertirlos en nuevos medios de producción, de ahí los conservadores objetivos de crecimiento de los estalinistas en esta época.
En su lugar, Bujarin sugirió que se incentivara al campesinado para que produjera el mayor excedente posible de materias primas, que luego podrían intercambiarse por maquinaria y equipamiento industrial en el mercado mundial.
«El propio Bujarin hablaba de llegar al socialismo montado en un jamelgo campesino», señala el historiador económico Alec Nove. «Pero, ¿podría persuadirse al jamelgo campesino para que fuera en la dirección correcta? ¿Sería capaz el partido de controlarlo?».
Éstas fueron las ásperas líneas de batalla en torno a las cuales se desarrolló el debate sobre la reconstrucción de 1925-27: el preludio de la expulsión de Trotsky y la Oposición de Izquierda, los zigzagueos de los estalinistas y la aplicación burocrática del primer plan quinquenal.
Lucha teórica
La lucha entre la mayoría estalinista y la Oposición de Izquierda no sólo se libró en el plano político, sino también en el teórico.
Una obra notable fue La nueva economía, de Yevgeni Preobrazhensky. Escrita en 1926 como respuesta a las políticas de Stalin y Bujarin, fue un intento de desarrollar una teoría de la economía soviética como guía para la acción.
Preobrazhensky pretendía demostrar que el programa de la Oposición de Izquierda era correcto y necesario: correcto al destacar el potencial de una rápida industrialización; y necesario para dominar la ciencia de la planificación y el desarrollo de las fuerzas productivas según las líneas socialistas.
En comparación, argumentó que Bujarin y Stalin -que en ese momento estaban aliados- habían abandonado el socialismo científico en lo que respecta a la política económica.
Los estalinistas actuaban empíricamente, movidos por el «pragmatismo» y los estrechos intereses burocráticos, no por consideraciones teóricas. Al igual que los economistas burgueses de hoy, no tenían una comprensión real de su propio sistema.
La burocracia y sus representantes se vieron empujados por los acontecimientos. Sin reconocerlo, aplicaban una política totalmente conforme a la ley del valor, cuya conclusión lógica era la plena reintegración de la URSS en el mercado mundial capitalista.
Marx explicaba que, en un sistema de mercado sin obstáculos, el capital fluye hacia los sectores que proporcionan la mayor tasa de beneficios. Aplicado a Rusia en los años de la NEP, esto significaba dirigir la inversión hacia la agricultura, dado lo que los economistas burgueses llamarían la «ventaja comparativa» del país: su abundancia de mano de obra rural, comparada con su escasez de maquinaria. Y esto, en esencia, es lo que pedían Bujarin y Stalin.
La Oposición de Izquierda explicó que las sugerencias de los estalinistas no conducirían al socialismo, sino al retorno del capitalismo. En lugar de desarrollar la industria estatal, esta estrategia sólo haría que la economía soviética dependiera más de la exportación de materias primas, como un país colonial.
Además, al insistir en que el desarrollo industrial debía autofinanciarse desde el sector estatal, los estalinistas garantizaban un ritmo lento de crecimiento económico y, por tanto, una brecha cada vez mayor entre la Unión Soviética y los países capitalistas avanzados.
Sobre esta base, Rusia no se industrializaría, sino que se mantendría en un estado de atraso permanente, bajo el dominio del imperialismo y del mercado mundial.
Al mismo tiempo, al centrarse en la producción agrícola, se fortalecería la posición de los campesinos más ricos. Con el tiempo, esto produciría un conflicto entre el campo y el Estado obrero, en el que los campesinos ricos exigirían un acceso directo y libre al mercado mundial en sus propios términos.
A menos que se tomaran medidas activas para subvertir este proceso y privar al sector privado de su riqueza, enfatizaron Trotsky y Preobrazhensky, la acumulación continuaría a favor de los elementos capitalistas de la sociedad.
En conjunto, estas presiones plantearían en última instancia la cuestión -y el peligro- de la restauración capitalista.
