Propiedad, opresión y familia
Miles de millones de mujeres de todo el mundo se enfrentan a diario a la discriminación, la violencia y la opresión. Pero no siempre ha sido así. El antropólogo pionero Lewis Henry Morgan propuso la revolucionaria idea de que las mujeres de las primeras sociedades humanas eran libres e iguales, y que el origen de la opresión de la mujer se encuentra en el auge de la propiedad privada y la familia monógama “nuclear”. Hoy en día, Morgan es desestimado por el establishment académico, pero en este artículo, Fred Weston explica que muchas de sus ideas han sido confirmadas por estudios y descubrimientos modernos. Los marxistas deberían estudiar estas ideas y las pruebas más recientes, para comprender las causas de la opresión de la mujer en la sociedad, y los medios por los que podemos acabar con esta opresión de una vez por todas.
La opresión de la mujer y el origen de la familia actual siguen siendo las cuestiones clave para cualquiera que hoy en día luche por un mundo mejor. Una enorme cantidad de mujeres siguen sufriendo abuso, acoso sexual e inclusive, en algunas partes del mundo, viven en condiciones de esclavitud. Millones de niñas y mujeres han sido obligadas a someterse a la mutilación genital femenina, uno de los métodos más crueles para controlar la sexualidad de las mujeres. Al mismo tiempo millones de mujeres jóvenes son víctimas de trata con fines de explotación sexual. La violencia contra las mujeres sigue siendo un hecho cotidiano, y el feminicidio es un fenómeno constante.
Esta es la barbarie de la sociedad en la que vivimos hoy en día y, a pesar de algunos logros importantes, todavía estamos muy lejos de alcanzar una igualdad real y plena entre hombres y mujeres. Debemos, entonces, hacernos la siguiente pregunta: ¿Es esta la forma natural de relacionarse entre hombres y mujeres? A menudo se nos dice que sí; que la familia “nuclear” monógama, con una figura paterna dominante y poderosa, siempre ha existido, y que los hombres son naturalmente agresivos con las mujeres. Pero, ¿es eso cierto?
Marx y Engels dieron una respuesta firme y negativa. Engels, en particular, desarrolló el enfoque marxista sobre la opresión de la mujer en su famosa obra El orígen de la familia, la propiedad privada y el Estado publicada en 1884. Engels se basó principalmente en el texto de Lewis Henry Morgan, La sociedad primitiva (1877), en el que argumentó: “el concepto de familia es producto del desarrollo de formas sucesivas,” de las cuales la familia moderna y monógama es sólo “la última de la serie”. Morgan explicó que dicha evolución está estrechamente relacionado con el desarrollo de nuevas técnicas, herramientas y armas, es decir, de las fuerzas productivas.
Para estas cuestiones Morgan aplicó un enfoque fundamentalmente materialista y su trabajo inicialmente influenció a muchos antropólogos de su época. Sin embargo, con el paso del tiempo sus ideas llegaron a considerarse una amenaza para la estabilidad de la sociedad burguesa, sobre todo después de que Engels utilizó sus descubrimientos para elaborar una perspectiva marxista sobre la relación entre las fuerzas productivas y la familia.
En el siglo XX, las ideas de Morgan y Engels fueron ferozmente atacadas por antropólogos conservadores como Bronislaw Malinowski, que afirmó con franqueza:
Si se pudiera llegar en algún momento a suprimir a la familia individual como el elemento central de nuestra sociedad, nos enfrentaríamos a una catástrofe social de tal magnitud que, en comparación, la agitación política de la revolución francesa y los cambios económicos del bolchevismo se tornarían insignificantes.
Otros, como los de la escuela antropológica de Boas, rechazaron la mera idea de la existencia de etapas en la historia, así como el “determinismo” y la “teoría evolucionista”, en favor de una visión idealistas que incluso hoy ejerce una poderosa y nociva influencia en dicha disciplina.
No se puede negar que las teorías de Morgan estaban limitadas por el nivel de conocimientos científicos disponibles a mediados del siglo XIX, y algunas de sus ideas no han sobrevivido la prueba del tiempo. Pero la pregunta que nos interesa hacer es mucho más importante: ¿En qué acertó Morgan? ¿Y qué es lo que eso nos puede decir sobre la evolución de la familia y su posible futuro?
Estas preguntas tienen una importancia crítica en la lucha por un mundo mejor y en última instancia sólo pueden responderse analizando la historia de nuestra especie bajo un enfoque verdaderamente científico.
El método materialista
Morgan estudió las formas de las primeras sociedades e hizo un verdadero intento por comprender las estructuras sociales internas y aquello que impulsaba los cambios en dichas estructuras, del mismo modo que Darwin se había dedicado al estudio de la evolución biológica.
Al igual que Darwin se dedicó al estudio de la evolución biológica, Morgan estudió las formas de las primeras sociedades e hizo un verdadero intento por comprender las estructuras sociales internas y el factor que impulsaba su cambio.
Morgan consideró que, mediante la observación y comparación de las sociedades contemporáneas en sus diferentes niveles de desarrollo, sería posible reconstruir una imagen del proceso de evolución de la sociedad humana en su totalidad. De este modo, Morgan desarrolló una teoría de evolución social, la cual consiste en la concepción de que todas las sociedades atraviesan etapas similares de desarrollo, y dicho proceso tiene una dirección que va desde formas sociales menos desarrolladas a formas más desarrolladas.
Morgan comprendió que las instituciones sociales surgen de acuerdo con la evolución específica de las condiciones sociales. Al hacerlo, Morgan inconscientemente llegó a conclusiones muy similares a las del materialismo histórico desarrollado por Marx y Engels. Encontramos un claro ejemplo de este método cuando Morgan afirma lo siguiente:
El hecho importante de que el hombre comenzó al pie de la escala, y se elevó, está demostrado expresivamente por la sucesión de sus artes de subsistencia. De su ingenio, en este sentido, pendía la cuestión entera de la supremacía del hombre en la tierra. El hombre es el único ser del que se puede decir que ha logrado el dominio absoluto de la producción de alimentos que, en el punto de partida. no era más suya que de otros animales. Al no haber ampliado las bases de subsistencia, el hombre no hubiese podido propagarse hasta otras zonas que no poseyeran las mismas clases de alimentos, v, luego, por toda la superficIe de la tierra; y, por último, al no haber logrado el dominio absoluto tanto sobre su variedad como sobre su cantidad no se hubiese podido multiplicar en naciones populosas. Es, por tanto, probable, que las grandes épocas del progreso humano se han identificado, mas o menos directamente, con la ampliación de las fuentes de subsistencia.
Se destaca claramente el planteamiento evolucionista de Morgan acerca del progreso de la sociedad, determinado por las fuerzas productivas. El escritor de La sociedad primitiva dividió la sociedad en diferentes etapas, “salvajismo, barbarie y civilización”, abarcando el salvajismo tres periodos, inferior, medio y superior, siendo el inferior el menos desarrollado. Morgan explicó que, con nuevas herramientas y técnicas, tales como la pesca o el arco y la flecha, la humanidad pasó de un estadio al otro. “La barbarie”, por ejemplo, la dividió en tres, con el dominio de la alfarería; la domesticación de animales, la plantación de cultivos y el desarrollo de los primeros sistemas de regadío y la fabricación de ladrillos, etc.; y por último, la dominación de los metales tales como el bronce y el hierro.
