La Revolución Rusa de 1917 conmocionó al mundo y desencadenó una serie de acontecimientos revolucionarios a escala internacional. En este artículo, Konstantin Korn y Emanuel Tomaselli analizan cómo se desarrolló el proceso revolucionario en Austria hacia el final de la Primera Guerra Mundial, incluyendo una visión general de la huelga general de enero de 1918 y de cómo los líderes socialdemócratas traicionaron al movimiento.
En el verano de 1914 comenzó la matanza de la Primera Guerra Mundial. El Partido Obrero Socialdemócrata Austriaco («SDAP»), antes considerado uno de los «partidos modelo» de la Segunda Internacional, capituló por completo ante el ambiente de patriotismo y fiebre bélica que se apoderó del Imperio de los Habsburgo.
El apoyo de los dirigentes del SDAP a la maquinaria bélica de los Habsburgo fue un shock para la mayoría de las filas del partido. En efecto, los dirigentes paralizaron el partido, bloqueando cualquier actividad que pudiera perturbar el esfuerzo bélico. Pero a principios de 1915, un puñado de jóvenes socialistas y sindicalistas empezaron a trabajar ilegalmente, organizando la resistencia contra la guerra.
Un grupo de socialdemócratas de izquierda en torno al joven socialista revolucionario Franz Koritschoner -los recién formados Linksradikalen (‘Radicales de Izquierda’)- se enteraron de los esfuerzos por organizar a los internacionalistas dispersos en la conferencia de Zimmerwald. Así entraron en contacto con los bolcheviques agrupados en torno a Lenin en Zúrich. Empezaron a construir una oposición organizada dentro del movimiento socialdemócrata austriaco, tras la segunda conferencia internacional contra la guerra celebrada en Kienthal en 1916.
Los Radicales de Izquierda se convertirían en el primer núcleo del futuro movimiento comunista en Austria. A través de Karl Radek, establecieron contacto con los Radicales de Izquierda de Alemania, que elaboraron un periódico internacionalista que luego distribuyeron en Austria. Los Radicales de Izquierda hacían un llamamiento a la propaganda sistemática entre la clase obrera, adoptando una posición de clase internacionalista respecto a la guerra. Sin embargo, su iniciativa fue perseguida por la dirección del partido y rechazada por los reformistas de izquierda.
Radicalización
La fiebre patriótica inicial, sin embargo, no duró mucho. En 1916 ya era evidente que la guerra no tenía fin, y que ya se había cobrado un enorme número de víctimas. Las tropas en las trincheras se enfrentaban a un horror inimaginable, mientras que los trabajadores en el «frente interno» estaban atenazados por el hambre.
En este contexto, Friedrich Adler -hijo de Victor Adler, padre fundador del SDAP- disparó contra el primer ministro austriaco en un acto desesperado de protesta contra la guerra. Adler se defendió con un impresionante discurso ante el tribunal, en el que condenó a los belicistas imperialistas y el papel pasivo que su partido estaba adoptando ante ellos. Como resultado, se convirtió en un héroe a los ojos de las masas cansadas de la guerra.
Lenin, en una carta a Franz Koritschoner, defendió el acto terrorista de Adler frente a las condenas moralistas de la prensa del SDAP. Pero Lenin también explicó que «como táctica revolucionaria, los atentados individuales son inoportunos y perjudiciales».
Según Lenin:
«Adler habría sido mucho más útil al movimiento revolucionario si, sin temer la escisión, se hubiese dedicado sistemáticamente a la propaganda y agitación clandestina […] no es terrorismo lo que necesitamos, sino una labor sistemática, persistente y abnegada de propaganda y agitación revolucionarias, manifestaciones, etc., etc., contra el partido lacayo, oportunista, contra los imperialistas, contra los gobiernos propios y contra la guerra»
Sin duda, esta propaganda y agitación revolucionarias habrían encontrado un terreno fértil. Las insoportables condiciones en las fábricas, con los obreros obligados a trabajar de 12 a 14 horas diarias, el régimen militarizado en los centros de trabajo y el hambre generalizada, todo ello sirvió para radicalizar a la clase obrera. Como resultado, el número de huelgas y de disturbios por el pan aumentó significativamente en el invierno de 1916-17.
