Cómo se construyó la Internacional Comunista

La Primera Guerra Mundial provocó el colapso de la Segunda Internacional a su comienzo, y una oleada de revoluciones hacia su final. Fue en este contexto en el que Lenin construyó con éxito la Tercera Internacional (Comunista), con poderosas secciones en muchos países, con el objetivo de proporcionar la dirección necesaria para la victoria de la revolución mundial. En este artículo, Fred Weston explica los procesos de formación de esta nueva internacional, y el papel que Lenin y Trotski desempeñaron en la educación de una nueva capa de comunistas para las tareas que tenían por delante.

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El capitalismo es un sistema global, y la lucha para derrocarlo, por lo tanto, tiene que ser global. Esto explica por qué desde los tiempos de Marx y Engels, los marxistas -comunistas revolucionarios- se han organizado a nivel internacional, desde la Primera Internacional, pasando por la Segunda, la Tercera y la Cuarta.

Hoy nos enfrentamos de nuevo a un sistema capitalista en profunda crisis a escala mundial. Dondequiera que miremos vemos guerras, guerras civiles, hambruna, cambio climático, el aumento del coste de la vida, deuda a niveles sin precedentes, crisis políticas en un país tras otro, con cambios bruscos y giros a la izquierda y a la derecha.

Como resultado, estamos viendo estallidos revolucionarios de las masas en todo el mundo, como en Sri Lanka el año pasado y en Kenia y Bangladesh este año. El mundo se precipita hacia la revolución social en todas partes.

Esto plantea una vez más, como en los tiempos de Lenin, la necesidad de una organización internacional que reúna a los comunistas revolucionarios de todos los países. Por eso hemos lanzado la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR) como un faro para todos los trabajadores y jóvenes serios que han comprendido la necesidad de la revolución.

Nuestro objetivo es construir una internacional revolucionaria de masas que pueda proporcionar la dirección necesaria para garantizar que la próxima oleada revolucionaria tenga éxito en poner fin al sistema capitalista de una vez por todas, y que no termine en derrota para la clase obrera, como ha ocurrido en el pasado.

Los primeros años de la Tercera Internacional (Comunista), conocida como la «Comintern», son una valiosa experiencia histórica para nosotros hoy, cuando procedemos a construir las secciones de la ICR. ¿Cómo se transformarán las fuerzas relativamente pequeñas que tenemos hoy en poderosos Partidos Comunistas Revolucionarios de masas?

La necesidad de una nueva internacional

El estallido de la Primera Guerra Mundial en julio de 1914 fue un punto de inflexión decisivo en la historia mundial. Las potencias imperialistas de Europa movilizaron a sus respectivas clases trabajadoras para masacrarse mutuamente en pos de sus objetivos bélicos depredadores. Entonces, más que nunca, se necesitaba una dirección internacionalista clara, que atravesara la fiebre de la guerra y ayudara a convertir la guerra imperialista en una guerra de clases. Pero casi todos los dirigentes de los partidos de la II Internacional cedieron ante la presión y apoyaron a «sus» respectivos capitalistas.

Las semillas de esta traición había que buscarlas en el hecho de que la II Internacional, fundada en 1889, se desarrolló durante un periodo de auge capitalista. La capacidad de la clase obrera en este periodo para conseguir reformas mediante la lucha de clases influyó en la perspectiva de sus dirigentes, que desarrollaron la opinión de que el socialismo podía alcanzarse mediante reformas graduales. Así, con el tiempo, el programa de la revolución socialista fue sustituido por la colaboración de clases y el reformismo.

Aunque se libraron varias polémicas contra estas tendencias oportunistas, el grado de degeneración se produjo en gran medida por debajo de la superficie. En las actividades cotidianas, muchos de sus representantes locales habían empezado a comportarse de facto como colaboracionistas de clase. Sin embargo, la posición oficial del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) seguía siendo de adhesión al marxismo. De ahí que Lenin se escandalizara tanto al leer sobre la capitulación de los dirigentes del SPD al estallar la guerra, que pensó que el número de su periódico que anunciaba su apoyo a la guerra era una falsificación del Estado Mayor alemán.

Sin embargo, una vez que quedó clara la magnitud de la traición, Lenin diagnosticó correctamente que la II Internacional estaba muerta para dirigir la revolución socialista mundial hacia la victoria. Por lo tanto, proclamó la necesidad de una tercera internacional ya en noviembre de 1914.

Pero dadas las circunstancias de la guerra imperialista, con el vaciamiento de las organizaciones obreras, combinado con la traición de los dirigentes «socialistas», aún no se daban las condiciones para fundar tal internacional. De hecho, en la conferencia antibélica de Zimmerwald en 1915, Lenin señaló que los auténticos internacionalistas del mundo podrían ser apretujados en unas pocas diligencias. Haría falta el desarrollo de los acontecimientos, entre ellos la Revolución Rusa de 1917, para que surgieran las fuerzas de una nueva internacional.

La importancia de la teoría

La tarea más importante de Lenin en la refundación de una internacional revolucionaria fue, por tanto, rescatar el método y el programa del marxismo genuino de las distorsiones de los oportunistas.

No es casualidad que en 1914, tras estallar la Primera Guerra Mundial, Lenin se tomara el tiempo de estudiar a fondo a Hegel. ¿Por qué lo hizo? Porque sin una comprensión de la dialéctica de Hegel no es posible comprender plenamente el método de Marx.

Lenin aplicó hábilmente este método para combatir a los llamados «marxistas» que citaban erróneamente fragmentos de Marx para justificar el apoyo a «sus propias» clases dominantes durante la guerra. Los escritos de Lenin durante este periodo son, por tanto, un tesoro de teoría marxista e incluyen La bancarrota de la II Internacional (1915); su folleto El socialismo y la guerra (1915); y su famoso El imperialismo: fase superior del capitalismo (escrito entre enero y junio de 1916).

La clarificación y defensa del marxismo por parte de Lenin fue vital para la capacidad de los bolcheviques de llevar la Revolución Rusa a la victoria. Esto es evidente en sus Cartas desde lejos (escritas en marzo de 1917); seguidas de sus Tesis de abril; y su obra cumbre, El Estado y la revolución (escrita en agosto-septiembre de 1917); todas ellas fueron esenciales para combatir las vacilaciones de la dirección bolchevique en el curso de la revolución.

La historia del Partido Bolchevique es rica en lecciones sobre cómo construir un partido revolucionario. Pasó por periodos de trabajo clandestino, de pequeñas células trabajando en condiciones extremadamente difíciles, pero también por períodos de trabajo de masas, como en 1905, cuando estalló la primera revolución rusa.

