Al calor del auge del movimiento feminista y de las luchas contra la opresión de la mujer, sectores de la izquierda y del propio movimiento feminista han vuelto a rescatar la idea del “salario para el ama de casa” y a calificar el trabajo doméstico realizado por el ama de casa como un trabajo “no remunerado” que se ahorran los capitalistas ¿Cuál es la posición del marxismo sobre esto?
La destacada feminista Silvia Federici, una de las defensoras más entusiastas del salario para el ama de casa, defiende esta reivindicación de la siguiente manera:
Este salario sería un medio para conseguir la desnaturalización del trabajo de cuidados y una manera de sacar a la luz que es un trabajo propiamente dicho. El trabajo doméstico ha de considerarse como una actividad remunerada, ya que «contribuye a la producción de mano de obra y produce capital, posibilitando así que se dé cualquier otra forma de producción”.
Podemos sintetizar la tesis de este sector de la izquierda y del feminismo de la siguiente forma: En el hogar familiar se procrea, alimenta y educa a los hijos de los trabajadores que serán mañana obreros. Todo este “trabajo” le sale gratis a los capitalistas, quienes no aportan nada para disponer de obreros y obreras listos para ser explotados en sus empresas cuando estos ingresen al mercado de trabajo. Más aún, el “demiurgo” de este “trabajo reproductivo” (de reproducción de la fuerza de trabajo) es la mujer ama de casa, quien no percibe un céntimo por esto. Su “trabajo” queda así descualificado y descalificado por el capitalismo, quién sólo valora el trabajo del hombre fuera del hogar familiar. En conclusión: si el “hombre” percibe una remuneración por un trabajo considerado productivo, el “trabajo de reproducción” que es de vital importancia para tener obreros y obreras listos para trabajar, debe ser colocado al mismo nivel de importancia que el primero, y la mujer ama de casa debería recibir una remuneración acorde con esto, lo que le permitiría también tener una independencia dentro de la unidad familiar.
Los marxistas, cuando abordamos cuestiones de teoría y doctrina, debemos volver siempre a nuestros principios para establecer una posición correcta. La posición del marxismo sobre esta cuestión se fundamenta en dos aspectos. El primero, en el punto de vista científico, de acuerdo con la Ley del Valor-Trabajo formulada por Marx y más concretamente sobre la composición del valor de la fuerza de trabajo; esto es, del salario. En segundo lugar, en el punto de vista político, socialista, de acuerdo con el interés general de la clase obrera, y de la mujer trabajadora en particular, en su lucha por la emancipación social, la superación de la familia patriarcal, y el socialismo.
Analizaremos el trabajo doméstico que realiza la mujer ama de casa en base a ambos puntos de vista para sacar conclusiones sobre la justeza o no de reclamar su remuneración. Para simplificar nuestro análisis partiremos del caso más básico, el de una familia trabajadora donde la pareja masculina, el hombre, trabaja fuera de casa y la mujer ejerce la función de ama de casa en el hogar, todo su tiempo.
¿Qué es el salario?
Debemos empezar primero por definir qué es y cómo se determina el valor de la fuerza de trabajo; esto es, del salario. La fuerza de trabajo es el conjunto de capacidades físicas e intelectuales que permiten a un trabajador o trabajadora realizar una labor remunerada, a través de un salario, para una empresa, entidad o persona individual.
El valor de la fuerza de trabajo, el salario, se determina igual que cualquier otra mercancía: por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla; es decir, por la cantidad indispensable de los medios de vida necesarios, en las condiciones sociales dadas de cada época, que aseguren la reproducción del trabajador. Así, con su salario, el trabajador puede adquirir dichos medios de vida indispensables para estar en condiciones de trabajar diariamente: comida, vivienda, ropa, instrucción, transporte, etc.
La reproducción del trabajador, a través de su salario, tiene un doble aspecto: la reproducción de la fuerza de trabajo propiamente dicha del obrero para que desempeñe su labor diaria y, lo que es la clave del asunto que nos ocupa, para permitirle formar una familia que asegure la reproducción sexual de futuros trabajadores y trabajadoras para que así el modo de producción capitalista pueda seguir operando cuando la fuerza de trabajo desgastada abandone el proceso productivo.
