Lenin siempre mantuvo que la victoria final de la Revolución Rusa estaba ligada a la de la revolución mundial. Su internacionalismo era una continuación directa del de Marx y Engels. Pero en 1924, Stalin rompió con esta tradición al formular su reaccionaria teoría del «socialismo en un solo país». En este artículo, Niklas Albin Svensson explica por qué los auténticos marxistas son internacionalistas, por qué Stalin llegó a revisar el marxismo y cómo esto tendría consecuencias desastrosas durante décadas.
Los comunistas siempre han sido internacionalistas. Karl Marx y Friedrich Engels concluyeron El Manifiesto Comunista con las evocadoras palabras: «¡Proletarios de todos los países, uníos!». Esto estaba inscrito en la bandera de la Primera Internacional, la Segunda Internacional y la Tercera Internacional (Comunista).
Este principio del internacionalismo era central en las ideas de Lenin y la Revolución de Octubre. Pero hace 100 años, en otoño de 1924, Stalin presentó su teoría del «socialismo en un solo país», que representa una desviación fundamental del marxismo y sentó las bases teóricas para la degeneración y eventual disolución de la Internacional Comunista en 1943.
El impacto de esta falsa teoría aún se siente hoy en día. A medida que una nueva generación se acerca a las ideas del comunismo, es imperativo que comprendamos y defendamos la verdadera tradición internacionalista de Marx, Engels y Lenin.
Internacionalismo
El internacionalismo marxista no es simple retórica ni un principio moral sino que refleja una necesidad objetiva.
Marx y Engels siempre argumentaron que el comunismo no es simplemente una buena idea que se impondrá al mundo. Por el contrario, explicaron que la base del comunismo se encuentra en las condiciones materiales reales que existen en el capitalismo.
La condición principal para este hecho es que el capitalismo es un sistema global. Todos los países están conectados al mercado mundial y dominados por él. Esta es una proposición elemental para los marxistas. A través del mercado mundial, la propia producción se hace global. Las fábricas de una parte del mundo producen mercancías utilizando materias primas de otra parte y maquinaria producida en una tercera.
En el proceso de producción intervienen decenas e incluso cientos de miles de trabajadores de todo el mundo, con conocimientos y aptitudes específicos, así como recursos naturales de diferentes partes del planeta. Esta creciente interconexión de la economía mundial era algo que ya estaba presente de forma embrionaria en la época de Marx. Marx y Engels escribieron lo siguiente en El Manifiesto Comunista:
«Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones.»
La burguesía estableció el Estado-nación rompiendo con el parroquialismo y el localismo del orden feudal, superando los límites que los feudos locales imponían al desarrollo de las fuerzas productivas. En esto desempeñó un papel progresista. Pero en los últimos 150 años, incluso el Estado-nación ha sido insuficiente. Se ha convertido en una enorme barrera para el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas y está frenando el desarrollo de la humanidad.
El auge del imperialismo moderno refleja en realidad esta contradicción entre el carácter internacional de la producción y el intercambio bajo el capitalismo, por un lado, y el Estado-nación burgués, por otro.
En su libro El imperialismo, la fase superior del capitalismo, Lenin explicó cómo el desarrollo de la producción capitalista había conducido al dominio de gigantescos monopolios y bancos transnacionales, que luchan por dominar el mundo, desde la extracción de materias primas hasta la captura de mercados y terrenos de inversión. De este modo, el capitalismo «supera» parcialmente los límites del Estado-nación, al tiempo que intensifica las contradicciones del sistema en su conjunto hasta un grado insoportable. El resultado es una desigualdad asombrosa, crisis profundas y guerras imperialistas.
La monopolización del mercado mundial y las cadenas de suministro que se extienden por todo el mundo demuestran que las fuerzas productivas han superado con creces los límites de los mercados nacionales y se encuentran cada vez más encorsetadas por las fronteras que separan un Estado-nación de otro. La llamada «globalización», es decir, la expansión del libre comercio, fue un intento de superar precisamente esta limitación.
