Este artículo de Alan Woods —escrito hace veinte años— se ocupa de la barbarie y del desarrollo de la sociedad humana. En los escritos postmodernistas, la historia aparece esencialmente como una serie sin sentido e inexplicable de acontecimientos aleatorios o accidentes. Pero si la examinamos más de cerca podemos ver patrones claros de desarrollo, que se remontan a los primeros días de la sociedad humana. La comprensión de estas leyes subyacentes es esencial para cualquier persona que tenga un interés serio en cambiar el mundo.
Parece ser que, en cierta ocasión, Henry Ford dijo que «la historia es una patraña» [«history is bunk»]. Para aquellos que no estén familiarizados con la jerga norteamericana, la palabra «bunk» significa algo que no tiene sentido. No es una frase muy elegante para expresar adecuadamente una idea que ha cobrado fuerza durante los últimos años. El ilustre fundador de la empresa automovilística Ford, más adelante perfeccionó su definición de la historia al describirla como «sólo una maldita cosa tras otra«, que es una forma de mirarla.
La misma idea también la expresan de una forma más elegante (aunque no menos errónea) los seguidores de la moda postmodernista, que algunas personas consideran una filosofía válida. Realmente, esta idea no es nueva. Hace ya mucho tiempo que la expresó el gran historiador inglés Edward Gibbon, autor de Historia de la decadencia y caída del imperio romano en la célebre frase la historia es “poco más que el registro de los crímenes, locuras y desgracias de la humanidad”.
La historia se presenta aquí como una serie de acontecimientos fortuitos o accidentes, esencialmente sin sentido e inexplicables. No está gobernada por ninguna ley que podamos comprender. Intentar entender la historia sería por lo tanto un ejercicio inútil. Otra variación de este tema es la idea, ahora muy popular entre algunos círculos académicos, de negar la existencia de las formas superiores e inferiores de desarrollo social y cultural. Nos dicen que no existe tal cosa como el «progreso» y lo consideran una idea pasada de moda, un resabio del siglo XIX, cuando fue popularizada por los liberales victorianos, los socialistas fabianos y Carlos Marx.
Esta negación del progreso en la historia es característica de la psicología de la burguesía en la fase de declive capitalista. Es un fiel reflejo de que, bajo el capitalismo, el progreso ha alcanzado sus límites y amenaza con convertirse en su contrario. La burguesía y sus representantes intelectuales están, como es natural, poco dispuestos a aceptar este hecho. Además, son orgánicamente incapaces de reconocerlo. Lenin dijo en una ocasión que un hombre al borde de un acantilado no era capaz de razonar. Sin embargo, son algo conscientes de la verdadera situación e intentan encontrar alguna clase de justificación al callejón sin salida de su sistema, ¡negando la posibilidad de todo progreso!
Esta idea ha penetrado tanto en la conciencia que incluso se la ha llevado al reino de la evolución no-humana. Incluso un pensador brillante como Stephen Jay Gould, cuya teoría dialéctica del equilibrio puntuado transformó la forma de percibir la evolución, sostenía que era incorrecto hablar de progreso en la evolución de lo inferior a lo superior; así que, debemos situar a los microbios en el mismo nivel que a los seres humanos. En cierto sentido, es correcto decir que todas las cosas vivas están relacionadas (el genoma humano lo ha demostrado de una forma concluyente). El hombre no es una creación especial del Todopoderoso, sino el producto de la evolución. No es correcto ver la evolución como una especie de gran diseño, cuyo objetivo final era la creación de seres como nosotros (teleología, de la palabra griega telos, estudio de la finalidad). Sin embargo, al rechazar una idea incorrecta no es necesario ir al otro extremo, y con ello, provocar nuevos errores.
No se trata de aceptar la existencia de un plan predeterminado relacionado con la intervención divina o alguna clase de teleología, pero está claro que las leyes de la evolución inherentes a la naturaleza en realidad determinan el desarrollo desde las formas simples de vida a otras formas más complejas. Las primeras formas de vida ya contenían dentro de ellas el embrión de su futuro desarrollo. Es posible explicar el desarrollo de los ojos, las piernas y otros órganos sin recurrir a ningún plan predeterminado. En determinado momento llegamos al desarrollo del sistema nervioso central y el cerebro. Por último, con el homo sapiens, llegamos a la conciencia humana. La materia se hace consciente de sí misma. No se ha producido una revolución más importante que esta desde el desarrollo de la materia orgánica (la vida) a partir de la materia inorgánica.
Para complacer a nuestros críticos, quizás deberíamos añadir la frase: desde nuestro punto de vista. Sin duda los microbios, si fueran capaces de tener punto de vista, probablemente harían algunas objeciones serias. Pero nosotros debemos afirmar que la evolución, realmente, representa el desarrollo de formas simples de vida hasta otras formas más complejas y versátiles; en otras palabras, el progreso de formas inferiores de vida a otras formas, superiores. Negar esto carece de sentido, no es una formulación científica, se trata de escolástica. Al decir esto, por supuesto, nuestra intención no es ofender a los microbios, después de todo llevan aquí mucho más tiempo que nosotros, y si no se acaba con el sistema capitalista, puede que terminen riéndose los últimos.
La cultura y el capitalismo
Si, para no ofender a los microbios y otras especies, no está permitido hacer referencia a formas superiores e inferiores de vida, entonces menos aún —según la última moda— se puede afirmar que los bárbaros representan una forma inferior de desarrollo social y cultural frente a la esclavitud, por no hablar del capitalismo. Decir que los bárbaros tenían su propia cultura no es decir demasiado. Desde el momento en que los primeros humanos fabricaron herramientas de piedra se puede decir que cada período ha tenido su propia cultura. Que estas culturas no han sido lo suficientemente apreciadas hasta hace poco, también es verdad. La burguesía siempre ha tenido una tendencia a exagerar los logros de algunas culturas y denigrar a otras. Detrás de esto están los intereses creados de aquellos que buscan esclavizar, dominar y explotar a otros pueblos y disfrazar esta opresión y explotación bajo el disfraz hipócrita de la superioridad cultural.
Bajo esta bandera, los cristianos del norte de España (verdaderos descendientes de los godos bárbaros), destruyeron los sistemas de irrigación y la maravillosa cultura islámica de Al-Andalus. Después continuaron destruyendo las ricas y florecientes culturas de los aztecas y los incas. Bajo la misma bandera, los colonialistas británicos, franceses y holandeses, esclavizaron sistemáticamente a los pueblos de África, Asia y el Pacífico. No contentos con reducir a estos pueblos a la peor clase de esclavitud, les robaron, no sólo su tierra, también el alma. Los misioneros cristianos terminaron el trabajo comenzado por los soldados y cazadores de esclavos, robando a la población su identidad cultural.
Todo esto es verdad y es necesario tratar la cultura de cada pueblo con el respeto y afecto que se merece. Cada período, cada pueblo, ha añadido algo al gran tesoro de la cultura humana que es nuestra herencia colectiva. Pero, ¿esto significa que una cultura es tan buena como cualquier otra? ¿Eso significa que se puede afirmar que entre las primeras hachas de piedra (algunas de las cuales mostraban un grado considerable de sentido estético) y el David de Miguel Ángel no se ha producido un progreso artístico perceptible? En una palabra, ¿se puede hablar de progreso en la historia humana?
En la lógica, hay un método muy conocido que consiste en reducir un argumento al absurdo llevándolo a su extremo. Vemos algo similar en ciertas tendencias modernas de la antropología, la historia y la sociología. Es un hecho conocido que la ciencia bajo el capitalismo cada vez es menos científica. Las llamadas ciencias sociales no son en absoluto ninguna ciencia, son intentos mal encubiertos de justificar el capitalismo o, al menos, de desacreditar al marxismo (que equivale a lo mismo). Esto ya ocurrió en el pasado, cuando los llamados antropólogos hicieron todo lo posible por justificar la esclavitud de las llamadas razas atrasadas denigrando su cultura. Pero las cosas no son mucho mejores ahora, cuando ciertas escuelas intentan hacerlo de otra forma.
Es verdad que los imperialistas, deliberadamente, han quitado importancia o incluso negado la cultura de los “pueblos atrasados” de África, Asia, etc. El poeta pro-imperialista inglés, Kipling (el autor de El libro de la selva) las llamó “razas menores sin ley”. Este imperialismo cultural sin duda era un intento de justificar la esclavización colonial de millones de personas. También es verdad que todas las acciones más bárbaras e inhumanas del pasado, palidecen en comparación con los horrores infligidos a la raza humana por nuestro supuestamente civilizado sistema capitalista y su homólogo: el imperialismo.
