Marx explicó que todo sistema social está sujeto a sus propias leyes: dinámicas, fuerzas y presiones objetivas que rigen su movimiento y desarrollo. En este artículo, Adam Booth examina las primeras décadas de la Unión Soviética, con el fin de proporcionar una comprensión concreta de las leyes económicas que se impusieron al joven Estado obrero, y armar a una nueva generación con las lecciones necesarias para llevar a cabo con éxito la lucha por el comunismo.
Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el comienzo prometedor de un crecimiento de la agricultura, el crecimiento extraordinario de las viejas ciudades industriales, la creación de otras nuevas, el rápido aumento del número de obreros, la elevación del nivel cultural y de las necesidades, son los resultados indiscutibles de la Revolución de Octubre en la que los profetas del viejo mundo creyeron ver la tumba de la civilización. Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital, sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, el cemento y la electricidad.
– León Trotsky, La revolución traicionada
La Revolución Rusa fue el mayor acontecimiento de la historia de la humanidad. Dirigida por los bolcheviques, la clase obrera tomó el poder, enarboló la bandera de la revolución socialista internacional y ofreció un faro de esperanza a las masas explotadas y oprimidas de todo el mundo.
Pero lo hicieron en las condiciones más extremas y desfavorables: en un país económicamente atrasado, devastado por años de guerra y convulsiones, y asediado por el imperialismo. Además, lo hicieron sin ninguna hoja de ruta, salvo la breve experiencia de la Comuna de París, que fue ahogada en sangre a los pocos meses.
A pesar de realizar enormes progresos en el campo del desarrollo económico, la URSS nunca logró construir una sociedad comunista. No obstante, las primeras décadas de la Unión Soviética -de 1917 a 1937- proporcionan una serie de lecciones importantes para los comunistas, que es nuestro deber estudiar y asimilar plenamente.
Examinando la economía soviética en este periodo, con todos sus defectos, y siguiendo los debates teóricos que surgieron entre los bolcheviques sobre cuestiones económicas, podemos obtener una comprensión concreta de las leyes económicas que operarían en la transición del capitalismo al comunismo, y arrojar luz sobre cómo podría construirse una sociedad comunista.
Régimen transitorio
El 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre en el antiguo calendario ruso), Lenin subió a la tribuna en el Segundo Congreso Panruso de los Soviets y anunció: «¡Ahora vamos a dedicarnos a edificar el orden socialista!».
Sin embargo, ni Lenin ni ninguno de los bolcheviques creían que fuera posible construir este orden de la noche a la mañana. Ese mismo año, en su obra maestra El Estado y la Revolución, Lenin citó a Marx:
Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista — prosigue Marx — media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, y el Estado de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.
Como Marx y Engels explicaron en El Manifiesto Comunista: «el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante».
Una vez conquistado el poder, la clase obrera extendería su dominio revolucionario de clase por todo el mundo y «El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.»
Sobre esta base, la sociedad alcanzaría lo que Marx llamó la «primera fase de la sociedad comunista» , comúnmente denominada ‘socialismo’. Sólo entonces los últimos vestigios de la sociedad de clases -como el Estado, el dinero y la desigualdad- comenzarían finalmente a marchitarse y morir.
El carácter transitorio del régimen bolchevique fue reconocido explícitamente por Lenin en 1918:
«… la expresión República Socialista Soviética significa la decisión del Poder soviético de llevar a cabo la transición al socialismo, mas en modo alguno el no reconocimiento del nuevo régimen económico como socialista.»
Pero Lenin y los bolcheviques también comprendieron que las condiciones en Rusia distaban mucho de las necesarias para construir un socialismo o comunismo.
Desarrollo combinado y desigual
En 1917, a escala mundial, existían sin duda las condiciones para el socialismo. En las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, la producción capitalista se había socializado y planificado cada vez más. Pero la riqueza producida seguía siendo objeto de apropiación privada, por parte de la patronal y los banqueros.
Como explicó Lenin en El Imperialismo: La fase superior del capitalismo, la economía había pasado a estar dominada por los monopolios, que se habían fusionado con el capital financiero y el Estado, para formar lo que él denominó «capitalismo monopolista de Estado».
La maquinaria bélica imperialista alemana fue un ejemplo de ello. Los consorcios industriales y las redes de transporte del país pasaron a manos del Estado. En lugar del mercado «libre», se planificó la producción, aunque en interés de los capitalistas.
Sin embargo, la clase obrera no había tomado el poder por primera vez en un país capitalista avanzado, como Alemania o Gran Bretaña, sino en la Rusia semifeudal, donde ni siquiera se habían cumplido las tareas de la revolución burguesa, como la reforma agraria.
«… la historia», señaló Lenin, «parió hacia 1918 dos mitades separadas de socialismo, una cerca de la otra».
«Alemania y Rusia», prosiguió, «encarnaron en 1918 del modo más patente la realización material de las condiciones económico-sociales, productivas y económicas del socialismo, de una parte, y de sus condiciones políticas, de otra.»
Era una poderosa expresión de lo que Trotsky denominó la «ley del desarrollo desigual y combinado».
Debido a su atraso, la Rusia zarista se vio obligada a importar capital, maquinaria y técnica del extranjero. Como resultado, en 1914 el país se caracterizaba por islas de industria moderna, con una clase obrera desarrollada, rodeadas de un mar de atraso económico, cultural y agrícola.
Esta contradicción sería a la vez la madre de la Revolución Rusa y, en última instancia, su sepulturera.
La cadena del capitalismo mundial se rompió por su eslabón más débil. Rusia fue impulsada al camino de la revolución socialista «no porque su economía fuera la más madura para la transformación socialista», como explicó Trotsky, «sino porque esta economía ya no podía desarrollarse sobre bases capitalistas.» .
Rusia era la más débil de las grandes potencias implicadas en la Primera Guerra Mundial , sin las modernas fuerzas armadas ni la industria a disposición de sus rivales. La limitada capacidad industrial del país tuvo que desviarse hacia la producción de armas, lo que agravó la escasez de productos de primera necesidad y la desintegración de las infraestructuras.
Además, el régimen dependía especialmente de la impresión de dinero y de la deuda para financiar sus gastos militares. En consecuencia, los precios se multiplicaron por tres durante esos años.
Los ministros zaristas intentaron paliar el hambre de obreros y soldados imponiendo un impuesto sobre el grano a los campesinos. Pero esto provocó la furia en el campo.
El colapso económico, la inflación galopante, la escasez de bienes, la obtención forzosa de alimentos del campesinado: todos estos horrores que los historiadores burgueses acusan a los bolcheviques de haber provocado ya existían mucho antes de la introducción del «comunismo de guerra».
Fueron estas terribles condiciones las que provocaron las protestas masivas en San Petersburgo que condujeron a la caída del zar en febrero de 1917 y, posteriormente, del Gobierno Provisional, dando paso a la Revolución de Octubre.
Pero las mismas condiciones que prepararon el camino para la revolución socialista convirtieron la construcción del socialismo en un sueño irrealizable dentro de las fronteras del antiguo Imperio ruso.
Desde el principio, Lenin y los bolcheviques se embarcaron en este formidable objetivo, armados con la perspectiva de que el éxito de la revolución vendría determinado en última instancia por su extensión internacional. Sin ello, la naciente República Soviética no podría sobrevivir, y mucho menos construir el socialismo.
Este hecho fue reconocido explícitamente por Lenin en 1918, cuando declaró: «Pero de todos modos y con todas las peripecias posibles e imaginables, si la revolución alemana no llega, estamos perdidos».
Marxismo frente a autonomismo
La tarea inmediata de los bolcheviques no era -ni podía ser- la aplicación de un plan socialista plenamente formado, sino simplemente la prevención del colapso total, junto con la extensión de la revolución mundial.
Los bolcheviques habían llevado al poder a los obreros y campesinos de Rusia. Pero en los meses que siguieron a octubre de 1917, también se vieron arrastrados por el movimiento, obligados a reaccionar ante los acontecimientos, en lugar de guiarlos.
La toma del poder se había producido en el contexto de un inmenso fermento revolucionario tanto en las ciudades como en el campo. Los obreros formaron comités de huelga en las fábricas, mientras que los campesinos pobres expulsaron a los terratenientes de sus fincas y empezaron a redistribuir la tierra entre ellos.
Lenin y los bolcheviques intentaron canalizar esta ola hacia fines socialistas. Pero las consideraciones políticas se impusieron sistemáticamente a los ideales económicos. Y el aparato del nuevo Estado obrero no era lo bastante fuerte para traducir la política en acción.
Tomemos la cuestión de la tierra. Un día después de la insurrección de octubre, el II Congreso Panruso de los Soviets aprobó un decreto que abolía formalmente toda propiedad privada de la tierra. Sin embargo, en lugar de utilizar la tierra expropiada para establecer granjas colectivas a gran escala y organizar la agricultura de acuerdo con las líneas socialistas, los bolcheviques se vieron obligados a adoptar el programa del llamado «Partido Socialista Revolucionario», que daba la tierra a los campesinos de forma individual.
De este modo, los bolcheviques pudieron ganarse a las masas campesinas. Pero una vez en el gobierno, pronto surgieron fricciones con esta masa de pequeños propietarios recién dotada.
