Una musa de fuego: arte, sociedad y revolución

El arte nos ha acompañado a lo largo de la historia de nuestra especie. Y aunque tiene sus propias leyes de desarrollo, la historia del arte también refleja los cambios fundamentales y revolucionarios que han configurado la sociedad humana. En este artículo, Alan Woods examina algunas de las grandes revoluciones del arte y la sociedad, y el papel del arte en la emancipación de la clase obrera.


El arte humano es mucho más antiguo de lo que se cree. Se dice que el arte rupestre más antiguo de Europa tiene al menos 30.000 años, y en Indonesia se ha encontrado un ejemplo aún más antiguo, datado en unos 45.000 años. Pero investigaciones más recientes afirman haber descubierto pruebas de arte rupestre y cuentas de concha aún más antiguas, de hace unos 65.000 años, posiblemente obra de neandertales antes de la llegada del Homo sapiens moderno a Europa.

Sea como fuere, lo que es indiscutible es que el arte es tan antiguo como la propia especie humana. No puede ser una casualidad. Parece haber algo dentro de nosotros que está grabado en nuestra psicología a un nivel fundamental. Por tanto, debe tenerse en cuenta en cualquier estudio serio de la evolución y la historia humanas.

Materialismo histórico

Sin embargo, la relación precisa entre el arte y la evolución humana es una cuestión difícil. El vínculo entre el arte y el desarrollo de las fuerzas productivas es indirecto y complejo. 

Las escuelas de arte cambian constantemente y estos cambios reflejan en gran medida los profundos procesos de cambio de la sociedad, cuyas raíces últimas se remontan a los cambios en el modo de producción y sus correspondientes relaciones de clase, con toda la miríada de manifestaciones jurídicas, políticas, religiosas, filosóficas y estéticas.

Marx explica que el arte, como la religión, hunde sus raíces en la prehistoria. Las ideas, los estilos, las escuelas de arte pueden sobrevivir en la mente de los hombres mucho después de que el contexto socioeconómico concreto en el que surgieron haya caído en el olvido. Al fin y al cabo, la mente humana se caracteriza por su conservadurismo innato. 

Ideas que hace tiempo que perdieron su razón de ser siguen obstinadamente arraigadas en la psique humana y siguen desempeñando un papel, incluso determinante, en el desarrollo humano. Esto es más evidente en el ámbito de la religión. Pero también está presente en el ámbito del arte y la literatura.

En sus Manuscritos económicos de 1857-58, Marx escribe: «En lo concerniente al arte, ya se sabe que ciertas épocas de florecimiento artístico no están de ninguna manera en relación con el desarrollo general de la sociedad, ni, por consiguiente, con la base material..»

Así pues, podemos decir que el arte tiene sus propias leyes inmanentes de desarrollo que deben estudiarse como un campo específico de investigación. Es evidente que el desarrollo económico y social influye en el desarrollo del arte de manera muy importante. Pero uno no puede reducirse mecánicamente al otro. 

Engels explicó que sería pedante intentar trazar el vínculo entre arte y economía, que, en el mejor de los casos, es indirecto y enrevesado. El arte sigue sus propias y complejas leyes de desarrollo que no dependen directamente de otros desarrollos sociales. Pero en ciertos puntos decisivos las dos líneas se cruzan.

El estudio de la historia del arte debe proceder empíricamente, intentando extraer las leyes inmanentes que determinan su desarrollo. Sólo así se puede sacar a la luz la verdadera relación entre arte y sociedad.

Los orígenes del arte 

Las causas precisas de los orígenes del arte son necesariamente difíciles de establecer. Permanecen envueltas en la oscuridad de las cuevas donde se pintaban a la tenue luz de las lámparas de grasa animal.

Nuestros primeros antepasados no dejaron constancia escrita de sus pensamientos y creencias, por lo que nos resulta imposible contemplar aquellas extraordinarias producciones a través de los ojos de las personas que las crearon.

No obstante, es posible extraer ciertas conclusiones generales del estudio del contenido de este arte, que sigue sorprendiéndonos por su irresistible frescura y realismo.

La característica más llamativa del arte rupestre primitivo es que no solía pintarse en las partes exteriores de las cuevas, donde sería fácilmente accesible. Lo más frecuente era encontrarlo en las partes más profundas e inaccesibles de la cueva. Cualquiera que fuera la finalidad de este arte, no era decorativa. Tampoco era «arte por el arte».

Lo primero que llama la atención de este arte es lo que no muestra. No hay plantas, árboles ni flores. Consiste principalmente en representaciones de animales. Y la elección de los animales representados no es casual. 

Estos animales están representados con una precisión y una atención al detalle asombrosas. En cambio, los seres humanos, que aparecen en contadas ocasiones, están representados de forma muy esquemática, casi como los hombres cerilla que dibujan los niños pequeños.

El arte como actividad social

En el arte humano primitivo, ciencia y religión se mezclan indisolublemente en forma de «magia simpatetica». El objetivo del arte primitivo era otorgar al hombre poder sobre los animales que cazaba. 

Estos cazadores-recolectores vivían en una lucha constante e incesante por la supervivencia en un entorno hostil. Tenían que medir sus fuerzas con las de bestias poderosas para alimentarse y dominar la tierra. 

Las danzas tribales suelen estar estrechamente relacionadas con los rituales. Representan un intento de reconciliarse con el entorno natural, comprender el mundo y dominarlo. 

Pero esta comprensión limitada encontró su expresión en el lenguaje místico de la religión y la magia. El célebre antropólogo James George Frazer, en su obra más famosa La rama dorada y en otros numerosos estudios, explica la magia simpatética como la asociación de relaciones entre cosas y seres que no existen realmente. Este es un ejemplo de ello. 

El propósito de estas notables pinturas era probablemente doble: aumentar el poder y las habilidades de los cazadores y darles poder sobre las criaturas representadas. En algunos casos, los rituales asociados tenían por objeto aumentar la fertilidad de la tribu o el clan.

La caza de mamíferos grandes y peligrosos como los mamuts sólo podía tener éxito si varios cazadores se combinaban para hacer caer a los animales en trampas o por precipicios. 

