Ninguna conciliación con la burguesía y el imperialismo. Defender un programa para la transformación socialista de la sociedad.
La victoria histórica de Ollanta Humala en las elecciones presidenciales del pasado 5 de junio abre paso al cambio político más importante en el Perú desde la caída de la dictadura de Fujimori en el año 2000. Por primera vez en décadas –quizás desde la época de Velasco Alvarado en la primera mitad de la década del 70 del siglo pasado– la mayoría del pueblo peruano va a tener un gobierno que considera como propio; un gobierno que debe atender los deseos, intereses y exigencias de la mayoría trabajadora, de los humildes, de los explotados y olvidados.
La profundidad del malestar social acumulado ya se había expresado en la primera vuelta de las elecciones, celebrada el 10 de abril, cuando ninguno de los candidatos principales de la clase dominante (Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo y Luis Castañeda) pasó a la segunda vuelta. A esto no fue ajeno que todos los gobiernos que se sucedieron en estos años (Ramón Paniagua, Alejandro Toledo y Alan García) fueran un calco el uno del otro, adictos a los intereses de los grandes empresarios y terratenientes, y del imperialismo de EEUU.
Otro de los resultados importantes de las elecciones presidenciales del 5 de junio fue lo que podría ser el declive terminal del APRA del ex-presidente Alan García. El APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), se postuló a sí mismo durante décadas como una suerte de “partido del pueblo”, con un perfil socialdemócrata, pero ha dejado claro ser una sucursal de los intereses imperialistas en el país. Su debilidad y podredumbre interna le impidió, incluso, presentar su propio candidato a presidente en la primera vuelta electoral, y consiguió apenas un puñado de diputados en el Congreso.
Una victoria histórica
Según el recuento oficial –no exento de sospechas de fraude– Humala consiguió el 51,5% de los votos válidos, y su oponente Keiko Fujimori, la candidata de la derecha, el 48,5%, con una diferencia de 450.000 votos; si bien hay que consignar que hubo más de 1 millón de votos nulos y en blanco, el 6,2% del electorado.
El candidato de Gana Perú –el frente político de Humala– obtuvo resultados resonantes en las zonas más pobres del país y en aquellas con mayor tradición de lucha en los últimos años: un 78% en Puno, 77,5% en el Cusco, 72% en Ayacucho, un 66% en Arequipa, un 58,3% en Amazonas. La candidata de la oligarquía sólo consiguió victorias claras en Lima (57,5%) y El Callao (57%), donde se concentran la pequeña burguesía, el grueso de la burocracia estatal, y enormes bolsas de pobreza sujetas al clientelismo de los políticos del sistema que repartieron generosas donaciones de dinero, comida, ropa y calzado durante toda la campaña electoral. Keiko Fujimori también consiguió victorias ajustadas en las regiones del norte, la base tradicional del APRA del anterior presidente Alan García, quien jugó abiertamente a su favor.
La significación política de Keiko Fujimori
Mucha gente quedó perpleja por el segundo puesto conseguido por Keiko Fujimori en la primera vuelta de las elecciones, y cayó en pánico ante lo que consideraban “una amenaza fascista”. Keiko –hija del ex dictador Alberto Fujimori actualmente preso y condenado a 25 años de cárcel– es una aventurera sin principios como su padre, y tiene su base en lo que se denomina “la mafia”: los elementos más corruptos de la clase dominante y del aparato del Estado –la cúpula del Ejército y de la policía– vinculados a los negociados del clan Fujimori-Montesinos de los años 90, que tejieron una amplia red clientelar entre los sectores más desclasados y lumpenizados de la sociedad. Su mensaje prendió en sectores de la clase media, deslumbrados por la promesa de conseguir éxito y dinero fácil de la manera más inescrupulosa. En verdad, Keiko Fujimori se vio favorecida en la primera vuelta por el enorme descrédito de los políticos oficiales al aparecer como un personaje político “nuevo” que no estaba lastrado todavía por el desprestigio de aquéllos. Pero, a fin de cuentas, para la oligarquía y el imperialismo, la hija de Fujimori era “uno de los nuestros”, una marioneta dócil que acataría su voluntad y que trataría de mantener a raya las demandas populares. Así que, a falta de alternativas, decidieron apoyarla con todos los medios a su alcance.