Algo similar sucedió con los obreros y los comités de fábrica, los bolcheviques los consideraban una forma embrionaria de control y gestión obrera, parte integrante de la planificación socialista en la industria. Y dado el atraso del país, Lenin preveía un período prolongado de control obrero, durante el cual la clase obrera aprendería a dirigir la industria estudiando los métodos de los antiguos propietarios y sus expertos.
Sin embargo, los primeros pasos en la dirección del control obrero fueron anárquicos, aplicados a fábricas localizadas sin ningún plan. Muchos trabajadores percibían el control obrero en un sentido más sindicalista: no en términos de poder de los trabajadores sobre la producción en su conjunto, sino en términos de cooperativas de trabajadores que dirigían sus propios centros de trabajo, de manera totalmente independiente y aislada.
A medida que los trabajadores ocupaban las fábricas y los capitalistas huían de la escena, muchas empresas pasaron a ser propiedad del Estado. Pero los trabajadores de estas empresas a menudo asumieron que ellos mismos eran ahora los propietarios.
En su Historia de la Rusia soviética, E. H. Carr relata que incluso hubo casos en los que «los obreros, tras hacerse con el control de una fábrica, simplemente se apropiaron de sus fondos o vendieron sus existencias e instalaciones en beneficio propio» .
Esta era la diferencia entre el marxismo y el «autonomismo»; entre los trabajadores que actúan como clase contra los capitalistas y los grupos de trabajadores que luchan contra empresarios individuales; entre la planificación coordinada y centralizada de un Estado obrero y el control independiente de consejos y cooperativas de trabajadores dispersos y aislados.
«La noción de que los problemas de la producción y de las relaciones de clases en la sociedad podían resolverse mediante la acción directa y espontánea de los trabajadores de fábricas individuales no era socialismo, sino sindicalismo», concluye Carr, y añade:
«El socialismo no pretendía subordinar al irresponsable empresario capitalista a un comité de fábrica igualmente irresponsable que reclamara el mismo derecho de independencia de la autoridad política real; eso sólo podría perpetuar la «anarquía de la producción» que Marx consideraba el estigma condenatorio del capitalismo.»
Nacionalización de la industria
Los bolcheviques intentaron conscientemente controlar la situación. En diciembre de 1917, el gobierno soviético creó el Consejo Supremo de Economía Nacional – abreviado VSNKh, alias Vesenkha.
La Vesenkha era responsable de «organizar la actividad económica de la nación y los recursos financieros del gobierno». Su primera tarea fue poner bajo su control a los glavki: trusts de grandes empresas de cada industria, como la metalúrgica y la textil, que habían surgido en tiempos zaristas para planificar la producción en tiempos de guerra.
La primera industria nacionalizada fue la financiera. Al analizar la Comuna de París, Marx subrayó que el hecho de que los comuneros no se apoderaran del Banco de Francia había sido un error fatal. Lenin y los bolcheviques hicieron suyas estas sabias palabras.
En diciembre de 1917, en respuesta al sabotaje de los banqueros, el gobierno soviético desplegó tropas y decretó la fusión de los bancos en un único Banco Nacional, con el monopolio de la moneda y el crédito.
El gobierno también anuló todas las deudas públicas acumuladas por sus predecesores, especialmente las contraídas con financieros extranjeros. Esto fue recibido con aullidos de protesta por parte de los imperialistas, que rápidamente cortaron las líneas de crédito restantes, realzando la importancia del control estatal sobre el sistema financiero.
En otros lugares, las nacionalizaciones fueron en su mayoría espontáneas al principio: una respuesta defensiva al sabotaje de la patronal, o un respaldo retroactivo a la acción directa de los trabajadores. En los primeros nueve meses, más de dos tercios de las nacionalizaciones se llevaron a cabo por iniciativa de los soviets locales y los consejos obreros, no por órdenes de la cúpula.
Sin embargo, a partir de mayo-junio de 1918, cuando se intensificó el vandalismo de los capitalistas y los imperialistas aumentaron su intervención, los bolcheviques se vieron obligados a cambiar de dirección y nacionalizar sectores enteros de la industria. Pero incluso entonces, estas expropiaciones se llevaron a cabo principalmente de manera ad hoc, no como parte de un plan general.
La clase obrera era claramente la fuerza motriz de la revolución. Pero esta energía necesitaba ser canalizada y dirigida, de forma conscientemente organizada y planificada.
Lenin explicó, sin embargo, que el joven Estado soviético no tenía capacidad para planificar adecuadamente la producción. En muchos casos, como el Estado carecía de recursos, las empresas nacionalizadas se arrendaban rápidamente a sus antiguos propietarios, con los mismos directores en sus puestos.
Mientras tanto, un auténtico sistema de control y gestión obrero implicaría el trabajo conjunto de los comités de fábrica, los sindicatos y los soviets locales. Y para tener éxito, esbozó Lenin, se requerirían ciertas condiciones materiales, condiciones que la República Soviética aún no poseía.
Lo que se necesitaba era una clase trabajadora con tiempo y cultura suficientes: un nivel de productividad tal que los trabajadores dispusieran de suficiente tiempo libre para participar en la gestión de la producción, junto con la educación y los conocimientos necesarios para realizar las tareas administrativas que ello implicaba.
En resumen, ni siquiera la planificación socialista podría llevarse a cabo adecuadamente sin un rápido desarrollo de las fuerzas productivas.
En su lugar, Lenin abogaba por la nacionalización únicamente de las palancas clave de la economía, dejando en su lugar a los antiguos gestores, pero bajo la supervisión de los trabajadores. Esto debía ir acompañado de la máxima centralización y organización de la industria, bajo la supervisión de Vesenkha.
En esta época surgió en el Partido Bolchevique una oposición «comunista de izquierdas» que planteaba desacuerdos con esta posición. Estos ultraizquierdistas se apoyaban en la concepción más autónoma del control obrero, al tiempo que abogaban por una «política decidida de socialización».
Lenin les dio poca importancia, así como a sus denuncias de que el gobierno perseguía una «desviación bolchevique de derecha».
«Hoy, sólo los ciegos podrán no ver que hemos nacionalizado, confiscado, golpeado y acabado más de lo que hemos sabido contar.», afirmó Lenin. Pero, subrayó, «la socialización se distingue precisamente de la simple confiscación en que se puede confiscar con la sola “decisión”, sin saber contar y distribuir acertadamente, pero es imposible socializar sin saber hacer eso.«
La nacionalización de los «pilares básicos» de la economía fue acompañada del establecimiento de un monopolio estatal sobre el comercio exterior, que se implantó oficialmente en abril de 1918.
Esto era vital para proteger a la recién nacida economía soviética de las presiones del mercado mundial capitalista y para impedir que los comerciantes oportunistas sacaran riqueza del país o se beneficiaran de las importaciones.
De cara al futuro, junto a la nacionalización de la gran industria, el control de las finanzas y del comercio exterior también sería fundamental para la planificación socialista. A corto plazo, estas medidas eran esenciales para la defensa de la revolución.
Así estaban las cosas en la República Soviética cuando empezó a desarrollarse la guerra civil, que impulsó a los bolcheviques a enfrentarse con dificultades aún mayores.
Guerra Comunismo
El trastorno de la guerra mundial y la guerra civil, en rápida sucesión, fue profundo.
Entre 1918 y 1920, millones de refugiados internos se vieron obligados a huir de sus hogares, mientras las tropas imperialistas y los ejércitos blancos saqueaban ciudades y pueblos. Millones más murieron de hambre y de epidemias de enfermedades.
Esto se sumó a las grandes pérdidas territoriales como resultado del tratado de Brest-Litovsk y el saqueo imperialista alemán.
Las cosechas se vieron gravemente perturbadas, el transporte se dislocó y la población urbana cayó en picado, ya que los trabajadores hambrientos regresaron a sus pueblos en busca de comida.
Con las fábricas privadas de trabajadores, materias primas y combustible, la producción industrial cayó en picado. En 1920, la industria a gran escala funcionaba a sólo el 13% de su nivel de preguerra.
El único objetivo del gobierno bolchevique en ese momento era la supervivencia. Así comenzó el periodo y el programa conocidos como «comunismo de guerra»: un intento de canalizar todos los recursos disponibles hacia el Ejército Rojo.
De este modo, poco quedaba para los obreros y los campesinos. Los primeros se enfrentaron a una espiral de precios y a una aguda escasez en las ciudades, junto con horarios y condiciones penosas en las fábricas. A los segundos, el Estado les requisaba el grano y el ganado.
El gobierno intentó resolver la crisis alimentaria declarando la guerra a los especuladores, comerciantes privados y kulaks (campesinos capitalistas ricos), que se lucraban y acaparaban grano. Pero los asaltos a aldeas y almacenes sólo permitieron obtener una cantidad limitada.
El gobierno central también pidió ayuda al movimiento cooperativo, con la esperanza de que pudieran obtener y distribuir alimentos a través de sus redes. Irónicamente, se mostraron muy poco cooperativos.
En 1919, por tanto, los bolcheviques introdujeron la prodrazvyorstka: cuotas obligatorias de entrega de grano, a precios fijados por el Estado. En algunos casos, esto significaba la confiscación de los excedentes de grano. En otros, equivalía a lo mismo, ya que el dinero pagado a cambio era escaso y cada vez más inútil, gracias a la inflación.
