Marx, Keynes, Hayek y la crisis del capitalismo – Primera parte

El hecho de que se haya realizado una serie de televisión en horario de máxima audiencia que examina a estos tres economistas políticos y sus ideas sobre la crisis económica es una señal muy reveladora de los tiempos en que vivimos. La crisis actual, que es la crisis más profunda en la historia del capitalismo, ha llevado a la gente a cuestionar todo el sistema económico y a buscar respuestas sobre cómo escapar de la crisis.

Durante décadas, las doctrinas económicas del capitalismo de «laissez-faire» (dejar hacer) y del capitalismo regulado por el gobierno se presentaron como las únicas alternativas, especialmente después del colapso de la economía planificada en la URSS y el supuesto «fin de la historia». Esta “alternativa” se ha presentado con frecuencia como una simple batalla entre dos bandos: los que quieren regular los mercados y los que buscan liberarlos. El nombre de Hayek se asocia típicamente con aquellos que alaban el libre mercado y predican la necesidad de desencadenar la mano invisible del capitalismo. Mientras tanto, el keynesianismo vuelve a estar de moda entre quienes buscan estímulos gubernamentales y una mayor regulación de la economía. Incluso se ha creado un «rap de Keynes contra Hayek» para explicar esta batalla de ideas, ganando millones de visitas y generando una secuela.

Hoy escuchamos llamamientos a “empleos, inversión y crecimiento”; palabras que se han convertido en el mantra de los líderes del movimiento obrero que prometen una “alternativa a la austeridad”. Pero la dicotomía de «austeridad versus crecimiento» es falsa. Estas palabras se presentan como polos opuestos, pero en realidad simplemente representan dos alas ideológicas de la misma clase capitalista, el monetarismo y el keynesianismo, ninguno de los cuales tiene una solución real a la crisis, una crisis del capitalismo.

La crisis global que comenzó en 2007-08, y que ha continuado y se ha profundizado desde entonces, ha hecho que muchos analistas revisen y examinen las ideas de Hayek y Keynes en busca de una respuesta a la pregunta de qué causó la crisis y, quizás aún lo más importante, cómo podemos salir de ella. Pero a medida que la crisis entra en su quinto año, cada vez más y más personas comienzan a darse cuenta de que no es simplemente una cuestión de «libre mercado versus regulación» o de «austeridad versus crecimiento», sino de cuestionar todo el sistema capitalista en sí. Como resultado, las ideas de Marx están ganando en popularidad y un número cada vez mayor está diciendo «Marx tenía razón».

¿Quién era Keynes?

Es irónico que el keynesianismo se haya convertido hoy en la ideología dominante dentro del movimiento obrero, ya que el mismo Keynes fue claro sobre sus intereses de clase capitalistas, diciendo que “la guerra de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”. Se opuso abiertamente al socialismo, al bolchevismo y la Revolución Rusa y fue asesor económico y miembro vitalicio del Partido Liberal, el partido clásico del capitalismo británico en el siglo XIX y principios del XX.

Como todas las figuras económicas y políticas, Keynes fue un producto de su tiempo; un producto de ciertas condiciones históricas y materiales. Representantes anteriores de la economía política burguesa, como Adam Smith y David Ricardo, fueron el producto de un capitalismo que aún no estaba completamente desarrollado y que todavía desempeñaba un papel progresista. Dentro del contexto de este capitalismo inmaduro, estos economistas «clásicos» sólo podían llevar la comprensión y el análisis del sistema capitalista hasta cierto punto. Fue solo con el desarrollo posterior del capitalismo y la acumulación masiva de evidencias y experiencias que acompañó a este desarrollo, incluida la experiencia de repetidos auges y depresiones, que Marx pudo descubrir la verdadera naturaleza del capitalismo, como los procesos y relaciones reales que subyacen al valor y a la crisis, como explica el propio Marx en El capital:

«Pero, teóricamente, se parte del supuesto de que las leyes de la producción capitalista se desarrollan en estado de pureza. En la realidad, las cosas ocurren siempre aproximadamente; pero la aproximación es tanto mayor cuanto más desarrollada se halla la producción capitalista y más se elimina su mezcla y su entrelazamiento con los vestigios de sistemas económicos anteriores.». (El Capital, Volumen III, capítulo 10; Marx)

En muchos aspectos, Ricardo fue el punto culminante de los economistas políticos burgueses. Marx describió a los que siguieron a Ricardo como los economistas “vulgares”, debido a la forma burda en que se retorcían en sus intentos de explicar y resolver las contradicciones del capitalismo sin romper con el capitalismo mismo. Marx había explicado las contradicciones dentro del capitalismo que conducían a crisis periódicas; cualquier intento de abolir estas contradicciones sin abolir el capitalismo mismo estaba condenado al fracaso.

En lugar de hacer avanzar la economía política y desarrollar una mayor comprensión del capitalismo, los teóricos económicos posteriores retrocedieron. En particular, con el desarrollo histórico del capital financiero y la separación cada vez mayor entre los propietarios del capital y el proceso de producción real – un proceso que Marx ya había comenzado a explicar con gran detalle en volumen III de El Capital – surgió una visión extremadamente subjetiva de la economía. Esta teoría económica individualista e idealista, conocida como teoría marginal, descartó casi todo lo útil de las teorías de Smith y Ricardo – ya que un análisis materialista exhaustivo basado en estas ideas condujo inevitablemente a la conclusión de que el capitalismo estaba plagado de contradicciones, como había concluido Marx – y en su lugar adoptó una visión unilateral del capitalismo en la que todo estaba determinado por la «mano invisible» del mercado y las fuerzas de la oferta y la demanda. Estas ideas reflejaban el papel creciente de la banca y la especulación, la economía rentista en la que la burguesía ya no era dueña directa de los medios de producción ni administraba sus propios negocios, sino que ahora eran simplemente inversores que buscaban maximizar el rendimiento de su capital de cualquier manera posible.

Keynes despreciaba esta economía rentista, a la que veía como un gran desestabilizador de todo el sistema económico:

“Con la separación entre la propiedad y la dirección que prevalece hoy, y con el desarrollo de mercados de inversión organizados, ha entrado en juego un nuevo factor de gran importancia, que algunas veces facilita la inversión, pero también contribuye a veces a aumentar mucho la inestabilidad del sistema.”

Y posteriormente:

“Los especuladores pueden no hacer daño cuando sólo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el desarrollo del capital en un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que aquél se realice mal.” (“La teoría general del empleo, el interés y el dinero”, capítulo 12; John Maynard Keynes)

Para Keynes, el problema no era el capitalismo, sino simplemente el capitalismo de «laissez-faire» (dejar hacer), en el que los mercados y los inversores no regulados tenían que perseguir su propio beneficio individual sin preocuparse por el resto de la sociedad, diciendo que:

“Por mi parte creo que hay justificación social y psicológica de grandes desigualdades en los ingresos y en la riqueza, pero no para tan grandes disparidades como existen en la actualidad.” (ibid, capítulo 24)

Y:

“Por mi parte, pienso que el capitalismo, dirigido con sensatez, puede probablemente hacerse más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo a la vista, pero que en sí mismo es en muchos sentidos extremadamente cuestionable.” («El fin del Laissez-Faire», capítulo 5, Keynes)

Keynes deseaba volver a los «buenos viejos tiempos», en los que la clase capitalista eran industriales «responsables» que invertían por el bien de sus comunidades y la sociedad en su conjunto. En otras palabras, Keynes quería hacer retroceder la rueda de la historia hacia un tiempo imaginario de “capitalismo responsable”. A este respecto, se puede ver el atractivo de las ideas de Keynes para los líderes reformistas modernos del movimiento obrero, que han aceptado completamente el capitalismo y abandonado cualquier idea de transformar la sociedad. (Keynes incluso sugirió un impuesto a las transacciones financieras, una demanda que se ha convertido en un punto clave en el programa reformista moderno). Las mismas frases se escuchan hoy con frecuencia de boca de estos líderes reformistas, que culpan de la crisis al capitalismo “neoliberal”, “no regulado”, “salvaje”. Pero esta es la naturaleza real del capitalismo tal y como existe; todos los intentos de regular el capitalismo para que sea un capitalismo «amable» o «responsable» son utópicos.