Pero la realidad es que, sólo unas semanas después de la victoria de Humala, la popularidad de éste ya alcanza el 70% en las encuestas, un registro sin precedentes en Perú para la figura de un presidente. Y la “amenaza” del fascismo fujimorista se ha diluido como el azúcar en el agua.
Campaña sucia contra Humala
La clase dominante y el imperialismo de EEUU y Europa, guiados por su instinto de clase, no pudieron ocultar su miedo ante una posible victoria de Humala. Saben que un gobierno de Humala abre una perspectiva de cambio profundo ante las masas trabajadoras que las arrojará activamente a la lucha social y política por transformar la sociedad, con la perspectiva de que Humala pueda verse empujado a ir más allá de sus intenciones iniciales. Por esa razón, desde meses antes de las elecciones, Humala tuvo que enfrentar una campaña brutal de manipulación y criminalización en los medios de comunicación, concentrados casi en su totalidad en las manos de la oligarquía.
Humala fue presentado como un títere de Chávez y un ex-golpista, y fue acusado de favorecer el hundimiento de la economía peruana con sus planes “ocultos” de estatización. Monitoreado constantemente por la Embajada de EEUU en Lima, el gobierno de Alan García actuó como un operador de primer orden en esta campaña. Utilizó los servicios de inteligencia para operaciones de escucha telefónica y grabaciones en video con el fin de perjudicar a Humala, y fabricó un gravísimo conflicto social en la sureña región de Puno, habitada mayoritariamente por población de origen aymara, donde Humala había alcanzado su mayor porcentaje de votos en el país, en la primera vuelta. En una región que cuenta con una fuerte tradición de lucha contra la depredación rapaz de las multinacionales mineras, el gobierno anunció la conformación del proyecto minero Santa Ana, que pretende explotar un rico yacimiento de plata, que se suma a otros 20 proyectos similares concesionados por el gobierno anterior, y a los que se opone mayoritariamente la población que teme la contaminación ambiental y el envenenamiento de las aguas con mercurio y residuos similares.
El gobierno dejó pudrirse el conflicto, lo que llevó a la toma de la ciudad de Puno por la población y al incendio de edificios oficiales, para estigmatizar a nivel nacional las bases de apoyo a Humala y propiciar la clausura de las votaciones en este importante distrito de un millón de votantes.
La cúpula reaccionaria de la Iglesia Católica peruana también tomó parte activa a favor de Keiko Fujimori. El Cardenal Cipriani, conocido reaccionario, colaborador de la dictadura de Fujimori y miembro del Opus Dei, manifestó públicamente sus simpatías por la hija del ex-dictador desde el púlpito de la catedral de Lima.
El mismo día de las elecciones –5 de junio– se produjo una oscura acción guerrillera de supuestos “remanentes” de Sendero Luminoso que atentaron contra una patrulla policial, con el resultado de 5 policías muertos. Hay que señalar que estos supuestos “remanentes” de Sendero Luminoso siempre aparecieron oportunamente en la escena, todos estos años, cada vez que los sucesivos gobiernos antipopulares enfrentaban graves problemas sociales.
Pero toda esta campaña viciosa de la derecha lo único que hizo fue arrojar agua al molino de la polarización social. En respuesta, se produjeron movilizaciones casi diarias en rechazo a Keiko Fujimori en las que participaron decenas de miles de personas en Lima, Arequipa, Trujillo, Ayacucho, Tacna, Iquitos, Cusco, Chiclayo y otras ciudades, contra cualquier intento de restaurar el régimen de Fujimori, derribado por la movilización popular en el año 2000. En todas ellas predominaban los jóvenes, pero también mujeres, jubilados, trabajadores y campesinos. Y el hecho histórico a destacar es que fue la primera vez en la historia reciente del Perú que en medio de una campaña electoral se convocaron movilizaciones contra un candidato a presidente.
No cabe ninguna duda de que hasta el final, la clase dominante y el imperialismo de EEUU estuvieron sopesando seriamente la posibilidad de organizar un fraude electoral para imponer la victoria de su candidata –como en las elecciones presidenciales de México en el 2006– pero el miedo a un estallido popular los obligó a dar marcha atrás. Y esto no fue casualidad. Las bases sociales del keiko-fujimorismo son sumamente endebles, aglutinan el polvo social, la fracción más inerte, cobarde y mezquina de la sociedad. La parte más vibrante de la población, la que conforma un amplio sector de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo, y los destacamentos más dinámicos de la juventud peruana, dejaron clara su voluntad de luchar y organizarse contra cualquier intento de volver la rueda de la Historia hacia atrás.