Revolución por la paz
La noticia del derrocamiento del zar Nicolás II en febrero de 1917 tuvo un efecto electrizante en toda Europa. Demostró a los activistas internacionalistas que la guerra podía terminar realmente con una revolución.
Tal era el estado de ánimo en un día de mayo de 1917 que, cuando un trabajador se desplomó de hambre en el «Arsenal» -la mayor fábrica de armas de Viena, que empleaba a 20.000 trabajadores-, la plantilla se declaró en huelga inmediatamente. En pocas horas, la mayoría de las fábricas de Viena se unieron a ellos en solidaridad. Era evidente que se estaba gestando una situación revolucionaria.
El gobierno temió que los acontecimientos revolucionarios de Rusia se repitieran en Austria. Por lo tanto, decidió dar más libertad de acción a los dirigentes reformistas del SDAP, con el fin de proporcionar una válvula de escape para liberar parte de la presión que se estaba acumulando desde abajo. Pensaron que promoviendo a los reformistas a la cabeza del creciente movimiento, dirigirían la energía de las masas hacia canales «seguros», desde el punto de vista del régimen. Así, se permitió a la prensa del SDAP hacer llamamientos a la paz y se integró al partido en el programa de bienestar del Estado.
El SDAP organizó una reunión pública «por la paz» el 11 de noviembre de 1917. Su plan consistía en reunir en el Konzerthaus a 2.000 funcionarios seleccionados del movimiento obrero para escuchar a los líderes del partido.
Sin embargo, los bolcheviques tomaron el poder el 7 de noviembre, lo que provocó una gran conmoción en todo el mundo. El periódico del partido, Arbeiter Zeitung, se refirió a ella como «una revolución por la paz».
En lugar de la reunión del SDAP del 11 de noviembre, 15.000 trabajadores participaron en un tumultuoso mitin que tuvo que ser organizado en una pista de patinaje cercana. A continuación, miles de trabajadores marcharon al Ministerio de la Guerra en Viena -fuera del control de los dirigentes del partido- para celebrar la victoria de sus hermanos y hermanas rusos. Esta fue otra manifestación del fermento revolucionario que se estaba desarrollando en la sociedad.
Brest-Litovsk
El Decreto de Paz que los bolcheviques aprobaron inmediatamente después de tomar el poder dio esperanzas a las masas de toda Europa. Las posteriores negociaciones de paz en Brest-Litovsk (actual Brest, Bielorrusia) entre la Rusia soviética y las «Potencias Centrales» (Alemania, Austria-Hungría, el Imperio Otomano y Bulgaria) comenzaron el 22 de diciembre. Fueron el tema candente durante las semanas siguientes.
Trotski, que representaba a la Rusia soviética en Brest-Litovsk, utilizó hábilmente las negociaciones como plataforma para exponer los intereses depredadores de los imperialistas de todos los bandos.
Mientras los bolcheviques pedían una paz democrática, sin anexiones ni indemnizaciones, los imperialistas de las Potencias Centrales, principalmente los generales alemanes más confiados, trataban de apoderarse de todo lo que pudieran del nuevo Estado obrero. De este modo, toda la palabrería de los imperialistas sobre la «defensa de la patria» y la «protección de los derechos de las pequeñas naciones a la autodeterminación» se reveló como un engaño ante los ojos de millones de personas.
Esta estrategia tuvo definitivamente un efecto en las mentes de la masa de trabajadores de Austria y Alemania, que siguieron con gran atención los informes de Brest-Litovsk.
