En enero de 2006 Evo Morales juró por primera vez como Presidente de Bolivia. Había sido votado por más del cincuenta y cuatro por ciento de los electores, un porcentaje sin precedentes desde el fin del ciclo de dictaduras militares en 1982. De hecho, para encontrar un apoyo de masas tan abrumador tenemos que remontarnos hasta los gobiernos del MNR surgidos de la Revolución de 1952. Y también Evo Morales fue elegido como consecuencia de insurrecciones populares con carácter revolucionario que enterraron el viejo régimen provocando la renuncia de dos presidentes y la desaparición de partidos políticos de larga trayectoria. Sólo una revolución pudo llevar al primer indígena, representante de la mayoría nacional oprimida de Bolivia, al cargo político más importante del Estado.
En sus casi catorce años de gobierno, un hito en la historia de Bolivia, Evo Morales hizo lo que ninguno de sus predecesores había logrado. El país cuyo estallido social lo había catapultado a la presidencia tenía a dos tercios de su población en la pobreza y más de un tercio en la pobreza extrema; menos del veinte por ciento de las bolivianas y los bolivianos votaba y una gran masa, mayoritaria en las vastas zonas rurales, no contaba ni con una cédula de identidad ni con acceso a una serie de servicios básicos como luz, agua o alcantarillado; el sesenta y dos por ciento de los habitantes de Bolivia se identificaba con un pueblo indígena cuyos idiomas, no reconocidos por el Estado, seguían destetando a uno de cada tres hijos de nuestra tierra y a la mayoría en departamentos como Potosí. La Bolivia que en 2003 obligó a Gonzalo Sánchez de Lozada – famoso por su marcado acento inglés y su furia privatizadora – era este país fantasma poblado por clandestinos en su propia tierra.
En la era de Evo Morales la pobreza se ha reducido al 34 por ciento, la pobreza extrema al 15; el producto interno bruto ha sido cuadruplicado; las Reservas Internacionales, que representan el saldo activo acumulado de las transacciones con el mundo, suman actualmente poco menos de ocho mil millones de dólares; el endeudamiento, en proporción al PIB, es contenido por debajo del umbral crítico; la inflación y el desempleo están a niveles considerados fisiológicos en los países capitalistas avanzados; el salario mínimo nacional ha sido incrementado de los 55 dólares americanos de 2005 a los 306 de 2019; los electores habilitados son más del sesenta por ciento de la población; la nueva Constitución Política del Estado, la primera en nuestra historia refrendada con voto popular, reconoce los idiomas nativos y el derecho a la autonomía indígena, es decir el gobierno según los usos y costumbres tradicionales de los territorios indígenas; sombreros y polleras ya no causan sorpresa en oficinas públicas o los bancos de la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Sin embargo, Evo ha sido forzado a la renuncia y se encuentra actualmente exilado en Argentina. El actual gobierno transitorio boliviano, producto de un pronunciamiento militar, es decir: un golpe, en medio de fuertes convulsiones sociales, lo persigue acusándolo de sedición, terrorismo y una serie de delitos de corrupción. Si el odio de clase de una burguesía colonial y reaccionaria hacia un reformador como Evo no es una novedad, es mucho más llamativo que esta misma burguesía ha podido retomar el poder en Bolivia con un cierto apoyo popular, inclusive de capas significativas del movimiento obrero y campesino-indígena, y que puede mantener este poder no solo con la represión a dirigentes y autoridades del MAS y de las organizaciones de masas, sino también por las divisiones que Evo suscita hasta en el mismo movimiento político del cual sigue siendo formalmente el líder.
Aunque tan clamorosa, la caída de Evo no fue del todo sorprendente. En uno de los países donde el reformismo cosechaba los más destacados éxitos, éste se reveló también completamente utópico, sobretodo en la tumultuosa época en que vivimos. Evo, sin embargo, actuó como aquel pasajero que se desentiende del paisaje y las señales que le anuncian la parada y pretende seguir en un viaje que ha perdido su fin. Solo que a él no le permitieron ir más allá.
El viaje inadvertido
Evo no llegó a las elecciones del 20 de octubre de 2019 ya con la victoria en el bolsillo, como le era costumbre. Al contrario, el 21 de febrero de 2016 el electorado le había negado la posibilidad de competir por un cuarto mandato consecutivo mediante la reforma de la Constitución, rechazada por un estrecho margen de poco más del uno por ciento, equivalente a aproximadamente 120 mil votantes. Indiferente a la derrota, el MAS consiguió la habilitación de Evo a la candidatura para las elecciones generales del 20 de octubre de 2019 mediante una maniobra interna del aparato estatal que sentía firmemente en sus manos.
