[Publicamos aquí una transcripción de la introducción que dio John Peterson, de los Comunistas Revolucionarios de América (RCA) en la 5a Escuela Panamericana de Cuadros de la Corriente Marxista Internacional (ahora Internacional Comunista Revolucionaria, en diciembre de 2023 en México]
Buenos días, camaradas.
Mañana, el 2 de diciembre, se cumple el 200 aniversario de la Doctrina Monroe. Creo que podemos aprender mucho sobre la concepción del imperialismo de Lenin aplicándola a América Latina y rastreando la historia y evolución de esta doctrina.
Obviamente, Estados Unidos no es la única potencia imperialista con conexiones con en la región. Hubo siglos de esclavitud y saqueo bajo el dominio colonial de España y Portugal. Muchas otras potencias europeas también tenían colonias en todo el Caribe. Gran Bretaña y Francia intervinieron en múltiples ocasiones para proteger sus intereses comerciales. Vimos el corto reinado de Maximiliano I como Emperador de México. Y Alemania prometió el regreso de Texas, Nuevo México y Arizona, si México atacaba a Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial.
Hoy en día, España, Francia y el Reino Unido tienen importantes inversiones en energía, infraestructura, telecomunicaciones, manufactura y banca. Pero solo hay una superpotencia imperialista, y vive al lado de Latinoamérica. Como supuestamente dijo el dictador mexicano Porfirio Díaz: “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos.”
Durante siglos, Estados Unidos ha tratado a toda América Latina y el Caribe como su “patio trasero.” Tiene más de 3,000 kilómetros de frontera compartida con México, y Florida está a sólo 145 kilómetros de Cuba. Así que no hace falta decir que el país imperialista más poderoso del mundo tiene una “relación especial” con la región.
Esta “relación especial” incluye decenas de intervenciones militares, asesinatos, torturas, golpes de Estado, sabotajes, sanciones y el entrenamiento y financiamiento de guerrillas, paramilitares y ejércitos nacionales. Todo esto fue presagiado en la Doctrina Monroe de 1823, y echaremos un vistazo a toda esa historia.
Pero antes de eso, sería importante establecer una base teórica revisando brevemente el enfoque de Lenin sobre la cuestión del imperialismo, que conserva toda su fuerza hasta el día de hoy.
El imperialismo de Lenin
En su obra clásica, Imperialismo: La etapa más alta del capitalismo, Lenin utilizó hechos, cifras y argumentos para analizar lo que él llama “imperialismo capitalista,” para diferenciarlo del imperialismo de sociedades como la Roma Antigua.
Explica las etapas principales en el surgimiento del capitalismo monopolista de la siguiente manera:
- Entre 1840 y 1870, se alcanzó el apogeo del desarrollo de la libre competencia, y el monopolio aún se encontraba en una etapa embrionaria.
- Después de la crisis económica de 1873, provocada por el colapso de la banca y conocida como la Larga Depresión, hubo una recuperación prolongada, un largo período de desarrollo de los cárteles; pero seguían siendo la excepción, un fenómeno transitorio.
- Este auge terminó con el llamado pánico de 1900-1903. Cuando todo se calmó, los cárteles se habían convertido en una de las bases de la vida económica.
Como dice Lenin:
“El siglo XX marca el punto de inflexión del viejo capitalismo al nuevo, de la dominación del capital en general a la dominación del capital financiero.” “El capitalismo se ha transformado en imperialismo.”
Entonces, ¿qué precisamente es el imperialismo?
Después de advertir sobre el “valor inadecuado,” “condicional” y “relativo” de “todas las definiciones en general, que nunca pueden abarcar todas las concatenaciones de un fenómeno en su pleno desarrollo,” Lenin da una definición de imperialismo que incluye cinco características básicas:
- En primer lugar, la concentración de la producción y del capital se ha desarrollado hasta tal punto que ha creado monopolios que desempeñan un papel decisivo en la vida económica.
- En segundo lugar, la fusión del capital bancario con el capital industrial, produciendo el capital financiero. Sobre esta base, vemos el surgimiento de una oligarquía financiera, mediante la cual un pequeño grupo de instituciones financieras y capitalistas industriales ejercen un inmenso poder sobre la economía. Estos están estrechamente fusionados con el estado, que defiende los intereses de la oligarquía tanto en casa como en el extranjero. Como todos sabemos, existe una puerta giratoria entre las grandes corporaciones, los ministerios gubernamentales y los llamados think tanks y lobistas.
- En tercer lugar, la exportación de capitales—a diferencia de la exportación de mercancías—adquiere una importancia excepcional. Esto crea una red internacional de dependencia del capital financiero, que extiende sus tentaculos por todos los países del mundo. Un papel importante lo desempeñan los bancos fundados en las colonias y sus sucursales. Y por supuesto, la exportación de capital influye y acelera enormemente el desarrollo del capitalismo en aquellos países a los que se exporta.
- En cuarto lugar, vemos la formación de asociaciones capitalistas monopolistas internacionales que comparten el mundo entre sí. Estos cárteles comenzaron dividiéndose el mercado interno, obteniendo una posesión más o menos completa de la industria de su propio país. Pero bajo el capitalismo el mercado interno está estrechamente ligado al mercado externo.