Esta rica experiencia del Partido Bolchevique formaría la base teórica de la Internacional Comunista en el periodo de sus cuatro primeros congresos, 1919-22. Todo esto se desprende muy claramente de los debates.

Si se repasan las resoluciones, documentos y discursos de los cuatro primeros congresos, se ve claramente el papel educativo fundamental de Lenin y Trotski, dos gigantes de la teoría marxista. Entendían que su tarea consistía en transmitir su experiencia acumulada y sus ideas a una nueva generación de dirigentes revolucionarios que estaban saliendo a la palestra. De este modo, podrían ayudar a armar a los Partidos Comunistas que se estaban desarrollando en todo el mundo con los métodos y tácticas correctos para la victoria.

El Primer Congreso: un llamado a las armas

Los grandes acontecimientos preparan las condiciones para la revolución, y a su vez es la crisis del capitalismo la que prepara esos acontecimientos. La Revolución Rusa de 1917 inauguró un período inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial en el que se produjo una oleada revolucionaria que recorrió toda Europa. Las condiciones objetivas para la revolución habían madurado, o estaban madurando, en un país tras otro.

En enero de 1918, una huelga general de dimensiones revolucionarias se apoderó de Austria-Hungría. Y en noviembre de ese año comenzó la revolución alemana, que derrocó al káiser y puso fin a la guerra. Los dirigentes del SPD fueron empujados al gobierno, e hicieron todo lo posible por devolver el poder a los capitalistas. La revolución volvió a extenderse a Austria, donde los socialdemócratas austriacos traicionaron igualmente a la revolución obrera.

Mientras tanto, la II Internacional se había dividido en tres grandes bandos. El primero era el de los chovinistas a ultranza, que habían traicionado abiertamente en el transcurso de la guerra. En segundo lugar estaba lo que Lenin llamaba el ‘Centro’ -con Kautsky como cabeza visible-, que disfrazaba su oportunismo con lenguaje revolucionario. Y en tercer lugar estaba el creciente ala revolucionaria, muchos de los cuales se escindieron de la II Internacional para formar Partidos Comunistas en sus respectivos países.

El Primer Congreso de la Comintern se celebró en Moscú entre el 2 y el 6 de marzo de 1919 con el objetivo de fusionar las diversas corrientes revolucionarias a escala internacional. Sólo asistieron 52 delegados, dadas las dificultades para viajar a Moscú en plena Guerra Civil, unidas al hecho de que el proceso de radicalización se encontraba aún en una fase incipiente. Como tal, el congreso fue más bien un llamado a las armas, para ser un punto de referencia de esta izquierda revolucionaria en desarrollo a escala internacional a medida que maduraba el proceso de la revolución mundial.

El congreso emitió un manifiesto -redactado por León Trotski- que afirmaba audazmente,

«Es el proletariado el que debe establecer el orden real, el orden del comunismo. Debe poner fin a la dominación del capital, hacer imposible la guerra, borrar las fronteras estatales, transformar el mundo entero en una mancomunidad cooperativa y lograr la verdadera fraternidad y libertad humanas».

Uno de los principales objetivos del congreso era trazar una clara línea divisoria entre el mismo y los reformistas de la II Internacional, incluido el «Centro» de Kautsky. Por ello, gran parte de los debates se centraron en el reconocimiento de la «dictadura del proletariado» y la democracia soviética -es decir, el poder obrero-, a los que los reformistas eran hostiles.

Así pues, el congreso levantó firmemente la bandera de la revolución mundial para que la vieran los trabajadores del mundo entero. La nueva Internacional Comunista se convertiría en un punto de referencia para millones de personas en el tormentoso período de lucha que siguió.

Rápida radicalización

La lucha de clases se desarrolla a lo largo de décadas, pero hay periodos en los que asistimos a una rápida evolución de la conciencia de la clase obrera. En Gran Bretaña, el número de días perdidos por huelga fue de 35 millones en 1919 y de 86 millones en 1921. La afiliación sindical pasó de 4,1 millones en 1914 a 8,3 millones en 1920. Esto se combinó con un aumento del apoyo al Partido Laborista.

En Alemania el número de huelgas en 1919 fue de 3.682, aumentando a 4.348 en 1922. La afiliación a los sindicatos socialistas pasó de 1,8 millones en 1918 a 5,5 millones en 1919, un aumento de casi 4 millones de trabajadores en sólo un año. En 1920 la afiliación a todos los sindicatos -no sólo a los socialistas- alcanzó los 10 millones. Es la expresión estadística de la revolución iniciada en 1918.

En Italia, la CGL -la confederación sindical dirigida por los socialistas- pasó de 250.000 afiliados en 1918 a 2,1 millones en 1920. Mientras tanto, la afiliación al Partido Socialista Italiano (PSI) se triplicó con creces en el mismo periodo, pasando de 60.000 en 1918 a 210.000 en 1920. En esos dos años se produjo una oleada de huelgas masivas que culminó con la ocupación de las fábricas en septiembre de 1920.

Se pueden encontrar cifras similares para muchos otros países. Baste decir que en todas partes los sindicatos se expandieron exponencialmente, y los partidos de la clase obrera también aumentaron significativamente sus fuerzas.

Al mismo tiempo, en todas partes vimos como los dirigentes sindicales desempeñaban un papel conservador, frenando a los trabajadores, mientras que también se producía una abierta traición por parte de los dirigentes políticos de la clase obrera.

Fue esta experiencia la que vio surgir fuertes corrientes de izquierda en el seno de los partidos socialistas. De estas corrientes surgirían algunos de los principales Partidos Comunistas de Europa, en países como Alemania, Francia e Italia.

No existe una fórmula única para explicar cómo se desarrolló este proceso. En Francia, Italia y Alemania, las fuerzas de masas de los partidos comunistas procedían de la vieja socialdemocracia.

En otros lugares, como Gran Bretaña, se produjo la fusión de pequeños grupos revolucionarios en secciones nacionales de la Internacional Comunista. En otros lugares, en gran parte de Asia y África, los Partidos Comunistas se construyeron a partir de un puñado de cuadros iniciales, siendo China el principal ejemplo. En América Latina los primeros partidos comunistas surgieron por el impacto de la revolución rusa en núcleos o partidos socialistas ya existentes. 

