Un tema clave del presente número es el internacionalismo. Publicamos un importante artículo de Fred Weston sobre cómo se construyó la Internacional Comunista. Es muy importante que nuestros jóvenes camaradas comprendan quiénes somos y de dónde venimos. La historia de nuestro movimiento es muy rica en enseñanzas y merece un estudio cuidadoso.
Nuestra Internacional, la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR), es a la vez muy joven y muy antigua. Ideológicamente, podemos rastrear nuestra historia hasta el Manifiesto Comunista. Aunque fue escrito en 1848, en lo esencial conserva toda su validez hoy en día.
Y a través del trabajo de Ted Grant, el veterano trotskista y fundador de nuestro movimiento, podemos rastrear nuestra historia hasta los orígenes de la Oposición de Izquierda Internacional a principios de la década de 1930.
Quien quiera entender la actual crisis del capitalismo debe, por tanto, volver a las ideas de Marx, Engels, Lenin y Trotski, la firme base ideológica sobre la que se construyó nuestra Internacional y que defendemos incondicionalmente.
El marxismo es internacionalismo
No es casualidad que Marx y Engels afirmaron en el Manifiesto Comunista que el internacionalismo es una de las principales características de los comunistas, y que estos
«…destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad».
Al tiempo que combatimos todas las formas de discriminación, desigualdad y opresión, defendemos la sagrada unidad de la clase obrera y combatimos implacablemente todo intento de dividir el movimiento obrero en función de la nacionalidad, la lengua, la religión, el sexo o la raza.
Este internacionalismo de Marx y Engels no era el producto de consideraciones sentimentales; fluía del hecho de que el capitalismo se desarrolla como un sistema mundial. De las diferentes economías y mercados nacionales surge un todo único, indivisible e interdependiente: el mercado mundial.
Hoy en día, la aplastante dominación del mercado mundial es el hecho más decisivo de nuestra época. Ni un solo país, por grande y poderoso que sea -ni Estados Unidos, ni China, ni Rusia- puede sustraerse a su poderosa atracción.
Marxismo y guerra
La necesidad del internacionalismo proletario no disminuye durante los periodos de guerra. Al contrario, es mayor cuando suenan los tambores de guerra y las clases dominantes intentan atontar a los trabajadores de sus propios países con el veneno del odio nacional.
Esto es algo que Marx y Engels siempre comprendieron. Tras la derrota de Napoleón III a manos de Bismarck en la guerra franco-prusiana, toda la prensa alemana «respetable» se llenó de llamamientos sanguinarios a favor de fuertes reparaciones y la anexión de territorio francés. Después de todo, ¿no había empezado Francia la guerra?
La sección alemana de la Internacional de Marx y Engels, la Asociación Internacional de Trabajadores, condenó en solitario la invasión de la nueva República Francesa y tendió una mano de amistad y solidaridad a los trabajadores de Francia:
«… los obreros alemanes no tolerarán pacientemente la anexión de Alsacia y Lorena. . . ¡Apoyaremos fielmente a nuestros camaradas obreros de todos los países en la causa común internacional del proletariado!».
Y cuando las tropas alemanas fueron utilizadas para ayudar a la clase dominante francesa a aplastar la Comuna de París en mayo de 1871, Marx lanzó el siguiente toque de clarín del internacionalismo proletario:
«El hecho sin precedente de que después de la guerra más tremenda de los tiempos modernos, el ejército vencedor y el vencido confraternicen en la matanza común del proletariado, no representa, como cree Bismarck, el aplastamiento definitivo de la nueva sociedad que avanza, sino el desmoronamiento completo de la sociedad burguesa. La empresa más heroica que aún puede acometer la vieja sociedad es la guerra nacional. Y ahora viene a demostrarse que esto no es más que una añagaza de los gobiernos destinada a aplazar la lucha de clases, y de la que se prescinde tan pronto como esta lucha estalla en forma de guerra civil. La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional; todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado.»
