¿Es necesario el arte?

Editorial de Alan Woods para la revista América Socialista – En defensa de marxismo número 36. Este número aborda la importantísima cuestión de la relación de la cultura, y del arte en particular, con la lucha por la revolución socialista y la libertad humana. La revista estará disponible en agosto 2024.

El marxista austriaco Ernst Fischer escribió un libro muy interesante titulado La necesidad del arte. Se publicó por primera vez en 1959 y me causó una profunda impresión. Mi admiración por él no ha disminuido con el paso del tiempo. 

Por supuesto, uno puede estar en desacuerdo con una u otra de sus afirmaciones. Pero contiene algunas ideas muy profundas. Por ejemplo: «El arte es necesario para que el hombre pueda conocer y cambiar el mundo. Pero también es necesario por la magia inherente a él».

¿Cómo entender estas palabras?

Imaginemos por un momento un mundo sin arte, sin color, sin música, danza o canto. Un mundo así sería un lugar intolerable, lúgubre y miserable, aun suponiendo que todo el mundo dispusiera de comida, alojamiento y asistencia sanitaria suficientes.

La vida, de hecho, carecería de sentido sin la búsqueda de algo más elevado, más sublime, más bello que la sórdida realidad de la existencia cotidiana. 

Una visión apagada del marxismo

A menudo se acusa al marxismo de ser un dogma sin vida, dedicado puramente al análisis económico. Esto es totalmente falso. El materialismo histórico afirma que, en última instancia, la viabilidad de cualquier sistema socioeconómico se determina por su capacidad para desarrollar las fuerzas productivas.                                                                             

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              Esto es indudablemente cierto. Pero derivar de esta afirmación general la conclusión de que toda la compleja y contradictoria evolución de nuestra especie puede reducirse puramente a factores económicos es francamente absurdo.

El materialismo trata de explorar los múltiples vínculos que unen todas las formas de pensamiento -incluidos el arte y la religión- con la vida real de los hombres y mujeres de carne y hueso, es decir, con su ser social.

En última instancia, se puede observar que los cambios en nuestra forma de pensar tienen su origen en cambios en la sociedad. Sin embargo, la relación entre el pensamiento y el ser social no es automática ni mecánica. Es compleja, contradictoria, en una palabra, dialéctica

Contrario a las ilusiones de los idealistas, que imaginan que toda la historia humana ha sido impulsada por la fuerza de las ideas y (lo que no es más que una extensión de esta proposición inicial) por las acciones de grandes individuos, la mente humana es generalmente conservadora y va por detrás de los acontecimientos. 

Es precisamente este retraso crónico de la conciencia y el desarrollo de la sociedad, impulsado por las exigencias de las fuerzas productivas y otros factores objetivos que se desarrollan independientemente de nuestra voluntad, lo que explica la necesidad de las revoluciones sociales (y también artísticas).

Dos culturas

Durante toda la historia de lo que llamamos civilización, es decir, la sociedad de clases, las ideas dominantes han sido las de las clases dominantes que tienen el monopolio de la cultura. Las masas del pueblo han sido sistemáticamente excluidas de ella. 

Mientras que los idealistas ven en el arte una manifestación independiente del espíritu humano, algo misterioso e inexplicable surgido de las fantasías del cerebro, o una inspiración divina que desciende del cielo.

En la sociedad de clases siempre hay al menos dos culturas presentes: la cultura dominante, que suele incluir las escuelas de arte y literatura más avanzadas, y una cultura paralela que circula entre las clases explotadas.

Como escribió Plejánov

«El mismo capitalismo, que en el ámbito de la producción sirve como obstáculo para hacer uso de todas las fuerzas productivas de que dispone la humanidad actual, también constituye un freno en el ámbito de la creación artística.»

La cultura como herramienta de opresión

La vida de la mayoría de la gente se caracteriza por una monotonía interminable en aburridos trabajos sin futuro. Para escapar de esa monotonía, se refugian de diferentes maneras.

El poeta francés Baudelaire se refería a les paradis artificiels, los paraísos artificiales como las drogas y el alcohol, que sirven como una vía de escape cómoda para la mortal monotonía de la vida cotidiana.

Y luego, por supuesto, está el paraíso artificial definitivo, la más dura de todas las drogas duras que llamamos religión, que ofrece a hombres y mujeres la tentadora perspectiva de una vida de dicha eterna… cuando están muertos.

Hoy en día, a pesar de la llamada libertad de prensa, ese tan alardeado pilar de la democracia burguesa, los pocos diarios que existen están rígidamente controlados por un puñado de multimillonarios de los medios de comunicación y su contenido es principalmente basura. 