Francia

En Francia, las filas del Partido Socialista Francés SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera – SFIO) sintieron el impacto tanto de la crisis en Francia como de la Revolución Rusa. En 1920, el partido celebró dos congresos: uno en abril, en el que se nombró una delegación para visitar la Rusia soviética, y otro en Tours, organizado a finales de diciembre del mismo año.

El secretario general de la SFIO, Ludovic-Oscar Frossard, junto con Marcel Cachin, nuevo director del periódico del partido, LHumanité, piden la adhesión incondicional a la Internacional Comunista. La facción de derechas, dirigida por el destacado diputado Léon Blum, se opone a esta postura, mientras que una tercera posición, expresada por Jean Longuet, aboga por la adhesión pero con «ciertas condiciones», es decir, sin adherirse plenamente al programa y los principios de la Internacional Comunista.

Tras escuchar las diferentes posiciones expresadas en el congreso, la mayoría de los delegados, 3.252 frente a 1.022, votaron a favor de la adhesión a la Internacional Comunista. Las juventudes del partido, las Juventudes Socialistas, ya habían tomado la decisión de adherirse a la Internacional Juvenil Comunista unos meses antes.

Unos meses más tarde adoptaron el nombre de Partido Comunista-Sección Francesa de la Internacional Comunista (PC-SFIC), con 110.000 afiliados. Léon Blum se separó para reformar la SFIO, con sólo 40.000 miembros.

Italia

En Italia, el PSI se unió formalmente a la Internacional Comunista en marzo de 1919. En su congreso de octubre de 1919, celebrado en Bolonia, llamó incluso a la creación de soviets en Italia y al derrocamiento de la democracia burguesa. Pero esto fue sólo de palabra; en la práctica no hizo nada concreto para actuar consecuentemente con estas decisiones.

El congreso de Bolonia se limitó a expresar los deseos reales de las filas del partido, pero éstos se filtraron a través de los dirigentes reformistas y centristas.

En septiembre de 1920, el papel traicionero de los reformistas durante la ocupación de las fábricas aceleró el proceso de diferenciación interna entre el ala genuinamente revolucionaria del partido y los centristas y reformistas vacilantes.

Cuando el partido se reunió en su congreso en Livorno el 15 de enero de 1921, las «Condiciones de Admisión en la Internacional Comunista» o las «21 Condiciones», como se las suele llamar -adoptadas por el II Congreso de la Comintern para trazar una línea de demarcación contra los oportunistas- estuvieron en el centro del debate. Se planteaba explícitamente la cuestión de la expulsión del ala reformista del partido y de sus dirigentes, en particular Filippo Turati y Guiseppe Modigliani.

Amadeo Bordiga -que se convertiría en el dirigente del Partido Comunista- abogó por aceptar las 21 Condiciones en su totalidad. Giacinto Serrati, dirigente de la corriente centrista mayoritaria del partido, se negó a aceptarlas.

Se presentaron tres resoluciones al congreso, y Serrati obtuvo el apoyo de 100.000 miembros del partido, los derechistas 15.000, y los comunistas 58.000. 

Posteriormente, los comunistas abandonaron el congreso, cantando la Internacional, y se reunieron en el Teatro San Marco para fundar el Partito Comunista d’Italia (PCd’I), la sección italiana de la Internacional Comunista.

Alemania

En Alemania el proceso no fue tan sencillo como en Francia e Italia. Sin embargo, expresó una línea de desarrollo similar: el grueso de los miembros del futuro Partido Comunista de Alemania (KPD) procedía de las filas de masas del antiguo SPD, que había crecido masivamente gracias a los acontecimientos revolucionarios del periodo inmediatamente posterior al final de la guerra.

Al principio, los auténticos revolucionarios se agruparon en el SPD en torno al grupo Internationale, más tarde conocido como los «espartaquistas». En abril de 1917 se produjo una importante escisión, con la formación de los «Independientes», el USPD. Los espartaquistas siguieron la escisión, pero tras el estallido de la Revolución Alemana en noviembre de 1918, decidieron romper con el USPD y fundaron el Partido Comunista a finales de 1918.

En gran medida como reacción contra el reformismo del SPD y el oportunismo de Kautsky y la mayoría de los dirigentes del USPD, el KPD nació infectado de ideas ultraizquierdistas. Por ejemplo, boicotearon los sindicatos y se negaron a participar en las elecciones para la Asamblea Constituyente, convocadas para enero de 1919. También eran propensos al aventurerismo, como el prematuro «levantamiento espartaquista» de enero de 1919. Tras el asesinato de sus dos principales dirigentes -Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht-, quedaban pocos dirigentes experimentados capaces de frenar sus tendencias ultraizquierdistas.

El USPD -el «SPD independiente»- emergió como una fuerza importante, con 300.000 afiliados en marzo de 1919, que crecieron rápidamente hasta los 800.000 en abril de 1920.

Los Independientes se convirtieron en un canal para la radicalización masiva de la clase obrera. Como resultado, la mayoría del USPD aceptó las 21 condiciones y votó a favor de adherirse a la Internacional Comunista en su congreso de octubre de 1920, y se fusionó con el KPD. En el proceso, se dividió por la mitad, perdiendo su ala derecha. Así se formó el mayor Partido Comunista fuera de la Rusia soviética, con 500.000 miembros.

Gran Bretaña

En Francia, Italia y Alemania tenemos ejemplos concretos de Partidos Comunistas de masas surgidos del ala izquierda de la antigua socialdemocracia. En Gran Bretaña, sin embargo, el partido se formó en 1920 mediante la fusión de una serie de grupos marxistas más pequeños, que incluían el Partido Socialista Británico, el Grupo de Unidad Comunista del Partido Socialista Laborista, así como la Sociedad Socialista del Sur de Gales. Un año más tarde se unió también el Partido Laborista Comunista Escocés.

Sin embargo, al igual que en Alemania e Italia, al principio el partido se contagió de tendencias ultraizquierdistas. Algunos opinaban que había que rechazar el trabajo parlamentario y que el partido no debía tener nada que ver con el Partido Laborista.

Sin embargo, no se podía eludir la cuestión de que la masa de trabajadores británicos seguía viendo al Partido Laborista como su punto de referencia. Por eso Lenin dedicó una sección de su texto, El izquierdismo: enfermedad infantil del comunismo, a educar y reorientar a los comunistas británicos para que trabajaran en el Partido Laborista y en torno a él. Y una sesión entera del II Congreso de la Internacional Comunista se dedicó a debatir esta cuestión en detalle.

