¿Qué es el trotskismo? ¡Edición 41 de la revista ‘América Socialista’!

La teoría de la revolución permanente, junto con la teoría del imperialismo de Lenin, es una de las contribuciones más importantes al marxismo desde la muerte de Marx y Engels. Por ello, en este número de América socialista nos enorgullece publicar una serie de artículos que exploran este concepto en profundidad.

[Publicamos aquí el editorial del número 41 de la revista ‘América socialista’ – la revista teórica trimestral de la Internacional Comunista Revolucionaria. ¡Obtenga su copia ahora!]

Utilizado por primera vez por Marx en 1850, el término «revolución permanente» se ha convertido en sinónimo del nombre de León Trotski, quien desarrolló sus ideas a raíz de la Revolución de 1905 en Rusia.

Por lo tanto, cualquier discusión sobre la revolución permanente plantea inevitablemente la cuestión del llamado «trotskismo». Pero, ¿qué significa el trotskismo, si es que tiene algún significado? ¿Y qué relevancia tiene hoy, 85 años después del asesinato de Trotski?

La verdad es concreta

El trotskismo se presenta a menudo simplemente como antiestalinismo. Pero esto podría describir una variedad de tendencias, la mayoría de las cuales no tienen nada que ver con las ideas de Trotski.

El verdadero contenido del trotskismo no reside en lo que se opone, sino en lo que propone. Por lo tanto, cualquier consideración sobre el trotskismo debe partir de los principios esenciales que definieron la vida de Trotski como revolucionario.

El primero y más fundamental de estos principios es el enfoque de Trotski sobre el método filosófico del marxismo: la dialéctica. Como escribió en 1939:

«El entrenamiento dialéctico de la mente (tan necesario para un luchador revolucionario como los ejercicios con los dedos para un pianista) exige que todos los problemas sean tratados como procesos, y no como categorías inmóviles.»1

En política, como en la vida, estamos acostumbrados a escuchar y utilizar ciertas ideas, como «democracia», «dictadura», «capitalismo», «socialismo», etc. Además, la teoría marxista ha desarrollado su propio vocabulario científico para transmitir conceptos más específicos, como «revolución burguesa», «estado obrero», «bonapartismo» y otros.

Todas estas categorías se extraen de la realidad y ofrecen herramientas valiosas para comprender la sociedad a medida que se desarrolla. Sin embargo, debido al hecho de que extraen un aspecto particular de los fenómenos, cada una de estas categorías tiene necesariamente una cierta cualidad abstracta, especialmente cuando se compara con la realidad viva, que es inconmensurablemente multifacética y compleja.

Por ejemplo, la mayoría de la gente estaría familiarizada con la categoría «capitalismo» y con el hecho de que casi todas las economías del mundo actual podrían clasificarse como capitalistas. Además, la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que, por ser capitalistas, todos esos Estados tienen ciertas características comunes y están sujetos a leyes o tendencias comunes.

Pero, ¿podemos concluir de ello que todas las economías capitalistas son idénticas, que todas se desarrollan exactamente de la misma manera y al mismo ritmo? Y si una sociedad no encaja en el panorama general esbozado por nuestra concepción teórica del capitalismo, ¿significa eso que no puede ser capitalista en absoluto?

Razonar de esta manera sería caer en la trampa del formalismo, que consiste en partir de categorías y definiciones generales, deducir conclusiones particulares a partir de ellas y luego tratar de imponerlas a los hechos observados. Este enfoque es muy común en la política y a menudo conduce a graves errores.

En realidad, a diferencia de nuestras ideas y categorías, nada es estático ni aislado. Todas las cosas están interconectadas y en un proceso constante de surgimiento y desaparición, y de transformación en su contrario: de materia muerta a materia viva; de estabilidad y progreso a crisis y declive… y viceversa.

La lógica dialéctica es la herramienta más poderosa desarrollada por los seres humanos para captar esta realidad en el pensamiento, enriqueciendo nuestros conceptos y categorías con la flexibilidad y la concreción que requieren para servir de guía a la acción. Como dijo Trotski:

«La relación entre el pensamiento dialéctico y el pensamiento común es semejante a la de una película con una fotografía. La película no invalida la fotografía inmóvil, sino que combina una serie de ellas de acuerdo a las leyes del movimiento».2

Y en todos los escritos y discursos de Trotski se puede detectar una polémica constante contra todo tipo de formalismo, esquematismo y repetición irreflexiva de frases.

