NUEVAS TAREAS Y NUEVAS FUERZAS

Lenin

El 22 de enero (9 de enero en el calendario antiguo) 1905, tropas zaristas abrieron fuego contra un grupo de manifestantes desarmados, asesinando a cientos de ellos. Los trabajadores alrededor de Rusia respondieron con un movimiento de huelgas revolucionarias. 

Lenin comprendió el significado de la situación. En ‘Nuevas Tareas y Nuevas Fuerzas’, publicado en el periódico Bolchevique, Vperyod, el 8 de marzo (23 de febrero calendario antiguo), le insistió al movimiento socialdemócrata ruso deshacerse del satanismo y proveer una expresión organizada y dirección para el movimiento obrero revolucionario. 

Hemos elegido volver a publicar esto en el centenario de la muerte de Lenin porque nos permite ver la esencia de Lenin como un pensador, un dirigente y un revolucionario, en sus propias palabras. Aunque el artículo no puede removerse del contexto – una situación revolucionaria en el cual los trabajadores entraron en conflicto directo con el estado zarista – aún contiene lecciones importantes para los revolucionarios de hoy.


El desarrollo del movimiento obrero de masas en Rusia, vinculado con el desarrollo de la socialdemocracia, se caracteriza por tres importantes transiciones. Primera: de los estrechos círculos de propaganda a la amplia agitación económica entre las masas; segunda: a la agitación política en gran escala y a manifestaciones abiertas, de calle; tercera: a la verdadera guerra civil, a la lucha revolucionaria directa, a la insurrección armada del pueblo.

Cada una de estas transiciones fue preparada, por una parte, por la acción del pensamiento socialista, que se orientaba fundamentalmente en una dirección, y por otra parte, por los profundos cambios operados en las condiciones de vida y en la mentalidad de la clase obrera, por el despertar de nuevas capas de la clase obrera a la lucha cada vez más consciente y activa. Estos cambios se produjeron a veces en forma imperceptible, el proletariado concentró sus fuerzas entre bastidores, de modo poco visible, lo que a menudo provocaba el desencanto de los intelectuales en cuanto a la firmeza y vitalidad del movimiento de masas. 

Después se operaba el viraje y todo el movimiento revolucionario parecía ascender de golpe a una fase nueva y más alta. El proletariado y su vanguardia, la socialdemocracia, se veían ante tareas prácticamente nuevas, para cuya solución surgían, como si brotasen de la tierra, nuevas fuerzas, que poco antes del viraje nadie habría sospechado que existieran. Pero todo esto no ocurría de golpe, sin vacilaciones y sin luchas de tendencias en el seno de la socialdemocracia, sin recaídas en concepciones ya caducas, en apariencia muertas y enterradas desde hacía mucho tiempo. También ahora la socialdemocracia pasa, en Rusia, por uno de esos períodos de vacilación. Hubo una época en que la agitación política tenía que abrirse paso entre teorías oportunistas, en que se temía que las fuerzas no bastarían para abordar las nuevas tareas, en que el hecho de que la socialdemocracia se mantuviese a la zaga de las exigencias del proletariado se justificaba repitiendo a todas horas las palabras “de clase” o interpretando las relaciones entre el partido y la clase en un sentido seguidista. La marcha del movimiento barrió todas estas preocupaciones miopes y concepciones retardatarias. El ascenso actual va acompañado una vez más, aunque en una forma algo distinta, por una lucha contra los círculos y las tendencias ya caducos. Los partidarios de Rabócheie Dielo han resucitado, encarnados en los neoiskristas. Para adaptar nuestra táctica y nuestra organización a las nuevas tareas, debemos vencer la resistencia de las teorías oportunistas sobre las “demostraciones de tipo superior” (plan de la campaña de los zemstvos) o sobre la “organización como proceso”; debemos combatir el temor reaccionario a “señalar” el momento apropiado para la insurrección, o a la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado.