Se dice que esto se debe a que el Gran Capital «le da al público lo que quiere». En realidad, la clase dominante le da al público lo que cree que debe tener. Una dieta constante de papilla, compuesta de sexo, deporte y escándalo, con un mínimo de política y cultura, perfectamente adaptada a las necesidades de los banqueros y capitalistas. 

El objetivo de este entretenimiento puede expresarse de forma sencilla. Es un intento de hacer que la gente deje de pensar en sus problemas e impedir que tomen medidas positivas para resolverlos.

En esto, han tenido un éxito notable. El fervor con el que los aficionados al fútbol apoyan a su equipo contra todos los demás es una forma excelente de impedir que participen en la acción unida de la clase contra los banqueros y capitalistas.

No hay nada nuevo en esto. Es el equivalente moderno de «pan y circo». Porque incluso en la sociedad esclavista, el pan por sí solo nunca fue suficiente para mantener a las masas en un estado de estupor obediente. Esa es la única función de la llamada «cultura popular». 

La televisión presenta un lamentable espectáculo de bancarrota cultural y moral. Una pobreza de ideas, una falta total de toda originalidad y contenido, capaz de producir sólo una sensación de tedio y asco en cualquier mente mínimamente cultivada. 

Es un insulto a la inteligencia del pueblo. Pero lo último que necesita la clase dominante es un público inteligente. De hecho, sería peligroso. 

Pero esta táctica tiene límites definidos. Llegará el día en que los mismos aficionados al fútbol mostrarán un fervor aún mayor en la lucha por su clase. Como dijo Federico II el Grande: «Estaremos perdidos cuando estas bayonetas empiecen a pensar».

La cultura y la clase obrera

A menudo he oído decir que a la clase obrera no le interesan el arte y la cultura. Para mí está claro que quienes hacen tales afirmaciones no conocen en absoluto a la clase obrera, tampoco saben cómo piensa ni lo que siente. 

Es, de hecho, una expresión del esnobismo innato de los intelectuales de clase media que están profundamente convencidos de su superioridad sobre el resto de la raza humana. Sin embargo, según mi experiencia, esta arrogancia suele ocultar un grado asombroso de estupidez e ignorancia.

La sociedad de clases está diseñada para sofocar el potencial intelectual de los trabajadores, para impedirles por todos los medios que adquieran un nivel superior de cultura y comprensión. 

Pero la sed de aprendizaje que ha sido reprimida durante mucho tiempo emerge cada vez que los trabajadores pasan a la lucha. Lo vemos en cada huelga, donde incluso los elementos más atrasados de la clase comienzan a buscar ideas.

Esto es mil veces más evidente en la revolución, cuando las masas comienzan a tomar su destino en sus propias manos y a cambiar la sociedad.

Sienten agudamente el carácter limitado de sus conocimientos y se esfuerzan por aprender y comprender. Este esfuerzo es precisamente un indicio de que las masas han comenzado a deshacerse de la vieja mentalidad de esclavos y luchan por cosas más elevadas, es decir, por la cultura.

Capitalismo y arte

Bajo el capitalismo, la alienación del arte respecto a la sociedad ha alcanzado niveles sin precedentes. El arte genuino se encuentra oprimido y anulado, aprisionado en una sofocante camisa de fuerza, excluido de las masas y sometido a la mano de hierro del mercado.

El poeta inglés Robert Graves recuerda que de joven fue amonestado por un rico hombre de negocios que le advirtió que no había dinero en la poesía. El joven le respondió «tal vez, pero no hay poesía en el dinero«.

Con el mismo espíritu, John Ruskin comentó una vez que una doncella puede cantar por su amor perdido, pero un avaro no puede cantar por su dinero perdido. ¿Por qué no? Porque si lo hiciera, no evocaría simpatía, sino sólo una sonora carcajada.

En la poesía, los seres humanos comunican sus pensamientos y sentimientos más íntimos. Pero el capitalista no ama a las personas, que son tan sólo un medio para un fin: máquinas para la producción de beneficios. 

El interés de los capitalistas por el arte aumenta en proporción inversa a su deseo de invertir en el desarrollo de la industria, la ciencia y la tecnología y de crear cosas que sean realmente útiles para la mayoría de la raza humana.

Existe un floreciente mercado internacional del arte, en el que los inversores compran alegremente cualquier cosa disponible, a menudo por los precios más absurdos.

El mayor centro de este comercio es, naturalmente, Estados Unidos, que acapara nada menos que el 42% del mismo. No es necesario decir que este enorme gasto en obras de arte tiene muy poco que ver con la estética. 

La mayoría de las obras adquiridas no están destinadas a la exposición, sino a la inversión económica o, para llamar a las cosas por su nombre, a la especulación

No serán vistas por el público, y la mayoría de ellas ni siquiera serán vistas por sus compradores, que suelen ser los grandes bancos y corporaciones.