El II Congreso

La creciente radicalización de una capa de la clase obrera en todo el mundo se reflejó en la composición y las tareas del II Congreso de la Comintern, celebrado entre el 19 de julio y el 7 de agosto de 1920. Mientras que el Primer Congreso fue más bien un llamamiento a las pequeñas tendencias y grupos comunistas, al Segundo Congreso asistieron 218 delegados de 54 partidos y organizaciones de todo el mundo para aclarar el programa y la táctica de la nueva Internacional.

Dado que una gran parte de las filas de muchos de los partidos socialistas estaba dispuesta a unirse a la Comintern, existía el peligro de que muchos de los antiguos dirigentes reformistas y funcionarios de los partidos abandonaran el barco con ellos, para intentar conservar su relevancia y sus posiciones.

Por ejemplo, el Partido Socialista Italiano, el PSI, se había unido en bloque a la Internacional Comunista bajo la presión de las bases del partido que habían sido revolucionadas por la intensa lucha de clases del periodo 1918-20 en Italia. Sin embargo, el ala reformista, encabezada por Turati y Modigliani, seguía en el partido, trabajando contra las ideas revolucionarias de la Internacional.

Desde el principio la atención del II Congreso se centró en este peligro. Se celebraron una serie de debates, entre otros sobre el papel de los partidos comunistas, los soviets y los métodos de trabajo, con el fin de distinguir firmemente el programa de los comunistas del de los reformistas. Estos se resumieron en las 21 condiciones, redactadas por el propio Lenin:

«En la actualidad se dirigen con frecuencia creciente a la Internacional Comunista partidos y grupos que hasta hace poco pertenecían a la II Internacional y que ahora desean ingresar en la III internacional, pero de hecho no son comunistas. La II Internacional está definitivamente deshecha. Los partidos y grupos intermedios del “centro”, ante la bancarrota completa de la II Internacional, tratan de unirse a la Internacional Comunista, más fuerte cada día, con la esperanza, sin embargo, de conservar una “autonomía” que les permita aplicar la anterior política oportunista o “centrista”. La internacional Comunista se está poniendo, hasta cierto punto, de moda.  

«El deseo de algunos dirigentes del “centro” de ingresar ahora en la III Internacional Comunista es una confirmación indirecta de que la Internacional Comunista, se ha granjeado las simpatías inmensas de la mayoría de los obreros conscientes del mundo entero y se convierte en una fuerza cada vez mayor. 

«En determinadas circunstancias, la Internacional Comunista puede correr el peligro de debilitarse a causa de la presencia en su seno de grupos vacilantes e indecisos que  no han desembarazado aún la ideología de la II Internacional».

Para proteger a la nueva Internacional de tal contagio, el punto 7 afirmaba específicamente que «no puede consentir que los reformistas redomados, como, por ejemplo, Turati, Modigliani y otros, tengan el derecho a considerarse miembros de la III Internacional». Se trataba de una medida dirigida específicamente a los traidores de clase incorregibles, a los colaboradores de clase abiertamente reformistas que se habían convertido en miembros de algunas de las secciones de la Internacional Comunista.

Programa y métodos

En el II Congreso se debatieron en profundidad una serie de cuestiones importantes.

Por ejemplo, Lenin advirtió contra la idea del «colapso inminente del capitalismo» como un error ultraizquierdista que había que corregir. Advirtió a los delegados del congreso que, aunque en muchos países existía claramente una crisis revolucionaria, los capitalistas aún tenían la posibilidad de encontrar una salida, siempre y cuando lograran aferrarse al poder, y el resultado dependía del partido revolucionario de cada país. No había ninguna garantía preestablecida del éxito de la revolución.

Lenin también dedicó mucha atención a otras cuestiones clave de la teoría. Redactó (y enmendó) al Proyecto de Tesis sobre la Cuestión Nacional y Colonial para el II Congreso. Las Tesis representaban una clara ruptura con las posiciones a menudo ambiguas adoptadas por los partidos de la II Internacional, donde los reformistas de derechas veían en el colonialismo una «misión civilizadora europea», apoyando así las ambiciones imperialistas de sus propias burguesías nacionales.

La Internacional Comunista se puso firmemente del lado de los pueblos oprimidos de las colonias y llamó a la clase obrera de los países avanzados a apoyar las luchas antiimperialistas de estos pueblos. Distinguió claramente entre naciones oprimidas y opresoras. Sin esta posición de principio sobre el colonialismo habría sido imposible construir secciones de la Internacional en los países coloniales. Una vez más, vemos cómo las ideas son la clave para construir una organización.

Por ejemplo, en China -en aquella época un país semicolonial- estas ideas tuvieron un profundo impacto a la hora de aglutinar las fuerzas iniciales del Partido Comunista. Sus cuadros iniciales comenzaron como un grupo de estudio marxista en la Universidad de Pekín, en el que un profesor -Chen Duxiu- desempeñaba un papel clave.

Al principio, el grupo estaba formado por intelectuales, que luego fundaron el Partido Comunista de China en julio de 1921. En su congreso fundacional se reunieron doce delegados, que representaban a 59 miembros en total.

Las reducidísimas fuerzas con las que contaban no les impidieron autodenominarse partido, que se construyó literalmente desde cero. Esta pequeña agrupación inicial pudo alcanzar la cifra de 1.000 miembros -en su mayoría estudiantes universitarios e intelectuales- en mayo de 1925.

Entonces se produjo un acontecimiento histórico de primer orden, la Revolución China de 1925-27, que abrió enormes posibilidades al partido, ya que decenas de miles de trabajadores engrosaron sus filas. En dos años, el número de miembros del partido se acercó a los 60.000.

La Revolución Rusa tuvo un enorme impacto en todo el mundo. Comenzaron a surgir partidos y grupos comunistas en muchos otros países del mundo, por ejemplo en Oriente Medio o en América Latina, donde a menudo empezaron como pequeños círculos de intelectuales, que más tarde conectaron con capas más amplias de trabajadores.

Contra el ultraizquierdismo

La Internacional Comunista había conseguido atraer a su bandera a una amplia capa de trabajadores y jóvenes militantes, muchos de los cuales se habían radicalizado por los recientes acontecimientos. Sin embargo, muchos de ellos -incluidos los dirigentes de los nuevos partidos comunistas- eran completamente inexpertos en lo que se refiere a la comprensión del método y la táctica marxistas.