Esto es importante para los comunistas porque una sociedad comunista sólo puede lograrse sobre la base del máximo desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado bajo el capitalismo, y eso sólo puede alcanzarse a escala internacional. De nuevo, como escribieron Marx y Engels en La ideología alemana:
«Este desarrollo de las fuerzas productivas (que entraña ya, al misma tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal, y no en la existencia puramente local de los hombres) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior»
Sólo sobre la base del aumento de la productividad del trabajo podría acortarse la jornada laboral y la clase obrera tener la capacidad de participar plenamente en la gestión de la sociedad. Es la condición material necesaria para la abolición de la sociedad de clases.
Por tanto, una de las tareas primordiales de la revolución socialista es precisamente liberar a las fuerzas productivas de la camisa de fuerza del Estado-nación, ya sea en lo que se refiere a compartir la ciencia, los conocimientos técnicos o las mercancías. Eso permitiría una auténtica cooperación entre trabajadores, científicos e industrias de todo el mundo:
«la dependencia omnímoda, forma plasmada espontáneamente de la cooperación histórico-universal de los individuos, se convierte, gracias a esta revolución comunista, en el control y la dominación consciente sobre estos poderes, que, nacidos de la acción de unos hombres sobre otros, hasta ahora han venido imponiéndose a ellos, aterrándolos y dominándolos, como potencias absolutamente extrañas.»
Y continúan explicando que el desarrollo de las fuerzas productivas ya alcanzado bajo el capitalismo «haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros».
En otras palabras, el internacionalismo forma parte integrante del papel de la clase obrera en la historia, y no puede ser de otro modo. Cuando Marx y Engels hablaban de que la clase obrera no tiene patria, se referían a esto.
En El Manifiesto del Partido Comunista, el documento fundacional del movimiento comunista encontramos:
«El propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales. El triunfo del proletariado acabará de hacerlos desaparecer. La acción conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales de su emancipación.»
La razón de esto no es sólo romper el inevitable bloqueo y la intervención militar de las naciones capitalistas hostiles, sino algo crucial: la construcción incluso de la «primera fase de la sociedad comunista» -comúnmente denominada socialismo- requiere las fuerzas productivas más avanzadas desarrolladas bajo el capitalismo, que son inherentemente internacionales. Esta es realmente, en esencia, la posición del marxismo. Hoy en día, esto es cien veces más cierto de lo que era cuando se escribió El Manifiesto Comunista.
La revolución «permanente»
Esto no significa en absoluto que los trabajadores de varios países deban levantarse y tomar el poder exactamente al mismo tiempo. La presencia real de Estados-nación, cada uno con sus propias luchas de clases nacionales en diferentes niveles de desarrollo, significa que los trabajadores no conquistarán el poder en todos los países a la vez, sino que primero derrotarán a la clase dominante en un solo país.
En El Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels escribieron:
«Por su forma, aunque no por su contenido, la campaña del proletariado contra la burguesía empieza siendo nacional. Es lógico que el proletariado de cada país ajuste ante todo las cuentas con su propia burguesía.»
Marx y Engels también reconocieron que los obreros podían tomar el poder en un país relativamente atrasado, antes que los obreros de los países más avanzados. Pero para la construcción del socialismo era esencial que la revolución se extendiera a otros países, y sobre todo al centro capitalista más avanzado.
En 1850, al dirigirse al Comité Central de la Liga Comunista, Marx abordó la futura revolución en Alemania, donde una gran parte de la clase obrera aún funcionaba bajo el sistema gremial, dividida en decenas de pequeños estados semifeudales:
«Mientras la democrática pequeña burguesía desearía que la revolución terminase tan pronto ha visto sus aspiraciones más o menos satisfechas, nuestro interés y nuestro deber es hacer la revolución permanente, mantenerla en marcha hasta que todas las clases poseedoras y dominantes sean desprovistas de su poder, hasta que la maquinaria gubernamental sea ocupada por el proletariado y la organización de la clase trabajadora de todos los países esté tan adelantada que toda rivalidad y competencia entre ella misma haya cesado y hasta que las más importantes fuerzas de producción estén en las manos del proletariado»
Marx habla de hacer la revolución «permanente», en el sentido de que la revolución pase de las tareas democrático-burguesas (como la unificación nacional, en el caso de la Alemania de entonces) a las tareas socialistas: expropiar a la burguesía y conquistar el poder del Estado, para luego extenderlo de un país a otro.