- En quinto lugar, está la división territorial del planeta entre las mayores potencias capitalistas. A los numerosos “viejos” motivos de la política colonial, el capital financiero ha añadido la lucha por las fuentes de materia prima, la exportación de capital, las esferas de influencia, los acuerdos rentables, las concesiones, las ganancias de los monopolios, etc.
Como ejemplo, Lenin señala que ya para el año 1900, nueve décimas partes de África habían sido reclamadas por una potencia imperialista u otra. Y vale la pena señalar que Lenin dice explícitamente que la división del mundo no excluye su nueva división si la relación de fuerzas cambia como resultado de un desarrollo desigual, guerra, quiebra, etc. Estas redistribuciones pueden ocurrir mediante una combinación de acuerdos o guerras comerciales, guerras por poderes y guerras directas entre las grandes potencias.
En resumen, como explicó Marx en el Manifiesto, el capitalismo crea un mundo a su propia imagen, y más aún en la época del imperialismo.
Pero hay una contradicción inherente en el desarrollo de esta nueva etapa del sistema. Como explica Lenin:
“La libre competencia es la característica básica del capitalismo y de la producción de mercancías en general; [pero] el monopolio es exactamente lo opuesto a la libre competencia.” Este proceso conduce a la creación de una industria a gran escala, “expulsando a la pequeña industria, reemplazando la gran industria por una industria de aún mayor escala.” Sin embargo, “los monopolios, que han surgido de la libre competencia, no eliminan a esta última, sino que existen por encima y junto a ella, y por lo tanto dan lugar a una serie de antagonismos, fricciones y conflictos extremadamente agudos e intensos.”
Ésta es una contradicción que no se puede resolver dentro de los límites del propio capitalismo.
Todo esto marca “una nueva etapa de concentración mundial del capital y de la producción, incomparablemente superior a las etapas anteriores.” Esto resulta “en un inmenso progreso en la socialización de la producción.” “En particular, se socializa el proceso de invención y mejora técnica.” “La producción se vuelve social, pero la apropiación sigue siendo privada.” “Los medios sociales de producción siguen siendo propiedad privada de unos pocos.”
Todo esto, por supuesto, establece las condiciones objetivas para el socialismo.
Para dar un ejemplo de la concentración de capital hoy en día, tomemos la situación actual en Estados Unidos. Con una población de 332 millones, hay alrededor de 39 millones de empresas. Pero la gran mayoría son pequeñas, y sólo 500 de estas empresas, conocidas como las Fortune 500, tienen un valor estimado de casi 34 billones de dólares y representan el 66% del PIB. Se trata de una concentración increíble de los medios de producción.
Pero eso significa que tendremos mucho menos que nacionalizar y poner bajo control obrero cuando tomemos el poder que en el pasado. La tarea fundamental de la revolución socialista es armonizar la producción y la apropiación. En lugar de una apropiación privada de la riqueza creada mediante la producción socializada, tendremos una apropiación social de la riqueza creada mediante la producción socializada.
En ese sentido, como explica Lenin:
“El monopolio … es la transición del sistema capitalista a un orden socioeconómico superior.”
No transicional en el sentido que entendemos el socialismo como un período de transición entre el capitalismo y el comunismo. Sino un período de transición entre el pico del capitalismo y la revolución socialista. Como dice Lenin acertadamente: “El imperialismo es la víspera de la revolución social del proletariado.” “Esto ha sido confirmado desde 1917 a escala mundial.”
En su libro, Lenin también polemiza con Kautsky y los reformistas oportunistas y socialchovinistas que apoyaron a “sus” imperialismos cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Esa guerra mostró lo absurdo que era la idea de Kautsky de que el “superimperialismo” o el “ultraimperialismo” conduciría a una época prolongada de desarrollo pacífico y reformas sociales graduales.
Lenin demuestra que no puede haber retorno al capitalismo preimperialista y cita con aprobación a Hilferding, quien dice:
“La respuesta del proletariado a la política económica del capital financiero, al imperialismo, no puede ser el libre comercio, sino el socialismo. El objetivo de la política proletaria hoy no puede ser el ideal de restaurar la libre competencia—que ahora se ha convertido en un ideal reaccionario—sino la eliminación completa de la competencia mediante la abolición del capitalismo.”
Ahora bien, por alguna razón Lenin escribió un libro completo sobre este tema. Pero esas son las ideas básicas, y proporciona un rico marco teórico para comprender el mundo en el que vivimos hoy. Debo agregar que igual de importante para comprender la lucha de clases en la época moderna, está la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, pero esa sería toda otra discusión.
La Doctrina Monroe
Entonces, ¿cómo se aplica todo esto a la cuestión del imperialismo y América Latina hoy? Para poner las cosas en un contexto histórico, volvamos ahora a la Doctrina Monroe. O mejor dicho, volvamos incluso antes de la Doctrina Monroe hasta la Conspiración Burr. ¿Cuántos de ustedes han oído hablar de eso?