Miles de voluntarios se alistaron para ayudar en la campaña de requisas. Sindicatos, comités de fábrica y soviets formaron «brigadas de alimentos» armadas, cuyo objetivo principal eran los kulaks.
Además de descubrir reservas secretas y obtener grano, su misión consistía en agitar políticamente a los campesinos más pobres para que se unieran tanto a la búsqueda de alimentos como a la lucha contra las capas más ricas del campo.
El objetivo de los bolcheviques era abrir una brecha entre los kulaks y el resto del campesinado. Sin embargo, el excedente que podía obtenerse de los primeros no era suficiente, lo que llevó a ampliar las atribuciones de la prodrazvyorstka. Estos últimos, por su parte, tendían a identificarse más con sus compañeros del campo que con los trabajadores de las ciudades.
Sin dinero ni productos manufacturados suficientes que ofrecer a los campesinos a cambio de su grano, las requisas se enfrentaron a la resistencia y el sabotaje, incluyendo reducciones en los niveles de siembra.
Los trabajadores de las brigadas de alimentación corrían el peligro de ser masacrados por los esbirros de los kulaks. En más de un caso, los cadáveres de los requisadores aparecieron en graneros, con los vientres rajados y rellenos de grano.
El gobierno estaba atrapado en un círculo vicioso. Sin una industria adecuada, no podía proporcionar a los campesinos los bienes que exigían a cambio de sus alimentos. Esto significaba un empeoramiento de la escasez de alimentos para los trabajadores, lo que provocaba una mayor caída de la producción industrial. Y mientras tanto, había que alimentar al ejército.
Medidas extremas
La guerra civil aceleró la nacionalización de la industria. El esfuerzo militar exigía una centralización estricta para combatir el caos que proliferaba en toda la economía. Había que concentrar la producción en las fábricas más eficaces. Y los materiales escasos debían asignarse allí donde fueran más eficaces.
En noviembre de 1920, la Vesenkha era responsable de la supervisión de entre 3.800 y 4.500 empresas estatales, la mayoría en la gran industria, pero también en industrias más pequeñas que no eran exactamente los «pilares fundamentales» de la economía.
El número de funcionarios de la Vesenkha y personal de los glavki se disparó de unos 300 en marzo de 1918 a 6.000 en total seis meses después. Muchos de ellos habían servido en el aparato estatal zarista, lo que avivó la ira entre los trabajadores.
Incluso en estas condiciones de asedio, los bolcheviques mantuvieron el debate sobre cuestiones clave: la relación entre los planificadores centrales y los soviets locales, y entre centralización y federalismo; el uso de especialistas y administradores burgueses, a los que se ofrecían salarios más altos y primas; y el papel de los sindicatos como instrumentos de movilización de la mano de obra.
En todas estas cuestiones surgieron críticas contra la dirección, sobre todo por parte de la llamada «Oposición Obrera». Lenin y Trotsky fueron los primeros en admitir que las medidas extremas que exigía la guerra civil distaban mucho de ser ideales. Pero eran necesarias.
La guerra no podía ganarse sin la máxima centralización. La industria estatal no podía ser dirigida por una clase obrera inexperta y agotada, sin la ayuda de expertos. La tarea más apremiante del momento era la supervivencia y no el socialismo.
Al agravarse la escasez, el gobierno intensificó su control sobre la distribución. Se nacionalizaron las cooperativas y los comercios minoristas. Se fijan los precios de una serie de productos. El racionamiento, introducido por primera vez antes de la revolución, se reactivó, dando prioridad a los trabajadores industriales y colocando a los antiguos burgueses al final de la cola.
Pero las raciones no eran suficientes. En 1919-20, sólo alrededor del 20-25 por ciento del consumo de alimentos en las ciudades procedía de los suministros racionados. Los empleados de las fábricas incluso cultivaban sus propias verduras en los huertos de los centros de trabajo. Tal era el hambre que en Petrogrado ya no se encontraban gatos, perros ni caballos.
Los mercados habían sido oficialmente abolidos. Pero las restricciones gubernamentales eran impotentes. La ley de la oferta y la demanda seguía haciéndose sentir . Los mercados negros se multiplican y los especuladores ofrecen bienes escasos a precios exagerados.
Para financiar los gastos del Estado, el gobierno recurrió cada vez más a la impresión de dinero. El rublo se devaluó cada vez más. La tasa de inflación pasó del 600% en 1918 al 1.400% un año después.
A medida que la moneda perdía valor, la economía empezó a sobrevivir sin ella. El dinero fue sustituido por pagos en especie. Las empresas nacionalizadas intercambiaban materiales basándose en la contabilidad de la Vesenkha. El Estado proporcionaba raciones y servicios gratuitos, como comedores y transportes públicos. Y en lugar de salarios, los trabajadores de las fábricas recibían una parte de sus propios productos industriales, que se intercambiaban mediante trueque en el mercado negro.
La ley del valor
El comunismo de guerra, por emergencia y conveniencia, había dado lugar a una economía casi totalmente nacionalizada y sin dinero. Pero esto tenía poco en común con la concepción marxista del socialismo o el comunismo. Este resultado contradictorio fue producto de la devastación y la desesperación, no de la doctrina o el diseño.
Los bolcheviques más ultraizquierdistas intentaron hacer de la necesidad virtud. Lo que había surgido de forma inesperada y anárquica, como resultado del caos y el colapso, se pintó como un paso deliberado hacia el socialismo.
De hecho, las leyes del capitalismo siguieron operando, no sólo externamente, a través de la presión del mercado mundial, sino dentro de los límites del propio Estado obrero.
Para cada sistema económico, demostró Marx, existen ciertas dinámicas objetivas, que existen independientemente de cualquier intención o voluntad, que regulan la riqueza, el trabajo y los medios de producción de la sociedad.
En el capitalismo, explicó, la riqueza de la sociedad adopta la forma de mercancías: bienes producidos para el intercambio y distribuidos a través del mercado.
Las mercancías, por término medio, se intercambian en función de su valor, determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario que llevan incorporado. Marx llamó a esto la ley del valor.
La ley del valor regula la economía capitalista. Establece las proporciones en que se intercambian las mercancías. Determina el valor del dinero, esa «mercancía de mercancías» y dirige el flujo de capital de un sector a otro, dando forma a la división global del trabajo.
En el capitalismo, cada parte de la economía está interconectada a través de la «mano invisible» del mercado. Pero este sistema funciona a ciegas, a espaldas tanto de los capitalistas como de los trabajadores.
Así pues, la ley del valor se expresa en el capitalismo a través de la anarquía de las fuerzas del mercado y de las fluctuaciones de las señales de precios, buscando el «equilibrio» a través del caos y la crisis.
En el comunismo de guerra, por el contrario, toda la clase capitalista había sido expropiada. Y las relaciones de mercado habían sido formalmente anuladas, distribuyéndose ahora oficialmente los bienes y servicios básicos no como mercancías, sino a través del Estado.
Seguramente, entonces, ¿la ley del valor había sido derrocada, y el dinero podía salir sin problemas del escenario de la historia?
Marx explicó además, sin embargo, que el dinero es en última instancia una medida de valor; una representación del tiempo de trabajo socialmente necesario; un derecho a una parte de la riqueza total de la sociedad.
El dinero es una herramienta social, que actúa como medio de intercambio, unidad de cuenta y depósito de valor. Y como cualquier instrumento, no puede desecharse hasta que se haya vuelto obsoleto e innecesario.
Al igual que el Estado, el dinero debe marchitarse en la transición de la primera fase del comunismo (socialismo) a la fase superior del comunismo, a medida que se desarrollan las fuerzas productivas; a medida que la escasez se convierte en superabundancia; y a medida que la producción de mercancías y el intercambio mercantil son sustituidos por la planificación y la asignación conscientes.
Sólo sobre esta base puede superarse la ley del valor como regulador primario de la economía, junto con sus síntomas monetarios y materiales: precios volátiles y escasez.
«En la sociedad comunista, el Estado y el dinero desaparecerán», explica Trotsky, «y su agonía progresiva debe comenzar en el régimen soviético». Pero, subraya, «El dinero no puede ser ‘abolido’ arbitrariamente»:
«El fetichismo y el dinero sólo recibirán el golpe de gracia cuando el crecimiento ininterrumpido de la riqueza social libre a los bípedos de la avaricia por cada minuto suplementario de trabajo y del miedo humillante por la magnitud de sus raciones.»
La existencia del mercado negro y la escasez generalizada eran una clara indicación de que las condiciones materiales para la desaparición de las mercancías, el dinero y la ley del valor -las condiciones para un auténtico comunismo- no existían bajo el comunismo de guerra.
La productividad del trabajo era escasa. Cada «minuto sobrante de trabajo» era precioso. El «tamaño de la propia ración» era realmente humillante.
En estas condiciones, la ley del valor no se debilitó, sino que se afirmó con mayor fuerza, como lo demuestra el hecho de que los trabajadores tuvieran que recurrir al trueque, la forma más elemental de intercambio.
Por tanto, el «comunismo de guerra» representó más un retroceso que un avance hacia la construcción de una sociedad comunista.
Los ultraizquierdistas habían cometido un grave error teórico: suponer que la revolución había anulado de un plumazo las leyes del capitalismo; que la propiedad estatal bastaba para trascender la ley del valor. Este grave error sería repetido más tarde por los estalinistas.