En su lugar, Trotsky y la Oposición de Izquierda enfatizaron la necesidad de lo que llamaron la «ley de la acumulación socialista primitiva» .
Como se ha explicado anteriormente, este término establecía una analogía con la fase más temprana del capitalismo, cuando el incipiente sistema burgués aún estaba reuniendo la riqueza y los recursos necesarios para desarrollar la industria sobre la base del beneficio.
Este desarrollo capitalista preliminar, explicó Marx en El Capital, no se basaba en el intercambio equitativo, es decir, en la adhesión a la ley del valor, sino en el pillaje y el saqueo, a través del colonialismo, la esclavitud y la fuerza del Estado.
Del mismo modo, la Oposición de Izquierda argumentaba que, debido a su atraso y aislamiento, la Unión Soviética tendría que acumular los recursos para la industrialización mediante un intercambio desigual con los sectores no estatales de la economía. Esto, argumentaban, era una necesidad inevitable que debía ser comprendida y traducida en la política del partido en consecuencia.
En la práctica, esto significaba fijar precios, imponer impuestos y utilizar el monopolio del Estado sobre las finanzas y el comercio exterior, de modo que los recursos fluyeran desde los campesinos y los comerciantes privados hacia el Estado obrero.
Sobre esta base, la acumulación podría acelerarse en el sector estatal, principalmente a expensas de los kulaks y los hombres de la NEP, y el país podría convertirse en una potencia industrial moderna. Sin esto, la economía soviética seguiría atrasada, dependiendo de una masa de mano de obra poco productiva.
La acumulación socialista primitiva sería necesaria hasta que las fuerzas productivas estuvieran suficientemente desarrolladas y la planificación socialista fuera victoriosa – hasta que se alcanzara la primera fase del comunismo, y el Estado, el dinero y los antagonismos de clase pudieran empezar a extinguirse.
En este sentido, las exigencias de la acumulación socialista primitiva eran para el régimen soviético de transición una ley tan objetiva como la ley del valor, que también se hizo sentir.
Tanto Trotsky como Preobrazhensky subrayaron, sin embargo, que la ley del valor no había desaparecido. La prevalencia de las relaciones de mercado, tanto interna como externamente, mantenía esta presión, al igual que la inmadurez de las fuerzas productivas y las continuas condiciones de escasez.
Estos factores objetivos limitaban a los planificadores soviéticos. La economía no podía crecer a un ritmo arbitrario y vertiginoso. Esto provocaría escasez, inflación y estallidos sociales, todos ellos síntomas de la ley del valor.
Pero la potencia de la ley se había visto atenuada por la creciente fuerza del sector estatal y de la planificación. La asignación de mano de obra y medios de producción ya no estaba regulada simplemente por las fuerzas ciegas del mercado, sino también por la contabilidad y la organización.
Como dijo Preobrazhensky, ahora había «una nueva forma de lograr el equilibrio en el sistema económico, asegurado por el gran papel de la previsión consciente y el cálculo práctico de la necesidad económica.»
«Operan al mismo tiempo dos leyes con tendencias diametralmente opuestas», afirmó Preobrazhensky. En la ley del valor, «nuestro pasado pesa sobre nosotros, se esfuerza obstinadamente por seguir existiendo y hacer retroceder la rueda de la historia». A la inversa:
Cuanto más organizada está la economía estatal, cuanto más estrechamente unidos están sus diferentes eslabones por un plan económico operativo… más fuerte es su resistencia a la ley del valor, mayor es su influencia activa sobre las leyes de la producción de mercancías, más se transforma ella misma… en el factor de regularidad más importante de toda la economía.»
Del mismo modo, el teórico marxista Ted Grant explicó que en una sociedad de transición, que intenta avanzar hacia el socialismo, «se aplican algunas leyes propias al capitalismo y otras propias al socialismo. Después de todo este es el significado de transición».
Se trataba, en esencia, de una batalla entre el viejo modo de producción y la nueva sociedad que pugnaba por nacer.