Bueno, pues apenas una década después de la adopción de la Constitución de Estados Unidos, a principios del siglo 19, Aaron Burr, un ex vicepresidente, fue acusado de conspirar para conquistar partes de México y partes del sureste de Estados Unidos para instalarse como emperador de un nuevo imperio. Este es el mismo tipo que también estuvo involucrado en el intento de los colonos estadounidenses de apoderarse de Canadá durante la primera Revolución Americana, y estuvieron muy cerca de tomar la ciudad de Quebec en 1775. Si no hubiera sido por un poco de mala suerte y una tormenta de nieve en la víspera de Año Nuevo, Canadá podría haber sido parte de los Estados Unidos. Burr finalmente fue absuelto de los cargos, pero esto muestra hasta dónde llegan las ambiciones gringas de expansión en todo el continente.
Y claro, esto continuó después de la independencia. En 1803, Estados Unidos casi duplicó su tamaño cuando pagó a Napoleón el primero 15 millones de dólares por la compra de Luisiana. Ese vasto territorio sería dividido en 13 estados separados.
Veinte años después, la joven república todavía era fuertemente agrícola y dependía de las exportaciones. Pero se estaba industrializando gradualmente, ampliando infraestructura como canales y ferrocarriles y estableciendo sus mercados y relaciones internas y externas. Fue en este contexto que el 2 de diciembre de 1823, el quinto presidente de los Estados Unidos, James Monroe, articuló su famoso principio de política exterior.
La idea básica era que Estados Unidos rechazaba cualquier nueva colonización o intervención en las Américas por parte de las potencias europeas, y que cualquier intento de ese tipo sería visto como una amenaza. A final de cuentas, la seguridad nacional para un país continental implica más que defenderse contra la agresión militar extranjera y la rebelión interna; también requiere la capacidad de expansión económica y territorial.
Sin embargo, parece que la mayoría de los líderes latinoamericanos no temían las palabras de Monroe, ya que la marina británica todavía ‘dominaba las olas’.
Pero Diego Portales, un empresario y ministro chileno, le escribió las siguientes palabras a un amigo:
• “Tenemos que tener mucho cuidado: para los americanos del Norte, los únicos americanos son ellos mismos.”
De todos modos, Estados Unidos no tenía mucha fuerza militar en ese momento, y la mayoría de la gente simplemente lo ignoró. Pero todo cambia, y con el tiempo, todo se convierte en su contrario. De ser una colonia oprimida de Gran Bretaña—y ganar la primera guerra revolucionaria exitosa por la independencia nacional en el mundo—Estados Unidos finalmente se transformó en la mayor potencia imperialista y opresora del mundo.
Recordemos que la Doctrina Monroe también declaraba que Estados Unidos no interferiría en los asuntos de las potencias europeas. Eso no le impidió involucrarse directamente en dos Guerras Mundiales, la Guerra Fría y la creación de la OTAN, la guerra de Kosovo y, ahora, la guerra de Ucrania.
Durante la Segunda Guerra Mundial, envió 12 millones de tropas a Europa, y aún hoy hay unos 36,000 de ellos estacionados en Europa en unas 60 bases militares. Comparemos esta “no interferencia” en los asuntos europeos con la respuesta de Estados Unidos cuando la Unión Soviética colocó 42 misiles en Cuba en el ‘62.
Con vastos recursos y una población que se triplicó entre 1800 y 1840, las cosas avanzaron rápidamente. Tarde o temprano, este país iba convertirse en una potencia mundial. Ya para 1835, 30,000 gringos vivían en Texas, donde superaban en número a los tejanos nativos en una proporción de seis a uno. ¡En aquel entonces, fue México quien intentó prohibir la inmigración procedente de Estados Unidos!
Pero eso les funcionó tan bien como funcionan esas prohibiciones hoy, y en 1836, Texas declaró su independencia de México y en el ‘45 fue anexada a Estados Unidos. Esto condujo a la guerra entre México y Estados Unidos de 1846 al ‘48 Esta fue la primera incursión imperialista de Estados Unidos en su proceso de expansión desde el Atlántico al Pacífico, antes de fijar su mirada al mundo entero. La guerra terminó oficialmente con el Tratado de Guadalupe Hidalgo.
México se vio obligado a reconocer la anexión de Texas por parte de Estados Unidos y cedió alrededor de la mitad de su territorio, (incluidos los actuales estados de California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México, Colorado, Wyoming y partes de Kansas y Oklahoma y Texas). A cambio, Estados Unidos pagó a México 15 millones de dólares y asumió unos 3 millones de dólares de deuda que ciudadanos Americanos tenían con México. No fue un mal negocio, considerando que hoy en día, sólo el PIB de California supera los 3 billones de dólares, más del doble del PIB de México.
Muchos en Estados Unidos la vieron como una guerra depredadora y creían que construir un imperio representaba un peligro mortal a las virtudes del gobierno republicano. El general Ulysses S. Grant, héroe de la Guerra Civil estadounidense, luchó en varias batallas en México. Pero luego declaró:
“No creo que haya habido nunca una guerra más perversa que la emprendida por Estados Unidos contra México.”
Pero el imperialismo no se trata de virtud o moralidad en abstracto, sino de dinero, mercados y poder. Estos nuevos territorios exacerbaron las tensiones existentes dentro de los Estados en ese momento no muy Unidos. El imperialismo norteamericano no podía continuar con lo que llamaba su “Destino Manifiesto” hasta que se resolviera otro pequeño problema: la cuestión de la esclavitud.