El retrato de la socialdemocracia con respecto a las necesidades urgentes del proletariado se justifica, una vez más, repitiendo con excesiva frecuencia (y a veces tontamente) las palabras “de clase” y degradando las tareas del partido en relación con la clase. De nuevo se tergiversa la consigna de la “actividad independiente de los obreros”, ensalzando las formas más bajas de la iniciativa y pasando por alto las formas superiores de la actividad independiente verdaderamente socialdemócrata, de la auténtica iniciativa revolucionaria del propio proletariado. No cabe la menor duda de que también esta vez la marcha del movimiento barrerá todas estas supervivencias de concepciones caducas y que ya no responden a las exigencias de la realidad. Pero ello no se reducirá sólo a la refutación de los viejos errores, sino que será necesario llevar a cabo una labor revolucionaria positiva mucho más intensa, destinada a realizar en la práctica las nuevas tareas, a ganar para nuestro partido y poner a disposición de éste las nuevas fuerzas, que acuden ahora al campo revolucionario en tan gran número. Estos problemas de la labor revolucionaria positiva son los que deben ocupar el centro de la atención en las deliberaciones del próximo III Congreso, y en ellos deben concentrar su atención todos los miembros de nuestro partido, en su trabajo local y en el trabajo general. Cuáles son las nuevas tareas que tenemos ante nosotros, ya lo hemos expuesto en rasgos generales más de una vez; extender la agitación a nuevas capas de la población pobre de la ciudad y el campo, crear una organización más amplia, dinámica y fuerte, preparar la insurrección y el armamento del pueblo, y llegar, para estos fines, a un acuerdo con los demócratas revolucionarios. Que existen nuevas fuerzas para realizar estas tareas, nos lo dicen con elocuencia las noticias sobre paros generales en toda Rusia, sobre las huelgas y el espíritu revolucionario de la juventud, de la intelectualidad democrática en general y aun de muchos sectores de la burguesía. La existencia de estas enormes fuerzas nuevas, y la firme certeza de que el actual fermento revolucionario, sin precedentes en Rusia, ha afectado, hasta ahora, apenas a una pequeña parte de las inmensas reservas de material inflamable existentes en la clase obrera y en el campesinado, constituyen una garantía plena e incondicional de que las nuevas tareas pueden ser resueltas y lo serán, sin duda alguna. El problema práctico que se nos plantea es, sobre todo, el de cómo aprovechar, encauzar, unir y organizar estas fuerzas nuevas; el de cómo concentrar la labor socialdemócrata en las nuevas y más altas tareas que la situación actual coloca en primer plano, sin olvidar ni por un momento las viejas y habituales tareas que tenemos y seguiremos teniendo a nuestro cargo mientras siga en pie el mundo de la explotación capitalista. 

[…]