La revolución rusa
Para los revolucionarios de Rusia, las condiciones de atraso planteaban un reto. ¿Cómo iba a aplicarse a Rusia esta concepción general sobre la necesidad de que el socialismo se construyera sobre las fuerzas productivas más avanzadas? Estaba claro que Rusia, por sí sola, no estaba preparada para el socialismo.
En 1905, Trotsky había esbozado la respuesta a esta pregunta, en línea con la estrategia revolucionaria esbozada por Marx. Comentando cómo el capitalismo se ha desarrollado a escala mundial, transformando el mundo en un único organismo económico y político, Trotsky explicó:
«Ello da, desde el principio, a los acontecimientos en curso de desarrollo, un carácter internacional y abre una gran perspectiva: la tarea de emancipación política que dirige la clase obrera rusa la eleva a ella misma a una altura hasta hoy desconocida en historia, coloca en sus manos fuerzas y medios colosales y lo posibilita por primera vez para comenzar con la destrucción a escala internacional del capitalismo, para lo cual la historia ha creado todas las condiciones objetivas previas»
Es decir, independientemente del atraso que existía en Rusia, las condiciones previas para el socialismo existían a escala mundial. Por tanto, los trabajadores rusos podían iniciar la revolución mundial, que luego podría completarse en Europa. La estrategia de Trotsky unificaba así, por un lado, la madurez de la economía mundial para el socialismo, con los diferentes grados de desarrollo y los diferentes ritmos de la lucha de clases en los distintos países, y en Rusia en particular.
Bajo la intolerable presión de la Primera Guerra Mundial, el capitalismo se rompió por su eslabón más débil: el Imperio zarista. En febrero de 1917 estalló la revolución contra la guerra y la autocracia, y el zar fue sustituido por un «gobierno provisional» democrático-burgués. Al mismo tiempo, obreros y soldados crearon sus propios consejos revolucionarios, bajo el nombre ruso de «soviets».
El Partido Menchevique, que en aquel momento contaba con el apoyo de la mayoría de los trabajadores rusos, entró en el Gobierno Provisional, afirmando que la tarea de los trabajadores era ahora apoyar la creación de un Estado democrático, no luchar por el poder.
Justificaron esta política basándose en que Rusia estaba demasiado atrasada para construir el socialismo. Por lo tanto, razonaban, sólo la burguesía podía tomar el poder. Razonaban que sólo entonces, tras un largo e indeterminado periodo de desarrollo capitalista, Rusia estaría por fin lista para la revolución socialista. En la práctica, esto significaba defender a la débil y degenerada burguesía rusa, apoyar la guerra imperialista, detener la reforma agraria y prepararse para desarmar a los trabajadores. En resumen, los mencheviques se situaron en el campo de la contrarrevolución.
A esta traición a la clase obrera, Lenin contrapuso la consigna: «¡Todo el poder a los soviets!». Esto no significaba otra cosa que la toma del poder por los obreros y campesinos, y el derrocamiento del Estado burgués. En abril de 1917, Lenin explicó:
«La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado.»
Con esta perspectiva, el Partido Bolchevique ganó la mayoría en los soviets y los trabajadores tomaron el poder bajo la dirección de Lenin y Trotsky en octubre.
Pero ni Lenin ni Trotsky se habían convertido de repente en idealistas, pensando que tomando el poder en Rusia podrían construir el socialismo sin las condiciones materiales previas necesarias. Eran perfectamente conscientes de que su programa sólo tenía sentido en el contexto de la revolución mundial.
En una resolución («Resolución sobre el momento actual») de la crucial Conferencia de Abril de los bolcheviques, Lenin situó la Revolución Rusa en su contexto internacional:
«La revolución rusa no es más que la primera etapa de la primera de las revoluciones proletarias engendradas inevitablemente por la guerra.»