Marx y Engels sobre el salario y el trabajo doméstico
Marx y Engels establecieron la definición precedente que hicimos del salario, en todas sus obras económicas. Así, según Marx:
¿Qué es, pues, el valor de la fuerza de trabajo? Al igual que el de toda otra mercancía, este valor se determina por la cantidad de trabajo necesaria para su producción. La fuerza de trabajo de un hombre existe, pura y exclusivamente, en su individualidad viva. Para poder desarrollarse y sostenerse, un hombre tiene que consumir una determinada cantidad de artículos de primera necesidad. Pero el hombre, al igual que la máquina, se desgasta y tiene que ser reemplazado por otro. Además de la cantidad de artículos de primera necesidad requeridos para su propio sustento, el hombre necesita otra cantidad para criar determinado número de hijos, llamados a reemplazarle a él en el mercado de trabajo y a perpetuar la raza obrera. Además, es preciso dedicar otra suma de valores al desarrollo de su fuerza de trabajo y a la adquisición de una cierta destreza. (K. Marx, Salario, Precio y Ganancia. 1865).
En la misma obra, Marx enfatiza:
Su límite mínimo [el del salario] está determinado por el elemento físico; es decir, que para poder mantenerse y reproducirse, para poder perpetuar su existencia física, la clase obrera tiene que obtener los artículos de primera necesidad absolutamente indispensables, en las condiciones sociales dadas, para vivir y multiplicarse. El valor de estos medios de sustento indispensables constituye, pues, el límite mínimo del valor del trabajo. (K. Marx. Salario, precio y ganancia. Las cursivas son mías)
Es importante cómo Marx destaca sin ambigüedades que el salario no sólo tiene como fin el sustento individual del obrero, sino el sostenimiento de su familia, lo que incluye el sostenimiento de la mujer-ama de casa y de los hijos. Como explica en El Capital:
“El valor de la fuerza de trabajo no estaba determinado por el tiempo de trabajo necesario para mantener al obrero adulto individual, sino por el necesario para mantener a la familia obrera.” (El Capital, Vol. 1. Cap XIII “Maquinaria y gran industria”, epígrafe 3. Cursivas en el original, Las negritas son mías).
Y de nuevo:
El poseedor de la fuerza de trabajo es un ser mortal. Por tanto, para que su presencia en el mercado sea continua, como lo requiere la transformación continua de dinero en capital es necesario que el vendedor de la fuerza de trabajo se perpetúe, “como se perpetúa todo ser viviente, por la procreación”. Por lo menos, habrán de reponerse por un número igual de fuerzas nuevas de trabajo las que retiran del mercado el desgaste y la muerte. La suma de los medios de vida necesarios para la producción de la fuerza de trabajo incluye, por tanto, los medios de vida de los sustitutos, es decir, de los hijos de los obreros, para que esta raza especial de poseedores de mercancías pueda perpetuarse en el mercado. (El Capital, Vol. 1. Cap. IV “La transformación del dinero en capital”, epígrafe 3, Compra y venta de la fuerza de trabajo).
Engels también es claro al respecto. En su conocida reseña sobre El Capital, explica:
¿Cuál es el valor de la fuerza de trabajo? El valor de toda mercancía se mide por el trabajo necesario para producirla. La fuerza de trabajo existe bajo la forma del obrero vivo, quien para vivir y mantener además a su familia que garantice la persistencia de la fuerza de trabajo aun después de su muerte, necesita una determinada cantidad de medios de vida. El tiempo de trabajo necesario para producir estos medios de vida representa, por tanto, el valor de la fuerza de trabajo. El capitalista se lo paga semanalmente al obrero y le compra con ello el uso de su trabajo durante una semana. Hasta aquí, esperamos que los señores economistas estarán, sobre poco más o menos, de acuerdo con nosotros, en lo que al valor de la fuerza de trabajo se refiere. (F. Engels, Reseña del primer tomo de El Capital de Carlos Marx para el Demokratisches Wochenblatt. Las cursivas son mías)
Es interesante la observación de Marx sobre los gastos de instrucción y educación del trabajador, que también se incluyen dentro del salario:
Para modificar la naturaleza humana general de manera que adquiera habilidad y destreza en un ramo laboral determinado, que se convierta en una fuerza de trabajo desarrollada y específica, se requiere determinada formación o educación, la que a su vez insume una suma mayor o menor de equivalentes de mercancías. Según que el carácter de la fuerza de trabajo sea más o menos mediato, serán mayores o menores los costos de su formación. Esos costos de aprendizaje, extremadamente bajos en el caso de la fuerza de trabajo corriente, entran pues en el monto de los valores gastados para la producción de ésta. (El Capital, vol. 1. Cap. IV “La transformación del dinero en capital”, epígrafe 3, Compra y venta de la fuerza de trabajo).
La cuestión central es la siguiente. Como explican Marx y Engels, el salario de un obrero incluye el tiempo de trabajo necesario para sostener al trabajador en las condiciones sociales dadas para que pueda volver cada día a trabajar, y para la reproducción de la fuerza de trabajo: es decir, para tener una familia y dejar una descendencia. Es decir, el llamado “trabajo reproductivo”, como define al trabajo doméstico un sector del movimiento feminista, ya está remunerado pero dentro del salario percibido por el trabajador.