Trotsky compartía la valoración de Preobrazhensky de la necesidad de una «acumulación socialista primitiva». Pero argumentó enérgicamente contra cualquier aplicación burda y mecánica del concepto.
Un desarrollo armonioso era vital -sobre todo desde el punto de vista político – para mantener el vínculo entre la clase obrera urbana y las masas campesinas pobres. No se puede sugerir el «saqueo» del campesinado, como el capitalismo europeo había hecho con sus colonias.
El crédito, los impuestos y la fijación de precios deben orientarse hacia un «intercambio desigual», esbozó Trotsky, favoreciendo a las ciudades y a la industria frente al campo. Pero no hay que llevar las cosas al punto de crisis, provocando un enfrentamiento abierto entre el campesinado y el Estado obrero.
Además, Trotsky subrayó que el nivel de vida no debía sacrificarse alegremente para garantizar el ritmo más rápido posible de industrialización. Los obreros y los campesinos deben poder sentir que se está progresando.
Sobre todo, subrayó Trotsky, la reivindicación de la «acumulación socialista primitiva» no debe asociarse a la del «socialismo en un solo país», como propugnan los estalinistas.
Incluso si el programa económico de la Oposición de Izquierda hubiera sido adoptado en su totalidad, esto por sí solo no habría llevado a la instauración del socialismo, mientras la Unión Soviética permaneciera aislada y rodeada por el mercado capitalista. No había solución sin una revolución mundial.
Colectivización forzosa
El peligro del enfoque empírico de los estalinistas no tardó en hacerse evidente.
Tras derrotar a Trotsky y a la Oposición Unida en el XV Congreso del partido, en diciembre de 1927, Stalin empezó a vestirse con sus ropajes y a virar hacia la izquierda. De repente se convirtió en un defensor de la industrialización rápida y empezó a amonestar a Bujarin y a la Oposición de Derecha por adaptarse a las tendencias burguesas.
Había factores económicos que empujaban a este giro de 180 grados. Como había advertido la Oposición de Izquierda, los kulaks y los campesinos ricos se habían envalentonado con la NEP. Y se resistieron a cualquier intento de frenarlos. En particular, eran hostiles a la socialización de la agricultura, que amenazaba sus intereses.
Sin embargo, sin colectivización, y a su vez mecanización y electrificación, era imposible mejorar la productividad de la tierra. Y sin un mayor rendimiento de los cultivos, no había forma de alimentar a la creciente población urbana, componente necesario de la industrialización.
«El campesinado», comenta Carr, «se vería obligado a suministrar cantidades cada vez mayores de productos agrícolas a las ciudades e industrias en expansión». Si esto «impusiera una presión demasiado grande sobre el campesino», sin embargo, «reduciría sus entregas de productos agrícolas, acapararía sus excedentes, reduciría sus siembras para el mercado y se replegaría a la autosuficiencia».
«Sobre esta delicada cuestión iban a girar las relaciones entre el régimen y el campesinado», concluye Carr.
Preocupados por purgar a la izquierda, los estalinistas ignoraron este conflicto latente durante un tiempo. Pero el deterioro del abastecimiento de grano a finales de 1927 puso las cosas en su sitio.
A medida que se cumplían las advertencias de la Oposición de Izquierda, la burocracia se vio obligada a llevar a cabo una política de «acumulación socialista primitiva», pero de la manera más torpe y reaccionaria.
Tras haberse apoyado en la pequeña burguesía para asestar golpes a la izquierda, Stalin se apoyaba ahora en la clase obrera para asestar golpes a la derecha, en ambos casos para reforzar su propia posición y poder.
Este brusco giro desorientó a muchos de los que se habían alineado con Trotsky. Esto incluía a Preobrazhensky, que concluyó que, puesto que la burocracia estaba ahora llevando a cabo su propia versión de sus recomendaciones, había llegado el momento de «hacer las paces con la mayoría del partido sobre la base del nuevo curso.»