Es una paradoja terrible que cuanto más ha desarrollado la humanidad su capacidad productiva, cuanto más espectaculares son los avances de la ciencia y la tecnología, mayor es el sufrimiento, el hambre, la opresión y la miseria de la mayoría de la población mundial. Incluso algunos de los partidarios del sistema actual reconocen este hecho. Pero no han hecho nada para corregirlo. Tampoco pueden porque se niegan a reconocer que la razón del callejón sin salida actual en el que se encuentra la raza humana es el mismo sistema que ellos defienden. Pero no sólo la burguesía se niega a sacar las conclusiones necesarias. Lo mismo ocurre con muchos de los que se consideran de izquierda y radicales. Hay algunas personas bienintencionadas que, por ejemplo, sostienen que la fuente de todos nuestros problemas es el crecimiento de la ciencia, la técnica y la industria, y consiguientemente, sería algo bueno ¡regresar al modo de existencia precapitalista!
Los victorianos tenían una visión muy parcial de la historia, la veían como una especie de marcha triunfal, una marcha imparable hacia el progreso y la ilustración, dirigida, por supuesto, por el capitalismo inglés. Esta idea también sirvió como una justificación conveniente del imperialismo y el colonialismo. Los “civilizados” británicos fueron a la India y África, armados con la Biblia (y también en barcos de guerra, con cañones y rifles) para introducir a los nativos ignorantes en las alegrías de la cultura occidental. Aquellos que no mostraban entusiasmo ante los refinamientos de la cultura británica (y también de la belga, holandesa, francesa y alemana) rápidamente eran “educados” con balas y bayonetas.
Hoy en día los burgueses tienen un estado de ánimo bastante diferente. Enfrentados a la creciente evidencia de la crisis global del capitalismo, están hundidos en un ambiente de incertidumbre, pesimismo y temor ante el futuro. Las viejas canciones sobre la inevitabilidad del progreso humano parecen bastante fuera de tono con la cruda realidad del momento. La misma palabra “progreso” provoca una sonrisa cínica de desprecio. Y esto no es casualidad. La gente está empezando a comprender que en la primera década del siglo XXI, el progreso se ha detenido completamente. Pero esto, sencillamente, refleja el callejón sin salida del capitalismo, que hace mucho agotó su potencial de progreso y se ha convertido en un monstruoso obstáculo en el camino del avance humano. En este sentido —y sólo en este sentido— se puede decir que es imposible hablar de progreso.
No es la primera vez que hemos visto esta tendencia. En el largo período de declive que precedió a la caída del Imperio Romano, a muchos les parecía que se aproximaba el fin del mundo. Esta idea era particularmente intensa entre la cristiandad y da forma al texto bíblico del Apocalipsis. La gente realmente creía que se aproximaba el fin del mundo. En realidad, lo que llegaba a su fin era sólo una clase particular de sistema socioeconómico, el sistema esclavista, que había alcanzado sus límites y era incapaz de desarrollar las fuerzas productivas como lo había hecho en el pasado.
Se pudo observar un fenómeno similar al final de la Edad Media, cuando se puso de moda la misma idea: el fin del mundo. Las masas se unían a las sectas flagelantes que viajaban por toda Europa, azotándose y torturándose para expiar los pecados de la humanidad, preparándose para el día del juicio final. De nuevo aquí lo que se aproximaba no era el fin del mundo, sino el final del sistema feudal, que había superado su utilidad y, finalmente, fue derrocado por la burguesía.
Sin embargo, el hecho de que una forma socioeconómica particular haya sobrevivido a su utilidad histórica y se convierta en un obstáculo reaccionario para el avance de la raza humana, no significa que el progreso sea un concepto sin sentido. No significa que no haya existido progreso en el pasado (incluso bajo el capitalismo) o que no pueda existir en el futuro, una vez sea abolido el capitalismo. De este modo, una idea que a primera vista parece ser muy razonable, se convierte en una defensa encubierta del capitalismo frente al socialismo. Hacer incluso la más mínima concesión a esta idea, sería abandonar una posición revolucionaria firme para caer en una posición reaccionaria.
El materialismo histórico
La sociedad está en constante cambio. La historia intenta catalogar estos cambios e intenta explicarlos. Pero, ¿cuáles son las leyes que rigen el cambio histórico? ¿Existen estas leyes? Si no existieran, la historia humana sería completamente incomprensible, como pensaban Gibbon y Henry Ford. Sin embargo, los marxistas no ven la historia de esta manera. De la misma forma que la evolución de la vida tiene leyes inherentes que se pueden explicar y que fueron explicadas, primero por Darwin y, más recientemente, por los rápidos avances en el estudio de la genética, también la evolución de la sociedad humana tiene sus leyes inherentes y éstas fueron explicadas por Marx y Engels.
Aquellos que niegan la existencia de las leyes que dominan el desarrollo social humano, sin excepción, abordan la historia desde un punto de vista subjetivo y moralista. Como Gibbon (pero sin su extraordinario talento) sacuden la cabeza ante el espectáculo interminable de violencia sin sentido, la “inhumanidad del hombre contra el hombre” (y la mujer) y otras cosas por el estilo. En lugar de una visión científica de la historia, tenemos la visión de un sacerdote. Pero lo que necesitamos no es un sermón moral, sino una visión racional. Por encima y más allá de los hechos aislados, es necesario comprender las tendencias, las transiciones de un sistema social a otro, y extraer las fuerzas motrices fundamentales que determinan estas transiciones.
Al aplicar el método del materialismo dialéctico a la historia, inmediatamente resulta obvio que la historia humana tiene sus propias leyes, y que, consecuentemente, es posible comprenderla como un proceso. El ascenso y la caída de diferentes formaciones socioeconómicas se pueden explicar científicamente en términos de su capacidad o incapacidad de desarrollar los medios de producción y, de ese modo, empujar hacia delante los horizontes de la cultura humana e incrementar el dominio de la humanidad sobre la naturaleza.
El marxismo sostiene que el desarrollo de la sociedad humana a lo largo de millones de años representa un progreso, pero éste nunca ha seguido una línea recta, como equivocadamente creían los victorianos (quienes tenían una visión vulgar y antidialéctica de la evolución). La premisa básica del materialismo histórico es que la fuente última del desarrollo humano es el desarrollo de las fuerzas productivas. Esta es la conclusión más importante, porque es la única que nos puede permitir llegar a una concepción científica de la historia.
Antes de Marx y Engels, la historia para la mayoría de las personas era una serie de acontecimientos inconexos o, por utilizar un término filosófico, ‘accidentes’. No había una explicación general a este proceso porque supuestamente la historia no tenía leyes internas. Una vez se acepta este punto de vista, la única fuerza motriz de los acontecimientos históricos es el papel del individuo, los ‘grandes hombres’ (o mujeres). En otras palabras, caemos en una visión idealista y subjetiva del proceso histórico. Este era el punto de vista de los socialistas utópicos, quienes, a pesar de su gran perspicacia y penetrante crítica del orden social existente, no consiguieron comprender las leyes fundamentales del desarrollo histórico. Para ellos, el socialismo era sólo una ‘buena idea’, una idea atemporal, que se podía haber pensado hace mil años o mañana por la mañana. ¡Si se hubiera inventado hace mil años, la humanidad se habría ahorrado muchos problemas!
Fueron Marx y Engels los primeros que explicaron que, en el fondo, todo el desarrollo humano depende del desarrollo de las fuerzas productivas. Y de este modo, dotaron de bases científicas el estudio de la historia. La primera condición de la ciencia es que seamos capaces de mirar más allá de lo particular para llegar a las leyes generales. Por ejemplo, los primeros cristianos eran comunistas (aunque su comunismo era utópico, basado en el consumo y no en la producción). Sus primeros experimentos con el comunismo no les llevaron a ninguna parte, y tampoco era posible, porque el desarrollo de las fuerzas productivas en ese momento no permitía el desarrollo del verdadero comunismo.
En el período reciente se ha puesto de moda entre algunos círculos intelectuales de ‘izquierda’ negar la existencia del progreso en la historia. En parte, estas tendencias representan la reacción contra el imperialismo cultural y el ‘eurocentrismo’. Se dice que una cultura humana es igual de válida que cualquier otra. En este sentido, el intelectual europeo progresista piensa que, él o ella, con esta postura, en cierta forma, está ‘compensando’ el sistemático pillaje y violación perpetrado contra los pueblos de las antiguas colonias por nuestros antepasados, saqueo que, por supuesto, continua en la actualidad aunque con disfraces diferentes.