No hay una injusticia moral ni económica en la no remuneración directa al ama de casa por el trabajo que realiza dentro del hogar. Ese supuesto salario que debería corresponderle; esto es, los medios de vida necesarios para que ella viva, ya están incluidos en el salario o salarios del miembro o miembros de la unidad familiar que trabajan fuera de casa. Lo que tenemos no es una injusticia de explotación capitalista, sino una situación de opresión y esclavitud doméstica bajo el modo de producción capitalista, donde la mujer ama de casa está condenada a ejercer de sirvienta del marido y de sus hijos, y a depender completamente del primero para subsistir. Por eso las pretensiones de un sector del movimiento feminista, a favor del salario para las amas de casa, es una utopía imposible de realizarse, y reaccionaria como luego trataremos, sin base científico-económica.
¿Son los capitalistas personas obsequiosas?
Enfoquemos el asunto desde otro aspecto. Si la mujer ejecuta un trabajo productivo consistente en contribuir a la fabricación de trabajadores asalariados en las personas de sus hijos y de su marido (les prepara la comida, lava a los hijos, los cuida cuando enferman, los viste, limpia y mantiene el hogar, etc.) la mujer tendría que ser considerada una obrera que, como su marido, debería tener un precio-salario consistente en los medios de vida que le permitan vivir cada día. Pero, claro, ella no recibe una remuneración directa de ningún capitalista particular, y estaría entonces condenada a morir de inanición, pero no es el caso ¿De dónde vienen entonces los medios de vida que le permiten existir a la mujer ama de casa? ¿De dónde sale el dinero para pagar la parte de la educación y de los cuidados de salud de los hijos que deberían corresponderle a la madre, o de la vivienda que ocupa ella misma, si no recibe un céntimo como ama de casa? Por muchas vueltas que se le dé, la respuesta es muy clara: todos estos medios de vida necesarios para la mujer y para los hijos (alimentación, vivienda, ropa, educación, sanidad, electricidad, etc.) sólo pueden provenir –como es el caso– del salario de su marido. Ahora bien, si el salario del marido sólo incluyera los medios de vida para sostenerse él, no quedaría nada ni para su mujer ni para sus hijos ¿O es que los capitalistas son tan obsequiosos que pagan al obrero un salario del que pueden vivir (o malvivir) varias personas? Pero esto es, de hecho, lo que sucede.
Si los capitalistas atendieran el razonamiento de gente como Federici y otros, dirían: “Nos parece perfecto lo que proponéis. La mujer debe ser remunerada por su trabajo, y habida cuenta de que con el salario que pagamos a un trabajador puede vivir más de una persona, reduciremos el salario del trabajador a lo imprescindible para que él pueda arreglárselas como si viviera solo (para no violar la teoría del valor-trabajo de Marx que hemos incumplido desde hace dos siglos sin darnos cuenta, como nos dicen estos consejeros de izquierdas) y le daremos al ama de casa la parte que le corresponde para que pueda vivir por sí sola”.
Esto podría ser un gran triunfo para la causa feminista, conseguir el salario para el ama de casa; eso sí: a costa de reducir a la mitad el salario del esposo. Al final, nada habría cambiado: juntando ambos salarios sumarían el mismo viejo salario del marido. El capitalista no aportaría más que lo que aportaba antes, ni más ni menos ¿pero qué probaría eso?: que antes, el salario del marido incluía los medios de vida para sostener a su mujer y a sus hijos, que era lo que queríamos demostrar y que Marx y Engels ya habían explicado y demostrado hace siglo y medio.
La depreciación del salario familiar
Esta realidad sobre el carácter del salario y el sostenimiento familiar, se ve corroborada de muchas formas en el plano práctico cotidiano.
En un país de capitalismo atrasado como España, la incorporación masiva de la mujer al trabajo productivo tuvo lugar más tarde que en la Europa Occidental y Norteamérica. Por eso es muy común hoy que las personas mayores afirmen que hace 40 o 50 años una familia se sostenía con un solo salario [el del marido, añadimos nosotros], pero que ahora tienen que trabajar ambos cónyuges, y aun así casi no se llega a fin de mes ¿En qué afecta esto a la teoría de Marx sobre la composición del salario en la familia obrera? El cambio operado es el siguiente: la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo ha hecho que el capital tienda a reducir el salario medio general porque, en la medida que la mujer trabaja, ya no necesita aportarle al marido una cantidad “extra” para sostener a su mujer y al resto de la familia.