Trotsky, por su parte, predijo que el giro de los estalinistas no conduciría al socialismo, sino al desastre, y a un mayor fortalecimiento de la burocracia reaccionaria.
Los acontecimientos no tardaron en confirmar sus predicciones. Sin productos manufacturados que ofrecer a cambio de grano, el gobierno recurrió a medidas represivas para resolver la crisis agrícola.
Desde principios de 1928, la burocracia estalinista emprendió una campaña cada vez más coercitiva contra los kulaks y su acaparamiento y especulación. Pero los funcionarios del Estado no solían hacer distinciones entre las capas más ricas y los campesinos medios y pobres, obligando a estos últimos a echarse en brazos de las primeras. Los recuerdos del comunismo de guerra aún estaban frescos.
Muy pronto, Stalin exigió la colectivización forzosa y la «liquidación de los kulaks como clase». Pero esto no hizo sino agravar la crisis alimentaria.
Como el Estado acaparaba todo el grano que podía, quedaba poco en el campo para alimentar a los campesinos y su ganado. Esto también significaba menos caballos y estiércol para los campos, lo que afectaba aún más a los rendimientos.
En 1932, la producción agrícola había caído al 73% de su nivel de 1928. En las ciudades se formaron colas para comprar pan. Volvió el racionamiento. Reaparecieron los «hombres del saco». Y millones de personas murieron de desnutrición y enfermedades.
Objetivos y crisis
En un segundo plano, los funcionarios de Gosplan y Vesenkha se afanan en formular el primer plan quinquenal. Después de haber sido presionados para que moderaran sus propuestas, los objetivos hiperambiciosos eran ahora la norma.
Entre los economistas soviéticos se debatía si la planificación debía ser «genética» o «teleológica». Los partidarios de la primera creían que la planificación debía limitarse a prever los cambios económicos orgánicos y anárquicos. Los partidarios de la segunda insistieron en la necesidad de fijar objetivos y moldear la sociedad en consecuencia mediante esfuerzos conscientes.
En términos generales, los «genetistas» estaban asociados con la derecha y con una mayor confianza en los métodos de mercado para lograr el equilibrio económico. Los «teleólogos» reflejaban la perspectiva subjetivista de la burocracia estalinista: la creencia de que la planificación de la producción requería simplemente fuerza de voluntad y mano dura.
Fueron las opiniones de los teleólogos y los estalinistas las que moldearon el primer plan quinquenal, lanzado oficialmente en octubre de 1928. Pero sus objetivos no se aprobaron formalmente hasta la primavera siguiente, una vez derrotada la oposición de derechas. La NEP había terminado.
A pesar de sus limitaciones burocráticas y sus costes sociales, la planificación soviética generó un enorme progreso. Incluso las estimaciones burguesas sugieren que la economía creció en torno al 62-72 por ciento bajo el primer y segundo plan quinquenal, entre 1928-37. La producción per cápita aumentó un 60 por ciento. La producción per cápita aumentó un 60%.
La industria se desarrolló y reequipó rápidamente. El país se transformó gracias a proyectos impresionantes como la presa hidroeléctrica del Dniéper, cuya construcción comenzó en 1927, sólo unos meses después de haber sido desestimada por Stalin. La educación y la sanidad experimentaron mejoras espectaculares. La Unión Soviética salió de su atraso y entró en la era moderna.
En ese mismo periodo, mientras tanto, las economías occidentales se veían sacudidas por la crisis más profunda de la historia del capitalismo: la Gran Depresión.
Sin embargo, desde el principio, el potencial de la planificación se vio obstaculizado por el enfoque poco científico y autoritario de la burocracia soviética. Puede que Stalin y sus apparatchiks hubieran cambiado de tono desde los días de la NEP, pero todos sus defectos burocráticos permanecían.
Bujarin había llamado a la industria a adaptarse a la agricultura, a ser esclava del campesinado. Pero ahora los planificadores burocráticos fijaban objetivos sin preocuparse de los auténticos límites físicos, productivos o políticos.