Las intenciones de estas personas pueden ser loables, pero sus premisas están completamente equivocadas. En primer lugar, a los millones de personas explotadas y oprimidas de Asia, África y América Latina, les sirve de poco consuelo saber que ahora los intelectuales europeos redescubren y aprecian sus antiguas culturas. Lo que hace falta no son gestos simbólicos o terminología radical, sino una verdadera lucha contra el imperialismo y el capitalismo a escala mundial. Sin embargo, para que esta lucha triunfe, hay que ponerla sobre bases firmes. La condición previa para el éxito es la lucha implacable por la teoría marxista. Por supuesto, es necesario poner las cosas en su lugar y luchar contra toda clase de prejuicios racistas e imperialistas. Pero al luchar contra una idea incorrecta es necesario tener cuidado de no ir demasiado lejos, porque una idea correcta cuando se lleva a sus extremos puede volverse en su contrario.
La historia humana no es una línea ininterrumpida hacia el progreso. Al lado de la línea ascendente, existe otra línea descendente. En la historia ha habido períodos en los que, por diferentes razones, la sociedad ha retrocedido, el progreso se ha detenido y la civilización y la cultura se han hundido. Ese fue el caso de Europa después de la caída del Imperio Romano, en el período conocido, al menos en inglés, como los Años Oscuros. Recientemente, ha habido una tendencia por parte de algunos académicos a reescribir la historia y presentar a los bárbaros desde una óptica más favorable. Esto no es ‘más científico’ ni ‘más objetivo’, simplemente es pueril.
Cómo no presentar la cuestión
Recientemente, el Canal Cuatro de la televisión británica emitió una serie de tres capítulos titulada Los bárbaros, presentada por Richard Rudgley, antropólogo y autor de Civilizaciones perdidas de la Edad de Piedra. Después de ver el segundo capítulo de la serie dedicado a los anglos y los sajones —las tribus germánicas que invadieron las Islas Británicas—, me he podido formar una idea bastante buena de la tesis central de Rudgley. Sostiene que ellos dejaron una sociedad más civilizada que la que conquistaron: “La dependencia de la esclavitud del Imperio Romano fue sustituida por una sociedad más justa donde se estimulaba y valoraba el trabajo y los oficios técnicos”.
La gente, en general, cree que el legado romano en Gran Bretaña fue una sociedad civilizada más tarde brutalizada por las tribus bárbaras que invadieron las islas durante la Edad de las Tinieblas. Pero para Rudgley: “En mi viaje para comprender la Edad Oscura, me he encontrado con que muchas de las cosas que valoro tienen sus raíces, no en la civilización romana, sino en el mundo de los bárbaros, construido sobre las ruinas del Imperio Romano”.
Rudgley ha realizado un descubrimiento asombroso: los sajones sabían cómo construir barcos, y además, barcos que eran rápidos. Dice que los bárbaros trajeron oficios y talento a estas orillas. “Su técnica era inmensa. Sólo hay que mirar algunas de las obras de metal, madera o joyería de ese período”. Pero los romanos sabían construir no sólo barcos, sino también carreteras, acueductos, ciudades y muchas otras cosas. Rudgley pasa por alto el insignificante detalle de que estas cosas fueron destruidas o se hundieron por el abandono de los bárbaros, y que esto llevó a desbaratamiento catastrófico del comercio y a una profunda caída en el desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura, que retrocedió mil años atrás.
Él cita las palabras del experto fabricante de espadas Héctor Cole, quien dice: “Los fabricantes de espadas sajones eran especialistas. Fabricaban filos estructurados seiscientos años antes que los japoneses”. No hay duda de todo esto. Todas las tribus bárbaras de este período eran expertos guerreros y lo demostraron acabando con las defensas romanas con la facilidad con la que un cuchillo caliente atraviesa la mantequilla. Los romanos del final del Imperio incluso comenzaron a imitar algunas de las tácticas militares de los bárbaros, adoptando el arco corto perfeccionado por los hunos. Pero nada de eso demuestra que los bárbaros tuvieran un nivel de desarrollo comparable al de los romanos y, menos aún, superior.
Rudgley explica que las travesías marítimas de los anglos y los sajones hacia Gran Bretaña, no fueron invasiones de masas dirigidas por guerreros, sino pequeños grupos de emigrantes pacíficos que buscaban nuevos asentamientos. Aquí confunde dos cosas. Sin duda los bárbaros buscaban un territorio sobre el que asentarse. Las razones para estos movimientos de masas de los pueblos en el siglo V probablemente son variadas. Una teoría es que un cambio de clima elevó el nivel del mar en las zonas costeras de lo que es ahora Holanda y el norte de Alemania, volviendo estas tierras inhabitables. Una visión más tradicional es la presión de otras tribus bárbaras que venían de Oriente. Con toda probabilidad se trate de una combinación de estos factores y otros. En general, las causas de esta migración de masas se pueden poner bajo el título de accidente histórico. Lo que importa son los resultados que provocaron en la historia. Y esto es lo que está en discusión.
Los contactos iniciales entre los romanos y los bárbaros no necesariamente tuvieron un carácter violento. Durante siglos existió un comercio importante a lo largo de las fronteras orientales, y éste llevó a una progresiva romanización de aquellas tribus que vivían próximas al Imperio. Muchos se convirtieron en mercenarios y sirvieron en las legiones romanas. Alarico, el líder godo que fue el primero que entró en Roma, no sólo era un antiguo soldado de Roma, también era cristiano (aunque arriano). Y es cierto que los primeros sajones que entraron en Gran Bretaña eran comerciantes pacíficos, mercenarios y colonos. De hecho, según la tradición, fueron invitados a Gran Bretaña por el ‘rey’ británico romanizado Vortigern, después de la salida de las legiones romanas.
Pero en este punto, el análisis de Rudgley comienza a resquebrajarse. Ha olvidado completamente que el comercio entre las naciones civilizadas y los bárbaros, estaba invariablemente relacionado con la piratería, el espionaje y la guerra. Los comerciantes bárbaros observaban cuidadosamente los puntos fuertes y débiles de las naciones con las que entraban en contacto. Si existían signos de debilidad, a las relaciones comerciales ‘pacíficas’ seguirían las bandas armadas en busca de saqueo y conquista. Basta con leer el Antiguo Testamento para ver que esta era precisamente la relación entre las tribus israelíes nómadas y pastoriles y los antiguos cananeos, quienes, como pueblos urbanos civilizados, contaban con un elevado nivel de desarrollo.
Los romanos tenían un nivel cultural más alto que los bárbaros y se puede demostrar fácilmente con el siguiente hecho. Aunque los bárbaros consiguieron conquistar a los romanos, ellos mismos fueron rápidamente absorbidos, e incluso perdieron su propia lengua y acabaron hablando un dialecto del latín. Del mismo modo, los francos, que dieron su nombre a la Francia moderna, eran una tribu germánica que hablaba una lengua relacionada con el alemán moderno. Lo mismo ocurrió con las tribus germánicas que invadieron España e Italia.
La única excepción manifiesta a esta regla es que los anglos y los sajones que invadieron Gran Bretaña, no fueron absorbidos por los celtas-romanos británicos que eran más avanzados. La lengua inglesa básicamente es una lengua germánica (con una mezcla moderna de francés normando desde el siglo XI en adelante). En realidad, el número de palabras de origen celta en la lengua inglesa es insignificante, mientras que hay muchas más palabras árabes en la lengua española. La razón para esto es que los árabes en España tenían un nivel cultural superior a los cristianos de habla española que los conquistaron. La única explicación concebible es que los bárbaros anglo-sajones (a quienes Rudgley considera unas personas muy pacíficas y amables) aplicaron una política genocida contra el pueblo celta de cuyas tierras se apoderaron con sangrientas guerras de conquista.
¿Sentimentalismo o ciencia?
Por lo tanto, podemos formular una regla firme: un pueblo invasor cuya cultura está en un nivel más bajo que el pueblo conquistado por él, con el tiempo, será absorbido por la cultura de los conquistados y no viceversa. Se podría responder que este proceso no ocurrió porque el número de invasores era relativamente pequeño. Pero esto no se sostiene. En primer lugar, como el propio Rudgley afirma, en estas vastas migraciones participó un gran número de personas, en realidad pueblos enteros. En segundo lugar, hay otros muchos ejemplos históricos que demuestran lo contrario.
Los mogoles que invadieron la India y establecieron la dinastía Mogul, que duró hasta que los británicos conquistaron la India, fueron completamente absorbidos por la forma de vida india que era más avanzada. Exactamente lo mismo ocurrió en China. Sin embargo, cuando los británicos conquistaron la India, no fueron absorbidos por la cultura nativa, sino lo contrario, como explica Marx, destruyeron completamente la vieja sociedad india que había resistido durante miles de años. ¿Cómo fue esto posible? Sólo porque Gran Bretaña, donde el sistema capitalista se había desarrollado rápidamente, tenía un nivel más alto de desarrollo que la India.