La Nueva Política Económica
A finales de 1920, las tornas habían cambiado a favor del Ejército Rojo. Esto proporcionó cierto respiro, una oportunidad para que los bolcheviques revisaran las políticas del comunismo de guerra y planificaran los siguientes pasos.
Todo el país estaba en ruinas. Todos los aspectos de la economía -industria, agricultura, transporte- estaban destrozados. El hambre y la enfermedad acechaban la tierra. La inflación estaba fuera de control.
Este fue el sombrío contexto de los debates en el seno del partido que comenzaron a principios de 1921 y culminaron en lo que llegó a conocerse como la Nueva Política Económica (NEP).
El problema más acuciante era la escasez de alimentos. Era necesario obtener más grano del campesinado. Pero la prodrazvyorstka (requisa) había agotado sus posibilidades.
A medida que se alejaba la amenaza de la reacción blanca -y con ella el peligro del regreso de los terratenientes-, los campesinos se volvían aún menos tolerantes con las confiscaciones del Estado. Esto llevó a estallidos de rebelión en el campo, que llegaron a su punto álgido con la revuelta de Kronstadt en marzo de 1921.
Estas revueltas eran sintomáticas, demostraban que la configuración existente era insostenible; que los antagonismos de clase estaban lejos de resolverse; que el comunismo de guerra no representaba los cimientos de un salto hacia el socialismo, como imaginaban los ultraizquierdistas utópicos.
Así pues, el gobierno cambió de vía. La requisición de grano fue sustituida por un impuesto progresivo en especie. Los campesinos tendrían que entregar una parte de su cosecha, pero tendrían derecho a vender cualquier excedente por encima de esta cantidad a través de canales privados. La obligación fue sustituida por el incentivo.
Pero este paso aparentemente pequeño adquirió una lógica propia y se convirtió en una bola de nieve que nadie había previsto.
En primer lugar, para que el campesinado vendiera su grano, era necesario que hubiera otros bienes -ropa, productos manufacturados y otros alimentos- en los que gastar el dinero recién adquirido.
Esto significaba aumentar la producción de bienes de consumo. Pero las industrias estatales estaban paralizadas. Y los recursos necesarios para repararlas no podían conseguirse por arte de magia.
Una revolución exitosa en los países capitalistas avanzados habría resuelto el problema. Pero el capitalismo había sobrevivido a la primera oleada revolucionaria de posguerra, que había alcanzado su punto álgido en 1919.
Por ello, el gobierno bolchevique se vio obligado a apoyarse en pequeños productores privados: artesanos, cooperativas e industrias caseras, que no requerían grandes inversiones iniciales. Del mismo modo, las empresas nacionalizadas de las industrias más ligeras fueron arrendadas a empresarios privados y se les permitió producir con ánimo de lucro.
Todo ello condujo a otra exigencia: la supresión de los controles de precios y la legalización de los mercados, para proporcionar a los campesinos un medio de vender sus excedentes, distribuir los alimentos del campo a las ciudades y llevar los productos manufacturados a los pueblos.
Esto dio lugar a los famosos «hombres de la NEP»: comerciantes y vendedores ambulantes -que ya andaban sueltos bajo el comunismo de guerra dirigiendo mercados negros- que facilitaban esta red de comercio privado, embolsándose una buena suma por el camino.
La siguiente consecuencia lógica fue la necesidad de estabilizar la moneda. ¿Cómo podría existir el comercio privado sin un medio de cambio fiable y precios estables?
Esto planteó otras cuestiones, que se abordaron durante los debates sobre la NEP en el X Congreso del partido, celebrado en marzo de 1921. Como informa E. H. Carr:
La estabilización de la moneda no podía llevarse a cabo mientras la imprenta siguiera produciendo una cantidad ilimitada de rublos; la imprenta no podía ser controlada hasta que el gobierno encontrara otra forma de cuadrar las cuentas; y era impensable reducir el gasto público dentro de los límites de cualquier ingreso que pudiera recaudar hasta que el Estado no se liberara de los inmensos costes de mantener la industria estatal y los trabajadores que trabajaban en ella.
En resumen, el régimen económico inflacionista debía ser sustituido por otro de monetarismo y austeridad.
En julio de 1922, en un intento de contener la hiperinflación desenfrenada (que superaba el 7.000% ), el antiguo rublo devaluado fue sustituido oficialmente por una nueva moneda respaldada en oro: los chervonets.
Se inicia un proceso de «racionalización» en la industria estatal, conocido como khozraschet. Las empresas estatales ya no podían depender del Banco Nacional. En su lugar, tuvieron que actuar como empresas autosuficientes, que funcionaban según principios comerciales: gestionando sus propias cuentas; recortando costes; mejorando la eficiencia; tratando directamente con productores y distribuidores en el mercado; y tratando de generar un superávit (pero no funcionando para el beneficio de empresarios individuales).
Las empresas estatales «no rentables» (principalmente las más pequeñas) fueron arrendadas bajo gestión privada, pagando un alquiler en especie, o fueron consolidadas dentro de los trusts. Pero, junto con la banca, todas las industrias más importantes -los verdaderos pilares fundamentales de la economía- permanecieron bajo control estatal, empleando al grueso de los trabajadores industriales.
Para equilibrar las cuentas, las empresas estatales tuvieron que reducir sus costes. Esto condujo a una venta masiva de activos. El resultado fue un exceso de bienes industriales en el mercado, en un momento de demanda deprimida. Los precios bajaron en comparación con los de los productos agrícolas, lo que benefició al campesinado a expensas de los productores y consumidores urbanos.
Estas empresas también se vieron obligadas a realizar despidos masivos. Volvió el «ejército de reserva de mano de obra» del capitalismo. Además, el khozraschet exigió que se volviera a pagar a los trabajadores en salarios monetarios, con primas para incentivar un trabajo más duro.
Esto supuso un duro golpe para la clase obrera; un cambio radical respecto a la movilización de la mano de obra vista bajo el comunismo de guerra, cuando el empleo y la subsistencia básica estaban garantizados. «Esta cruda forma de disciplina laboral», señala Carr, «fue rápidamente sustituida por el viejo ‘látigo económico’ del capitalismo».
«El trabajo como obligación legal», señala, «fue sucedido por el trabajo como necesidad económica; el miedo a las penas legales sustituido como sanción por el miedo al hambre».
«En menos de un año», concluye Carr, «la NEP había reproducido las características esenciales de una economía capitalista».
Acumulación socialista primitiva
A partir del acto inicial de permitir a los campesinos vender los excedentes de grano, se había producido una transformación en toda la economía. Tirando de este único hilo, el comunismo de guerra se deshizo.
Los plenos efectos de la reintroducción de las relaciones de mercado en la agricultura pueden haber sido imprevistos, pero no accidentales. El desmantelamiento del comunismo de guerra expresaba una cierta necesidad.
Las diferentes partes de la NEP constituían un todo interconectado. El primer paso en dirección al mercado llevó al gobierno mucho más lejos de lo que nadie había previsto inicialmente. Las presiones objetivas se impusieron, dejando de lado los deseos subjetivos.
La Unión Soviética no había escapado, ni podía hacerlo, a las leyes del capitalismo. Al mismo tiempo, sin embargo, el Estado obrero no estaba completamente indefenso ante las fuerzas del mercado.
«El estado obrero, aunque ha puesto su economía en el plano comercial, no renuncia sin embargo, incluso en el más próximo período, a ejecutar su plan económico.», explicaba Trotsky en 1922, «no renuncia, sin embargo, a los comienzos de la economía planificada, ni siquiera para el período inmediatamente venidero.»
«El hecho que toda la red ferroviaria y la aplastante mayoría de las empresas industriales ya estén explotadas directamente a cuenta del estado y financiadas por este último», continuó, «hace inevitable la concomitancia de un control del estado centralizado sobre esas empresas con un control automático del mercado.»
La tarea del Estado soviético, según Trotsky, era «ayudar a eliminar el mercado lo más rápidamente posible».
Es importante destacar que el Estado obrero debe utilizar su control sobre el crédito, el comercio exterior y los impuestos para canalizar los recursos hacia la industria estatal.
El monopolio estatal sobre el comercio exterior era una parte esencial de esto. Y tanto Lenin como Trotsky se opusieron a cualquier sugerencia de abolirlo o relajarlo. Esto, subrayaron, fortalecería a los kulaks y a los hombres de la NEP, a expensas del Estado obrero y de la economía planificada.
Estas palancas fiscales y financieras en manos del Estado, esbozó Trotsky, «permiten aplicar a la economía del estado una porción, que no deja de crecer, de los ingresos del capital privado, y ello no solamente en el dominio de la agricultura (impuesto en especie) sino también en el del comercio y la industria».
De este modo, el sector privado se vería «obligado a pagar tributo» a lo que Trotsky llamó «acumulación socialista primitiva», en un guiño al concepto de Marx de la acumulación primitiva de capital.
La lucha entre estas dos fuerzas sociales -que reflejan las presiones de la producción de mercancías y el mercado, por un lado, y la planificación estatal, por el otro- representó, por tanto, una característica fundamental de la economía soviética «de transición».
Las leyes y categorías económicas del capitalismo (dinero, valor, plusvalía, etc.) permanecerían por tanto bajo el Estado obrero, pero ahora de forma modificada, sujetas a un grado cada vez mayor de control consciente.