Esto requirió una guerra civil sangrienta y revolucionaria, que detallamos en un número de America Socialista el verano pasado. Es interesante notar que incluso en medio de esa guerra, hubo una propuesta para que el Norte y el Sur dejaran de pelear entre sí y se unieran para expulsar a los franceses de México. De hecho, el plan de la Confederación del Sur, si hubiera derrotado a la Unión del Norte, era construir un imperio esclavista, comenzando por México y Cuba, con sueños de conquistar toda América Central, del Sur y el Caribe.
Después de la guerra, el capitalismo norteamericano tomó las siguientes dos décadas para consolidar su posición, subyugando a los pueblos indígenas que vivían en sus territorios occidentales e industrializándo. Este fue el período cumbre de la libre competencia y del crecimiento de los monopolios, como explicó Lenin.
En sólo treinta años, entre 1860 y ‘90, el PIB del país se quintuplicó, pasando de unos 12,000 millones de dólares a más de 60,000 millones. Para comparar, el PIB del Reino Unido en 1890 era inferior a 11,000 millones de dólares. Esto ilustra claramente la base económica del ascenso rápido del imperialismo yanqui y del declive del imperialismo británico.
Esta fue la época de los “barones ladrones” y la Edad Dorada, el período de los cárteles descritos por Lenin. Por supuesto, junto con la expansión económica, también se forjó una clase trabajadora poderosa, así como sindicatos poderosos y una creciente lucha de clases. Desde la Gran Huelga Ferroviaria y la Comuna de St. Louis de 1877, hasta la lucha por la jornada de ocho horas y el motín de Haymarket en Chicago en 1886, hasta la huelga de los trabajadores siderúrgicos de Homestead en 1892, hubo muchas luchas heroicas e inspiradoras.
Pero como explicó Lenin, sólo porque el mundo haya sido dividido no significa que no se pueda dividir de nuevo. Una potencia económica como Estados Unidos necesitaba una salida global y encontró el objetivo perfecto: El débil y decadente Imperio español, que de alguna manera había logrado conservar algunas de sus colonias. Así fue que en 1898, Estados Unidos inició un pleito con España.
Como todos saben, el imperialismo yanqui siempre encuentra pretextos convenientes para ir a la guerra. En 1898, después de que una explosión hundió el USS Maine en el puerto de La Habana, Estados Unidos declaró la guerra a España. Después de unos meses de lucha, España fue derrotada y los gringos se apoderaron de Filipinas, Guam, Puerto Rico y Cuba. Como siempre, todo esto se hizo bajo el pretexto de “intervención humanitaria para liberar a Cuba del dominio colonial.”
Claro, Cuba formalmente obtuvo su independencia de Estados Unidos en 1902, pero siguió siendo una colonia de facto hasta la revolución, muchas décadas después. E incluso hoy, Estados Unidos tiene un campo de prisioneros y más de 6,000 soldados estacionados en Guantánamo. En cuanto a Filipinas, fue brutalmente ocupada hasta 1946. Y hasta el día de hoy, Puerto Rico y Guam son territorios no incorporados de Estados Unidos; es decir, son colonias.
Esto nos lleva al comienzo del siglo 20, que Lenin identificó como el punto de inflexión del imperialismo capitalista en toda regla. En 1904, el presidente Theodoro Roosevelt, que había participado en Cuba en la guerra contra España, anunció el Corolario Roosevelt como una actualización de la Doctrina Monroe.
Al menos en palabras, la doctrina original era de naturaleza no intervencionista. Ahora, Roosevelt afirmó que Estados Unidos tenía no sólo el derecho, sino el deber de intervenir en los asuntos de los países latinoamericanos para proteger las inversiones y asegurar una estabilidad política favorable a los intereses yanquis. Esto se conoció como la “diplomacia de las cañoneras” y en este período se produjeron una serie de intervenciones y ocupaciones militares en Cuba, Nicaragua, Honduras, República Dominicana, Haití y más. Estados Unidos también jugó un papel en asegurar la independencia de Panamá de Colombia en 1903, permitiendo la construcción del Canal de Panamá, que tiene implicaciones enormes para la economía norteamericana.
Como Roosevelt explicó su política sin rodeos: “Habla en voz baja y lleva un gran garrote.” Esta fue la época de las llamadas “guerras bananeras” para defender los intereses de la United Fruit Company.
En este período se produjo la heroica huelga de los mineros del cobre de Cananea, en el norte de México, que fue aplastada con la ayuda de los Rangers de Arizona, paramilitares que cruzaron la frontera para defender los intereses de los propietarios gringos de la mina. También vio la invasión y ocupación de partes de México durante la Revolución. Pero no nos olvidemos del ataque de Pancho Villa a Columbus, Nuevo México, la última vez que una fuerza armada invadió Estados Unidos. O que Villa evadió con éxito a más de 10,000 soldados gringos que lo persiguieron por todo el norte de México durante casi un año en la llamada Expedición Punitiva.
El general norteamericano convertido en activista anti-guerra, Smedley Butler, explicó claramente sus actividades durante esas décadas:
“Ayudé a que México, especialmente Tampico, fuera seguro para los intereses petroleros norteamericanos en 1914.
“Ayudé a hacer de Haití y Cuba un lugar decente para que los muchachos del National City Bank recaudaran ingresos.
“Ayudé a purificar Nicaragua para la casa bancaria internacional de Brown Brothers en 1909–1912.