Por supuesto, es posible decir que antes de la llegada de los británicos, los indios tenían un nivel muy alto de desarrollo cultural. Aunque los conquistadores europeos despreciaban a los indios, al menos como semi-bárbaros, nada puede estar más alejado de la realidad. Sobre la base del antiguo modo asiático de producción, la cultura india alcanzó niveles prodigiosos. Sus conquistas en los terrenos del arte, escultura, arquitectura, música y poesía fueron tan brillantes que incluso provocaron la admiración de los representantes más cultos del Imperio Británico.
Es igualmente posible deplorar a los supuestamente civilizados británicos por la forma tan brutal en la que aplastaron a los indios, con una combinación de engaño, mentiras, asesinatos y masacres. Esa es toda la verdad, pero falta algo. La verdadera pregunta que se debe hacer es la siguiente: ¿Por qué los británicos no fueron absorbidos por la cultura india como les ocurrió a los mogoles? Después de todo, en este caso, es verdad que el número de británicos que se asentaron en la India era insignificante comparado con las masas de este vasto subcontinente. Después de doscientos años, fueron los indios los que aprendieron inglés y no viceversa.
Hoy, medio siglo después de la salida de los británicos, el inglés es aún la lengua oficial de la India y permanece como la lingua franca de todos los indios y pakistaníes cultos. ¿Cómo se puede explicar esto? Sólo porque el capitalismo representa un nivel más elevado de desarrollo que el feudalismo o el modo asiático de producción. Ese es el factor decisivo. Quejarse de esto, protestar contra el ‘imperialismo cultural’ y otras cosas por el estilo puede tener un cierto valor en el terreno de la agitación (no hay ninguna duda de la conducta verdaderamente bárbara de los imperialistas en general). Pero desde un punto de vista científico estos comentarios no nos llevan muy lejos.
Abordar la historia humana desde un punto de vista sentimental es peor que inútil. La historia no conoce la moralidad y funciona según leyes diferentes. La tarea de cualquier persona que desee comprender la historia es en primer lugar dejar a un lado todos los elementos moralistas, ya que no existe ninguna moralidad supra histórica, ninguna “moralidad en general”, sino sólo moralidades particulares que pertenecen a períodos históricos particulares y formaciones socioeconómicas definidas y no tienen relevancia fuera de ellas.
Desde un punto de vista científico, por lo tanto, no tiene sentido comparar los niveles morales de la conducta de los romanos y los bárbaros, los británicos y los indios, los mogoles y los chinos. Las prácticas inhumanas y bárbaras han existido en cada período de la historia, si tomamos una vara de medir para juzgar la raza humana, deberíamos sacar conclusiones muy pesimistas. En realidad, se podría sostener que cuánto mayor es el grado de desarrollo, mayor la capacidad de infligir sufrimiento a un mayor número de personas. La situación del mundo en la primera década del siglo XXI parece confirmar esta sombría valoración de la historia humana.
Algunas personas han sacado la conclusión de que quizá el problema es que ha habido demasiado desarrollo, demasiado progreso, demasiada civilización. ¿No seríamos más felices viviendo en un entorno agrícola sencillo —por supuesto, en líneas estrictamente ecológicas— cultivando nuestros propios campos (sin tractores), haciendo nuestra ropa y amasando nuestro pan? Es decir, ¿no sería mejor si regresáramos a la barbarie?
Debido a la terrible situación de la sociedad y el mundo bajo el capitalismo, fácilmente podemos comprender que existan personas que busquen un escape de la desagradable realidad y que quieran dar marcha atrás al reloj para regresar a una época dorada. El problema es que nunca existió esta época. Aquellas personas (normalmente de clase media) que hablan grandiosamente de las maravillas de la vida en los días de las comunas agrícolas no tienen idea de lo difícil que era la vida en aquellos tiempos. Citaremos un manuscrito de un monje medieval que, a diferencia de nuestros fanáticos de la New Age (Nueva Era), conocía perfectamente cómo era la vida bajo el feudalismo. Este es un extracto de un autor medieval, un monje llamado Aelfric, que escribió un libro para enseñar conversación latina en Winchester:
Maestro: ¿Qué haces labrador, cómo haces tu trabajo?
Pupilo: Señor, trabajo muy duro. Me levanto al amanecer para llevar los bueyes al campo y allí acoplarlos al arado. Por duro que sea el invierno, no me atrevo a quedarme en casa por temor a mi señor; después de acoplar los bueyes, pongo la reja y la cuchilla al arado, cada día tengo que arar un acre o más.
Maestro: ¿Alguien te ayuda?.
Pupilo: Tengo a un chico que guía los bueyes con la aguijada y ahora está afónico del frío.
Maestro: ¿Qué otro trabajo tienes que hacer diariamente?
Pupilo: Mucho más. Tengo que llenar los cubos de los bueyes con heno, darles agua y sacar el estiércol fuera.
Maestro: ¿Es un trabajo duro?
Pupilo: Sí, es un trabajo duro, porque no soy libre.
¡Un par de semanas de trabajo deslomado y de destrucción del alma, seguramente sería una cura garantizada para las ilusiones de la mayoría de los intransigentes románticos! Es una pena no poder hacer un viaje corto en la máquina del tiempo con este objetivo.
¿Qué es la barbarie?
La palabra ‘barbarie’ se utiliza en diferentes contextos y para cosas diferentes. Incluso puede ser un insulto cuando hacemos referencia al comportamiento bárbaro de ciertos seguidores de fútbol demasiado entusiastas. Para los antiguos griegos (los primeros que acuñaron la palabra) significaba simplemente “alguien que no habla el idioma” (es decir, el griego). Pero para los marxistas, normalmente, significa la etapa entre el comunismo primitivo y la primera sociedad de clases, cuando se empezaron a formar las clases y con ellas el estado. La barbarie es una fase transicional, donde la vieja comuna se encuentra en un estado de decadencia y donde las clases y el estado están en proceso de formación.
Como las otras sociedades humanas (incluido el salvajismo, la fase de las sociedades cazadoras y recolectoras basadas en el comunismo primitivo y que realizaron maravillosas obras de arte en las cuevas de Francia y el norte de España), los bárbaros ciertamente tenían cultura, y fueron capaces de producir objetos de arte muy hermosos y sofisticados. Sus técnicas de guerra demuestran que también eran capaces de hazañas extraordinarias de organización y esto se demostró cuando derrotaron a las legiones romanas.
El período de barbarie representa una parte muy larga de la historia humana, y está dividida en varios períodos más o menos diferenciados. En general, se caracterizó por la transición del modo de producción basado en la caza y la recolección, al pastoreo y la agricultura, es decir, del salvajismo paleolítico, pasando por la barbarie neolítica, a la barbarie más elevada de la Edad de Bronce, que permanece como el umbral de la civilización. El punto de inflexión decisivo fue lo que Gordon Childe llamó «la revolución neolítica», que representó un gran paso adelante en el desarrollo de la capacidad productiva humana, y por lo tanto, de la cultura. Esto es lo que dice Childe:
«Es enorme nuestra deuda para con estos bárbaros que no conocieron la escritura. Todas las plantas comestibles cultivadas de cierta importancia han sido descubiertas por alguna sociedad bárbara innominada».
Aquí está el embrión de dónde crecieron las aldeas y las ciudades, la escritura, la industria y todo lo demás que sirve de base para lo que llamamos civilización. Las raíces de la civilización se encuentran precisamente en la barbarie, y aún más, en la esclavitud. El desarrollo del barbarie llevó a la esclavitud o a lo que Marx llamó el modo de producción asiático.
Sería incorrecto negar la contribución de los pueblos bárbaros al desarrollo humano. Jugaron un papel vital en determinada etapa. Poseían cultura, y muy avanzada para el tiempo en el que vivieron. Pero la historia no se detiene aquí. El nuevo desarrollo de las fuerzas productivas llevó a nuevas formas socioeconómicas que llevaron a un nivel cualitativamente más elevado. Nuestra civilización moderna (tal como es) viene de las conquistas colosales de Egipto, Mesopotamia y el Valle del Indo, e incluso más, de Grecia y Roma.
Mientras que no negamos la existencia de la cultura bárbara, los marxistas no dudamos en afirmar que ésta última fue históricamente sustituida por las culturas de Egipto, Grecia y Roma que crecieron a partir de la barbarie, la superaron y la sustituyeron. Negar este hecho sería obviar la realidad.
