Cuando el sistema capitalista global se enfrenta a la crisis social, económica y medioambiental más grande de su historia, amenazando con conducir a la sociedad humana a la barbarie, no vemos ni rastro de un gran ideal por el qué luchar en la izquierda oficial, ni en la “vieja” ni en la “nueva”.
El socialismo no es una “buena idea” ni un anhelo romántico. Su necesidad se desprende del desarrollo histórico y de las contradicciones inherentes al sistema capitalista. Pese a mostrarse como un sistema bárbaro e irracional, el capitalismo también ha creado en su seno las bases para construir una sociedad y un sistema de producción alternativos, acordes con las necesidades sociales y culturales del desarrollo humano: el Socialismo; y, entre estas bases destaca la clase social que puede y debe abrir una etapa nueva en la historia humana, la clase obrera. Lee aquí la Introducción al libro.
La presente obra toma como base un trabajo previo publicado en el año 2000, que fue reeditado y ampliado en 2012 con nuevos contenidos y una actualización de cifras y estadísticas.
La publicación de esta nueva versión, también ampliada y actualizada, obedece a tres razones. La primera, al hecho elemental de que la edición anterior se encuentra agotada; la segunda, a la renovada discusión sobre el papel de la clase obrera en la estructura y en la sociedad capitalista; y, por último, a la irrupción del debate en la izquierda militante sobre la relación entre la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista y otras formas de opresión: nacional, de género, de etnia, de capacidad, etc. Vinculado a esto último vemos desarrollarse una polémica entre el marxismo y nuevas teorías de la opresión surgidas hace años en el mundo académico, como las llamadas “políticas de identidad” –también llamada “diversidad”– o, más recientemente, la “interseccionalidad”, a las que hemos dedicado un apartado en la presente edición.
Un tema actual y acuciante
La actualidad del tema que aborda este libro no ofrece dudas. Cuando apareció publicada la primera versión de este trabajo, asistíamos a la fase ascendente del último gran boom de la economía capitalista mundial, que concluyó de manera catastrófica a fines del año 2008 en lo que los economistas burgueses han bautizado como “la Gran Recesión”, y que ha sido reconocida como la mayor crisis del capitalismo desde los años 30 del siglo pasado. Aún hoy, el capitalismo ha sido incapaz de volver a las cifras de crecimiento económico, de productividad del trabajo e inversión anteriores a 2008. Mientras tanto, un número creciente de economistas predicen que nos encaminamos a una nueva crisis de proporciones similares o superiores a la de hace 10 años. Economistas burgueses como Lawrence Summers, exSecretario del Tesoro de EEUU con Bill Clinton, han hablado incluso de un “estancamiento secular” de la economía capitalista.
Como siempre ha sucedido en los periodos prolongados de auge económico, el gran festín de negocios de la burguesía vino acompañado en aquellos momentos de una ofensiva ideológica feroz contra las ideas del socialismo y del marxismo, preparada por el derrumbe estrepitoso unos años antes de la exUnión Soviética y de los antiguos países estalinistas del Este de Europa. La pretensión de este ataque era certificar la incapacidad de la clase obrera como sujeto histórico capaz de ofrecer una alternativa revolucionaria para la transformación de la sociedad. Algunos llegaban tan lejos como para negar la propia existencia de los trabajadores como clase.