¿Qué es el keynesianismo?

Las ideas de Keynes cambiaron a lo largo de su vida en respuesta a los acontecimientos que lo rodeaban, algo de lo que se enorgullecía, respondiendo a las críticas de que sus puntos de vista eran inconsistentes al decir: “Cuando mi información cambia, altero mis conclusiones. A qué te dedicas?” En estos días, sin embargo, el keynesianismo se refiere típicamente a las ideas de Keynes en la década de 1930, y en particular a su «Teoría general del empleo, el interés y el dinero» (a menudo referida simplemente como la «Teoría general»), que es la base de gran parte de la macroeconomía burguesa moderna.

Las ideas presentadas por Keynes en su Teoría general también fueron moldeadas en gran medida por acontecimientos históricos; en particular por la Gran Depresión y el azote del desempleo masivo que se observaba en todo el mundo industrializado, con tasas de desempleo permanentemente elevadas, del orden del 10 al 25%. Keynes trató de encontrar la respuesta a este fenómeno y, lo que es más importante, encontrar una solución. Los economistas burgueses anteriores habían tratado de justificar teóricamente el capitalismo; pero esas personas eran meros apologistas del capitalismo. Keynes, sin embargo, se describió a sí mismo como un “pragmático”, que ya no estaba simplemente tratando de justificar el capitalismo teóricamente, sino que estaba tratando de salvar al capitalismo en la práctica, salvar al capitalismo de sí mismo.

Keynes consideraba que su papel como miembro de la «burguesía educada», y el papel del Estado en general, era intervenir en el funcionamiento del capitalismo y regularlo, – no en interés de los trabajadores corrientes, sino en interés del capitalismo en sí mismo – para superar la contradicción entre los intereses de varios capitalistas individuales y los intereses de la clase capitalista en su conjunto. En otras palabras, Keynes quería un capitalismo sin sus contradicciones.

Contradicciones y sobreproducción

Esta contradicción, que surge debido a la propiedad privada de los medios de producción, que a su vez significa producción con fines de lucro y competencia entre diferentes individuos privados en búsqueda de este lucro, está en el corazón mismo del capitalismo y es responsable tanto de la gran progresividad histórica del capitalismo y su gran destructividad.

Como señaló correctamente la serie de la BBC «Masters of Money», Marx (y Engels) no estaban ciegos ante los logros del capitalismo, ni idealizaron el feudalismo y la vida rural (de hecho, en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels describieron al capitalismo haber “rescatado a una parte considerable de la población de la idiotez de la vida rural”). Bajo el capitalismo, la competencia entre capitalistas individuales en busca de ganancias lleva a que una gran parte de estas ganancias se reinvierta continuamente en nueva investigación y desarrollo, nueva ciencia y tecnología y nuevos medios de producción, con el fin de reducir costos, socavar a los competidores y ganar una mayor cuota de mercado. En sus primeros días, por lo tanto, el capitalismo fue inmensamente progresista en su capacidad para aumentar la productividad, desarrollar la capacidad productiva de la sociedad y crear enormes cantidades de riqueza. Como afirmaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista:

«[El capitalismo] ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, que los acueductos romanos y que las catedrales góticas”.

Pero este proceso de propiedad privada y competencia contiene las semillas de su propia destrucción. Al capitalista individual le interesa pagar a sus propios trabajadores lo menos posible para maximizar las ganancias. Sin embargo, estos salarios – y los salarios de los trabajadores empleados por otros capitalistas – también forman la demanda de las mercancías que produce el capitalismo, es decir, el mercado. A cada capitalista individual le gustaría pagar a sus trabajadores lo menos posible para maximizar las ganancias; pero al mismo tiempo, también le gustaría que sus compañeros capitalistas pagaran a sus trabajadores tanto como sea posible para que estos trabajadores puedan comprar las mercancías que se están produciendo.