Las palabras “salvajismo, barbarie y civilización” que utiliza Morgan han adquirido connotaciones un tanto despectivas, sin embargo, debemos enfocarnos únicamente en su función en relación con el trabajo de Morgan. Lo que nos interesa es la esencia de su significado y no lo que estos términos significan hoy en día. Del mismo modo, la cronología de los términos ya no es compatible con los 150 años de investigaciones posteriores a La sociedad primitiva. Sin embargo, la concepción del desarrollo humano en etapas es esencialmente una idea correcta.
De hecho, la sociedad humana ha pasado por varias etapas de desarrollo, basadas fundamentalmente en los materiales utilizados para la fabricación de herramientas. Esto es algo generalmente reconocido por los arqueólogos en la actualidad, que han nombrado a estos diferentes períodos de la historia como: la Edad de Piedra, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro. Gracias al desarrollo de herramientas, los humanos pasaron de la caza-recolección a la agricultura en el periodo Neolítico que también se conoce como la “Nueva Edad de Piedra”. Posteriormente, se produjeron avances en la metalurgia, primero con el bronce y más tarde con el hierro, los cuales permitieron el surgimiento de las grandes civilizaciones del mundo antiguo. No se trata de un proceso lineal e idéntico en todos los continentes del mundo puesto que, en parte, también dependió de los recursos locales disponibles. No obstante, ésta es la imagen histórica generalmente aceptada.
Es este el enfoque materialista que llamó la atención de Marx y Engels. Fue este último el que explicó en 1884 lo siguiente:
Morgan descubrió de nuevo, y a su modo, la teoría materialista de la historia, descubierta por Marx cuarenta años antes, y, guiándose de ella, llegó, al contraponer la barbarie y la civilización, a los mismos resultados esenciales que Marx.
Marx, de hecho, había estudiado La sociedad antigua de Morgan, junto con los trabajos de otros antropólogos de la época, y escribió extensas notas, con la intención de producir un texto con su propia interpretación de sus últimos descubrimientos. Desgraciadamente, Marx murió antes de poder completar este trabajo, pero sus notas fueron utilizadas por Engels para producir su texto clásico en 1884, poco después de la muerte de Marx. El trabajo de Engels sobre los orígenes de la familia puede considerarse, por tanto, una obra conjunta de los padres fundadores del marxismo.
Endogamia y promiscuidad en los primeros humanos
Morgan sostuvo que la sociedad humana primitiva comenzó con lo que él denominaba la familia “consanguínea”, es decir, la reproducción entre parientes cercanos. Más tarde, explicó, y a través de varias etapas, se eliminó la reproducción sexual entre individuos emparentados, estableciendo ciertas prohibiciones.
Cuando Morgan planteó esta idea por primera vez fue rechazado con indignación, e incluso sigue siendo descalificado en muchos círculos actuales. Al fin y al cabo, ¿qué podría ser más ajeno a las costumbres sociales de nuestro tiempo? Como en su época parecía tan antinatural, algunos sociólogos, como Westermarck, sostuvieron que existía un instinto natural de evitar la endogamia.
Sin embargo, estudios recientes respaldan la idea de que existía la endogamia entre los humanos primitivos, demostrando cuánto ha cambiado nuestra noción de la familia a lo largo de los milenios. Un artículo publicado en 2018 concluyó que la proporción relativamente alta de deformidades en los esqueletos de la Edad de Hielo se debe muy probablemente a la endogamia, esta teoría es respaldada por el bajo nivel de diversidad genética encontrado en estos esqueletos.
Pero evidentemente este no siempre fue el caso ya que un interesante estudio elaborado en la Universidad de Cambridge, informa de que el análisis de restos humanos en el yacimiento de Sunghir, en Siberia, demostró que:
(…) los primeros humanos parecen haber reconocido los peligros de la endogamia hace al menos 34.000 años, por lo que desarrollaron redes sociales y de apareamiento sorprendentemente sofisticadas para evitarla.
Esto es importante porque demuestra de manera crucial que las relaciones sexuales entre los seres humanos han cambiado. En un momento dado, la familia humana evolucionó y de las antiguas relaciones surgieron otras nuevas. De hecho, estas “sofisticadas redes sociales y de apareamiento” podrían incluso representar las primeras formas familiares más tarde conocidas como la “gens”.
Morgan distinguió cuatro etapas de desarrollo posteriores de la familia basadas en la prohibición del incesto, en las que no se permitía aparearse con miembros de su propio clan o en su locución latina, “gens”. En otras palabras, estos fueron sistemas que prohibían el apareamiento dentro de un determinado grupo.
Su hipótesis era que, en este sistema, el “matrimonio en grupo” era la norma. ¿Significaba esto que todos los hombres de un grupo tenían como “esposas” a todas las mujeres de otro grupo al mismo tiempo? No necesariamente. Se han descubierto sociedades en las que el “matrimonio grupal” en la práctica implicaba una forma de “alianza” entre grupos, mediante la cual individuos de un grupo solo podían seleccionar sus parejas en el otro grupo.
Sin embargo, lo que hay que resaltar era el carácter relativamente promiscuo en la reproducción en la etapa primitiva de la sociedad humana. Contrariamente a la concepción tradicional de la familia, los hombres y las mujeres no estaban atados permanentemente a una pareja, podían romper libremente la relación y buscar otra pareja.
La moral desarrollada por miles de años debajo de la presión de la sociedad de clases, donde la mujer ha sido considerada propiedad de los hombres y debe ser fiel a un solo hombre toda su vida, ha dejado en la conciencia colectiva la idea de que es éste el estado natural y universal de dichas relaciones. Sin embargo, muchos estudios indican que la “promiscuidad”, entendida como la libertad de los individuos para elegir con quién, cuándo y durante cuánto tiempo se aparean, estaba claramente presente en las primeras sociedades humanas.
Como explica Engels: “¿Qué significa, entonces, relaciones sexuales promiscuas? Que las restricciones vigentes en la actualidad o en épocas anteriores no existían”. Pero también añade: “Pero de esto no se deduce, de ningún modo, que en la práctica cotidiana dominase inevitablemente la promiscuidad. De ningún modo queda excluida la unión de parejas por un tiempo determinado, y así es como ocurre, en la mayoría de los casos, y aun en el matrimonio por grupos.”
Sin embargo, la existencia de “emparejamiento”, o parejas en el contexto de grandes clanes o “gens”, no debe considerarse como el concepto de “matrimonio” que conocemos ahora. Morgan subraya que “se fundaba en el emparejamiento de un varón y una mujer bajo la forma de matrimonio, pero sin cohabitación exclusiva. El divorcio o separación estaba librado al albedrío del marido. tanto como de la mujer” [énfasis mío]. Esto significa que tanto el hombre como la mujer no estaban unidos de forma permanente en el matrimonio tal como ahora lo dicta la moral moderna.