Lenin y la III Internacional
Con notable perspicacia, Marx había predicho ya en 1870 que la anexión de Alsacia-Lorena por lo que se convertiría en el Imperio Alemán haría inevitable otra guerra, pero esta vez a una escala aún más espantosa.
La guerra estalló en el verano de 1914. Millones de obreros y campesinos fueron arrojados al matadero industrial de la Primera Guerra Mundial para redividir el mundo entre las potencias imperialistas.
En ese momento crucial, los dirigentes de la llamada Internacional «Socialista» abandonaron los principios internacionalistas que defendían de boquilla, abandonaron a la clase obrera mundial y apoyaron a sus propias clases dominantes nacionales, con sólo dos excepciones: los partidos serbio y ruso. De la noche a la mañana, las organizaciones internacionales de la clase obrera dejaron de existir.
Karl Kautsky, el principal teórico de la socialdemocracia alemana de la época, anunció su completo abandono del marxismo y del internacionalismo cuando intentó justificar esta traición, argumentando que «la Internacional no puede ser un instrumento eficaz en tiempos de guerra: es esencialmente un instrumento de tiempos de paz».
La II Internacional (Socialista) estaba muerta. Ya en 1914, Lenin sacó las conclusiones necesarias y proclamó la necesidad de una nueva Tercera Internacional. La posibilidad de construir esta internacional a escala de masas vino dada por la oleada revolucionaria que barrió Europa tras la toma del poder por los obreros rusos en 1917.
Degeneración
El lanzamiento de la Tercera Internacional (Comunista) fue un faro de esperanza para toda la humanidad. Frente al horror y la miseria sin fin prometidos por el capitalismo y la hipocresía de los reformistas, la III Internacional ofrecía un mundo nuevo, socialista.
Pero el enorme potencial de la III Internacional fue trágicamente dilapidado por el ascenso del estalinismo en la Unión Soviética, que hizo estragos en las direcciones aún inmaduras de los Partidos Comunistas en el extranjero.
Mientras que Lenin y Trotski veían la revolución socialista mundial como única salvaguarda para el futuro de la Revolución Rusa y de la Unión Soviética, Stalin y sus partidarios volvieron su mirada hacia el interior, con la llamada teoría del «socialismo en un solo país».
Como explica Niklas Albin Svensson en su artículo del presente número, la idea totalmente antimarxista de que el socialismo podía construirse dentro de los confines de un solo Estado expresaba la limitación nacional de la perspectiva de la burocracia, que consideraba a la Internacional Comunista («Comintern») un mero instrumento de la política exterior de Moscú.
El peor resultado de esta degeneración se produjo en Alemania. Trotski llamó a un frente unido de trabajadores comunistas y socialdemócratas para luchar contra la amenaza nazi. Pero las advertencias de Trotski a los miembros del Partido Comunista cayeron en saco roto. En su lugar, la clase obrera alemana se dividió por la mitad. La demencial política del «socialfascismo» de la Comintern, que describía al fascismo y a la socialdemocracia como «hermanos gemelos», dividió y paralizó al poderoso movimiento obrero alemán, permitiendo que Hitler llegara al poder en 1933.
La derrota de la clase obrera alemana en 1933 fue un punto de inflexión dramático. Trotski llegó a la conclusión de que una internacional incapaz de reaccionar ante semejante derrota estaba muerta y que era necesario forjar una nueva internacional revolucionaria. La historia le dio la razón.
En 1943, tras haber sido utilizada cínicamente por Stalin como instrumento de la política exterior de Moscú, la Internacional Comunista fue disuelta ignominiosamente, sin siquiera la pretensión de un congreso. La herencia política y organizativa de Lenin recibió un duro golpe durante todo un periodo histórico.