La victoria de Humala, por lo tanto, refleja una clara voluntad del pueblo pobre peruano –en las urnas y en la calle– por abatir a la reacción y tomar su destino en sus manos para transformar la sociedad.
El capitalismo exitoso de Perú
Los comentaristas burgueses, y sus amos imperialistas, no encuentran explicación a lo sucedido. Se ufanaban diciendo que Perú era uno de los países más exitosos de América Latina, con un crecimiento anual de su PBI del 6% durante más de una década. El mismo gobierno de Alan García dibujaba estadísticas donde, aparentemente, todos los indicadores sociales referidos a la pobreza, el empleo, la salud, la vivienda, etc. mejoraban cada año. La realidad es que se creyeron sus propias mentiras.
Lo que siguió a la dictadura de Alberto Fujimori fue una profundización del saqueo y de la expoliación del país por las multinacionales extranjeras y la plutocracia local. Las grandes corporaciones mineras, petroleras, madereras, agroindustriales han avanzado todos estos años sobre el territorio de Perú como buitres despedazando su presa, con la participación de sus testaferros locales en la burguesía nacional y en el gobierno de Lima. Todo esto ha sido acompañado con una gran devastación medioambiental y la oposición de pobladores locales en las zonas rurales que ha llevado a numerosos conflictos sociales con decenas de muertos.
Pese a todo, hay que destacar un aspecto progresivo en el crecimiento económico del Perú en estos años y es el fortalecimiento de la clase obrera, particularmente del proletariado minero que se ha hecho sentir en luchas importantes.
Aun así, el 40% de la población vive en la pobreza, que supera el 60% en las zonas rurales. Pese a que la tasa oficial de desempleo es del 7%, la realidad es que la economía informal representa el 60% de la actividad económica y ocupa al 40% de la población económicamente activa. Y sólo el 20% de la población activa tiene acceso a un sistema de jubilaciones formal. (1)
Las propias estadísticas oficiales, maquilladas convenientemente por el gobierno de Alan García, reconocen actualmente que el 50,4% de los niños de entre 6 meses y 3 años sufren de anemia, y que el 24% de los niños menores de 5 años padecen desnutrición crónica. (2) Sólo hace falta recorrer los barrios populares de Lima o asomarse a los cerros pedregosos que rodean la ciudad, donde se apiñan cientos de miles de personas con todo tipo de carencias de infraestructuras básicas, para hacerse una idea del dramático problema de la vivienda en los aglomerados urbanos.
Después de 10 años del capitalismo más exitoso de América Latina, la realidad es que la mayoría del pueblo peruano habita un país que no le pertenece. La pobreza golpea a la mayoría de la población, la mitad de los chicos están desnutridos, la mayoría de los trabajadores están sin derechos laborales y sin acceso a un sistema público de jubilaciones, la precariedad de la vivienda está extendida, y gran parte del campesinado pobre está acorralado por los grandes terratenientes y la depredación voraz de las corporaciones extranjeras. Esto es lo que el capitalismo, en el mejor de los mundos posibles, puede ofrecer al pueblo peruano.
Vicisitudes históricas de la izquierda peruana
El humalismo no ha sido la primera experiencia de masas de la izquierda peruana. La izquierda en Perú tiene una de las tradiciones más largas y ricas de América Latina. El Partido Comunista (que nació como Partido Socialista) fue fundado en 1928, y en un espacio relativamente breve consiguió una importante base de masas entre los trabajadores, así como la Confederación General de Trabajadores del Perú, fundada en 1929. La formación de ambas organizaciones fue impulsada por ese gran luchador y revolucionario que fue José Carlos Mariátegui, quizás el pensador marxista más original y creativo que ha dado América Latina; quien, de manera independiente, alcanzó las mismas conclusiones que Trotsky sobre la necesidad de completar las tareas democrático nacionales pendientes con la revolución socialista; si bien él centró su análisis en el Perú y Trotsky le dio una perspectiva general a este pronóstico al hacerlo extensivo a todos los países de capitalismo atrasado y coloniales.
