Como Lenin estudió a Hegel

En el otoño de 1914 Lenin comenzó un estudio detallado de los escritos de Hegel. Sus notas contienen una brillante visión del método dialéctico, del que era un maestro. En este artículo, Hamid Alizadeh expone los aspectos esenciales de este método, subrayando la importancia fundamental de la teoría para el movimiento comunista.

En el verano de 1914 estalló la guerra en Europa y el curso de la historia mundial cambió de la noche a la mañana. Con la bendición de los traidores dirigentes socialdemócratas, la burguesía europea arrastró a la humanidad a una espiral de carnicería infernal, en la que decenas de millones de obreros y campesinos fueron enviados al matadero. 

La traición de la dirección desgarró la II Internacional, la principal organización del movimiento obrero internacional, dejando al proletariado mundial indefenso mientras la reacción levantaba su fea cabeza por todas partes. Mientras tanto, las fuerzas del marxismo revolucionario habían quedado reducidas a una pequeña minoría, dispersas por toda Europa y sin una plataforma o dirección claras.

Lenin se encontraba en Polonia cuando estalló la guerra y tuvo que trasladarse precipitadamente a Suiza. No había previsto la traición de los dirigentes de la Internacional y, en un principio, se sintió conmocionado al conocer la noticia de que el partido alemán había votado a favor de los créditos de guerra en el Reichstag. Ahora la Internacional estaba en ruinas, la lucha de clases en Rusia retrocedía ante la guerra y Lenin estaba aislado de todos sus camaradas, salvo de un puñado. 

Sin embargo, precisamente en ese momento, cuando las tareas organizativas y políticas inmediatas se vislumbraban más grandes que nunca, Lenin se lanzó a un estudio en profundidad de la filosofía hegeliana. Pero, ¿por qué molestarse, se preguntarán algunos, en sumergirse en cuestiones teóricas abstractas en semejante crisis? Para la mente mecánica esto podría parecer extraño e incluso ridículo. ¿Qué pasa con las «necesidades» del partido? Sin duda, en una situación así, la tarea consiste en centrarse en los asuntos prácticos inmediatos. 

Tal respuesta armonizaría ciertamente con la burda representación burguesa de Lenin como un filisteo, un ‘hombre de acción’; un severo ‘maestro conspirador’ que no se entregaba a asuntos tan triviales como la contemplación filosófica -una imagen, por cierto, de la que la caricatura estalinista de Lenin no se aleja demasiado.

En realidad, tal visión contrasta fuertemente con el método real de Lenin y del marxismo en general. Lo que diferenciaba a Lenin de los demás dirigentes de la II Internacional era, ante todo, su claridad y su coherente posición de clase, cualidades que se basaban únicamente en su perspicacia teórica. 

En 1914, la guerra se abatió sobre la situación mundial como un gigante tornado, desgarrando todo lo firme y sólido que encontraba a su paso. Todos los países sufrieron violentas turbulencias. Todas las tendencias políticas fueron puestas a prueba y la más mínima debilidad expuesta sin piedad. En tales condiciones, la improvisación impresionista no podía conseguir absolutamente nada. 

Los marxistas habían previsto la guerra. Sin embargo, era una situación nueva, que exigía una hábil reorientación del partido. Este fue el contexto en el que Lenin emprendió un nuevo viaje hacia la filosofía como medio de profundizar en su comprensión de las leyes de la naturaleza y la sociedad. 

Sus cuadernos filosóficos de este período, y en particular sus notas sobre la Ciencia de la Lógica de Hegel, no sólo son un tesoro de ideas, sino que también nos proporcionan una descripción muy instructiva del enfoque y la actitud de Lenin hacia la teoría.

El método de Lenin 

Lenin no era en absoluto ajeno a Hegel ni a la filosofía en general. Había estudiado con ahínco las obras filosóficas de Marx y Engels, así como los escritos filosóficos de Plejánov, que desempeñaron un papel clave en el desarrollo del núcleo inicial de revolucionarios marxistas en Rusia. 

También se había embarcado en un periodo de serios estudios filosóficos tras la revolución de 1905, y escribió un libro, Materialismo y empiriocriticismo, contra las ideas revisionistas de Bogdánov, un dirigente bolchevique que había derivado hacia la órbita de la filosofía burguesa reaccionaria.

Así pues, como revelan sus cuadernos filosóficos, Lenin ya era un dominaba la dialéctica antes de 1914. Sin embargo, nunca se percibe en él el menor atisbo de cómoda autosatisfacción con su nivel político y teórico. Durante toda su vida, como es el sello distintivo de todo maestro, Lenin abordó la teoría con la humildad y la diligencia de un estudiante.

Repasó metódicamente la Ciencia de la Lógica de Hegel, tomando notas detalladas y contemplando todos y cada uno de los conceptos presentados en ella. No fue en absoluto una tarea fácil. En sus propias palabras, algunas partes de la obra parecen ser «la mejor forma de conseguir un dolor de cabeza». Pero nada que merezca la pena se alcanza sin lucha, y la adquisición de las ideas más avanzadas requerirá, por necesidad, un trabajo serio.