En noviembre de 2017 el Tribunal Constitucional de Bolivia, interpelado por algunos diputados del MAS y tránsfugas de la oposición, falló a favor del “derecho humano” a la reelección indefinida, en base a la misma interpretación forzada del Pacto de San José de Costa Rica, la convención sobre derechos humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA), utilizada en 2009 en Nicaragua y en 2015 para abrir a un nuevo mandato de Juan Orlando Hernández en Honduras, mandato finalmente impuesto con fraude, balas y cárceles.
En aquel momento, desde las columnas de Lucha de Clases, comentamos que de esta manera el MAS devolvía al imperialismo la última palabra sobre la reelección de Evo. Esto porque, al convertir la continuidad de Evo en el poder como el objetivo y el Estado burgués en su medio, el MAS por un lado reducía a puros formalismos la legalidad burguesa, por el otro, pero, se declaraba incapaz de trascenderla. Pero ni diciendo esto hubiéramos podido imaginar que la más ciega fe en el orden internacional presidido por la OEA se impondría en las decisiones de Evo y su entorno por encima del más básico instinto de supervivencia política, como ocurrió después de los comicios de octubre de 2019.
Luego, a fin de convertir a los ofendidos por sus tejemanejes en competidores aquiescentes, el MAS aprobó una apresurada reforma del régimen de partidos que, sin cambiar nada del sistema “neoliberal” que expulsó a la izquierda del parlamento, introducía las primarias obligatorias entre los militantes de cada fuerza política legalmente establecida para definir sus candidatos. En estas condiciones, ni en en las propias filas de su movimiento, Evo, candidato único, obtuvo el plebiscito esperado. De los novecientos mil militantes registrados del MAS, menos del cuarenta por ciento acudió al voto y uno de cada cuatro que lo hizo depositó su papeleta en blanco.
Mesa y la burguesía nacional
Con estos antecedentes, Evo medía fuerza con el primer contrincante en condición de arrebatarle una inédita segunda vuelta. Que este fuera nada menos que Carlos Mesa, el último presidente derrocado por la insurrección de masas en 2005, es solo uno de los golpes de efecto y sobresaltos de una trama con un final previsible como en las telenovelas. Mesa fue resucitado de su merecido olvido por el propio Evo y el MAS que lo hicieron vocero de la demanda ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya, mediante la cual Bolivia exigía a Chile la devolución de “una salida soberana al mar”.
Mientras el historiador y el empresario de la comunicación Mesa llevaba las razones de Bolivia por el mundo, el entonces Canciller Choquehuanca expresaba el “más enérgico reclamo” del gobierno boliviano a su par chileno y “la inmediata suspensión” de los paros de los trabajadores portuarios. Mesa no creo el clima político del cual se ha beneficiado electoralmente, sino que cobró nueva popularidad con la colaboración de clases promovida por el MAS, que en el tema marítimo terminaba fortaleciendo a las empresas privadas gestoras de los puertos chilenos y sus intereses compartidos con la burguesía boliviana abierta al comercio exterior, intereses contrarios tanto a la clase trabajadora de Chile como la de Bolivia, asfixiada por la escasa competitividad de la producción de nuestro país.
Fuerte de esta legitimación que le venía del propio MAS, Mesa incursionó en el electorado decepcionado por ese partido, presentándose como el continuador de las políticas sociales de Evo purificadas de autoritarismo y corrupción. Por otro lado para una burguesía nacional consentida por el MAS, la candidatura de Mesa y las contemporáneas dificultades de Evo representaban la ocasión esperada para una “transición ordenada” o la natural evolución en sentido socioliberal de un régimen debilitado que la mantuvo por mucho tiempo alejada del control directo sobre la renta nacional, instrumento indispensable de su reproducción como clase en un país rezagado como el nuestro.
La relación entre el gobierno de Evo y la burguesía nacional, inicialmente muy conflictiva, se había luego enmarcado en el mismo cuadro de “mutuo beneficio” que ha caracterizado ciertas etapas del ascenso mundial del capitalismo. En definitiva, como resumió en muchas ocasiones el vicepresidente Álvaro García Linera, el gobierno del MAS ofrecía protección e inversiones públicas proveedoras de insumos y mercado a los empresarios privados, a cambio de la renuncia de estos a inmiscuirse directamente en asuntos políticos.
En la historia de los países imperialistas, semejante relación ha caracterizado los momentos abiertamente contrarrevolucionarios, es decir cuando la burguesía ha tenido que apoyarse y aceptar el arbitraje estatal para defenderse de la avanzada de la clase trabajadora, o el momento del perfeccionamiento de la democracia burguesa, cuando el dominio burgués se ha impuesto mediante la formación de una capa de políticos expertos en el manejo del poder y de la negociación que contuviese la lucha de clases en el recinto parlamentario y de la propiedad privada, y la simultánea incorporación a las instituciones del Estado de los dirigentes de la clase obrera y el movimiento de masas. En las condiciones propias de la Bolivia de Evo, esta relación operaba de las dos maneras al mismo tiempo: el MAS abrió el aparato estatal burgués a los dirigentes sociales y sindicales, y consolidó su presencia de forma burocrática y bonapartista, expropiando el poder político a la burguesía para defender su existencia como clase explotadora del trabajo ajeno.