Sin embargo, esto preparó el terreno para la próxima familia monógama, que, según Morgan:
(…) se fundaba en el matrimonio de un hombre con una mujer, con cohabitación exclusiva; esto último constituía el elemento esencial de la institución. Es preeminentemente la familia de la sociedad civilizada, y es, por consiguiente, esencialmente moderna.
Pero la aparición y existencia de la familia moderna requirió un vuelco completo del orden existente.
Descendencia matrilineal
La posición de la mujer no estaba subordinada a la del hombre antes de la aparición de la familia monógama y patriarcal, y es en esta cuestión donde Morgan hizo la mayor contribución a nuestra comprensión de la sociedad humana.
Morgan no era un antropólogo que escribió sus teorías desde su torre de marfil, sino que realizó un trabajo de campo real y concreto al vivir con los iroqueses durante un tiempo. También estudió otros pueblos indígenas de América, recopilando también información de muchas otras fuentes sobre pueblos de desarrollo humano temprano.
Comprobó que las mujeres tenían un estatus mucho más igualitario entre los iroqueses que en el mundo “civilizado”. Engels, basándose en su investigación, comentó: “Todos son iguales y libres, incluidas las mujeres”. Pero, ¿a qué se debía dicha igualdad?
Morgan llegó a la conclusión de que, en un periodo anterior, los humanos se organizaban en clanes matrilineales, en los que la descendencia se trazaba por la línea materna, y no en la familia patriarcal (que significa literalmente dominio del padre), que acabó surgiendo con la aparición de la propiedad privada y la sociedad de clases.
Existe un gran debate sobre si el “matriarcado” ha existido alguna vez, pero se trata de una discusión falsa y engañosa. El matriarcado implica el dominio de la mujer, pero lo que Morgan enfatizó fue el concepto de matrilinealidad, es decir, la descendencia por línea materna durante el periodo más temprano de la sociedad humana, puesto que la ausencia de emparejamiento estricto o permanente significaba que no había forma segura de saber quién era el padre. La matrilinealidad no significa la ausencia de rol social de los hombres o su subordinación a las mujeres.
Hay muchos intentos de negar la matrilinealidad, y eso se debe a que toda la historia escrita, que comienza a partir del cuarto milenio antes de Cristo, procede de civilizaciones que eran patriarcales, clasistas. Por lo tanto, es fácil ver de dónde viene la idea de que “los hombres siempre han dominado a las mujeres’’. Sin embargo, los ejemplos de sociedades matrilineales que sobreviven en la actualidad ofrecen apoyo a la teoría de Morgan.
En las provincias chinas de Yunnan y Sichuan se encuentra el pueblo mosuo, donde el linaje se sigue trazando a través de las mujeres de la familia y la propiedad se transmite por línea femenina. Los hijos pertenecen y residen en el hogar materno. Los hombres mosuo tienen el deber de criar a los hijos de sus hermanas y primas (un fenómeno que Morgan describió en sus estudios de las sociedades matrilineales) y se encargan de la cría de animales y la pesca, todo lo cual aprenden de sus tíos (hermanos de la madre) y de los hombres mayores de la familia.
Los bribri de Costa Rica, los minangkabau de Sumatra Occidental, algunos akan de Ghana y los khasi de la India han conservado la descendencia por línea femenina, y ninguna de estas sociedades ha interactuado entre sí.
El influyente antropólogo Franz Boas intentó encontrar ejemplos de transiciones de la patrilinealidad a la matrilinealidad para desacreditar todo el esquema de Morgan. Boas creyó haber encontrado esta característica entre los kwakiutl de la costa noroeste del Pacífico americano, aunque más tarde se demostró que no era un ejemplo válido. Boas descubrió que la descendencia se trazaba tanto por línea masculina como femenina, pero lo que ignoraba era que esta sociedad había sufrido un tremendo trauma bajo el impacto del contacto con los europeos, y todo su sistema se desmoronó bajo dicha presión.
Es fácil imaginar cómo el trazar la descendencia de antepasados y la herencia de cualquier propiedad conservada a través de la línea materna podría reforzar la posición de la mujer en la sociedad. Pero hay otro factor importante a tener en cuenta en la sociedad prehistórica: el carácter extremadamente igualitario de la sociedad cazadora-recolectora en general.
Comunismo Primitivo
Hay que señalar que, aunque el propio Morgan no era comunista, sino un Republicano estadounidense y un burgués acomodado que creía que el sistema político de Estados Unidos era la forma más elevada de sociedad, se refirió varias veces en su libro La sociedad primitiva al hecho de que los primeros humanos vivían de forma comunista, es decir, que no había propiedad privada.
Colin Renfrew es un ex profesor de Arqueología en la Universidad de Cambridge y miembro conservador de la Cámara de los Lores entre 1991 y 2021, por lo que no se le puede acusar de tener simpatías comunistas. En su libro, Prehistory – The making of the Human Mind (Londres, 2007), afirma lo siguiente:
Las primeras sociedades de cazadores-recolectores, como las de nuestros antepasados paleolíticos, parecen haber sido siempre comunidades igualitarias, en las que los individuos participaban sobre una base de equidad…” [énfasis añadido].
¿En qué se basaba dicha igualdad? En las sociedades de cazadores-recolectores no había división en clases, ni dueños de los medios de producción, ni propiedad terrateniente. La poca “propiedad” que existía eran herramientas rudimentarias, armas para buscar, cazar y descuartizar animales así como la ropa que la gente llevaba encima.
No había propiedad privada ni división de clases, no había explotadores y explotados, ni un aparato armado por encima de la sociedad. Morgan afirmó:
El Estado no existía. Los gobiernos eran esencialmente democráticos, porque los principios sobre los que descansaban la gens, la fratria y la tribu, eran democráticos.
En su descripción de los iroqueses afirma que: “cada hogar practicaba el comunismo en el régimen de vida”.
La idea de que los seres humanos vivieron en lo que Marx y Engels denominaron “comunismo primitivo”, sin ningún concepto de propiedad privada y durante la mayor parte de su existencia, es inaceptable para quienes defienden la idea de que ricos y pobres, o explotadores y explotados, siempre han existido; que la competencia depredadora individual y salvaje del capitalismo actual, es simplemente parte de la “naturaleza humana” y tenemos que aceptarla
Como dijo el antropólogo estadounidense Leslie A. White en su obra The Evolution of Culture, The Development of Civilization to the Fall of Rome:
…tan amenazadora se ha vuelto la teoría del comunismo primitivo que miembros de tres “escuelas” antropológicas se han sentido llamados a difamarla. Lowie, de la escuela de Boas, la ha atacado repetidamente. Malinowski, líder de la escuela funcionalista, la tachó de “quizá la falacia más engañosa que existe en la antropología social”… Lowie ha sido elogiado por eruditos católicos por su crítica a la teoría del comunismo primitivo y, a través de ella, su oposición a las doctrinas socialistas. (…) Parecería que se estaba haciendo un esfuerzo por ‘hacer del mundo un lugar seguro para la propiedad privada’.
Sin embargo, a pesar de todas las objeciones, hay muchos estudios que confirman el carácter igualitario de las sociedades cazadoras-recolectoras, en las que las mujeres disfrutaban de una posición mucho más elevada en la sociedad, tratadas como iguales y no como propiedad de los varones.