En sus notas podemos ver cómo Lenin, como un anatomista, diseccionó y evaluó cuidadosamente cada parte de la obra de Hegel, antes de juntarlas y ver las ideas como un todo. Al hacerlo, no sólo dominó el método de Hegel, sino que también lo criticó, separando el núcleo vivo de su cáscara muerta. El método de estudio de Lenin era en sí mismo una clase magistral de dialéctica. Trotsky resumió este enfoque en su artículo Cómo Lenin estudió a Marx:

«En el estudio, si no se trata de una repetición mecánica, hay también un acto creador, pero del tipo inverso. Hacer el resumen del libro de otro es poner al desnudo el esqueleto lógico, despojándolo de las pruebas, ilustraciones y digresiones. Vladimir avanzaba por el difícil camino con tensión apasionada y regocijante, resumiendo cada capítulo leído, a veces una sola página, meditando y verificando la estructura lógica, las transiciones dialécticas, los términos. Al internalizar el resultado, se asimilaba el método. Ascendía los peldaños del sistema de otro como si lo edificase de nuevo. Todo iba a alojarse sólidamente en este cerebro maravillosamente dispuesto bajo la potente cúpula del cráneo».

Los cuadernos filosóficos de Lenin son testimonio de su mente decidida, que buscaba incesantemente nuevas ideas y ángulos que pudieran ampliar su comprensión del mundo que le rodeaba. Aunque afrontaba las cuestiones organizativas con la mayor flexibilidad, su insistencia en la claridad teórica fue lo que le distinguió como un líder excepcional, y al Partido Bolchevique como la única tendencia revolucionaria consistente de su época.

¿Necesitamos filosofía?

«Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica.»

Muchos comunistas pueden citar las famosas palabras de Lenin -o al menos la primera frase- de memoria, y no pierden ocasión de hacerlo. Pero, ¿significa eso que comprenden todo su significado? La familiaridad puede ser traicionera. Puede adormecer a la gente con una falsa sensación de certeza y, por tanto, impedirles comprender la profundidad de las cosas. 

Aquí vemos la diferencia entre el marxismo y el empirismo que caracteriza a la filosofía burguesa actual. Para los marxistas, lo inmediato no es más que una instantánea; una lámina o aspecto de un fenómeno dado, que debe ser estudiado, desarrollado y comprendido en su totalidad concreta. Para los empíricos, lo inmediato es todo lo que hay y todo lo demás es un libro sellado con siete sellos.

Los reformistas adoptan acríticamente la filosofía burguesa y, al igual que sus amos, inclinan la cabeza y doblan la rodilla ante el llamado ‘hecho consumado’. Aquí reside el núcleo filosófico del oportunismo.

La actitud de los reformistas ante la Primera Guerra Mundial es un buen ejemplo. Cada una de las clases dominantes de Europa abordó la guerra desde el punto de vista de sus propios y estrechos intereses nacionales, que justificaron haciendo referencia a elevadas abstracciones, como la «defensa de la patria» o el «derecho de las naciones a la autodeterminación». 

Y así fue como los gobernantes de una nación tras otra entraron en guerra tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando, cada uno culpando al otro de provocar las hostilidades. Hasta ese punto entienden los burgueses la Primera Guerra Mundial: como una serie de decisiones tomadas por una serie de gobernantes. En la superficie de las cosas, este curso de los acontecimientos tuvo lugar, sin duda, pero hay otros aspectos más allá de la apariencia superficial.

Los socialdemócratas de la época argumentaban en la misma línea, aunque con una retórica de izquierdas. Los socialdemócratas austriacos se hicieron eco de los sentimientos anti rusos y anti serbios del partido de la guerra en Viena. Plejánov y los oportunistas de la socialdemocracia rusa hablaban de la amenaza del imperialismo reaccionario alemán y de la necesidad de acudir en ayuda de la oprimida Serbia. Mientras tanto, los socialdemócratas alemanes votaron a favor de los créditos de guerra basándose en la necesidad de detener al imperialismo reaccionario ruso, y así sucesivamente. 

Todos ellos vieron la guerra únicamente desde la perspectiva de su propia clase capitalista nacional, y sobre esta base se precipitaron a la «defensa de la patria», votando con entusiasmo para enviar a millones de trabajadores a la muerte. 

Lenin, por su parte, explicó que la guerra era producto de todo el período precedente de desarrollo capitalista. El surgimiento de gigantescos monopolios industriales y el dominio del capital financiero marcaron una nueva etapa en la historia del capitalismo, en la que la constante necesidad de exportar capital había impulsado a los países imperialistas avanzados a una lucha feroz por la división y redivisión del globo, en busca de terrenos de inversión, mercados y esferas de influencia. 

En tales condiciones, explicó Lenin, la ‘defensa de la patria’ no era más que una tapadera para la defensa de los estrechos intereses de las clases dominantes de cada nación, es decir, de los intereses de los explotadores y opresores del proletariado y de las masas trabajadoras pobres.

Aquí vemos en la práctica, la diferencia entre aceptar ciegamente la filosofía dominante de la clase dominante frente a adoptar un punto de vista filosófico revolucionario consciente. 

En la fase ascendente del capitalismo, la filosofía burguesa se utilizó como una poderosa arma contra el feudalismo y sus defensores ideológicos en la Iglesia católica. Bajo la bandera de la ciencia y la razón, desenmascaró la hipocresía y la irracionalidad de la sociedad feudal.