Se ignoraron los consejos de ingenieros y especialistas, así como los datos y modelos científicos, en favor de objetivos basados en el prestigio y no en los hechos. El objetivo declarado era alcanzar a las potencias imperialistas lo antes posible y a cualquier precio.
El conservadurismo de los estalinistas en los años de la NEP fue sustituido ahora por el aventurerismo. Pero la filosofía subyacente a ambos enfoques era la misma: empirismo y subjetivismo, la idea de que la economía soviética no se regía por leyes y límites objetivos que era necesario comprender para orientar las decisiones.
Como afirmó con franqueza Stanislav Strumilin, uno de los arquitectos del primer plan quinquenal:
«Nuestra tarea no es estudiar economía, sino cambiarla. No estamos sujetos a ninguna ley. No hay fortalezas que los bolcheviques no puedan asaltar. La cuestión del tempo [de la industrialización] está sujeta a la decisión de los seres humanos.»
Pero a pesar de las vanagloriosas declaraciones de la burocracia, el desarrollo de la economía soviética bajo el primer plan quinquenal estuvo lejos de ser una marcha ascendente ininterrumpida. Hubo momentos en los que el crecimiento se tambaleó. En 1931-32 se produjo una brusca desaceleración.
La Unión Soviética se enfrentaba a algo que ni siquiera los bolcheviques pudieron «asaltar»: las limitaciones impuestas por su propia dinámica interna y por la presión externa del capitalismo mundial.
Los sectarios superficiales interpretaron esta evidencia en el sentido de que la Unión Soviética era una forma de «capitalismo de Estado». Pero las crisis económicas de la URSS eran de una naturaleza fundamentalmente diferente a las observadas bajo el capitalismo.
Las crisis económicas bajo el capitalismo son, en su raíz, el resultado de la sobreproducción: un exceso generalizado de acumulación de capital en toda la economía; una contradicción fundamental, derivada de la ley del valor y de los orígenes del beneficio (plusvalía): el trabajo no remunerado de la clase obrera.
Las crisis de la Unión Soviética, por el contrario, eran crisis de subproducción, derivadas de la planificación burocrática; de los dirigentes estalinistas que fijaban objetivos poco realistas y luego forzaban a toda la economía a cumplirlos, creando desgarros y rupturas, desproporciones y cuellos de botella, escasez e inflación.
La crisis en el capitalismo es una indicación de que las fuerzas productivas han superado los límites del mercado, que la acumulación capitalista ha ido demasiado lejos, lo que se expresa en un exceso de mercancías sin vender.
La crisis en la economía soviética burocráticamente planificada era una señal de que los objetivos habían sobrepasado los límites de las fuerzas productivas, que la acumulación socialista no había ido lo suficientemente lejos, expresada en filas de estanterías vacías.
Como comenta Ted Grant:
«El Estado puede ahora regular, pero no arbitrariamente, sólo dentro de los límites de la ley del valor. Cualquier intento de violarla y pasar más allá de los límites estrictos impuestos por el desarrollo de las fuerzas productivas, inmediatamente termina en la reafirmación de la dominación de la producción sobre el productor… La ley del valor no es eliminada, sino que es modificada.»
Tras oponerse a las leyes del mercado capitalista, la burocracia se encontró con otras leyes que no comprendía. Esto tendría importantes consecuencias para el destino de la URSS.
Ciencia de la planificación
A medida que el primer plan quinquenal llegaba a su fin, era evidente que los problemas se acumulaban en la economía soviética. Sin embargo, la burocracia hizo la vista gorda y siguió adelante con el segundo plan quinquenal, fijando objetivos aún más ridículos y silenciando a quienes protestaban.
Aumentó la tensión entre las ciudades y el campo. Crecieron los desequilibrios entre los distintos sectores de la economía. La cantidad y la calidad de los productos se deterioraron. Los trabajadores se vieron sometidos a un esfuerzo físico desmesurado, obligados a trabajar jornadas demenciales y a vivir en condiciones de hacinamiento y deterioro. Las purgas de Stalin agravaron las contradicciones.