Lenin y Trotski creían firmemente que la Revolución Rusa era sólo el punto de partida de la revolución mundial. La cadena se había roto por su eslabón más débil, pero debido al impacto de la guerra imperialista y de la propia Revolución Rusa, seguiría rompiéndose en otros países.
El Imperio de los Habsburgo era claramente el siguiente candidato a la revolución. En el invierno de 1917-18 el régimen había alcanzado sus límites materiales. Tres años y medio de guerra habían consumido la mayor parte de los recursos económicos del Imperio austrohúngaro, y la cuestión nacional sin resolver -principalmente la opresión de los pueblos eslavos- se sumó a su inevitable caída. Necesitaba desesperadamente salir de la guerra para salvaguardar el régimen. Sin embargo, ni sus aliados imperialistas (Alemania), ni sus enemigos (Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos) aceptarían que Austria-Hungría abandonara la guerra unilateralmente.
Dado este bloqueo en las altas esferas, y la presión para la construcción de la paz desde abajo, las negociaciones de Brest-Litovsk fueron un catalizador de los procesos revolucionarios en Austria.
Las tensiones llegan a un punto de ebullición
En el invierno de 1917-18, los Radicales de Izquierda desempeñaron un papel importante en la organización de protestas contra la guerra en Viena. Su grupo de unos 100 camaradas se había convertido en el centro del movimiento juvenil revolucionario, y habían conseguido establecer fuertes vínculos con una red de activistas obreros de la industria armamentística.
Juntos empezaron a planear una huelga general para el 24 de enero con el objetivo de poner fin a la guerra. En relación con esto, propagaron la idea de formar consejos obreros como órganos de poder de los trabajadores, siguiendo el ejemplo de los soviets rusos. Por este motivo, en diciembre de 1917 fundaron una organización llamada «Consejo de Obreros y Soldados». Pero los acontecimientos se desarrollaron más rápido de lo que el grupo imaginaba.
El intento de los gobiernos alemán y austriaco de hacer naufragar las conversaciones de paz con Rusia provocó un enorme descontento. En respuesta a la creciente presión desde abajo y para controlar los ánimos caldeados en las fábricas, el SDAP organizó mítines masivos por la paz para el 13 de enero de 1918. A pesar de los esfuerzos de la dirección por controlar la situación, al día siguiente estalló una explosión social en las fábricas.
Trotski comentó más tarde positivamente estos acontecimientos:
«Durante una pausa en las negociaciones, que duró unos diez días, se desarrolló en Austria una tremenda efervescencia y estallaron huelgas obreras. Estas huelgas significaron el primer reconocimiento de nuestro método de llevar las negociaciones de paz, el primer reconocimiento que recibimos del proletariado de las Potencias Centrales sobre las exigencias anexionistas del militarismo alemán.»
Estaba claro que el proceso revolucionario se estaba desarrollando.
La huelga de enero
El 14 de enero de 1918 las raciones de harina, ya de por sí bajas, se redujeron de nuevo a la mitad. Para las masas fue la gota que colmó el vaso.
Cuando la noticia se difundió de madrugada en Wiener Neustadt -una ciudad industrial al sur de Viena donde los radicales de izquierda tenían uno de sus bastiones-, los trabajadores de la fábrica de motores Daimler se negaron a poner en marcha las máquinas y se reunieron en los patios. Su respuesta fue unánime: «¡Huelga!». Marcharon hacia el centro de la ciudad, portando pancartas pidiendo la paz inmediata y «abajo el gobierno», y empezaron a reunirse en consejos obreros, los «Arbeiterräte», que son básicamente el equivalente austriaco de los soviets.
Se elige un comité de huelga que toma la decisión de dirigirse a las demás fábricas de la ciudad y sus alrededores. En pocas horas, 10.000 trabajadores de todo el distrito industrial del sur de Baja Austria se declararon en huelga. Esta región pasó a ser conocida como el «Belén del comunismo austriaco».