Cada capitalista, sin embargo, está tratando de hacer lo mismo; por lo tanto, cuando los capitalistas individuales compiten entre sí, tratando de maximizar sus propias ganancias, recortan los salarios de la clase trabajadora en su conjunto, reduciendo así el mercado y destruyendo la base sobre la cual pueden vender sus mercancías y obtener sus ganancias. Es este proceso interactivo de competencia entre muchos capitalistas individuales, cada uno tomando decisiones que son completamente racionales desde su propia perspectiva individual, el que conduce a un proceso general que es claramente irracional para la clase capitalista en su conjunto.

Marx había reconocido y explicado hace mucho tiempo esta contradicción inherente dentro del capitalismo, la contradicción de la sobreproducción, en la que la expansión de la producción en la búsqueda de ganancias al mismo tiempo conduce a una reducción en la capacidad de realizar esta ganancia. Aquellos que vinieron después de Marx y que intentaron encontrar una solución a las crisis dentro de los límites del capitalismo se vieron obligados a ignorarlo a él y a sus ideas en la medida de lo posible y, en cambio, buscaron explicar las crisis mirando solo un lado del problema. Para Keynes, el problema principal era la cuestión de la demanda, o «demanda efectiva», como él la llamaba; para Hayek, la cuestión clave era la cuestión de la oferta, en particular de la oferta monetaria.

Ley de Say

Para intentar explicar los fenómenos de la Gran Depresión y el desempleo masivo, Keynes tuvo que romper con muchos supuestos establecidos de la economía clásica. En este sentido, se atribuye a Keynes haber provocado una “revolución” en la teoría económica. En realidad, no hay nada nuevo en lo que dijo Keynes, y la mayoría de sus ideas se habían expresado con mucha más precisión, claridad y profundidad en las obras de Marx y Engels; Keynes simplemente empaquetó sus ideas de una manera que fuera más aceptable para la burguesía.

En particular, Keynes atacó lo que se conoce como «Ley de Say», atribuida a Jean Baptiste Say (aunque no originalmente «descubierta» por él), un economista clásico francés de finales del siglo XVIII y principios del XIX. La ley de Say se conoce comúnmente en términos de la idea de que la oferta crea su propia demanda; que cada vendedor trae un comprador al mercado. Hoy en día, esta misma «ley» es la base de la «hipótesis del mercado eficiente», la teoría presentada por los más fervientes defensores del libre mercado, que sugiere que, si se deja a su libre albedrío, a largo plazo las fuerzas del mercado resolverán todos los problemas y siempre encontrará un «equilibrio» en el que la oferta satisfaga la demanda. Pero como Keynes fue agudo al señalar, «a largo plazo, todos estaremos muertos».

Marx refutó la Ley de Say hace mucho tiempo. (¡De hecho, la presencia de crisis periódicas es todo lo que se necesita para refutar la Ley de Say!) En el Volumen II de El capital, Marx explicó la acumulación y reproducción del capital que ocurre en el capitalismo mediante un conjunto de esquemas, en los que la economía se divide en dos sectores: el departamento uno, en el que se producen los medios de producción, es decir, bienes de capital o “consumo productivo”; y el departamento dos, en el que se producen bienes de consumo, para el consumo de trabajadores individuales (o capitalistas).

Marx demostró que, en un sentido teórico abstracto, la ley de Say es realmente cierta: la economía debería poder alcanzar el equilibrio. Pero Marx demostró que este equilibrio solo podría lograrse sobre la base de que la clase capitalista reinvirtiera continuamente las ganancias en nuevos bienes de capital, es decir, maquinaria, edificios e infraestructura. Por un lado, este proceso es lo que permitió al capitalismo jugar un papel históricamente progresista durante un período de tiempo: desarrollar los medios de producción, tanto cualitativamente en términos de nueva ciencia y tecnología (y así aumentar la productividad), y también cuantitativamente en términos de su capacidad para producir una mayor masa total de riqueza.