Trotsky observó estos desastres desde el exilio, tras haber sido expulsado de la URSS en 1929.
«Todo el problema es que los salvajes saltos de la industrialización han llevado a los diversos elementos del plan a una grave contradicción entre sí», escribió en 1932. «El problema es que los instrumentos sociales y políticos para determinar la eficacia del plan se han roto o destrozado. El problema es que las desproporciones acumuladas amenazan con sorpresas cada vez mayores.»
«El quid de la cuestión es que no hemos entrado en el socialismo», continuó. «Estamos lejos de dominar los métodos de la regulación planificada. Estamos cumpliendo sólo la primera hipótesis aproximada, cumpliéndola mal, y con los faros aún sin encender. Las crisis no sólo son posibles, sino inevitables».
El problema era el enfoque burocrático de la planificación soviética, derivado de la privación de derechos de la clase obrera en la gestión de la sociedad; de la naturaleza deformada del Estado obrero.
La planificación es una ciencia que hay que poner a prueba, explicó Trotsky. «Es imposible crear a priori un sistema completo de armonía económica», advirtió. «Sólo la regulación continua del plan en el proceso de su cumplimiento, su reconstrucción en parte y en su conjunto puede garantizar la eficacia económica».
No existe una «mente universal», subraya, que pueda «elaborar un plan económico impecable y exhaustivo, empezando por el número de acres de trigo hasta el último botón de un chaleco».
Y, sin embargo, eso es exactamente lo que intentaba la burocracia, calcular los balances físicos -entradas y salidas de todos los principales materiales e industrias estatales- de arriba abajo, desde la comodidad de sus oficinas de Moscú, con escasa conexión con la realidad sobre el terreno.
En cambio, Trotsky continuó:
«Los innumerables protagonistas de la economía, estatal y privada, colectiva e individual, no sólo harán pesar sus necesidades y su fuerza relativa a través de las determinaciones estadísticas del plan sino también de la presión directa de la oferta y la demanda.»
En el período de transición, Trotsky subrayó: «El mercado controla y, en considerable medida, realiza el plan… Los anteproyectos de los departamentos deben demostrar su eficacia económica a través del cálculo comercial».
En otras palabras, el Estado obrero tendría que utilizar las señales de los precios para probar, corroborar y actualizar cualquier plan económico; para identificar los puntos conflictivos y las carencias; y con ello, para asignar conscientemente los recursos y la inversión con el fin de lograr un desarrollo armonioso y un crecimiento equilibrado.
Un régimen proletario sano no sería una víctima indefensa e ignorante de la ley del valor, sino que esgrimiría esta ley como una herramienta entre muchas otras para planificar la producción y la distribución. «El socialismo no arroja de su seno al dinero como medio de contabilidad económica creado por el capitalismo sino que lo socializa,» señaló Trotsky.
Esto, a su vez, requería una moneda estable. Pero la burocracia estaba socavando la capacidad de los chervonets para actuar como patrón monetario fiable al recurrir a la imprenta para tapar agujeros en el presupuesto.
Al igual que los bolcheviques de ultraizquierda habían sido complacientes con la amenaza de la inflación a principios de la década de 1920, los estalinistas estaban ahora lamentablemente equivocados al imaginar que estaban libres de las garras de la ley del valor y de la circulación monetaria.
«Elaborar un plan con una valuta [comercio exterior] inestable es lo mismo que trazar los planos de una máquina con un compás flojo y una regla torcida», declaró Trotsky. «Esto es exactamente lo que está ocurriendo. La inflación del chervonets es una de las consecuencias y a la vez uno de los instrumentos más perniciosos de la desorganización burocrática de la economía soviética.»
Según Trotsky, la planificación no es sólo una ciencia, sino un arte que debe aprenderse con la experiencia.