Por todas partes surgieron consejos obreros. En un día, lo que comenzó como una lucha económica se convirtió en un movimiento revolucionario de masas que exigía el fin de la guerra «por todos los medios». Los jóvenes Radicales de Izquierda difunden el movimiento huelguístico en las fábricas de Viena e incluso en Berlín. En su folleto El pueblo se levanta, publicado el 16 de enero, escribieron:
«Las masas no quieren ni la victoria ni la gloria de las armas, quieren la paz inmediata, la paz por cualquier medio necesario. Los intereses de las masas no están representados por el gobierno, sino por Lenin y Trotski con sus principios internacionales de autodeterminación de los pueblos.»
El folleto de los Radicales de Izquierda popularizó un programa de cuatro reivindicaciones:
- «¡Alto el fuego inmediato en todos los frentes!
- ¡Los delegados de paz para cualquier negociación tienen que ser elegidos por el pueblo!
- ¡La militarización de todos los centros de trabajo tiene que ser abolida inmediatamente! ¡Deben eliminarse todas las restricciones al derecho de asociación y a cualquier otra libertad política!
- ¡Liberación inmediata de Friedrich Adler y todos los demás presos políticos!».
El panfleto llamaba audazmente a «los trabajadores de todos los demás países […] ¡a unirse en torno a la bandera roja de la Revolución Rusa! […] Desconfiad de los ‘dirigentes’ obreros patriotas. Elegid consejos obreros como en Rusia ¡y la victoria pertenecerá al poder de masas del proletariado!».
Las ideas de Trotski en Brest-Litovsk estaban teniendo un claro eco.
Tal era el ambiente que el 17 de enero, Carlos I, emperador de Austria, envió el siguiente telegrama al ministro de Asuntos Exteriores Graf Czernin en Brest-Litovsk:
«Debo asegurarle una vez más con la mayor firmeza que todo el destino de la monarquía y la dinastía depende de la conclusión de la paz en Brest-Litovsk lo antes posible. Por Curlandia, Livonia y los sueños polacos no podemos anular la situación aquí. Si la paz no llega, aquí habrá revolución, por mucho que haya para comer. Esta es una grave advertencia en un momento grave».
Los reformistas cooptan el movimiento
Antes de la guerra, la dirección del movimiento obrero austriaco había adquirido una enorme autoridad política. Pero las nuevas condiciones de la guerra y la creciente radicalización, que sólo encontraba una expresión inadecuada en las organizaciones de masas tradicionales, le hicieron tambalearse.
Esto puso a los dirigentes socialdemócratas en una difícil situación. ¿Cómo iban a arrebatar el control de este movimiento imprevisto a los elementos revolucionarios que salían a la palestra? El 16 de enero, tras dos días de vacilación, decidieron cabalgar sobre el tigre y llamaron a extender el movimiento huelguístico a toda Austria y a convocar la elección de consejos obreros en todas las zonas industriales. Su consigna principal era «el fin de la guerra lo antes posible». Esta consigna en sí misma no se oponía a las necesidades del régimen.
El 18 de enero, el número de trabajadores en huelga ascendía a 100.700 en Viena, 122.622 en Baja Austria, y las huelgas se extendieron a Alta Austria, Estiria, Budapest, Cracovia, Brno, Trieste y otros lugares. El 19 de enero, las huelgas habían afectado a 750.000 trabajadores. Los Radicales de Izquierda no tenían la fuerza necesaria para dirigir un movimiento de esta envergadura.
En todas partes se daban las condiciones objetivas no sólo para una huelga general, sino para el éxito de la revolución. Un dicho popular en aquellos días era: «¡Hablemos en ruso a nuestros gobernantes!».
Sin embargo, los consejos obreros recién formados estaban ahora bajo el control de los reformistas. La mayoría de los representantes eran elegidos en los centros de trabajo y, por tanto, reflejaban el estado de ánimo sobre el terreno. Pero el SDAP y las burocracias sindicales también enviaron a sus funcionarios y dirigentes directamente a los consejos, lo que dio a los reformistas una clara ventaja.
