La catástrofe alemana de 1923

En el verano de 1923, Alemania se encontró en medio de una intensa efervescencia revolucionaria. Pero esta oportunidad histórica para que la clase obrera tomara el poder se desaprovechó, con consecuencias devastadoras, no sólo para Alemania, sino para el curso de la revolución socialista mundial. En este artículo, que conmemora el centenario del dramático fracaso de la Revolución alemana en octubre de 1923, Tatjana Pinetzki explica cómo se llegó a esta situación, los errores de los dirigentes y el impacto de estos acontecimientos en la historia mundial.


«Ninguna otra nación ha experimentado nada comparable a los acontecimientos de 1923 en Alemania. Todas las naciones pasaron por la Gran Guerra, y la mayoría de ellas experimentaron también revoluciones, crisis sociales, huelgas, redistribución de la riqueza y devaluación de la moneda. Ninguna, salvo Alemania, ha vivido el extremo fantástico y grotesco de todo ello junto; ninguna ha experimentado la gigantesca y carnavalesca danza de la muerte, la interminable y sangrienta Saturnalia, en la que no sólo el dinero sino todos los estándares perdieron su valor.»

La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia dio un poderoso impulso a la revolución socialista mundial. Lenin y los bolcheviques comprendieron claramente que la supervivencia de la joven república soviética dependía de la ayuda del proletariado internacional y de nuevas revoluciones victoriosas en Europa. Por encima de todo, dirigieron su mirada a la clase obrera alemana, que en el periodo revolucionario entre 1918 y 1923 tuvo varias oportunidades para romper el dominio de la clase capitalista y de los Junkers prusianos.

La Revolución de noviembre de 1918 no sólo sacó a Alemania de la Primera Guerra Mundial, sino que acabó con el propio Imperio alemán, derrocando al último emperador Hohenzollern, Guillermo II. Pero gracias a la dirección reformista del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y a los sindicatos vinculados a él, el capitalismo se salvó. En lugar de ser sustituido por una república socialista, el Imperio alemán se convirtió en la República burguesa de Weimar. 

Otros levantamientos revolucionarios también fracasaron, no sólo por el traicionero papel de los reformistas, sino también porque el inmaduro Partido Comunista de Alemania (KPD) había sido despojado de sus principales figuras -sobre todo Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht- por la contrarrevolución.

El punto de inflexión decisivo llegó finalmente en 1923. Fue un año marcado por profundas convulsiones políticas y un colapso económico extremo. Al KPD, convertido ya en un partido de masas, se le presentó por fin la oportunidad de cumplir su papel histórico y conducir a la clase obrera al poder.

Una paz para acabar con todas las paces

El Tratado de Versalles puso fin formalmente al estado de guerra entre Alemania y las potencias aliadas el 28 de junio de 1919. Este humillante acuerdo tuvo consecuencias devastadoras para Alemania, a la que se consideró como única culpable de la guerra. 

La Alemania derrotada debía asumir toda la responsabilidad: tendría que desarmarse, hacer considerables concesiones territoriales y pagar reparaciones a las potencias vencedoras.

Francia era la más agresiva de las potencias aliadas. El Primer Ministro Georges Clémenceau, en particular, estaba ansioso por debilitar a Alemania política y económicamente. La burguesía francesa se apoderó de la región industrial de Alsacia-Lorena, de importancia estratégica, y puso sus ojos en Renania. Esperaban reforzar su posición en Europa gracias a las ventajas económicas adquiridas.

Lejos de liberar a las naciones antes sometidas al yugo del imperialismo alemán, las potencias vencedoras se repartieron entre sí las colonias alemanas, así como las regiones fronterizas del imperio derrocado. 

La suma total de las reparaciones exigidas ascendía a la insoportable cifra de 226.000 millones de marcos oro. Las reparaciones resultaron imposibles de pagar, incluso después de haber sido reducidas a 132.000 millones de marcos en 1921. Las reparaciones se pagaban no sólo en dinero, sino también en carbón, acero, madera y productos agrícolas. Se enviaron a Francia locomotoras, camiones e incluso vacas. 

Ocupación del Ruhr

En 1922, Alemania tenía cada vez más dificultades para hacer frente al pago de las reparaciones. El 26 de diciembre, la Comisión Aliada de Reparaciones concluyó por unanimidad que Alemania no había cumplido sus obligaciones. 

El 9 de enero de 1923, la Comisión declaró que Alemania retenía deliberadamente los suministros. Francia, bajo el mando del Primer Ministro Poincaré, y Bélgica marcharon con 60.000 soldados a la cuenca del Ruhr, centro de la producción alemana de carbón y acero. 

Al día siguiente, el canciller del Reich, Wilhelm Cuno , anunció que se opondría a la ocupación. Fue una medida inusualmente audaz, que su gobierno acabaría lamentando.

El Reichstag acordó un plan de «resistencia pasiva» que prohibía toda colaboración con las autoridades de ocupación y el pago de indemnizaciones. En todas partes se produjeron manifestaciones masivas contra las tropas francesas. En algunos casos, los industriales y los sindicatos hicieron un llamamiento conjunto a la protesta. 