Análisis dialéctico

En 1906, casi 20 años antes de los debates con Stalin, Trotski libró una lucha teórica contra el ala menchevique de los socialdemócratas rusos, que habían convertido los conceptos del marxismo en una fórmula rancia de «etapas».

Los mencheviques partían del principio, aceptado por todos los marxistas de la época, de que Rusia se enfrentaba a una «revolución burguesa». Sin embargo, a partir de esta categoría escueta, argumentaban que la burguesía debía establecer primero una democracia capitalista, similar a la de los países occidentales. Solo después de un período indeterminado de desarrollo capitalista, Rusia estaría lista para la revolución socialista.

Como Trotski argumentó, esto era completamente ajeno al método real de Marx y Engels. Lo que se necesitaba en cambio era un análisis concreto de las fuerzas e intereses reales de las diversas clases que vivían en Rusia en ese momento. El resultado de su análisis dialéctico fue la teoría de la revolución permanente.

Trotski explicó que la burguesía rusa real no tenía ningún interés en derrocar el zarismo y el latifundismo. Por lo tanto, la revolución democrático-burguesa solo podría completarse si la clase obrera tomaba el poder al frente de una alianza con el campesinado. Pero la clase obrera claramente no se limitaría a establecer una república burguesa. La revolución burguesa «crecería» así hasta convertirse en la revolución socialista.

La teoría de Trotski quedó completamente confirmada por la experiencia de la Revolución Rusa y la toma del poder por los soviets en octubre de 1917. Y la lógica de la revolución permanente se puede ver en las revoluciones de todo el mundo desde entonces: desde Vietnam hasta Venezuela, desde Siria hasta Sudán, y más allá.

En defensa del marxismo

Trotski libró la misma lucha contra los autoproclamados herederos del legado de Lenin, como Stalin y Bujarin, que combinaban una adaptación miope a los «hechos consumados» del momento con un enfoque extremadamente formalista y escolástico de la teoría marxista.

«El que se mueve en el terreno de la teoría en base a categorías abstractas está condenado a capitular ciegamente ante los acontecimientos», advirtió Trotski.3

Así, tras el fin de la ola revolucionaria que siguió a la Primera Guerra Mundial, Stalin anunció la nueva teoría del «socialismo en un solo país» en otoño de 1924. Según esta teoría, la URSS podía construir el nuevo orden socialista íntegramente dentro de sus propias fronteras, sin necesidad de que la clase obrera tomara el poder en los países capitalistas avanzados.

Trotski, que se opuso a esta revisión de uno de los principios básicos del marxismo, fue acusado de «pesimismo» y de creer que la revolución estaba «condenada al fracaso». ¿Por qué? Porque, según Stalin, si el socialismo no podía construirse en Rusia entonces, «no se debió tomar el Poder en octubre de 1917» [énfasis en el original].4

En esto, Stalin y sus colaboradores repitieron exactamente el mismo argumento de los mencheviques. Pero mientras que los mencheviques utilizaban este razonamiento formalista para concluir que los trabajadores no debían haber tomado el poder, los estalinistas simplemente le dieron la vuelta a su lógica: dado que los trabajadores habían tomado el poder, por lo tanto debían ser capaces de construir el socialismo.

Este método menchevique dio lugar, naturalmente, a una política menchevique. En consecuencia, se ordenó a los comunistas chinos que se sometieran a la disciplina de un partido nacionalista burgués, el Kuomintang, con el argumento de que China se enfrentaba a una «revolución nacional-burguesa».

Este enfoque conduciría a una serie de derrotas y crisis, tanto en el país como en el extranjero. Pero incluso cuando el gobierno soviético cambió bruscamente de rumbo en 1928, su formalismo se mantuvo constante.

La prueba más llamativa de ello se puede ver en la infame teoría del «socialfascismo»: tanto los fascistas como los socialdemócratas apoyan el capitalismo; por lo tanto, la socialdemocracia es simplemente el «ala moderada» del fascismo. No solo eso, sino que se declaró «el principal pilar de la dictadura del capital»5.