El papel de la esclavitud
Si miramos todo el proceso de la historia y prehistoria humanas, lo primero que nos llama la atención es la extraordinaria lentitud con que se desarrolló nuestra especie. La evolución gradual de las criaturas humanas o humanoides y su alejamiento de la condición de animales, hacia una condición genuinamente humana, transcurrió a lo largo de millones de años. Durante el primer período que llamamos salvajismo, caracterizado por un desarrollo muy lento de los medios de producción, la fabricación de herramientas de piedra y el modo de existencia cazador-recolector, la línea de desarrollo permanece prácticamente plana durante un largo período de tiempo. Comienza a acelerarse precisamente en el período conocido como barbarie (particularmente con la revolución neolítica) cuando las primeras comunidades estables se convirtieron en ciudades (como Jericó, que data de aproximadamente del 7.000 a. C).
Sin embargo, el crecimiento realmente explosivo ocurre en Egipto, la Mesopotamia, el Valle del Indo (y también China), Persia, Grecia y Roma. En otras palabras, el desarrollo de la sociedad de clases coincide con un aumento masivo de las fuerzas productivas y, como resultado, de la cultura humana, que alcanza cimas sin precedentes. Este no es el lugar para mencionar todos los descubrimientos realizados por los griegos y los romanos. Hay una famosa escena en la película La vida de Brian de los Monty Python, donde un entusiasta “luchador por la libertad” hace una pregunta retórica: “¿Qué han hecho los romanos por nosotros?” A su pesar recibe una respuesta con una larga lista de cosas que le debían a los romanos. ¡No deberíamos cometer el mismo error!
Pero podría hacerse la siguiente objeción, Grecia y Roma se basaban en la esclavitud, que es una institución inhumana y aborrecible. Las maravillosas conquistas de la antigua Atenas se consiguieron bajo la esclavitud. Su democracia —probablemente la más avanzada del mundo hasta la fecha— era la democracia de una minoría de ciudadanos libres. La mayoría —los esclavos— no tenían ningún derecho. Hace poco recibí una carta que compara desfavorablemente la sociedad esclavista con la barbarie. Reproduzco un extracto:
En realidad, las sociedades primitivas son las menos bárbaras de la historia mundial. Por ejemplo, sus guerras eran/son rituales sin apenas víctimas. La barbarie del nazismo y las guerras de los Balcanes es una característica típica del capitalismo, igual que el feudalismo o la sociedad esclavista tenían sus características bárbaras particulares. Los hechos más bárbaros de la historia son todos, de una forma u otra, consecuencia de la sociedad de clases.
Estas líneas plantean la cuestión de la guerra en un sentido moralista y no materialista. La guerra siempre ha sido bárbara. Se trata de asesinar personas de una manera más eficaz. Se puede estar de acuerdo que en las guerras de las sociedades primitivas se asesinaba a menos personas que en las guerras modernas. Eso hasta cierto punto es producto del desarrollo de la ciencia y la técnica que han llevado a una perfección de la productividad humana, no sólo en la industria y la agricultura sino también en el campo de batalla. Engels explica en el Anti-Dühring cómo la historia de la guerra sólo se puede comprender en términos del desarrollo de los medios de producción. Los romanos eran mucho más eficaces en matar a gente que los bárbaros (al menos en el período de ascenso del poder romano), y nosotros somos incomparablemente más eficaces que los romanos, en este terreno y en muchos más.
Los marxistas no podemos considerar la historia desde el punto de vista de la moralidad. Aparte de otras consideraciones, no existe una moralidad supra histórica. Toda sociedad tiene su propia moralidad, religión, cultura, etc., que se corresponde con un nivel determinado de desarrollo y, al menos en el período que llamamos civilización, no se puede considerar desde el punto de vista del número de víctimas, y mucho menos, desde un punto de vista moral abstracto. Podemos desaprobar las guerras en general, pero no se puede negar una cosa: durante todo el curso de la historia humana, todas las cuestiones serias, en última instancia, se han resuelto de esta forma. Esto se aplica tanto a los conflictos entre las naciones (guerras) como a los conflictos entre las clases (revoluciones).
Nuestra actitud hacia un tipo particular de sociedad y su cultura no puede estar determinada por consideraciones moralistas. Desde el punto de vista del materialismo histórico resulta totalmente indiferente que algunos bárbaros (incluidos mis propios ancestros, los celtas) fueran cazadores de cabezas que quemaban a personas vivas en el interior de estatuas de mimbre para celebrar el solsticio de verano. Eso no es razón para condenarlos, de la misma manera que no es motivo para alabarlos la hermosa joyería que fabricaron o la poesía que recitaban. Lo que determina si una formación socioeconómica determinada es históricamente progresista o no es, en primer lugar, su capacidad de desarrollar las fuerzas productivas, las bases materiales reales sobre las que se levanta y desarrolla la cultura humana.
La razón por la cual el desarrollo humano fue tan terriblemente lento durante un largo período de tiempo, fue precisamente el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. El desarrollo real comienza ya en la fase de la barbarie, como explicamos antes. Este fue un acontecimiento progresista en su día, pero fue superado, negado y sustituido por una forma más elevada que fue la esclavitud. El viejo Hegel, ese pensador tan profundo y maravilloso, escribe: «No fue tanto desde la esclavitud como a través de la esclavitud que la humanidad se emancipó».
Los romanos utilizaron la fuerza bruta para subyugar a otros pueblos, vendieron ciudades enteras a la esclavitud, masacraron a miles de prisioneros de guerra para diversión en el circo público e introdujeron métodos muy refinados de ejecución, como la crucifixión. Sí, todo esto es verdad. Pero también es verdad que nuestra civilización moderna, nuestra cultura, nuestra literatura, nuestra arquitectura, nuestra medicina, nuestra ciencia, nuestra filosofía, incluso en muchos casos, nuestra lengua, proceden de Grecia y Roma.
No es una tarea difícil leer en voz alta una larga lista de los crímenes de los romanos (o de los señores feudales o de los modernos capitalistas). Es incluso posible compararlos desfavorablemente, al menos en algunos aspectos, con las tribus bárbaras frente a las que estaban en más o menos constante guerra. Esto no es nada nuevo. En realidad, se pueden leer numerosos pasajes sobre el tema en los escritos del historiador romano Tácito. Pero hacer esto no nos permite avanzar en nuestra comprensión de la historia. Sólo lo podemos conseguir si aplicamos consistentemente el método del materialismo histórico.
El ascenso y la caída de Roma
Aunque el trabajo del esclavo individual no era muy productivo (hay que obligar a los esclavos a trabajar), el agregado total de un gran número los esclavos, en las minas y latifundia (unidades agrícolas a gran escala) de Roma en el último período de la República y el Imperio, sí producían una plusvalía considerable. En el punto álgido del Imperio, los esclavos abundaban y eran baratos, las guerras de Roma básicamente equivalían a una gran caza de esclavos. Pero en determinado momento, este sistema llegó a sus límites y entonces entró en un prolongado período de declive.
Los inicios de la crisis en Roma se pueden ya observar en el último período de la República, un período caracterizado por agitaciones sociales, políticas y guerra de clases. Desde el principio, había una lucha violenta entre los ricos y los pobres en Roma. Hay informes detallados, en los escritos de Tito Livio y de otros, de las luchas entre los plebeyos y los patricios, que terminaron con un compromiso incómodo. El último período, cuando Roma ya se había convertido en el amo del Mediterráneo después de derrotar a su poderoso rival Cartago, no fue otra cosa que una lucha por la división del botín.
Tiberio Graco pidió que la riqueza de Roma se dividiera entre sus ciudadanos libres. Su objetivo era convertir a Italia en una república de pequeños campesinos y no de esclavos, pero fue derrotado por los nobles y los propietarios de esclavos. Esto resultó a largo plazo un desastre para Roma. El campesinado arruinado —la columna vertebral de la república y su ejército— huyó hacia Roma donde formó el lumpemproletariado, una clase no productiva que vivía a costa del estado. Aunque resentidos con los ricos, compartían un interés común en la explotación de los esclavos, la única clase realmente productiva en el período de la República y el Imperio.
La gran sublevación de esclavos dirigida por Espartaco fue un episodio glorioso en la historia de la antigüedad. Los ecos de esta lucha titánica reverberaron durante siglos y aún son fuente de inspiración. El espectáculo de esta masa tan oprimida levantándose con las armas en la mano e infligiendo una derrota tras otra a los ejércitos de la potencia más poderosa del mundo, es uno de los acontecimientos más increíbles en la historia. Si hubieran conseguido derrocar al estado romano, el curso de la historia se habría alterado significativamente.
Por supuesto, no es posible decir exactamente cuál habría sido el resultado. Sin duda, los esclavos habrían sido liberados. Dado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, la tendencia general habría sido en dirección hacia alguna clase de feudalismo. Pero al menos la humanidad se habría ahorrado los horrores de la Edad Oscura, y es probable que se hubiera acelerado el desarrollo económico y cultural.