El llamamiento del gobierno de Cuno a la resistencia galvanizó involuntariamente la lucha de clases. La clase obrera respondió con entusiasmo al llamamiento a la resistencia y las luchas se radicalizaron rápidamente. La unidad nacional entre obreros y capitalistas se desmoronó rápidamente al hacerse más evidentes las contradicciones de clase. 

Los capitalistas, por el contrario, cooperaron secretamente con los franceses en las entregas de carbón, desafiando el plan del Reichstag. Cuando se les ofreció el pago en metálico, los burgueses no dudaron en romper su «resistencia pasiva». Obtuvieron enormes beneficios, mientras pedían a los trabajadores que hicieran grandes sacrificios en nombre de la resistencia a las potencias aliadas. 

Esto se convirtió en una excusa para hacer recaer el peso de la crisis económica general sobre los hombros de la clase trabajadora, especialmente a través de la inflación. Industriales como Hugo Stinnes llegaron a exigir la abolición de la jornada de ocho horas y tacharon de «antipatrióticas» las reivindicaciones de salarios más altos .

Los especuladores de la inflación

La inflación que experimentó Alemania no se debió simplemente a las reparaciones. El Imperio Alemán había financiado su esfuerzo bélico emitiendo bonos nacionales, es decir, deuda pública. Pero éstos eran insuficientes para cubrir los costes de la guerra. Por ello, el gobierno imprimió moneda y aplicó una política crediticia flexible. 

La cantidad de dinero en circulación pasó de 2.900 millones de marcos al estallar la guerra en agosto de 1914 a 18.600 millones en diciembre de 1918. Al final de la guerra, la deuda total del país ascendía a 156.000 millones de marcos. El valor exterior del marco había caído casi a la mitad en relación con el periodo anterior a la guerra. Las reparaciones se sumaron a todo esto. Para pagarlas, el gobierno recurrió una vez más a la imprenta, multiplicando por seis la cantidad de papel moneda en circulación. 

La resistencia pasiva también alimentó la inflación. La producción disminuyó mientras proliferaba el papel moneda en circulación, y el gobierno empeoró la situación subvencionando la pérdida de beneficios de los industriales del Ruhr, utilizando dinero que no tenía. Además, el Estado se hizo cargo de los salarios de los obreros de las fábricas paradas por la resistencia pasiva.

Mientras las empresas más pequeñas quebraban, las industrias que producían para el mercado de exportación florecían, ya que podían vender a precios más baratos que sus competidores extranjeros con el marco devaluado, recibiendo beneficios en dólares o en oro. Hugo Stinnes pudo así adquirir a crédito todo un imperio industrial… que pagó con papel moneda sin valor. Esto le valió el título de «rey de la inflación». 

Entre los que se beneficiaron espléndidamente de la inflación se encontraban los terratenientes del Elba oriental, que pagaron fácilmente sus deudas, ahora sin valor. Muchos campesinos también se beneficiaron de la inflación. Como el dinero ya no valía nada, los campesinos se aferraron a sus productos, mientras que las clases medias arruinadas se vieron obligadas a intercambiar todo lo que les quedaba -herencias, joyas, abrigos de piel, etc.- por alimentos.

Los perdedores de la inflación

La inflación se convirtió en hiperinflación. En pocos meses, la clase obrera se vio sumida en la pobreza más absoluta. Mientras tanto, la pequeña burguesía urbana también se veía abocada a la ruina a medida que la inflación devoraba sus ahorros e ingresos. Los pensionistas y los beneficiarios de la asistencia social (parados, veteranos y discapacitados de la guerra) se enfrentan a la miseria más absoluta.

Poco después de recibir el dinero, la suma quedaba sin valor. A principios de agosto de 1923, el literato Victor Klemperer escribió en su diario lo que observó en un café:

«El tablón de precios mostraba 6.000 M. Eso desapareció mientras se lo bebía. Cuando fue a pagar, el camarero le pidió 12.000. Ella dijo que antes ponía 6.000. ‘Ah, ¿ya estaba aquí con el precio anterior? Entonces pague 6.000′. «

En 1919, el precio del pan era de 36 pfennigs. En septiembre de 1923, en plena hiperinflación, la misma hogaza costaba 20.100 millones de marcos. El consumo de trigo cayó un 66%. Muchas familias apenas podían permitirse la carne. El café se convirtió en un bien de lujo.