“Llevé la luz a la República Dominicana para los intereses azucareros americanos en 1916.
“En China, ayudé a garantizar que Standard Oil siguiera su camino sin ser molestada.”
Howard Taft, el presidente que siguió a Teddy Roosevelt, aprovechó el verdadero poder del imperialismo estadounidense con lo que llamó la “diplomacia del dólar».
De hecho, aunque a veces nos centramos en el aspecto militar, son el “dólar todopoderoso” y la exportación de capital y bienes baratos las principales armas utilizadas por el imperialismo para imponer su voluntad. Como escribió Marx en el Manifiesto: esta es “la artillería pesada con la que derriba todas las murallas chinas.”
Dada la crisis e inestabilidad social de la década de 1930, otro Roosevelt, el primo de Teddy, volvió a cambiar de rumbo con la llamada “política de buena vecindad” hacia América Latina, que enfatizaba el “respeto a la soberanía,” la cooperación económica y la resolución pacífica de conflictos. Algunos individuos ingenuos se imaginaban sinceramente que Estados Unidos podría ser un buen vecino y que defendería a los países latinoamericanos de los nazis o Japón, todo en nombre de la libertad y la democracia. Pero el imperialismo es imperialismo sin importar la forma que adopte.
Como lo expresó el gran imperialista británico Lord Palmerston:
“No tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y es nuestro deber seguirlos.”
Estados Unidos emergió de la Segunda Guerra Mundial como la potencia imperialista más poderosa del mundo, y así sigue siendo hasta el día de hoy. Acuérdense que en la década de los años ‘30, Trotsky no descartaba una guerra entre Estados Unidos y el Reino Unido. Al final, la transición de la hegemonía británica a la norteamericana se llevó a cabo sin una confrontación directa entre ambas, principalmente debido a la forma en que se desarrolló la guerra con Alemania.
En la era de la posguerra, el imperialismo gringo se equilibró con la Unión Soviética, que también salió fortalecida a pesar de la devastación masiva y la pérdida de población debido a la política de Stalin. Aunque el mundo estaba de facto dividido entre esas dos potencias, Estados Unidos reemplazó a Gran Bretaña como policía mundial y marcó el tono económico, diplomático y militar durante muchas décadas. Por ejemplo, el Acuerdo de Bretton Woods designó al dólar como la principal moneda de reserva.
Hoy en día, 37 países y territorios alrededor del mundo utilizan el dólar como moneda oficial o lo tienen como una de sus monedas oficiales, incluidos varios países latinoamericanos. Esto representa una influencia económica enorme sobre los destinos de millones de personas en países supuestamente soberanos.
La Guerra Fría vio un resurgimiento de las intervenciones agresivas del imperialismo norteamericano en la región, tanto encubiertas como declaradas, con la lucha contra el comunismo como principal cobertura y motivación. Una serie interminable de asesinatos, invasiones, golpes de estado, ataques terroristas, apoyo a ejércitos contrarrevolucionarios y dictaduras brutales en casi todos los países de la zona revelaron el verdadero rostro de este “buen vecino.”
El imperialismo estadounidense y América Latina hoy
Hasta el día de hoy, Estados Unidos tiene decenas de bases militares en toda América Latina.
Gasta más de 10 veces más en sus fuerzas armadas que todos los países latinoamericanos juntos. Sin embargo, su principal mecanismo de dominación y explotación no es a través de la intervención u ocupación militar directa. La mayoría de los países latinoamericanos son formalmente independientes.
Pero come bien lo dijo el revolucionario irlandés James Connolly:
“Si mañana echáis al ejército inglés e izáis la bandera verde sobre el Castillo de Dublín, a menos que emprendáis la organización de una república socialista todos vuestros esfuerzos habrán sido en vano. Inglaterra todavía os dominará. Lo hará a través de sus capitalistas, sus terratenientes, a través de todo el conjunto de instituciones comerciales e individuales que ha implantado en este país y que están regadas con las lágrimas de nuestras madres y la sangre de nuestros mártires.”
La única manera de acabar con el imperialismo es desarraigando su base económica y de clase, mediante la revolución socialista. Porque la forma en que realmente domina el imperialismo es mediante la exportación de capital, de una forma u otra. Muy a menudo se apoyan en los capitalistas compradores que sirven como agentes locales para defender los intereses de los imperialistas.
El llamado libre comercio es otro elemento importante en el arsenal del imperialismo para mantener su dominio en la región. Estados Unidos tiene acuerdos integrales de libre comercio con 20 países, incluidos 11 de América Latina (Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá y Perú). Después de 26 años de TLCAN, fue reemplazado por el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá, con términos aún más favorables para el imperialismo yanqui. No es casualidad que el amigo Donald Trump lo haya llamado “el mejor y más importante acuerdo comercial jamás firmado por Estados UNIDOs.”
Desde Coca-Cola hasta McDonald’s, Walmart, IBM y Ford, muchas corporaciones norteamericanas tienen una presencia enorme en América Latina y dominan sectores claves de la economía. Desde alimentos y bebidas hasta comercio minorista, automóviles, bienes de consumo y tecnología. Por ejemplo, todos conocemos las infames maquiladoras, especialmente a lo largo de la frontera con México. La mayoría son propiedad de empresas norteamericanas que operan bajo acuerdos comerciales preferenciales. Importan materias primas libres de impuestos para ser ensambladas o procesadas por trabajadores con salarios bajos y pocas protecciones, y luego los productos terminados se van de regreso a Estados Unidos.
