La revista New Scientist ha transmitido ideas científicas complejas al público general de una manera accesible durante más de seis décadas. ¡Cómo han caído los valientes! Junto con la indignidad de su compra de 2021 por el Daily Mail General Trust (el principal productor británico de prensa amarilla de derecha), esta publicación ha dado la espalda cada vez más, no solo al periodismo científico de calidad, sino a la realidad misma.
El callejón sin salida del capitalismo lleva a la clase dominante a promover el misticismo y el solipsismo (la idea de que la única realidad es la que tengo en mi mente). Esto tiene un efecto corrosivo en la ciencia y la filosofía en todos los niveles. En lugar de educar a los lectores sobre los últimos avances inspiradores en el conocimiento humano, revistas como New Scientist están llenando sus páginas con tonterías idealistas. Irónicamente, estas nociones no son nuevas, ni científicas. De hecho, en su mayoría repiten viejas ideas, como las del reaccionario obispo del siglo XVIII George Berkeley, un abierto enemigo de la ciencia, y en particular de su contemporáneo, Sir Isaac Newton.
No sugerimos que la mayoría de los científicos comparten estas opiniones. Pero no se puede negar que New Scientist le da una plataforma importante al idealismo subjetivo, como podemos ver con el ejemplo de tres artículos destacados, publicados entre 2020 y 2022, dos de los cuales fueron destacados en primera plana. Estos artículos reflejan una tendencia subjetivista dentro del sistema científico, que se comunica a través de la cultura popular al público en general, con fines nefastos.
‘El Argumento Contra La Realidad’
Para que la ciencia avance, debe tomar como principio de partida que hay una sola realidad objetiva, nuestra comprensión de la cual puede ser perfeccionada a través de la observación y la experimentación. En cambio, un artículo de Febrero de 2020 de New Scientist, con el titular «¿Podemos percibir la realidad?», se abre con una nota de incertidumbre existencial:
“No sé para ustedes, pero yo siento que tengo una percepción perfectamente buena de la realidad. Dentro de mi cabeza hay una vívida representación del mundo que me rodea, repleta de sonidos, olores, color y objetos. Así que es bastante inquietante descubrir que todo esto podría ser una invención” (nuestro énfasis).
¡Inquietante, ciertamente! ¿Y cuál es la causa del repentino lapsus de confianza de los autores en sus sentidos? Citan a Donald Hoffman, psicólogo de la Universidad de California, autor de un modesto libro titulado, The Case Against Reality [El Argumento Contra la Realidad]. Hoffman presenta su llamada «teoría de la interfaz» de la percepción, argumentando que nuestros sistemas sensoriales condensan la complejidad del mundo real en una «inferencia de usuario» simplificada, filtrando información superflua para el beneficio de nuestra comprensión.
Es cierto que nuestros cerebros son expertos en reconocer patrones e inconscientemente filtrar mucho en nuestra experiencia sensorial. Para el Profesor Hoffman, sin embargo, la «interfaz» es todo lo que existe. Lo que pensamos como realidad no es más que una «estructura de datos abstracta para algo que ni siquiera existe en el espacio y el tiempo», y por lo tanto, «si tienes esta noción de que la realidad es algo que es inherentemente diferente de la mente, entonces se vuelve paradójico pensar que alguna vez tenemos acceso a la realidad».
Esta «paradoja» es idéntica a un argumento propuesto hace cientos de años por Immanuel Kant, que a pesar de sus muchas contribuciones importantes a la ciencia y la filosofía, era un idealista, y por lo tanto tenía sus limitaciones. Kant razonó que sólo podemos conocer las apariencias de la realidad, basadas en nuestras percepciones sensoriales, y nunca la «cosa en sí misma». Exactamente de la misma manera que el profesor Hoffman argumenta que la mente impone una «estructura de datos», Kant argumentó que la mente impone categorías de pensamiento abstracto a priori para dar sentido a nuestros datos sensoriales. Aunque estas categorías pueden ayudarnos a ordenar nuestros pensamientos, para Kant, la esencia de la realidad misma es incognoscible.