La pobreza se hizo aún más amarga. En su visita a Alemania la comunista rusa, Larissa Reissner, escribió:

«Berlín se muere de hambre. En la calle, todos los días se recoge en los tranvías y en las colas a personas que se han desmayado de agotamiento. Conductores hambrientos conducen los tranvías, maquinistas hambrientos empujan sus trenes por los infernales pasillos del metro, hombres hambrientos se van a trabajar o vagan sin trabajo durante días y noches por los parques y las zonas periféricas de la ciudad. «

Condiciones previas de la revolución

Los sindicatos entraron en crisis porque las cuotas de los afiliados perdieron todo su valor. El SPD apoyó al gobierno derechista de Cuno. El KPD, por el contrario, defendía una posición independiente. Llamó a los trabajadores a oponerse tanto a la ocupación del Ruhr como a los ataques de la clase dominante. Su lema era: «Vencer a Poincaré en el Ruhr y a Cuno en el Spree». El 23 de enero, la dirección del KPD publicó un llamamiento en Die Rote Fahne (‘La bandera roja’):

«En esta situación, el proletariado debe saber que tiene que luchar en dos bandos. El proletariado alemán, por supuesto, no puede someterse a los invasores capitalistas. Los capitalistas franceses no son ni un ápice mejores que los alemanes y las bayonetas de las tropas de ocupación francesas no son menos afiladas que las del Reichswehr…

«Sólo si marcháis por todas partes a lo largo y ancho del imperio como una fuerza independiente, como una clase que lucha por sus propios intereses, podréis hacer frente al peligro que reside en el fortalecimiento de la burguesía alemana por el frenesí nacionalista. Sólo si os levantáis separados de la burguesía alemana, deponiendo su comercio, los obreros de los países extranjeros, en primer lugar los obreros franceses, vendrán en vuestra ayuda. «

Se daban las condiciones objetivas para una revolución socialista. Lo que había sido una oleada huelguística de «resistencia pasiva» convocada por Cuno en el Ruhr, se estaba convirtiendo a partir de mayo en una oleada huelguística contra el propio gobierno de Cuno. En los meses de verano, el gobierno de Cuno estaba al borde del colapso. No había avanzado en la cuestión de las reparaciones ni en la estabilización de la moneda. El marco estaba en caída libre.

La clase dominante estaba dividida: un amplio sector deseaba abandonar por completo la resistencia pasiva, mientras que un pequeño sector estaba dispuesto a arriesgarlo todo en una nueva guerra con Francia. Un ala de la clase dominante quería abandonar a Wilhelm Cuno en favor del «anexionista» y representante del capital industrial, Gustav Stresemann, del Partido Popular Alemán (DVP), nacional liberal. Otra ala aspiraba a la dictadura militar.

La clase obrera buscaba una salida a su situación. En el transcurso del primer semestre, cada vez más trabajadores se dirigieron al KPD. En septiembre de 1923, el KPD contaba con unos 295.000 miembros. Jakob Walcher estimó en la reunión ampliada del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC) en junio que 2,4 millones de trabajadores de los sindicatos estaban bajo la influencia de los comunistas. Fritz Heckert informó de que alrededor del 30-35 por ciento de los trabajadores organizados estaban bajo la dirección del KPD.

La pequeña burguesía, sobre todo la clase media urbana, se enfureció y dirigió su mirada hacia los partidos obreros. A este respecto, el historiador Wolfgang Ruge escribió:

» Amplios sectores de las clases medias se unieron más estrechamente al proletariado, participaron en acciones contra la usura y la inflación, en huelgas de inquilinos y en marchas del hambre, empezaron a darse cuenta de que la miseria, la inseguridad y el peligro de guerra sólo podían desterrarse superando el dominio burgués. «

¿A la ofensiva?

La situación requería una cosa por encima de todo: una dirección revolucionaria que dirigiera todas sus energías hacia los preparativos de un levantamiento y la toma del poder.

Pero después de que el partido se lanzara a una aventura ultraizquierdista en 1921, la llamada Acción de Marzo, había sufrido inevitablemente una derrota y había sido severamente castigado. Tras el fracaso de la Acción de Marzo, el KPD había seguido correctamente la táctica del Frente Único, adoptada en el III Congreso de la Internacional Comunista de ese mismo año. Ésta consistía en que los partidos comunistas apelaran a las organizaciones reformistas, incluido el SPD, para desenmascarar a sus dirigentes y atraer pacientemente a la clase obrera a su lado. 

El ala ultraizquierdista del KPD, en torno a Ruth Fischer, Arkadi Maslow y Ernst Thälmann, denunció incesantemente el «curso oportunista» de la dirección del partido y acusó a Brandler de complacer al SPD. Pero sobre la base de esta táctica, el KPD consiguió recuperarse de la derrota de 1921 y ganar a sus filas a una capa más amplia de trabajadores. 

Sin embargo, en 1923 la situación había cambiado; el KPD necesitaba ahora pasar a la ofensiva. Pero la dirección del partido, en torno a Heinrich Brandler y August Thalheimer, se había vuelto demasiado cautelosa, tras haberse quemado los dedos en 1921. En mayo de 1923, el centro del partido se equivocó por completo:

«No estamos en condiciones de instaurar la dictadura del proletariado porque aún no existen las condiciones previas necesarias, la voluntad revolucionaria entre la mayoría de la clase obrera.»

En realidad, la situación no podía ser más favorable. Arthur Rosenberg -historiador y miembro del KPD hasta 1927- recordaba: «Nunca ha habido un periodo en la reciente historia alemana que hubiera sido tan favorable para una revolución socialista como el verano de 1923».

Los izquierdistas del KPD exigieron con indignación que se planteara la cuestión del poder. Exigieron un programa de acción inmediato que incluía la ocupación de fábricas, la introducción del control obrero sobre la producción y milicias obreras en todo el Ruhr. Estas medidas debían abrir la lucha directa por el poder.