Esto ya fue explicado por adelantado por Marx, cuando explicaba el efecto del maquinismo en la familia obrera, no sólo con la incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa sino también la de los hijos que viven en el seno familiar:
“Al arrojar a todos los miembros de la familia obrera al mercado de trabajo, la maquinaria distribuye el valor de la fuerza de trabajo del hombre entre su familia entera. Desvaloriza, por ende, la fuerza de trabajo de aquél. Adquirir las cuatro fuerzas de trabajo en que, por ejemplo, se parcela una familia, tal vez cueste más que antaño cuando se adquiría solamente la fuerza de trabajo del jefe de familia; pero, en cambio, cuatro jornadas laborales remplazan a una, y el precio de las mismas se reduce en proporción al excedente del plustrabajo de los cuatro obreros con respecto al plustrabajo de uno. Para que viva una familia, ahora son cuatro personas las que tienen que suministrar al capital no sólo trabajo, sino también plustrabajo. De este modo, la maquinaria desde un primer momento amplía, además del material humano de explotación, o sea del campo de explotación propiamente dicho del capital, el grado de dicha explotación.” (El Capital, vol. 1. Cap XIII “Maquinaria y gran industria”, epígrafe 3. Cursivas en el original).
Es decir, el salario que permite sostener a una familia se deprecia individualmente conforme más miembros de la familia que viven dentro del hogar se incorporan al mercado de trabajo, lo que a la inversa confirma: que todo salario individual incluye la parte proporcional que permite sostener a la familia en su conjunto.
Por supuesto, como sucede en los demás aspectos de la economía capitalista (precios, tasa de ganancia, tasa de plusvalía, etc.) no se trata de que cada empresario particular ajusta el salario de sus trabajadores uno a uno, sopesando cada situación concreta, se trata del salario promedio establecido según las condiciones dadas en cada rama productiva y área geográfica con respecto al tipo de familia promedio establecida en dicha área geográfica y acorde al coste promedio de la cesta de la compra básica establecido en dicha área.
Abundando en las consecuencias para la familia obrera del trabajo de la mujer fuera de casa, Marx añade una nota al pie en el epígrafe del texto de El Capital, mencionado:
Como no es posible suprimir totalmente ciertas funciones de la familia, como por ejemplo las de cuidar a los niños, darles de mamar, etc., las madres de familia confiscadas por el capital tienen que contratar a quien las remplace en mayor o menor medida. Es necesario sustituir por mercancías terminadas los trabajos que exige el consumo familiar, como coser, remendar, etc. El gasto menor de trabajo doméstico se ve acompañado por un mayor gasto de dinero. Crecen, por consiguiente, los costos de producción de la familia obrera y contrapesan el mayor ingreso. A esto se suma, que se vuelven imposibles el ahorro y el uso adecuado en el consumo y la preparación de los medios de subsistencia.” (Nota al epígrafe 3 del Cap. XIII “Maquinaria y gran industria, El Capital, Vol. 1. Las cursivas van en el original)
Es decir, por mucho que aumente el salario familiar con la incorporación de la mujer al trabajo productivo, esto se ve contrarrestado por el incremento de los gastos de sostenimiento de la familia, ya sea por un mayor consumo de productos básicos que antes no eran necesarios (ropa, etc.) o por la necesidad de contratar trabajo asalariado para cuidar a los hijos, limpiar la casa, etc.
¿Son los hijos un “valor de cambio” producido por el ama de casa?
Un último aspecto a analizar es la caracterización que hacen los teóricos de este nuevo feminismo de que las mujeres amas de casa son obreras, cuya función es formar a sus hijos como mercancías “fuerza de trabajo”, como trabajadores asalariados, que portan un “valor de cambio”, un coste de producción, por el que ellas –como sabemos– no reciben remuneración alguna. Aunque esto ya fue respondido, en gran medida, en nuestro análisis precedente, merece la pena extendernos en esto para alcanzar nuevas conclusiones.