Pero lo que en especial nos interesa, desde el punto de vista de las tareas actuales, es el problema de descargar a los revolucionarios de una parte de sus funciones. El período inicial de la revolución, que estamos viviendo, da a este problema una significación muy actual y de gran alcance. “Cuanta más energía pongamos en desarrollar la lucha revolucionaria, tanto más obligado se verá el gobierno a legalizar parte del trabajo sindical, quitándonos así una parte de la carga que pesa sobre nosotros”, se decía en ¿Qué hacer? *. Pero la enérgica lucha revolucionaria nos libera de una “parte de nuestra carga”, no sólo por ese camino, sino también por muchos otros. El momento actual no se ha limitado a ‘legalizar’ mucho de lo que antes estaba prohibido. Ha ampliado el movimiento en tal medida que aún sin necesidad de legalización por parte del gobierno se ha incorporado a la práctica, se ha convertido en costumbre y hecho asequible para la masa mucho de lo que antes sólo se consideraba y era asequible para los revolucionarios. Toda la trayectoria histórica del desarrollo del movimiento socialdemócrata se caracteriza por el hecho de haber ido conquistando una libertad de acción cada vez mayor, a pesar de todos los obstáculos, a pesar de las leyes del zarismo y de las medidas policiales. El proletariado revolucionario se rodea, por así decirlo, de cierta atmósfera de simpatía y apoyo, inaccesible para el gobierno, tanto por parte de la clase obrera como por parte de otras clases (que, por supuesto, concuerdan sólo con una pequeña fracción de las reivindicaciones de la democracia obrera). En las primeras etapas del movimiento, los socialdemócratas tuvieron que hacerse cargo de una cantidad enorme de trabajo que equivalía casi a una labor cultural, o debieron ocuparse casi exclusivamente de la agitación de tipo económico. Ahora, estas funciones van pasando poco a poco, una tras otra, a manos de nuevas fuerzas, de capas más amplias, incorporadas al movimiento. En manos de las organizaciones revolucionarias se concentra cada vez más la función de la verdadera dirección política, la función de extraer, de la protesta de los obreros y del descontento del pueblo, las conclusiones social democráticas. Al principio temíamos enseñar a los obreros, en sentido directo y en sentido figurado, a leer y escribir. Ahora, el nivel de cultura política se ha elevado en proporciones tan enormes, que podemos y debemos concentrar ya todas nuestras fuerzas en los objetivos social democráticos directos del encauzamiento organizativo de la corriente revolucionaria. Ahora los liberales y la prensa legal se encargan de realizar una gran cantidad de la labor “preparatoria” que antes nos obligaba a distraer demasiadas fuerzas. Ahora, la propaganda abierta de las ideas y reivindicaciones democráticas, no perseguida ya por el debilitado gobierno, se ha extendido de tal modo, que nos vemos obligados a adaptarnos a la envergadura totalmente nueva del movimiento. No cabe duda de que en esta labor preparatoria hay cizaña y hay trigo, y de que los socialdemócratas tendrán que preocuparse ahora, cada vez más, por combatir la influencia de la democracia burguesa sobre los obreros. Pero esta labor encerrará un contenido socialdemócrata mucho más real que nuestra actividad anterior, que apuntaba ante todo a conmover a las masas carentes de conciencia política. 

Cuanto más se extienda el movimiento popular, más de manifiesto se pondrá la verdadera naturaleza de las diversas clases, más apremiante se hará la tarea del partido, de guiar a la clase, de ser su organizador, en lugar de marchar a la zaga de los acontecimientos. Cuanto más se desarrolle por todas partes la iniciativa revolucionaria en todas sus formas, más evidente se hará la oquedad y vaciedad de las frases de Rábócheie Diélo acerca de la actividad independiente en general que tanto gustan de repetir los gritones *, más se destacará la significación de la actividad independiente social democrática, mayores serán las exigencias que los acontecimientos plantean a nuestra iniciativa revo­ * Vperiod corrigió «gritones” por “neoiskristas”. Cuanto más anchos se hacen los nuevos torrentes del movimiento social, cuyo número crece sin cesar, mayor importancia adquiere la existencia de una fuerte organización socialdemócrata, capaz de ofrecer un nuevo cauce a estos torrentes. Cuanto más trabajan a nuestro favor esta propaganda y esta agitación democrática que se desarrolla con independencia de nosotros, más importante es la dirección organizada por parte de la socialdemocracia, para poner la independencia de la clase obrera a salvo de los demócratas burgueses. 

Para la socialdemocracia, una época revolucionaria es lo que para un ejército el tiempo de guerra. Debemos ampliar los cuadros de nuestro ejército, sacarlos del régimen de paz y ponerlos en pie de guerra, movilizar a los reservistas, llamar de nuevo bajo las armas a los que se hallan disfrutando de licencia, formar nuevos cuerpos auxiliares, unidades y servicios. No hay que olvidar que en la guerra es necesario e inevitable reforzar los contingentes con reclutas poco instruidos, sustituir sobre la marcha a los oficiales por soldados rasos, acelerar y simplificar el ascenso de soldados a oficiales. 