Recuperación y reconstrucción
En sus primeros años, la NEP ofreció cierto alivio. Tras la catastrófica sequía y hambruna de la región del Volga en 1921-22, las cosechas mejoraron. Y partiendo de una base baja, la industria empezó a recuperarse, principalmente restaurando fábricas en lugar de construir otras nuevas.
Aunque se había recuperado el mercado en la agricultura y el comercio, las industrias clave seguían en manos del Estado. El gobierno toma medidas para organizarlas y planificarlas mejor.
Ya en 1920, el «Consejo de Defensa» había sido restablecido como «Consejo de Trabajo y Defensa», con la responsabilidad de elaborar un plan económico para todo el país.
En los dos años siguientes se crearon el Gosplan y el Gosbank. El primero se encargaba de la planificación general a largo plazo. Esto incluía preparar previsiones, objetivos, balances y presupuestos de producción y consumo; supervisar la construcción de grandes proyectos industriales y de infraestructuras; y garantizar la coordinación entre los departamentos económicos. El segundo era el banco central soviético.
Ambos complementaron a la Vesenkha, que siguió planificando y gestionando la industria estatal a través de sus glavki (trusts).
La recuperación económica continuó en los años siguientes, aunque con algunos reveses importantes.
La más notable fue la «crisis de las tijeras» de 1923, llamada así por la creciente divergencia entre los precios agrícolas y los industriales.
En la fase inicial de la NEP, los campesinos se beneficiaron de la subida de los precios de los cereales y de la bajada de los precios de los bienes de consumo. Ahora, como la producción agrícola crecía más rápidamente que la industrial, estos precios cambiaron de lugar en términos relativos. Mientras tanto, todos los precios aumentaban en comparación con los ingresos, a pesar de los intentos del gobierno por controlar la inflación.
Se introdujeron controles de precios sobre los bienes industriales producidos por el Estado. Pero esto sólo condujo a una mayor escasez. El resultado fue el aumento de las tensiones entre el campo y la ciudad, y el antagonismo del campesinado, que cada vez más sentía que salía perdiendo.
Este episodio puso de manifiesto la inestabilidad inherente a la economía soviética; la dificultad de lograr un crecimiento armonioso sobre la base de un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas; y las explosiones sociales que podían estallar en cualquier momento. No era tanto un caso de «tijeras» como de equilibrio sobre el filo de una navaja.
En 1925-26, la capacidad industrial existente había vuelto a funcionar en su mayor parte, y la producción agrícola e industrial alcanzaba los niveles de antes de la guerra.
La atención del partido ya no se centraba en la lucha inmediata por la supervivencia, sino en la «reconstrucción», es decir, en preparar el terreno para la siguiente fase de desarrollo de la economía. La forma que adoptaría era objeto de gran debate.
A estas alturas, sin embargo, la discusión no se limitaba a los aciertos y errores de la política económica. Era una lucha política sobre el destino de la revolución.
Auge de la burocracia
Lenin había descrito la introducción de la NEP como un compromiso con la pequeña burguesía; una derrota y una retirada, pero en última instancia necesaria; un intento de ganar tiempo hasta que se pudiera proporcionar un salvavidas a través de revoluciones exitosas en otros lugares.
Sin embargo, con su dependencia de los métodos de mercado, la NEP tuvo importantes consecuencias políticas. Nutrió económicamente a los kulaks, comerciantes privados y otros elementos capitalistas, aumentando su peso social en comparación con la clase obrera. Paradójicamente, estas capas parasitarias se beneficiaban más del Estado obrero que los propios trabajadores.
Esto, a su vez, contribuyó al ascenso de la burocracia estalinista.
La clase obrera estaba alienada de su propio Estado y de la producción, por agotamiento. Los bolcheviques tenían que confiar en una casta de viejos funcionarios, administradores y especialistas para dirigir la sociedad. Y había una necesidad objetiva de, en palabras de Trotsky, » un agente de policía que mantenga el orden» en condiciones de necesidad generalizada.
El fortalecimiento de los hombres de la NEP y los kulaks aceleró este proceso, presionando a la burocracia para que se adaptara al nuevo marco mercantilizado, y para que se apoyara en las tendencias capitalistas de la sociedad soviética.
Por lo tanto, junto con la NEP, Lenin exigió una campaña contra la burocracia y el arribismo en el Estado y el partido, y medidas para reforzar la democracia obrera. Si se iban a hacer concesiones económicas a las capas capitalistas y pequeñoburguesas, había que contrarrestarlas con medidas políticas para fortalecer el Estado obrero.
En octubre de 1923, con Lenin incapacitado por su mala salud, Trotsky y sus partidarios fundaron la Oposición de Izquierda, para luchar contra la degeneración burocrática del partido y defender el Estado obrero como Estado obrero. Su programa incluía duras críticas a la NEP, por su papel en alimentar a los kulaks, comerciantes e intermediarios.
Al otro lado estaba la Oposición de Derecha, dirigida por Bujarin. En los tiempos del comunismo de guerra, Bujarin había estado más cerca de los ultraizquierdistas. Pero más tarde viró bruscamente en la otra dirección, convirtiéndose en un ferviente defensor de estimular el crecimiento a través de los medios del mercado, resumido en su llamamiento al campesinado: «¡Enriqueceos!»
En medio estaba la Troika: el triunvirato de Stalin, Zinóviev y Kámenev, que representaba los intereses de la creciente burocracia. Trotsky describió esta facción como «centrista», es decir, revolucionaria en el lenguaje pero reformista en los hechos.
La muerte de Lenin en 1924 fue sin duda un duro golpe. Pero su muerte no fue el factor decisivo en la degeneración del Partido Bolchevique y del Estado soviético. Como comentó más tarde su compañera Krupskaya, si Lenin hubiera seguido vivo, también habría acabado en uno de los campos de prisioneros de Stalin.
Líneas de batalla trazadas
La cuestión de cómo debía desarrollarse industrialmente la URSS se convirtió en este periodo en un importante punto álgido de la lucha entre las alas proletaria y pequeñoburguesa del Partido Comunista.
Ambas partes estaban a favor de la industrialización. La cuestión era cómo lograrla y a qué ritmo.
Trotsky y sus partidarios pidieron que se elaborara y aplicara un plan de industrialización transformadora. Decían que debía darse prioridad a la inversión en la industria a gran escala, en fábricas que pudieran producir no sólo medios de producción (incluidos materiales como acero y productos químicos), sino también los «medios de producción de los medios de producción»: equipamiento industrial, máquinas herramienta, etc.
Para mejorar la productividad de la tierra, había que mecanizar y modernizar la agricultura. Para ello era necesario crear granjas colectivas a gran escala, ya que el actual estado primitivo y disperso de la producción campesina – repartida entre 20-25 millones de hogares – no podía dar cabida a tractores y técnicas agrícolas avanzadas.
Es importante destacar que Trotsky y la Oposición de Izquierda hicieron hincapié en que había que incentivar -no obligar- a los campesinos pobres y medios para que se unieran a las granjas colectivas, demostrándoles que éstas podían proporcionarles un mejor nivel de vida que la pequeña agricultura tradicional.
Para lograr ambos objetivos, Trotsky pidió que se emprendieran importantes obras de ingeniería. Esto incluía la construcción de una presa hidroeléctrica en el río Dniéper, para suministrar energía a una nueva oleada de fábricas y granjas modernas.
Sobre la base de tales medidas económicas sistemáticas y radicales, afirmaban Trotsky y sus partidarios, se podría lograr un enorme crecimiento en el espacio de dos planes quinquenales, muy por encima de los objetivos extremadamente modestos fijados por los burócratas del Gosplan.
Los estalinistas ridiculizaron estas sugerencias. Lenin había resumido célebremente el comunismo como «poder soviético más electrificación». Sin embargo, Stalin respondió a la propuesta de Trotsky sobre el Dniéper con la concisa réplica de que sería el equivalente a ofrecer a un campesino «un gramófono en lugar de una vaca».
Los llamamientos a un ambicioso plan quinquenal fueron tachados de irrealistas. Trotsky fue acusado de ser un «superindustrializador». Bujarin, en particular, advirtió que tales políticas conducirían a una ruptura con el campesinado.
En el fondo, estas críticas reflejaban el conservadurismo inherente a la burocracia y los intereses de la pequeña burguesía, en la que se apoyaban Stalin y Bujarin, al igual que la perspectiva del «socialismo en un solo país».
Los estalinistas, temiendo una reacción de los campesinos ante cualquier medida que ejerciera presión económica sobre el campo, pedían que la industrialización se financiara principalmente desde dentro de la propia industria estatal, mediante la reducción de costes y la mejora de la productividad en las empresas nacionalizadas.
Pero tales políticas sólo podían liberar una pequeña cantidad de recursos para reinvertirlos en nuevos medios de producción, de ahí los conservadores objetivos de crecimiento de los estalinistas en esta época.
En su lugar, Bujarin sugirió que se incentivara al campesinado para que produjera el mayor excedente posible de materias primas, que luego podrían intercambiarse por maquinaria y equipamiento industrial en el mercado mundial.
«El propio Bujarin hablaba de llegar al socialismo montado en un jamelgo campesino», señala el historiador económico Alec Nove. «Pero, ¿podría persuadirse al jamelgo campesino para que fuera en la dirección correcta? ¿Sería capaz el partido de controlarlo?».