Sus tesis se apoyaban en una vulgarización grosera del marxismo, a varios niveles. En primer lugar, negaban el papel central de la industria en la economía capitalista, como si la sociedad se las pudiera arreglar sin automóviles, teléfonos, ordenadores, aviones, ladrillos, alimentos, energía, acero ni ropa; mientras enfatizaban la importancia creciente del denominado Sector Servicios, hablando del desarrollo de una sociedad postindustrial que devenía en una sociedad de servicios, cualquier cosa que esto significara. De ahí se concluía que si la industria pasaba a un segundo plano en la economía capitalista, tanto más lo hacían los obreros que aquélla empleaba: la clase obrera industrial, que históricamente jugó el papel de vanguardia en todos los movimientos revolucionarios habidos en la historia del capitalismo. Por otro lado, reducían arbitrariamente el ámbito de la clase obrera a los trabajadores industriales, olvidándose de los demás trabajadores asalariados que en conjunto constituyen más del 80% de la población económicamente activa y que son, por tanto, el producto más genuino del sistema capitalista. Y, sobre todo, explicaban arbitrariamente que las nuevas técnicas de producción y métodos de trabajo en las empresas le habían dado el golpe de gracia a la fuerza, a la organización y a la cohesión de los trabajadores, dando lugar a una clase obrera atomizada y precarizada, que tenía supuestamente intereses divergentes en el seno de sus diferentes capas y categorías.
Estas posiciones de los teóricos burgueses fueron aireadas por una gama variada de personas distinguidas del campo de la izquierda y del entorno académico “progresista”, lo que ahora empieza a ser conocido en España como la “izquierda caviar”. Por un lado, estaban los académicos snobs procedentes de la Universidad que sienten una predilección especial por colgarse de “nuevas” teorías con las que irrumpir en el codiciado mercado editorial y pagar tributo para ser admitidos en los salones de la intelectualidad oficial; por otro, estaban antiguos izquierdistas “setentistas” que querían reconciliarse con su escepticismo interior y su pérdida de confianza en la clase obrera y el socialismo, abrazando con furor estas posiciones revisionistas; y, por último, estaban las direcciones reformistas de las organizaciones de izquierda y de los sindicatos de clase, que justificaban de esa forma su práctica cotidiana de conciliación de clases con los grandes empresarios y los gobiernos de turno, con su “vía parlamentaria” hacia el capitalismo como único sistema posible; eso sí un capitalismo de rostro humano, sin explotación ni opresión, sin guerras ni injusticias, ni desastres medioambientales; esto es, un capitalismo imposible.
La importancia del factor subjetivo
Con un pretendido objetivismo superficial, los defensores de estas tesis dentro de la izquierda, siempre han obviado un aspecto central, y es el papel depresor y desorientador que han ejercido sobre millones de trabajadores y jóvenes las direcciones reformistas de la izquierda y de los sindicatos a lo largo de décadas, que han dejado huérfanos de dirección a millones cada vez que se movían buscando un cambio radical a su situación, y a quienes no se les dejaba otra opción que buscar una salida individual a sus problemas, una vez que la lucha por el socialismo quedaba fuera de la agenda.
Como explicamos en este trabajo, el marxismo nunca ha defendido que la conciencia de los trabajadores refleje automática y directamente sus condiciones de vida y de trabajo. Si así fuera, estaríamos viviendo en el socialismo hace más de un siglo. Por supuesto, sus condiciones de vida empujan a la clase obrera a la rebelión, pero como en todo proceso vivo y contradictorio también existen factores que empujan en sentido contrario, obstaculizando y retardando el proceso de toma de conciencia de los trabajadores: el aparato ideológico de la clase dominante, la incertidumbre, el miedo al desempleo y a la miseria, las agobiantes presiones familiares, la carencia de una concepción acabada de la sociedad por la que se lucha, o la falta de confianza en las propias fuerzas. La conciencia humana, en general, es conservadora; teme el cambio, se aferra a lo viejo y a lo conocido. Sólo ante la más apremiante necesidad es cuando hombres y mujeres comienzan a cuestionarse el orden social existente y deciden luchar para cambiarlo. Se necesita acumular, por tanto, una cantidad importante de acontecimientos y de experiencias antes de que la clase saque conclusiones revolucionarias, y eso debe venir acompañado de organización y de una dirección resuelta que ayude a los trabajadores a elevar su nivel de conciencia y a desarrollar hasta las últimas consecuencias las conclusiones, necesariamente incompletas e inacabadas, asimiladas en el curso de la lucha, Si no fuera así, ¿para qué la organización de la clase en partidos y sindicatos, para qué las reuniones y asambleas, para qué el combate ideológico contra ideas de clase ajenas, para qué los debates y la agitación, para qué las huelgas y las manifestaciones? Estos son los mecanismos de que dispone la clase para desarrollar su conciencia y enfrentarse a las presiones opuestas de la clase dominante, que recurre a todos los elementos a su disposición para conservar su posición dirigente en la sociedad.