En su libro El trabajo reproductivo o doméstico, Isabel Larrañaga, Begoña Arregui, y Jesús Arpal afirman:
El eclipse del trabajo reproductivo frente al productivo parte de la diferenciación entre el valor de uso y el valor de cambio suscrito por la teoría económica, según la cual al trabajo destinado a cubrir las necesidades se le concede valor de uso, mientras que a los productos destinados al intercambio en el mercado se les reconoce un valor de cambio. La perspectiva mercantil, que concede valor únicamente a las mercancías susceptibles de aportar valor de cambio, despoja de relevancia social al trabajo reproductivo, relegándolo a lo doméstico, no cuantificable como beneficio económico. La óptica del capital ha asimilado trabajo con empleo y ha impuesto una visión sesgada y reducida de la actividad económica. (El trabajo reproductivo o doméstico, Isabel Larrañaga, Begoña Arregui y Jesús Arpal)
La misma confusión entre valor de uso y valor de cambio, así como la incomprensión del concepto de salario, la vemos en otro destacado militante de la causa del salario doméstico, Iñaki Gil de San Vicente:
“Si incorporásemos en el valor de la fuerza de trabajo remunerada el valor del trabajo invertido en el plano doméstico o reproductivo, el salario a percibir de las personas ubicada en la esfera productiva debería ser mucho mayor al salario percibido, sin embargo, esto no es así…. Al no existir un mecanismo de reconocimiento del trabajo reproductivo, el valor que éste genera es expropiado por el capitalista; así para el sistema capitalista es favorable mantener silenciado la labor reproductiva desarrollada mayoritariamente por la mujeres, ya que al visibilizarla o remunerarla la tasa de ganancia y de acumulación del capital caería. (Iñaki Gil de San Vicente Capitalismo y emancipación nacional y social de género (2000). Citado en https://generoyeconomia.wordpress.com/2010/03/17/trabajo-reproductivo-y-acumulacion-capitalista/)
Toda esta argumentación pretendidamente marxista, es equivocada de cabo a rabo. En primer lugar, una parte del argumento queda desmentido por el hecho de que la instrucción y la educación de los hijos –parte principalísima en su proceso de formación como futuros trabajadores asalariados– se desarrolla fuera del hogar: en la guardería, escuela, el instituto, la academia, el curso-taller, en la universidad, sin participación directa de la madre (ni del padre). Y en segundo lugar, ya vimos que el gasto para esto ya está remunerado en el salario del marido que lo gasta para estos fines vía impuestos o con aportaciones directas. De la misma manera, ya vimos que en el salario del marido se incluyen la manutención del hijo, de la madre y el resto de gastos de sostenimiento del hogar familiar.
El problema para Federici, Gil de San Vicente y los demás está en que deben explicarnos por qué si la madre (y el padre) han creado supuestamente la mercancía “trabajadores asalariados” con sus hijos, no reciben un céntimo del capitalista cuando éste compra dicha mercancía para emplearla en su empresa. ¿A quién le compra el capitalista esta mercancía? No a la madre ni al padre, sino a la propia mercancía “fuerza de trabajo” que aquél emplea; esto es, a los hijos mismos. Los hijos reciben un salario, su “valor de cambio”, por realizar una labor productiva en la empresa del capitalista, un salario que les pertenece única y exclusivamente a ellos. Con ese salario, los hijos adquieren los medios de vida que les permiten mantenerse día a día, lo que incluye contribuir con su parte proporcional al sostenimiento del hogar familiar; o bien se emancipan y abandonan dicho hogar para establecerse por su cuenta.
Esto nos lleva a una conclusión. Un objeto, cualquier valor de uso, se convierte en mercancía con un “valor de cambio”, no porque incorpore trabajo humano general en su proceso de su producción, sino cuando entra en el proceso de circulación del mercado para ser cambiado por dinero. Yo puedo fabricar un par de zapatos, pero si los destino a mi uso personal no son mercancía, sino simples valores de uso, objetos producidos por el trabajo humano destinados a satisfacer una utilidad concreta. Sólo cuando llevo esos zapatos al mercado para venderlos es cuando se convierten en mercancías con un valor de cambio, y puedo intercambiarlos por su valor monetario. Más aún, lo que caracteriza a la mercancía “fuerza de trabajo” es que su único poseedor es ella misma, no pertenece a otro, es una persona “libre”. Por tanto, el obrero y la obrera sólo son mercancías cuando entran al mercado de trabajo, no antes; y lo hacen como poseedores ellos mismos de su fuerza de trabajo que venden al capitalista durante un tiempo estipulado.
Así pues, la labor de la mujer ama de casa no es producir bienes para la venta en el mercado, ya se trate de sus hijos o de cualquier otra cosa. El llamado trabajo doméstico viene a satisfacer las necesidades del mantenimiento del hogar y de la vida familiar, ni más ni menos que como hacían los esclavos domésticos de la antigua Roma, con la diferencia de que la mujer en el capitalismo es, en términos jurídicos, una persona “libre”.