Por otro lado, este proceso también contiene contradicciones inherentes: el «equilibrio» es inherentemente inestable y temporal, ya que estos nuevos medios de producción que se crean deben ponerse a trabajar para crear una mayor masa de mercancías, que a su vez debe encontrar un mercado (es decir, la demanda) para ser vendidas y producir ganancias. En otras palabras, el capitalismo logra el equilibrio a corto plazo, pero solo a expensas de crear contradicciones aún mayores a largo plazo, y así allanar el camino para una crisis aún mayor en el futuro. El propio Keynes reconoció esto, diciendo que:

“Cada vez que logramos el equilibrio presente aumentando la inversión estamos agravando la dificultad de asegurar el equilibrio del mañana”. («La teoría general», capítulo 8; Keynes)

Sin embargo, a diferencia de Marx, Keynes no era un materialista minucioso ni un dialéctico, y por lo tanto, no extrajo plenamente las conclusiones de esta afirmación, como había hecho Marx muchas décadas antes: la conclusión de que la sobreproducción es una contradicción inherente dentro del capitalismo, resultante de la propiedad privada de los medios de producción y su afán de producir con fines de lucro.

Materialismo dialéctico

Los esquemas de acumulación y reproducción esbozados por Marx en el Volumen II de El Capital son precisamente eso: esquemas; abstracciones generalizadas de un proceso complejo; promedios a largo plazo, que no pueden lograrse mediante un proceso de cambio lineal lento, suave, sino únicamente mediante un proceso dinámico y caótico, es decir, un proceso dialéctico de contradicciones y crisis. En otras palabras, estos «equilibrios» son equilibrios dinámicos, que se establecen constantemente y luego se rompen, resultantes de un proceso infinitamente complejo, en lugar de los equilibrios estáticos concebidos por los defensores de la Ley de Say, que imaginan la economía como un simple sistema mecánico, funcionando como un reloj.

Stephanie Flanders, presentadora de «Masters of Money», afirma que Keynes, Hayek y Marx tenían una cosa en común: «comprendieron tanto el genio del capitalismo como su inestabilidad inherente». Pero mientras que Keynes y Hayek pensaban que se podía destilar el capitalismo o regularlo para separar los elementos «geniales» de la inestabilidad general, el marxismo – utilizando el método del materialismo dialéctico – muestra cómo los factores que dan lugar al carácter progresista inicial del capitalismo, es decir, la competencia y la reinversión de ganancias en nuevas tecnologías y medios de producción para generar ganancias aún mayores, son los mismos factores que conducen a la inestabilidad inherente al capitalismo.

La clave del análisis del capitalismo de Marx está precisamente en la forma en que este método de materialismo dialéctico se aplica al campo de la economía política. La naturaleza anárquica del capitalismo, resultante de la propiedad individual y privada de los medios de producción y la competencia por las ganancias que esto implica, significa que los cambios en la economía deben ocurrir de manera dialéctica, a través de las crisis, en lugar de la manera suave y gradual que imaginan los defensores de las fuerzas del mercado y “la oferta y la demanda».

Los desequilibrios observados bajo el capitalismo, es decir, entre producción y consumo; entre las fuerzas de producción en constante expansión y los límites del mercado para las mercancías resultantes de estas fuerzas productivas – son una parte inherente de este sistema anárquico, y se observan en todas las escalas del capitalismo, como la desproporción entre los diferentes departamentos de la economía e incluso dentro de un solo sector (lo que genera cuellos de botella en la producción). Pero la única forma de librar al sistema de estos desequilibrios es precisamente eliminar la anarquía del propio sistema capitalista, es decir, tener un plan de producción democrático y socializado bajo la voluntad consciente de la sociedad, en lugar de dejar la producción a las fuerzas ciegas del mercado, como explica Marx en El capital:

“Como la finalidad del capital no es satisfacer necesidades, sino producir ganancia, y como sólo puede lograr esta finalidad mediante métodos que ajustan la masa de lo producido a la escala de la producción, y no a la inversa, tienen que surgir constante y necesariamente disonancias entre las proporciones limitadas del consumo sobre base capitalista y una producción que tiende constantemente a rebasar este límite inmanente. Por lo demás, el capital está formado por mercancías, razón por la cual la superproducción de capital envuelve también la superproducción de mercancías. De aquí el peregrino fenómeno de que los mismos economistas que niegan la superproducción de mercancías reconozcan la de capital. Y si se dice que el fenómeno de que se trata no es precisamente un fenómeno de superproducción, sino de desproporción dentro de las distintas ramas de producción, esto significa simplemente que dentro de la producción capitalista la proporcionalidad de las distintas ramas de producción aparece como un proceso constante derivado de la desproporcionalidad, desde el momento en que la cohesión de la producción en su conjunto se impone aquí a los agentes de la producción como una ley ciega y no como una ley comprendida y, por tanto, dominada por su inteligencia colectiva, que someta a su control común el proceso de producción”. (El Capital, Vol. III, capítulo 15; Marx)

Las limitaciones de los economistas clásicos y de los defensores modernos del libre mercado – es decir, los monetaristas – residen precisamente en su tratamiento no dialéctico de la economía. Para estos teóricos económicos, la economía es un sistema simple y mecánico. Sus explicaciones se basan en el modelo de economía “Robinson Crusoe”, en el que existe un solo individuo en una isla desierta que es a la vez el único productor y el único consumidor, o son similares a las de una economía de trueque simple, que consiste en el intercambio de mercancías entre productores individuales. En cualquiera de los dos casos, al abstraer la economía a este nivel del individuo o del simple intercambio entre productores individuales, los economistas burgueses eliminan toda mención a la división de la sociedad en clases y la lucha resultante que surge de ello por el excedente producido en la sociedad.

En lugar de ver los modelos matemáticos de la economía como las abstracciones y aproximaciones generalizadas de una realidad infinitamente compleja que realmente son, los economistas burgueses modernos piensan que las ecuaciones son la realidad y que la economía debe ajustarse a sus modelos. En lugar de hacer que las teorías se ajusten a los hechos, los hechos se ven obligados a ajustarse a las teorías. Una tendencia idealista similar se observa a menudo dentro de la física moderna, según la cual las teorías se juzgan por la belleza y la simplicidad de las ecuaciones, en lugar de por lo bien que se ajustan a los hechos y explican los fenómenos de la vida real que existen.

En contraste con este enfoque idealista, la economía marxista, basada en una perspectiva dialéctica y materialista, busca llegar a conclusiones generalizadas al observar la multitud de eventos y la experiencia histórica colectiva bajo el capitalismo (y de los sistemas económicos de las sociedades de clases anteriores), para extraer las leyes y tendencias presentes dentro del complejo sistema que es la economía. Como señala Engels en su polémica contra Dühring:

“los principios no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado final, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se abstraen de ellas; no es la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen según los principios, sino que éstos son correctos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y con la historia. Esta es la única concepción materialista del asunto, y la opuesta concepción del señor Dühring es idealista, invierte completamente la situación y construye artificialmente el mundo real partiendo del pensamiento, de ciertos esquematismos, esquemas o categorías que existen en algún lugar antes que el mundo y desde la eternidad. Igual que… un Hegel”. (Anti-Duhring, primera sección, capítulo 3; Engels)

Sin embargo, también existe la tendencia opuesta dentro de la ideología burguesa que busca negar la existencia de cualquier ley dentro del capitalismo. Para estas personas, la historia y la economía son procesos aleatorios, más allá del ámbito de la investigación científica. Tal concepción es tan idealista como la visión mecanicista de los economistas clásicos, pero ahora se llega a ella desde la dirección opuesta.