Muchos de estos nuevos comunistas sentían un sano rechazo por el oportunismo de la II Internacional, que se había adaptado al parlamentarismo. Asimismo, muchos se sentían frustrados por los dirigentes reformistas de los sindicatos, que actuaban como un freno para el movimiento. Una capa, sin embargo, llegó a la falsa conclusión de que «bolchevismo» significaba simplemente intransigencia revolucionaria y rechazo de todo compromiso. Pensaron que bastaba con construir partidos comunistas denunciando simplemente la democracia burguesa y creando sindicatos puramente «revolucionarios». Herman Gorter, un comunista holandés, incluso atacó a Lenin, acusándolo de ‘oportunismo’ por defender el trabajo parlamentario y el trabajo en los sindicatos.

Lenin describió esta actitud como ‘ultraizquierdista’, o ‘comunismo de izquierdas’. Subrayó que no basta con denunciar el capitalismo y esperar a que las masas se unan al partido revolucionario. Hay que ganar a las masas, lo que requiere la máxima flexibilidad táctica. Esta era la lección clave de toda la historia del Partido Bolchevique.

Lenin comprendió que, a menos que se corrigieran rápidamente esas ideas sectarias, las secciones de la Internacional Comunista podrían ser destruidas contra las rocas de la propia revolución. No obstante, Lenin calificó este error de «infantil», es decir, producto de la inmadurez, que podía corregirse mediante la explicación y el debate pacientes.

Por ello, Lenin escribió su libro  El izquierdismo: enfermedad infantil del comunismo, en abril-mayo de 1920, precisamente para abordar esta cuestión en el II Congreso de la Comintern. En él resume las lecciones que el Partido Bolchevique había aprendido de su participación en tres revoluciones entre 1905 y 1917, y las lecciones aprendidas desde la conquista del poder y advierte contra los peligros del oportunismo y del ultraizquierdismo.

El libro se publicó en alemán, inglés y francés, para que todos los delegados al II Congreso pudieran leerlo. La importancia que Lenin concedió a este texto se desprende de su participación personal en la composición tipográfica y la impresión del libro. Quería estar absolutamente seguro de que se publicaría antes de la apertura del Congreso.

Tanto Lenin como Trotski trataron de aclarar las auténticas ideas y tácticas comunistas mediante pacientes explicaciones y debates en los congresos de la Internacional Comunista y en torno a ellos. Escribieron extensos textos y pronunciaron discursos sobre las cuestiones clave.

Como podemos ver en este ejemplo, Lenin, en la mayoría de los casos, trató de resolver los problemas políticos con métodos políticos , no con medidas organizativas.

Lenin dedicó mucho tiempo a esto. Comprendió que no se puede convencer y educar a comunistas auténticos, pensantes y revolucionarios utilizando métodos autoritarios. Todo lo que se consigue con eso son «tontos obedientes» incapaces de orientarse en la tormenta y la tensión de la lucha de clases y la revolución.

Los sindicatos

Los Congresos II y III también debatieron ampliamente la cuestión sindical. En las Tesis sobre el movimiento sindical, los comités de fábrica y de empresas  discutidas en el II Congreso, se afirma claramente que:

«..durante la guerra, los sindicatos se presentaban con frecuencia en calidad de elementos del aparato militar de la burguesía; ayudaron a esta última a explotar a la clase obrera con mayor intensidad y a llevar a cabo la guerra del modo más enérgico, en nombre de los intereses del capitalismo. Como resultado de abarcar sólo a los obreros especialistas mejor retribuidos por los patrones, de actuar en los límites corporativos muy estrechos, encadenados por un aparato burocrático totalmente extraño a las masas engañadas por sus líderes reformistas, los sindicatos traicionaron no solamente la causa de la revolución social sino, también, la de la lucha por el mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros que ellos habían organizado.»

Habiendo afirmado esto de forma muy rotunda y clara, las mismas Tesis también reconocían que,

«… las amplias masas obreras que permanecían hasta ahora al margen de los sindicatos afluyen a ellos. En todos los países capitalistas se comprueba un prodigioso crecimiento de los sindicatos que ahora ya no representan únicamente a la organización de los elementos progresistas del proletariado sino a la de toda su masa. Al entrar en los sindicatos, las masas tratan de convertirlos en su arma de combate

«El antagonismo de las clases que cada vez se agudiza más, fuerza a los sindicatos a organizar huelgas cuya repercusión se hace sentir en todo el mundo capitalista, interrumpiendo el proceso de la producción y el intercambio capitalista. Al aumentar sus exigencias, a medida que aumenta el coste de la vida y que ellas mismas se agotan cada vez más, las masas obreras destruyen todo cálculo capitalista que representa el fundamento elemental de una economía organizada. Los sindicatos, que durante la guerra se habían convertido en los órganos del sometimiento de las masas obreras a los intereses de la burguesía, representan ahora los órganos de la destrucción del capitalismo.» (Énfasis añadido)

Aquí vemos el método dialéctico de Lenin en acción. Permite a los comunistas ver cómo las cosas, a medida que se desarrollan y cambian, pueden convertirse en su contrario. Los sindicatos estaban siendo presionados desde dos intereses de clase totalmente opuestos.

Por un lado, los capitalistas trabajan conscientemente para corromper a los dirigentes sindicales con el fin de utilizarlos para vigilar a la clase obrera. Por otro lado, las filas de los sindicatos crecían a medida que la masa de trabajadores, sintiendo la presión de la inflación y el empeoramiento de las condiciones de trabajo, empujaba a los dirigentes a tomar partido por sus intereses.

Por eso las Tesis afirmaban que «los comunistas deben afiliarse a esos sindicatos en todos los países», y que todo intento de retirarse de los sindicatos, o de organizar sindicatos alternativos, representaba «un gran peligro para el movimiento comunista». Hacerlo amenazaba con apartar «de la masa a los obreros más progresistas, más conscientes, y la impulsa hacia los jefes oportunistas que trabajan para los intereses de la burguesía».

Como en todas las declaraciones de este tipo, siempre existe el peligro de una interpretación mecánica unilateral. ¿Acaso el principio de que los comunistas debían unirse a los sindicatos excluía siempre y en todas partes la posibilidad de escindirse de ellos?

El método de Lenin era flexible y siempre tenía en cuenta las condiciones concretas a las que se enfrentaban los comunistas. Por eso, en el mismo documento, sólo unos párrafos más adelante, se afirma que «los comunistas no deben vacilar ante una escisión en tales organizaciones, si la negativa a escindirse significara abandonar el trabajo revolucionario en los sindicatos», mientras que al mismo tiempo:

«En el caso en que una escisión se convierta en inevitable, los comunistas deberán tener gran cuidado para no quedar aislados de la masa obrera.»