Hablando sin metáforas: debemos aumentar considerablemente los efectivos de todas las organizaciones del partido y de todas las organizaciones afines a éste, para poder marchar en cierta medida al ritmo del torrente de energía revolucionaria del pueblo, que ha centuplicado su vigor. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que se descuide la constante instrucción de la educación sistemática en los conocimientos del marxismo. Claro está que no; pero debemos recordar que ahora tienen mucha más importancia, para la formación y la educación, las acciones de lucha, que se encargan precisamente de enseñar a los no instruidos en nuestro sentido, y sólo en él. No debe olvidarse que nuestra fidelidad “doctrinaria” al marxismo se ve fortalecida ahora por la marcha de los acontecimientos revolucionarios, que proporciona a la masa lecciones concretas en todas partes, y que todas estas lecciones confirman nuestro dogma. No hablamos, pues, de renunciar al dogma, ni de ceder en nuestra actitud desconfiada y recelosa frente a los confusos intelectuales y las cabezas huecas revolucionarias: muy al contrario. Hablamos de nuevos métodos de enseñanza del dogma, que un socialdemócrata jamás, ni en circunstancia alguna, debe olvidar. Hablamos de lo importante que es ahora aprovechar las enseñanzas concretas de los grandes acontecimientos revolucionarios, para hacer llegar, no ya a los círculos sino a las masas, nuestras viejas lecciones “dogmáticas”; por ejemplo, la de que es necesario combinar en la práctica el terror con la insurrección, o que es preciso saber descubrir detrás del liberalismo de la sociedad rusa educada los intereses de clase de nuestra burguesía (véase nuestra polémica con los socialistas-revolucionarios acerca de este problema, en el núm. 3 de Vperiod*).

No se trata, por lo tanto, de reducir nuestras altas exigencias socialdemócratas o de ceder en nuestra intransigencia ortodoxa, sino de fortalecer tanto lo uno como lo otro por nuevos caminos y mediante nuevos métodos de enseñanza. En tiempos de guerra los reclutas deben obtener su adiestramiento directamente de las operaciones militares. ¡Utilicen, pues, con mayor audacia los nuevos métodos de enseñanza, camaradas! ¡Formen con mayor energía nuevos grupos de lucha, envíenlos al combate, recluten a más obreros jóvenes, amplíen los marcos habituales de todas las organizaciones de partido, desde los comités hasta los grupos de fábrica, uniones sindicales y círculos de estudiantes! Recuerden que cada demora imputable a nosotros en estos asuntos favorece a los enemigos de la socialdemocracia, pues los nuevos arroyos buscan con impaciencia su camino, y si no encuentran un cauce socialdemócrata se precipitan a otro que no lo sea. Recuerden que todo paso práctico del movimiento revolucionario instruirá inevitable e indefectiblemente a los jóvenes reclutas en la ciencia socialdemócrata, pues esta ciencia se basa en la apreciación objetivamente correcta de las fuerzas y tendencias de las distintas clases, y la revolución no es otra cosa que la destrucción de la antigua superestructura y la acción independiente de diferentes clases que tratan de erigir a su modo una superestructura nueva. ¡Pero no degraden nuestra ciencia revolucionaria convirtiéndola en un simple dogma libresco, no la vulgaricen con lamentables frases acerca de la táctica como proceso y la organización como proceso, con frases que tratan de justificar el desconcierto, la indecisión y la falta de iniciativa! ¡Ofrezcan mayor campo de acción a las diversas actividades de los más diferentes grupos y círculos, y estén seguros de que, aun prescindiendo de nuestros consejos y con independencia de ellos, serán encauzados hacia el campo justo por las exigencias inexorables de la marcha de los acontecimientos revolucionarios! Es una vieja verdad la de que en política hay que aprender muchas veces del enemigo. Y en tiempos revolucionarios, el enemigo nos impone las conclusiones correctas en forma particularmente instructiva y rápida. 

Extraigamos, pues, las conclusiones: hay que tener en cuenta la existencia de un movimiento cien veces más fuerte que antes, el nuevo ritmo del trabajo, la atmósfera más libre y la mayor amplitud del campo de acción. Necesitamos un impulso muy distinto en todo el trabajo. Es preciso desplazar el centro de gravedad, del adiestramiento pacífico a las acciones de lucha. Debemos reclutar con mayor audacia, rapidez y amplitud de criterio a jóvenes combatientes para todas y cada una de nuestras organizaciones. Con este fin, es necesario crear, sin perder ni un minuto, cientos de nuevas organizaciones. Sí, digo cientos, sin incurrir en ninguna exageración, y no me digan que ya es “demasiado tarde” para encarar una labor de organización tan extensa. No, nunca es demasiado tarde para organizarse. Debemos utilizar la libertad que conquistamos legalmente, y la libertad de que nos apoderamos a pesar de la ley, para multiplicar y fortalecer las diferentes organizaciones del partido. Cualquiera sea el curso de la revolución, o su desenlace, y por pronto que la obliguen a detenerse unas u otras circunstancias, sus conquistas reales sólo se afianzarán y quedarán aseguradas en la medida en que el proletariado se organice. 