Sin embargo, como explica Friedrich Engels en Ludwig Feuerbach y el Fin de la Filosofía Clásica Alemana, la práctica, el desarrollo y la historia de la ciencia son la prueba definitiva del mundo objetivo. Engels da el ejemplo de los avances en biología y química, que han permitido a los científicos reproducir fenómenos naturales, incluidos los productos químicos producidos internamente por plantas y animales. Estos fueron así transformados por la marcha de la ciencia y el conocimiento humano de «cosas en sí mismas» inasibles en «cosas para nosotros».
Hay que reconocer que Kant era un científico y filósofo de talla. Pero al replicar su lado más débil, el Profesor Hoffman deshace siglos de progreso de un plumazo. Los autores luego llevan los argumentos de Hoffman a su conclusión, preguntando si «la gente al menos comparte la misma tergiversación». Esto parece una suposición razonable, sugieren los autores. Después de todo, «los humanos tienen aproximadamente los mismos cerebros y sistemas sensoriales, y cuando hablamos de nuestras experiencias conscientes, todos parecemos estar en la misma página».
Sin embargo, advierten los autores, “no podemos estar seguros. La única forma de saber que existes como un ser consciente es la experiencia de tu propia conciencia. La naturaleza – e incluso la existencia – de la conciencia de otras personas es un libro cerrado. Partiendo de lo que sabes, todos los demás son zombis”.
Leyendo estas cosas, ciertamente uno se siente como si su cerebro estuviera consumido lentamente por muertos vivientes. A sabiendas o no, los autores están resucitando un argumento antiguo, cuyo proponente más prominente en la historia de la filosofía fue el reaccionario obispo Berkeley. Aunque, al menos en el caso de Berkeley, tuvo la honestidad de dejar clara su enemistad hacia la revolución científica del siglo XVIII, y específicamente hacia el materialismo.
Berkeley reconoció que el materialismo contenía el núcleo del ateísmo, al afirmar que el conocimiento y la verdad fluyen del estudio y la experimentación con el mundo material, y no de Dios. Su embate contra el materialismo se basó en un truco. El idealismo subjetivo de Berkeley sostenía que, si uno sólo puede conocer el mundo a través de los sentidos, es imposible estar seguro de nada más que de las propias sensaciones. Por lo tanto, el llamado mundo real, la naturaleza y todos los demás seres humanos sólo existen en la medida en que se perciben por la mente humana. En Los Principios del Conocimiento Humano, Berkeley escribe:
“De hecho, es una opinión que prevalece extrañamente entre los hombres, que las casas, las montañas, los ríos, y en una palabra, todos los objetos sensibles tienen una existencia natural o real, distinta de su percepción por el entendimiento. Pero ¿con cuánta seguridad y aquiescencia se pueda entretener este principio en el mundo?; sin embargo, cualquiera que encuentre en su corazón ponerlo en duda, puede, si no me equivoco, percibirlo como una contradicción manifiesta. Porque ¿cuáles son los objetos antes mencionados sino las cosas que percibimos por sentido?, y ¿qué percibimos además de nuestras propias ideas o sensaciones?; y ¿no es claramente repugnante que cualquiera de estos o cualquier combinación de ellos deba existir sin ser percibida?»
Esta es la misma línea de razonamiento presentada por Hoffman. Pero mientras Berkeley atacaba explícitamente el materialismo y la ciencia, ¡la «teoría» de Hoffman se imprime con aprobación en una revista científica de renombre mundial! Que la escoria idealista de siglos pasados se reviva hoy como «la última palabra de la ciencia moderna» es una condena de la decadencia del capitalismo y su incapacidad para avanzar el pensamiento humano.
La conclusión lógica de estas ideas es el solipsismo: es decir, la idea que sólo yo existo. Esta forma de pensar refleja la mentalidad individualista burguesa y pequeñoburguesa, donde el yo es la última y única verdad. Esta perspectiva solipsista es en el mejor de los casos inútil, pero en el peor de los casos rechaza activamente y por completo la idea del conocimiento científico. Después de todo, ¿por qué tratar de descubrir los secretos del universo cuando nunca podemos saber si son ciertos?