Sin embargo Evo estaba demostrando estar aferrado a un poder que se le escurría de las manos por razones que no comprendía. Su capacidad de garantizar la paz social y la estabilidad económica seguía mermando. En condiciones nuevas y abiertas, el conservadurismo de las fracciones burguesas más cautelosas ante el peligro de convulsiones sociales que pudiesen afectar las “mayores ganancias que en gobiernos anteriores” que el propio Evo aseguraba haberle garantizado, se vio sometido a enormes presiones por los radicales de su misma clase, expresión estos últimos de una burguesía agroindustrial y su concepción arcaica, patrimonial y reaccionaria de la sociedad, madurada en las relaciones de señoreaje que subsisten en el desarrollo capitalista del Oriente boliviano. El líder cívico cruceño Camacho, exponente de este sector y operador confeso de la intervención de los militares, no se levantó solo contra Evo, sino también en contra de los de su misma clase que colaboraban con el gobierno.
Pititas y patotas
En las elecciones del 20 de octubre, según el cómputo oficial del anterior Órgano Electoral Plurinacional (OEP), cuyos vocales ahora están encarcelados acusados por fraude, Mesa obtuvo el 36,51% de los sufragios frente al 47,08% de Evo. Por la legislación vigente, no hay segunda vuelta cuando un candidato supere el 50% u obtiene una ventaja del 10% sobre el segundo. Es decir que Evo habría evitado un balotaje por un porcentaje de medio punto, perdiendo casi veinte puntos y centenares de miles de votos absolutos respecto a 2014 y con un padrón electoral de aproximadamente un millón de nuevos inscritos. El peor resultado electoral de toda su carrera política.
Si, además, se excluye el voto de los residentes bolivianos en el exterior, particularmente en países de fuerte migración boliviana como la Argentina, la distancia es inferior al fatídico diez por ciento. Poco menos de cuarenta mil votos y concentrados en el exterior para evitar la segunda vuelta, con la mayoría del país en contra y en un contexto de extrema polarización es lo opuesto de la estabilidad prometida por Evo en campaña electoral.
En todas las ciudades capitales del país se iniciaron movilizaciones contra el fraude electoral denunciado por la oposición y al que abiertamente aludía el primer comunicado oficial de la misión de observadores de la OEA. Los bloqueos con “pititas”, como ironizó Evo, mostraron de inmediato una auténtica base de masas, agigantada por la apatía de los sectores sociales que habían sido decisivos en la derrota del separatismo del Oriente en 2008. Sindicatos de empleados municipales, maestros, trabajadores de empresas de servicios, la COD de Chuquisaca, gremiales, indígenas como los de la nación Qhara Qhara y los comités cívicos de casi todos los departamentos fueron la cara visible de los paros, cuya manifestación más radical se vio en las regiones más pobres del país como Potosí o Sucre, donde fueron quemados los edificios de los Tribunales Electorales Departamentales.
Sin embargo, al lado, detrás y en otros casos al frente de este movimiento variado estaban las patotas falangistas en Sucre y Cochabamba, donde, casi de la nada, apareció un grupo paramilitar de motoqueros evidentemente vinculados al motín policial que se gestó en el cuartel de la Unidad Táctica de Operaciones (UTOP, los antimotines) de esa ciudad. Como en su momento escribimos “a medida que esta movilización no encuentre salida, los elementos más subversivos y golpistas emergerán con aún mayor claridad”.
El país, que el resultado electoral demostraba que estaba vertical y profundamente dividido, podía “ser gobernado solo o con métodos revolucionarios o con métodos autoritarios y acuerdos sellados a espalda y en contra de la lucha del pueblo”. La extrema polarización no podía ser resuelta en el ámbito de la democracia burguesa de la cual surgía, sino o en las calles en una guerra civil entre clases o por la intervención de un árbitro aparentemente externo a la contienda, como las FFAA. Es sobre la base de este análisis que alertamos desde un principio y en lamentable soledad sobre el peligro inminente de un pronunciamiento militar y defendimos una propuesta de Frente Único con el MAS, sin suspender ni renunciar a nuestras críticas públicas a Evo y a su política de colaboración de clases.