Fue en el espíritu del internacionalismo que el Partido Comunista Ruso, junto con delegados de otros 33 países, fundó la Internacional Comunista en marzo de 1919. Se creó precisamente para extender la revolución mundial más allá de las fronteras del nuevo Estado obrero.
Ese mismo año, en su polémica defensa del poder soviético, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Lenin planteó lo siguiente como la posición genuina e internacionalista en relación con la guerra imperialista:
«Si se trata de una guerra imperialista reaccionaria, [..] yo, representante del proletariado revolucionario, tengo el deber de preparar la revolución proletaria mundial como única salvación de los horrores de la guerra mundial. No debo razonar desde el punto de vista de «mi» país (porque ésta es la manera de razonar del mesócrata nacionalista, desgraciado cretino que no comprende que es un juguete en manos de la burguesía imperialista), sino desde el punto de vista de mi participación en la preparación, en la propaganda, en el acercamiento de la revolución proletaria mundial.»
Lenin, en otras palabras, estaba preparando no sólo la revolución en Rusia, sino en todo el mundo. Y continúa:
«La táctica de los bolcheviques era acertada, […] no se basaba en un temor cobarde a la revolución mundial, en una «falta de fe» filistea en ella […] estaba basada en una apreciación acertada (antes de la guerra y de la apostasía de los socialchovinistas y social pacifistas, todo el mundo la admitía) de la situación revolucionaria europea. Esta táctica era la única internacionalista, porque llevaba a cabo el máximo de lo realizable en un solo país para desarrollar, apoyar y despertar la revolución en todos los países.»
Y efectivamente, una oleada revolucionaria siguió a la Revolución Rusa, en Alemania, Italia, Austria-Hungría y otros países. Sin embargo, la clase dominante y la socialdemocracia consiguieron aplastar el movimiento o dirigirlo hacia cauces más seguros.
Hasta que fue incapacitado por enfermedad, Lenin siguió insistiendo en que la construcción del socialismo en la Unión Soviética sería imposible sin la victoria de la revolución socialista en otros lugares, y en los países capitalistas avanzados en particular. En Mejor poco, pero mejor (1923), escribió:
«El rasgo general de nuestra vida es ahora el siguiente: hemos destruido la industria capitalista, hemos tratado de destruir hasta sus cimientos las instituciones medievales y la propiedad terrateniente, y sobre esta base hemos creado un campesinado pequeño y muy pequeño, que sigue al proletariado porque tiene confianza en los resultados de la labor revolucionaria de éste. Sin embargo no nos será fácil apoyarnos sólo en esta confianza hasta el momento en que triunfe la revolución socialista en los países desarrollados, porque la necesidad económica, sobre lodo bajo la NEP, mantiene la productividad del trabajo del campesinado pequeño y muy pequeño a un nivel extremadamente bajo.»
Y lo que es más importante, añadió
«… Nosotros tampoco tenemos suficiente civilización para pasar directamente al socialismo, aunque tenemos para ello las premisas políticas».
En otras palabras, cuando Lenin hablaba de pasos hacia el socialismo en la Unión Soviética siempre lo hacía en términos de preservar el Estado obrero (el requisito político del socialismo) hasta que la revolución pudiera extenderse a Occidente. La construcción socialista en la URSS y la revolución mundial no eran dos políticas distintas y opuestas; una estaba intrínsecamente ligada a la otra.
Stalin revisa el marxismo
Tras la muerte de Lenin, la situación era la siguiente: las potencias imperialistas no habían podido aplastar a la URSS y restaurar el capitalismo, porque sus propias crisis internas y los poderosos movimientos de la clase obrera se lo habían impedido. Esto creó un nuevo equilibrio, temporal, pero inherentemente inestable.
La URSS había quedado gravemente debilitada por la guerra civil y el aislamiento del mercado mundial en condiciones de extremo atraso económico. La clase obrera estaba reducida a un tamaño aún menor que antes de la revolución, y los trabajadores a duras penas podían participar plenamente en los soviets debido a sus duras condiciones de vida.
La necesidad económica de extender la revolución se hacía sentir brutalmente, sobre todo en esta economía atrasada. Como predijo Marx, la «lucha por las necesidades» continuó e incluso empeoró.