Esto requeriría cooperación para construir trampas, cavar fosos profundos o construir corrales de empalizada. Todo ello implicaba trabajo cooperativo a gran escala. 

Esto, y no la religión o la magia, es lo que dio a nuestros antepasados una seria ventaja en la lucha por la supervivencia. La cooperación social, no la competencia individual, fue la clave de nuestro éxito evolutivo.

Sociedad de clases

Hoy los defensores del orden existente se afanan en demostrar que la sociedad de clases siempre ha existido y que siempre ha habido ricos y pobres.

Pretenden demostrar que la sociedad sólo puede ser dirigida por una clase especial de personas «inteligentes» que son las únicas capaces de trabajar con su cerebro, mientras que la multitud ignorante -los «cortadores de leña y acarreadores de agua» descritos en la Biblia- son demasiado estúpidos para llevar a cabo la compleja tarea de gobernar. 

Aunque afirman que siempre ha sido así, esto está muy lejos de la verdad. En su origen, el arte era propiedad de toda la comunidad, no una actividad especializada de una élite privilegiada. Este arte era esencialmente social y colectivo, y no personal.

De hecho, la división entre trabajo mental y manual es un hecho relativamente reciente en la evolución humana. Es imposible describir con precisión el proceso por el que se produjo esta revolución, ya que no existen registros escritos, pero que tal cambio se produjo está fuera de toda duda. 

Hace aproximadamente 12.000 años, comenzó en el Creciente Fértil de Oriente Próximo la mayor transformación de toda la historia de la humanidad. Me refiero a lo que el gran arqueólogo australiano Vere Gordon Childe (que también era marxista) llamó la revolución neolítica.

Esto es lo que Engels, siguiendo a Lewis Henry Morgan, llamó la transición del salvajismo a la barbarie, la transición de la caza-recolección a un modo de vida más sedentario basado en la agricultura y la ganadería.

Esta revolución amplió enormemente los poderes productivos de la sociedad y, por tanto, aumentó el control de hombres y mujeres sobre la naturaleza. Sin embargo, también acabó sentando las bases materiales para la aparición de la desigualdad, la propiedad privada y la usurpación del poder por una minoría.

Desde hace unos 6.000 años, el excedente producido por la población agrícola se concentró en manos de una élite privilegiada, generalmente bajo el control del templo, es decir, de la casta sacerdotal. Esto dio lugar a cambios fundamentales en las creencias religiosas y a una consiguiente revolución cultural.

El auge de una casta sacerdotal privilegiada se manifestó en la creación de enormes templos y monumentos a los dioses dedicados al éxito de la agricultura, la fertilidad de las cosechas, el sol, la lluvia, etc. El Templo Blanco de Uruk, que se erguía sobre una plataforma de 12 metros de altura y 50 metros de ancho, es un ejemplo sorprendente de este fenómeno.

Aquí tenemos por primera vez la división entre trabajo mental y manual, que se elevó a principio para todas las sociedades posteriores.

La religión, el arte y todas las demás manifestaciones de la vida cultural e intelectual dejan de ser propiedad común de todos y se convierten en los misterios privados de una minoría, que se arroga el derecho «divino» de interpretar estos misterios para la masa común de la humanidad.

La transformación de la religión se expresó mediante nuevas formas de arte. El distanciamiento del producto de las clases trabajadoras fue acompañado de su desposesión espiritual y cultural.

Egipto

En la Metafísica, Aristóteles escribe que la filosofía comienza cuando se satisfacen las necesidades de la vida. Añade que la astronomía y la geometría se inventaron en Egipto porque los sacerdotes no tenían que trabajar. Aquí tenemos ya una brillante anticipación de la concepción materialista de la historia. 

Las condiciones favorables del valle del Nilo eran la condición previa para un alto nivel de productividad laboral. Por otra parte, el Estado tenía acceso a enormes reservas de mano de obra. 

La población era relativamente pequeña y el suelo lo suficientemente fértil como para suministrar alimentos al pueblo y un excedente a la élite gobernante. La existencia de este excedente es el secreto de la civilización egipcia. 

Centralizado y organizado a gran escala, hizo posible hazañas tan asombrosas como la construcción de las pirámides. Estos enormes monumentos suelen considerarse los mayores logros del antiguo Egipto porque cautivan nuestra imaginación. 

Sin embargo, mucho más impresionante e infinitamente más importante que las pirámides fue el sistema de irrigación. Éste fue el que permitió la creación de una clase ociosa, responsable a su vez de todos los deslumbrantes logros del arte, la ciencia y la cultura egipcios. 

La división del trabajo

Sobre la base de esta explotación, la clase dominante egipcia hizo retroceder las fronteras del conocimiento humano y aceleró el desarrollo de las fuerzas productivas, verdadera base del desarrollo de la cultura y la civilización.

En última instancia, todos estos maravillosos logros descansaban sobre las espaldas de los fellaheen [campesinos] egipcios. Un momento decisivo para la división entre el trabajo mental y el manual fue la invención de la escritura, que se produjo a finales del IV milenio a.C., una prueba más del rápido avance de la sociedad.

El secreto de la escritura fue celosamente guardado por los escribas, que en un principio pertenecían a la casta sacerdotal. Su actitud hacia el trabajo manual se expresa de forma sorprendente en el consejo de un egipcio acomodado a su hijo:

«He visto a los que han sido apaleados. ¡Aplícate a los libros! He visto a los que fueron llamados al trabajo. Mira, nada hay mejor que los libros; son como un barco en el agua….

«e visto al herrero en su trabajo, a la boca de su horno. Sus dedos son como garras de cocodrilo, y apesta más que las huevas de pescado….

«El alfarero ya está bajo tierra, aunque aún entre los vivos. Escarba en el lodo más que los cerdos, para cocer sus cacharros. Sus vestidos están tiesos de barro…

«El fabricante de armas, completamente agotado, se va al desierto. Mayor (que su propia paga) es lo que tiene que gastar por su she-ass para su trabajo posterior….