Éstas fueron las ásperas líneas de batalla en torno a las cuales se desarrolló el debate sobre la reconstrucción de 1925-27: el preludio de la expulsión de Trotsky y la Oposición de Izquierda, los zigzagueos de los estalinistas y la aplicación burocrática del primer plan quinquenal.
Lucha teórica
La lucha entre la mayoría estalinista y la Oposición de Izquierda no sólo se libró en el plano político, sino también en el teórico.
Una obra notable fue La nueva economía, de Yevgeni Preobrazhensky. Escrita en 1926 como respuesta a las políticas de Stalin y Bujarin, fue un intento de desarrollar una teoría de la economía soviética como guía para la acción.
Preobrazhensky pretendía demostrar que el programa de la Oposición de Izquierda era correcto y necesario: correcto al destacar el potencial de una rápida industrialización; y necesario para dominar la ciencia de la planificación y el desarrollo de las fuerzas productivas según las líneas socialistas.
En comparación, argumentó que Bujarin y Stalin -que en ese momento estaban aliados- habían abandonado el socialismo científico en lo que respecta a la política económica.
Los estalinistas actuaban empíricamente, movidos por el «pragmatismo» y los estrechos intereses burocráticos, no por consideraciones teóricas. Al igual que los economistas burgueses de hoy, no tenían una comprensión real de su propio sistema.
La burocracia y sus representantes se vieron empujados por los acontecimientos. Sin reconocerlo, aplicaban una política totalmente conforme a la ley del valor, cuya conclusión lógica era la plena reintegración de la URSS en el mercado mundial capitalista.
Marx explicaba que, en un sistema de mercado sin obstáculos, el capital fluye hacia los sectores que proporcionan la mayor tasa de beneficios. Aplicado a Rusia en los años de la NEP, esto significaba dirigir la inversión hacia la agricultura, dado lo que los economistas burgueses llamarían la «ventaja comparativa» del país: su abundancia de mano de obra rural, comparada con su escasez de maquinaria. Y esto, en esencia, es lo que pedían Bujarin y Stalin.
La Oposición de Izquierda explicó que las sugerencias de los estalinistas no conducirían al socialismo, sino al retorno del capitalismo. En lugar de desarrollar la industria estatal, esta estrategia sólo haría que la economía soviética dependiera más de la exportación de materias primas, como un país colonial.
Además, al insistir en que el desarrollo industrial debía autofinanciarse desde el sector estatal, los estalinistas garantizaban un ritmo lento de crecimiento económico y, por tanto, una brecha cada vez mayor entre la Unión Soviética y los países capitalistas avanzados.
Sobre esta base, Rusia no se industrializaría, sino que se mantendría en un estado de atraso permanente, bajo el dominio del imperialismo y del mercado mundial.
Al mismo tiempo, al centrarse en la producción agrícola, se fortalecería la posición de los campesinos más ricos. Con el tiempo, esto produciría un conflicto entre el campo y el Estado obrero, en el que los campesinos ricos exigirían un acceso directo y libre al mercado mundial en sus propios términos.
A menos que se tomaran medidas activas para subvertir este proceso y privar al sector privado de su riqueza, enfatizaron Trotsky y Preobrazhensky, la acumulación continuaría a favor de los elementos capitalistas de la sociedad.
En conjunto, estas presiones plantearían en última instancia la cuestión -y el peligro- de la restauración capitalista.
En su lugar, Trotsky y la Oposición de Izquierda enfatizaron la necesidad de lo que llamaron la «ley de la acumulación socialista primitiva» .
Como se ha explicado anteriormente, este término establecía una analogía con la fase más temprana del capitalismo, cuando el incipiente sistema burgués aún estaba reuniendo la riqueza y los recursos necesarios para desarrollar la industria sobre la base del beneficio.
Este desarrollo capitalista preliminar, explicó Marx en El Capital, no se basaba en el intercambio equitativo, es decir, en la adhesión a la ley del valor, sino en el pillaje y el saqueo, a través del colonialismo, la esclavitud y la fuerza del Estado.
Del mismo modo, la Oposición de Izquierda argumentaba que, debido a su atraso y aislamiento, la Unión Soviética tendría que acumular los recursos para la industrialización mediante un intercambio desigual con los sectores no estatales de la economía. Esto, argumentaban, era una necesidad inevitable que debía ser comprendida y traducida en la política del partido en consecuencia.
En la práctica, esto significaba fijar precios, imponer impuestos y utilizar el monopolio del Estado sobre las finanzas y el comercio exterior, de modo que los recursos fluyeran desde los campesinos y los comerciantes privados hacia el Estado obrero.
Sobre esta base, la acumulación podría acelerarse en el sector estatal, principalmente a expensas de los kulaks y los hombres de la NEP, y el país podría convertirse en una potencia industrial moderna. Sin esto, la economía soviética seguiría atrasada, dependiendo de una masa de mano de obra poco productiva.
La acumulación socialista primitiva sería necesaria hasta que las fuerzas productivas estuvieran suficientemente desarrolladas y la planificación socialista fuera victoriosa – hasta que se alcanzara la primera fase del comunismo, y el Estado, el dinero y los antagonismos de clase pudieran empezar a extinguirse.
En este sentido, las exigencias de la acumulación socialista primitiva eran para el régimen soviético de transición una ley tan objetiva como la ley del valor, que también se hizo sentir.
Tanto Trotsky como Preobrazhensky subrayaron, sin embargo, que la ley del valor no había desaparecido. La prevalencia de las relaciones de mercado, tanto interna como externamente, mantenía esta presión, al igual que la inmadurez de las fuerzas productivas y las continuas condiciones de escasez.
Estos factores objetivos limitaban a los planificadores soviéticos. La economía no podía crecer a un ritmo arbitrario y vertiginoso. Esto provocaría escasez, inflación y estallidos sociales, todos ellos síntomas de la ley del valor.
Pero la potencia de la ley se había visto atenuada por la creciente fuerza del sector estatal y de la planificación. La asignación de mano de obra y medios de producción ya no estaba regulada simplemente por las fuerzas ciegas del mercado, sino también por la contabilidad y la organización.
Como dijo Preobrazhensky, ahora había «una nueva forma de lograr el equilibrio en el sistema económico, asegurado por el gran papel de la previsión consciente y el cálculo práctico de la necesidad económica.»
«Operan al mismo tiempo dos leyes con tendencias diametralmente opuestas», afirmó Preobrazhensky. En la ley del valor, «nuestro pasado pesa sobre nosotros, se esfuerza obstinadamente por seguir existiendo y hacer retroceder la rueda de la historia». A la inversa:
Cuanto más organizada está la economía estatal, cuanto más estrechamente unidos están sus diferentes eslabones por un plan económico operativo… más fuerte es su resistencia a la ley del valor, mayor es su influencia activa sobre las leyes de la producción de mercancías, más se transforma ella misma… en el factor de regularidad más importante de toda la economía.»
Del mismo modo, el teórico marxista Ted Grant explicó que en una sociedad de transición, que intenta avanzar hacia el socialismo, «se aplican algunas leyes propias al capitalismo y otras propias al socialismo. Después de todo este es el significado de transición».
Se trataba, en esencia, de una batalla entre el viejo modo de producción y la nueva sociedad que pugnaba por nacer.
Trotsky compartía la valoración de Preobrazhensky de la necesidad de una «acumulación socialista primitiva». Pero argumentó enérgicamente contra cualquier aplicación burda y mecánica del concepto.
Un desarrollo armonioso era vital -sobre todo desde el punto de vista político – para mantener el vínculo entre la clase obrera urbana y las masas campesinas pobres. No se puede sugerir el «saqueo» del campesinado, como el capitalismo europeo había hecho con sus colonias.
El crédito, los impuestos y la fijación de precios deben orientarse hacia un «intercambio desigual», esbozó Trotsky, favoreciendo a las ciudades y a la industria frente al campo. Pero no hay que llevar las cosas al punto de crisis, provocando un enfrentamiento abierto entre el campesinado y el Estado obrero.
Además, Trotsky subrayó que el nivel de vida no debía sacrificarse alegremente para garantizar el ritmo más rápido posible de industrialización. Los obreros y los campesinos deben poder sentir que se está progresando.
Sobre todo, subrayó Trotsky, la reivindicación de la «acumulación socialista primitiva» no debe asociarse a la del «socialismo en un solo país», como propugnan los estalinistas.
Incluso si el programa económico de la Oposición de Izquierda hubiera sido adoptado en su totalidad, esto por sí solo no habría llevado a la instauración del socialismo, mientras la Unión Soviética permaneciera aislada y rodeada por el mercado capitalista. No había solución sin una revolución mundial.
Colectivización forzosa
El peligro del enfoque empírico de los estalinistas no tardó en hacerse evidente.
Tras derrotar a Trotsky y a la Oposición Unida en el XV Congreso del partido, en diciembre de 1927, Stalin empezó a vestirse con sus ropajes y a virar hacia la izquierda. De repente se convirtió en un defensor de la industrialización rápida y empezó a amonestar a Bujarin y a la Oposición de Derecha por adaptarse a las tendencias burguesas.
Había factores económicos que empujaban a este giro de 180 grados. Como había advertido la Oposición de Izquierda, los kulaks y los campesinos ricos se habían envalentonado con la NEP. Y se resistieron a cualquier intento de frenarlos. En particular, eran hostiles a la socialización de la agricultura, que amenazaba sus intereses.