La URSS tuvo que hacer concesiones al mercado para estimular la producción. Esto se llamó la Nueva Política Económica (NEP). Lenin explicó que, precisamente porque el país estaba tan atrasado, era necesario recurrir a métodos capitalistas hasta la victoria de la clase obrera en países más avanzados. Tanto Lenin como Trotsky advirtieron sistemáticamente de los peligros que esto conllevaba.
La NEP aceleró el desarrollo de la desigualdad. Permitió que el capitalismo se extendiera en la agricultura, beneficiando a los campesinos más ricos, los kulaks. En la industria y el comercio se creó una pequeña clase de capitalistas, conocidos como los ‘hombres de la NEP’.
La desigualdad también fortaleció a la burocracia estatal que, por necesidad, tenía que administrarla. La burocracia podía apoyarse en estas capas burguesas contra la clase obrera.
A este problema se sumó la derrota de la revolución alemana en otoño de 1923, que puso fin al periodo de avance revolucionario que siguió a la Primera Guerra Mundial.
Se instaló un nuevo agotamiento. Aparecieron dudas sobre el programa de la revolución mundial, que se correspondían con el cansancio de los trabajadores de la Unión Soviética después de tres años de guerra mundial, dos revoluciones y tres años de guerra civil.
Al mismo tiempo, en enero de 1924, Lenin murió trágicamente. Esto abrió la oportunidad para que una nueva tendencia política saliera a la luz.
Las presiones de clase de los campesinos más ricos y de los hombres de la NEP se reflejaban cada vez más en el Partido Comunista en el poder y, en particular, en su ala derecha. Esta tendencia fue personificada por Nikolai Bujarin.
Afirmaba que el socialismo podía construirse a «paso de tortuga» y sobre una «base técnica miserable». En otras palabras, se podía construir el socialismo con un bajo nivel de fuerzas productivas. Esto estaba en total contradicción con una comprensión materialista de la historia, pero encajaba perfectamente con la alianza de las capas burguesas y la burocracia, que compartían una aversión a la clase obrera y a la revolución, que veían con razón como una amenaza.
Según este argumento, no había necesidad de pasar por las dificultades de la revolución mundial; no había necesidad de más agitación; podíamos volver a la «normalidad». Efectivamente, todo lo que quedaba para la victoria del socialismo era dejar que la burocracia siguiera con su trabajo.
En el otoño de 1924, Stalin dio una serie de conferencias a jóvenes activistas del partido, que luego se publicaron como folleto, titulado Fundamentos del leninismo.
En la versión original del panfleto de abril de 1924 se puede encontrar lo siguiente:
«Bastan los esfuerzos de un país para derribar a la burguesía; la historia de nuestra revolución lo demuestra. La victoria definitiva del socialismo, para la organización de la producción socialista, los esfuerzos de un solo país, sobre todo si es campesino como el nuestro, son ya insuficientes: se necesitan los esfuerzos reunidos del proletariado de varios países avanzados.»
Aunque en general el folleto es un ataque a Trotsky y a su Oposición de Izquierda, que se había formado en 1923, mantenía la posición de Marx, Engels y Lenin.
Pero unos meses más tarde esta edición fue retirada de la circulación y se produjo una nueva, en la que el pasaje anterior había sido sustituido:
«Pero derrocar el Poder de la burguesía e instaurar el Poder del proletariado en un solo país no significa todavía garantizar el triunfo completo del socialismo. Después de haber consolidado su poder y arrastrado consigo a los campesinos, el proletariado del país victorioso puede y debe edificar la sociedad socialista. Pero ¿significa esto que, con ello, el proletariado logrará el triunfo completo, definitivo, del socialismo, es decir, significa esto que el proletariado puede, con las fuerzas de un solo país, consolidar definitivamente el socialismo y garantizar completamente al país contra una intervención y, por tanto, contra la restauración? No. Para ello es necesario que la revolución triunfe, por lo menos, en algunos países.»
En lugar de alcanzar el socialismo a través de la revolución mundial, la prioridad para los trabajadores de un Estado obrero, en este caso la URSS, se había desplazado a la construcción del socialismo por ellos mismos. La lucha por derrocar el capitalismo en todo el mundo se mantenía (por ahora), pero ahora simplemente para garantizar la sociedad socialista contra la intervención exterior.