El III Congreso también debatió las Tesis sobre los métodos y formas de trabajo de los partidos comunistas entre las mujeres, que esbozaban las medidas especiales que debían tomar los partidos comunistas para desarrollar su trabajo entre las mujeres.

El congreso también destacó la mayor radicalización que se estaba produciendo entre la juventud y promovió la Internacional de la Juventud Comunista como parte integrante de la Internacional Comunista, y bajo la disciplina de su dirección, no como una entidad separada.

Crisis y conciencia

En los congresos de la Internacional Comunista se debatieron los altibajos de la lucha de clases a escala internacional. Una cuestión importante que se discutió fue la relación entre el ciclo económico y la lucha de clases.

Una interpretación simplista y mecánica de esta relación puede llevar a la conclusión de que una recesión económica siempre conduce a un repunte de la lucha de clases, mientras que un repunte de la economía produce estabilidad en el sistema. Los dirigentes de la Internacional advirtieron a las secciones nacionales contra esto, e intentaron transmitir su comprensión teórica a los dirigentes y a las filas de los Partidos Comunistas, ya que de tal conclusión podrían derivarse graves errores de evaluación.

Esto adquirió especial importancia en el III Congreso de la Comintern, celebrado del 22 de junio al 12 de julio de 1921. En los años inmediatamente posteriores a la guerra se había producido una crisis del capitalismo, combinada con una oleada revolucionaria en toda Europa. Pero en 1921 el sistema había logrado estabilizarse, debido a las traiciones de los reformistas. El repunte de la economía desorientó a varios dirigentes comunistas, que adoptaron un enfoque mecánico de la dinámica de la lucha de clases.

En su «Informe sobre la crisis económica mundial y las nuevas tareas de la Internacional Comunista», Trotski explicaba:

«A pesar de todo, sería sin embargo, falso e injusto interpretar estos juicios en el sentido de que una crisis invariablemente engendra una acción revolucionaria y que los booms, en cambio, pacifican a la clase obrera.»

Trotski basó su informe en la experiencia de la lucha de clases en los primeros años del siglo XX en Rusia, con sus altibajos. Y respondiendo a simplificaciones excesivas, afirmó:

«Muchos camaradas dicen que si se produce una mejora en esta época sería fatal para nuestra revolución. No, en ningún caso. En general, no existe una dependencia automática del movimiento revolucionario proletario con respecto a una crisis. Sólo hay una interacción dialéctica».

Trotski señaló que hay momentos en la lucha de clases en los que una grave recesión de la economía puede realmente amortiguar la combatividad de la clase. O, y sólo cuando la economía comienza a recuperarse, los trabajadores se sienten más fuertes en relación a los patrones, y por lo tanto – de manera aparentemente paradójica – la clase obrera puede embarcarse en la lucha combativa. El impacto de una recesión o un repunte económico en la lucha de clases no es inmediato ni mecánico. Puede retrasarse, pero también depende del contexto, de lo que haya ocurrido antes.

Trotski llegó a la conclusión de que mientras los capitalistas se esforzaban por alcanzar un nuevo equilibrio económico, los intentos por conseguirlo acabarían por romper el equilibrio social y político. El reflujo de la lucha de clases daría paso inevitablemente en algún momento a un retorno de la revolución mundial. La tarea de la Comintern era, por tanto, prepararse para la siguiente oleada construyendo poderosos Partidos Comunistas de masas, con tácticas capaces de ganar a las masas.

La «teoría de la ofensiva»

Esta discusión fue especialmente importante en el contexto de la «acción de marzo» de los comunistas alemanes a principios de ese año.

Alemania había atravesado oleadas de revolución y contrarrevolución desde 1918. Para entonces, el KPD era el mayor partido comunista fuera de Rusia, con más de 500.000 miembros.

Sin embargo, en marzo de 1921, a pesar de que el empuje de la revolución estaba menguando, los dirigentes del KPD intentaron provocar artificialmente una nueva oleada revolucionaria sólo con las acciones del partido. Algunos llegaron incluso a volar la sede de una sociedad cooperativa obrera para culpar de ello a la policía.

La acción seguía la llamada «teoría de la ofensiva». Una capa de ultraizquierdistas sostenía que los partidos comunistas debían aplicar «tácticas ofensivas» -independientemente de la situación objetiva- para provocar a los trabajadores a la revolución.

No se tuvo en cuenta el movimiento real de la clase obrera, por lo que la «acción» acabó siendo una completa debacle. Miles de personas fueron detenidas, el KPD fue ilegalizado y más de 200.000 miembros dimitieron o abandonaron la actividad.

Sin embargo, una capa de ultraizquierdistas dentro del KPD defendió sus tácticas como correctas. A ellos se unieron figuras destacadas de la Comintern como Radek, Bujarin y Zinóviev, que aplaudieron la «teoría de la ofensiva». Los «comunistas de izquierda» de Hungría, Checoslovaquia, Italia, Austria y Francia elogiaron la «acción de marzo» y la consideraron un ejemplo heroico a seguir.

Por tanto, correspondió a Lenin y Trotski corregir esta desviación ultraizquierdista en el III Congreso de la Comintern. Explicaron que el valor y el heroísmo de los comunistas por sí solos son insuficientes para dirigir una revolución. Para ello, es necesario ganarse a las masas.

Para ello, los Partidos Comunistas necesitaban dirigentes capaces de analizar la situación objetiva y determinar en qué fase del proceso revolucionario se encontraban. De ahí la importancia de una comprensión dialéctica de la lucha de clases y de la capacidad de leer la conciencia de las masas en una etapa determinada.

Las situaciones revolucionarias no pueden crearse a voluntad. En lugar de intentar ordenar a la clase obrera a la acción, los Partidos Comunistas tenían que saber dialogar genuinamente con las masas. Esto significaba la capacidad de conectar con ellas en su nivel de conciencia existente, y elevarlo a la comprensión de la necesidad de tomar el poder. Pero sólo cuando la situación revolucionaria hubiera madurado plenamente, y los comunistas se hubieran ganado a la mayoría de la clase obrera, sería posible dirigir una insurrección con éxito.

Resumiendo la discusión, Trotski señaló que «sólo un simplón reduciría toda la estrategia revolucionaria a una ofensiva». El arte de la dirección implica no sólo dirigir las fuerzas para que avancen, sino también saber cuándo retirarse. Esto puede significar la diferencia entre una retirada ordenada – preservando tus fuerzas para futuras batallas – y una derrota completa.