Sin embargo, sin colectivización, y a su vez mecanización y electrificación, era imposible mejorar la productividad de la tierra. Y sin un mayor rendimiento de los cultivos, no había forma de alimentar a la creciente población urbana, componente necesario de la industrialización.
«El campesinado», comenta Carr, «se vería obligado a suministrar cantidades cada vez mayores de productos agrícolas a las ciudades e industrias en expansión». Si esto «impusiera una presión demasiado grande sobre el campesino», sin embargo, «reduciría sus entregas de productos agrícolas, acapararía sus excedentes, reduciría sus siembras para el mercado y se replegaría a la autosuficiencia».
«Sobre esta delicada cuestión iban a girar las relaciones entre el régimen y el campesinado», concluye Carr.
Preocupados por purgar a la izquierda, los estalinistas ignoraron este conflicto latente durante un tiempo. Pero el deterioro del abastecimiento de grano a finales de 1927 puso las cosas en su sitio.
A medida que se cumplían las advertencias de la Oposición de Izquierda, la burocracia se vio obligada a llevar a cabo una política de «acumulación socialista primitiva», pero de la manera más torpe y reaccionaria.
Tras haberse apoyado en la pequeña burguesía para asestar golpes a la izquierda, Stalin se apoyaba ahora en la clase obrera para asestar golpes a la derecha, en ambos casos para reforzar su propia posición y poder.
Este brusco giro desorientó a muchos de los que se habían alineado con Trotsky. Esto incluía a Preobrazhensky, que concluyó que, puesto que la burocracia estaba ahora llevando a cabo su propia versión de sus recomendaciones, había llegado el momento de «hacer las paces con la mayoría del partido sobre la base del nuevo curso.»
Trotsky, por su parte, predijo que el giro de los estalinistas no conduciría al socialismo, sino al desastre, y a un mayor fortalecimiento de la burocracia reaccionaria.
Los acontecimientos no tardaron en confirmar sus predicciones. Sin productos manufacturados que ofrecer a cambio de grano, el gobierno recurrió a medidas represivas para resolver la crisis agrícola.
Desde principios de 1928, la burocracia estalinista emprendió una campaña cada vez más coercitiva contra los kulaks y su acaparamiento y especulación. Pero los funcionarios del Estado no solían hacer distinciones entre las capas más ricas y los campesinos medios y pobres, obligando a estos últimos a echarse en brazos de las primeras. Los recuerdos del comunismo de guerra aún estaban frescos.
Muy pronto, Stalin exigió la colectivización forzosa y la «liquidación de los kulaks como clase». Pero esto no hizo sino agravar la crisis alimentaria.
Como el Estado acaparaba todo el grano que podía, quedaba poco en el campo para alimentar a los campesinos y su ganado. Esto también significaba menos caballos y estiércol para los campos, lo que afectaba aún más a los rendimientos.
En 1932, la producción agrícola había caído al 73% de su nivel de 1928. En las ciudades se formaron colas para comprar pan. Volvió el racionamiento. Reaparecieron los «hombres del saco». Y millones de personas murieron de desnutrición y enfermedades.
Objetivos y crisis
En un segundo plano, los funcionarios de Gosplan y Vesenkha se afanan en formular el primer plan quinquenal. Después de haber sido presionados para que moderaran sus propuestas, los objetivos hiperambiciosos eran ahora la norma.
Entre los economistas soviéticos se debatía si la planificación debía ser «genética» o «teleológica». Los partidarios de la primera creían que la planificación debía limitarse a prever los cambios económicos orgánicos y anárquicos. Los partidarios de la segunda insistieron en la necesidad de fijar objetivos y moldear la sociedad en consecuencia mediante esfuerzos conscientes.
En términos generales, los «genetistas» estaban asociados con la derecha y con una mayor confianza en los métodos de mercado para lograr el equilibrio económico. Los «teleólogos» reflejaban la perspectiva subjetivista de la burocracia estalinista: la creencia de que la planificación de la producción requería simplemente fuerza de voluntad y mano dura.
Fueron las opiniones de los teleólogos y los estalinistas las que moldearon el primer plan quinquenal, lanzado oficialmente en octubre de 1928. Pero sus objetivos no se aprobaron formalmente hasta la primavera siguiente, una vez derrotada la oposición de derechas. La NEP había terminado.
A pesar de sus limitaciones burocráticas y sus costes sociales, la planificación soviética generó un enorme progreso. Incluso las estimaciones burguesas sugieren que la economía creció en torno al 62-72 por ciento bajo el primer y segundo plan quinquenal, entre 1928-37. La producción per cápita aumentó un 60 por ciento. La producción per cápita aumentó un 60%.
La industria se desarrolló y reequipó rápidamente. El país se transformó gracias a proyectos impresionantes como la presa hidroeléctrica del Dniéper, cuya construcción comenzó en 1927, sólo unos meses después de haber sido desestimada por Stalin. La educación y la sanidad experimentaron mejoras espectaculares. La Unión Soviética salió de su atraso y entró en la era moderna.
En ese mismo periodo, mientras tanto, las economías occidentales se veían sacudidas por la crisis más profunda de la historia del capitalismo: la Gran Depresión.
Sin embargo, desde el principio, el potencial de la planificación se vio obstaculizado por el enfoque poco científico y autoritario de la burocracia soviética. Puede que Stalin y sus apparatchiks hubieran cambiado de tono desde los días de la NEP, pero todos sus defectos burocráticos permanecían.
Bujarin había llamado a la industria a adaptarse a la agricultura, a ser esclava del campesinado. Pero ahora los planificadores burocráticos fijaban objetivos sin preocuparse de los auténticos límites físicos, productivos o políticos.
Se ignoraron los consejos de ingenieros y especialistas, así como los datos y modelos científicos, en favor de objetivos basados en el prestigio y no en los hechos. El objetivo declarado era alcanzar a las potencias imperialistas lo antes posible y a cualquier precio.
El conservadurismo de los estalinistas en los años de la NEP fue sustituido ahora por el aventurerismo. Pero la filosofía subyacente a ambos enfoques era la misma: empirismo y subjetivismo, la idea de que la economía soviética no se regía por leyes y límites objetivos que era necesario comprender para orientar las decisiones.
Como afirmó con franqueza Stanislav Strumilin, uno de los arquitectos del primer plan quinquenal:
«Nuestra tarea no es estudiar economía, sino cambiarla. No estamos sujetos a ninguna ley. No hay fortalezas que los bolcheviques no puedan asaltar. La cuestión del tempo [de la industrialización] está sujeta a la decisión de los seres humanos.»
Pero a pesar de las vanagloriosas declaraciones de la burocracia, el desarrollo de la economía soviética bajo el primer plan quinquenal estuvo lejos de ser una marcha ascendente ininterrumpida. Hubo momentos en los que el crecimiento se tambaleó. En 1931-32 se produjo una brusca desaceleración.
La Unión Soviética se enfrentaba a algo que ni siquiera los bolcheviques pudieron «asaltar»: las limitaciones impuestas por su propia dinámica interna y por la presión externa del capitalismo mundial.
Los sectarios superficiales interpretaron esta evidencia en el sentido de que la Unión Soviética era una forma de «capitalismo de Estado». Pero las crisis económicas de la URSS eran de una naturaleza fundamentalmente diferente a las observadas bajo el capitalismo.
Las crisis económicas bajo el capitalismo son, en su raíz, el resultado de la sobreproducción: un exceso generalizado de acumulación de capital en toda la economía; una contradicción fundamental, derivada de la ley del valor y de los orígenes del beneficio (plusvalía): el trabajo no remunerado de la clase obrera.
Las crisis de la Unión Soviética, por el contrario, eran crisis de subproducción, derivadas de la planificación burocrática; de los dirigentes estalinistas que fijaban objetivos poco realistas y luego forzaban a toda la economía a cumplirlos, creando desgarros y rupturas, desproporciones y cuellos de botella, escasez e inflación.
La crisis en el capitalismo es una indicación de que las fuerzas productivas han superado los límites del mercado, que la acumulación capitalista ha ido demasiado lejos, lo que se expresa en un exceso de mercancías sin vender.
La crisis en la economía soviética burocráticamente planificada era una señal de que los objetivos habían sobrepasado los límites de las fuerzas productivas, que la acumulación socialista no había ido lo suficientemente lejos, expresada en filas de estanterías vacías.
Como comenta Ted Grant:
«El Estado puede ahora regular, pero no arbitrariamente, sólo dentro de los límites de la ley del valor. Cualquier intento de violarla y pasar más allá de los límites estrictos impuestos por el desarrollo de las fuerzas productivas, inmediatamente termina en la reafirmación de la dominación de la producción sobre el productor… La ley del valor no es eliminada, sino que es modificada.»
Tras oponerse a las leyes del mercado capitalista, la burocracia se encontró con otras leyes que no comprendía. Esto tendría importantes consecuencias para el destino de la URSS.
Ciencia de la planificación
A medida que el primer plan quinquenal llegaba a su fin, era evidente que los problemas se acumulaban en la economía soviética. Sin embargo, la burocracia hizo la vista gorda y siguió adelante con el segundo plan quinquenal, fijando objetivos aún más ridículos y silenciando a quienes protestaban.