Stalin explicó en Cuestiones de leninismo lo que consideraba el defecto de la posición anterior de la siguiente manera:
«Su defecto consiste en que funde una sola dos cuestiones distintas: la cuestión de la posibilidad de llevar a cabo la edificación del socialismo con las fuerzas de un solo país, cuestión a la que hay dar una respuesta afirmativa, y la cuestión de si un país con dictadura del proletariado puede considerarse completamente garantizado contra la intervención…»
La concepción marxista y materialista de la construcción del socialismo quedaba así eliminada. Stalin eliminó las referencias al atraso de Rusia y a la necesidad de que la revolución se extendiera a los países avanzados. La organización de una economía plenamente socialista era ahora posible, según Stalin, dentro de los confines no sólo de un único Estado, sino de uno tan atrasado y empobrecido como la Rusia de los años veinte.
Abandono de la revolución mundial
Stalin incluso admitió a medias que estaba revisando la posición, cuando escribió en Fundamentos del leninismo:
«Además, antes se creía imposible la victoria de la revolución en un solo país, suponiendo que, para alcanzar la victoria sobre la burguesía, era necesaria la acción conjunta de los proletarios de todos los países adelantados o, por lo menos, de la mayoría de ellos. Ahora, este punto de vista ya no corresponde a la realidad.»
El argumento de Stalin es completamente deshonesto, y mezcla deliberadamente la cuestión de la toma del poder por la clase obrera con la cuestión de la construcción del socialismo. La cuestión nunca fue si el proletariado podía tomar el poder en un país. Marx, Engels, Lenin y Trotsky defendían que la revolución debía extenderse de país en país, lo que presupone que comienza en algún lugar. La cuestión que se planteaba era si el socialismo podía construirse con los recursos materiales de un solo país. Esa fue la revisión de Stalin.
Este argumento de hombre de paja fue utilizado como arma contra Trotsky y la Oposición de Izquierda tras la muerte de Lenin. Afirmando que Trotsky y la Oposición de Izquierda tenían la absurda idea de que los obreros no podían lanzar una revolución en su propio país a menos que ocurriera en todas partes a la vez, Stalin podía entonces argumentar que la Revolución Rusa había refutado su argumento, y en el proceso podía desenterrar varias citas en las que Lenin ridiculizaba tal idea.
Esta distorsión de las ideas básicas de la teoría marxista con fines fraccionales se convertiría en una tradición arraigada del estalinismo.
Stalin incluso argumentó en la XV Conferencia del Partido Comunista en 1926 que la posición de Marx y Engels sólo se aplicaba a la fase anterior del desarrollo capitalista. Según él, en la época del imperialismo, con las agudas contradicciones entre las potencias imperialistas, la victoria del socialismo en países individuales era posible, a través de una brecha en el «frente imperialista». Esto es darle la vuelta a las cosas. Por el contrario, la extrema interdependencia de la economía mundial moderna demuestra que el análisis del capitalismo de Marx y Engels es aún más aplicable en la actualidad que durante sus propias vidas.
En 1928, Trotsky argumentó que la estrechez nacional en política era «donde descansa la base teórica del espíritu nacional, que manifiesta sus límites en política y se convierte después en una fuente de inevitables errores nacional-reformistas y socialpatriotas». El curso de la historia ha dado la razón a Trotsky.
La adopción de la teoría revisionista del «socialismo en un solo país» condujo al abandono de la revolución mundial por parte de la dirección de la URSS. En sus manos, la Internacional Comunista se convirtió en nada más que un instrumento de la política exterior dirigida desde Moscú. Y en 1943, la Internacional fue disuelta como gesto hacia los Aliados. El partido mundial de la revolución socialista, fundado por Lenin, había sido totalmente destruido.
Hoy, nunca ha sido más urgente sentar bases sólidas para un nuevo movimiento comunista, volviendo al internacionalismo de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Sólo rearmando al movimiento obrero con estas ideas podremos asegurar la victoria de la revolución comunista mundial.