Cómo se debía combatir el golpe
Una prueba indirecta que sólo girando hacia la defensa de los los intereses del proletariado se le podía separar de la dirección burguesa del movimiento, la dio el propio gobierno. Potosí, donde la rebelión crecía y sumaba fuerzas de mineros, asalariados y cooperativistas, así como de sectores campesinos, estaba en paro cívico ya dos semanas antes de las elecciones de octubre. El departamento vivió dos largos paros cívicos en el pasado buscando su desarrollo. En 2015, las bases populares del Comité Cívico Potosinista (COMCIPO), rebasando a sus dirigentes, habían tomado la planta de una multinacional estadounidense en el Cerro Rico exigiendo su nacionalización a la cual se opuso el gobierno. La razón del último paro fue por motivos similares, esta vez por el desarrollo de la industrialización de la inmensa reserva de litio del Salar de Uyuni.
El gobierno había firmado un contrato de asociación con una multinacional alemana a la cual se le reconocía el 49% de las utilidades de la empresa mixta de elaboración del mineral que el Estado se obligaba a entregar a precio de costo desde las salmueras del Salar, el derecho a exportar a Alemania el 83% de la producción de LiOH para la producción de baterías, la última palabra sobre la posibilidad de industrialización en Bolivia del restante 17% y el poder de veto sobre las decisiones de la empresa. Al departamento de Potosí habrían quedado un porcentaje ínfimo de las utilidades netas. La oposición a este proyecto inevitablemente juntó a regionalistas, trabajadores conscientes, revolucionarios y defensores de intereses imperialistas opuestos a los de Alemania y Rusia, financiadora de la cuota de capital boliviana de la empresa mixta.
Para los masistas, la caída de Evo fue el resultado de una conspiración imperialista estadounidense de la cual el litio sería uno de los objetivos principales. El punto es, pero, que los gobierno de Alemania, inmediatamente, y el de Putin, con mas cautela pero con los mismos efectos, reconocieron al gobierno surgido de la forzada renuncia de Evo, defendiendo sus intereses por encima de las eventuales contraposiciones con los EEUU por el control del litio boliviano. Quién podía derrotar estas maquinaciones imperialistas no estaba ni en Berlín ni en Moscú, sino entre el pueblo pobre y trabajador de Potosí al cual el gobierno del MAS dio la espalda desestimando sus reclamos. El gobierno derogó el contrato de asociación con esta multinacional alemana cuando era demasiado tarde, pero al hacerlo demostró que la única manera de gobernar contra el imperialismo es con el favor de las masas bolivianas.
En el Cabildo del Pueblo celebrado el 5 de noviembre en La Paz en apoyo a Evo, la burocracia sindical aprobó una resolución en tono de batalla, que sin embargo servía para frenar cualquier acción concreta contra los golpistas. En nuestro análisis de esa manifestación explicamos la cuestión en estos términos:
La resolución afirma que la “acumulación política del fascismo fue posible porque la burguesía cruceña ha preservado su poder económico”. Este poder económico se ha ampliado gracias a la política de colaboración de clase del MAS, política que es a la base de los incendios de la Chiquitania, la privatización de nuestras fronteras mediante los acuerdos público-privados para impulsar la hidrovía Paraguay-Paraná, el apoyo del MAS a los especuladores y constructores de la alcaldía cruceña, el papel dirigente que empresarios y latifundistas han usurpado en el MAS en varios departamentos.
En el primer día de toma de las instituciones de Santa Cruz, los obreros de Cerámicas Santa Cruz en lucha desde hace meses, se han concentrado nuevamente a la Jefatura Cruceña del Ministerio de Trabajo exigiendo la reincorporación laboral de 30 compañeros despedidos de manera injustificada y la anulación de los procesos penales contra 12 dirigentes de su sindicato. Casos como este hay decenas a lo largo y ancho de todo el país y explican el porqué el fabril, el sector obrero numéricamente mayoritario, es el que más se ha dividido frente a esta coyuntura. A estos compañeros no se los puede convocar denunciando el “poder económico” de la burguesía cruceña en abstracto, sino con las reivindicaciones para combatir este poder, luchando contra el golpe y la colaboración de clases del MAS.
La resolución habla de empresarios democráticos y antidemocráticos y advierte a estos últimos con la ocupación y reactivación de las empresas que paralicen para sabotear al gobierno. Actualmente las más de 300 empresas del Parque Industrial cruceño han ingresado al paro, y los industriales de Cochabamba han empezado con el cierre de empresas por “falta de seguridad”. Está claro que, ante la aguda polarización, la burguesía se está jugando la carta de un gobierno de transición que pacifique el país a la manera de los militares. […]
En cambio, en entrevista a Bolivia TV el eterno dirigente de la COB Baltazar explicaba que el significado de esta resolución es que si hay empresarios obligados a acatar el paro, los obreros pueden hacerse cargo de las empresas, mientras tanto. […] La única forma para combatir realmente el golpe, la burguesía y el imperialismo es mediante asambleas, armando al pueblo contra las tentaciones golpistas de las FFAA y convocando a la huelga general, toma de empresas cerradas y su reactivación por los trabajadores. La actual burocracia de la COB es demasiado corrupta para hacer esto y sus asesores estalinistas incapaces de una auténtica visión revolucionaria. Para ello es necesario movilizarnos desde las bases, exigiendo asambleas, votando resoluciones y movilizándonos sobre este programa.