Los críticos del marxismo, al reducir a cero el papel del factor subjetivo en la lucha por el socialismo –la organización de la clase y su dirección– refugiándose en un falso objetivismo, convierten en una caricatura su crítica al marxismo. Y no obstante, la mayor parte de este trabajo está dedicado a desmontar este falso objetivismo sobre la supuesta debilidad y decadencia de la clase obrera, y a proveer de datos, análisis y argumentos para demostrar que las condiciones objetivas siguen operando de manera enormemente favorable para que la clase obrera en cada país, e internacionalmente, esté en condiciones de sacar conclusiones revolucionarias de sus experiencias y se sitúe a la altura de sus tareas históricas en la lucha exitosa por el socialismo. El lector juzgará con su propio criterio si hemos tenido éxito en este objetivo.
Un nuevo período
Vale la pena echar una mirada atrás para ver cómo era el mundo hace 25 años y compararlo cómo es ahora, y apreciaremos en toda su dimensión el viraje histórico gigantesco que se ha experimentado y que ha transformado toda la situación en su contrario.
¿Cuáles son las características del período actual? Lo que vemos es lo siguiente: el empeoramiento de las condiciones de vida para la mayoría de la población en todos los países sin excepción, la precariedad laboral permanente para la juventud extendiéndose a capas crecientes de los asalariados, el acrecentamiento de la desigualdad y de la amargura hacia los ricos y los poderes establecidos, el cercenamiento de los derechos democráticos y el endurecimiento de la represión, una crisis climática y medioambiental de consecuencias imprevisibles para la forma de vida humana en el planeta, y la sucesión de elementos de barbarie que desgarran el planeta: guerras en Oriente Medio y otras partes del mundo, el agravamiento de la opresión de la mujer y de las minorías nacionales, el drama de los millones de migrantes y refugiados, el fanatismo religioso, etc.
Cabía esperar que en esta nueva situación, todas estas damas y caballeros de la intelectualidad progresista y las direcciones de la vieja y la nueva izquierda revisaran sus posiciones del período precedente, y trataran de buscar nuevamente en el marxismo una salida que ofrezca una alternativa al negro futuro que se cierne sobre la humanidad. Lamentablemente, nada de esto ha ocurrido.
Habiendo negado durante décadas la posibilidad de una transformación revolucionaria de la sociedad, la crisis orgánica actual del capitalismo les ha pillado con el pie cambiado. Mientras insisten en calificar al marxismo de “viejo” y “desfasado”, se desgañitan afanosamente reclamando nuevas ideas y teorías para luchar contra los males del capitalismo, sin cuestionarlo en absoluto. En realidad, lo único que aportan son los viejos refritos reformistas de conciliación de clases del siglo XX de limitar –que no eliminar– la explotación capitalista a través de las leyes, el pago de impuestos y demás, y cuyos intentos de ponerlos en práctica han sido demolidos por la última crisis y los años posteriores de ajuste y austeridad. Gobiernos de derecha e izquierda se ven obligados aplicar la misma política de recortes, contención del gasto público, mantenimiento de la precariedad laboral, etc. Y es que, bajo el capitalismo y en una época de crisis orgánica como la actual, no hay alternativa a estas políticas con una colosal deuda pública impagable en todos los países y una lucha comercial feroz por unos mercados reducidos. Y si alguno de estos gobiernos tratara de cambiar el guión, la misma clase dominante con su dominio sobre la economía, recurriendo al boicot, la evasión fiscal o el cierre de empresas se encargará de mostrarles quién manda aquí. Otros pregonan panaceas morales, insistiendo en el cambio de los comportamientos individuales a través de la educación y del lenguaje, sin tocar las bases materiales donde se asienta la desigualdad y la explotación: la propiedad privada de los medios de producción en manos de los grandes empresarios, banqueros y terratenientes, y el Estado-nación que provee de un aparato de represión a la clase dominante y que es la fuente de vida y de privilegios de toda una legión de oficiales del ejército y de la policía, jueces, diplomáticos y altos cargos de la administración estatal. También están quienes han redescubierto ideas premarxistas de comienzos del siglo XIX tan “novedosas” como el patriotismo o la “soberanía nacional”, a fin de “unir a toda la nación contra la élite malvada” ¿para hacer qué? Por supuesto: nuevas leyes, que paguen impuestos, etc. Al menos, los viejos reformistas de izquierda de los años 70 del siglo pasado proponían la nacionalización de sectores aislados de la economía: la banca, la energía, el transporte, etc. En el programa de la “nueva izquierda” no hay ni rastro de esto.