La mujer, como en la antigua economía doméstica campesina, produce valores de uso destinados al autoconsumo familiar. El cuidado de los hijos, en el seno familiar, entra en esa categoría de valores de uso, y no en la de mercancías. Evidentemente, cuando se transforman en mercancías incorporan un valor de cambio que es el resultado del coste socialmente necesario que ha costado producirlos. Pero el hecho de que, potencialmente, los hijos “puedan” entrar mañana al mercado de trabajo no les convierte aquí y ahora en “valores de cambio”, en mercancías. Las parejas no procrean con el objetivo declarado de proporcionar trabajadores para los capitalistas, sino movidas por razones elementales de afectividad humana. La procreación y la crianza de los hijos permanecen fuera del circuito de la economía capitalista. Sólo cuando los hijos deciden buscarse sus medios de vida por sí mismos, es cuando tienen la posibilidad de convertirse en mercancías “fuerza de trabajo” dispuestas a venderse diariamente a otro para poder vivir. Sólo entonces su fuerza de trabajo sería una mercancía con un valor de cambio, lista para alistarse a la esclavitud asalariada.
El razonamiento anterior no está en contradicción con el hecho de que los capitalistas, acuciados por la necesidad de renovar la fuerza de trabajo por el desgaste, envejecimiento o muerte de sus asalariados, están obligados a remunerar a los obreros con la cantidad de salario suficiente para que puedan procrear y cuidar hijos que mañana puedan sustituirlos en los centros de trabajo. El capitalista paga por eso, pero no adquiere ninguna garantía absoluta de que eso ocurra así: la pareja puede no tener hijos, estos pueden fallecer antes de la adultez, o simplemente pueden encontrar sus medios de vida fuera del trabajo asalariado. Pero el capitalista no tiene otra opción que hacerlo por una razón muy prosaica: en una sociedad como la nuestra donde el sistema de trabajo asalariado es el dominante, si una familia no puede alimentar a sus hijos, simplemente no tiene hijos y, por tanto, el sistema de trabajo asalariado estaría condenado a derrumbarse desde sus propios cimientos, por la inexistencia de seres humanos dispuestos a trabajar para otro por un salario. Sin obreros no hay producción capitalista.
¿Trabajo reproductivo o esclavitud doméstica?
Desde un punto de vista socialista, nuestro rechazo al salario y al trabajo doméstico de la mujer en general, no es menos firme que desde el punto de vista de la ciencia económica. Este asunto lo hemos abordado ya con cierta extensión en otro artículo, por lo que nos limitaremos a sintetizar los puntos básicos.
Ya hemos mostrado que la posición de la mujer ama de casa es muy similar a la de los esclavos domésticos de la antigua Roma. Son alimentados, vestidos y cuidados por sus amos. La mujer, así, queda atada con cadenas al salario del marido y a la voluntad suprema de éste. Es conocida al respecto la famosa frase de Marx: “la mujer es la esclava del esclavo”. Engels, en su obra clásica sobre el origen de la familia cita a Marx, cuando afirma:
«La familia moderna contiene en germen, no sólo la esclavitud (servitus), sino también la servidumbre, y desde el comienzo mismo guarda relación con las cargas en la agricultura. Encierra, in miniature, todos los antagonismos que se desarrollan más adelante en la sociedad y en su Estado». (Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado)
Ahora, exmarxistas como Silvia Federici tratan de empujar 150 años hacia atrás la ciencia social con respecto a la posición de la mujer en la sociedad, situando el papel de la mujer obrera ama de casa, sin estudios ni empleo, entre ollas, cazuelas, pañales, fregonas y telenovelas alienantes.
“La reivindicación del salario en el trabajo de cuidados puede ser muy liberadora para la mujer, puesto que implica que las mujeres comprendan que lo que hacen es un trabajo y no es algo natural, sino construido socialmente”. (Silvia Federici)
Lo que tenemos aquí es una teoría moralista (“¡¿Cómo que el trabajo del ama de casa en su hogar no es productivo?! ¡¿Por qué se valora económicamente sólo el trabajo del hombre?!”) pero carente de valor científico, como acabamos de explicar.
La remuneración del “trabajo reproductivo” del ama de casa en su hogar, esto es de la esclavitud doméstica, además de mantener invariable el nivel de vida de la familia obrera y por tanto el grado de emancipación de la mujer ama de casa, es algo que serviría para perpetuar a la mujer ama de casa como la burra de carga de todas las presiones de la sociedad sobre el hogar obrero, incluido el maltrato psicológico y, eventualmente, el maltrato físico. Implica mantenerla alejada de la vida social, encerrada entre las cuatro paredes de su casa, embrutecerla con un esfuerzo físico que deforma su cuerpo y embota su mente, haciéndola más manipulable para las ideas dominantes que favorece una actitud conservadora del ama de casa ante la militancia política y sindical del marido, los hijos, etc.
Esto lo tenía claro, incluso, la mayor parte del movimiento feminista en los años 60 y 70, que abominaba, para mérito suyo en aquel momento, de la esclavitud doméstica de la mujer, siguiendo en esto al marxismo. Particularmente en España, debido al carácter revolucionario y de clase que adquirió la lucha contra la dictadura franquista, cualquiera que en los años 70 hubiera defendido en una asamblea feminista o de izquierda el salario doméstico habría sido echado a patadas sin contemplaciones, y con todo merecimiento.