«El lavandero lava en la orilla del río, cerca del cocodrilo…

«Mira, no hay una profesión que esté libre de director, excepto el escriba. …

«Mira, no hay escriba que carezca de comida y de bienes de palaciol… Ruega a dios por tu padre y tu madre, que te han colocado en el camino de la vida. Atiende a estos (consejos) que he puesto ante ti, tus hijos y sus hijos…«.

Se trata de un extracto de un texto egipcio conocido como La sátira de los oficios, escrito hacia el año 2000 a.C.. Se supone que consiste en la exhortación de un padre a su hijo, al que envía a la Escuela de Escritura para formarse como escriba. 

El desprecio que transmiten estas líneas hacia el trabajo manual es un fiel reflejo de la psicología de la clase dominante hasta nuestros días.

Esta alienación encontró su expresión en el arte. Las enormes estatuas de faraones en Egipto nos hablan y transmiten un mensaje muy claro: el mensaje del poder.

Independientemente de que entienda su lenguaje, estas colosales estatuas nos hablan muy claramente. Nos están diciendo:

Yo soy poderoso, tú eres débil.

Yo soy grande, tú eres pequeño. 

Yo soy poderoso, tú eres impotente.

Desde entonces, el arte ha sido monopolio de la clase dominante y un arma poderosa en sus manos. Puesto que los dioses y las diosas son todopoderosos, sus sirvientes en la tierra deben ser igualmente poderosos y deben ser temidos y respetados como ningún otro hombre o mujer. 

Las masas se encontraron ahora totalmente excluidas del mundo de la cultura. Fueron expropiadas, no sólo económicamente, sino también mental y espiritualmente. Y esta expropiación ha persistido hasta nuestros días.

Arte egipcio primitivo

El primer periodo del arte egipcio es casi totalmente totémico. Representa a dioses y diosas, casi siempre con formas semi animales. 

Más adelante aparecen formas humanas, pero muy a menudo representadas en una pose rígida y poco realista. 

La fórmula para los hombres era siempre la misma: la cabeza y el cuello se muestran de perfil, mientras que el cuerpo se representa de frente, mostrando unos hombros anchos. 

La representación de la figura humana se mantuvo prácticamente igual durante toda la historia egipcia, aunque hay excepciones. 

Los artistas egipcios eran artesanos que no gozaban de un estatus social especial. Muy pocos de sus nombres han llegado hasta nosotros. Su tarea consistía en servir fielmente a sus amos: la casta sacerdotal, los funcionarios del Estado y, en última instancia, el rey-dios, el faraón.

La característica más notable de este arte es su conservadurismo y su resistencia al cambio. Esto refleja el hecho de que este arte no era libre, sino que estaba sujeto a la tutela inflexible de la religión y a las rígidas exigencias de la casta sacerdotal.

Este hecho nos ayuda a comprender la naturaleza y el espíritu del arte egipcio, que, a pesar de sus brillantes logros, nunca alcanzó las cotas del arte griego.

Grecia

Cuando dejamos atrás el misterioso y alienado mundo del arte egipcio y nos adentramos en el de la antigua Grecia, es como salir de una habitación tenuemente iluminada por destellos de color, para entrar en una atmósfera llena de aire puro y sol radiante.

Por fin sentimos tierra firme bajo nuestros pies. En lugar de dioses y diosas que son en parte humanos  y en parte bestias, tenemos la presencia de formas humanas auténticas y reconocibles.

En muchos sentidos, este arte nunca ha sido superado, excepto quizás en el periodo renacentista. No deja de asombrarnos contemplar estas formas de piedra fría, tan realistas que parecen seres vivos. 

Tanto, que uno cree que los cuerpos deben sentirse calientes al tacto. Sin embargo, esta perfección no se alcanzó de inmediato. Las primeras estatuas griegas son de jóvenes varones, los llamados kouros, que datan de los siglos VII al VI a.C. Se inspiran claramente en modelos egipcios. 

Muestran la misma rigidez y la misma pose rígida, frontal, de hombros anchos y cintura estrecha. Los brazos pegados a los costados, los puños cerrados, las rodillas rígidas, con el pie izquierdo ligeramente adelantado.

Pero al final de este periodo, la rigidez empezó a desaparecer, dando paso a una nueva sensación de flexibilidad y movimiento. Esta nueva escuela de arte reflejaba un nuevo espíritu. Era el nuevo espíritu de los griegos libres, especialmente en Atenas, donde se había producido una revolución democrática.

En 508-507 a.C., el pueblo de Atenas se sublevó contra la aristocracia gobernante , instaurando una democracia, en la que todos los ciudadanos varones tenían derecho a participar . 

La democracia ateniense supuso un estímulo para el desarrollo del arte. Se expresaba de muchas maneras, desde las pinturas sobre jarrones, que eran una de las exportaciones más importantes de la ciudad, hasta las estatuas y monumentos, las pinturas murales y muchas otras cosas. 

Pero esta democracia no era para todos. Excluía a los esclavos, que constituían una parte considerable de la sociedad, así como a las mujeres y los extranjeros. 

Hoy en día se ha puesto de moda criticar el arte de las sociedades del pasado alegando que no se ajusta a las normas morales actuales. Pero esa es una forma totalmente acientífica de abordar la historia.

Hegel dijo una vez que el hombre no se libera tanto de la esclavitud como a través de ella. A primera vista, parece una paradoja de lo más peculiar, pero de hecho, encierra un pensamiento muy profundo.

Hoy consideramos la esclavitud como algo absolutamente contrario a toda moral. Pero si preguntamos de dónde proceden nuestra ciencia y nuestra filosofía modernas, muchos responderán que tienen su origen en Grecia y Roma. 

Sin embargo, se trataba precisamente de sociedades basadas en la esclavitud y, en última instancia, todos los grandes logros de estas civilizaciones se basaban en el trabajo de los esclavos.

Pero hay que añadir que, en la sociedad de clases, todo el arte, la ciencia y la cultura en general se han basado siempre en la explotación del trabajo humano, ya sea el de los esclavos de Grecia y Roma, el de los siervos que sufrían bajo el pesado yugo del feudalismo o el de la moderna esclavitud asalariada.

Las ideas dominantes de la sociedad siempre han sido las ideas de la clase dominante. Quien no entienda esto, no podrá entender nada de la historia.