La IV Internacional
En las condiciones más difíciles en el exilio, calumniado por los estalinistas y perseguido por la GPU, Trotski intentó reagrupar a las pequeñas fuerzas que permanecían leales a las tradiciones del bolchevismo y la Revolución de Octubre en la Oposición de Izquierdas Internacional.
Desgraciadamente, además de la pequeñez de sus fuerzas, muchos de los adherentes de la Oposición estaban confusos y desorientados, y se cometieron muchos errores, sobre todo de carácter sectario. Esto reflejaba en parte el aislamiento de los trotskistas del movimiento de masas.
Trotski escribió en ‘Sectarismo, Centrismo y la IV Internacional‘:
«La verdad es que en las etapas iniciales, en las filas de los bolcheviques-leninistas ingresó un buen número de elementos anarquizantes e individualistas, generalmente incapaces de respetar la disciplina organizativa; también alguno que otro incompetente, incapaz de hacer carrera en la Comintern. Para estos elementos, la lucha contra el «burocratismo» consistía más o menos en lo siguiente: jamás se deben tomar decisiones; la «discusión» debe ser la ocupación permanente. Podemos decir con toda justificación que los bolcheviques-leninistas fueron muy pacientes -quizás excesivamente pacientes- con tales individuos y grupúsculos. Cuando pudimos consolidar un núcleo internacional que ayudara a las secciones nacionales a purgar sus filas del sabotaje interno, sólo entonces nuestra organización internacional empezó a crecer sistemáticamente.»
Y añadió:
«… las únicas organizaciones que sobrevivirán a las grandes convulsiones y seguirán desarrollándose, serán las que hayan purgado sus filas del sectarismo y las hayan educado sistemáticamente en el espíritu del desprecio por la vacilación y por la cobardía ideológica.»
El asesinato de Trotski por uno de los agentes de Stalin en 1940 asestó un golpe mortal al movimiento.
La degeneración y el colapso de la IV Internacional tras la muerte de Trotski se debieron, en parte, a factores objetivos. Los poderosos vaivenes económicos del capitalismo mundial, y las renovadas ilusiones en el reformismo y el estalinismo, significaron que durante todo un periodo las fuerzas del marxismo genuino no podían esperar grandes logros.
Sin embargo, la incapacidad de los dirigentes de la IV -Pablo, Cannon, Mandel, Frank y compañía- para comprender los cambios en la situación objetiva desempeñó un papel fatal en la destrucción de la Internacional.
Este sectarismo está presente hoy en día en la mayoría de los grupos que dicen representar al trotskismo, pero que no han sabido comprender ni siquiera las ideas más elementales que Trotski defendía.
Las verdaderas tradiciones del trotskismo fueron mantenidas vivas por el camarada Ted Grant y los demás dirigentes de la sección británica, que pronto entraron en conflicto con la dirección de la llamada Cuarta.
Hoy, la Internacional Comunista Revolucionaria es la orgullosa heredera del hilo ininterrumpido que nuestra tendencia puede trazar a través del trabajo de Ted Grant, desde la Oposición de Izquierdas Internacional de Trotski en los primeros años de la Internacional Comunista, hasta El Manifiesto Comunista y la Primera Internacional.
Esta es nuestra bandera, nuestra tradición y nuestra herencia. Sus ideas nos proporcionan una base indestructible. Y ésta es la garantía del éxito futuro de nuestra Internacional.
La rivalidad interimperialista
La necesidad de una internacional revolucionaria, basada en los auténticos principios del marxismo, nunca ha sido más necesaria.
La profunda crisis del sistema capitalista en todo el mundo y el declive relativo del imperialismo estadounidense -anteriormente la única e indiscutible potencia mundial- está dando lugar a un nuevo período de inestabilidad, rivalidad interimperialista y guerra.