El socialismo: ¿utopía o necesidad?
En un pasado remoto, hace muchas décadas, los dirigentes de los partidos obreros tradicionales en todos los países, como el PCE y el PSOE en el Estado español, levantaban una bandera: el Socialismo; agitaban por una sociedad nueva, sin explotadores ni explotados ni injusticias sociales, que encendía la imaginación de millones de trabajadores y jóvenes, y de cientos de miles de militantes abnegados que estaban dispuestos al más alto grado de heroísmo y sacrificio por su causa. Fue así cómo fueron construidos estos partidos como organizaciones de masas, para emerger como las organizaciones más importantes no sólo de la clase obrera, sino del país en su conjunto. Hoy no vemos ni rastro de un gran ideal en la izquierda, ni en la “vieja” ni en la “nueva”. Es esta ausencia, de una gran idea, de la lucha por un gran cambio social, lo que desorienta al sector más avanzado y lo hace agitarse en su impotencia, incapaz de ofrecer una guía al conjunto de la clase.
De lo que se trata es de reanudar el hilo de la historia. La necesidad del socialismo va mucho más allá del tamaño de la clase obrera y de su papel en la economía y la sociedad capitalista, con ser un factor clave. Dicha necesidad se desprende del desarrollo histórico y de las contradicciones inherentes al capitalismo. El capitalismo se ha demostrado como un sistema bárbaro e irracional que provoca sufrimiento y miseria a una escala cada vez mayor y amenaza con destruir la cultura humana y la propia vida en el planeta. Pero lo realmente destacable es que, al mismo tiempo, ha creado en su seno las bases para construir una sociedad y un sistema de producción superiores, acorde con las necesidades sociales y culturales de la humanidad, el socialismo. No es éste, pues, ni una aspiración moral de los marxistas ni un intento de forzar la historia humana hacia un determinado objetivo por obra de un voluntarismo justiciero independiente de toda condición o lugar.
La contradicción del sistema es la siguiente. Por un lado, ha concentrado la propiedad de los medios de producción en un puñado cada vez menor de grandes corporaciones y de individuos. Poco más de 200 multinacionales son dueñas y señoras de la producción industrial y alimentaria, de las redes de transporte y de telecomunicaciones, de los bancos y de las redes comerciales, y de la construcción civil y militar. La mayor parte de lo que comemos y bebemos y de todos los demás bienes de consumo básicos de que disponemos para vivir en sociedad (energía, ropa, vivienda, televisión, teléfonos, automóviles, libros, etc.) dependen cada vez más de un número reducido de compañías y directivos. Ellos son, literalmente, dueños de la vida y la muerte de millones de personas en todo el planeta. Por otro lado, este desarrollo extraordinario de la gran propiedad se efectúa convirtiendo a la población que trabaja en una escala cada vez mayor, a la población que crea toda esa riqueza, en trabajadores asalariados, en trabajadores sin propiedad.