Colapso

La cultura tiene una base material. El hundimiento de la esclavitud condujo al declive de la sociedad romana y a la caída en la barbarie. A la destrucción de la base productiva siguió el eclipse de la civilización durante varios siglos.

Poco a poco, un nuevo sistema económico, el sistema feudal, surgió sobre las ruinas de la antigua sociedad esclavista. Pero la principal característica de la Edad Media fue el estancamiento económico y cultural, como escribe William Manchester:

«En todo ese tiempo no había mejorado ni disminuido nada de verdadera importancia. Salvo la introducción de las ruedas hidráulicas en el 800 y los molinos de viento a finales del 1100, no había habido inventos de importancia. No habían aparecido nuevas ideas sorprendentes, ni se habían explorado nuevos territorios fuera de Europa. Todo seguía igual desde que el europeo más viejo tenía memoria».

El colapso de la cultura se reflejó en una indiferencia general y una actitud desdeñosa hacia el aprendizaje entre la clase dirigente. 

El emperador Segismundo, cuadragésimo séptimo sucesor de Carlomagno, dijo célebremente: «Ego sum rex Romanus et super grammatica» – Soy el rey de Roma y estoy por encima de la gramática. Más de un Presidente de los Estados Unidos de América podría pronunciar hoy las mismas palabras. Pero no nos detengamos en ese tema… 

La Iglesia medieval ejerció una dictadura espiritual absoluta sobre las almas de los hombres. Su mano muerta sofocó todo pensamiento libre durante siglos. Y paralizó el libre desarrollo del arte. 

Renacimiento

En este mundo estático, parecía que nada cambiaría ni podría cambiar nunca. Pero a principios del siglo XIV, un nuevo espíritu se agitaba en Europa. Ya antes lo habían anticipado hombres como Dante, Petrarca, Boccaccio, Giotto e incluso San Francisco de Asís. 

No es casualidad que estos hombres procedieran de Italia, donde la producción capitalista se desarrolló más tempranamente. El ascenso de la burguesía supuso un desafío al orden feudal, empezando por las críticas a los dogmas establecidos por la Iglesia, que acabaron desembocando en el surgimiento del protestantismo y la Reforma en el norte de Europa.

A principios del Renacimiento nació una floreciente literatura europea, cada vez más escrita en lengua vernácula, para atender a un nuevo público burgués que no leía latín.

Chaucer marca el comienzo de una nueva literatura y una nueva lengua en Inglaterra. En Italia, Maquiavelo, cuya reputación negativa está totalmente infravalorada, fue el intelecto más destacado de la época.

En pintura, el nuevo estilo artístico implicaba técnicas revolucionarias de gran sofisticación, que permitían al artista representar detalles nunca vistos: el hilo de oro de un vestido, los pliegues de una capa, el brillo de los rayos de sol sobre una armadura, el reflejo en un espejo pulido, que plantean especiales dificultades técnicas. 

A partir de 1420, aproximadamente, los retratos se vuelven mucho más realistas. Los rostros son individuos reconocibles. Se trata de una auténtica revolución en el arte, que surge primero en Italia y Flandes. 

Sobre todo, permitía representar a los individuos como individuos: hombres y mujeres reales, no abstracciones estilizadas. La maravillosa estatua del David, uno de los puntos culminantes del arte de Miguel Ángel, representa un retorno al mundo del arte griego que celebraba la belleza del cuerpo humano desnudo. Esta idea había sido brutalmente suprimida por la Iglesia, que consideraba el cuerpo humano -y especialmente el femenino- como objeto de aborrecimiento y fuente de todo pecado.

Fue una expresión en el arte de la psicología individualista del burgués en el período de la acumulación primitiva de capital. El nuevo arte está relacionado con el ascenso de la burguesía. 

Aquí tenemos los primeros brotes de revuelta que culminaron en las revoluciones burguesas de los Países Bajos e Inglaterra. Esta gran revolución produjo a su vez una revolución en el arte y la cultura.

El arte y la revolución burguesa

Fue Lutero quien dirigió la carga contra el viejo mundo. Cuando tradujo la Biblia al alemán, inició una revolución de la que ni él mismo tenía la menor idea.

Se podría decir que inventó la lengua alemana moderna. Fue autor de numerosos poemas que, dada la naturaleza de la época, tenían necesariamente forma de himnos religiosos. 

Estos himnos están llenos de fervor revolucionario, especialmente Ein feste Burg ist unser Gott (Una poderosa fortaleza es nuestro Dios), que Engels describió como la Marsellesa del siglo XVI. 

Y cuando atacaba al Papa y al papismo, lo hacía en el lenguaje terrenal de un campesino alemán: 

«Por la ira de Dios, el diablo nos ha asediado con el Gran Culo Gordo de Roma»

La revolución burguesa, abortada en Alemania, alcanzó su primer gran éxito con la victoria del pueblo holandés en su larga y sangrienta lucha contra la España católica.

El nacimiento de la República Holandesa creó las condiciones no sólo para una nueva gran potencia económica en Europa, sino también para una gran revolución cultural y artística.

Una nueva clase de prósperos comerciantes consolidaba su posición de dirección en la sociedad y estaba dispuesta a gastar dinero en obras de arte para embellecer sus hogares. 

Las nuevas libertades conquistadas por la lucha revolucionaria abrieron la puerta a nuevos y renovados enfoques del arte. Permitió el surgimiento de una destacada generación de pintores, como Vermeer, Frans Hals y, por último, Rembrandt van Rijn. 

Sólo en la Holanda del siglo XVII un hijo de molinero como Rembrandt podía aspirar a ser un pintor famoso. Tenía una vena salvaje y un carácter obstinado y rebelde que se refleja claramente en sus cuadros. 

Las modelos de Rembrandt no son diosas, sino mujeres reales, muchas de ellas sacadas de las calles y los burdeles. Aunque disfrazadas de personajes bíblicos, como la mujer de Potifar o Betsabé, no son más que mujeres desnudas. Esto no le granjeó amigos entre los hipócritas fariseos del establishment calvinista.