Aumentó la tensión entre las ciudades y el campo. Crecieron los desequilibrios entre los distintos sectores de la economía. La cantidad y la calidad de los productos se deterioraron. Los trabajadores se vieron sometidos a un esfuerzo físico desmesurado, obligados a trabajar jornadas demenciales y a vivir en condiciones de hacinamiento y deterioro. Las purgas de Stalin agravaron las contradicciones.
Trotsky observó estos desastres desde el exilio, tras haber sido expulsado de la URSS en 1929.
«Todo el problema es que los salvajes saltos de la industrialización han llevado a los diversos elementos del plan a una grave contradicción entre sí», escribió en 1932. «El problema es que los instrumentos sociales y políticos para determinar la eficacia del plan se han roto o destrozado. El problema es que las desproporciones acumuladas amenazan con sorpresas cada vez mayores.»
«El quid de la cuestión es que no hemos entrado en el socialismo», continuó. «Estamos lejos de dominar los métodos de la regulación planificada. Estamos cumpliendo sólo la primera hipótesis aproximada, cumpliéndola mal, y con los faros aún sin encender. Las crisis no sólo son posibles, sino inevitables».
El problema era el enfoque burocrático de la planificación soviética, derivado de la privación de derechos de la clase obrera en la gestión de la sociedad; de la naturaleza deformada del Estado obrero.
La planificación es una ciencia que hay que poner a prueba, explicó Trotsky. «Es imposible crear a priori un sistema completo de armonía económica», advirtió. «Sólo la regulación continua del plan en el proceso de su cumplimiento, su reconstrucción en parte y en su conjunto puede garantizar la eficacia económica».
No existe una «mente universal», subraya, que pueda «elaborar un plan económico impecable y exhaustivo, empezando por el número de acres de trigo hasta el último botón de un chaleco».
Y, sin embargo, eso es exactamente lo que intentaba la burocracia, calcular los balances físicos -entradas y salidas de todos los principales materiales e industrias estatales- de arriba abajo, desde la comodidad de sus oficinas de Moscú, con escasa conexión con la realidad sobre el terreno.
En cambio, Trotsky continuó:
«Los innumerables protagonistas de la economía, estatal y privada, colectiva e individual, no sólo harán pesar sus necesidades y su fuerza relativa a través de las determinaciones estadísticas del plan sino también de la presión directa de la oferta y la demanda.»
En el período de transición, Trotsky subrayó: «El mercado controla y, en considerable medida, realiza el plan… Los anteproyectos de los departamentos deben demostrar su eficacia económica a través del cálculo comercial».
En otras palabras, el Estado obrero tendría que utilizar las señales de los precios para probar, corroborar y actualizar cualquier plan económico; para identificar los puntos conflictivos y las carencias; y con ello, para asignar conscientemente los recursos y la inversión con el fin de lograr un desarrollo armonioso y un crecimiento equilibrado.
Un régimen proletario sano no sería una víctima indefensa e ignorante de la ley del valor, sino que esgrimiría esta ley como una herramienta entre muchas otras para planificar la producción y la distribución. «El socialismo no arroja de su seno al dinero como medio de contabilidad económica creado por el capitalismo sino que lo socializa,» señaló Trotsky.
Esto, a su vez, requería una moneda estable. Pero la burocracia estaba socavando la capacidad de los chervonets para actuar como patrón monetario fiable al recurrir a la imprenta para tapar agujeros en el presupuesto.
Al igual que los bolcheviques de ultraizquierda habían sido complacientes con la amenaza de la inflación a principios de la década de 1920, los estalinistas estaban ahora lamentablemente equivocados al imaginar que estaban libres de las garras de la ley del valor y de la circulación monetaria.
«Elaborar un plan con una valuta [comercio exterior] inestable es lo mismo que trazar los planos de una máquina con un compás flojo y una regla torcida», declaró Trotsky. «Esto es exactamente lo que está ocurriendo. La inflación del chervonets es una de las consecuencias y a la vez uno de los instrumentos más perniciosos de la desorganización burocrática de la economía soviética.»
Según Trotsky, la planificación no es sólo una ciencia, sino un arte que debe aprenderse con la experiencia.
«El arte de la planificación socialista no cae del cielo ni está plenamente maduro cuando se toma el poder», esbozó. «Por ser parte de la nueva economía y de la nueva cultura sólo lo pueden dominar en la lucha, paso a paso, no unos cuantos elegidos sino millones de personas».
Esto era una cuestión de vida o muerte para la república socialista y para la construcción del comunismo en cualquier lugar: los instrumentos científicos de planificación -como las previsiones y las estadísticas, los balances de materiales y las señales de precios- deben complementarse con una estructura sana de democracia obrera.
Esto significaba recabar información sobre la producción y el consumo de los comités de empresa, los sindicatos y los representantes electos; cotejar continuamente los planes con los hechos e introducir las modificaciones necesarias; e implicar a la clase trabajadora organizada en la gestión de la sociedad.
«Sólo se puede imprimir una orientación correcta a la economía de la etapa de transición por medio de la interrelación de estos tres elementos: la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética», concluye Trotsky, añadiendo:
«Sólo de esta manera se podrá garantizar, no la superación total de las contradicciones y desproporciones en unos pocos años (¡eso es utópico!) sino su mitigación, y en consecuencia el fortalecimiento de las bases materiales de la dictadura del proletariado hasta el momento en que una revolución nueva y triunfante amplíe la perspectiva de la planificación socialista y reconstruya el sistema.»
Lucha por el comunismo
Mientras el monstruoso Estado estalinista ejecutaba comunistas, despojaba de derechos democráticos y estrangulaba la revolución española, anunciaba con orgullo que: «Todavía no hemos, por supuesto, completado el comunismo… pero ya hemos alcanzado el socialismo, es decir, la etapa más baja del comunismo».
Trotsky hizo la siguiente evaluación mordaz de esta afirmación:
Si la sociedad que debía formarse sobre la base de la socialización de las fuerzas productivas de los países más avanzados del capitalismo representaba para Marx la ‘etapa inferior del comunismo’, esta definición no se aplica seguramente a la URSS que sigue siendo, a ese respecto, mucho más pobre en cuanto a técnica, a bienes y a cultura que los países capitalistas.
«Es más exacto, pues», continuó, «llamar al régimen soviético actual, con todas sus contradicciones, transitorio entre el capitalismo y el socialismo, o preparatorio al socialismo, y no socialista.»
En 1959, el líder soviético Nikita Kruschev volvió a repetir las afirmaciones de los estalinistas. Habiendo completado el periodo de construcción socialista, declaró, la URSS estaba lista para dar su «primer paso hacia el comunismo».
Pero a pesar de tales proclamaciones, el objetivo del comunismo nunca se alcanzó en la Unión Soviética en ninguna de sus formas.
La URSS siguió siendo en todo momento un régimen de transición entre el capitalismo y el socialismo. Y en la naturaleza de cualquier régimen de este tipo está el potencial no sólo de progreso, hacia el socialismo, sino también de regresión, hacia el pleno retorno del capitalismo.
A lo largo de las décadas, sobre la base de la planificación, se produjeron avances increíbles en términos de industria y educación. Al mismo tiempo, sin embargo, la burocracia creció hasta convertirse en un tumor debilitador que drenaba lentamente toda la vida de la economía y la sociedad.
En última instancia, esto no condujo al comunismo, sino a la restauración capitalista. Entonces, como ahora, el único camino era la revolución socialista internacional.
Hoy, sobre la base del desarrollo de las fuerzas productivas a escala internacional, las condiciones para el socialismo nunca han sido más favorables.
El proceso de planificación de la producción sería incalculablemente más fácil gracias a la tecnología y las técnicas que se han desarrollado bajo el capitalismo monopolista.
Además, el tamaño, la fuerza y el nivel cultural de la clase obrera -en todos los países- es muy superior al que existía hace un siglo en Rusia. Los trabajadores disponen de competencias y conocimientos más que suficientes para dirigir la economía.
Tras la revolución en los países capitalistas avanzados, con lo último en ciencia, innovaciones e industria, el salto a la primera fase del comunismo podría producirse en el espacio de una generación.
Sin embargo, incluso en este punto, las leyes económicas no desaparecerán por completo. La ley del valor habrá sido primero sometida, y luego disuelta por completo. Pero seguiremos siendo seres materiales. Seguirá habiendo leyes objetivas que rijan la sociedad.
La auténtica libertad bajo el comunismo no vendrá de imaginarnos que estamos libres de tales fuerzas, sino de comprender la necesidad – y aprovechar este conocimiento en nuestro beneficio, para transformar el mundo que nos rodea.
«El control y la planificación, sin embargo, en sus primeras etapas, tendrán lugar dentro de unos límites determinados», explica Ted Grant. «Esos límites estarán determinados en el nuevo orden social por el nivel tecnológico existente. La sociedad no puede pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad de la noche a la mañana.»
«El reino de la libertad solo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda, pues, conforme a la naturaleza de la cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción material.», subraya Marx. «Así como el salvaje tiene que luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para encontrar el sustento de su vida y reproducirla, el hombre civilizado tiene que hacer lo mismo, bajo todas las formas sociales y bajo todos los posibles sistemas de producción.»
Marx concluye:
«En una fase superior de la sociedad comunista, … cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!».
Este es el futuro comunista por el que debemos organizarnos y luchar.