Karl Retzlaff, miembro del KPD, escribió sobre aquellos meses de verano:

«Entretanto, las disputas internas en torno a la política y la táctica del KPD se volvieron tan violentas y rencorosas que se llevaron una vez más a la Internacional Comunista. El líder del partido, Brandler, y los miembros más importantes del Comité Central viajaron a Moscú a mediados del verano de 1923 y volvieron a ausentarse durante varias semanas. Estas mismas semanas fueron decisivas para el esperado levantamiento popular».

En realidad, el KPD -junto con el CEIC- debería haber iniciado ya los preparativos para un levantamiento armado en Alemania. Pero la dirección de la Internacional Comunista, al igual que los propios dirigentes del KPD, vaciló. Grigori Zinóviev, entonces presidente del CEIC, afirmó:

» Esto no significa que la revolución vaya a llegar en un mes o en un año. Quizás se necesite mucho más tiempo. Pero en el sentido histórico Alemania está en vísperas de la revolución proletaria. «

Los preparativos para la insurrección se pospusieron así indefinidamente hacia el futuro. Desgraciadamente, ni Lenin, que estaba incapacitado, ni León Trotsky estuvieron presentes en el CEIC para dirigir la discusión hacia la ofensiva. Muchas de las discusiones giraron en torno a la amenaza del fascismo, en lugar de que los comunistas desarrollaran planes concretos para un levantamiento y una ofensiva propios.

Jornada Antifascista

A principios de 1923, se había establecido un gobierno reaccionario en Baviera bajo el monárquico Gustav Ritter von Kahr. En verano, cada vez corrían más rumores de que los Freikorps fascistas y el Reichswehr negro preparaban una guerra civil contra los gobiernos socialdemócratas minoritarios de Sajonia y Turingia. En estos estados, el SPD se inclinaba hacia la izquierda e incluso toleraba a los Centurias Proletarios (milicias obreras), que existían desde 1920 y habían sido creadas por el KPD.

La sede central del KPD publicó una decisión en Die Rote Fahne: declaraba el 29 de julio «Jornada Antifascista» del proletariado y convocaba manifestaciones en toda Alemania. El autoproclamado «sabueso» del Estado de Weimar, Gustav Noske (SPD), prohibió todas las manifestaciones en la provincia prusiana de Hannover, de la que era presidente. Otros estados siguieron su ejemplo, con la excepción de Sajonia, Turingia y Baden.

Según Pierre Broué, todas las diferencias en la cúpula del partido «reaparecieron inmediatamente en el seno de la Zentrale. ¿Debían aceptar la prohibición? ¿Debían proceder, pero en ese caso, cómo evitar correr riesgos excesivos, e incluso arriesgarse a una batalla prematura?».

Brandler abogó por un compromiso: las manifestaciones debían celebrarse allí donde estuvieran permitidas, así como en Prusia y el Ruhr, donde el Reichswehr no podía impedirlas. Fischer insistió en que las manifestaciones también debían tener lugar en Berlín, para que el KPD pudiera salvar las apariencias. Brandler no estaba dispuesto a tomar la decisión solo y recurrió al asesoramiento del CEIC.

Cuando el telegrama de Brandler llegó a Moscú, sólo Karl Radek estaba allí para recibirlo, y seguía sin estar convencido de que hubiera una situación revolucionaria. Opinaba que el KPD no debía recoger el guante, para no arriesgarse a una derrota. Pidió la opinión de otros camaradas del CEIC. Trotsky se estaba recuperando de una enfermedad y no tenía suficiente información, por lo que no podía dar ningún consejo. Zinoviev y Nikolai Bujarin estaban a favor de desafiar la prohibición. Stalin era de otra opinión:

«Si el Gobierno de Alemania se derrumbara ahora, por decirlo de alguna manera, y los comunistas se apoderaran de él, acabarían estrellándose. Eso, en el ‘mejor’ de los casos.»

Para evitar lo que él creía que sería una «batalla general» en la que la «burguesía más los socialdemócratas de derechas» «aplastarían a los comunistas», Stalin opinaba que el CEIC debía «contener a los alemanes y no impulsarlos».

Radek transmitió la opinión de Stalin al KPD. La oficina central respaldó su posición. En la mayoría de los lugares, las manifestaciones callejeras previstas para la Jornada Antifascista fueron sustituidas por asambleas, excepto en Sajonia, Turingia y Wurtemberg. Pero la asistencia a las mismas fue muy alta. 

«Había 200.000 en Berlín en 17 reuniones, entre 50.000 y 60.000 en Chemnitz, 30.000 en Leipzig, 25.000 en Gotha, 20.000 en Dresde, y un total de 100.000 en la región de Württemberg».

La dirección del KPD y el CEIC iban muy a la zaga de la evolución de la situación. Incluso los periódicos burgueses olfateaban el peligro de una revolución. Un editorial anónimo de Germania (periódico del Partido del Centro Católico) escribió el 27 de julio de 1923: «El aire está cargado de electricidad y bastaría una chispa para desencadenar una explosión». Todos los indicios apuntaban a una inminente crisis del Estado, comparable a la Revolución de Octubre rusa. 