Lo lamentable es que, a día de hoy, se haya levantado una horda de “téoricas y teóricos” en el movimiento feminista y la izquierda, defendiendo la tesis de que el trabajo doméstico en su propio hogar es un trabajo liberador para la mujer que se ahorra el capitalismo y que debe ser remunerado, perpetuando la esclavitud doméstica disfrazada con un subsidio del Estado o del empresario.
El cambio de posición de algunas feministas que se autodenominan marxistas, respecto a los años 70, tiene una explicación. Aunque siguen reclamándose marxistas, ya que sin esta etiqueta perderían su glamour de anti-sistemas y ya no podrían vender tantos libros ni ser invitados a tantas conferencias, han abandonado cualquier pretensión de basarse en el marxismo y en toda perspectiva de transformación socialista de la sociedad. Así de lo que se trata para ellos es de aparecer “realistas” y “pragmáticos” para adaptarse al capitalismo.
Una prueba más de su adaptación al capitalismo lo prueban afirmaciones como las que siguen, en una entrevista de hace unos años, donde Silvia Federici declaraba:
“En los años 70, cuando hubo que tomar decisiones estratégicas, tanto en Estados Unidos como en Europa, el movimiento feminista abandonó por completo el terreno de la reproducción y se empeñó, casi exclusivamente, en el trabajo fuera de casa. El objetivo era conquistar la igualdad a través del terreno laboral. Pero los hombres estaban fastidiados en ese ámbito y lograr la igualdad para estar igual de fastidiadas y oprimidas que ellos no es una estrategia”.
¿Qué nos propone Federici? El trabajo del hogar es malo, pero el trabajo en una empresa también es malo, y además luego tenemos un “segundo turno” en casa con los hijos, la limpieza, etc. Así, como no vemos otra alternativa, mejor volver al hogar esclavizante, pero exijamos un salario a cambio.
Este es el maravilloso horizonte que destinan feministas radicales como Federici a millones de mujeres oprimidas, pobres y trabajadoras, un horizonte desde luego muy alejado, estamos seguros, del propio mundo en el que viven Federici y las demás feministas de esta tendencia.
Sí, el mundo del trabajo en el capitalismo es alienante y explotador, para el hombre y la mujer. Y es verdad, esta última está obligada a trabajar un “doble turno”, en su empresa y en su casa. Claro que trabajar fuera del hogar, en sí mismo no libera a la mujer, pero es la condición para poder emanciparse de su pareja. Lo que sí es una quimera es conseguir en el capitalismo un “salario doméstico”, más aún en el contexto actual de crisis económica y austeridad prolongada. Nuestra alternativa, como luego veremos, es vincular la demanda de socialización de las tareas del hogar con la lucha por el socialismo, única manera de solucionar de raíz la opresión de la mujer, y no conformarnos con migajas, con lo menos malo o con la agitación de reivindicaciones imposibles o francamente reaccionarias dentro del capitalismo.
El trabajo asalariado en las tareas domésticas
El trabajo asalariado en las tareas domésticas: cuidado de niños, ancianos e impedidos, limpieza de la vivienda, elaboración de comidas, etc., tiene un carácter completamente diferente al trabajo realizado por el ama de casa en su propio hogar. Sólo gente de pensamiento obtuso no podría ver la diferencia.
El carácter asalariado del trabajo “de cuidados”, para emplear el eufemismo cursi con que denomina la progresía liberal y de izquierda a las tareas domésticas y de atención a niños y ancianos, introduce un cambio social cualitativo en estas tareas. Sí, sigue siendo un trabajo agotador y duro, y está mal pagado. Pero, a diferencia del ama de casa común, la trabajadora de ese sector no tiene ningún interés personal en el trabajo que hace, le es ajeno. No existe el tipo de sumisión que condena al ama de casa a atender 24 horas “su hogar”, mientras que la trabajadora asalariada sólo lo hace 4, 6, u 8 horas y a cambio de un salario; sin salario no hay tarea. El solo hecho de salir de su casa cada día, enfrentarse por sí misma a la vida social que implica trasladarse a su puesto de trabajo, conversar y compartir experiencias con trabajadoras de su misma o diferente condición, o ser contratada por una empresa para esa labor y comprobar por tanto los intereses comunes de clase que la ligan a las demás trabajadoras de esa empresa, le ayuda a comprender la naturaleza de clase de la sociedad y cómo funciona. Poder afiliarse a un sindicato, poder reclamar ante la ley determinados derechos, entender la necesidad de la lucha política por sus intereses, etc., todo esto introduce en la psicología de la trabajadora asalariada “de cuidados” un nivel de conciencia y político, y de autoestima personal, que no es comparable en modo alguno con el que alcanza el ama de casa común encerrada en su hogar. La alienación que sufre la trabajadora asalariada es la misma que padece cualquier trabajador por cuenta ajena, sea metalúrgico, administrativo o jornalero: la de un obrero, y no la de un esclavo. Para el ama de casa, su hogar es su mundo; para la trabajadora doméstica su mundo es la calle, la vida social y la defensa de sus intereses como obrera, y de miles de personas como ella.