Una característica clave de los humanos es su tendencia a cooperar y compartir. Los humanos no podrían haber sobrevivido de ninguna otra manera. No somos especialmente rápidos ni fuertes en comparación con muchos otros animales. Como individuos aislados, en las condiciones de la época, habríamos estado en peligro constante de ser atacados por los grandes carnívoros, al tiempo que nos habría resultado mucho más difícil conseguir alimentos. Por lo tanto, esta cooperación no provenía de un espíritu de altruismo abstracto, sino que era una necesidad material. La cooperación era necesaria no sólo en la caza, sino también en la recolección.
Caza, recolección y matrilocalidad
Parece que en las sociedades prehistóricas de cazadores-recolectores existía una división del trabajo entre los sexos, aunque variaba de un pueblo a otro, y no era una división estricta, como encontramos en sociedades posteriores y clasistas, como los griegos.
A veces los hombres participaban en la recolección y las mujeres ayudaban en la caza, como han demostrado los recientes descubrimientos de mujeres enterradas con sus armas. Pero, en general, los varones solían ir de caza y las mujeres a buscar comida. Y uno no era menos importante que el otro. De hecho, a veces los hombres regresaban con las manos vacías, mientras que las mujeres siempre llevaban algo a casa. Así pues, la división del trabajo en esta fase de la sociedad humana no implicaba la subordinación de la mujer al hombre.
De hecho, la división del trabajo que existía en el seno de la familia tendía en muchos casos a favorecer la posición de la mujer. Kit Opie y Camilla Power, autoras de Abuelas y coaliciones femeninas: ¿una base para la prioridad matrilineal? , sostienen que, en las sociedades que examinaron, el número de calorías necesarias para alimentar a todos los adultos y los niños de un grupo requeriría la cooperación de las mujeres, y de sus parientes femeninas, en particular las abuelas, junto con los hombres. Entre los !Kung del desierto de Kalahari, por ejemplo, los estudios demuestran que “la recolección aporta entre el 60% y el 80% de la dieta total” .
Las mujeres que no pueden ir a buscar comida, ya sea porque están en las últimas fases del embarazo o porque están amamantando a recién nacidos, tienen aseguradas sus calorías diarias porque las otras mujeres se las proporcionarán. Una vez más, esto no se debe a un espíritu abstracto de altruismo. Es una práctica habitual que todo el mundo ayude a los demás, porque saben que cuando se encuentren en la misma situación, ellos también recibirán ayuda.
Por lo tanto, la idea de que las mujeres dependían totalmente de los hombres, y por lo tanto incluso en las primeras sociedades humanas una mujer tenía que buscar a un hombre individual para sobrevivir, no se sostiene.
Todo ello proporciona una base material sobre la que descansaba la igualdad entre los sexos. Opie y Power también explican el papel de las mujeres mayores, que ya no podían tener hijos, pero que podían desempeñar un papel clave más adelante en la vida ayudando a mantener a la descendencia de sus hijas. Esto explicaría el carácter matrilocal de las familias -las mujeres permanecen cerca de sus madres- y, por tanto, también el carácter matrilineal de la sociedad.
Señalan que:
Las pruebas de la genética molecular sugieren que la tendencia ancestral de los parientes femeninos a permanecer juntas persistió con la aparición de los humanos modernos. Los estudios revelan diferencias en los patrones de filopatría [la tendencia de un individuo a regresar o permanecer en su zona de origen, o lugar de nacimiento] entre las poblaciones cazadoras y agrícolas del África subsahariana.
Y añaden: “Cuanto mayor es la dependencia de la caza en estas poblaciones, menos probable es que sean virilocales”. Esto significa que las mujeres de las sociedades cazadoras-recolectoras tienden a permanecer dentro de un grupo en el que las mujeres están emparentadas, con madres, hermanas, primas, pero en el que los hombres con los que se aparean vienen de fuera. Todo esto es una sorprendente confirmación de lo que Morgan describió en 1877.
Hay, por supuesto, excepciones a esta regla, como los indígenas del norte de Alaska, entre los que encontramos “hombres que proporcionan casi toda la comida”. Son cazadores y no agricultores. Sin embargo, esto no se debe al hecho de que la gente de allí simplemente “piense” que la caza es mejor, y “elija” no adoptar la plantación de cultivos.
En otro artículo se explica que en “algunas regiones árticas y subárticas hay comparativamente pocos animales pequeños y ningún alimento vegetal de importancia dietética, por lo que la caza mayor representa una proporción muy grande de todos los alimentos consumidos”. Existe una razón material concreta por la que los hombres desempeñan un papel tan importante en la obtención de alimentos en una situación así: “En estas sociedades árticas o subárticas no es probable ni la recolección significativa ni el paso a la agricultura”.
Encontrar estas “excepciones” no niega el panorama general de la evolución social, en el que las condiciones han sido favorables para el desarrollo de la agricultura. Como explican los autores,
A efectos de comprender la transición a las sociedades agrícolas, estos grupos también pueden tener un interés limitado como modelo para las sociedades de cazadores-recolectores que llegaron a existir en África, Europa y otros lugares que experimentaron la transición a la agricultura.
Es evidente que esto tiene un enorme significado para la posición de la mujer en estas sociedades. Las mujeres individuales no se trasladaban de la casa de su padre a la de su marido y permanecían allí, rodeadas de su familia extendida, como es muy común hoy en día en todo el mundo. Esto significaba que dependían mucho menos de su pareja. Más bien, su pareja se encontraba rodeado por todos lados por los parientes de su pareja y, hasta cierto punto, dependía de ellos.
En algunos casos, los cazadores varones tenían que entregar todas sus capturas a la madre de su pareja antes de que ésta las repartiera entre la familia. No es de extrañar que los ejemplos supervivientes de estas comunidades registren un índice de violencia hacia las mujeres tan bajo en relación al nuestro.
Propiedad, desigualdad y monogamia
Este modo de vida igualitario empezó a cambiar tras la aparición de la agricultura, en lo que se conoció como la revolución neolítica, hace aproximadamente 12.000 años.
Los estudios han confirmado que la desigualdad de género fue cambiando gradualmente durante un largo periodo, a medida que los humanos pasaban de la caza-recolección a la agricultura, en particular a los cultivos. Las evidencias arqueológicas de todo el mundo sugieren un cambio en la división del trabajo entre hombres y mujeres tras la adopción de la agricultura. Las causas directas varían de un lugar a otro, pero es evidente que influyeron varios factores importantes: el aumento de las tasas de natalidad y, por tanto, de las responsabilidades de cuidado de los hijos, la mayor necesidad de procesar los alimentos y, finalmente, el uso de aperos más pesados, como el arado.
Un estudio publicado por la Red de Investigación en Ciencias Sociales en 2012 explica:
…el paso a la agricultura dio lugar a una división del trabajo dentro de la familia, en la que el hombre empleaba su fuerza física en la producción de alimentos y la mujer se ocupaba de la crianza de los hijos, la elaboración y producción de alimentos y otras tareas relacionadas con la familia.