Mariátegui, autodidacta y con una experiencia política intensa forjada en Perú y Europa, enfrentó el dogmatismo y la estrechez burocrática de los dirigentes estalinistas latinoamericanos en temas clave como el problema agrario, el tema de “las razas” (el tema indígena), y otros. La temprana muerte de Mariátegui en 1930, a los 35 años de edad, en medio del proceso de degeneración estalinista de la URSS y de la Internacional Comunista, fue un golpe terrible para el joven Partido Comunista peruano que, como todos los demás, fue desviado hacia la conciliación de clases y a servir de muleta izquierda a supuestos sectores “progresistas” de la burguesía peruana.
Pese a todas las vicisitudes del PC, que en los 60 se escindió en dos grandes fracciones (pro-Moscú y pro-China), y a la competencia constante con el APRA, a fines de los 70 la izquierda peruana (los PC, trotskistas y otros grupos) consiguió el 30% de los votos en la Asamblea Constituyente de 1978 que puso fin a la dictadura de Morales Bermúdez. Ésta, surgió del golpe de Estado que apartó del poder al régimen militar izquierdista de Velasco Alvarado en 1975. A comienzos de los años 80 se formó Izquierda Unida, impulsadas por ambos partidos comunistas (PCUnidad y PC-Bandera Roja), que ganó la mayoría de las alcaldías del país, incluida la capital, Lima, en 1983. En las elecciones presidenciales de 1985, el candidato de Izquierda Unida, Alfonso Barrantes, alcalde de Lima, quedó en segundo lugar con el 25% de los votos, por detrás de Alan García. La tragedia es que Barrantes renunció a disputar la segunda vuelta con Alan García lo que provocó una desmoralización profunda en las bases que condujo poco después al declive de IU hasta su estallido final en 1990. Desde entonces, la izquierda no levantó la cabeza en Perú, agravado por la dictadura de Fujimori, el papel nefasto de las acciones terroristas de Sendero Luminoso, y la política reformista de los dirigentes de los dos partidos comunistas y de la CGTP, controlada por ellos.
La emergencia de Humala es, en última instancia, el resultado del fracaso de las direcciones de los partidos comunistas y de la CGTP en ofrecer una salida de clase y revolucionaria a la clase trabajadora y al campesinado pobre del Perú.
Una de las diferencias entre lo que fue Izquierda Unida en los años 80 del siglo pasado y el frente político Gana Perú, es que éste incluye no sólo partidos de izquierda sino también a sindicatos, movimientos originarios, organizaciones sociales y populares diversas, etc., en lo que constituye el frente político y social de masas más importante de la izquierda peruana en 30 años.
El apoyo de Alejandro Toledo a Humala
Tras la primera vuelta electoral, los sectores más inteligentes de la burguesía peruana –una minoría, al fin y al cabo– tenían claro que un eventual gobierno neo-fujimorista, propenso a la profundización de la corrupción y de las políticas antisociales de los gobiernos precedentes, no tendría una base social de apoyo masiva ni estable. Se desprestigiaría rápidamente y podría poner a las masas trabajadoras en las calles antes de lo que quisieran, con demandas radicalizadas, haciendo inevitable de todos modos la llegada de Humala al poder.
Por eso, gente como Toledo se inclinaron por apoyar a Humala en la segunda vuelta. Sus cálculos partían de que Humala estará en minoría en la Cámara de Diputados, con 46 bancas de un total de 130; de esta manera aunque Humala gobernara, su minoría parlamentaria lo obligaría a negociar, consensuar y limitar su agenda de gobierno para que no se desvíe de canales seguros aceptables para el capitalismo peruano.
El dilema de Humala
Es verdad que Humala ha tratado de mostrarse durante toda su campaña electoral como un moderado y un “buen chico” ante los ojos de la burguesía. Ya después de la primera vuelta declaró que su primer objetivo sería lanzar un diálogo nacional y que para conseguirlo estaba dispuesto a hacer “muchas concesiones” (El País, 12/04/11). También declaró: “Vamos a mejorar las condiciones de inversión y vamos a resolver un grave problema que es la inestabilidad social (…) a través del diálogo y ello va a brindar seguridad a las inversiones” (Ibíd.)