Pero con la clase capitalista en un callejón sin salida, la naturaleza de su filosofía también ha cambiado y se ha vuelto totalmente conservadora. Al igual que los dogmas de la iglesia que antaño combatía, las doctrinas burguesas de nuestros días defienden el statu quo.

Mientras que las antiguas doctrinas eclesiásticas prescribían la fe y las escrituras como el camino hacia la verdad, el establishment académico de hoy en día y otros expertos a sueldo predican la irracionalidad de la naturaleza y la sociedad y elevan la experiencia subjetiva inmediata -¡su experiencia subjetiva, sin duda! – como lo único que existe.

En el pasado, los clérigos predicaban sobre el «orden divino de las cosas», con el rey en la cima, seguido de los señores feudales y en la base, las clases bajas. Hoy, los sumos sacerdotes del capital predican la inviolabilidad del capitalismo -el mercado, la propiedad privada, el Estado-nación y todo el estiércol moral reaccionario que éstos traen consigo- como la esencia inmutable de la humanidad. 

La filosofía burguesa se ha convertido, por necesidad, en su contrario. En lugar de revelar la verdad, el verdadero propósito de las ideas que ahora se difunden a través de la religión oficial, los medios de comunicación, las escuelas, etc., es encubrir la verdad.

La verdad es, por tanto, el arma más importante de la clase obrera. Como todas las clases revolucionarias anteriores, el proletariado debe adoptar una filosofía revolucionaria consciente si desea comprender el funcionamiento del capitalismo y cómo puede abolirse el sistema.

Pensamiento abstracto

«La verdad es concreta», repetía a menudo Lenin, siguiendo a Hegel. Y el marxismo se ocupa ante todo de la verdad. Pero eso no significa que el pensamiento abstracto, como tal, sea falso. Ni mucho menos. 

Como escribe Lenin en su resúmen de la Lógica de Hegel: 

«El pensar, que avanza de lo concreto a lo abstracto -siempre que sea correcto (NB)

 (…)- no se aleja de la verdad, sino que se acerca a ella. La abstracción de la materia, de ley de la naturaleza, la abstracción del valor, etc., en una palabra, todas las abstracciones científicas ( correctas, serias, no absurdas) reflejan la naturaleza en forma más profunda, veraz y completa» .

El verdadero conocimiento no es el mero apilamiento de hechos unos sobre otros. Se trata de comprender la relación entre esos hechos. Ése es el papel de la filosofía: proporcionarnos una visión del mundo, un método para acercarnos a la naturaleza y la sociedad que nos rodean. El pensamiento abstracto es verdadero en la medida en que refleja la realidad. La cuestión principal es, por supuesto, ¿cómo podemos llegar a esa verdad?

Dialéctica

La revolución filosófica de Hegel se basaba en su objetivismo, es decir, en su creencia de que el mundo existe independientemente del hombre y que funciona según sus propias leyes. Sobre esta base, la tarea de la ciencia y la filosofía no consiste en inventar un sistema que se imponga por la fuerza sobre el mundo, sino en investigar el mundo tal y como es, por sí mismo, y deducir así las leyes que lo rigen.

En su Lógica, Hegel conduce brillantemente este tratamiento sobre el propio pensamiento científico. Paso a paso, procede a trazar el pensamiento humano tal como se desarrolla por cuenta propia. Partiendo del concepto más simple y general posible, procede a poner al descubierto las leyes que rigen el pensamiento racional como tal.

En la apertura del libro nos invita a contemplar el sencillo concepto de «Ser puro». Aquí Hegel entiende «puro» en el sentido de que es completamente indeterminado e indiferenciado, sin límites, sin características especiales y sin nada en particular que lo defina – simplemente, puro Ser. Como señala Hegel, por mucho que nos esforcemos en pensarlo, no podemos decir nada de un ser así, ya que cualquier cosa que dijéramos lo limitaría y definiría, y por tanto dejaría de ser «puro».

De ahí que en esta forma pura no podamos hablar en realidad de ningún ser en particular. Por tanto, llegamos a la conclusión de que el Ser Puro no es diferente de la Nada. La idea de Ser Puro, en otras palabras, nos lleva inmediatamente a la idea de Nada. 

Sin embargo, al reflexionar, descubrimos que ése no es nuestro destino final. Resulta que la idea de la «nada pura», en su vacío e indeterminación, no es diferente del Ser Puro.

Así pues, los dos conceptos se transforman el uno en el otro en cuanto intentamos fijarlos en nuestro pensamiento: «inmediatamente cada uno desaparece en su opuesto», escribe Hegel. Y es aquí, en esta unidad de Ser y Nada, donde nos encontramos con un nuevo concepto o categoría, a saber, el Devenir; un concepto superior, que lleva en sí al Ser y a la Nada.

En este sencillo ejemplo, o experimento mental, Hegel ha esbozado el germen de toda la dialéctica partiendo del principio fundamental de que todo está en un estado de cambio ininterrumpido, de nacer y desaparecer. 

«¡Ingenioso e inteligente!» Lenin comenta: «Hegel analiza conceptos que por lo general parecen muertos y muestra que en ellos hay movimiento. ¿Lo finito? iEso significa moverse hacia su fin! ¿Algo? – significa no lo que es otro. ¿El ser en general?… significa una indeterminación tal que ser= no ser».