Y continúa:
La consecuencia fue que el papel de la mujer en la sociedad ya no le daba viabilidad económica por sí misma. En esencia, el cambio general en la división del trabajo asociado a la revolución neolítica agravó las opciones exteriores de la mujer (fuera del matrimonio), y esto aumentó el poder de negociación masculino dentro de la familia, lo que, a lo largo de generaciones, se tradujo en normas y comportamientos que configuraron las creencias culturales sobre los roles de género en las sociedades. (…) En resumen, aportamos nuevas pruebas coherentes con la hipótesis de que una revolución neolítica temprana, a través de sus efectos sobre las creencias culturales, es una fuente de los roles de género modernos.
Junto con el cambio en la división del trabajo, también parece haberse producido un abandono de la matrilocalidad en favor de la patrilocalidad, lo que habría tenido un impacto adicional en la posición de la mujer en el hogar. Un artículo de 2004 de la Universidad La Sapienza de Roma reveló que un estudio del ADN mitocondrial en 40 poblaciones del África subsahariana mostraba “una sorprendente diferencia en la estructura genética de las poblaciones productoras de alimentos (bantúes y sudaneses) y las cazadoras-recolectoras (pigmeos, !kung y hadza)” . Las mujeres de las poblaciones cazadoras-recolectoras, como los !Kung y los Hadza, tenían más probabilidades de permanecer con sus madres después del matrimonio que las mujeres de las poblaciones productoras de alimentos dependientes de la agricultura, lo que sugiere un fuerte vínculo entre la agricultura y la patrilocalidad.
Por supuesto, es casi imposible determinar con exactitud cuándo la descendencia matrilineal dio paso a la patrilinealidad. El cambio habría tenido lugar en un período remoto del pasado no registrado, y cada sociedad individual se habría desarrollado a su manera y a su propio ritmo. Pero es seguro que esta transición tuvo lugar en algún momento entre la aparición de la agricultura y el surgimiento de las primeras sociedades de clases, hace aproximadamente 5.000-6.000 años, porque todas y cada una de estas sociedades eran patrilocales, patrilineales y, sobre todo, patriarcales.
Morgan identificó la clave de este cambio dramático en el auge de la propiedad privada, explicando que:
… la cuestión de la herencia estaba llamada a surgir, a aumentar su importancia con el incremento de la propiedad en variedad y cuantía, y a dar lugar a alguna regla de herencia establecida.
La propiedad no surgió inmediatamente como algo privado, ya que inicialmente las reglas de la herencia se basaban en la propiedad común de la tierra y los rebaños dentro de la gens, esencialmente las unidades familiares más amplias que constituyeron la base de la sociedad hasta la formación de los primeros estados. Esto significaba que la propiedad no podía transferirse fuera de la gens.
En la gens matrilineal, los hijos permanecían en la gens de la madre. Por tanto, los bienes se heredaban a través de la línea femenina. Esto significaba que los hijos de los hombres no pertenecían a la gens de sus padres, sino a la de sus parejas femeninas. Sin embargo, en un momento dado, en diferentes partes del mundo y en diferentes épocas, a medida que los hombres acumulaban cada vez más bienes, se produjo un cambio por el cual los derechos de propiedad se transmitían por línea masculina.
La desigualdad, las clases y la opresión de la mujer no surgieron inmediatamente de las primeras formas de agricultura y domesticación. Pero una vez realizado el paso a la agricultura, se habían sentado las condiciones para lograr una productividad cada vez mayor de la tierra. Como puede observarse en multitud de yacimientos neolíticos, el “comunismo en el modo de vida” continuó incluso cuando los humanos pasaron de una existencia nómada a otra sedentaria. Sin embargo, el excedente que acabó produciéndose significó que sólo era cuestión de tiempo que aparecieran las clases, y con ellas la desigualdad social, cuya primera víctima fueron las mujeres. En el periodo que va desde las primeras sociedades agrícolas sedentarias hasta la aparición de las primeras civilizaciones conocidas en la historia, este proceso se completó.
Esto se repitió de forma independiente en muchas partes del mundo, como Mesopotamia (actual Irak), Egipto, América Central y del Sur, China, Asia meridional y partes del África subsahariana. Ninguna de ellas era un calco perfecto de la otra, pero tenían muchas características comunes.
No podemos decir con exactitud cómo se produjo el paso de la descendencia matrilineal a la patrilineal. Sin embargo, Morgan pudo entrevistar a miembros de varias tribus de Norteamérica y observó que algunos de ellos habían pasado recientemente de heredar por línea femenina a hacerlo por línea masculina, en algunos casos en memoria viva.
Como él dice:
En la actualidad muchos indios poseen bienes considerables consistentes en animales domésticos y en casas y tierras de propiedad individual, y entre éstos se generaliza la costumbre de hacer la repartición en vida, para evitar la herencia gentilicia. [énfasis mío].
Explica que, a medida que la propiedad aumentaba en cantidad, “crecía la oposición al desheredamiento de los hijos en beneficio de la gens”, es decir, por línea materna. En realidad, éste es un ejemplo vivo de cómo pudo tener lugar la transición de la matrilinealidad a la patrilinealidad en otras sociedades.
Así pues, la aparición de la propiedad privada fue el elemento clave que determinó el cambio radical de la condición de la mujer, que pasó de ser igual a subordinada del hombre. “La familia monógama debe su origen a la propiedad, …” escribió Morgan.
Surgió una nueva forma de sociedad, en la que los hombres propietarios empezaron a imponer a las mujeres condiciones hasta entonces desconocidas. La única forma de asegurarse de que la mujer produjera los hijos del marido era imponer estrictas normas de comportamiento, como la reclusión de las mujeres dentro de la casa, la prohibición de que salieran de casa sin compañía y una estricta fidelidad.
Morgan describe así el proceso:
Una vez que las casas y tierras, rebaños y manadas y menesteres mercables hubieran aumentado tanto en cantidad y llegaron a ser sujeto de propiedad individual, surgiría la cuestión del derecho de su herencia, apremiando a la mente humana (…)
Morgan explica que la familia acabó convirtiéndose en “una organización productora de propiedades”, y añade:
Había llegado el momento en que la monogamia, haciendo cierta la paternidad de los hijos proclamaría y sostendría el derecho exclusivo de éstos de heredar los bienes de su extinto padre.
Morgan, como hemos visto, no se limitó a observar a los iroqueses o a la información que recibía de otros eruditos y viajeros. También se fijó en otras fuentes, por ejemplo, en los antiguos griegos y romanos, y en lo que se podía discernir de sus primeros escritos, de sus mitos y leyendas, sobre sus primeras estructuras familiares.
Encuentra rastros de la gens en los primeros textos y mitos de los antiguos romanos y griegos, así como en el “sept” irlandés, el “clan” escocés, el “ganas” sánscrito, etcétera. Esto es muy significativo, ya que estas culturas nunca podrían haber tenido contacto alguno con las tribus nativas americanas que observó Morgan.
Los antiguos griegos y romanos habían adoptado una gens masculina, tras la transición de la anterior gens femenina, y describe cómo esto continuó en el primer periodo de urbanización.