«El arte de la planificación socialista no cae del cielo ni está plenamente maduro cuando se toma el poder», esbozó. «Por ser parte de la nueva economía y de la nueva cultura sólo lo pueden dominar en la lucha, paso a paso, no unos cuantos elegidos sino millones de personas».
Esto era una cuestión de vida o muerte para la república socialista y para la construcción del comunismo en cualquier lugar: los instrumentos científicos de planificación -como las previsiones y las estadísticas, los balances de materiales y las señales de precios- deben complementarse con una estructura sana de democracia obrera.
Esto significaba recabar información sobre la producción y el consumo de los comités de empresa, los sindicatos y los representantes electos; cotejar continuamente los planes con los hechos e introducir las modificaciones necesarias; e implicar a la clase trabajadora organizada en la gestión de la sociedad.
«Sólo se puede imprimir una orientación correcta a la economía de la etapa de transición por medio de la interrelación de estos tres elementos: la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética», concluye Trotsky, añadiendo:
«Sólo de esta manera se podrá garantizar, no la superación total de las contradicciones y desproporciones en unos pocos años (¡eso es utópico!) sino su mitigación, y en consecuencia el fortalecimiento de las bases materiales de la dictadura del proletariado hasta el momento en que una revolución nueva y triunfante amplíe la perspectiva de la planificación socialista y reconstruya el sistema.»
Lucha por el comunismo
Mientras el monstruoso Estado estalinista ejecutaba comunistas, despojaba de derechos democráticos y estrangulaba la revolución española, anunciaba con orgullo que: «Todavía no hemos, por supuesto, completado el comunismo… pero ya hemos alcanzado el socialismo, es decir, la etapa más baja del comunismo».
Trotsky hizo la siguiente evaluación mordaz de esta afirmación:
Si la sociedad que debía formarse sobre la base de la socialización de las fuerzas productivas de los países más avanzados del capitalismo representaba para Marx la ‘etapa inferior del comunismo’, esta definición no se aplica seguramente a la URSS que sigue siendo, a ese respecto, mucho más pobre en cuanto a técnica, a bienes y a cultura que los países capitalistas.
«Es más exacto, pues», continuó, «llamar al régimen soviético actual, con todas sus contradicciones, transitorio entre el capitalismo y el socialismo, o preparatorio al socialismo, y no socialista.»
En 1959, el líder soviético Nikita Kruschev volvió a repetir las afirmaciones de los estalinistas. Habiendo completado el periodo de construcción socialista, declaró, la URSS estaba lista para dar su «primer paso hacia el comunismo».
Pero a pesar de tales proclamaciones, el objetivo del comunismo nunca se alcanzó en la Unión Soviética en ninguna de sus formas.
La URSS siguió siendo en todo momento un régimen de transición entre el capitalismo y el socialismo. Y en la naturaleza de cualquier régimen de este tipo está el potencial no sólo de progreso, hacia el socialismo, sino también de regresión, hacia el pleno retorno del capitalismo.
A lo largo de las décadas, sobre la base de la planificación, se produjeron avances increíbles en términos de industria y educación. Al mismo tiempo, sin embargo, la burocracia creció hasta convertirse en un tumor debilitador que drenaba lentamente toda la vida de la economía y la sociedad.
En última instancia, esto no condujo al comunismo, sino a la restauración capitalista. Entonces, como ahora, el único camino era la revolución socialista internacional.
Hoy, sobre la base del desarrollo de las fuerzas productivas a escala internacional, las condiciones para el socialismo nunca han sido más favorables.
El proceso de planificación de la producción sería incalculablemente más fácil gracias a la tecnología y las técnicas que se han desarrollado bajo el capitalismo monopolista.
Además, el tamaño, la fuerza y el nivel cultural de la clase obrera -en todos los países- es muy superior al que existía hace un siglo en Rusia. Los trabajadores disponen de competencias y conocimientos más que suficientes para dirigir la economía.
Tras la revolución en los países capitalistas avanzados, con lo último en ciencia, innovaciones e industria, el salto a la primera fase del comunismo podría producirse en el espacio de una generación.