La razón fundamental del fracaso final de Espartaco, fue que los esclavos no se vincularon con el proletariado de las ciudades. En la medida que éste último continuó apoyando al estado, la victoria de los esclavos era imposible. Pero el proletariado romano, a diferencia del proletariado moderno, no era productivo, era sólo una clase parasitaria que vivía a costa del trabajo de los esclavos y que dependía de sus amos. El fracaso de la revolución romana reside en este hecho.
Marx y Engels señalaron que la lucha de clases, al final, o termina en la victoria total de una de las clases o en la ruina común de las clases en contienda. El destino de la sociedad romana es el ejemplo muy claro del último caso. En ausencia de un campesinado libre, el estado estaba obligado a apoyarse en un ejército mercenario para que luchara en sus guerras. El estancamiento de la lucha de clases provocó una situación similar al fenómeno moderno del bonapartismo. El equivalente romano se llama «cesarismo».
Los legionarios romanos ya no eran leales a la República, sino a su comandante, el hombre que les garantizaba su salario, su botín y un pedazo de tierra cuando se jubilaban. El último período de la República se caracterizó por una intensificación de la lucha entre las clases, en la que ninguna parte fue capaz de conseguir una victoria decisiva. Como resultado, el estado (que Lenin describió como “cuerpos de hombres armados”) comenzó a adquirir una independencia cada vez mayor, levantándose por encima de la sociedad y apareciendo como el árbitro final de las continuas luchas de poder en Roma.
Hubo toda una serie de aventureros militares: Mario, Craso, Pompeyo y, finalmente Julio César, un general brillante, un político inteligente y un hombre de negocios astuto, que en realidad puso fin a la República mientras prestaba servicio a ella. Su prestigio aumentó con sus triunfos militares en las Galias, Hispania y Gran Bretaña, y comenzó a concentrar todo el poder en sus manos. Aunque fue asesinado por una fracción conservadora que deseaba preservar la República, el viejo régimen estaba condenado.
En su obra Julio Cesar, Shakespeare dice lo siguiente de Bruto: “De todos los romanos fue el más noble”. Ciertamente, Bruto y los otros conspiradores que asesinaron a César no carecían de coraje personal y sus motivos puede que fueran nobles o no. Pero eran unos utópicos sin esperanza. La República que intentaban defender era un cadáver corrupto desde hacía mucho tiempo. Después de que Bruto y los otros fueran derrotados por el triunvirato, la República fue reconocida formalmente y el primer emperador —Augusto— siguió con esta pretensión. El mismo título de ‘emperador’ (imperator en latín) es un título militar, inventado para no utilizar el título de rey que era demasiado ofensivo para los oídos republicanos. Pero era un rey en todo, menos en el nombre.
Las formas de la vieja república sobrevivieron aún durante mucho tiempo. Pero sólo eran eso —formas vacías sin contenido real—, un cascarón vacío que al final fue arrastrado por el viento. El Senado estaba desprovisto de todo poder y autoridad real. Julio César había conmocionado a la respetable opinión pública al nombrar a un galo miembro del senado. Calígula mejoró considerablemente esto al nombrar senador a su caballo. Nadie lo veía mal, y si lo veían, mantenían la boca cerrada.
Los emperadores continuaron ‘consultando’ al senado, e incluso consiguieron no reírse cuando lo hacían. En el último período del Imperio, debido al declive de la producción, la corrupción y el saqueo, las finanzas estaban en un estado lamentable y los romanos ricos eran regularmente ‘ascendidos’ al rango de senador, para cobrarles impuestos extras. Un legislador reticente fue “desterrado al senado” en la descripción de un humorista romano.
A menudo ocurre en la historia que instituciones obsoletas pueden sobrevivir mucho tiempo después de que haya desaparecido su razón de existir. Desde ese momento, arrastran una existencia miserable —igual que un anciano decrépito se aferra a la vida—, hasta que esa institución es derrocada a través de la revolución. El declive del imperio romano duró casi cuatro siglos. No fue un proceso continuo. Hubo períodos de recuperación e incluso brillantez, pero la línea general fue descendente.
En períodos como este hay un sentimiento general de malestar. El ambiente predominante es el escepticismo, la ausencia de fe y pesimismo en el futuro. Las viejas tradiciones, la moralidad y la religión, que actúan como un cimiento poderoso para mantener unida a la sociedad, pierden su credibilidad. En lugar de la vieja religión, la gente busca nuevos dioses. En su período de declive, Roma se vio inundada con una plaga de sectas religiosas procedentes de oriente. El cristianismo era solo una de esas sectas y, aunque al final triunfó, tuvo que luchar duramente con numerosos rivales, como el culto a Mitra.
Cuando la gente cree que el mundo en el que viven se tambaleaba, que han perdido el control de su existencia, que sus vidas y destinos están determinados por fuerzas invisibles, entonces aparecen las tendencias irracionales y místicas. La gente cree que se acerca el final del mundo. Los primeros cristianos creían esto fervientemente, pero muchos otros recelaban de ello. En realidad, lo que se aproximaba era el final, no del mundo, sino de una forma particular de sociedad, la sociedad esclavista. El éxito del cristianismo radica en esto y estaba relacionado con este ambiente general. El mundo era horrible y pecaminoso. Era necesario dar la espalda al mundo, a todas sus obras y mirar hacia otra vida después de la muerte.
En realidad, estas ideas ya fueron anticipadas por las tendencias filosóficas de Roma. Cuando los hombres y mujeres pierden toda esperanza en la sociedad existente, hay dos opciones: o intentan llegar a una comprensión racional de lo que está ocurriendo y luchan para cambiar la sociedad o bien vuelven la espalda a la sociedad en su conjunto. En el período de declive, la filosofía romana estaba dominada por el subjetivismo: el estoicismo y el escepticismo. Desde un ángulo diferente, Epicuro enseñaba a sus seguidores a buscar la felicidad y aprender a vivir sin temor. Es una filosofía sublime, pero en el contexto dado, sólo podía apelar a los sectores más inteligentes de las clases privilegiadas. Finalmente, aparece la filosofía neo-platonista de Plotino, con su abierto misticismo y superstición, que al final proporciona una justificación filosófica a la cristiandad.
Cuando los bárbaros invadieron, toda la estructura estaba al borde del colapso, no sólo económica, también moral y espiritualmente. No es de extrañar que los bárbaros fueran bienvenidos como libertadores de los esclavos y sectores más pobres de la sociedad. Simplemente completaron un trabajo que estaba preparado por adelantado. Los ataques bárbaros fueron un accidente histórico que sirvió para expresar una necesidad histórica.
¿Por qué triunfaron los bárbaros?
¿Cómo es posible que una cultura tan desarrollada fuera superada tan fácilmente por una más primitiva y atrasada? Los gérmenes de la destrucción de Roma estaban presentes mucho antes de las invasiones bárbaras. La contradicción básica de la economía esclavista es que, paradójicamente, se basaba en la baja productividad del trabajo. El trabajo esclavista es sólo productivo cuando es empleado a escala masiva. La condición previa para esto es un suministro amplio de esclavos a bajo costo. Como los esclavos se reproducían lentamente en cautiverio, la única forma de tener un suministro suficiente de esclavos era con continuas guerras. Cuando el Imperio alcanzó los límites de su expansión bajo Adriano, esto se convirtió en algo muy difícil.
Cuando el Imperio alcanzó sus límites y las contradicciones inherentes a la esclavitud comenzaron a afirmarse, Roma entró en un largo período de declive que duró más de cuatrocientos años, hasta que finalmente fue rebasado por los bárbaros. Las migraciones de masas que provocaron el colapso del Imperio fueron un fenómeno común entre los pueblos pastores nómadas de la antigüedad y ocurrieron por varias razones: necesidad de tierras de pastoreo como resultado del crecimiento de la población, cambios climáticos, etc.
En este caso, los pueblos más asentados de las estepas occidentales y Europa oriental, fueron echados de sus tierras debido a la presión de las tribus nómadas más atrasadas que venían de oriente, los hsiung-un, más conocidos como los hunos. ¿Estos bárbaros tenían cultura? Sí, tenían una especie de cultura, como todos los pueblos en el amanecer de la historia tenían una cultura. Los hunos no tenían conocimientos de agricultura, pero su horda era una formidable máquina de lucha. Su caballería no tenía paralelo en el mundo en aquella época. Se dice de ellos que su país era el lomo de un caballo.
Sin embargo, desgraciadamente para Europa, los hunos en el siglo cuatro se toparon con una cultura más avanzada, una civilización que conocía el arte de la construcción, que vivía en ciudades, que poseían un ejército disciplinado: China. La destreza en la lucha de estos guerreros temidos de las estepas de Mongolia no tenía nada que ver con los civilizados chinos, que construyeron la Gran Muralla —una formidable obra de ingeniería—, para mantenerlos fuera.