En la antigua sociedad griega, vemos la perdición de la mujer en una de sus peores formas. Temerosos de que cualquier contacto con otros hombres pudiera desembocar en relaciones sexuales, los hombres atenienses no permitían que sus esposas fueran vistas en público y a los hombres ajenos a la familia no se les permitía estar con las mujeres de la casa. En la antigua Roma, el paterfamilias era la autoridad suprema, con poder de vida y muerte sobre todos los miembros de la familia, esposa, descendencia, así como sobre los esclavos.
Cabe señalar que esta “monogamia” era en realidad sólo para las mujeres. Y junto a esta nueva moral restrictiva surgieron diferentes formas de prostitución femenina (y en algunos casos masculina) en las antiguas sociedades de clases. El Estado ateniense llegó incluso a regular la prostitución, con la introducción de burdeles.
Antes de que surgieran estas sociedades de clases, las mujeres eran veneradas y honradas como dadoras de vida. Las epopeyas griegas hablan de diosas y mujeres guerreras, elevadas a una posición de culto y respeto. Robert Graves, en su obra Los mitos griegos (1955), opinaba que la Grecia de la Edad de Bronce había pasado de ser una sociedad “matriarcal” -nosotros diríamos matrilineal- a una patriarcal. Se refiere a la historia de Zeus tragándose a Metis, la diosa de la sabiduría, tras lo cual “los aqueos suprimieron su culto y arrogaron toda la sabiduría a Zeus como su dios patriarcal”.
Esta degradación de la mujer en los cielos era claramente un reflejo de su degradación en la tierra. William G.Dever ha argumentado en su libro, ¿Dios tenía esposa? que un proceso similar tuvo lugar en la mitología de los antiguos hebreos, que en su período primitivo creían que Yahvé (su dios) tenía una esposa, considerada la Reina de los Cielos.
Morgan y Engels sobre el futuro de la familia
Lo que Morgan tenía que decir sobre el desarrollo pasado de la familia desafiaba los puntos de vista tradicionales, pero lo que decía sobre el futuro de la familia era aún más desconcertante para los burgueses:
Cuando se acepta el hecho de que la familia ha pasado por cuatro formas sucesivas, y actualmente atraviesa la quinta, surge la pregunta de si esta forma será definitiva en el porvenir. La única respuesta lógica es la de que la familia debe progresar con el progreso de la sociedad y cambiar en la medida que ésta lo haga, tal como ocurriera en el pasado.
Engels fue más lejos:
Así, pues, lo que podemos conjeturar hoy acerca de la regulación de las relaciones sexuales después de la inminente supresión de la producción capitalista es, más que nada, de un orden negativo, y queda limitado, principalmente, a lo que debe desaparecer. Pero ¿qué sobrevendrá? Eso se verá cuando haya crecido una nueva generación: una generación de hombres que nunca se hayan encontrado en el caso de comprar a costa de dinero, ni con ayuda de ninguna otra fuerza social, el abandono de una mujer; y una generación de mujeres que nunca se hayan visto en el caso de entregarse a un hombre en virtud de otras consideraciones que las de un amor real, ni de rehusar entregarse a su amante por miedo a las consideraciones económicas que ello pueda traerles. Y cuando esas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán a sí mismas su propia conducta, y, en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo quedará hecho!
A menudo se ataca a Engels como hombre de la época victoriana, pero en estas pocas frases vemos que en realidad estaba muy adelantado a su tiempo en la cuestión de la familia y en cómo los seres humanos se relacionarán sexualmente en el futuro.
Después de que Engels produjera su obra clásica, las filas de la Segunda Internacional y más tarde de la Internacional Comunista se educaron en las ideas que él elaboró sobre esta cuestión. Cuando los bolcheviques llegaron al poder en 1917, empezaron a aplicar estas ideas, lo que puede verse en las diversas leyes y reformas adoptadas en relación con el matrimonio, los derechos de la mujer, el cuidado de los niños, etc.
Además de las reformas políticas, Lenin y Trotsky insistieron en la necesidad de una auténtica igualdad social y política, liberando a las mujeres de la carga de las tareas domésticas, el cuidado de los niños, etc., que sigue pesando desproporcionadamente sobre ellas.
El aislamiento de la revolución en un solo país atrasado hizo que muchas de esas reformas progresistas sólo pudieran realizarse parcialmente, ya que la Unión Soviética no disponía de recursos materiales suficientes para mantenerlas. No obstante, sus audaces reformas nos permitieron vislumbrar lo que podría conseguir una auténtica sociedad socialista. Y esa es precisamente la razón por la que la clase dominante no puede perdonar no sólo a los bolcheviques, sino incluso al propio Morgan.
La reacción burguesa contra Morgan y Engels
Merece la pena señalar aquí el tratamiento tan diferente de Darwin y Morgan. Darwin tampoco comprendía del todo cómo se producía la evolución, y ello porque aún no se habían realizado ciertos descubrimientos científicos, como la genética. Esto no le quita su papel histórico de haber impulsado enormemente nuestra comprensión de cómo ha evolucionado la vida.
Morgan recibió un trato diferente. La burguesía puede vivir con la idea de la evolución biológica. Incluso intentan tergiversarla para utilizarla como justificación de la propia sociedad capitalista. Pero no pueden vivir con una idea que lleva inevitablemente a la conclusión de que el propio capitalismo es una mera fase, destinada a llegar a su fin.
Aunque Morgan no era enemigo del capitalismo, sus descubrimientos en manos de Engels apuntaban en una dirección: Al igual que la sociedad había cambiado en el pasado en consonancia con el desarrollo de las fuerzas productivas, un mayor desarrollo de estas fuerzas estaba preparando las condiciones para la desaparición del propio capitalismo y, con él, de la familia tal y como se había conocido durante miles de años bajo diferentes formas de sociedad de clases. Por lo tanto, las ideas de Morgan tenían que ser socavadas y desacreditadas, ya que socavar su punto de vista significaba socavar también a Engels y las opiniones de los marxistas, a quienes se consideraba promotores de ideas peligrosas que amenazaban la estabilidad de la sociedad burguesa.
Por supuesto, es necesario ser objetivo al tratar con Morgan y la antropología de su época. Por ejemplo, él no comprendía el nivel de desarrollo que habían alcanzado culturas amerindias más avanzadas, como la de los aztecas. Creía que estaban al mismo nivel que los iroqueses. Incluso cuando uno de sus alumnos le señaló su error, persistió en esta opinión.
No obstante, queda claro que Morgan rompió claramente con la estrechez de miras de sus predecesores -e incluso contemporáneos- y aplicó inconscientemente el método del materialismo histórico a la comprensión del desarrollo humano primitivo. Hizo una importante contribución a nuestra comprensión del desarrollo de la sociedad humana y eso debe reconocerse.
Lo que tenemos que entender, sin embargo, es que quienes atacan a Morgan o a Engels no lo hacen desde el punto de vista de profundizar nuestra comprensión sobre la base de estudios más actualizados, algo a lo que el propio Engels habría estado abierto. No, atacan e intentan desacreditar su método científico, el método del materialismo dialéctico, como parte de un ataque más amplio y general contra el marxismo.