Pero igualmente Humala esbozó durante la campaña electoral algunas de sus medidas de gobierno. Habló de “superar la pobreza extrema, la desocupación y la violencia”. Y se comprometió al pago de una pensión de jubilación a todos los mayores de 65 años, la elevación del salario mínimo, la reducción del precio del balón de gas –actualmente el más caro en América Latina–, la creación del Programa de Atención Médica Ambulatoria de Urgencia; la creación de un impuesto extra a las ganancias de las empresas mineras, y la “eliminación de formas de sobre-explotación y precariedad laboral”. También prometió una “revolución educativa” y un reparto plural de las frecuencias de la televisión digital. Por último, y no es menos importante, también defendió una reforma profunda de la Constitución actual que es la promulgada en su día por la dictadura fujimorista.
Aun cuando estas propuestas de Humala puedan parecerle a muchos extremadamente modestas, si se llevaran a la práctica supondrían un cambio enorme, y un avance claro, en las condiciones de vida de millones de trabajadores y campesinos peruanos.
El problema está en que, incluso estas demandas modestas, para llevarse a cabo afectarán los intereses de la oligarquía y el imperialismo al implicar más impuestos y limitaciones al hambre incontenible por ganancias de los bancos, multinacionales y terratenientes. Toda la experiencia de los últimos años: particularmente en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina –que son los países latinoamericanos donde más lejos llegaron las reformas sociales en la última década– ha demostrado que la oligarquía y los intereses imperialistas en nuestros países tratan de resistir con uñas y dientes hasta las reformas más modestas de los trabajadores y campesinos. No consienten en renunciar a la migaja más pequeña sino a costa de enormes luchas, o bajo la amenaza de perderlo todo ante la posibilidad de una revolución social.
Presiones de la burguesía y del imperialismo
Está claro que el gobierno de Humala va a estar sometido a una presión implacable por parte de los defensores y privilegiados del sistema: los grandes monopolios, terratenientes, banqueros, y las capas altas de la pequeña burguesía que merodean alrededor de la mesa de donde caen las migajas de la gran burguesía y de las multinacionales.
Como primera señal, la Bolsa de Lima cayó cerca de un 13% al día siguiente de las elecciones, y debió cerrar sus operaciones. “‘Sin dudas estas son presiones de las empresas para que (Humala) elija en el manejo de la economía a alguien que esté vinculado al mercado y que haya estado involucrado o identificado con las políticas de los últimos años que le permitieron crecer al país’, dijo con una sinceridad apabullante el analista bursátil Germán Alarco” (Clarín, 7 de junio).
Todo el arco opositor, desde los enemigos acérrimos hasta los amigos de última hora (como el ex presidente Toledo) tocan la misma melodía que les dictan sus amos: mantener la política económica a favor de los ricos y a sus agentes dentro del gobierno y de los organismos económicos estatales.
Así, el presidente de la patronal peruana, Humberto
Speziani, se manifestó “a favor de que Humala anuncie que no removerá de su cargo al presidente del Banco Central de Reserva, Julio Velarde”. (El Comercio. 7 de junio). Con la misma arrogancia se pronunció el principal diario de la burguesía peruana, El Comercio, en su editorial del 7 de junio, decía:
“Si bien es importante que se hayan nombrado a algunos representantes de Gana Perú (el frente electoral de Humala) para encargarse del proceso de transferencia, el presidente electo debe entender la urgencia y necesidad de nombrar a las principales autoridades, como el jefe del Gabinete y el ministro de Economía, piezas claves del manejo económico. Estas deben ser personalidades de reconocido prestigio profesional e incuestionable apego a los principios de la economía social de mercado, que puedan ser interlocutores válidos con las fuerzas de oposición, pero también con los agentes económicos, los organismos financieros internacionales y la banca de inversión. Con la misma preocupación debe seleccionarse a quien ocupará la presidencia del Banco Central de Reserva, cuya autonomía tiene que ser garantizada” (El Comercio, 7 de junio de 2011. Énfasis nuestro).