El resultado práctico de esta supuesta «teoría» fue la división y la parálisis de la clase obrera, lo que condujo a la victoria de Hitler.

Una vez más, la Internacional Comunista se vio obligada a cambiar de rumbo. Pero cada cambio radical de política traía consigo una nueva revisión del marxismo, acompañada de una nueva serie de «citas» de Lenin, sacadas de contexto y manipuladas para demostrar que la dirección había tenido razón «en general», tanto antes como después del cambio.

Esta «reeducación» de las bases se llevó a cabo mediante calumnias, expulsiones e incluso asesinatos. El efecto de todo ello no solo fue erradicar todo pensamiento marxista de las filas de la Internacional Comunista, sino todo pensamiento de cualquier tipo, más allá de la adhesión servil a la «línea del partido».

La oposición de Trotski a estas ideas no surgió simplemente de desacuerdos sobre la política del gobierno soviético, y mucho menos de ningún tipo de luchas de poder e intrigas personales; fue una lucha para defender la esencia viva del marxismo mismo.

Pero la lucha de Trotski no se limitó a la defensa del marxismo contra los estalinistas. Más tarde libraría una lucha similar contra aquellos que se habían unido a la bandera de la Oposición de Izquierda Internacional desde su propio antiestalinismo, sin haber asimilado nunca verdaderamente las ideas y los métodos del marxismo.

Bajo la enorme presión de la opinión pública burguesa, una capa de trotskistas en Occidente se opuso a la defensa incondicional de la URSS por parte de Trotski en la Segunda Guerra Mundial. Argumentaban que ya no se podía considerar a la Unión Soviética un estado obrero, transitorio entre el capitalismo y el socialismo, debido a la dictadura despiadada y las políticas reaccionarias de la burocracia estalinista.

Es significativo que algunos de los escritos más ricos del último año de vida de Trotski se dedicaran, no solo a una refutación política de este abandono esencialmente pequeño burgués del marxismo, sino a una defensa militante de la base filosófica del marxismo mismo. En el curso del debate sobre el carácter de la URSS, Trotski dio una clase magistral de dialéctica:

«Los fenómenos sociológicos serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos precisos. Pero nada es más peligroso que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los elementos que desde ahora contrarían nuestros esquemas y que mañana pueden refutarlos. […] El fin científico y político que perseguimos no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino observar todas las fases del fenómeno y desprender de ellas las tendencias progresistas y, las reaccionarias, revelar su interacción, prever las diversas variantes del desarrollo ulterior y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para la acción».6

Este método proporcionaría a Trotski una guía infalible a lo largo de toda su vida como revolucionario marxista.

Principios del bolchevismo

Como consecuencia directa de su método marxista, otra constante en todos los escritos y la actividad política de Trotski es el fortalecimiento de la independencia, la conciencia de clase y el internacionalismo del proletariado.

¿Cuál es, después de todo, la conclusión política práctica de la revolución permanente? Que, teniendo en cuenta las circunstancias objetivas únicas presentes en cada país, los comunistas deben esforzarse por mantener la independencia política del proletariado y elevar su conciencia y organización hasta la conquista directa del poder al frente de todos los oprimidos.

Esto es también lo que Marx quería decir con el uso del término. Y fueron estas «ilusiones revolucionarias»7 que fueron atacadas bajo el nombre de «trotskismo», cuando el término fue acuñado por primera vez por el liberal ruso Pavel Miliukov en 1907.

Este fue también el contenido político básico de la lucha de Trotski para defender las tradiciones del bolchevismo tras la muerte de Lenin.

No es casualidad que el término «trotskismo» entrara en circulación masiva tras la muerte de Lenin en 1924. En aquel momento, la burocracia emergente de la Unión Soviética se estaba alejando de la revolución mundial y acercándose a un acuerdo con las capas más ricas del campesinado nacional y el capitalismo extranjero.

En contra de esto, Trotski luchó por el fortalecimiento económico de la clase obrera en la URSS; el fortalecimiento político de la posición de los obreros en los soviets y dentro del propio Partido Comunista; y el objetivo estratégico de extender la revolución a nivel internacional. Esto no era más que la defensa del programa fundamental del Partido Bolchevique en 1917 y los principios fundacionales de la Unión Soviética.