Antes, el portavoz conservador Neue Preußische Zeitung también había declarado que todo apuntaba al estallido inminente de una nueva revolución. El 28 de julio, el presidente del grupo parlamentario del SPD en el Reichstag, Hermann Müller, expresó su preocupación en el órgano socialdemócrata Vorwärts por la «radicalización salvaje» de las masas. Si fuera necesaria la formación de un nuevo gobierno, el SPD estaría dispuesto a participar constructivamente.

Huelga general contra Cuno

A finales de julio y principios de agosto, el colapso social debido a la inflación era tan terrible que el gobierno de Cuno se había vuelto inaceptable para la clase obrera. El 1 de agosto, una familia de cinco miembros ya tenía que gastar 10 millones de marcos para sobrevivir.

Una oleada de huelgas sacudió a la burguesía, sobre todo en Berlín, Hamburgo, Silesia, el Ruhr y la zona industrial del centro de Alemania. Las huelgas se politizaron y radicalizaron aún más a los comités de empresa consagrados por la Constitución de Weimar. 

Estos órganos se habían introducido como una alternativa más pacífica y reformista a los Consejos de Obreros y Soldados (soviets alemanes) que se habían establecido en 1918. Su principal tarea no era socializar la industria, sino regular el lugar de trabajo y hacerlo más eficaz, en colaboración con los representantes de la patronal. Pero en el contexto de la profunda crisis de 1923, una parte del movimiento de los comités de empresa empezó a orientarse hacia la revolución.

El 7 de agosto, un pleno de los comités de empresa berlineses pide la dimisión del gobierno de Cuno e hizo un llamado a los trabajadores de las grandes fábricas a que presentaran esta exigencia a través de delegaciones en el Reichstag.

Al día siguiente, los impresores berlineses decidieron convocar una huelga general para el 10 de agosto, por el derrocamiento del gobierno de Cuno. Sólo los periódicos y las editoriales de los partidos obreros no se vieron afectados por la huelga. Los trabajadores de la Reichsdruckerei, donde se imprimía dinero las veinticuatro horas del día desde hacía meses, también se sumaron a la huelga. Les siguieron los trabajadores del transporte y la electricidad.

La socialista Evelyn Anderson escribe sobre la huelga general contra Cuno:

«Junto a la huelga contra la rebelión de Kapp, la huelga de Cuno fue, con mucho, la mayor y más exitosa acción de masas jamás emprendida por la clase obrera alemana. Sin embargo, había diferencias importantes entre las dos huelgas. En marzo de 1920, los trabajadores alemanes respondieron al llamamiento conjunto de sus sindicatos y partidos. En agosto de 1923, ni los sindicatos ni ninguno de los partidos de la clase obrera había hecho tal llamamiento. La huelga de Cuno fue totalmente espontánea, y como tal fue una acción única en la historia del movimiento obrero alemán.»

Desesperados y anhelantes de una solución revolucionaria, cientos de miles de trabajadores abandonaron el SPD y se afiliaron al KPD. El 12 de agosto, después de que el KPD presentara una moción de censura contra Cuno en el Reichstag, el gabinete de Cuno dimitió. La dirección del KPD ya no podía ignorar la gravedad de la situación. La mayoría de los trabajadores les apoyaba. Había llegado la hora de golpear, pero desperdició la oportunidad.

El presidente Ebert aprovechó la indecisión del KPD. Le ofreció la cancillería a Gustav Stresemann. Este reaccionario había desempeñado un turbio papel en el Put

sch de Kapp de 1920. Aunque su partido, el DVP, no participó directamente en el golpe, declaró inmediatamente su apoyo al gobierno de Kapp. 

Ahora el SPD entró en un gobierno burgués con estos contrarrevolucionarios para frustrar el movimiento obrero.

Diferencias en Moscú

Al parecer, la huelga general contra Cuno también había despertado a Zinóviev y al resto del CEIC. Los líderes del KPD fueron convocados a Moscú una vez más. Cuando llegaron, se sorprendieron al ver pancartas colgadas por todo Moscú que decían: «¡La juventud rusa aprende alemán! Se acerca el octubre alemán».

En la reunión del CEIC y de la Oficina Central, Radek informó de que la revolución alemana había entrado en una nueva fase. Trotsky no tenía ninguna duda de que se acercaba el momento de la lucha decisiva y directa por el poder en Alemania. Sólo quedaban unas pocas semanas para los preparativos. Todo debía subordinarse a esta tarea. Ya se había perdido bastante tiempo porque la dirección del KPD y el CEIC habían sido incapaces de evaluar correctamente la situación.

Zinoviev, sin embargo, opinaba que era más probable que pasaran meses antes de que se produjera una revolución. Stalin predijo la posibilidad de una revolución como muy pronto en la primavera de 1924, si es que se producía. No obstante, se acordó que era necesario comenzar ya los preparativos.