El camino del cambio

«Movimiento y «auto movimiento» (iesto NB! un movimiento arbitrario (independiente), espontáneo, interiormente necesario), «cambio», «movimiento y vitalidad», «principio de todo automovimiento», «impulso» (Trieb) «al movimiento» y a la «actividad» -lo opuesto al «ser muerto«­ ¿¿quién creería que esto es la médula del «hegelianismo», del hegelianismo abstracto y abstrusen (¿pesado, absurdo?)?? Esta médula había que descubrirla, comprenderla, hinüberretten 83 , desentrañarla, depurarla, que es precisamente lo que hicieron Marx y Engels. .»

Para el empírico pequeñoburgués, las cosas siguen igual o, en el mejor de los casos, se mueven de forma circular. Como hoy es como ayer, mañana volverá a ser igual. El estado de cosas existente le parece todopoderoso y, por tanto, no ve más remedio que quejarse incesantemente del mismo, al tiempo que rechaza cualquier intento de romper con él. 

Siempre encontrará formas de demostrar que el capitalismo está aquí para quedarse, que la clase obrera nunca se moverá, o que el partido revolucionario no puede o no debe construirse, etcétera, etcétera. En la medida en que acepta el cambio, lo atribuye a fuerzas externas. En última instancia, capitula ante el statu quo, porque no puede imaginar que este cambie. En realidad, sin embargo, esa evolución es inevitable.

«En ningún lugar, ni en el cielo ni en la tierra», escribe Hegel, «hay algo que no contenga en sí ambos, el ser y la nada» . Aunque Hegel no nos proporciona ejemplos del cielo, la tierra está saturada de ellos. 

El cambio es el modo fundamental de existencia de toda materia. Todas las cosas que nacen llevan en sí mismas el germen de su destrucción. Esta lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre el ser y la nada, es la esencia del desarrollo, y el capitalismo no es una excepción.

Las fuerzas que conducen a la caída del sistema proceden enteramente de sus propias entrañas, es decir, del proletariado moderno. La principal característica del proletariado es que es una clase que no posee ninguna propiedad y que se ve obligada a vender su fuerza de trabajo al capitalista para sobrevivir. Sus intereses se oponen directamente a los pilares esenciales del capitalismo: la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. Cada paso adelante en el desarrollo del capitalismo forja a los trabajadores como una clase formidable en oposición a la burguesía, preparando así la caída de esta misma clase dominante.

Pero no se trata de un proceso lineal y gradual. Para los capitalistas, las revoluciones son obra de líderes astutos y carismáticos que aparecen de repente en escena, igual que la huelga se achaca al «agitador». En realidad, toda revolución es el resultado de largos periodos de crecientes contradicciones sociales, donde los intereses de la clase dominante chocan con los intereses del proletariado.

Sin embargo, durante años puede parecer que el régimen no se ve afectado. Los trabajadores agacharán la cabeza y aceptarán los dictados de la patronal. Tarde o temprano, sin embargo, se alcanzará un punto de inflexión en el que un acontecimiento accidental desatará toda la rabia contenida: las presas reventarán y las masas inundarán el escenario de la política.

La aparente estabilidad da paso a la más intensa agitación. Mientras tanto, las fuerzas revolucionarias, que hasta ayer estaban relegadas a la periferia del movimiento obrero, se encuentran de repente en el centro de la escena. Todo esto ocurre de la manera más abrupta y violenta, aparentemente sin previo aviso.

Los reformistas que ayer descartaron a la clase obrera debido a su supuesto «bajo nivel de conciencia» y a su débil organización están estupefactos ante unos acontecimientos que no esperaban y que no pueden controlar. Esto no hace más que revelar su superficialidad.

«Dicen que en la naturaleza no hay saltos;», escribe Hegel, en un pasaje fuertemente subrayado por Lenin, » y una imaginación común, cuando tiene que comprender un nacer o un perecer, cree que lo ha comprendido . (…) como una aparición o desaparición gradual.»

En realidad, ocurre lo contrario. El desarrollo nunca es meramente lineal o gradual. Se compone, por un lado, de periodos con pequeños cambios cuantitativos y graduales, que a su vez dan paso a bruscos saltos cualitativos; y, por otro, de cambios cualitativos, que dan paso a estallidos cuantitativos.

Hegel continúa:

«Al enfriarse, el agua no se endurece poco a poco, adquiriendo gradualmente la consistencia del hielo, tras haber pasado por la consistencia de gelatina, sino que es dura de repente; cuando ya ha alcanzado el punto de congelación, puede (si permanece en reposo) ser completamente líquida y una pequeña sacudida la lleva al estado de dureza.»

La transición de la cantidad a la calidad y viceversa -o, dicho de otro modo, los saltos- es un rasgo fundamental de todo desarrollo. Sin embargo, para comprender las fuerzas que impulsan estos cambios y qué dirección tomará el desarrollo, tenemos que ir más allá del punto de vista del «sentido común».  Lo que hace falta es observar más de cerca las fuerzas y corrientes subyacentes que no son inmediatamente visibles a simple vista.