Una de sus principales modelos fue Hendrickje, su ama de llaves y amante. Aparece en una serie de poses provocativas, levantándose la falda en la célebre Mujer bañándose en un arroyo

Rembrandt no tardó en provocar la ira de las autoridades religiosas. Fue perseguido y vilipendiado. En su vejez sufrió grandes penurias. 

Sus últimos autorretratos son quizá sus mayores obras maestras. Son representaciones de un anciano en cuyo rostro están grabadas profundas líneas de sufrimiento. Presentan un doloroso contraste con los retratos anteriores de un joven pintor próspero, que emprende con confianza el camino del éxito. 

En 1658 se vio obligado a declararse en quiebra. Como Vermeer y muchos otros grandes artistas, murió en condiciones de extrema pobreza.

Arte y revolución

Se ha dicho que cuando los cañones rugen, las Musas callan. Si esto es cierto, lo es sólo en parte. La Musa se ha inspirado a menudo en el sonido de los cañones y se ha encendido con el fervor revolucionario de las masas. 

Y el despertar revolucionario de las masas no puede sino encontrar eco en los corazones y las mentes de los intelectuales, o al menos de los mejores elementos entre ellos.

La Revolución Inglesa produjo una inmensa literatura popular en forma de libros y panfletos, entre los que destacan las polémicas obras de Gerrard Winstanley. 

En la persona de John Milton, la revolución encontró su defensor más destacado. Sirvió lealmente al nuevo régimen y sólo se salvó de la ejecución tras la restauración de Carlos II gracias a su gran fama.

En la sublime poesía del Paraíso Perdido de Milton, la guerra entre el Cielo y el Infierno no es más que un reflejo de la guerra revolucionaria entre puritanos y monárquicos:

«y cuando la noche tiende su manto por las calles, ve vagabundear por ellas a los hijos de Belial, repletos de insolencia y vino».

Aquí tenemos el grito desesperado de un viejo ciego, protestando contra la insolencia de los borrachos Cavaliers (los hijos de Belial) que deambulan por las calles de noche, insultando y golpeando a los revolucionarios derrotados.

La restauración de Carlos II abrió un periodo de reacción desenfrenada que encontró su reflejo en un arte disoluto y amoral, especialmente en el teatro. 

La Revolución Francesa

Un siglo más tarde, la gran Revolución Francesa de 1789-93 tuvo un impacto aún mayor en la cultura mundial. Tendemos a olvidar que el camino hacia esa Revolución fue allanado por la Ilustración francesa.

La revolución fue fuente de inspiración para la nueva generación de artistas, cuyo mejor representante fue el pintor Jacques-Louis David. Claude-Joseph Rouget de Lisle compuso La Marsellesa, ese gran himno insurreccional que se convirtió en el himno mundial de la revolución. 

Con la Revolución francesa, como observó Plejánov, los sans culottes pusieron el arte «en un camino en el que no sabía desenvolverse el arte de las clases superiores: se convirtió en patrimonio de todo el pueblo».

Pero la victoria de la contrarrevolución termidoriana marcó el comienzo de un periodo de reflujo, en el que uno a uno los viejos ideales y el entusiasmo fueron desplazados por un conservadurismo filisteo que correspondía a la mentalidad de la nueva casta de trepadores advenedizos burgueses y burócratas que ahora llevaban la voz cantante.

La Revolución francesa tuvo un efecto colosal, no sólo en Francia, sino a escala internacional. Actuó como una gigantesca roca arrojada a un gran lago. 

De la noche a la mañana hizo añicos los viejos modelos clásicos estáticos favorecidos por la aristocracia y abrió la puerta a la gran Revolución romántica que creó una escuela literaria, artística y musical totalmente nueva en Europa.

Algunos de los más grandes poetas ingleses, Byron, Shelley, Wordsworth, Coleridge, así como Robert Burns en Escocia, se inspiraron en ella. William Blake, escritor y artista extremadamente original, fue otro ferviente partidario de la revolución.

El impacto de la Revolución fue brillantemente expresado por William Wordsworth, presente en Francia en aquella época. En su gran poema, El Preludio, escribió las siguientes inspiradoras palabras:

«Dicha fue en ese amanecer estar vivo, Pero ser joven fue muy celestial.»

En Alemania, muchos artistas e intelectuales acogieron con entusiasmo la Revolución francesa, entre ellos el gran poeta Schiller. Pero el mayor impacto se produjo en el mundo de la música. El mayor genio musical de la historia, Ludwig van Beethoven, era un ferviente admirador de la Revolución francesa.

Estaba horrorizado por el hecho de que Austria fuera la principal fuerza de la coalición contrarrevolucionaria contra Francia. Asfixiado en la atmósfera burguesa de Viena escribió un comentario desesperado: «Mientras los austriacos tengan su cerveza negra y sus salchichitas, nunca se rebelarán«.

Beethoven barrió audazmente todas las convenciones musicales existentes, igual que la Revolución francesa barrió toda la basura acumulada del feudalismo y la monarquía absoluta. 

Las sinfonías de Beethoven representan una ruptura fundamental con el pasado. Irrumpieron como un rayo en el mundo musical, que nunca volvió a ser el mismo. Esta transformación comienza con su tercera sinfonía, la Heroica.

Se trata de una obra monumental, que escandalizó a muchos acostumbrados a la música gentil de los públicos aristocráticos. Sólo el primer movimiento es más largo que cualquier sinfonía conocida en la época. 

La historia de su composición nos lleva al corazón de la Revolución francesa. En un principio, Beethoven quedó impresionado por lo que había oído del joven Napoleón Bonaparte, a quien identificó con la Revolución. 

Pero cuando Beethoven se enteró de que Napoleón se había coronado emperador, se puso furioso. Tachó su dedicatoria a Napoleón con tal violencia que el manuscrito, que aún existe, tiene un agujero rasgado. 

La rebautizó Sinfonía Heroica. Sus dos estruendosos compases iniciales recuerdan el golpe de un puño sobre un escritorio, reclamando atención en una reunión tormentosa, seguido inmediatamente por una irresistible carga de caballería. El segundo movimiento es una marcha fúnebre en memoria de un héroe muerto.