En 1987, el presidente estadounidense Ronald Reagan y el líder soviético Mijaíl Gorbachov firmaron el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés), que obligaba a Estados Unidos y a la Unión Soviética a eliminar de forma permanente todos sus misiles balísticos y de crucero lanzados desde tierra, nucleares y convencionales, con un alcance de entre 500 y 5.500 kilómetros.
Finalmente, Estados Unidos se retiró del tratado en 2019, y Rusia siguió inevitablemente su ejemplo. Ha seguido una nueva ronda de la carrera armamentística, como la noche sigue al día.
El 10 de julio de este año, durante la cumbre del 75 aniversario de la OTAN en Washington, los gobiernos de Estados Unidos y Alemania anunciaron un plan para desplegar misiles estadounidenses de largo alcance en Alemania para 2026. Por primera vez desde la Guerra Fría, se desplegarán misiles estadounidenses de largo alcance en Alemania.
Según el ministro alemán de Defensa, Boris Pistorius, el despliegue «temporal» de armas estadounidenses daría a los aliados de la OTAN tiempo para prepararse: «Estamos hablando aquí de una brecha cada vez más grave en la capacidad de Europa». ¿Prepararse para qué, exactamente? El Sr. Pistorius no lo dijo. Pero podemos aventurar una suposición.
Evidentemente, se refería al próximo Armagedón entre Rusia y Occidente, una gloriosa conflagración en la que los valores sagrados de la democracia occidental se confirmarían en el espacio de aproximadamente cuatro minutos en un espléndido espectáculo de fuegos artificiales del que, por desgracia, muy pocas personas saldrían vivas.
Esta es, desde cualquier punto de vista racional, una forma muy peculiar de defender al pueblo europeo. De hecho, nos lleva a preguntarnos si no debería ser defendidos, no contra los rusos, ¡sino contra sus aliados de la OTAN!
Respuesta débil
Cabía esperar un coro de indignada oposición a esta locura, en particular por parte de los Verdes, que en los años ochenta se opusieron enérgicamente al estacionamiento de misiles estadounidenses de largo alcance en Alemania.
Pero ahora los Verdes se han vuelto «respetables». Han ocupado sus escaños en la coalición gobernante de Olaf Scholz y han apoyado lealmente su desastrosa política en Ucrania, siguiendo los dictados de Washington de la manera más servil.
Estos pequeño burgueses cobardes se han subido con entusiasmo al carro de combate de los belicistas, especialmente en la cuestión de Ucrania. De hecho, en esta cuestión, hay poco que los distinga del archi belicista Pistorius.
Por no hablar de los llamados partidos «comunistas» de Francia y España, que hacen declaraciones hipócritas en favor de la «paz» y de una «solución diplomática», mientras que en la práctica apoyan con entusiasmo el envío de armas y de ayuda militar a Ucrania, con el fin de perpetuar la matanza que la OTAN está llevando a cabo contra Rusia.
Tal es el destino de todos los reformismos de la época actual.
Luchar contra el imperialismo
Es la tarea de los comunistas en todo el mundo denunciar las mentiras y los crímenes de los imperialistas en todos los países y ofrecer una auténtica alternativa internacionalista a las frases hipócritas de la llamada «izquierda» reformista.
Precisamente por esta razón, la Internacional Comunista Revolucionaria ha llamado a organizar una campaña contra el militarismo y el imperialismo. Hacemos un llamamiento a todos los que se tomen en serio la lucha contra la guerra y el imperialismo para que participen en ella.
Pero para derrotar definitivamente al imperialismo debemos organizarnos, construir un partido mundial de la revolución proletaria. Esta es la tarea que se ha propuesto la Internacional Comunista Revolucionaria. Únete a nosotros – ¡es el momento!.
¡Abajo los belicistas!
¡Lucha por la expropiación de los banqueros y capitalistas cuya avariciosa codicia de beneficios es causa constante de guerras y crisis!
¡Por un mundo socialista libre del azote de la pobreza, la explotación, las guerras y la opresión!
¡La única guerra justa es la guerra de clases!