En su avance triunfante y revolucionario, la clase burguesa luchó contra la superstición religiosa bajo la bandera de la ciencia, la razón y el progreso. Que ha llegado a tal atolladero s es una evidencia de cuanto ha degenerado el pensamiento burgués. Volveremos al Profesor Hoffman en breve, pero primero, echemos un vistazo a algunos otros números de nuestra otrora estimada revista científica popular.
Enredado en la teoría cuántica
El artículo mencionado no es una nota disonante en la revista New Scientist. El idealismo subjetivo ha aparecido una y otra vez en la revista en los últimos años. Particularmente cuando se trata del tema de la teoría cuántica.
Una portada del número de noviembre de 2021 de New Scientist pregunta: “¿Existe algo cuando no estamos mirando? Acercándonos a la verdadera naturaleza de la realidad cuántica.” Si el lector resiste la tentación de dejar de mirar la revista, desterrándola del reino de la realidad al cubo de basura, encontramos que el artículo en cuestión («El experimento cuántico que podría probar que la realidad no existe») se refiere a la frontera entre los mundos de la mecánica clásica newtoniana y cuántica.
En resumen, a nivel de la vida cotidiana, la mecánica clásica domina: los objetos tienen posiciones claras y propiedades más o menos medibles como el impulso, la energía, etc. En la escala ínfima de la mecánica cuántica, la situación se vuelve más complicada. Los objetos subatómicos expresan características tanto de las partículas, que tienen posiciones discretas; como de las ondas, que son continuas en el espacio. La forma en que estas dos esferas interactúan es una fuente importante de debate en la física fundamental.
La forma más popular de sortear esta aparente contradicción es la llamada interpretación de Copenhague, desarrollada por Niels Bohr y Werner Heisenberg en la década de 1930. Ellos argumentaron que una partícula cuántica no existe en un estado fijo hasta que es observada. Cuando no la estamos mirando, simplemente existe como una onda de probabilidad. Ellos llegaron a la conclusión de que, por lo tanto, mirar algo hace que exista en un estado y no en otro. Esto es puro idealismo: la noción de que el pensamiento determina el mundo material.
New Scientist cita la ingeniosa objeción de Albert Einstein a las interpretaciones idealistas de la mecánica cuántica: «Me gusta pensar que la luna está allí incluso si no la estoy mirando». Ah, pero ahora, afirma el autor, «una nueva clase de experimentos pone a prueba la convicción de Einstein, comprobando si la rareza cuántica se extiende más allá del pequeño mundo de quarks, átomos y qubits al mundo cotidiano de mesas, sillas y, bueno, lunas». Estos experimentos, afirma el autor, «podrían quitar la base de una de nuestras creencias más firmes: que las cosas existen independientemente de si las estamos mirando».
El artículo continúa explicando que los científicos de varias instituciones importantes en Oxford, Viena y Londres han tratado de observar el comportamiento cuántico en objetos comparativamente grandes, aunque por ahora sólo pequeños nanocristales. Si pueden llevar esto a cabo, dice el argumento, entonces, ¿qué nos impide extrapolar sus conclusiones a objetos tan grandes como la luna?. Como resumió Jonathan Halliwell, investigador del Imperial College de Londres: “Si se viola el realismo macroscópico, entonces no se puede asumir que la luna está ahí” (nuestro énfasis).
Desafortunadamente, incluso un fotón perdido puede interrumpir estos experimentos y obligar a los objetos observados a comportarse de manera clásica (un problema conocido como decoherencia). ¡Así que parece que el jurado todavía no se ha decidido en relación a la luna! Si bien quedan muchos problemas sin resolver en la física fundamental, los trucos idealistas no nos acercan ni un paso más a resolverlos. Por ahora, podemos estar razonablemente seguros de que la luna continuará existiendo obstinadamente, sin importar si los editores de New Scientist se molestan en mirar hacia arriba.
Creando la realidad al hablar de ella
La portada de la edición de febrero de 2022 de New Scientist también cuestiona la existencia de la realidad: «¿Creamos el espacio-tiempo?» se pregunta. Una vez más, nos encontramos en el reino de la mecánica cuántica. Y una vez más, el artículo afirma la interpretación de Copenhague: «Cuando llegó la teoría cuántica… Parecía mostrar que al medir las cosas, jugamos un papel en la determinación de sus propiedades». Como resultado, el autor continúa: «muchos físicos cuestionan si existe una sola realidad objetiva, compartida por todos los observadores».