Así es como el golpe debía haber sido y podía haber sido derrotado.
Cómo triunfó el golpe
Ni el gobierno, ni la informe izquierda del MAS, ni la burocracia sindical actuaron de este modo. Más allá de las proclamas belicistas, toda la estrategia quedó enmarcada en la continuidad del Estado burgués, incluso después que este se había quebrado con el motín de la policía que, desde su estallido del 5 de noviembre entre las unidades especiales de Cochabamba influidas por el falangismo, se había propagado a todo el país y entre los policías de base de los departamentos del sur sometidos a una presión más popular. El 10 de noviembre este suicidio político finalmente se concretó.
La OEA a la cual Evo había inopinadamente encomendado la auditoría del voto para legitimar la victoria que los datos oficiales le asignaban, se pronunció en la madrugada de ese día recomendando la “anulación de las elecciones”, es decir validando las denuncias de fraude. A las 8 de la mañana un Evo visiblemente decaído y sin hacer mención de ese informe que ya era de dominio público, propuso nuevas elecciones, con un nuevo Órgano Electoral, tal como le pedía la OEA, y nuevos actores, sin aclarar una eventual participación suya. Lo acompañaban dirigentes campesinos y Juan Carlos Huarachi, ejecutivo de la COB. Pero las cosas se precipitaron.
En el camino entre Potosí y La Paz, las caravanas partidas desde los departamentos del sur rumbo a la sede de gobierno para reforzar las movilizaciones contra Evo, habían sido emboscadas y frenadas por sectores campesinos. Otra caravana de mineros potosinos salidos la noche antes al rescate de sus coterráneos, fue a su vez objeto de disparos con armas de grueso calibre por francotiradores hasta ahora no identificados apostados en las laderas montuosas de la carretera a Oruro. Al poco rato los militares lanzaron una primera operación para desarmar a este grupo, mientras en Potosí, principalmente, y otras regiones del país, la población enardecida y los grupos de choque de la derecha incendiaron las casas de autoridades del MAS, forzando su renuncia pública. En dos sucesivas ruedas de prensas el Alto Mando Militar primero y el mismo Huarachi después en nombre de la COB, “sugirieron” a Evo renunciar “para pacificar el país”.
En la tarde Evo renunció “para qué – dijo – mis hermanas y hermanos, dirigentes, autoridades, del Movimiento al Socialismo, no sean hostigados, perseguidos, amenazados”. Incluso en este momento Evo habló de “golpe cívico-político-policial”, sin mencionar ni la burguesía nacional ni a las FFAA. En realidad las Fuerzas Armadas jugaron un papel determinante en la posesión de la actual presidenta transitoria Jeannine Áñez y en la consolidación de su gobierno. Liberadas de eventuales persecuciones penales, las FFAA provocaron casi treinta muertos y dos masacres en la represión de las movilizaciones en El Alto y Cochabamba, mientras todo el viejo aparato estatal, jueces y fiscales nombrados por el MAS, se ponían a servicio de los nuevos amos del poder.
¿Fue un golpe?
La derecha y sus epígonos dicen que sin la intervención militar el país se habría precipitado a la guerra civil. Dicen también que el golpista fue Evo cuando forzó a la renuncia a Goni y a Mesa en 2003 y 2005. Pero, en aquel entonces el sucesor de Mesa a la presidencia Rodríguez Veltzé, hasta entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, no juró ante el Alto Mando Militar, como lo hizo Añez, sino en el parlamento donde el MAS era minoría. Los militares no salieron a desempeñar papeles de policía y los dirigentes de los partidos de la coalición parlamentaria de Goni o los periodistas que se mantuvieron leales a éste no fueron amenazados o enjuiciados por terrorismo y sedición por sus declaraciones a falta de actos. Que el actual gobierno sea civil y no militar no le exime de sus pecados originales. Fue un golpe de Estado, planificado como tal por los que lo dirigieron.
Que, en sus tormentos por la creciente inestabilidad social, la burguesía a través de su fracción más resuelta haya tenido que ponerse al frente de movimientos con bases también en la clase obrera y el pueblo pobre, no excusa el gobierno de Añez ni cambia su naturaleza de clase. Para entender mejor esta aparente contradicción, recurrimos a la analogía histórica con las “revoluciones de colores” que explicamos en los siguientes términos:
En octubre de 2003 el reclamo por la nacionalización e industrialización de los recursos naturales unificó un movimiento variado donde cabían la rebelión indígena liderada por Felipe Quispe, la oposición política y social encarnada por Evo y el MAS, el antiimperialismo instintivo de las masas, el rechazo de la clase media a un régimen corrupto y servil al capital extranjero, la lucha de mineros como los de Huanuni. Ese levantamiento revolucionario, que tumbó a Goni y a Mesa, podía haber llevado a una victoria revolucionaria, pero faltó una dirección que tuviera esa perspectiva. El movimiento logró una victoria parcial, deteniendo la exportación del gas, pero la toma del poder se vió frustrada.