Economía y ciencia

Stephanie Flanders en la serie «Masters of Money» destaca esta tendencia entre Keynes y Hayek de ver la economía como algo inherentemente impredecible. Ambos caballeros buscaron convertir la economía política en una ciencia seria; pero, sin embargo, según Flanders, ambos hombres vieron el capitalismo como un sistema completamente impredecible, debido a su naturaleza compleja y caótica. Tal punto de vista, que es a la vez anti dialéctico e idealista, es incompatible con un punto de vista científico – y marxista – genuino, que ve el orden surgiendo del caos; la previsibilidad surgiendo de lo impredecible, como hemos explicado en otra parte.

La economía, por supuesto, no es una ciencia exacta en el mismo sentido que la mecánica, debido a la complejidad del sistema involucrado y la imposibilidad de aislar este sistema del resto del mundo. No se pueden crear experimentos de laboratorio repetibles en el mundo de la economía (aunque eso no ha impedido que economistas como Milton Friedman de la «escuela de Chicago» del monetarismo, un defensor extremo del libre mercado y del capitalismo del laissez faire, intenten crear experimentos sociales para su teorías económicas, como en Chile bajo el general Pinochet); Sin embargo, al observar la variedad de eventos y procesos que ocurren, y al comparar estos eventos entre sí en términos de sus resultados, variables y constantes, uno puede identificar las contradicciones dentro de los procesos y formular leyes que describen – y predicen – el comportamiento básico del sistema a cierta escala.

En este sentido, la economía es similar a la medicina, la meteorología o la geología. Un médico no siempre puede decirle exactamente qué enfermedad tiene o en qué momento ocurrirá la muerte; tampoco los meteorólogos ni los sismólogos pueden decirle exactamente qué tiempo hará el próximo mes o cuándo se producirá el próximo terremoto. No obstante, los médicos, meteorólogos y sismólogos pueden hacer predicciones, a menudo muy precisas, a cierta escala, y la precisión de estas predicciones aumenta continuamente a medida que los conocimientos científicos mejoran sobre la base de la experiencia y la investigación.

Se puede establecer una analogía con la termodinámica. El comportamiento de una molécula de gas aislada e individual puede describirse utilizando la mecánica newtoniana; sin embargo, el comportamiento de esta partícula individual se vuelve impredecible tan pronto como examinamos un contenedor de muchos cientos o miles de moléculas de gas, todas interactuando entre sí. Sin embargo, de este sistema increíblemente complejo, todavía se pueden extraer leyes simples y generalizadas que describen el comportamiento del volumen de gas en su conjunto, incluidas propiedades como la temperatura y la presión del gas. De la complejidad surge la sencillez; del caos surge el orden.

De manera similar, aunque no se puede predecir el resultado exacto de la vida de un individuo, a la escala de la sociedad en su conjunto, se pueden extraer leyes generalizadas y se pueden hacer predicciones, como las leyes económicas de la crisis capitalista y las leyes históricas del desarrollo de los medios de producción, la lucha de clases y la revolución.

Sin embargo, en última instancia, estas leyes y teorías económicas generalizadas, que se abstraen de esta experiencia e investigación histórica, deben aplicarse a las condiciones concretas a las que nos enfrentamos para obtener una comprensión adecuada de cualquier situación dada; estas condiciones incluyen toda una serie de factores políticos. No debe olvidarse nunca que la economía no es un simple sistema mecánico que pueda representarse mediante abstracciones y ecuaciones; es una batalla de fuerzas vivas que respiran y, en última instancia, es el equilibrio de fuerzas de clase lo que determina el resultado dado de cualquier situación económica.

Es mérito de Keynes y Hayek que, al igual que Marx, intentaran tratar la economía como una ciencia, buscando las leyes que gobernaban la economía mediante un estudio cuidadoso de los hechos. Sin embargo, a diferencia de Marx, ni Keynes ni Hayek eran materialistas rigurosos ni tampoco dialécticos. Como resultado, sus explicaciones teóricas caen con frecuencia en las trampas delineadas anteriormente: o bien del idealismo, mirando solo un lado de un problema complejo y polifacético y, por lo tanto, sin proporcionar una explicación material de los fenómenos; o bien del materialismo mecánico, que busca explicar la economía como un simple sistema de relojería donde causa y efecto son lineales y actúan en una sola dirección.

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