¡Pero no temas! El artículo continúa asegurándonos que un número de científicos ahora creen que la realidad existe de hecho – porque nosotros mismos la hacemos existir. El autor cita a los físicos Flavio Mercati de la Universidad de Burgos en España, y Giovanni Amelino-Camelia de la Universidad Federico II de Nápoles, cuya investigación “apunta a una conclusión sorprendente”, a saber:
«A medida que las personas intercambian información cuántica, están colaborando para construir su realidad mutua. Significa que si simplemente miramos el espacio y el tiempo desde una perspectiva, no solo nos falta su belleza completa, sino que puede que no haya ninguna realidad compartida más profunda… hasta que dos personas interactúan, no comparten la misma realidad, porque es la comunicación misma la que la crea » (nuestro énfasis).
De nuevo, volvemos a la conclusión idealista de Bohr y Heisenberg de que la existencia de un observador consciente crea la realidad. Más que esto, es solo la «comunicación» entre los observadores lo que hace que sus realidades subjetivas separadas sean una realidad «compartida». Presumiblemente sabemos que hay alguien más con quien comunicarse en primer lugar por algún tipo de ‘telepatía cuántica’.
Esto pone la concepción científica del universo patas arriba. La conciencia no es más que un producto de la materia organizado de una manera particular. Es la culminación de miles de millones de años de desarrollo, incluso la formación de nuestra galaxia, sistema solar y planeta. Finalmente, surgieron las condiciones para la formación de materia orgánica y vida, y eventualmente vida animal capaz de pensamiento y comunicación. ¿Quién estaba entonces allí para ‘observar’ la Tierra cuando era sólo una bola caliente de magma?
El artículo New Scientist de febrero de 2020 elogia a John Wheeler en la Universidad de Princeton como uno de los «proponentes más elocuentes» de este punto de vista idealista sobre la teoría cuántica, que escribió: «Nada es más sorprendente sobre la mecánica cuántica que el hecho de que nos permite considerar seriamente que el universo no sería nada sin la observación». Nos recuerda la vieja quintilla jocosa del teólogo católico Ronald Arbuthnott Knox:
“Hubo una vez un hombre que dijo ‘Dios
Debe pensar que es muy extraño.
Si se da cuenta que este árbol
Continúa existiendo
Cuando no hay nadie en el patio ’».
Por supuesto, esto plantea la pregunta: ¿de qué tipo de conciencia estamos hablando? ¿Serían suficientes las observaciones de una mosca de la fruta que volaba por ahí? Una solución sorprendente a este llamado problema del observador, presentado en el artículo de febrero de 2020, es que «incluso los objetos inanimados pueden poseer una forma rudimentaria de conciencia. De hecho, la conciencia misma puede ser una propiedad fundamental de la materia. Si es así, entonces no existiría tal cosa como un universo ‘pre-consciente’.
Esto se asemeja a la respuesta de Berkeley a un defecto en su idealismo subjetivo: ¿cómo sabemos que Dios no es también un producto de nuestros sentidos? El obispo esquivó este pequeño problema al afirmar que el Dios omnisciente es un observador universal:
«Querido señor, su asombro es extraño.
Siempre estoy en el patio.
Y es por eso que el árbol
Continuará existiendo
su seguro servidor, Dios
La idea presentada en New Scientist es muy similar: la única diferencia es que, en lugar de una deidad omnisciente observando conscientemente la realidad, la conciencia es una propiedad universal de la propia materia. Todo, desde las montañas, hasta los buzones, hasta los patitos de plástico del baño son conscientes, y por lo tanto el universo está constantemente observándose a sí mismo, y haciéndose realidad.