Viejos obras maestras de valor incalculable que deberían ser propiedad común de toda la humanidad se ocultan en el tesoro de un avaro donde nunca verán la luz del día. De este modo, se despoja a la humanidad de una parte preciosa de su patrimonio. 

La destrucción de la cultura

En su período de decadencia senil, la burguesía se dedica a la destrucción masiva de la cultura. El nuevo grito de guerra universal de «reducción de impuestos» significa recortes gubernamentales, que socavan incluso aquellos elementos de una existencia semihumana que tan dolorosamente le fueron arrebatados a la clase dominante en el pasado. 

Escuelas, salas de conciertos, teatros, bibliotecas públicas, todo cae bajo el hacha de los recortes. Recuerda poderosamente la célebre frase de Goering: «Cuando oigo la palabra ‘Cultura’, saco el revólver».

Sin embargo, esto no quiere decir que el arte haya dejado de existir. Bajo la superficie, los brotes verdes siguen luchando por el aire y la luz. Pero están constantemente bloqueados por una gruesa capa de dinero, mecenazgo y privilegio.

Las galerías, los marchantes de arte, las discográficas y los estudios de grabación están en manos de la élite empresarial. 

A cientos de miles de buenos artistas jóvenes se les niega el acceso a los medios de la cultura. Sus obras nunca serán expuestas. 

Estos artistas saldrán a la superficie durante una revolución, cuando se liberen de los grilletes del gran capital que está aplastando el arte.

Para los capitalistas, el arte, la cultura y la educación no tienen ningún valor intrínseco. Sólo tienen interés en la medida en que proporcionan una fuente de enriquecimiento a los que ya son obscenamente ricos. En otras palabras, las obras de arte sólo interesan cuando se transforman en mercancías. 

Si los burgueses pueden salirse con la suya cerrando escuelas y hospitales para ahorrar impuestos, lo harán alegremente. Si pueden hacer que la gente pague por servicios públicos como museos, bibliotecas y galerías de arte, los privatizarán. Si eso no proporciona suficiente dinero, los cerrarán. 

Se ignora que estos «principios» constituyen una amenaza para la cultura y los valores civilizados. Lo único que importa es que el capital gobierne y se le permita llevar a cabo el saqueo de todo el mundo sin impedimentos. 

La conclusión es ineludible. La continuación del capitalismo es la muerte del arte. Rescatar la cultura y elevarla a un nivel superior para las generaciones futuras es una tarea esencial de la lucha de clases. 

Los cimientos de una sociedad superior

Estamos en medio de una regresión general de lo que solía llamarse civilización, y esto es el resultado inevitable del hecho de que el actual sistema socioeconómico ha superado su razón histórica de existir. 

La civilización está siendo frenada por dos gigantescos grilletes al progreso: la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nación.

El periodo actual de la historia del capitalismo se caracteriza, entre otras cosas, por la ausencia de grandes creaciones artísticas, de pensamiento o filosofía original. Es un periodo de extrema superficialidad, pobreza intelectual y vacío espiritual.

El camino hacia la revolución socialista estará pavimentado por una lucha para defender las conquistas del arte y la cultura frente a la amenaza que representan para ellas la decadencia y la degeneración del capitalismo.

La clase obrera no puede ser indiferente al destino de la cultura. Ésta es la base sobre la que se construirá el futuro edificio socialista. No podemos permitir que la burguesía lo destruya. 

La lucha contra el imperialismo y el capitalismo se funde inevitablemente con la lucha por defender las conquistas de la cultura humana contra una fuerza destructora que amenaza con aplastarlas para satisfacer su insaciable codicia.

Las conquistas acumuladas durante 5.000 años de civilización humana deben ser defendidas, valoradas, atesoradas y preservadas en beneficio de nuestros hijos y nietos. 

Poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Trotski escribió un manifiesto sobre el arte que se publicó con la firma de André Breton en defensa de la libertad del arte. En 1938, se creó la FIARI (Federación Internacional de Arte Revolucionario Independiente) en respuesta al manifiesto. 

¡Aquí tenemos un modelo inspirador a seguir! 

¡Artistas, músicos, escritores e intelectuales! Debéis dejar a un lado todo miedo y vacilación y uniros a la clase obrera en la lucha revolucionaria para transformar la sociedad y construir un nuevo mundo apto para que vivan los seres humanos. 

Os invitamos a uniros a nosotros en la lucha por la cultura y las conquistas de la civilización humana contra la barbarie capitalista. 

A través de vuestras actividades podéis hacer una valiosa contribución a la lucha por la emancipación de los trabajadores del mundo, que es la condición previa para liberar el arte y la vida cultural de sus cadenas. 

¡No os quedéis al margen! ¡No vaciléis! ¡Ocupad el lugar que os corresponde en las filas de la Internacional Comunista Revolucionaria!

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