Bajo la superficie

A primera vista, en nuestra vida cotidiana, pensamos que las cosas son simples y fijas. Estamos seguros de que un hombre es un hombre, un perro es un perro, esto es esto, aquello es aquello, y así sucesivamente. Y, sin embargo, en cuanto enfocamos la vista, esta certeza desaparece. Porque en nuestra búsqueda del perro arquetípico, debemos reconocer que tal cosa no existe; todos los perros son diferentes.

Incluso si tomamos a nuestro singular amigo canino, Chucho, nos daremos cuenta de que el Chucho de hoy no es del todo como el de ayer. Es muy diferente del cachorro con el que nos hicimos amigos hace años y en un momento diferirá del Chucho de ahora. En cuanto intentamos retenerlos en nuestra mente, todos los conceptos fijos y rígidos se nos escapan de las manos y se disuelven en un mundo infinitamente variado.

Los posmodernos se detienen en este punto y declaran que la «diferencia» es la esencia del mundo. Todo es diferente de todo lo demás, proclaman, y por tanto nuestros conceptos y categorías generales no son más que «construcciones» imaginarias.

Pero hablan demasiado pronto. Porque una vez que dirijamos nuestra mirada a ese mundo de diferencias ilimitadas, lo que nos llamará inmediatamente la atención es que, a pesar del estado constantemente cambiante de todo, con sorprendente claridad a todos los niveles, se repiten patrones y leyes similares, que gobiernan con mano de hierro.

A primera vista, no hay dos perros iguales. Sin embargo, algunos atributos esenciales aparecen en todos los perros, lo que los convierte en perros. Y aunque cada célula, molécula y átomo del cuerpo de Chucho está en constante movimiento y transformación, sigue habiendo algo innato que trasciende cada instancia fugaz y accidental de nuestro amigo canino. La identidad de las cosas no existe al margen de su diferencia, sino a través de ella. 

En la antigua filosofía platónica, la esencia de las cosas eran arquetipos ideales, que se situaban por encima o en oposición al mundo vibrante y multifacético que experimentamos. Para los posmodernos, la esencia de las cosas son meras construcciones mentales arbitrarias de la humanidad que proyectamos sobre la realidad externa.

Sobre esta cuestión, Lenin escribe:

«Los filósofos de menos talla discuten si debe tornarse como base la esencia o lo inmediatamente dado (Kant, Hume, todos los machistas). Hegel pone y en lugar de o, explicando el contenido concreto de este ‘y’.»

Como la ciencia moderna ha demostrado una y otra vez, la esencia de las cosas -lo que las hace ser lo que son- no es más que las relaciones inherentes a las cosas mismas. Es la dinámica interna de la materia, que surge y se expresa en las infinitas formas y configuraciones que adopta la naturaleza a nuestro alrededor.

Charles Darwin, en su teoría de la evolución biológica, explicó cómo todos los organismos se desarrollan mediante la selección natural de mutaciones que aumentan su capacidad de sobrevivir y reproducirse. «Se han desarrollado y se están desarrollando», escribe, «a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas las más bellas y portentosas».  

La ley de la evolución no es ajena a los organismos vivos, es su modo de desarrollo. Lo que diferencia a la humanidad de los demás animales es precisamente nuestra capacidad para abstraer esos aspectos de las cosas, aspectos que no son inmediatamente visibles a simple vista, para contemplarlos y alcanzar así una comprensión más profunda del fenómeno en su conjunto. Nuestras ideas y concepciones generales, en otras palabras, son aproximaciones a las leyes y relaciones reales que rigen el mundo.

Cuanto más profundamente seamos capaces de descender en el interior de las cosas, cuantas más relaciones seamos capaces de descubrir, con mayor precisión podrán reflejar nuestras ideas la esencia de las cosas mismas.

Como escribe Lenin:

«La naturaleza es, a la vez, concreta y abstracta, a la vez, fenómeno y esencia, a la vez, momento y relación. Los conceptos humanos son subjetivos en su abstracción, en su separación, pero objetivos en su conjunto, en el proceso, en el total, en la tendencia, en la fuente.»

Contradicción

El pensamiento ordinario se aferra a un aspecto inmediato de un fenómeno y lo contrapone al resto. Este método es válido para las tareas cotidianas. Pero si miramos más de cerca, veremos que la naturaleza no es unilateral y simple, sino polifacética y contradictoria. 

Las abstracciones unilaterales están muertas, explica Hegel en un pasaje destacado por Lenin, «la contradicción es la raíz de todo movimiento y vitalidad; y sólo en la medida que algo contiene contradicción se mueve y tiene impulso y actividad«

«Algo se mueve», nos dice Hegel, «no porque esté en este ‘ahora’ y más tarde en otro ‘ahora’, sino porque en uno y el mismo ‘ahora’ está aquí y no aquí, está y no está, a la vez, en este ‘aquí’.» Ese es el curso de todo movimiento y desarrollo.

La dialéctica no excluye la visión unilateral del mundo del pensamiento cotidiano, sino que la absorbe como un aspecto de una verdad superior. Abarca todos los aspectos de un fenómeno -sus relaciones internas y externas- y los mantiene unidos en su contradicción como un todo complejo. 