En este contexto, la «troika» formada por Stalin, Zinóviev y Kámenev se aferró con entusiasmo al término «trotskismo» para crear artificialmente una línea divisoria entre las ideas de Trotski y las de Lenin. De repente, a finales de 1924, apareció una avalancha de artículos en la prensa soviética, todos ellos defendiendo el «leninismo» frente al «trotskismo».

En realidad, no existía tal división entre Trotski y Lenin. Lenin incluso había dicho que, después de que Trotski rechazó la conciliación con los mencheviques, «no ha habido mejor bolchevique que él».8

A Trotski nunca le gustó el término «trotskismo». No en vano, Trotski describió la campaña contra el «trotskismo» como «la campaña contra la herencia de Lenin»9. Por esta razón, Trotski y sus seguidores no se referían a sí mismos como trotskistas, sino como «bolcheviques-leninistas» para enfatizar esta conexión.

Derribar todos los obstáculos

Es importante destacar que no se trataba solo de una lucha intelectual. Los principios teóricos y políticos de Trotski estaban unidos por una indomable determinación revolucionaria, que en sí misma constituye una característica esencial del marxismo. Como señaló el propio Trotski:

«Hay revolucionarios sabios y otros ignorantes, los hay inteligentes y los hay mediocres. Pero no es revolucionario el que no está dispuesto a destruir obstáculos.»10

Los comunistas suelen repetir la profunda afirmación de Lenin de que «la doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta»11. Pero también es necesario sacar las conclusiones prácticas necesarias. El marxismo exige que no solo busquemos la verdad y digamos la verdad, sino que hagamos lo que la verdad requiere, sin importar la resistencia y las dificultades que encontremos. De eso están hechos los revolucionarios.

Trotski pasó toda su vida perseguido y obligado al exilio, primero por las autoridades zaristas y más tarde por los estalinistas. Tras serle denegada la entrada por las «democracias» ilustradas, Trotski se vio obligado a irse al otro lado del mundo. Su familia fue perseguida y asesinada, y él vivió bajo la amenaza constante de ser asesinado.

Por muy abrumadora que fuera la presión, nunca cedió.

Se puede ver la misma determinación en la vida de Marx y de muchos otros revolucionarios a lo largo de la historia; se puede ver en la valiente lucha de los militantes de la Oposición de Izquierda dentro de la URSS, que cantaban la Internacional mientras eran llevados ante el pelotón de fusilamiento durante las grandes purgas; y en los miles de bolcheviques-leninistas de todo el mundo, que dedicaron sus vidas a construir las fuerzas del marxismo genuino, a menudo bajo la amenaza de una severa represión.

Contra el sectarismo

Sin embargo, la implacable defensa de Trotski de los principios fundamentales del bolchevismo nunca degeneró en sectarismo. Siempre mostró una profunda comprensión de la necesidad de conectar el programa de la revolución socialista con la lucha real y viva de las masas.

Trotski vinculó explícitamente la lucha contra el sectarismo en la acción con la lucha contra el formalismo en la teoría:

«El sectario es la negación directa del materialismo dialéctico, que siempre toma la experiencia como punto de partida para luego volver a ella».12

Se esforzó por transmitir el método correcto a la Cuarta Internacional, incluyendo una descripción condenatoria del sectarismo en su programa fundacional:

 «Estos profetas estériles no ven la necesidad de tender el puente de las reivindicaciones transitorias, porque tampoco tienen el propósito de llegar a la otra orilla. Como mula de noria, repiten, constantemente las mismas abstracciones vacías. Los acontecimientos políticos no son para ello la ocasión de lanzarse a la acción, sino de hacer comentarios. Los sectarios del mismo modo que los gafes y los milagreros, al ser constantemente desmentidos por la realidad, viven en un estado de continua irritación, se lamentan incesantemente del «régimen» y de los «métodos» y se dedican a mezquinas intrigas. Dentro de su propio círculo, estos señores comúnmente ejercen un régimen despótico».13 

Continuó con una seria advertencia:

«El que no busca ni encuentra el camino del movimiento de masas no es combatiente sino un peso muerto para el partido. Un programa no se crea para las redacciones, las salas de lectura o los centros de discusión, sino para la acción revolucionaria de millones de hombres. La premisa necesaria de los éxitos revolucionarios es la depuración de la IV Internacional del sectarismo y de los sectarios incorregibles».14

Trágicamente, a Trotski no se le permitió completar esta, su última lucha. Un agente estalinista privó al movimiento de la Cuarta Internacional de su destacado líder con un cobarde golpe en la nuca el 20 de agosto de 1940.