La revolución traicionada
Otto Bauer, el líder teórico de los reformistas de izquierda (los «austromarxistas»), escribió más tarde en su balance sobre la revolución austríaca:
«Queríamos la huelga como una gran manifestación revolucionaria. La escalada de la huelga hasta la revolución misma, no podíamos quererla».
Como tendencia pequeñoburguesa, la dirección austromarxista se negaba a una ruptura revolucionaria con el capitalismo, e hizo todo lo posible por mantener a la burguesía en el poder. Esta era una orientación política consciente, como Lenin había señalado desde el comienzo de la guerra. Aunque jugaron brevemente con la Revolución Rusa como medio para estabilizar la situación del régimen de los Habsburgo, en última instancia veían el bolchevismo como una amenaza a su posición de dirección en el movimiento obrero, que había que combatir por todos los medios.
Bauer trató de justificar su posición contrarrevolucionaria con la excusa de que, si triunfaba la revolución en Austria, sería respondida inmediatamente con una invasión de tropas alemanas. Pero en realidad, la llegada al poder de la clase obrera austriaca habría tenido un impacto increíble entre la clase obrera de Alemania, donde también se estaba desarrollando una revolución. Un llamamiento clasista a las tropas alemanas y a los trabajadores para que siguieran su ejemplo habría tenido un efecto electrizante. El envío de tropas alemanas en tales condiciones habría acelerado rápidamente el proceso revolucionario.
Frente al levantamiento obrero, los dirigentes reformistas sabían que tenían que presentar resultados para apaciguar a los trabajadores. El 17 de enero, haciéndose eco del programa de los Radicales de Izquierda, publicaron una declaración al gobierno con cuatro exigencias:
- Las negociaciones de paz no deben fracasar por exigencias territoriales y deben llevarse a cabo mediante una información constante y bajo la «influencia condicionante» de los representantes de la clase obrera.
- Reorganización del suministro de alimentos a la población.
- Democratización del voto municipal.
- Fin de la militarización de los centros de trabajo.
Esto sonaba similar al programa de los Radicales de Izquierda, pero no planteaba la cuestión clave del poder. De hecho, las reivindicaciones se habían acordado de antemano con el gobierno, que estaba dispuesto a aceptarlas -prometiendo «nuevas negociaciones» sobre los temas- a cambio de que los socialdemócratas desconvocaran la huelga.
El 21 de enero, octavo día del movimiento, el consejo obrero de Viena, controlado por los reformistas, votó por amplia mayoría poner fin a la huelga. Sin embargo, en varias reuniones se produjeron acalorados debates, ya que muchos trabajadores estaban furiosos ante la sugerencia de que la huelga pudiera ser desconvocada en esta fase crítica, cuando lo único que querían era el fin inmediato de la guerra. Varias fábricas continuaron la huelga durante algunos días, y nuevas ciudades entraron en el movimiento, pero quedaron aisladas por esta traición.
La huelga se rompió y los líderes de los Radicales de Izquierda fueron encarcelados o enviados al frente. Fueron acusados de alta traición por llamar al «derrocamiento del orden existente y del Estado austriaco».
Con los Radicales de Izquierda destrozados, no había ninguna fuerza política visible capaz de ayudar a los trabajadores a sacar las conclusiones necesarias de esta derrota. El movimiento revolucionario en desarrollo se vio desbaratado por esta oleada de represión estatal, que tuvo graves consecuencias para el proceso de formación del Partido Comunista en los meses siguientes. La socialdemocracia había recuperado por el momento el control sobre la clase obrera.
El fin de la huelga de enero fue un revés para el movimiento revolucionario, pero no fue el final de la historia. La profundidad del proceso revolucionario quedó demostrada en los primeros días de febrero de 1918 con el motín de los marineros en el puerto adriático de Cattaro (actual «Kotor», Montenegro). Este motín -bajo bandera roja- estuvo claramente influido por la huelga de enero, pero se produjo cuando el movimiento huelguístico ya había terminado. En junio estalló una nueva oleada de huelgas y motines en varias regiones de Austria.