Al final, la posición de Lenin y Trotski fue aceptada en el congreso, cuya consigna pasó a ser: «¡A las masas!».

El frente unido

Lo que dirigentes como Lenin y Trotski trataban de hacer era elevar el nivel de comprensión de las filas de la Internacional Comunista, empezando por los dirigentes de las secciones nacionales. Una cuestión importante que trataron de inculcarles fue la de cómo el partido revolucionario, que ha conquistado a las capas avanzadas -la vanguardia de la clase obrera-, puede ganar a las masas que todavía están influidas por los dirigentes reformistas del movimiento.

Cuando se producen grandes acontecimientos históricos, amplias capas de las masas comienzan a entrar en la arena de la lucha. En el proceso, empiezan a poner a prueba a sus propios dirigentes. Los dirigentes sindicales que se niegan a luchar, que utilizan sus cargos para frenar a los trabajadores, acabarán siendo apartados y sustituidos por dirigentes más audaces. En el frente político, los trabajadores buscan dirigentes que tengan respuestas a la crisis del sistema, o que al menos parezcan tenerlas, dirigentes que estén dispuestos a encabezar la lucha contra el sistema.

Sin embargo, no hay un momento «big-bang» en el desarrollo de la conciencia revolucionaria. No es un acontecimiento único, sino una serie de acontecimientos que se desarrollan a lo largo de un período inestable, con sus altibajos, con estallidos de intensa lucha de clases seguidos de períodos de retroceso, lo que finalmente produce saltos en la conciencia.

Las distintas capas de la clase obrera también se mueven a ritmos diferentes. Hay capas avanzadas que empiezan a sacar conclusiones antes que el resto de la clase. Esta es la capa que debe ser ganada para el partido revolucionario, organizada, educada y orientada a la masa de la clase obrera.

Tenemos que excluir la idea de que el partido revolucionario puede ganar a las masas en periodos de auge prolongado del sistema capitalista, es decir, cuando el sistema puede hacer concesiones a la clase obrera. En esos momentos domina el reformismo, como ocurrió en la última parte del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. Si parece que el capitalismo puede ofrecer lo necesario, ¿qué necesidad hay de derrocarlo?

En tales períodos, los auténticos marxistas se ven reducidos a pequeños números que van a contracorriente, manteniendo unidas sus fuerzas, preservando las ideas del marxismo revolucionario. Incluso cuando el sistema comienza a entrar en crisis después de un período tan largo, la tendencia inicial es mirar hacia atrás a los «buenos viejos tiempos» y buscar la manera de volver a ellos, en lugar de mirar hacia adelante a la inevitabilidad de la revolución. La conciencia humana tiende a ser conservadora y tarda en ponerse al día en relación a la realidad objetiva.

Todo esto explica por qué, en las primeras etapas, el ala revolucionaria del movimiento es minoritaria, mientras que el grueso de la clase obrera busca caminos aparentemente más «realistas» y fáciles. Y por qué, inicialmente, son los dirigentes reformistas los que tienen mayor influencia sobre las masas.

Por eso el IV Congreso, celebrado entre el 5 de noviembre y el 5 de diciembre de 1922, fue llamado a adoptar las Tesis sobre el Frente Único, que constataban un «cierto renacimiento de las ilusiones reformistas» y «un esfuerzo espontáneo hacia la unidad» en el seno de la clase obrera. Algo muy importante había cambiado en la situación objetiva. Como se señaló en el congreso anterior, la ola revolucionaria estaba retrocediendo y se estaba produciendo una estabilización temporal del sistema. Las Tesis señalaban que:

«…a medida que crece la confianza en los más intransigentes y combativos, en los elementos comunistas de la clase obrera, las masas trabajadoras en su conjunto experimentan un anhelo de unidad sin precedentes. Las nuevas capas de obreros políticamente inexpertos que acaban de entrar en actividad anhelan lograr la unificación de todos los partidos obreros e incluso de todas las organizaciones obreras en general, con la esperanza de reforzar así la oposición a la ofensiva capitalista.»

En este contexto, los partidos reformistas, como el Partido Laborista en Gran Bretaña, el SPD en Alemania y el PSI en Italia, seguían dominando a amplias capas de la clase obrera. Se planteaba, por tanto, la cuestión de cómo ganar a estas capas para las ideas del comunismo revolucionario. Esto no podía hacerse con posturas sectarias y denuncias. Se requería una gran habilidad para aplicar la táctica del frente único obrero.

El concepto básico era que, para ganarse la confianza de las filas de las organizaciones reformistas y de los sindicatos, era necesario que los comunistas mostraran su disposición a luchar en un frente único de la clase obrera. Éste lucharía por los intereses inmediatos de la clase, al tiempo que plantearía exigencias a los dirigentes reformistas y pondría sobre el tapete los intereses más generales de la clase en su conjunto.

Así, en las luchas cotidianas sería posible demostrar en la práctica quiénes eran los luchadores consecuentes, poner a prueba a los dirigentes colaboracionistas de clase y ganar así a la base para el programa revolucionario de los comunistas, para el programa de la revolución socialista.

La forma de aplicar la táctica del frente único variaba de un país a otro, dependiendo de las condiciones locales y de los puntos fuertes y débiles de cada partido comunista en relación con las organizaciones reformistas de masas. Pero la idea esencial seguía siendo la misma.

En Italia se tradujo en la necesidad concreta de construir la resistencia frente al creciente peligro de la reacción. En octubre de 1922, Mussolini fue nombrado Primer Ministro por el rey. Así, un frente único implicaría que el PCd’I ofreciera una acción unificada al Partido Socialista y a los sindicatos para contrarrestar la creciente violencia fascista.

En Gran Bretaña, debido a las fuerzas relativamente pequeñas del Partido Comunista de Gran Bretaña, las Tesis afirmaban:

«Los comunistas británicos deben lanzar una vigorosa campaña para su admisión en el Partido Laborista. […] Los comunistas británicos deben hacer todo lo posible, cueste lo que cueste, para extender su influencia a las bases de las masas trabajadoras, utilizando la consigna de un frente revolucionario unido contra los capitalistas.»

Sin embargo, para que la táctica tuviera éxito requería que «los Partidos Comunistas reales que la llevaran a cabo fueran fuertes, estuvieran unidos y bajo una dirección ideológicamente clara». Lograr esto fue la tarea central que Lenin y Trotski se plantearon durante los congresos de la Internacional.

Desgraciadamente, no siempre lo consiguieron. La calidad, el nivel político y la comprensión, de muchos de los dirigentes de los jóvenes Partidos Comunistas, no estaba a la altura de las tareas del momento.