Hasta mediados del siglo XIX -el periodo de ascenso del capitalismo-, los primeros economistas, historiadores, paleontólogos y antropólogos burgueses seguían tratando realmente de descubrir los mecanismos que determinaban el desarrollo de la sociedad. Adam Smith, por ejemplo, trataba de comprender los mecanismos que determinan el funcionamiento del capitalismo. Pero fue necesario que Marx sacara todas las conclusiones lógicas.
Sin embargo, a principios del siglo XX, cuando el capitalismo alcanzó sus límites y empezó a estancarse y a entrar en crisis, la clase capitalista había dejado de desempeñar un papel genuinamente progresista, lo que repercutió también en su enfoque de dichos estudios.
La clase burguesa se ha vuelto totalmente reaccionaria y busca ideas que justifiquen la continuidad de su existencia. La razón está meridianamente clara: su riqueza y sus privilegios dependen de la continuación del sistema actual y, por lo tanto, tratan de demostrar que nunca puede acabar.
El célebre antropólogo Bronisław Malinowski fue una figura importante en esta embestida burguesa. “[L]a familia individual siempre ha existido, y […] se basa invariablemente en el matrimonio en parejas simples”, afirmó en 1931.
Malinowski reaccionaba ante la idea de que la familia había evolucionado a lo largo del tiempo, pasando por diferentes formas. Su postura era que un análisis histórico de las formas anteriores de la familia carecía de pruebas, y que ésta siempre había sido, es y será nuclear. Como se ha citado anteriormente, creía que la “familia individual” (con el hombre a la cabeza) era el “elemento central de nuestra sociedad”, y que suprimirla sería una “catástrofe social”.
Aquí vemos cómo muchos antropólogos que han intentado comprender sociedades anteriores, las han visto a través del prisma de la sociedad en la que nacieron. En la ciencia puede existir el prejuicio social. La ciencia no es un “foro” neutral de ideas; es un campo de batalla que refleja todas las presiones de la sociedad de clases.
La antropología, por ser un estudio de la sociedad humana, es una de las ciencias más propensas a este tipo de prejuicios sociales. Las creencias religiosas, las tradiciones, la moral y los prejuicios de clase pueden impedir a los antropólogos ver lo que realmente tienen delante, sobre todo en lo que se refiere a las normas sexuales, pero también a la cuestión de la propiedad.
Así pues, desde principios del siglo XX, la antropología fue testigo de una creciente reacción contra las ideas de Morgan. Marvin Harris, en su obra El desarrollo de la teoría antropológica (1968), explica que “la ciencia de la antropología cruzó el umbral del siglo xx convencida de que para sobrevivir y progresar necesitaba rechazar el esquema de Morgan y destruir el método sobre el que se basaba”. [el subrayado es mío].
¿Cuál era el método que querían destruir? Harris explica que: “Los triunfos del método científico en los dominios físico y orgánico llevaron a los antropólogos del siglo XIX a pensar que los fenómenos socioculturales estaban gobernados por principios que podían descubrirse y enunciarse en forma de leyes”. En el siglo XX, sin embargo, “llegó a aceptarse generalmente que la antropología no podría nunca descubrir los orígenes de las instituciones ni explicar sus causas.”
Esto supuso un rechazo del enfoque científico y materialista de los estudios antropológicos y un giro hacia métodos acientíficos e idealistas. Esto condujo a una situación en la que:
Sobre la base de evidencias etnográficas parciales, incorrectas o mal interpretadas, surgió así una concepción de la cultura que exageraba todos los ingredientes extraños, irracionales e inescrutables de la vida humana. Deleitándose con la diversidad de las pautas, los antropólogos escogían los acontecimientos divergentes e incomparables. Subrayaban el sentido íntimo, subjetivo de la experiencia y excluían los efectos y las relaciones objetivas. Negaban todo determinismo histórico en general y en especial negaban el determinismo de las condiciones materiales de la vida.
Este enfoque idealista rechazaba el método materialista y evolucionista, y con él la idea de que se pudiera elaborar una visión histórica global y a largo plazo del desarrollo de la sociedad; rechazaba la idea de que se pudieran encontrar leyes de desarrollo de la sociedad, y en su lugar insistía en que cada cultura debía considerarse aisladamente como única y sin un orden específico de desarrollo. Franz Boas (1858-1942) fue un pionero de esta corriente, con su teoría del “particularismo histórico”.
Esto, en efecto, fue una anticipación del pensamiento postmodernista, que vio a un número de izquierdistas desilusionados e incluso “marxistas” alejarse de una perspectiva científica y materialista, hacia la negación no sólo de las leyes del desarrollo, sino del desarrollo mismo.
Hubo antropólogos que lucharon contra esta tendencia, como Leslie A. White y Marvin Harris, que a su manera resistieron la deriva hacia el idealismo y mantuvieron un enfoque materialista. Pero como Harris comentó en 1999 en su obra Theories of Culture in Postmodern Times: “Debo confesar que el giro que ha dado la teoría -alejándose de los enfoques procesuales de orientación científica y aproximándose a un posmodernismo del «todo vales-e- ha sido mucho más influyente de lo que había creído cuando estudié lo ocurrido desde finales de los años sesenta”. Este giro no fue en absoluto casual.
Con los enfoques boasiano y, más tarde, posmoderno, todo lo que nos queda es una masa de estudios de casos individuales, de hechos aislados, inconexos entre sí, sin ningún intento de establecer una relación de causa o efecto, con la conclusión final de que la realidad es incognoscible.
Una de las críticas que la escuela boasiana hizo a Morgan, y a todos los evolucionistas sociales de la época, fue que tenían una visión rígida de cómo se desarrollaban las culturas humanas, imponiendo un modelo en el que había que forzar todas las culturas locales.
Es cierto que las sociedades humanas no evolucionaron todas exactamente de la misma manera, siguiendo cada fase una especie de plan preestablecido. ¿Podemos negar que en diferentes condiciones geográficas y climáticas ha habido diferentes ritmos y direcciones de desarrollo? Sería absurdo y anticientífico. Por ejemplo, se ha demostrado que ha habido casos en los que culturas que se habían embarcado en formas tempranas de agricultura, volvieron posteriormente a la caza. ¿Por qué? Porque en las condiciones dadas, la agricultura resultó ser menos productiva, o los cambios climáticos obligaron a estos grupos humanos a desplazarse. Había una razón concreta y material para este regreso a lo que cabría suponer una forma de sustento menos desarrollada.
Si aplicamos esto a la familia, vemos que, a pesar de su adopción de la agricultura y la domesticación, algunos yacimientos neolíticos sugieren la continuación de una igualdad entre los sexos, incluso durante periodos muy largos. Y también podemos encontrarnos con sociedades de cazadores-recolectores en las que la opresión de la mujer ha surgido bajo la influencia de formas posteriores de sociedad, en las que ha habido contacto con agricultores: un ejemplo sorprendente de la ley del desarrollo desigual y combinado.
Sin embargo, esto no refuta que existan leyes discernibles de la evolución social, y etapas. La cuestión es que el proceso general tendió en una dirección, y por razones materiales que podemos comprender. Ni una sola sociedad de clases ha presentado jamás el nivel de igualdad observado en una amplia gama de sociedades de cazadores-recolectores, pasadas y presentes.