Es necesario llevar ahora a la práctica, sin demoras, la consigna de ¡organizarse!, que los partidarios de la mayoría querían formular con toda precisión en el II Congreso del partido. Si no sabemos, mostrar audacia y espíritu de iniciativa en la creación de nuevas organizaciones, tendremos que renunciar a las vanas pretensiones de ser la vanguardia. Si nos detenemos, impotentes, en los límites de lo ya conseguido, en las formas y marcos de los comités, grupos, círculos y reuniones, no haremos otra cosa que demostrar nuestra incapacidad. Miles de círculos surgen ahora por todas partes, sin intervención nuestra, sin programas ni objetivos definidos, simplemente al calor de los acontecimientos. Los socialdemócratas deben proponerse como tarea establecer y afianzar relaciones directas con el mayor número posible de esos círculos, ayudarlos, ilustrarlos con sus conocimientos y experiencia, estimularlos con su iniciativa revolucionaria. Todos esos círculos, salvo los que conscientemente se mantengan al margen de la socialdemocracia, deben ingresar en forma directa a nuestro partido o vincularse con él. En el segundo caso, no debemos exigirles que acepten nuestro programa, ni que se sometan a relaciones organizativas obligatorias; basta con el simple sentimiento de protesta, con la mera simpatía por la causa de la socialdemocracia revolucionaria internacional, para que estos círculos de simpatizantes, si los socialdemócratas influyen enérgicamente sobre ellos, se conviertan, bajo la presión de los acontecimientos, primero en auxiliares democráticos y después en miembros convencidos de nuestro partido. 

Hay tanta gente, y nos faltan hombres: esta fórmula contradictoria expresa desde hace tiempo las contradicciones de la vida organizativa y de las necesidades de la socialdemocracia en materia de organización. Y esta contradicción se destaca ahora con una fuerza muy especial: a menudo escuchamos en todas partes el reclamo apasionado de nuevas fuerzas, y quejas acerca de la escasez de fuerzas en las organizaciones, a la vez que en todas partes nos ofrece su ayuda un sinnúmero de personas y brotan constantemente las fuerzas jóvenes, sobre todo en la clase obrera. El organizador práctico que se queja, en estas condiciones, de la falta de hombres, se equivoca como se equivocaba madame Roland cuando en 1793, en el momento culminante de la gran revolución francesa, escribía que Francia no tenía hombres, que todos eran pigmeos. Quienes así se expresan no ven el bosque porque se lo impiden los árboles; reconocen que los acontecimientos los han cegado, que en vez de dominar, como revolucionarios, con su conciencia y su actividad, los acontecimientos, se dejan dominar y arrollar por ellos. Semejantes organizadores deberían pasar a retiro y dejar paso a las fuerzas jóvenes, cuya energía sustituye a menudo con creces lo que les falta de experiencia. 

Lo que sobran son hombres; Rusia revolucionaria nunca dispuso de una muchedumbre de hombres como ahora. Jamás tuvo una clase revolucionaria con condiciones tan extraordinariamente favorables —por lo que se refiere a los aliados temporarios, amigos conscientes y auxiliares involuntarios— como el proletariado ruso de hoy. Los hombres abundan; sólo hace falta echar por la borda las ideas y doctrinas seguidistas, y dejar amplio margen a la iniciativa, a los “planes” y a las “actividades”; si así lo hacemos, demostraremos ser dignos representantes de la gran clase revolucionaria, y el proletariado de Rusia llevará adelante toda la gran revolución rusa, con tanto heroísmo como la comenzó. 

DE: V I Lenin, Obras completas, Tomo 9, Progreso, 1982, págs. 306-318

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