En cuanto al capital financiero, que es un elemento clave en la caracterización que hace Lenin del imperialismo, los bancos norteamericanos controlan alrededor del 40% de los activos bancarios totales en América Latina. En 2022, América Latina recibió casi 225,000 millones de dólares en Inversión Extranjera Directa, la más alta jamás registrada. Brasil recibió el 41% de esto, seguido de México con el 17%.
Los Estados Unidos dominan, por supuesto, pero no al 100%. De hecho, sólo representaron el 38% de las inversiones extranjeras. Las transnacionales latinoamericanas, las llamadas “translatinas,” representaron una buena parte con 33% de la IED en la región. La Unión Europea también está aumentando sus inversiones en la región y representa el 17%.
Pero hay un nuevo actor en la interminable redivisión del mundo entre las potencias capitalistas: el imperialismo chino, que representó alrededor del 9% de la IED en la región. En mi opinión, queda claro que la China moderna se ajusta al pie de la letra a la definición de imperialismo de Lenin.
Para dar un ejemplo de como las cosas han cambiado. En el año 2000, sólo el 2% de las exportaciones de América Latina iban al mercado chino. Pero durante los siguientes ocho años, el comercio creció a una tasa anual promedio del 31%, alcanzando los 180,000 millones de dólares en 2010. Una década después, en 2021, alcanzó los 450,000 millones de dólares. Algunos economistas predicen que para 2035, podría superar los 700,000 millones de dólares.
China es ahora el principal socio comercial de América del Sur y el segundo más grande para América Latina en su conjunto, después de Estados Unidos. A cambio de soja, cobre, petróleo y otras materias primas, exporta productos manufacturados de mayor valor agregado, es decir, bienes baratos que socavan las industrias locales. Hoy en día, Beijing tiene acuerdos de libre comercio vigentes con Chile, Costa Rica, Ecuador y Perú. 21 países latinoamericanos ya se han adherido a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) de China.
Además de la inversion, los bancos chinos prestaron 137,000 millones de dólares a gobiernos latinoamericanos entre 2005 y 2020, principalmente para financiar proyectos de energía e infraestructura y, a menudo, a cambio de petróleo. Sólo en 2022, los préstamos de China ascendieron a 813 millones de dólares. Venezuela es el mayor prestatario y actualmente tiene préstamos estatales chinos por valor de 60 mil millones de dólares, casi el doble que Brasil. Países como Chile también dependen cada vez más de China, con exportaciones por valor de 36,000 millones de dólares, o alrededor del 38% de su total, en 2021.
China ha exportado millones de dólares en aviones y vehículos militares, radares de defensa aérea y rifles de asalto a Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú. También está aumentando sus vínculos con Cuba. Todo esto se intensificó durante la pandemia a través de lo que algunos han llamado la “diplomacia COVID-19.” Durante la crisis, China distribuyó ventiladores, kits de pruebas y mascarillas, y ofreció miles de millones en préstamos para la compra de cientos de millones de vacunas.
Creo que es bastante significativo que, junto con Estados Unidos, China sea miembro con derecho a voto del Banco Interamericano de Desarrollo y del Banco de Desarrollo del Caribe. A los gringos sí que les preocupa el hecho de que China esté ganando terreno en su patio trasero. Los senadores Bob Menéndez y Marco Rubio han calificado a China de “influencia maligna” en la región.
Y en 2021, el almirante Craig Faller, exjefe del Comando Sur de Estados Unidos, hizo esta concisa evaluación:
“Estamos perdiendo nuestra ventaja posicional en este hemisferio y se necesitan acciones inmediatas para revertir esta tendencia.”
Pero la postura dura de Trump sólo empujó a muchos países aún más hacia los brazos de Beijing.Así que veremos qué pasa en las elecciones presidenciales del año que entra.
Luego está la cuestión de la inmigración y, en particular, las crecientes tensiones en la frontera entre Estados Unidos y México, que también es reclamado por los narcos.
Lenin explicó en su libro sobre el imperialismo que:
“Una de las características especiales del imperialismo. . . es la disminución de la emigración de los países imperialistas y el aumento de la inmigración a estos países desde los países más atrasados donde se pagan salarios más bajos.”
En su momento escribió:
“En Estados Unidos, los inmigrantes de Europa del Este y del Sur desempeñan los trabajos peor pagados, mientras que los trabajadores estadounidenses proporcionan el porcentaje más alto de supervisores o de trabajadores mejor pagados.”
Desde entonces, América Latina se ha convertido en la principal fuente de inmigración, a menudo indocumentada, siendo México, Centroamérica y, cada vez más, Sudamérica los principales lugares de origen.
Obligados a abandonar sus países por la política económica y exterior del imperialismo, millones de inmigrantes arriesgan sus vidas con la esperanza de alcanzar el “sueño americano.”
Pero la realidad de la vida bajo el capitalismo se parece más a una pesadilla.
Toda esta mano de obra barata es esencial para el funcionamiento de la economía norteamericana y para mantener los niveles de población. Hace bajar los salarios de todos y aumenta las ganancias de los capitalistas, que utilizan el veneno de la xenofobia y el racismo para dividir a los trabajadores.