Una vez que reconocemos esto, se abre ante nosotros un mundo completamente nuevo. Un mundo interconectado en el que las partes existen en una relación recíproca con el todo; en el que el ser fluye hacia la nada y viceversa; en el que la cantidad fluye hacia la calidad y viceversa; en el que la identidad y la diferencia se interpenetran mutuamente; en el que la forma y el contenido están enzarzados en una lucha constante; en el que los principios simples están en la base de los procesos más complejos, etcétera, etcétera.

» La condición para el conocimiento de todos los procesos del mundo en su «automovimiento«, en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es el conocimiento de los mismos como unidad de los contrarios. «, escribe Lenin, añadiendo: «El desarrollo es la «lucha» de los contrarios».

Legalidad

Cuanto más profundamente seamos capaces de penetrar en un fenómeno y mejor podamos trazar sus relaciones contradictorias internas, menos azaroso o arbitrario aparecerá a nuestros ojos. En lugar de ello, lo que irá tomando forma es su necesaria -o en otras palabras, su legítima- vía de desarrollo.

Aquí tenemos una forma de ver el mundo totalmente distinta de las categorías muertas de la filosofía burguesa. La visión dialéctica refleja no sólo las propiedades externas de un fenómeno o sus etapas transitorias, sino la totalidad de su desarrollo en sus etapas sucesivas, desde que nace hasta su inevitable desaparición. Este método constituye el núcleo del marxismo.

Lenin escribió:

«En El Capital Marx analiza primero la rel.ación más simple, más ordinaria y fundamental, más común y cotidiana de la sociedad burguesa (mercantil), una relación que se encuentra miles de millones de veces, a saber, el cambio de mercancías. En ese fenómeno simple (en esta «célula» de la sociedad burguesa) el análisis revela todas las contradicciones (respective los gérmenes de todas las contradicciones) de la sociedad moderna. La exposición nos muestra el desarrollo (a la vez crecimiento y movimiento) de esas contradicciones y de esa sociedad en  la suma de sus partes individuales, de su comienzo a su fin. (…) Igual debe ser también el método de exposición (respectivo estudio) de la dialéctica en general (porque, para Marx, la dialéctica de la sociedad burguesa es sólo un caso particular de la dialéctica). «

Mediante la aplicación del método dialéctico, Marx desveló las leyes del capitalismo. Y sobre esta base pudo predecir con exactitud, a grandes rasgos, todo el desarrollo de la sociedad capitalista después de su muerte; un desarrollo que conduce necesariamente a la llegada al poder del proletariado y a la abolición de la propiedad privada y del Estado-nación.

El programa de los comunistas se formula sobre la base de esta perspectiva, desarrollada inicialmente por Marx y Engels basada en el estudio de la historia humana – y que está demostrando su corrección a diario..

De ahí que Lenin escribiera: «No se puede entender hasta el fin El Capital de Marx, y en especial su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido toda la Lógica de Hegel ¡¡Por consiguiente, ninguno de los marxistas ha entendido a Marx pasado medio siglo!!».

Leer a Hegel del derecho

Hegel desarrolló brillantemente la exposición más completa de la dialéctica como ciencia del movimiento y el cambio. Hasta el día de hoy, sus ideas están muy por encima de las doctrinas filosóficas oficiales de la clase capitalista.

Pero en manos de Hegel, la dialéctica recibió una forma mística, idealista. Aquí no eran las leyes inherentes del desarrollo de la naturaleza, sino las leyes del desarrollo de lo que él llamaba el Espíritu Absoluto o la Idea Absoluta. La Idea «se convierte en la creadora de la Naturaleza», escribe -a lo que Lenin se limita a responder con: «¡¡Ja, ja!!»

Para Hegel, las categorías lógicas, como Ser, Nada, Devenir, Cantidad, Cualidad, Esencia, Apariencia, etc. tienen una existencia independiente como partes componentes de esta Idea que todo lo abarca, que a su vez se ha expresado a través de la naturaleza. Una vez que se ha desplegado en la naturaleza, es en el pensamiento racional donde el Absoluto encuentra su forma más elevada, alcanzando su cima con la propia filosofía hegeliana.

Hegel insistió en la primacía última del pensamiento abstracto sobre la actividad humana. En la medida en que incluyó la actividad como componente clave de su lógica, lo hizo ante todo como categoría lógica. A lo largo de toda su lógica insiste en que el lector debe dejar atrás el mundo exterior y permanecer en el reino del «pensamiento puro».

Y, sin embargo, se vio obligado, una y otra vez, a virar hacia el materialismo, por su propia lógica y para demostrar sus argumentos. Como señaló Lenin: «en esta obra de Hegel, la más idealista de todas, hay menos idealismo y más materialismo que en ninguna otra. iEs “contradictorio”, pero es un hecho!».

Hegel pertenecía al campo del idealismo filosófico, que sostiene que la mente es el componente primario de la realidad y que el mundo externo, de una forma u otra, es una derivación o reflejo de la mente. Todas las religiones pertenecen al campo del idealismo filosófico y Hegel no ocultó que estaba formulando un sistema religioso. 

Los marxistas somos materialistas filosóficos. A diferencia de los idealistas, creemos que sólo existe un mundo, el mundo material que podemos sentir y con el que podemos interactuar. La mente humana es un producto de este mundo material y nuestras ideas no son más que reflejos de él.