Beethoven nunca vaciló en su apoyo a los ideales de la Revolución francesa hasta el final de su vida. Su última gran sinfonía, la Novena -escrita en una época de negra reacción en Europa- fue un himno triunfal a la revolución.

El arte como protesta

El célebre pintor español Goya es un ejemplo sorprendente de cómo el arte puede convertirse en una poderosa arma de lucha.

La obra del joven Goya contrasta totalmente con la de su vejez. Es como si estuviéramos en presencia de dos artistas diferentes, o de dos mundos diferentes.

Los cuadros del joven Goya están llenos de las alegrías de la vida. Aquí tenemos escenas despreocupadas de jóvenes damas con sombrillas y sus jóvenes admiradores con atuendos gallardos, las majas y los majos.

Pero los cuadros de la vejez de Goya nos introducen en otro mundo: un mundo de oscuridad y sombras negras, poblado de monstruos, putas, brujas, curas corruptos, asesinos y mendigos tullidos. Esta transformación es un fiel reflejo del destino de España en aquella época, cuando fue ocupada por los ejércitos de Napoleón.

El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó contra las fuerzas de ocupación en una insurrección heroica pero condenada al fracaso. Los franceses ordenaron un asalto total que aplastó a los insurgentes, que fueron masacrados sin cuartel. 

El levantamiento se describe en dos famosos cuadros de Goya. Se dice que, acompañado de su criada con una linterna en la mano, el artista visitó las escenas de la matanza, donde cada detalle monstruoso quedó grabado en su memoria. 

Sea cierto o no, los cuadros retratan los acontecimientos con el más violento realismo. El primero muestra los terribles acontecimientos del Dos de Mayo. El segundo cuadro es una sobrecogedora representación de los tiroteos de aquella noche.

Este impactante cuadro presenta una escena de horror sin paliativos, que se desarrolla en la más absoluta oscuridad, sólo rota por la fantástica figura de un hombre con camisa blanca que alza los brazos al cielo en protesta por su destino, mientras las filas de los soldados franceses apuntan a su pecho desprotegido. 

Los verdugos aparecen de espaldas, de modo que no se ve ningún rostro humano. Ya no son humanos, sino una muda máquina militar que obedece ciegamente la orden de matar. 

Por el contrario, los rostros de las víctimas son conmovedoramente humanos, con la figura de Cristo de camisa blanca como punto central de un cuadro lleno de crudo dramatismo y patetismo. Los charcos de sangre en el suelo son tan reales que casi se pueden oler. He aquí el arte comprometido en su forma más poderosa: no sólo una representación de los acontecimientos, sino un grito apasionado de protesta.

Comenzó entonces lo que se conoció como la Guerra Peninsular, quizás el primer ejemplo en tiempos relativamente modernos de lo que llamamos una guerra de guerrillas (de hecho, el término fue inventado por los españoles y significa «pequeña guerra»). 

Los sangrientos acontecimientos de aquella guerra quedaron plasmados en una serie de grabados en blanco y negro de Goya titulada Los Desastres de la Guerra.  Como representaciones del horror sin paliativos de la guerra, nunca han sido igualadas.

Por último, entramos en lo que se denomina el periodo negro de Goya. Estamos ante un artista y un mundo diferentes. Es la visión de un mundo desgarrado por años de guerra, revolución y contrarrevolución, un mundo puesto patas arriba. 

Es una visión de la vejez, de un hombre que ha sido testigo de demasiado sufrimiento humano y no tiene ni idea de cómo acabará todo. Es una visión sombría y pesimista de la realidad. Es un grito de desesperación que sale directamente del corazón de un hombre roto.

Para encontrar algo comparable a estas obras maestras artísticas, tenemos que avanzar rápidamente hasta un periodo comparable de la historia de España: el periodo de la sangrienta Guerra Civil, librada por los ejércitos fascistas de Franco contra el pueblo español en la década de 1930.

En este contexto, Pablo Picasso creó lo que se considera con razón una de las grandes obras maestras del siglo XX: el cuadro conocido como Guernica.

Aquí, como en los cuadros de Goya, la guerra se representa en todo su horror. El cuadro está pintado en blanco y negro, lo que le confiere un impacto dramático aún mayor. Las imágenes son crudas y aterradoras.

En medio de la negrura total, una bombilla eléctrica arroja su luz sobre la escena de destrucción. Pero no es la reconfortante luz del día, sino el tipo de luz que uno identifica con una cámara de tortura en una mazmorra oscura y sin aire.

Por todas partes hay violencia, sufrimiento y muerte. Un caballo es atravesado por una lanza y sus gritos se oyen de algún modo, aunque el cuadro en sí está mudo.

Una mujer sostiene en sus brazos el cadáver de un niño y lanza un grito ensordecedor de protesta dirigido al cielo, que se muestra indiferente ante sus sufrimientos.

Y dominando esta escena de horror vemos la cabeza de un toro furioso, una representación verdaderamente aterradora del salvajismo y la violencia, que personifica la esencia del fascismo.

Estallan bombas y el suelo se cubre de cuerpos destrozados de guerreros que aferran espadas rotas en sus manos. Pero todos estos sonidos aterradores se reducen a un silencio aún más inquietante. Es el silencio de una pesadilla.

El arte de la hipocresía 

En nuestro hipócrita mundo moderno, la fraternidad posmodernista desea calmar nuestros nervios eliminando todo lenguaje ofensivo de nuestro vocabulario.

Y como la guerra causa mayor malestar entre esta fraternidad que casi cualquier otra cosa, el vocabulario que la rodea se ha modificado convenientemente para reducir sus efectos nocivos en las almas sensibles.

Así, hoy en día nadie muere en las guerras. Simplemente son «eliminados». Y las víctimas inocentes de la guerra son meros «daños colaterales». 

Aquí la hipocresía se eleva al nivel de una forma de arte. Pero Pablo Picasso, que era un verdadero artista, dijo la verdad sobre la guerra. Como en todo arte verdadero, un espejo se alza ante nosotros para revelar una imagen fiel de nuestros tiempos, en toda su repulsiva fealdad.