Las remesas de los trabajadores inmigrantes enviadas a América Latina y el Caribe son una importante fuente de ingresos para la región, con más de 96 mil millones de dólares enviados en 2021, la mayoría desde Estados Unidos. En el caso de México, los más de 44,000 millones de dólares enviados anualmente en remesas representan alrededor del 3% del PIB.
Para El Salvador, las remesas representan el 20% del PIB.
Además de esto, hay que decir que sin la válvula de escape de la emigración al norte, estos países estarían bajo aún más presión y veríamos aún más explosiones de la lucha de clases.
Más de 60 millones de personas en Estados Unidos son de origen latino, alrededor del 18.5% de la población total del país. Sólo en California, 15.6 millones de personas son de origen latino, alrededor del 39% de la población total del estado. En Texas, son 11.4 millones de personas y el 39% de la población. Y aproximadamente 41 millones de personas en Estados Unidos hablan español como idioma principal, alrededor del 13% de la población total del país.
Sólo en Los Ángeles viven casi cinco millones de latinos, cerca de la mitad de la población total de la ciudad.
Se trata de una fuerza social enorme, y la gran mayoría recibe un mal trato y un salario aún peor, y más de 10 millones de ellos son indocumentados. Muchos traen consigo tradiciones de lucha de sus países de origen.
En 1939, Trotsky escribió las palabras:
“Al exportar mercancías y capitales, al fortalecer su marina, al dejar de lado a Inglaterra, al comprar las empresas clave en Europa, al irrumpir en China, etc., el capital financiero norteamericano está cavando con sus propias manos depósitos de pólvora y dinamita. bajo sus propios cimientos.”
Hoy creo que podemos decir que una parte importante de esa dinamita habla español.
Decadencia del imperialismo estadounidense
Un último aspecto que me gustaría considerar es el relativo declive del imperialismo yanqui durante el último período histórico.
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, con su economía en auge y su infraestructura intacta, Estados Unidos representaba alrededor del 50% del PIB mundial, a pesar de tener sólo el 6% de la población mundial. Esto resume de manera concisa la base objetiva del poder norteamericana en el mundo de la posguerra.
Hoy en día, con sólo el 4,25% de la población mundial, representa alrededor del 24% del PIB mundial, dependiendo de cómo se mida. Eso sigue siendo extremadamente alto per cápita, pero es una caída significativa desde donde estaban las cosas hace unas décadas.
Y ese cambio resume de manera concisa la base objetiva del declive relativo de su poder.
Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia del mundo, pero ya no es una hiperpotencia, como lo fue brevemente después de la caída de la URSS.
Aquí hay un ejemplo concreto. Durante varias décadas, la doctrina militar estadounidense se basó en la “construcción de dos guerras.” Es decir, estaba preparado para librar dos guerras importantes en dos zonas importantes contra dos potencias regionales. Por ejemplo, contra Rusia y China, tanto en Europa como en Asia Oriental. Pero ese ya no es el caso. A principios de la década de 2010, tuvieron que reconocer formalmente que lo único que podían soportar era una guerra significativa.
Hemos visto cómo no se quieren meter en conflicto directamente con Rusia en Ucrania. No sólo sería un desastre sangriento e impopular, sino que degradaría gravemente su capacidad para enfrentar a China en Taiwán, por ejemplo. Basta mirar lo que pasó en Afganistán.
Después de gastar 2,3 billones de dólares y enviar hasta 100,000 soldados a la vez, se vieron obligados a realizar una retirada humillante. Esta fue la guerra más larga jamás librada por el imperialismo gringo. A pesar de afirmar haber aprendido las lecciones de Vietnam, todo se derrumbó y los talibanes tomaron el poder prácticamente de la noche a la mañana.
Entonces, si bien sigue siendo la potencia dominante en el planeta en su conjunto, no es necesariamente la potencia dominante en todas las regiones del planeta. Ya no puede pretender tener un control férreo sobre las cosas y ha tenido que ceder terreno importante.
Basta mirar a países como Israel, Turquía, Arabia Saudita o incluso Qatar, todos ellos aplicando sus propias políticas, pequeños mafiosos que intentan salirse con la suya todo lo que pueden bajo el dominio general del Padrino.
También es una cuestión de confianza. Después de Ucrania, ¿pueden Taiwán, Filipinas o incluso Japón o Australia estar seguros de que Estados Unidos los defenderá militarmente si hay un enfrentamiento con China?
Parte de la estrategia de China para contrarrestar a los Estados Unidos y la Unión Europea es a través de los BRICS, que actualmente representan el 25% del PIB mundial y el 42% de la población. En enero, van a agregar aún más países, lo que los llevará al 30% del PIB mundial y al 45% de la población. Incluso han propuesto que se utilice una moneda BRICS para el comercio transfronterizo entre estos países, lo que reduciría la dependencia del imperialismo gringo y las fluctuaciones del dólar. Esta es una seria amenaza al orden de posguerra y, según la revista Foreign Policy, “el momento de la desdolarización podría finalmente haber llegado.”
Por supuesto, todo esto se hace en nombre del “multilateralismo.” Personas como Lula de Brasil y Ramaphosa de Sudáfrica hacen muchos de los grandes anuncios. Y la India es ahora el país más poblado del mundo. Pero en última instancia, es China quien toma las decisiones.