En el caso de la dirección del Partido Comunista Italiano, figuras como Bordiga nunca aceptaron los consejos de Lenin y Trotski. De esta manera contribuyó a una trágica división de las fuerzas de la clase obrera italiana precisamente cuando la burguesía estaba en la contraofensiva. La clase dominante estaba decidida a destruir por completo el movimiento obrero italiano, atomizándolo, asesinando a miles de sus principales dirigentes locales, arrestando a muchos otros y estableciendo finalmente la cruda dictadura del capital en su forma más brutal, el fascismo.

La importancia de la dirección

Mirando retrospectivamente a ese periodo, lo que surge claramente es que lo que permite a las pequeñas fuerzas revolucionarias transformarse rápidamente en partidos revolucionarios de masas son los rápidos cambios en la situación objetiva. El estallido de la Primera Guerra Mundial y la grave crisis económica que siguió, con desempleo masivo y altos niveles de inflación, prepararon el terreno para los acontecimientos revolucionarios.

Sin embargo, sin una teoría revolucionaria plenamente elaborada, también puede perderse el potencial para la construcción de partidos revolucionarios de masas.

Los primeros años de la Internacional Comunista también subrayan la importancia de construir los cuadros del futuro partido revolucionario mucho antes de que se desarrollen los acontecimientos revolucionarios, y demuestran la importancia de la dirección dentro del propio partido revolucionario. Esto fue evidente inmediatamente después del estallido de la revolución de febrero de 1917 en Rusia, cuando las presiones del reformismo eran inmensas.

Como hemos afirmado, la masa de la clase obrera en las fases iniciales de la revolución busca lo que parece ser el camino más práctico, aparentemente más fácil, del reformismo. Esto explica por qué a principios de 1917 eran los mencheviques y los socialistas revolucionarios los que dominaban el movimiento. Esto tuvo un efecto en los dirigentes del Partido Bolchevique dentro de Rusia, como Kámenev y Stalin, que se doblegaban ante la presión y se inclinaban hacia el compromiso y el apoyo al gobierno provisional.

Hacía falta un dirigente de la talla de Lenin -un marxista profundamente educado, que comprendiera el método del marxismo, que implicaba la aplicación del pensamiento dialéctico- para dirigir al partido en la dirección correcta, para mantenerlo firmemente en una posición revolucionaria, incluso cuando esto significara ir contra corriente.

Así, fue el dialéctico Lenin quien pudo resistir las presiones después de febrero de 1917 y mantener una posición firme. Podía ver más allá que los dirigentes bolcheviques locales. Podía ver la inevitable traición que perpetrarían los dirigentes mencheviques y cómo esto significaría que inevitablemente empezarían a perder el apoyo de las masas trabajadoras, y éstas estarían entonces más abiertas a la posición revolucionaria de los bolcheviques. Si Lenin no hubiera estado al frente del partido, los bolcheviques podrían haber perdido la oportunidad que surgió en octubre.

Esta importancia de la dirección se demostró negativamente con las derrotas de los movimientos revolucionarios en Austria, Hungría, Alemania, Italia y otros lugares. Desgraciadamente, por diversas razones, ninguno de los jóvenes Partidos Comunistas que habían surgido en este periodo contaba con dirigentes del calibre de Lenin y Trotski. De ahí que la tarea urgente de la Comintern fuera ayudar a desarrollar esa dirección a medida que se desarrollaba el proceso revolucionario, corrigiendo al mismo tiempo los diversos errores que se estaban cometiendo.

La derrota de la revolución en Italia y otros países, y especialmente en Alemania, iba a tener un impacto dramático en la propia Rusia soviética, llevando al aislamiento de la revolución en un solo país. Este fue el factor objetivo más importante en el proceso de degeneración burocrática del Partido Bolchevique, producto también del atraso económico y cultural de la URSS de la época.

Esta degeneración encontró su reflejo en la dirección de la propia Internacional Comunista. Especialmente tras la incapacidad por enfermedad de Lenin en marzo de 1923, el ejecutivo de la Comintern en torno a Zinóviev recurrió cada vez más al ordeno y mando burocrático hacia los dirigentes de las secciones nacionales. En última instancia, a mediados de la década de 1930, la Internacional Comunista había dejado de ser el vehículo de la revolución mundial para convertirse en una mera herramienta para aplicar la política exterior de la burocracia estalinista.

Lecciones

Las lecciones que podemos extraer de la experiencia de la Internacional Comunista en tiempos de Lenin son dos. La primera es que la claridad absoluta en las ideas teóricas es esencial. Comete un grave error de análisis, de carácter oportunista o sectario, y puedes destruir tus fuerzas, a menos que se corrija. Por eso dedicamos tanto tiempo y energía a la educación de nuestras filas.

Los errores en la teoría pueden conducir a graves errores en la práctica. El ultraizquierdismo de los dirigentes del Partido Comunista Italiano en el período 1921-24, por ejemplo, desempeñó un papel negativo al aislar al joven partido de las masas que seguían influidas por los reformistas del PSI. En Alemania se cometieron graves errores. Por lo tanto, un estudio de ese período, junto con los textos clásicos de Lenin es una parte esencial de la construcción de nuestras fuerzas hoy.

La segunda lección clave es que el rigor y la firmeza teóricos deben ir de la mano de la flexibilidad táctica. Esto era parte integrante del Partido Bolchevique bajo Lenin, y se encapsuló en las discusiones, tesis y resoluciones adoptadas por los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, que Trotski describió como «una escuela de estrategia revolucionaria».

Las secciones nacionales en los primeros días de la Internacional Comunista se construyeron de diferentes maneras, dependiendo de las condiciones objetivas concretas de cada país. Hoy debemos tener el mismo enfoque abierto hacia las perspectivas de futuro. No hacerlo significaría perder oportunidades que pueden presentarse.

A medida que la situación objetiva cambie bajo el impacto de la crisis del capitalismo y la tumultuosa lucha de clases que se derivará de ella, se presentarán muchas oportunidades para aumentar significativamente nuestras fuerzas. Pero para poder posicionarnos correctamente será necesario un partido educado, con conocimiento de la historia, con un buen dominio de la teoría marxista, con la flexibilidad necesaria y la audacia que la situación nos exige.

Nuestro grito de guerra debe ser: ¡Volvamos a Lenin! ¡Construir partidos comunistas revolucionarios ahora! ¡Adelante hacia la revolución socialista mundial!

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