El factor subjetivo que faltaba
La huelga de enero marcó un cambio importante en la forma en que la socialdemocracia austriaca veía la Revolución Rusa. A partir de entonces se presentaron como enemigos abiertos del bolchevismo.
Karl Kautsky, líder teórico del ala «centrista» de la socialdemocracia y crítico con la Revolución de Octubre, se convirtió en el portavoz de los austromarxistas. En 1918 lanzó una polémica contra los bolcheviques argumentando que:
«La revolución bolchevique se organizó sobre la premisa de que ésta representaba el punto de partida de una revolución europea general, de que la audaz iniciativa de Rusia llamaría a la rebelión al proletariado de toda Europa. […]
«Según esa concepción, la revolución europea representaba la mejor defensa de la revolución rusa […] Una revolución en Europa, que trajese y fortaleciese el socialismo, tendría que convertirse en el medio para eliminar los obstáculos que se presentarían en Rusia, al querer implantar la producción socialista, debido al retraso económico del país.
«Todo esto estaba pensado de una manera muy lógica mientras se admitiese la premisa: que la revolución rusa tenía que desencadenar inevitablemente la revolución europea. Pero, ¿qué pasaría si este no fuese el caso? La premisa no se ha cumplido todavía».
Kautsky ocultó vergonzosamente el hecho de que la revolución sí se extendió a los vecinos de Rusia en Europa, como predijeron los bolcheviques. Y que fueron precisamente los dirigentes reformistas de la socialdemocracia quienes traicionaron conscientemente la revolución cuando surgió por primera vez en Austria en enero de 1918. Volverían a hacerlo en los meses siguientes, cada vez que la revolución desarrollara rasgos insurreccionales tanto en Austria como en Alemania.
La intervención de las masas puso fin a la guerra. En el otoño de 1918 la masa de soldados, obreros y campesinos de los distintos rincones del imperio, estaba harta. No estaban dispuestos a seguir muriendo por el emperador en Viena. Los soldados desertaron en masa. La cadena de mando del ejército se derrumbó y las diversas nacionalidades que habían sido oprimidas bajo el imperio se separaron y formaron sus propios estados, como Checoslovaquia, Hungría y el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (más tarde rebautizado Yugoslavia).
En Viena, decenas de miles de soldados dominaron la vida de la ciudad en los últimos días de la guerra. Reclamaban mejores condiciones y se negaban a aceptar la autoridad de los oficiales. Se formó un nuevo ejército, la Volkswehr («Milicia Popular»), controlada por los consejos de soldados. También en esta situación los obreros toman la iniciativa, se declaran en huelga y organizan una manifestación masiva en el centro de la ciudad para pedir el fin de la monarquía.
Aterrorizados por las masas, los diputados de la Austria germanófona eligieron al socialdemócrata Karl Renner canciller de un nuevo Estado germano-austriaco. Y el 12 de noviembre se proclamó la nueva República Germano-Austriaca desde el edificio del Parlamento en Viena, tres días después de la proclamación de la República Alemana en Berlín.
Sobre el terreno, el poder estaba en manos de la clase obrera, que estaba armada. Pero con los socialdemócratas de Austria y Alemania en el gobierno, sus líderes reformistas hicieron todo lo posible por devolver el poder a los capitalistas, limitando la revolución al establecimiento de una república democrática y a la promesa de una eventual unificación en una única República alemana.
El problema, por tanto, no era la falta de oportunidades revolucionarias para que los trabajadores de Europa tomaran el poder, sino la falta del factor subjetivo: la presencia de partidos y líderes revolucionarios formados capaces de guiar estas revoluciones más allá de las inevitables traiciones de los reformistas.
Ayudar a construir esa dirección fue, por tanto, la tarea urgente que Lenin y Trotski se impusieron con la fundación de la III Internacional.