En el transcurso de estas reuniones preparatorias surgieron otras diferencias, por ejemplo, sobre la cuestión de cuándo convocar la formación de consejos obreros siguiendo el modelo de los soviets. Zinóviev argumentaba que el KPD debía llamar a la elección de dichos consejos antes del levantamiento, ya que formarían los elementos básicos del nuevo Estado obrero alemán. 

Trotsky y Brandler argumentaron con éxito que esto no era necesario, ya que tales órganos de democracia obrera se formarían en el curso de la propia revolución. Más bien, el KPD podía lanzar una insurrección en nombre de cualquiera de las organizaciones obreras preexistentes, incluidos los comités de empresa, donde empezaba a crecer su influencia.

Trotsky y Brandler estaban de acuerdo en la cuestión de los soviets, pero no en fijar una fecha para el levantamiento. La izquierda del KPD, apoyada por Zinóviev y Trotsky, insistió en fijar una fecha. Trotsky propuso el 7 de noviembre, aniversario de la Revolución de Octubre de 1917. Brandler lo rechazó y fue apoyado por Radek.

Tanto Radek como Brandler no comprendieron el carácter revolucionario de la situación en Alemania. De hecho, Brandler expresó en privado sus dudas sobre si el KPD estaba suficientemente preparado política u organizativamente para la revolución y quería posponer los planes, preocupaciones que compartían Radek y Stalin.

A partir del 9 de marzo de 1923, Lenin ya estaba gravemente enfermo y había dejado de ser políticamente activo. Las intrigas en el Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética estaban llegando poco a poco a su punto álgido, y estaban dirigidas contra Trotsky en particular. La llamada «Troika», la facción secreta formada por Stalin, Zinóviev y Kámenev, que quería impedir que Trotski se convirtiera en el sucesor de Lenin, se opuso repetidamente a él. En este momento, la preocupación personal de la Troika por el prestigio desempeñó el papel más venenoso.

Cuando Brandler, que a pesar de sus diferencias y controversias con Trotsky había quedado muy impresionado por él, pidió que el organizador del Octubre ruso fuera enviado a Alemania, Zinóviev se negó en redondo. Nadie había olvidado lo que Trotsky había conseguido en 1917. La Troika no estaba dispuesta a arriesgarse a tener éxito en Alemania, si ese éxito aumentaba el prestigio de su rival. 

Gobiernos ‘obreros’ en Sajonia y Turingia

A pesar de la traición de la Revolución de Noviembre de 1918 y de los acontecimientos posteriores, el SPD seguía gozando de influencia sobre un amplio sector de la clase obrera. Fue precisamente a raíz de esa revolución cuando muchos se afiliaron al SPD, entre ellos Erich Zeigner. Zeigner pertenecía a una nueva camada de socialistas que se habían pasado a la izquierda.

En marzo de 1923 se formó en Sajonia un gobierno minoritario de socialdemócratas de izquierda, con Zeigner como primer ministro. Zeigner rechazó las conversaciones de coalición con los partidos burgueses y buscó en cambio conversaciones con el KPD. El 18 de marzo, los partidos acordaron un programa común sobre cuya base los comunistas apoyarían al SPD en el poder. Los puntos principales eran: la formación de Centurias Proletarias para defenderse del fascismo, y el establecimiento de centros de control de precios y comités de control para combatir la usura.

La situación en Sajonia alimentaba ahora la táctica del KPD y de la Comintern. En lugar de la capital, Berlín, el levantamiento debía comenzar en Sajonia. El 1 de octubre llegó a la sede del KPD un telegrama de Zinóviev en nombre del CEIC en el que llamaba a entrar en los gobiernos estatales de Sajonia, así como en Turingia, donde el SPD también estaba en el gobierno.

La intención era que estos llamados «gobiernos obreros» -es decir, gobiernos de coalición formados por representantes de los partidos obreros, incluido el KPD- se convirtieran en un trampolín para la revolución que se avecinaba. 

Brandler no se dejó impresionar por este plan y afirmó que el gobierno de Sajonia no estaba en condiciones de armar a los obreros. Sin embargo, sus objeciones fueron rechazadas por Zinóviev, que argumentó que cualquier fuerza militar utilizada contra estos gobiernos de izquierdas podría servir de trampolín para una contraofensiva revolucionaria. También dio instrucciones a la dirección del partido para que hiciera planes para una huelga general nacional. Ésta debía ser la base de un levantamiento.

El 10 de octubre, Brandler se convierte finalmente en Secretario de Estado de la Cancillería de Estado en el gabinete sajón de Zeigler. Los diputados del KPD Paul Böttcher y Fritz Heckert fueron nombrados ministros de Finanzas de Economía respectivamente. El 16 de octubre, otros tres diputados del KPD se incorporaron al gobierno del Estado de Turingia.

El gobierno del Reich bajo Stresemann, y la clase capitalista, pasaron a la ofensiva una vez más. El 20 de octubre, el Reichswehr dio un ultimátum al gobierno de Sajonia para que disolviera las Centurias Proletarias de su jurisdicción en el plazo de tres días. Zeigner estaba decidido a resistir las amenazas, y el parlamento del estado rechazó el ultimátum. Como resultado, las tropas entraron el 21 de octubre para restaurar la supremacía burguesa.