«En general procuro leer a Hegel de modo materialista», escribió Lenin, «Hegel es el materialismo invertido ( según expresión de Engels), es decir, desecho las más de las veces a Dios, el absoluto, la idea pura, etc.»

Lenin puede hacerlo porque el concepto de la Idea Absoluta no desempeña ningún papel fundamental en los aspectos esenciales de las ideas de Hegel. De hecho, como señaló Friedrich Engels, Hegel no dice «absolutamente nada» sobre la Idea Absoluta. 

Los marxistas no creen que la dialéctica tenga una existencia separada de la naturaleza. Las leyes de la dialéctica no son las leyes de las ideas, sino que reflejan las leyes inherente a la propia naturaleza en el nivel más general. Mediante nuestra interacción con el mundo, los humanos somos capaces de descubrir estas leyes a niveles cada vez más profundos. Esa es la base de la filosofía marxista: el materialismo dialéctico.

«La lógica no es la ciencia de las formas exteriores del pensamiento», escribió Lenin, «sino de las leyes del desarrollo «de todas las cosas materiales, naturales y espirituales», es decir, del desarrollo de todo el contenido concreto del mundo y de su cognición, o sea, el resultado, la suma total, la conclusión de la historia del conocimiento del mundo.»

Fue uno de los grandes logros de Marx y Engels rescatar la dialéctica de las cadenas del idealismo muerto de Hegel y «darle la vuelta». Y mientras la dialéctica de la naturaleza es confirmada diariamente por los avances de la ciencia y la cultura, el idealismo de Hegel -es decir, su Espíritu Absoluto- permanece meramente como un exoesqueleto sin vida, que tuvo que ser desechado en la muda para que el verdadero organismo vivo subyacente continuara desarrollándose.

Teoría y práctica

¿De dónde vienen las ideas? Estos fantasmas encantadores que vagan por nuestros mundos interiores; sus orígenes específicos han sido olvidados hace mucho tiempo, y por ello, durante miles de años los hombres les han imbuido cualidades místicas. En el idealismo, las ideas se enfrentan a la humanidad como fuerzas poderosas que están por encima de la naturaleza y la sociedad.

Pero las ideas no tienen una existencia independiente. Tampoco son, como imaginan los subjetivistas, barreras impenetrables entre los seres humanos y el mundo exterior. La mente es una función reguladora de nuestra especie, que mediante el trabajo tiende un puente entre nosotros y la naturaleza que nos rodea.

«La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real», explica Marx. De nuestra interacción constante con el mundo que nos rodea, lo que Marx llama «el metabolismo entre el hombre y la naturaleza», surgen concepciones que nos permiten comprender nuestro entorno y adaptarlo a nuestras necesidades. Al hacerlo, también nos cambiamos a nosotros mismos. Nuestras ideas, como las categorías de la lógica, no son fenómenos sobrenaturales; simplemente reflejan la propia naturaleza y sus orígenes se encuentran en la actividad social humana.

«Para Hegel», señala Lenin, «la acción, la práctica, es un «silogismo» lógico, una figura de la lógica. iY eso es verdad! No, por supuesto, en el sentido de que la figura de la lógica tenga su otro ser en la práctica del hombre ( = idealismo absoluto), sino a la inversa: la práctica del hombre, que se repite miles de millones de veces, se consolida en la conciencia del hombre por medio de figuras de la lógica. Precisamente (y sólo) debido a esta repetición de miles de millones de veces, estas figuras tienen la estabilidad de un prejuicio, un carácter axiomático.»

El carácter dialéctico del pensamiento que Hegel trazó en su Lógica, en otras palabras, no es más que un reflejo de la naturaleza con la que interactúan los hombres. Lenin parafraseando a Hegel escribe: «La naturaleza, esa totalidad inmediata, se despliega en la idea lógica». Y continúa diciendo:

«La lógica es la ciencia del conocimiento. Es la teoría del conocimiento. El conocimiento es el reflejo de la naturaleza por el hombre. Pero no es un reflejo simple, inmediato, completo, sino el proceso de una serie de abstracciones, la formación y el desarrollo de conceptos, leyes, etc., y estos conceptos, leyes, etc. (pensamiento, ciencia = «la idea lógica») abarcan condicionalmente, aproximadamente, la regularidad universal de la naturaleza en eterno desarrollo y movimiento.»

A lo largo de miles de años de ensayo y error hemos desarrollado ideas y concepciones generales que profundizan cada vez más en distintos aspectos de la naturaleza, ideas que se han convertido en la esencia concentrada de la experiencia humana. La dialéctica es la culminación de este desarrollo.

Pero el conocimiento no es una corriente unidireccional, que imprime en nuestro cerebro los resultados de nuestras actividades. También existe un proceso simultáneo inverso: una vez deducidos distintos aspectos del mundo regido por la ley, el pensamiento abstracto nos permite contemplarlos para mejorar nuestra práctica más adelante.

Es aquí donde nuestras ideas se enfrentan al mundo objetivo que pretendemos cambiar . Y es a través de este proceso que ganan objetividad: «La unidad de la idea teórica (del conocimiento) y de la práctica -esto NB-, y esta unidad se halla precisamente en la teoría del conocimiento, porque la suma es «la idea absoluta» (y la idea = «das objektive Wahre» [lo objetivamente cierto]) » .