Sin embargo, incluso en este punto, las leyes económicas no desaparecerán por completo. La ley del valor habrá sido primero sometida, y luego disuelta por completo. Pero seguiremos siendo seres materiales. Seguirá habiendo leyes objetivas que rijan la sociedad.
La auténtica libertad bajo el comunismo no vendrá de imaginarnos que estamos libres de tales fuerzas, sino de comprender la necesidad – y aprovechar este conocimiento en nuestro beneficio, para transformar el mundo que nos rodea.
«El control y la planificación, sin embargo, en sus primeras etapas, tendrán lugar dentro de unos límites determinados», explica Ted Grant. «Esos límites estarán determinados en el nuevo orden social por el nivel tecnológico existente. La sociedad no puede pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad de la noche a la mañana.»
«El reino de la libertad solo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda, pues, conforme a la naturaleza de la cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción material.», subraya Marx. «Así como el salvaje tiene que luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para encontrar el sustento de su vida y reproducirla, el hombre civilizado tiene que hacer lo mismo, bajo todas las formas sociales y bajo todos los posibles sistemas de producción.»
Marx concluye:
«En una fase superior de la sociedad comunista, … cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!».
Este es el futuro comunista por el que debemos organizarnos y luchar.
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Referencias
50 años de la revolución etíope
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- A Tiruneh, The Ethiopian Revolution (1974 to 1984), Cambridge University Press, 1993, pg 64
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- Fanon, Los Condenados de la tierra, Fondo de Cultura Económica, México, 1963, pág. 98
- Ibid. 67
- Ibid. 140
- Ibid. 161
- Ibid. 182
- V. I. Lenin, Informe de la Comisión para los Problemas Nacional y Colonial, 26 de julio 1920
- Fanon Los Condenados de la Tierra, Fondo de Cultura Económica, México, 1963 pág. 34
- Ibid. pág. 54
- Ibid. pág. 119
- Ibid. pág. 125
- Ibid. pág. 100, énfasis añadido
- Vease: A Aabid, ‘La grève historique des dockers d’Oran’, El Watan, 13 febrero 2010
- Fanon Los condenados de la Tierra Fondo de Cultura Económico, México 1936 pág. 85
- Ibid. pág. 86
- Ibid. pág. 123
- Ibid. pág. 91
- Ibid. pág. 90
- Ibid. pág. 91
- Ibid. pág. 96-7
- Aguiar et al., “Impermanence: On Frantz Fanon’s Geographies”, Antipode Online, 18 Agosto 2021
- Citado en J L Planche, ‘Massacres à Sétif et Guelma’, Le Monde, 7 mayo 2005
- Citado en G Madjarian, La question coloniale et la politique du Parti communiste français, 1944-1947, Maspero, 1977, pág. 106
Los crímenes del imperialismo francés en Camerún
- R Um Nyobé, “Déclaration à la presse française”, in A Sighoko Fossi, Discours politiques, L’Harmattan, 2007, pg 183, nuestra traducción
- Y Benot, “L’Afrique en mouvement: La Guinée à l’heure du plan”, La pensée, no. 94, November-December 1960, nuestra traducción
- T Deltombe, M Domergue, J Tatsita, Kamerun !, La Découverte, 2011, pg 116, nuestra traducción
Declaración de los comunistas venezolanos: reconstruir las fuerzas de la revolución
Lucha de Clases – CMI Venezuela sobre el contexto político y la coyuntura electoral, aprobada por el Comité Central de dicha organización. En las próximas horas serán publicados análisis extensos que sustentan y detallan la postura que la presente Resolución esgrime. Invitamos a las capas más conscientes del movimiento obrero y popular a leer, analizar, difundir y discutir el contenido del texto, que es una contribución al debate sobre qué posición deben asumir los revolucionarios consecuentes en las venideras elecciones presidenciales y qué organización necesitamos para volver a poner en pie las fuerzas del pueblo trabajador venezolano.
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