Pero entonces, si el universo mismo ya es un observador consciente, ¿por qué los científicos que observan una partícula cuántica causarían el colapso de su ‘función ondulatoria’? Seguramente al hacer que todo el universo sea consciente y tenerlo permanentemente observando cada otra parte del universo, entonces cada partícula tiene una posición determinada en todo momento. Nunca existiría como una mera ‘onda de probabilidad’. En otras palabras, ¿qué necesidad hay de introducir el observador de la interpretación de Copenhague? Estas ideas realmente no resuelven nada. Alternativamente, debemos concluir que lo que entendemos por conciencia es en realidad Dios– que Berkeley tenía razón. Y así metemos a la religión de contrabando por la puerta trasera.
Una propuesta aún más extravagante del científico y filósofo Nick Bostrom -presentada en el artículo de New Scientist de febrero de 2020- se inspira en la difícil situación de Neo, Trinity, Morpheus y el resto del reparto de The Matrix. Sugiere que todos estamos viviendo en una gigante simulación de computadora, bajo observación constante por científicos en el mundo «real». Y si pensaste que estaba bromeando, tiene sugerencias sobre cómo podríamos probar esta teoría, que el New Scientist imprime sin ruborizarse:
“Una idea es observar el comportamiento de los rayos cósmicos de muy alta energía, que algunos físicos dicen que son imposibles de simular con precisión del 100 por ciento de acuerdo con las leyes ‘reales’ de la física. Las anomalías en su comportamiento podrían ser evidencia de que la realidad no es real».
Pero debemos tener cuidado con esta línea de investigación, advierte el artículo. «Si nuestros señores del simulador se enteran de que lo sabemos, podrían apagarnos». Después de leer estas líneas, uno casi quiere que lo hagan. O al menos que nos sometan a un duro reinicio para librarnos de estas «teorías» defectuosas. Incluso si se demostrara que tiene razón, Bostrom no nos habría acercado ni un centímetro a la realidad. ¿Viven los simuladores en su propia realidad simulada, continuando ad infinitum? Esta basura apenas merece ser dignificada con una refutación. Pertenece a la categoría de ciencia ficción, y más a la mala ciencia ficción.
Resucitando el idealismo
Se podría objetar que tales tonterías son fácilmente descartables y divertidas para burlarse de ellas, y que no representan las opiniones de la mayoría de los científicos. Es simplemente un lujo frívolo que se utiliza para vender más copias de la revista. Pero detrás de esto hay un programa más insidioso. El mismo artículo describe la opinión de Markus Müller de la Universidad de Viena de que «no es el mundo lo que es fundamental, sino la información y la ley probabilística, que le dan a los observadores la impresión de un mundo físico con leyes coherentes de la naturaleza». New Scientist luego continúa admitiendo lo que realmente sucede aquí citando a Kelvin McQueen, un filósofo de la física cuántica en la Universidad de Chapman en California:
“La propuesta de Müller es extremadamente interesante. En efecto, intenta resucitar una vieja idea de la filosofía conocida como idealismo, según la cual las experiencias no son causadas por una realidad física preexistente, sino que en realidad componen toda la realidad ” (nuestro énfasis).
¡Aquí está! En blanco y negro. Estos ‘científicos’ y ‘filósofos’ tienen como objetivo resucitar el apestoso cadáver del idealismo, y New Scientist es culpable de dignificarlos con una plataforma. Estas ideas totalmente reaccionarias son un insulto a la heroica lucha contra el oscurantismo religioso de los pioneros de la revolución científica burguesa.
No imaginen que el Dr. Müller no se da cuenta que su trabajo se utiliza para rehabilitar el idealismo. Resulta que tanto él como el mencionado profesor Hoffman son miembros del «consejo asesor académico» de la Essentia Foundation. ¿Y qué es la Essentia Foundation? Es un gabinete estratégico fundado por el filántropo y multimillonario Fred Matser, un burgués que sólo desea salvar nuestras almas. La Essentia Foundation afirma claramente su objetivo. Desea destruir el materialismo e instalar el idealismo en el corazón de la ciencia moderna:
“Vivimos bajo una metafísica materialista: todo lo que supuestamente existe es materia, una entidad abstracta conceptualmente definida como aquello que existe fuera e independiente de la conciencia. Muchas veces se ve esta metafísica como la ciencia misma… El aval cultural dominante del materialismo metafísico se estableció firmemente en la segunda mitad del siglo XIX. Desde entonces, sin embargo, su fuerza se ha derivado principalmente del hábito intelectual…
“Sin embargo, la prevalencia cultural del materialismo metafísico tiene una miríada de implicaciones, posiblemente disfuncionales, tanto a nivel individual como social: impacta nuestro sentido de significado y propósito, nuestros sistemas de valores, nuestra comprensión de la salud, la enfermedad y la muerte, así como la forma en que nos relacionamos con los demás, el planeta e incluso con nosotros mismos.