Mientras la economía de China se desacelera y todo el mundo capitalista va inevitablemente hacia otra gran crisis, hay una lucha desesperada por mercados, esferas de influencia y materias primas. Y el mayor matón de la cuadra claramente tiene el mayor objetivo en sus espaldas.
El futuro socialista
Todo esto subraya el relativo declive del poder del imperialismo norteamericano. Y abre importantes posibilidades para la revolución socialista en América Latina—igual en Estados Unidos. ¿Cuántas veces nos han dicho que no podemos hacer una revolución en tal o cual país, porque los gringos enviarían marines, bombarderos o portaaviones? El equilibrio de fuerzas entre las clases no es el que era hace apenas unas décadas, tanto dentro de Estados Unidos como en latinoamérica.
Aunque el imperialismo puede medirse en dólares, tanques y aviones de combate, la ecuación es mucho más complicada en el mundo real. Si Estados Unidos fuera a invadir a un país de la región, no sólo tendría problemas en su patio trasero, sino en su propia casa. Porque además, de levantamientos en el país atacado, enfrentaría disturbios masivos en los propios Estados Unidos, y no sólo por parte de los millones de inmigrantes latinos. Basta mirar con qué rapidez el sentimiento se volvió contra el apoyo a Israel después del 7 de octubre.
No hace mucho, mucha gente descartaba a la clase trabajadora norteamericana. Créanme, no era tan divertido ser gringo cuando George W. Bush estaba en el cargo. Pero la experiencia de las últimas décadas no ha sido en vano y ha tenido un enorme efecto en la conciencia. La crisis mundial del capitalismo está empujando a todo el planeta hacia la revolución.
En Estados Unidos visto eventos increíbles como el movimiento Ocupa, la campaña de Bernie Sanders, el movimiento George Floyd y los millones de jóvenes que ahora consideran el comunismo como el “sistema económico ideal.”
Al comentar sobre América Latina a finales de los años 1930, Trotsky escribió:
“[Tarde o temprano] la pregunta se presentará de forma muy aguda:
“¿Quién es el amo en este continente? ¿Los imperialistas de Estados Unidos o las masas trabajadoras de todas las naciones de América? Esta cuestión, por su esencia misma, sólo puede resolverse mediante un conflicto abierto de fuerzas, es decir, mediante una revolución o, más exactamente, una serie de revoluciones.
“En esas luchas contra el imperialismo participará, por un lado, el proletariado americano en interés de su propia defensa; y por otro lado, los pueblos latinoamericanos, que luchan por su emancipación, y que precisamente por eso apoyarán la lucha del proletariado americano.”
Trotsky dejó claro que el “pueblo latinoamericano [no debería] esperar pasivamente la revolución en Estados Unidos o que los trabajadores norteamericanos se crucen de brazos hasta que llegue el momento de la victoria de los pueblos latinoamericanos.” Como bien lo expresó: “El que espera pasivamente no obtiene nada.”
“Hay que comprender la relación recíproca entre las dos corrientes principales de la lucha contemporánea contra el imperialismo. Fusionándonos en un momento determinado se puede asegurar un triunfo definitivo.”
Por supuesto, añadió, esto no significa “que todo el proletariado [norteamericano] aprenderá que en la liberación de los pueblos latinoamericanos reside su propia emancipación.”
“Tampoco todo el pueblo latinoamericano comprenderá que existe una comunidad de intereses entre ellos y la clase trabajadora estadounidense.”
“Pero el hecho mismo de que se desarrolle una lucha paralela significará que existe una alianza objetiva entre ellos; Quizás no sea una alianza formal, pero sí muy activa.”
“Cuanto antes comprenda la vanguardia proletaria en América del Norte, Central y del Sur la necesidad de una colaboración revolucionaria más estrecha en la lucha contra el enemigo común, más tangible y fructífera será esa alianza.
“Aclarar, ilustrar y organizar esa lucha es aquí una de las tareas más importantes de la Cuarta Internacional.
Como herederos de la Cuarta Internacional, esta tarea hoy recae en la CMI, y en particular, en sus secciones panamericanas. Compañeros y compañeras, la relación entre el imperialismo estadounidense y América Latina históricamente y hoy es un ejemplo clásico del imperialismo como lo explicó Lenin, y espero que hayan aprendido un poco sobre la historia de la Doctrina Monroe.
Pero aún más importante es la relación orgánica que comparten todos los trabajadores y pueblos oprimidos en este hemisferio: nuestras historias, luchas, triunfos y derrotas compartidos. Las economías y los pueblos de las Américas están profundamente entrelazados, al igual que nuestro futuro revolucionario. Al igual que los pájaros, los incendios forestales, o los miles de millones de dólares que fluyen libremente de un país a otro, las revoluciones no respetan fronteras.
Nada dura para siempre, ni siquiera el imperialismo yanqui. Si hacemos nuestro trabajo correctamente, lograremos en nuestras vidas construir una Federación Socialista de las Américas, como parte integral de una Federación Socialista Mundial. Y, por fin, la humanidad estará en el camino hacia un mundo sin imperialismo, clases, dinero ni estado.
Así que: ¡Viva la CMI y viva la lucha por el comunismo!