Algunas personas pueden afirmar que esto no es arte, sino sólo propaganda. El verdadero arte no pretende reproducir ningún mensaje externo a sí mismo, sino sólo una expresión veraz de lo que el artista siente en su corazón y en su alma.

Eso es cierto. La propaganda nunca puede alcanzar el nivel del gran arte. Pero el verdadero arte no se aísla de la realidad del mundo exterior. No vive en una torre de marfil, «sorbiendo la vida con una pajita».

Un verdadero artista es un ser humano vivo, que comparte las alegrías y las miserias de toda existencia humana, como expresa el famoso lema del dramaturgo romano , Terencio: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto» (Soy humano, y considero que nada humano me resulta ajeno).

Como Goya antes que él, Picasso expresaba el sentimiento de ardiente indignación e indignación que bullía en su pecho. 

Picasso estaba ciertamente comprometido políticamente. Aunque hoy apenas se menciona, se afilió al Partido Comunista en 1944, durante su exilio en el París ocupado por los alemanes. Se dice que cuando un oficial alemán de visita, tras examinar el cuadro de Picasso, le preguntó: «¿Ha hecho usted esto?», él respondió: «No, lo has hecho tú».

Sin embargo, en el Guernica no expresaba ningún mensaje político concreto, sino sólo lo que le salía directamente del corazón y del alma.

Sin embargo, al hacerlo, ocupó valientemente su lugar en las barricadas. Puso su pincel al servicio de la causa revolucionaria, y resultó ser un arma mucho más eficaz que un fusil o una ametralladora.

Es una condena del arte de nuestro tiempo que la masacre de hombres, mujeres y niños en Gaza, que desfilan a diario por nuestras pantallas de televisión, no encuentre una expresión adecuada. 

Nuestra atención se centra en objetos mucho más significativos, como camas deshechas y tiburones en formol. Basta comparar nuestro arte con el de Picasso y Goya para darse cuenta de lo bajo que ha caído el espíritu humano en la época actual. Pero ha habido otras épocas en las que el arte y los artistas demostraron estar a la altura de su vocación.

El arte y la Revolución de Octubre

La Revolución de Octubre en Rusia produjo un gran estallido de arte y literatura, que más tarde fue aplastado, como tantas otras cosas, bajo la grupa de plomo de la contrarrevolución política estalinista. 

A los críticos burgueses de Octubre les gusta retratar a los bolcheviques como monstruos sedientos de sangre, empeñados en la destrucción de todos los valores humanos civilizados. Intentan identificar el arte de la Revolución con el rebuscado arte burocrático del «realismo socialista» estalinista. 

Eso es mentira. Los años inmediatamente posteriores a Octubre liberaron el colosal potencial creativo reprimido del pueblo ruso, no sólo de los trabajadores, sino también de las mejores capas de la intelectualidad. 

Nombres como Tatlin, Meyerhold, Shostakovich y Mayakovsky forman parte de una galaxia de talento como no se había visto antes ni después en el siglo XX. 

El drama de la revolución se representó a una escala verdaderamente inmensa, pero también en un millón de hogares y de corazones y mentes humanas.

La revolución tocó una nota que resonó profundamente en las masas, despertando una sed de conocimiento y cultura que había sido reprimida durante mucho tiempo bajo la sociedad de clases. 

El escenario era más colosal que cualquiera de los que habían presenciado las tragedias de Esquilo y Shakespeare. La poesía de Mayakovsky era escuchada con embelesada atención por obreros y soldados que empezaban a descubrir una nueva dimensión de la vida y de su propia personalidad individual.

En aquellos años tormentosos, el Teatro Bolshói de Moscú -anteriormente reservado a las «clases cultas» burguesas y pequeñoburguesas- se llenó de repente a rebosar de obreros con sus monos de trabajo y las chaquetas grises de los soldados, todos deseosos de descubrir un nuevo mundo musical que hasta entonces les había estado vedado. 

Escuchaban y contemplaban embelesados las espectaculares óperas de Mussorgsky, Borodin y Rimsky Korsakov, y los maravillosos ballets de Chaikovski. 

Entraron en un mundo nuevo que apenas sabían que existía y se dejaron llevar por sentimientos nuevos que nunca antes habían experimentado. En este punto, la línea divisoria entre el arte y la vida misma se difumina y casi deja de existir.

Fue un periodo de debates y discusiones interminables. Nacieron y desaparecieron con la misma rapidez muchas nuevas escuelas artísticas. Algunas de las nuevas ideas fueron fructíferas. Otras estaban profundamente equivocadas. Pero todas se discutían abiertamente y con total libertad.

Trotski, con su brillante estilo y su magistral uso de la dialéctica, abordó a los artistas y escritores soviéticos en su propio terreno y les respondió en su propio lenguaje.

De este modo, consolidó la autoridad de los bolcheviques y de la Revolución de Octubre, y contribuyó a atraer a la causa revolucionaria a los mejores artistas y escritores. El acoso burocrático y la intimidación no entraron en juego, y mucho menos la violencia administrativa. 

Realismo socialista

Pero todo eso cambió cuando el régimen democrático establecido por Lenin y Trotski en octubre de 1917 fue derrocado por la contrarrevolución burocrática estalinista.

Esto tuvo un efecto muy destructivo en el arte y en todo el pensamiento original y creativo en general. La nueva doctrina oficial, llamada ‘realismo socialista’, consistía principalmente en el arte de alabar a la burocracia en un lenguaje que ésta pudiera entender. 

El propósito de este arte era presentar al Partido -la expresión política colectiva de la burocracia- como omnisciente y todopoderoso. 

Y en la cúspide del Partido estaba el omnisciente y todopoderoso Jefe, Stalin, que, sólo entre todos los dirigentes del Partido Bolchevique, era un hombre completamente desprovisto de cultura e indiferente, o incluso abiertamente hostil, hacia ella. 

La rutina existe en el arte y la literatura, como en cualquier otra parte. La Revolución derribó el viejo rutinismo conservador y abrió las puertas a ideas nuevas y excitantes. Pero eso era lo último que necesitaban Stalin y la burocracia. 