Derrotados por los chinos, los hunos giraron a occidente, dejando tras de sí una estela de destrucción y devastación. Atravesaron lo que ahora es Rusia y se toparon con los godos, en el año 355, en la actual Rumanía. Aunque las tribus godas tenían un nivel de desarrollo superior a los hunos, fueron reducidas a pedazos y obligadas a huir a occidente. Los supervivientes —unos 80.000 hombres, mujeres y niños desesperados sobre primitivos carros— salieron hacia las fronteras del Imperio Romano en el momento en que el declive de la sociedad esclavista había alcanzado un punto donde su capacidad para defenderse estaba seriamente debilitada. Los visigodos (godos occidentales), que tenían un nivel inferior de desarrollo que los romanos, les derrotaron. El historiador romano Amiano Marcelino describió este choque entre dos mundos extraños como “la derrota romana más desastrosa desde Cannas (frente a Aníbal)”.
Con una velocidad impresionante la mayoría de las ciudades fueron destruidas y abandonadas. Es verdad que este proceso no comenzó con los bárbaros. La decadencia de la economía esclavista, la naturaleza monstruosamente opresiva del Imperio con su enorme burocracia y agresivos impuestos agrícolas, estaba ya minando todo el sistema. El campo iba a la deriva y ya se estaban creando las bases para el desarrollo de un modo de producción diferente: el feudalismo. Los bárbaros simplemente dieron el coup de grâce a un sistema podrido y moribundo. Todo el edificio estaba podrido y, simplemente, le dieron el último empujón.
La aparentemente inexpugnable línea romana a lo largo del Danubio y el Rin colapsó. En determinado momento, diferentes tribus bárbaras, incluidos los hunos, convergieron en un ataque unido contra Roma. El jefe godo Alarico (que a propósito, era un cristiano arriano y un antiguo mercenario romano) dirigió a 40.000 godos, hunos y esclavos liberados a través de los Alpes julianos y ocho años después saquearon la propia Roma. Aunque Alarico, que era una persona relativamente ilustrada, parece que perdonó a los ciudadanos de Roma, no pudo controlar a los hunos y esclavos liberados, que se dedicaron al asesinato, saqueo y la violación. Destruyeron y fundieron valiosas piezas de escultura y obras de arte. Esto sólo fue el principio. En los siglos posteriores, llegaron de oriente sucesivas oleadas de bárbaros: visigodos, ostrogodos, alanos, lombardos, suevos, alamanes, borgoños, francos, burgundios, frisios, hérulos, anglos, sajones, jutos, hunos y magiares, que encontraron su camino hacia Europa. El todopoderoso y eterno Imperio quedó reducido a cenizas.
¿Retrocedió la civilización?
¿Es correcto decir que el derrocamiento del Imperio Romano por los bárbaros hizo retroceder la civilización humana? A pesar de la reciente campaña ruidosa de los “amigos de la sociedad bárbara”, no hay duda de esto, y se puede demostrar fácilmente con hechos y cifras. El efecto inmediato de la embestida bárbara fue destruir la civilización y arrojar la sociedad y el pensamiento humano mil años atrás.
Las fuerzas productivas sufrieron una interrupción violenta. Las ciudades fueron destruidas o abandonadas según la población huía al campo en busca de comida. Incluso nuestro amigo Rudgley se ve obligado a admitir: “los únicos restos arquitectónicos que dejaron los hunos son las cenizas de las ciudades que quemaron”. Y no sólo los hunos. El primer acto de los godos fue quemar la ciudad de Mainz. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué no se limitaron a ocuparla? La respuesta está relacionada con el atraso del desarrollo económico de los invasores. Eran un pueblo agrícola y no conocían nada de las ciudades. Los bárbaros en general eran hostiles a las ciudades y sus habitantes (una psicología que es muy común entre los campesinos de todos los períodos).
San Jerónimo describe los resultados de esta devastación:
En aquellos países desérticos nada quedó excepto el cielo y la tierra; después de la destrucción de las ciudades y la extirpación de la raza humana, la tierra se cubrió de hierba, densos bosques y zarzas inexpugnables; y esa desolación universal, anunciada por el profeta Zephanias, estuvo acompañada de la escasez de bestias, pájaros e incluso peces.
Estas líneas fueron escritas veinte años antes de la muerte del emperador Valente, cuando comenzaron las invasiones bárbaras. Describen la situación en la provincia natal de San Jerónimo, Pannonia (la actual Hungría) donde las sucesivas oleadas de invasores provocaron la muerte y la destrucción a una escala inimaginable. Al final, Pannonia fue completamente despoblada, más tarde ocupada por los hunos y finalmente ocupada por la población magiar. Este proceso de devastación, violación y pillaje continuó durante siglos, dejando tras de sí una herencia terrible de atraso, en realidad, de barbarie, que llamamos la Edad Oscura. Veámoslo en la siguiente cita:
La Edad Oscura fue absoluta en toda su dimensión. Las hambrunas y las plagas culminaron en la peste negra y sus recurrentes pandemias, que repetidamente reducían la población. Los supervivientes padecían raquitismo. Los extraordinarios cambios climáticos trajeron tormentas y riadas, que provocaron desastres mayores porque el sistema de alcantarillado del imperio, como la mayoría de la infraestructura romana, ya hacía mucho que no funcionaba. Se habla mucho de la Edad de las Tinieblas, en el año 1500, después de mil años sin trabajos de conservación, las carreteras construidas por los romanos todavía eran las mejores del continente. Las otras estaban en tal estado de abandono que eran inservibles; lo mismo ocurrió con todos los puertos europeos hasta el siglo XVIII, cuando de nuevo comenzó a florecer el comercio. Entre las artes que se perdieron se encontraba la albañilería; en toda Alemania, Inglaterra, Holanda y Escandinavia prácticamente no había edificios de piedra, excepto las catedrales, que se levantaron a lo largo de diez siglos. Las herramientas agrícolas básicas de los siervos eran las piquetas, horcas, rastrillos, guadañas y hoces. Como escaseaba el hierro, no había rejas de arado con rueda, ni vertederas. La ausencia de arados no era el principal problema en el sur, donde los campesinos contaban con la liviana tierra mediterránea, pero la tierra dura del norte de Europa había que ararla a mano. Aunque había caballos y bueyes, su uso era limitado. El collar del caballo, los arneses y el estribo no existieron hasta el año 900. Por lo tanto, era imposible atar a los animales en tándem. Los campesinos trabajaban duro, sudaban y, con frecuencia, caían agotados antes que sus animales.
El ascenso del sistema feudal después del colapso de Roma, estuvo acompañado por un largo período de estancamiento cultural en toda Europa. Con la excepción de dos inventos: el molino de agua y el de viento, no hubo otras innovaciones durante aproximadamente mil años. En otras palabras, existió un eclipse total de la cultura. Esto fue el resultado del colapso de las fuerzas productivas, de cuyo desarrollo, en última instancia, depende la cultura. Si no se comprende esto, entonces es completamente imposible tener una comprensión científica de la historia.
El pensamiento humano, el arte, la ciencia y la cultura cayeron hasta su nivel más primitivo, sólo experimentaron una relativa recuperación cuando los árabes introdujeron en la Europa medieval las ideas de los griegos y los romanos. De nuevo se volvió a atar el nudo de la historia en el período que conocemos como Renacimiento. La lenta recuperación del comercio llevó a la aparición de la burguesía y la recuperación de las ciudades, las más destacadas en Flandes, Holanda y el norte de Italia. Pero es un hecho real que la civilización retrocedió mil años. Esto es lo que significa una línea descendiente de la historia. Y no se puede pensar que esto no pueda volver a ocurrir.
Socialismo o barbarie
Toda la historia humana consiste precisamente en la lucha de la humanidad por elevarse por encima del nivel animal. Esta larga lucha comenzó hace siete millones de años, cuando nuestros remotos ancestros humanoides adoptaron la posición erecta y después fueron capaces de liberar sus manos para el trabajo manual. La producción de los primeros raspadores y hachas de mano de piedra fue el comienzo de un proceso a través del cual los hombres y mujeres se hicieron humanos a través del trabajo. Desde entonces, las sucesivas fases de desarrollo social han surgido sobre la base de los cambios en el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, es decir, de nuestro poder sobre la naturaleza.
Durante la mayor parte de la historia humana, este proceso ha sido muy lento, como The Economist comentó en vísperas del nuevo milenio:
Durante casi toda la historia humana, el progreso económico ha sido tan lento como para aparecer imperceptible en el lapso de una vida. Siglo tras siglo, la tasa anual de crecimiento económico fue de apenas unas décimas. El crecimiento era tan lento que era invisible para los contemporáneos -e incluso en retrospectiva no aparece como un aumento de los niveles de vida (que es lo que significa el crecimiento en la actualidad), excepto para un pequeño segmento de la población. Durante milenios, el progreso, para todos excepto una pequeña élite, equivalió a esto: lentamente permitía a una cantidad mayor de gente vivir en el nivel más humilde de subsistencia.