Evo encauzó esta auténtica insurrección en el marco de una Asamblea Constituyente para reestructurar el Estado burgués a partir del cual se nacionalizaron una decena de empresas de servicios y se pactó la permanencia de las multinacionales bajo las nuevas condiciones de coparticipación del Estado. Mientras se multiplicaban los ingresos del Estado y se implementaban programas sociales, los límites de la política de Evo eran evidentes sólo a reducidos grupos de vanguardia, que en la mayoría de los casos empezaron a encerrarse en la esterilidad del sectarismo.
En la medida en que la ausencia de una dirección política (un partido obrero o una corriente de izquierda en el MAS) no permitía unificar las luchas campesinas, regionales y obreras que se dieron a lo largo de estos años reclamando, con programas confusos o a veces solo a gritos, profundizar el “proceso de cambio”, Evo actuó sin presiones reales en su flanco izquierdo, buscando acercamientos con la burguesía. Estos acercamientos se intensificaron cuando el precio de las materias primas empezó a caer y las concesiones a las multinacionales eran pagadas con recortes presupuestarios a gobernaciones, municipios y universidades. Para poder hacer esto el MAS, como muchas veces denunciamos, se convirtió en un aparato de persecución policíaca para sindicatos y dirigentes sociales.
Con sindicatos y organizaciones bajo estricto control, con la burguesía reforzada y más cerca al gobierno y la burocracia del MAS manejando un poder y una disponibilidad de dinero nunca vista en nuestra historia, inevitablemente proliferaron los casos de corrupción. Todo esto es lo que nos ha hecho hablar de un golpe burgués en la forma de una “revolución de colores”, como se llamaron los derrocamientos de una serie de regímenes de Europa del Este a lo largo de los años 2000, donde movimientos de masas con la participación o la apatía de la clase trabajadora, al verse cerrada la posibilidad de una salida de izquierda, enarbolaron consignas por la “libertad y la democracia”, “contra la corrupción” que favorecieron el ascenso de la burguesía al pleno control del Estado.
Se trata, como cualquier analogía histórica, de un recurso limitado, que nos ayuda a comprender la naturaleza golpista del gobierno de Añez combinada a la “acción colectiva” que, en palabras del propio Álvaro García Linera, había rebasado a “muchas dirigencias sociales” sobre las cuales contaba el MAS, en otras palabras: la participación de las masas en el movimiento que forzó Evo a la renuncia. Sin embargo, hay algo más en común: ninguno o casi de los regímenes surgidos de las revoluciones de colores tuvo una vida larga o tranquila. Esto le espera también al gobierno que resulte de las nuevas elecciones, convocadas en mayo para, según los planes golpistas, completar el trabajo.
El papel de la burocracia
Por muchos días después de su posesión, el destino de la misma Añez colgaba de un hilo atado a una bayoneta militar. La presidenta interina pudo nombrar a los ministros de educación, minería y trabajo sólo después de llegar a acuerdos de pacificación nacional con las diferentes organizaciones sociales y, en primer lugar, con la COB. El hecho, vergonzoso, no fue aislado. Añez negoció el desarme de las movilizaciones y la convocatoria para designar un nuevo Órgano Electoral también con la bancada parlamentaria del MAS, o su mayoría, muchas federaciones y confederaciones campesinas, juntas vecinales etc.
Evo, cuyo plan probablemente era volver rápidamente al gobierno con un levantamiento popular a su favor, ha declarado recientemente que “faltaba poco para derrotarlos [a los golpistas], lamento mucho los muertos y heridos. Algunos sectores no respondieron a una lucha por la democracia, para hacer respetar nuestro proceso de cambio”. El llamado a la democracia, la misma bandera usada contra Evo, ya de por sí hubiera sido poco atractivo y creíble en la boca de Evo. Pero es un hecho que experimentamos directamente en asambleas sindicales de base que fue la burocracia sindical, motivada por intereses mezquinos, la que sofocó incluso la disponibilidad instintiva de las bases a luchar por el retiro de los militares, cuya presencia en las calles evoca en nuestro país recuerdos tenebrosos.