La historia del arte y la literatura tiene muchos héroes, pero también una buena dosis de segundones, servidores del tiempo y filisteos de pacotilla. Estas criaturas se apresuraron a servir a la dictadura de Stalin, actuando como fieles vigilantes para controlar y censurar el arte, la música y la literatura. 

Las puertas que había abierto la Revolución se cerraron de golpe. Los que se oponían pronto se encontraban en la cárcel o en un campo de trabajo siberiano. 

El suicidio de Mayakovsky en 1930, a la edad de 36 años, fue una protesta temprana contra la atmósfera asfixiante, conservadora y represiva del régimen de Stalin, que era la antítesis exacta de todo lo que Mayakovsky y el bolchevismo representaban.

Es un tributo al ilimitado espíritu artístico del pueblo soviético que las grandes tradiciones de la literatura, el arte y la música rusas se mantuvieran vivas a pesar de todas las adversidades. 

La llama se mantuvo encendida, y con ella, la feroz lealtad del pueblo a Lenin y el recuerdo de Octubre que les permitió derrotar a las hordas nazis de Hitler con toda la riqueza combinada de Europa detrás de ellos. 

Capitalismo y arte 

En su periodo de ascenso, la burguesía desempeñó un papel progresivo en el desarrollo de las fuerzas productivas y en el avance de los límites de la civilización y la cultura. 

Pero en el período de su decadencia senil, ya no está interesado en desarrollar las fuerzas productivas. Los estrechos límites del capitalismo ni siquiera pueden contener las fuerzas productivas ya creadas.

La clase dominante de estos tiempos carece de todo horizonte amplio, de toda filosofía profunda o visión de futuro. Todo su ser se centra en el afán de lucro en su sentido más estrecho y repulsivo.

Es como si la burguesía hubiera sufrido una regresión infantil colectiva al estadio de la acumulación primitiva de capital. La estrechez como condición de existencia y la tacañería como única virtud moral. 

En su senil decrepitud, el capitalismo muestra todos los rasgos repulsivos que Shakespeare caracterizó de forma sorprendente:

«sin dientes, sin ojos, sin palabras, sin cosa alguna.».

El verdadero arte es revolucionario 

Los efectos más negativos de esta degeneración se encuentran en el mundo de la cultura. Miremos donde miremos vemos que el arte burgués se muere de pie. 

Los síntomas de la decadencia son demasiado numerosos para enumerarlos. La situación de la gran mayoría de las artes visuales es francamente lamentable, y la de lo que solía llamarse música «clásica» aún peor.

Pero las fuerzas necesarias para desafiar al decrépito y senil régimen capitalista existente no pueden encontrarse dentro de los límites del mundo de la intelectualidad artística. 

Los artistas pueden y deben desempeñar un papel en la revolución socialista. Pero sólo podrán tener éxito si se unen al proletariado revolucionario.

Al igual que en el período de decadencia del feudalismo, la tiranía de la iglesia y la monarquía sólo pudo ser derrocada por los esfuerzos de una clase revolucionaria en ascenso, la burguesía, ahora, el régimen estancado y represivo del capitalismo sólo puede ser derrocado por un poder que sea más grande que él mismo. 

Sólo puede ser la clase que constituye la mayoría de la sociedad, esa clase que tiene en sus manos las riendas del poder económico y que, una vez movilizada para cambiar la sociedad, no puede dejar de tener éxito.

Lo que se necesita es un estallido de la lucha de clases que desafíe el statu quo y haga añicos la sofocante atmósfera de petulancia y complacencia que es la muerte del arte.

Cuando la clase obrera emprenda  el camino de la lucha, los vientos frescos de la lucha de clases barrerán todo el polvo y las telarañas que se han instalado en las mentes de los hombres y mujeres, embotando su conciencia y adormeciendo su sensibilidad. 

Una vez que las masas empiecen a agitarse, no se conformarán con la miserable excusa de «cultura» de décima categoría con la que están embrutecidas actualmente. Buscarán algo mejor que lo que han soportado hasta ahora: buscarán nuevos libros, nuevas ideas, nueva música. 

Al rechazar todo lo que está podrido y descompuesto en la cultura actual, abrazarán con entusiasmo las mejores ideas y la cultura del pasado. 

La lucha por la emancipación social de la clase obrera es impensable sin lograr también su emancipación intelectual y cultural.

Arte y comunismo

El verdadero arte es siempre revolucionario por su propia naturaleza.

El arte debe oponerse al yugo de la tiranía en todas sus formas, no sólo al policía con su porra y sus esposas, no sólo al burócrata desalmado con el reglamento en la mano, y no sólo a los policías espirituales de la Iglesia, sino también a la dictadura del Capital, tanto material como espiritual. 

Los artistas y escritores no pueden permanecer indiferentes ante los terribles sufrimientos de la raza humana. También ellos deben decidir de qué lado están y ocupar su lugar en las barricadas. 

Cuando los hombres y las mujeres sean realmente libres para desarrollarse y realizar su verdadero potencial como seres humanos, cuando la jornada laboral se reduzca a la mínima expresión y se supriman las carencias, no faltarán Shakespeares, Rembrandts ni Beethovens, como tampoco faltarán Einsteins ni Darwins.

El auge de la sociedad de clases significó la alienación total de las masas del mundo del arte y la cultura. Su derrocamiento establecerá las condiciones materiales para la abolición de la división embrutecedora entre el trabajo mental y el manual. 

Tras milenios de esclavitud, las torres de marfil del aislacionismo serán derribadas. Se abrirán de par en par las puertas que impedían el acceso a la cultura y florecerán nuevas escuelas de arte, música y literatura, libres de la censura del Estado, la Iglesia o el mercado. 

Pero el comunismo significará una transformación mucho más profunda e importante. 

Bajo el comunismo, el arte volverá a ser posesión de todo el pueblo. Dejará de ser un sueño inalcanzable, algo extraño y ajeno a la vida real. 

El arte se fundirá con la vida cotidiana y acabará por convertirse en parte indisoluble de ella. Porque el arte más elevado de todos es el arte de vivir. 

Ése es el verdadero significado de la famosa definición de Engels sobre el comunismo: «El salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad

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