La relación entre el desarrollo de la cultura humana y las fuerzas productivas ya estaba clara para ese gran genio de la antigüedad, Aristóteles, quien explica en su libro La Metafísica que «el hombre comienza a filosofar cuando ha satisfecho sus medios de vida» y añadía que la razón de que la astronomía y las matemáticas fueran descubiertas en Egipto era que la casta sacerdotal no tenía que trabajar. Esta es una comprensión puramente materialista de la historia. Es la respuesta completa a todas las tonterías de los utopistas que imaginan que la vida sería espléndida si pudiéramos «volver a la naturaleza», es decir, volver a un nivel de existencia animal.
La posibilidad de un auténtico socialismo depende del desarrollo de los medios de producción a un nivel muy por encima, incluso, de las sociedades capitalistas más desarrolladas, como EEUU, Alemania o Japón. Así lo explicó Marx incluso antes de que él escribiera el Manifiesto Comunista. En La ideología Alemana, escribió que «allí donde se generaliza la escasez vuelve a surgir toda la vieja basura». Y por «toda la vieja basura» se refería a la opresión de clase, la desigualdad y la explotación. La razón de la degeneración de la Revolución de Octubre en el estalinismo fue que permaneció aislada en un país atrasado, donde las condiciones materiales para la construcción del socialismo estaban ausentes.
A pesar del hecho de que el capitalismo es el sistema más explotador y opresivo que haya existido nunca; a pesar de que, en palabras de Marx, «el Capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros», no obstante, representó un salto adelante colosal en el desarrollo de las fuerzas productivas y, por lo tanto, de nuestro poder sobre la naturaleza. El desarrollo de la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología ha transformado el planeta y ha sentado las bases para una revolución completa que, por primera vez, nos hará seres humanos libres.
Hemos emergido del salvajismo, de la barbarie, de la esclavitud y del feudalismo y cada una de estas etapas representaba un momento definido del desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura. El brote desaparece cuando la flor se abre, y podemos considerar eso como una negación, una cosa que contradice a la otra. Pero de hecho, estas son etapas necesarias y deben tomarse como una unidad. Es absurdo negar el papel histórico de la barbarie o de cualquier otra etapa del desarrollo humano. Pero la historia sigue adelante.
Cada fase del desarrollo humano tiene sus raíces en todo el desarrollo anterior. Esto es cierto tanto en la evolución humana como en el desarrollo social. Hemos evolucionado de especies inferiores y estamos genéticamente relacionados con incluso las formas de vida más primitivas, como el genoma humano ha demostrado de manera concluyente. Estamos separados de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés, por una diferencia genética de menos del dos por ciento. Pero ese pequeño porcentaje representa un enorme salto cualitativo.
De la misma manera, el desarrollo del capitalismo ha sentado las bases para un nivel de desarrollo humano nuevo y cualitativamente superior (sí, superior), que nosotros llamamos socialismo. La actual crisis a escala mundial no es más que un reflejo del hecho de que el desarrollo de las fuerzas productivas ha entrado en conflicto con la camisa de fuerza de la propiedad privada y del estado nacional. El capitalismo hace tiempo que dejó de jugar un papel progresista, y se ha convertido en un monstruoso obstáculo para un desarrollo mayor. Este obstáculo decadente debe ser apartado si la humanidad quiere seguir adelante. Y si no se retira a tiempo, una terrible amenaza se cierne sobre las cabezas de la raza humana.
El embrión de una nueva sociedad ya está madurando en el seno de la vieja. Los elementos de una democracia obrera ya existen en la forma de las organizaciones de trabajadores, los comités de delegados sindicales, los sindicatos, las cooperativas, etc. En el período que se abre, habrá una lucha a vida o muerte, una lucha de los elementos de la nueva sociedad que está naciendo, y una resistencia igualmente feroz por parte del viejo orden para evitar que esto suceda.
En una cierta etapa de este conflicto —que ya se puede ver en contorno en las huelgas generales en Europa, los movimientos revolucionarios en Argentina y otros países de América Latina, y en la rebelión de la juventud en todas partes— alcanzará un punto crítico. Ninguna clase dominante en la historia ha renunciado a su poder y privilegios sin una lucha feroz. La crisis del capitalismo representa no sólo una crisis económica que amenaza los puestos de trabajo y el nivel de vida de millones de personas en todo el mundo. También amenaza la base misma de una existencia civilizada, en la medida que consideremos que existe tal cosa. Amenaza con hacer retroceder a la humanidad en todos los aspectos. Si el proletariado —la única clase verdaderamente revolucionaria— no tiene éxito en el derrocamiento del dominio de los bancos y los monopolios, el escenario estará preparado para un colapso de la cultura e incluso un retorno a la barbarie.
De hecho, para la mayoría de la gente en Occidente (y no sólo en Occidente) las manifestaciones más obvias y dolorosas de la crisis del capitalismo no son económicas, sino esos fenómenos que afectan a su vida personal en los puntos más sensibles y emocionales: la ruptura de la familia, la epidemia de la delincuencia y la violencia, el colapso de los viejos valores y la moral que no tienen nada con que ser sustituidos, el estallido constante de guerras; todo esto da lugar a una sensación de inestabilidad, de falta de fe en el presente o en el futuro. Estos son los síntomas de la parálisis del capitalismo, que en última instancia (pero sólo en última instancia) son el resultado de la rebelión de las fuerzas productivas contra la camisa de fuerza de la propiedad privada y del estado nacional.
Fue Marx quien señaló que la raza humana tenía dos elecciones ante sí: socialismo o barbarie. La democracia formal, que los trabajadores de Europa y los EEUU consideran como algo normal, es en realidad una estructura muy frágil que no va a sobrevivir a un enfrentamiento abierto entre las clases. La burguesía «culta» no dudará en moverse en dirección hacia la dictadura en el futuro. Y debajo de la fina capa de la cultura y de la civilización modernas, hay fuerzas que se asemejan a la barbarie en su peor expresión. Los recientes acontecimientos en los Balcanes son un claro recordatorio de esto. Las normas civilizadas pueden romperse fácilmente y los demonios de un pasado ya olvidado pueden abrumar incluso a la nación más civilizada. Sí, de hecho, ¡la historia conoce tanto líneas ascendentes como descendentes!
Por tanto, la cuestión se plantea en los términos más agudos: en el próximo período o bien la clase obrera toma en sus manos la gestión de la sociedad, en sustitución del sistema capitalista decrépito, con un nuevo orden social basado en la planificación armoniosa y racional de las fuerzas productivas y el control consciente de los hombres y mujeres sobre sus propias vidas y destinos; o, de lo contrario, se enfrentará al espectáculo más terrible de colapso social, económico y cultural.
Durante miles de años la cultura ha sido el monopolio de una minoría privilegiada, mientras que la gran mayoría de la humanidad fue excluída del conocimiento, la ciencia, el arte y el gobierno. Incluso ahora, este sigue siendo el caso. A pesar de todas nuestras pretensiones no estamos realmente civilizados. Nuestro mundo no merece ese nombre. Es un mundo bárbaro, habitado por personas que aún tienen que superar un pasado bárbaro. La vida sigue siendo una lucha dura e implacable de existencia para la gran mayoría del planeta, no sólo en el mundo subdesarrollado, sino en los países capitalistas desarrollados.
Sin embargo, el materialismo histórico no nos inclina a sacar conclusiones pesimistas, sino todo lo contrario. La tendencia general de la historia humana ha sido en la dirección de un desarrollo cada vez mayor de nuestro potencial productivo y cultural. Los grandes logros de los últimos cien años han creado por primera vez una situación en la que todos los problemas a que se enfrenta la humanidad pueden ser fácilmente resueltos. El potencial para una sociedad sin clases ya existe a escala mundial. Lo que es necesario es lograr una planificación racional y armónica de las fuerzas productivas con el fin de que este inmenso, prácticamente infinito, potencial pueda ser realizado.
Sobre la base de una verdadera revolución en la producción, sería posible alcanzar tal nivel de abundancia que los hombres y mujeres ya no tendrían que preocuparse por sus necesidades diarias. Las preocupaciones y miedos humillantes que llenan cada hora del pensamiento de los hombres y mujeres actualmente, desaparecerán. Por primera vez, seres humanos libres serán dueños de su destino. Por primera vez, serán realmente humanos. Sólo entonces comenzará la verdadera historia de la raza humana.