Para el filisteo, la teoría representa, en el mejor de los casos, una curiosidad. Pero es la interacción dialéctica de la teoría y la práctica, una que lleva a la otra, lo que caracteriza «el infinito proceso de profundización del conocimiento humano de la cosa, de los fenómenos, los procesos, etc., partiendo del fenómeno para llegar a la esencia y de la esencia menos profunda a otra más profunda.».

Se trata de un proceso que, al mismo tiempo, mejora y amplía el dominio del hombre sobre la naturaleza. Cuanto más profundo sea el conocimiento de las leyes que rigen nuestro mundo, más eficazmente podremos alcanzar nuestros objetivos y aspiraciones. Y aquí vemos la importancia de la teoría para los comunistas.

Como explicó Trotsky:

“Infinitamente más exigente, más severo y más equilibrado es aquél para quien la teoría es una guía para la acción. Un escéptico de salón puede burlarse impunemente de la medicina. El cirujano no puede vivir en la atmósfera de las incertidumbres científicas. Cuanta más necesidad tiene el revolucionario del apoyo de la teoría para la acción, más intransigente es en salvaguardarla. Vladimir Ulianov despreciaba el diletantismo y aborrecía a los curanderos. En el marxismo, él apreciaba, por encima de todo, la autoridad disciplinada del método.”

La victoria de la previsión sobre el asombro

Trotsky definió una vez la teoría marxista como la superioridad de la «previsión sobre el asombro». Y fue precisamente esta previsión y profunda comprensión lo que permitió a Lenin y a los bolcheviques prevalecer frente a la extrema adversidad procedente de todas partes. 

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques podían describirse -en términos de poder, influencia y recursos- como una de las tendencias políticas más débiles de Europa. Bajo el impacto de la ola de patriotismo azuzada por las autoridades zaristas y el consiguiente sentimiento de unidad nacional, el partido perdió la mayoría de sus apoyos entre la clase obrera rusa. La oleada revolucionaria que se estaba gestando en Rusia antes de la guerra se vio inmediatamente truncada y el zarismo se vio temporalmente reforzado.

Los elementos revolucionarios fueron relegados una vez más a la periferia. Para empeorar las cosas, muchos de los mejores trabajadores fueron enviados al frente como castigo por sus actividades en las fábricas y en otros lugares. Los principales dirigentes bolcheviques, en su mayoría, estaban exiliados en Europa, donde las líneas de comunicación habían sido cortadas o gravemente interrumpidas por la guerra. 

La reacción levantaba cabeza y ganaba terreno en toda Europa y la clase obrera estaba en retirada. Armados con armas de fuego, tanques y bombas, los burgueses de Europa estaban masacrando el continente, y cualquiera que se interpusiera en su camino podía ser fácilmente apartado o, si era necesario, enviado al frente y eliminado. Mientras tanto, los líderes socialdemócratas europeos, que se habían alineado detrás de sus propias clases dominantes, parecían sentarse cómodamente en el regazo de sus amos burgueses. 

Para los bolcheviques, con unas finanzas débiles, poco o ningún aparato y unas organizaciones del partido en total desorden debido a la guerra, la idea de tomar el poder podría haber parecido más lejana que nunca. Y, sin embargo, sólo poco más de tres años después del inicio de la guerra, todo esto se había vuelto en su contrario y el Partido Bolchevique conducía a los obreros y campesinos de Rusia al poder en la Revolución de Octubre de 1917. ¡No podría imaginarse una mayor demostración de la dialéctica!

Aquí vemos el poder de las ideas en la práctica. El éxito de los bolcheviques puede reducirse al éxito del método marxista, al método del materialismo dialéctico.

Lenin y los bolcheviques insistieron en una posición de clase y se negaron a hacer la menor concesión a los giros nacional chovinistas que la guerra produjo en toda Europa. Y aunque la guerra fortaleció inicialmente a la clase dominante, más tarde se convirtió en la mayor fuerza motriz de la revolución al sacar a la luz las contradicciones de clase de la sociedad. 

Así, el mensaje revolucionario de los bolcheviques, que no tuvo ningún eco popular en los primeros días de la guerra, se convirtió en el grito de guerra de las masas rusas y sembró el terror entre las clases dominantes del mundo. 

El oportunismo es el abandono de las perspectivas a largo plazo en favor de objetivos inmediatos a corto plazo. La dialéctica es la ciencia de ir más allá de lo inmediato y comprender los procesos complejos y prolongados en su totalidad. Fue la dedicación a la teoría y el dominio de la dialéctica lo que dio a Lenin una gran ventaja sobre sus enemigos.

En política, el encaprichamiento por la apariencia inmediata de las cosas conduce a eslóganes frívolos y a un «encaprichamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica». Lenin y los bolcheviques, sin embargo, trascendieron las apariencias y abordaron la esencia de las cosas, independientemente del impacto inmediato que tuviera en el partido, porque sabían que al final sólo la verdad les acercaría a la victoria de la clase obrera. Esta fue la clave de su éxito.

León Trotsky resumió el meollo de la cuestión:

«Pertenece a la experiencia histórica que la mayor revolución de toda la historia no fue dirigida por el partido que comenzó con bombas, sino por el partido que empezó con el materialismo dialéctico.»

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