Una visión objetiva del desarrollo de la sociedad, una observación de los hechos dados, muestra que, sí, la evolución social tomó caminos ligeramente diferentes, dependiendo de las condiciones locales. Pero una cosa es reconocer esto y otra muy distinta sacar de ello la conclusión de que no existen leyes discernibles del desarrollo social.
Boas no fue en absoluto el único antropólogo que adoptó esta perspectiva. Otros después de él han adoptado un enfoque igualmente idealista. Lo que sí podemos decir es que su método, independientemente de su intención, le viene como anillo al dedo a la clase capitalista actual. En lugar de utilizar el lenguaje abiertamente reaccionario de Malinowski, pueden esconderse tras una filosofía que se presenta como progresista, cuando en realidad es profundamente reaccionaria.
La necesidad de una comprensión teórica
Para concluir, podemos hacernos la pregunta: ¿Por qué importa todo esto? ¿Por qué defendemos las ideas centrales elaboradas por Morgan, Engels, de la evolución social y con ello la idea de que la familia ha evolucionado? La respuesta a esa pregunta es que una comprensión teórica es necesaria en la lucha por abolir la opresión.
Este debate no tiene un interés meramente académico. El conflicto entre materialismo e idealismo en todas las esferas de la vida es un conflicto entre progreso y reacción. En realidad, forma parte de la lucha de clases.
Si aceptamos la perspectiva anti materialista e idealista que llegó a dominar la antropología en el siglo XX -y sigue haciéndolo en la actualidad-, nos quedamos sin una comprensión real de cómo y por qué cambió la sociedad, cómo y por qué cambió la familia y, por tanto, cómo y por qué puede volver a cambiar en el futuro. Nos quedamos con la idea de que son las mentes de los individuos las que determinaron los cambios, y no el cambio en las condiciones lo que determinó los cambios en el pensamiento.
El abandono de la perspectiva materialista y evolucionista en la antropología fue un paso atrás, ya que no dejaba espacio para una auténtica comprensión científica de cómo evolucionó la sociedad humana desde sus etapas más tempranas, pasando por diversas formas hasta llegar a la sociedad industrial actual.
Nos deja con la idea de que no tiene sentido luchar por un cambio radical de la estructura de la sociedad. En lugar de eso, debemos trabajar sobre los individuos que componen la sociedad. Eso nos deja sin una forma concreta de cambiar las condiciones materiales. Significa, en el caso de la lucha por los derechos de las mujeres -y de otras capas oprimidas de la sociedad-, que la lucha de clases no tiene ningún papel que desempeñar. Todo se convierte en una batalla por las palabras, por los significados. Por este camino el movimiento acaba en un callejón sin salida.
Lo que hace falta es volver a la idea de que hay una dirección en el desarrollo de la sociedad, que las diferentes etapas de desarrollo nos han llevado a donde estamos hoy, y que la etapa actual, la de la sociedad capitalista, no ha hecho más que preparar el terreno para una etapa superior, la del socialismo, por la que hay que luchar.
El futuro de la familia
A los que niegan que la familia haya evolucionado a través de varias formas diferentes, podemos señalarles el hecho de que, a pesar de los más fervientes deseos de figuras como Malinowski, está más que claro que la familia ha experimentado muchos cambios incluso en el periodo relativamente corto que nos separa de los días de Morgan y Engels.
Somos testigos de ello. En la actualidad, casi el 50% de los matrimonios en Estados Unidos acaban en divorcio o separación, mientras que la cifra en el Reino Unido ronda el 42%. Estimaciones recientes muestran también que alrededor del 40 por ciento de los nacimientos en Estados Unidos se producen fuera del matrimonio.
En muchos países del mundo, los matrimonios son cada vez menos frecuentes, la gente se casa más tarde y se está produciendo una “disociación” entre la paternidad y el matrimonio. Como dice un artículo, “en las últimas décadas la institución del matrimonio ha cambiado más que en miles de años antes”.
Estos cambios se han producido debido a varios factores, el más importante de los cuales ha sido la enorme afluencia de mujeres al mercado laboral, lo que les ha dado un mayor grado de independencia.
Sin embargo, sigue existiendo una importante brecha salarial entre hombres y mujeres. A pesar de los progresos realizados, especialmente desde los años setenta del siglo pasado, la mayoría de las mujeres no son totalmente independientes económicamente debido a la persistencia de la desigualdad, la pobreza y la austeridad. Pero sigue siendo cierto que las mujeres no son tan dependientes de los hombres como lo eran en el pasado -al menos en los países industrializados avanzados- y con esta mayor independencia económica ha llegado una mayor exigencia de las mujeres de igualdad ante la ley y en las condiciones sociales.
Por lo tanto, podríamos plantearnos otra pregunta: Si en los últimos 70 años se ha producido en la familia todo el cambio descrito, ¿por qué no se hubieran podido producido cambios aún mayores a lo largo de decenas de miles de años, y por qué no podría cambiar en el futuro en una dirección progresiva?
Dicho esto, está claro que la opresión de la mujer no desaparecerá pacíficamente bajo el capitalismo. Además de las barreras materiales a las que se enfrentan las mujeres, miles de años de sociedad de clases, cultura e ideología misóginas siguen determinando, en un grado u otro, la perspectiva de miles de millones de personas en la actualidad. Los prejuicios y la moral clasista se han acumulado unos sobre otros y siguen siendo fuertes bajo el capitalismo.
A menudo se afirma erróneamente que el capitalismo es la raíz de la opresión de la mujer. Eso es simplificar enormemente la cuestión. Como hemos visto, la dominación del hombre sobre la mujer se produjo hace miles de años, cuando surgieron las primeras formas de sociedad de clases. Sin embargo, lo cierto es que la cultura misógina sigue floreciendo bajo el capitalismo y es utilizada activamente por la clase dominante cuando su posición se ve amenazada, como vemos hoy en día.
Todo aquello que pueda utilizarse para dividir a la clase trabajadora es útil para los capitalistas. El racismo, la homofobia, la transfobia, las divisiones religiosas y étnicas, todo se considera una herramienta útil para enfrentar a un grupo de trabajadores contra otro. Esta es una poderosa razón por la que la familia nuclear todavía se presenta como una de las “piedras angulares de la civilización”, y siempre lo será bajo el capitalismo.
La emancipación final y verdadera de la mujer sólo se logrará cuando desaparezca de una vez por todas la sociedad de clases. Como dijeron Marx y Engels, “la fuerza propulsora de la historia … es … la revolución” . Nuestra tarea hoy es luchar por el derrocamiento del actual sistema capitalista opresor, que ha superado su papel histórico.
Una vez que se eliminen todas las contradicciones que se derivan de esta sociedad, y una vez que las fuerzas productivas se liberen de las limitaciones del afán de lucro y se pongan bajo el control de quienes producen la riqueza, la clase obrera, las condiciones materiales cambiarán radicalmente, y con este cambio radical serán las generaciones futuras quienes decidan cómo quieren relacionarse entre sí. Las relaciones entre los seres humanos estarán por fin libres de la necesidad material y de la moral distorsionada impuesta por la sociedad de clases.