Así pues, la dinámica del capitalismo no es convertir en propietarios a un número cada vez mayor de personas que vivan de su trabajo personal, sino en acrecentar la producción social, colectiva, por medio del trabajo de los no propietarios, de la clase obrera, que constituye la inmensa mayoría de la población activa, en particular en los países capitalistas desarrollados.
Esta contradicción entre el carácter social de la producción (toda la sociedad participa en la producción dentro de una gran división del trabajo, a través de eslabones interconectados y dependientes entre sí) y el carácter individual de la apropiación (el fruto de ese trabajo social se lo apropia individualmente la minoría cada vez más pequeña de los propietarios de los medios de producción) ha alcanzando en nuestra época un desarrollo monstruoso.
Como sucedió en la etapa final del feudalismo, las formas de propiedad capitalistas han quedado demasiado estrechas para contener las nuevas formas de producción. La anarquía de la producción, buscando el máximo beneficio para unos pocos, sin planificación alguna y sin atender las necesidades de la población, conducen a la sobreproducción y a las crisis periódicas cada vez más convulsivas, sumiendo a la sociedad en el caos, el sufrimiento y la barbarie.
No es aceptable que el acceso de cientos de millones de personas al pan, a un techo, a la electricidad, a vestirse o a desplazarse, esté supeditado a dejar beneficios a un puñado de parásitos, cuando la humanidad ha acumulado medios de producción poderosísimos que puestos a funcionar de manera armónica y siguiendo un plan racional podrían satisfacer todas las necesidades sociales y terminar con la explotación, la opresión, el desempleo, el sufrimiento, el despilfarro y la contaminación que vemos en todas partes.
La contradicción sólo puede resolverse llevando hasta su consecuencia final las tendencias inherentes de la producción capitalista, a través de la socialización de los medios de producción como propiedad colectiva de la inmensa mayoría no propietaria, de la clase obrera, convirtiendo estos instrumentos en propiedad común de toda la sociedad, para su administración y planificación democráticas en base a un plan racional y armónico orientado a satisfacer las necesidades de la humanidad, como explicamos en este trabajo.
El marxismo y la lucha ideológica
Es sabido que el culto a los hechos, tan característico de la ideología burguesa, es la más pobre de las sabidurías; el empirismo burgués, como el pato, es un ave de vuelo muy corto. El marxismo, en cambio, es una visión larga de la historia. Su validez está enraizada en un estudio científico consistente de la sociedad burguesa, de las condiciones que la hicieron surgir, desarrollarse, y también declinar.
Los marxistas consecuentes siempre hemos colocado en un primer plano la importancia de la lucha ideológica en el combate contra el capitalismo y sus apologistas. Sólo la lucha ideológica puede dar sostén y consistencia plenas a la lucha económica de la clase obrera por mejores condiciones de vida, y a su lucha política por los derechos democráticos y el socialismo.
Esta obra toma como punto de partida los fundamentos del socialismo científico establecidos por Marx y Engels, y responde punto por punto a las ideas pseudocientíficas mencionadas anteriormente y la falsa interpretación que hacen del marxismo sus críticos burgueses y sus aliados “inconscientes” dentro de la izquierda.
Después de 25 años de relativa estabilidad, la sociedad capitalista se agita presa de sus contradicciones. Tras años de feroz reacción ideológica contra las ideas del marxismo y la revolución, la realidad se abre paso reivindicando las ideas científicas del socialismo. En un país tras otro, en un continente tras otro, las masas de la clase obrera estiran sus músculos y muestran el poder de su acción colectiva, provocando el pánico en los poderosos. Discurrimos por una nueva etapa de la historia que se perfila decisiva para el futuro de la humanidad, pero de cuya música sólo se han escuchado los primeros compases.
Con este trabajo pretendemos ofrecer una aportación a la lucha ideológica contra la explotación capitalista y por el socialismo, y confiamos en que será muy bien recibido en las capas avanzadas de la clase obrera y de la juventud.