Los dirigentes que heredaron la Internacional emergieron del caos y la carnicería de la guerra en un mundo que había cambiado drásticamente. Sin la firme orientación teórica del «Viejo», ninguno de ellos demostró ser capaz de cruzar el umbral entre el período anterior y la nueva situación que se abría, ni en el pensamiento ni en la acción.

Como había advertido Trotski, el resultado fue la degeneración de la Cuarta Internacional en una miríada de sectas irrelevantes y enfrentadas entre sí. Esto nos lleva a decir algo sobre lo que el trotskismo no es.

Ninguna de las organizaciones que hoy en día reivindican el nombre de la Cuarta Internacional tiene nada que ver con las ideas y métodos reales de Trotski. Más bien, son, en el mejor de los casos, una caricatura perniciosa, cuya única contribución al movimiento ha sido desacreditar el nombre del trotskismo entre amplios sectores de la clase obrera.

El legado de Trotski

La Cuarta Internacional fue destruida, pero la esencia del trotskismo sigue viva. Sobrevive en la continuación de las ideas genuinas del marxismo y las tradiciones del Partido bolchevique bajo Lenin, que siguen siendo tan relevantes y necesarias hoy como cuando se fundó la Cuarta Internacional en 1938.

En el momento, Trotski escribió: «La situación política mundial del momento, se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado»15. Estas palabras son tan ciertas hoy como cuando fueron escritas.

El movimiento comunista internacional se encuentra en un estado de completa confusión y desorganización. Muchos partidos autoproclamados «marxistas» han degenerado en partidos reformistas, sectas insignificantes o han desaparecido por completo de la escena. Mientras tanto, millones de personas en todo el mundo buscan respuestas, y no solo eso, sino que buscan un movimiento, una bandera bajo la que reunirse.

El mayor logro de Trotski es que mantuvo la bandera limpia del marxismo y la enarboló en medio de todo el horror y la apostasía a los que se enfrentó. Tomemos esa bandera y utilicémosla para construir un partido mundial de revolución social, capaz de llevar a la clase obrera, por fin, a la victoria.

Comité de redacción de En defensa del marxismo

  1. L Trotski, Una oposición pequeñoburguesa en el Socialist Workers Party, En Defensa del marxismo, Edicions Internacionals Sedov, pág. 52 ↩︎
  2.  ibid. pág. 49 ↩︎
  3.  L Trotski, Bonapartismo y fascismo, MIA ↩︎
  4. J Stalin, Cuestiones del Leninismo, OC Tomo VIII, Lenguas extranjeras, Moscú, pág. 27 ↩︎
  5.  Resolution of the Central Committee of the Communist Party of Germany, citado in J Braunthal, Geschichte der Internationale: 1914–1943, Vol. 2, Dietz Verlag, 1963, pg 414, nuestra traducción
    ↩︎
  6.  L Trotski, La revolución traicionada, Edicions Internacionals Sedov, pág. 131
    ↩︎
  7. P Miliukov, ‘The Elections to the Second State Duma’, quoted in L Trotski, 1905, Penguin Books, 1971, pg 295, nuestra traducción ↩︎
  8.  L Trotski, Carta al Instituto histórico del Partido, La revolución desfigurada, MIA
    ↩︎
  9.  L Trotski, Mi Vida, Edicions Internacionals Sedov, MIA, pg 341
    ↩︎
  10.  L Trotski, Cómo se forman los revolucionarios, julio de 1929, MIA
    ↩︎
  11. V I Lenin, ‘Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo’, OC Tomo XXIII, Progreso, Moscú, pág. 41 ↩︎
  12.  L Trotski, ‘Sectarismo, centrismo y la Cuarta Internacional’, MIA
    ↩︎
  13.  L Trotski, El programa de transición: la agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional, 1938, MIA
    ↩︎
  14.  ibid.
    ↩︎
  15.  ibid. ↩︎
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