“La Fundación Essentia cuestiona el materialismo metafísico y defiende la plausibilidad del idealismo aprovechando exactamente los mismos valores epistémicos que nuestra cultura cosifica hoy… Demostramos que, si se aplican objetivamente y en consecuencia, estos valores apuntan directamente al idealismo, y que contradicen el materialismo «.
¡Estos son sólo los partidarios más abiertos de una contrarrevolución filosófica, y aparentemente tienen una línea directa a los consejos de redacción de algunas de las revistas científicas más populares del mundo! Hubo un tiempo en que la burguesía jugó un papel revolucionario. Avanzó el pensamiento humano y llevó a cabo una revolución científica, en el centro de la cual había un método materialista. Pero sus representantes modernos quieren arrancar el corazón materialista de la ciencia.
El avance de la ciencia y de la filosofía materialista durante el auge del capitalismo le dio un fuerte golpe al subjetivismo y al idealismo de todo tipo, como la gente de la Fundación Essentia reconoce. Hoy, sin embargo, la clase capitalista se ha vuelto hostil al materialismo filosófico, en parte debido a su asociación con el marxismo. Pero más ampliamente, negar la objetividad de la realidad también niega la realidad de la explotación, la opresión y la lucha de clases, así como la posibilidad de progreso o cambio. Por lo tanto, el idealismo subjetivo es políticamente útil para la clase dominante.
Una vez más, estas ideas no son dominantes entre la mayoría de los científicos. Tampoco han detenido el progreso y el desarrollo científicos, que proceden del supuesto de que la realidad objetiva existe y puede ser estudiada. Sin embargo, hay una fuerte tendencia subjetivista en la cima del establecimiento científico, que, en línea con los intereses de la clase dominante, predica que la salvación se encuentra en la introspección. Tales nociones reaccionarias se transmiten y se promueven a través del periodismo científico a la comunidad científica en general y más allá.
Rechazamos toda esta basura mística que se envuelve en una fraseología seudo-científica. Afirmamos claramente que la conciencia humana es un producto de la materia, organizada de una manera particular, y que nuestros sentidos nos dan acceso a una realidad objetiva que existe fuera de nosotros mismos. En palabras de Lenin:
“Todos los conocimientos proceden de la experiencia, de las sensaciones, de las percepciones. Bien. Pero se pregunta: ¿»pertenece a la percepción», es decir, es el origen de la percepción la realidad objetiva? Si contestáis afirmativamente, sois materialistas. Si respondéis negativamente, no sois consecuentes y llegáis, ineludiblemente, al subjetivismo, al agnosticismo, independientemente de que neguéis la cognoscibilidad de la cosa en sí, la objetividad del tiempo, del espacio y de la causalidad (con Kant) o que no admitáis ni tan siquiera la idea de la cosa en sí (con Hume). La inconsecuencia de vuestro empirismo, de vuestra filosofía de la experiencia consistiría en este caso en que negáis el contenido objetivo en la experiencia, la verdad objetiva en el conocimiento experimental.».
La realidad objetiva puede ser conocida, y no hay límite fundamental para nuestra comprensión de la misma. La tarea de la ciencia debe ser la de refinar continuamente nuestra comprensión de la realidad, para liberarnos de la ignorancia y la superstición.
El auge de las ideas místicas y subjetivistas hoy refleja el callejón sin salida del capitalismo y de la propia clase capitalista. Los representantes más ávidos del sistema están llevando a cabo un ataque consciente contra el materialismo. Los marxistas, todos los materialistas consistentes y todos los defensores de la ciencia deben librar una contraofensiva igualmente consciente. A diferencia de la clase dominante y los editores de la revista New Scientist, no debemos huir de la realidad, debemos luchar para tranformarla.