Dentro del MAS, autoridades electas y dirigentes campesinos, algunos de manera oportunista otro expresando un sentir real al interior del partido, en vez de organizar la resistencia al golpe salieron públicamente con críticas al entorno más estrecho de Evo Morales y sus ministros, a los que culpaban de haber prácticamente vaciado y desautorizado el partido y sus organizaciones sociales referentes con los métodos de una burocracia mafiosa. En una entrevista a Página Siete del 28/11/2019 el dirigente campesino chuquisaqueño y diputado por el MAS Velázquez describió así el ambiente en el interior del partido:
“... el entorno del expresidente Evo. Yo he visto muy de cerca la situación como lo alababan le hacían creer que era Dios, que era el tal y el cual, que no había problemas, que todo está bien y si decían lo contrario es porque (esa persona) estaba enferma o demente. Y no aceptaban la autocrítica. […] La primera gestión ha estado excelente, había coordinación. Con el Presidente nos reuníamos a solas. Cuando era dirigente de la Federación me llamaba directamente, nos reuníamos en Cochabamba me preguntaba qué necesitaba mi pueblo, cómo estaba la gestión y eso era lindo. Pero en la segunda gestión ya empezamos a ver las divergencias, por culpa del entorno del Presidente. En esta última gestión prácticamente nos han alejado. El entorno no conseguía lo que quería, iban a las organizaciones y nos dividían, casi el 80%. No les gustaba el ejecutivo buscaban cualquier cosa para hacer pelear al sector, en nuestro sector nos han hecho pelear entre indígenas y campesinos”.
¿Cómo pudo suceder?
Al parecer en cambio Evo se llevó al exilio la misma imagen idílica de sus gestiones que le presentaba este su entorno. En entrevista a la agencia cubana Prensa Latina Evo dijo estar sorprendido que “el golpe de la derecha se produce, además, cuando íbamos muy bien económicamente, en la seguridad alimentaria y en la eliminación de la pobreza, y eso es otro motivo más para incentivar el debate de analistas, investigadores, politólogos en beneficio de las nuevas generaciones”. Es decir que demanda a los “expertos” las respuestas que le son indispensables como luchador político.
En realidad no hay una sola respuesta satisfactoria a la pregunta de cómo pudo tener éxito el golpe. Aquel “íbamos económicamente muy bien” venía acompañado de toda una serie de profundas concesiones a la burguesía nacional y al imperialismo, o más precisamente a los imperialismo de asalto del momento, algunas de las cuales, no todas, están mencionadas en este texto y la definitiva fusión del MAS con el Estado burgués, su consiguiente corrupción interna y conversión en aparato de policía sindical contra las luchas sociales, como atestiguan voces internas del propio partido. Esto privó a la clase trabajadora y el movimiento de masas de la fuerza y el espíritu para resistir al golpe.
La moderación que Evo y los ideólogos del MAS flameaban ante la crisis de Venezuela como garantía de continuidad, se le ha vuelto en contra. En otra de sus declaraciones, Evo se comprometió a tomar el ejemplo de Chávez y conformar milicias populares si es que volviera al poder. Sin embargo, él mismo en 2014 respaldó la represión de la jerarquía militar a una huelga de oficiales de bajo rango, de extracción popular e indígena, que pedían descolonizar las fuerzas armadas, es decir dar derecho al ascenso también a los que no habían salido del Colegio Militar, institución que recluta a los funcionarios militares entre las filas de la pequeña burguesía al servicio de las clases dominantes. Esto facilitó la tarea del Alto Mando golpista a la hora de reprimir al pueblo.
Tampoco su confianza en la OEA y Luis Almagro fueron un accidente. Evo Morales nunca dejó de declararse antiimperialista. Sin embargo su estrecha visión reformista y nacional le ha siempre hecho ver el imperialismo desde la perspectiva del desarrollo de un capitalismo autónomo boliviano. Defendió siempre a nivel internacional la idea de un mundo “multipolar”, es decir de articulaciones variables alrededor de diferentes centros-países económicos fundamentales. Esta es la perspectiva del nacionalismo burgués y pequeñoburgués en los países capitalistas atrasados como el nuestro. Con la crisis venezolana, de la cual, significativamente, el MAS procuró distanciarse cuanto más le fuera posible, empezó a buscar nuevos referentes en Ángela Merkel y Alemania, Putin, China, en gobiernos ultraconservadores aliados de los EEUU como el de Modi, presidente hindú que visitó Bolivia, el gobierno autoritario y reaccionario turco de Erdogan, que Evo visitó promoviendo la apertura de una embajada turca en La Paz y el mismo Almagro, que acompañó a Evo en la apertura de la campaña. Todos ellos reconocieron luego el gobierno de Añez.