Se cancela el octubre alemán

Ese mismo día se celebró en Chemnitz, por iniciativa de Brandler, una conferencia de organizaciones obreras. Brandler quería utilizar esta conferencia para abogar por una huelga general nacional en defensa de los gobiernos SPD-KPD.

A la reunión asistieron 498 delegados , «de los cuales unos 140 procedían de comités de empresa, 102 de diversos sindicatos, 20 de la dirección de la ADGB [Confederación Sindical] de Sajonia, 79 de organismos de control, 26 de cooperativas de trabajadores, 15 de comités de acción, 16 de comités de desempleados, 66 de organizaciones del KPD, siete de organizaciones socialdemócratas y un independiente. «.

La conferencia comenzó con los informes de los tres ministros sajones: Georg Graupe (SPD), Böttcher y Heckert (ambos del KPD). Los tres hicieron hincapié en la escasez de alimentos, la gravedad de la inflación y el catastrófico desempleo. Muchos delegados comentaron la situación política en Sajonia y abogaron por organizar inmediatamente la lucha contra la dictadura militar. Algunos incluso pidieron a los gobiernos de Turingia y Sajonia que convocaran inmediatamente una huelga general contra los preparativos de la Reichswehr. 

Brandler intervino a continuación y presentó la moción de huelga general. Sin embargo, subrayó que era necesaria la unanimidad. De este modo, se daba a cualquier delegado a la conferencia el derecho de veto sobre la huelga general. Esto era totalmente contrario a lo que se debería haber hecho al preparar una insurrección, ya que estaba claro desde el principio que los sindicatos y los delegados reformistas de izquierda del SPD irían inevitablemente por detrás de la situación real.

Como era de esperar, los ministros del SPD se pronuncian con vehemencia contra la propuesta de lanzar una huelga general. No querían desafiar al Reichswehr. Graupe llegó incluso a decir que si los comunistas aprobaban la moción propuesta por Brandler, él abandonaría la conferencia con sus compañeros de partido y dejaría a los comunistas solos con esta responsabilidad. Brandler aceptó entonces retirar su moción.

Tras esta debacle, Brandler no vio otra opción que abandonar los planes de huelga general. Estaba convencido de que no funcionaría sin los socialdemócratas. Sin embargo, en una reunión con Radek, añadió que la decisión de suspender la huelga general podía ser revocada si el CEIC no estaba de acuerdo. Radek, sin embargo, aceptó desconvocarla. Zinóviev y Stalin también apoyaron la decisión.  

Rob Sewell, en su libro sobre la Alemania de 1918 a 1933, evalúa la actuación de los dirigentes de la siguiente manera:

«El partido había sido superado por la maniobra de los dirigentes reformistas y ahora estaba desorientado y sin planes alternativos. La decisión de la conferencia de Chemnitz no podía estar más calculada para producir la máxima confusión. Brandler y Thalheimer, en particular, habían metido la pata. Pero detrás de ellos estaban los consejos reticentes de los dirigentes de la Comintern, sobre todo de Stalin».

Sólo en Hamburgo no se suspendió el levantamiento. La noticia de la cancelación del levantamiento no llegó al KPD local. Las razones no están del todo claras. No está claro si se debió a una ruptura con la disciplina del partido o si fue el resultado de malentendidos o fallos de comunicación.  

Se esperaba que el levantamiento de Hamburgo formara parte de un estallido revolucionario nacional, pero la insurrección quedó aislada. A pesar de una lucha heroica, los comunistas fueron aplastados y finalmente tuvieron que batirse en retirada. También hubo enfrentamientos en Sajonia, que fue inundada con 60.000 soldados del Reichswehr ya el 22 de octubre, con el fin de poner fin al gobierno estatal del SPD-KPD. 

Ahora los soldados arrasaron Sajonia. Los enfrentamientos más graves tuvieron lugar en Freiberg am Erzgebirge, donde los soldados dispararon contra los manifestantes, causando 23 muertos y 21 heridos. Además, se produjeron detenciones arbitrarias y malos tratos a prisioneros.

Stresemann exigió la dimisión de Zeigler y amenazó con más represión. El 28 de octubre, Ziegler abandonó su colaboración con el KPD y dimitió dos días después. Fue una retirada poco gloriosa.

Tras el fracaso de octubre 

En 1923 se daban todos los elementos para el éxito de la revolución, incluido un partido revolucionario de masas. Entonces, ¿cómo se produjo esta derrota? Una evaluación honesta de los acontecimientos debería haber ocupado un lugar prioritario en la agenda del CEIC. Pero en lugar de ello, los individuos que desempeñaron un papel decisivo en la debacle intentaron cubrir sus huellas.

El CEIC debería haber iniciado los preparativos para el levantamiento en junio a más tardar, pero había juzgado mal la situación desde el principio. Zinóviev, en particular, temía por su reputación. Él mismo había aprobado todas las decisiones, incluida la cancelación del Octubre alemán. Pero echó la culpa a la dirección del KPD. 