Y continúa:
“El nuevo presidente de todos los peruanos, que ha prometido apertura y concertación, debe enfrentar como estadista esta primera prueba de fuego, descartar cualquier forzado cambio constitucional y salir a dar un mensaje tranquilizador a los ciudadanos, al mercado y a los sectores económicos. En ese sentido, debería incluso evaluar la pertinencia de una gira por los países que tienen mayor inversión en el Perú, como Inglaterra, España, México” (Íbidem).
Esto es asombroso y el colmo del cinismo. Pero es que, precisamente, el pueblo peruano votó mayoritariamente contra “las fuerzas de oposición”, por el “cambio constitucional” que tire abajo las leyes anti-democráticas impuestas por la dictadura de Fujimori, y también votó contra “los agentes económicos, los organismos financieros internacionales y la banca de inversión”, que saquean el país, hambrean a la mayoría de la población y tienen en las multinacionales británicas, españolas, mexicanas y norteamericanas sus principales operadores.
El pueblo peruano no llevó a Humala al gobierno para que todos los perros y lobos de la vieja sociedad se apresten a robarle el fruto de su victoria y todo continúe exactamente igual que antes para mayor gloria de las cuentas corrientes y los bolsillos de la oligarquía peruana y de las corporaciones extranjeras.
La dirigencia de Gana Perú, con Humala a la cabeza, se colocaría una cuerda alrededor del cuello si atendiera los cantos de sirena de sus oponentes políticos y de los enemigos de los trabajadores y campesinos peruanos. Diremos, además, que la victoria de Humala podría haber sido más contundente si no hubiera moderado su discurso, ya antes de la campaña electoral, alejando cualquier idea de “estatización”, con la idea de “no provocar” al mercado.
El pueblo pobre y explotado del Perú comprende instintivamente que el dominio asfixiante de los grandes pulpos económicos es el causante de su miseria. El pueblo peruano es un pueblo orgulloso de su cultura e historia, heredero de una gran civilización y de tradiciones muy antiguas. Siente una humillación profunda al ver su país postrado a los intereses de multinacionales extranjeras que saquean impunemente sus recursos con la participación de una oligarquía criolla rapaz, reaccionaria y racista. Sólo la perspectiva de un cambio radical en sus condiciones de vida y de un futuro mejor puede desencadenar las mayores energías y entusiasmos de los millones de trabajadores, desempleados, campesinos, originarios, jóvenes y pobres de la ciudad y el campo.
Ningún acuerdo con Alejandro Toledo y los demás falsos «amigos»
Lamentablemente, la presión de la burguesía y el imperialismo está teniendo algunos efectos dentro del equipo de Humala, hasta el punto que algunos fueron tan lejos como para sugerir un gobierno de unidad nacional y hasta sumar las bancadas parlamentarias de Gana Perú con las de Perú Posible de Alejandro Toledo. Pero ya sabemos que si tal cosa sucediera –y esperamos confiadamente que será impedido por las bases nacionalistas y de izquierda– sería no para aplicar las reformas que se necesitan a favor de los trabajadores y campesinos peruanos, sino para frustrarlas.
También fue preocupante que el equipo técnico conformado por los dirigentes de Gana Perú para la transición del traspaso de poderes al nuevo gobierno estuviera conformado en gran parte por colaboradores y ex funcionarios de alto nivel del gobierno de Alejandro Toledo. De éstos, destacamos los siguientes: Luis Alberto Arias Minaya (ex director del organismo recaudador de impuestos), Kurt Burneo (ex viceministro de Economía y ex presidente del Banco de la Nación), Óscar Dancourt (ex presidente del Banco Central), Félix Jiménez (ex gerente de Finanzas del Banco de la Nación), Salomón Lerner (ex gerente de Finanzas del Banco de la Nación y empresario), Carlos Herrera Descalzi (ex ministro de Energía y Minas), Daniel Schydlowsky (ex funcionario financiero estatal), Antonio Ketín Vidal (ex ministro del Interior), y Álvaro Vidal (ex ministro de Salud y ex presidente del Colegio Médico Nacional).