Esto tuvo profundos efectos desmovilizadores y de corrupción en las filas del MAS que abandonó por completo la solidaridad que en un momento había mostrado hacia pueblos como el kurdo o el hondureño, a lado del cual se había movilizado contra el golpe a Zelaya, mientras en defensa de la reelección de Evo, quedó mudo frente a la reelección fraudulenta de JOH. Así la lucha contra el golpe tampoco pudo revitalizarse inspirándose en el ejemplo de la clase trabajadora y el movimiento indígena de Chile o Ecuador.
Es por todo esto que, como destacaron periodistas y activistas extranjeros presentes en Bolivia y tuvo que admitir el mismo Álvaro García Linera, la resistencia al golpe, aunque heroica, chocó y se fragmentó ante la consigna del retorno de Evo Morales.
El papel histórico del MAS y su futuro
Nada de todo esto es particularmente novedoso en nuestra historia. Somos el país del mundo que más pronunciamientos militares ha vivido en su historia. Si bien existe una vasta literatura política nacional que ha intentado explicar esto y la litigiosa incapacidad de la burguesía boliviana de ser clase dirigente del país y conducirlo a su destino, en las escuelas nos enseñan a convivir con esta triste supremacía mundial como los franceses conviven con la Torre Eiffel y los cariocas con el carnaval: como producto del “genio” y el folclore del pueblo.
Somos un país capitalista atrasado atravesado por las formas más desiguales de desarrollo, hacia el mundo exterior y en el interior de nuestras fronteras. Aquí, sistemas de producción anteriores al capitalismo o ajenos a su proceso de formación, como las comunidades originarias, conviven no solo con la tecnología que importan las multinacionales, sino y necesariamente con los más sofisticados métodos de organización de la sociedad y del trabajo según los intereses de la clase dominante.
El MNR, con Villarroel antes y con la revolución de 1952 después, procedió a una sistematización de la fragmentada realidad nacional, organizando la sociedad en gremios, sindicatos y corporaciones todos firmemente vinculados al Estado. La estatización de los sindicatos es completa en nuestro país. Los trabajadores no solo debemos agotar los mecanismos de arbitraje estatal antes de poder convocar a una huelga, que debe ser aprobada por el ministerio de trabajo, sino que los sindicatos tienen existencia legal solo si el gobierno los autoriza y las decisiones asumidas en ampliados y reuniones sindicales son válidas sólo cuando son rubricadas por el Estado y sus funcionarios. Así los monopolios internos e imperialistas se aseguraron el dominio político del país y toda la vida nacional quedó inmersa en el caudillismo bonapartista. La traición de la COB frente al gobierno de Añez nace en este caldo de cultivo: la relación de dependencia de los sindicatos respecto al Estado, que la burocracia sindical se limita a tratar de condicionar para traerlo de su parte. La moneda de canje ofrecida por Añez a Huarachi y compañia fue, de hecho, la legalización de la resolución con la cual estos se prorrogaron en su mandato y así se aseguraban un papel en lo que vendría.
El MAS se movió en estos mismos parámetros, traficándolos con el mundo como “gobierno de los movimientos sociales”. Esto no podía resolver ni las cuestiones sociales ni los antagonismos nacionales, que traen nueva linfa de la explotación del proletariado indígena protagonista del impetuoso crecimiento de ciudades como El Alto o Santa Cruz de la Sierra. De manera que el MAS quedó como una promesa no cumplida: la promesa, propia de cualquier lucha nacional, que las masas indígenas serían hacedoras de sus propios destinos. Las tensiones desde la segunda gestión de Evo son un reflejo de todo esto.
Pero ni Añez, ni Mesa, ni Tuto y tampoco Camacho (todos los posibles candidatos de derecha) tienen nada que ofrecer al respecto. Ni el mundo, al borde de una nueva recesión, tiene nada que ofrecer. Se concluye un ciclo de luchas mediante el cual las masas excluidas de la vida política hasta principio de este siglo, hicieron su ingreso en la escena de la historia. Pero se abre uno nuevo, como el que se abrió después del derrocamiento del presidente nacionalista Villarroel en 1946, fundador de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, y que llevó a la revolución de 1952.
Desde el exilio de Evo se ha abierto un debate interesante en las filas del MAS. Las voces críticas y autocríticas son todavía minoritarias, pero se expresan con mayor libertad y visibilidad. Sin embargo, con la condicionante del proceso electoral ya en marcha, que el MAS afronta con mucha dificultad y, al mismo tiempo, con una fuerza que podría llevarlo a una segunda vuelta, es bastante difícil que este debate vaya muy lejos. Hasta que no entiendan desde que punto tiene que volver a empezar, es improbable que el MAS se decida a hacerlo y a ponerse en discusión, sobre todo sin un partido de masas a su izquierda que sepa fomentar este debate dentro el MAS, llamando este partido a debatir un programa común de defensa de la clase trabajadora y el movimiento campesino-indígena. Nuestra perspectiva sigue la de construir una corriente marxista de masas que desempeñe este papel.