Al principio, afirmó que había sido acertado suspender el levantamiento; más tarde, les acusó de no haber estado suficientemente preparados para ello. Sin duda era cierto, pero ¿eran Brandler, Thalheimer y los demás dirigentes del KPD los únicos culpables? 

El giro de Zinóviev no se produjo por casualidad. El 8 de octubre, Trotsky escribió una carta al Comité Central Ruso denunciando el ascenso de la burocracia en el partido y en el Estado soviético. Este ataque abierto aterrorizó a la Troika. Le siguió, el 15 de octubre, una carta conjunta, firmada por 46 dirigentes comunistas de , que adoptaron una línea similar a la de Trotsky.

Hasta entonces, el conflicto con Trotsky se había llevado a cabo a puerta cerrada, pero ahora salía a la luz. Esto dio lugar a una polémica más aguda, que incluso se publicó en las páginas de Pravda

Brandler y Thalheimer se defendieron de estas críticas afirmando que la derrota se debió al cambio de la situación objetiva, que la propia clase obrera no estaba preparada para la revolución y que en octubre cualquier intento de insurrección habría fracasado.

Es cierto que la situación revolucionaria ya existía desde el verano y había alcanzado su punto álgido con la caída del gobierno de Cuno. El auge revolucionario había empezado a decaer en octubre, pero esto no descartaba en absoluto un derrocamiento exitoso. Como explica Sewell

«En octubre había cierto grado de agotamiento. Pero una situación revolucionaria, si comparamos los acontecimientos rusos de febrero a octubre, no es una línea recta; se desarrolla erráticamente. Dentro de la curva revolucionaria hay rupturas repentinas».

Cabe señalar que una pasividad similar reinaba en el Comité Central del partido bolchevique ya en octubre de 1917, el mismo mes en que tomaron el poder. Escribiendo desde su escondite en Finlandia, Lenin bombardeó a los dirigentes con cartas, exigiendo indignado que el partido pasara de las palabras a la acción:

«No hay término medio. No es posible esperar. La revolución se hunde».

Sin esta presión constante de Lenin, y la intervención de Trotsky, la Revolución Bolchevique quizá nunca hubiera tenido lugar. 

El principal obstáculo para el levantamiento alemán de octubre de 1923 fue la indecisión de la dirección. No habían preparado suficientemente el levantamiento, ni política ni organizativamente. 

Incluso después de la decisión a favor de una insurrección en septiembre, apenas tomó medidas políticas. El enfoque de la agitación y la propaganda permaneció inalterado, y la dirección no preparó ni al KPD ni a la clase obrera planteando la cuestión del poder.

En octubre mismo, los comunistas habían entrado en los gobiernos de Sajonia y Turingia con la intención de utilizarlos como bases para una insurrección. Y, sin embargo, apenas se dieron los pasos prácticos necesarios para lanzar una insurrección de este tipo: organización de suministros de armamento y alimentos, formación de comités de fábrica, etc.

De este modo, se dilapidó la situación revolucionaria, sólo para que los responsables alegaran que las masas no habían estado preparadas y que la situación objetiva no había madurado lo suficiente.

En su Lecciones de Octubre, escrito en 1924, tras el fracaso de la Revolución Alemana, Trotsky subrayó que en las condiciones presentes en Alemania en aquel momento eran precisamente la indecisión y la pasividad de la dirección del partido las que cultivaban la pasividad en las masas, y no al revés:

«… un partido que durante largo tiempo haya llevado adelante una agitación revolucionaria, arrancando poco a poco al proletariado de la influencia de los conciliadores, y que cuando es llevado a la cima de los acontecimientos por la confianza de las masas, si comienza a titubear, buscar subterfugios, tergiversar y dar rodeos, provoca en ellas la decepción y la desorganización, pierde la revolución. En cambio, se asegura la posibilidad de alegar, luego del fracaso, la falta de actividad de las masas.»

El año 1923 demuestra lo importante que es una dirección previsora y decidida en tiempos turbulentos. En determinados momentos , las acciones de un puñado de personas pueden determinar el destino de la revolución mundial, para bien o para mal. 

Con sus errores, los dirigentes alemanes e internacionales desperdiciaron una oportunidad crucial para continuar la revolución mundial en octubre de 1923. No es exagerado decir que toda la historia del mundo habría cambiado si hubieran logrado tomar el poder.

El fracaso de la revolución alemana selló efectivamente el aislamiento de la revolución en Rusia. Sin una revolución exitosa en un país avanzado como Alemania, las condiciones de atraso de la Rusia soviética propiciaron la aparición de una burocracia poderosa y privilegiada. Sólo un año después, Stalin presentó su «teoría» del «socialismo en un solo país», que reflejaba los intereses contrarrevolucionarios de la burocracia en el aislado Estado obrero.

Hoy es necesario comprender las lecciones del fracaso del Octubre alemán. El capitalismo está en declive y en todos los países nos esperan situaciones revolucionarias. Como comunistas, debemos dedicarnos a la construcción del factor subjetivo -el partido revolucionario- y aprender a evaluar correctamente y preparar la transición de un período de agitación y propaganda a la lucha directa por el poder.

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