La función de estos “nuevos” amigos de Humala es clara. El ex presidente Alejandro Toledo ya declaró que: “Todos saben por quién he votado, pero quiero que sepan que no he dado un cheque en blanco, que permaneceré atento y denunciaré cualquier maniobra que ponga en peligro la democracia”. (El País, 6 de junio). Obviamente, la “democracia” para este caballero es respetar la sacrosanta propiedad de la oligarquía, como también lo manifestó su lugarteniente y vocero en el Congreso, Carlos Bruce: “siempre seremos celosos guardianes del sistema democrático y que no se hagan locuras en materia económica” (El Comercio, 7 de junio).
La presión de abajo también se hará sentir
Pero la presión sobre Humala también vendrá del otro lado, de los trabajadores y campesinos pobres; y nos atrevemos a decir que esta presión empuja con mayor fuerza que la que viene de arriba.
El pueblo trabajador peruano es práctico. Quiere pan, trabajo, tierra y vivienda. Quiere salarios y jubilaciones
dignas para vivir. Salud, educación e infraestructuras para sus barrios y pueblos. Un comentario a un artículo de balance electoral aparecido en la web de El Comercio, da en el quid de la cuestión. Un lector escribió lo siguiente: “Ganó Ollanta en los lugares donde más caro se vende el gas. Así que el triunfo de Ollanta es culpa de aquellos que gobernaron anteriormente incluido Alan Garcia, quienes permitieron que el gas se venda más caro para los peruanos”. Este breve y sobrio comentario va directamente al corazón del asunto. Perú tiene una de las reservas de gas más importantes de Latinoamérica, el gas de Camisea, explotado por corporaciones extranjeras, entre ellas Repsol de España. El destino principal del Gas de Camisea es su exportación a México para derivarlo posteriormente a los EEUU. A los peruanos se les pide que si quieren gas, lo paguen a precios internacionales.
¿Qué hará Humala al respecto? Por un lado, él afirma una y otra vez que no se tocarán los intereses de las multinacionales extranjeras que operan en el país –como le pide la burguesía– pero por otro lado Humala dice que atenderá las necesidades básicas de los que menos tienen –como le exigen los trabajadores y campesinos pobres. Aquí hay una contradicción. Los intereses de una parte afectan los intereses de la otra. Atender los reclamos de un sector implica agraviar los intereses del otro sector. O se está con las multinacionales, aceptando que el gas se venda caro a la población peruana pobre; o se abarata el gas para el pueblo mermando las ganancias de las grandes compañías. No existe término medio.
Se calcula que, actualmente, existen más de 230 conflictos sociales en el Perú, la mitad de los cuales están relacionados con la depredación medioambiental de las compañías mineras, hidrocarburíferas y madereras en comunidades mayoritariamente campesinas e indígenas. Y el conflicto en Puno sigue sin ser resuelto.
Ninguna alianza con ningún sector de la burguesía. Movilizar a los obreros y campesinos con un programa socialista
Por lo tanto es inevitable que, en determinada etapa, los intereses de clase que empujan en direcciones opuestas, en el seno del gobierno y en el conjunto de la sociedad, hagan erupción y choquen frontalmente. El sociólogo peruano Julio Cotler lo planteó claramente: “la paradoja del Perú es que los salarios cayeron el 10% en los últimos 10 años, pero los beneficios de los grandes grupos económicos crecieron el 30%”.
Hay que volver a Mariátegui, a las ideas que dieron origen al movimiento obrero peruano, a las ideas del marxismo. Si era absolutamente correcto, a fines de los años 20, visualizar la salida al atraso secular del Perú en la lucha por el socialismo, más verdad lo es aún hoy, en un país con una economía más desarrollada y con una clase obrera mil veces más fuerte que entonces. Lo que une al Perú de 1930 con Perú del 2011 es que persiste la misma oligarquía reaccionaria y rapaz y la misma opresión imperialista que saquea impunemente el país y sus recursos.
La dirigencia de Gana Perú trata de justificar sus alianzas con un sector de la burguesía “a lo Lula”, diciendo que están en minoría en el Congreso y que este tipo de alianzas son inevitables. Pero esto no es cierto. En primer lugar, Perú no es Brasil. No dispone de sus recursos económicos ni de su poderoso desarrollo industrial. Y en segundo lugar, sí existe una alternativa para romper las trabas y trampas parlamentarias de la oposición burguesa e imperialista, tanto de la abiertamente derechista como la que presenta el rostro “más amable” enfundada en un ropaje “liberal”. La alternativa es movilizar activamente en la calle a los millones que votaron por Humala en estas elecciones, agitar por la necesidad de implementar un programa de medidas radicales por mayores salarios, jubilaciones, construcción de viviendas, aumento de impuestos a los ricos, reforma agraria, nacionalización de los recursos naturales y de las empresas estratégicas del país, re-estatización de las empresas privatizadas desde el Fujimorato en adelante, etc.
Con este programa el gobierno de Humala conseguiría encolumnar tras de sí a la mayoría aplastante del pueblo peruano hasta forzar la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas que reflejen la verdadera correlación de fuerzas a favor una profunda transformación social del Perú. Como decíamos al principio, incluso antes de tomar posesión del gobierno, Humala ya cuenta con el apoyo y simpatía del 70% de la población ¿quién tendría la fuerza de oponerse a la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas con el fin de asegurar una mayoría parlamentaria que facilite la puesta en práctica de un programa de medidas sociales y económicas a favor de la inmensa mayoría de la población?
La combinación audaz de medidas parlamentarias, junto a la movilización y organización de millones de trabajadores y campesinos en las calles y en las comunidades harían irrefrenable este cambio social al que aspira el pueblo trabajador peruano.
La dinámica de la revolución peruana
Para tratar de visualizar la perspectiva y el drama histórico que tiene ante sí la sociedad peruana debemos extraer una enseñanza principal de los acontecimientos revolucionarios que sacudieron América Latina en todos estos años. La realidad es que la iniciativa revolucionaria nunca vino, de manera consciente, de las direcciones de los movimientos de masas. En Venezuela, en Bolivia, en Ecuador, en Argentina, y en otros países; el movimiento eruptivo desde abajo que, en cada etapa, empujó a la sociedad a la izquierda, siempre fue una respuesta a cada intento de la reacción y de la contrarrevolución de tomar la iniciativa y de tratar de aplastar a la rebelión en marcha. Fue el látigo de la contrarrevolución, lo que atizó el fuego de la revolución y lo que hizo girar a la izquierda a los dirigentes del movimiento de masas y a los gobiernos que se sustentaban en la clase obrera y el campesinado pobre.
Aunque advertimos de los peligros de la política de conciliación de clases de Humala, lo que está claro es que la oligarquía peruana y el imperialismo jamás se reconciliarán con su gobierno porque reposa sobre clases sociales que son sus antagonistas. De una u otra manera conspirarán para minar a Humala y tratar de asegurarse un gobierno completamente adicto a sus intereses. Podemos asegurar que cada intento de la reacción por tratar de hacer retroceder la rueda de la historia será respondido con una potencia decuplicada por los trabajadores, los campesinos y la juventud del Perú con la fuerza elemental de su energía revolucionaria. Y tenemos plena confianza en que el resultado de esta lucha de clases concluirá con el triunfo de la revolución socialista.
Pero este triunfo no será el resultado de ningún automatismo histórico, debe ser preparado y organizado conscientemente. Por eso la tarea más urgente es el impulso y desarrollo de una corriente marxista de masas en el seno del movimiento político que se agrupa alrededor de Humala, Gana Perú, una corriente marxista que agrupe en una primera etapa a los elementos más avanzados de los trabajadores y la juventud y que se enraíce profundamente en las masas obreras y campesinas. Su objetivo debe ser ganarse la autoridad necesaria para guiar, con las consignas y las tácticas más correctas, las energías revolucionarias de las masas obreras y campesinas hasta el triunfo final.
El Perú ha entrado de lleno en una etapa histórica nueva, y se acompasa a los acontecimientos revolucionarios que recorren desde hace más de una década América Latina y, actualmente, el mundo árabe y muy próximamente Europa. El torbellino social que se avecina hará que millones de trabajadores, campesinos, jóvenes desempleados, originarios, y demás sectores populares explotados del Perú, se apresten a escribir las páginas más elocuentes e inspiradoras de su historia. La voz de mando es, por lo tanto: Debemos estar preparados.
Notas a pie de página
- Causas y consecuencias de la informalidad en el Perú. Norman Loayza. Revista Estudios Económicos Nº 15 de Junio 2008. BANCO CENTRAL DE RESERVA DEL PERÚ.
- Perú: Indicadores demográficos, sociales y económicos. Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Septiembre 2010.