La asalarización de las tareas domésticas y de atención a la infancia y la vejez, prepara las condiciones para la futura emancipación de la mujer y de la familia de su esclavitud doméstica, a través de la socialización de las labores del hogar. Se trata, como se indicó antes, de sacar del hogar los trabajos asfixiantes que ahogan a las familias: lavar la ropa, hacer la comida, cuidar a los niños y ancianos. Además de guarderías bien equipadas en los barrios y en las mismas empresas, habría centros de ocio y juego para niños y adolescentes en cada barrio, bien atendidos bajo criterios saludables y culturizadores; las residencias de ancianos no serían los actuales lugares lúgubres, sucios, mal atendidos y caros; serían asimilables a hoteles de la máxima calidad, gratuitos o a coste mínimo con salas de salud adosadas plenamente equipadas.
Los trabajadores de este sector no soportarían largas jornadas agotadoras y físicamente extenuantes. Su jornada laboral sería de 4 o 5 horas, o menos, incorporarían los adelantos tecnológicos más avanzados en movilidad de personas para forzar al mínimo el esfuerzo físico requerido para manipular a los ancianos o enfermos impedidos. Toda la tecnología estaría orientada a reducir al mínimo la mano de obra en todas estas tareas, como en cualquier tarea penosa o que requiera de un gran esfuerzo físico.
Como lo expresa magníficamente Engels:
“La emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante. Esta condición sólo puede realizarse con la gran industria moderna, que no solamente permite el trabajo de la mujer en vasta escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a transformar el trabajo doméstico privado en una industria pública”. (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado)
Por una alternativa socialista a la esclavitud doméstica
Los marxistas defendemos la socialización de la crianza y la alimentación de niños, ancianos e impedidos, para que sea la sociedad en su conjunto quien asuma estas tareas y libere de las mismas a las familias trabajadoras, y especialmente a la mujer ama de casa. De hecho, el desarrollo capitalista ha obligado ya a la sociedad a socializar, aunque de manera parcial e insuficiente, algunos aspectos de la vida familiar y comunitaria, bien sea a través de sistemas públicos de gestión o concesionados a conglomerados privados. Tales son la educación, la atención sanitaria, el transporte, las telecomunicaciones, el alumbrado, la recogida y gestión de residuos, etc. De un tiempo a esta parte estamos viendo una tendencia similar en el cuidado de ancianos e impedidos, los llamados servicios de dependencia.
Ahora bien, en el capitalismo estos pasos hacia la socialización de tareas domésticas encuentra límites absolutos. Los capitalistas se resisten con uñas y dientes ceder a la sociedad más partes de la plusvalía que extraen a los trabajadores (la fuente de sus beneficios) y con las que financiar una socialización integral de las tareas domésticas y de alta calidad.
Así las cosas, ¿debe una mujer ama de casa recibir una remuneración para depender solamente de sí misma, de manera independiente? Por supuesto que sí; pero no por su condición de ama de casa, de la que debe liberarse. Nosotros exigimos que toda persona desempleada debe tener un puesto de trabajo fijo y digno, bien remunerado; y hasta en tanto no lo consiga debe recibir un subsidio de desempleo igual al Salario Mínimo Interprofesional. Nosotros, por tanto, exigimos que las amas de casa, como personas desempleadas, reciban ese subsidio y las animamos a que encuentren un trabajo que les permita proveerse de sus medios de vida por sí mismas, les instamos a que amplíen su mundo hacia la más amplia vida social que está fuera y no dentro del hogar familiar, y que se sumen a la lucha consciente de los demás obreros y obreras por un programa de transición hacia el socialismo que incluya demandas tales como: guarderías públicas gratuitas, comedores públicos gratuitos, lavanderías públicas gratuitas, ampliación del trabajo de “dependencia” a cargo de personal asalariado, que el Estado provea de comida y ropa básica a todo niño y adolescente de 0 a 18 años; en definitiva, se trata de hacer innecesario o reducir al mínimo las llamadas “tareas del hogar” a cargo de la hasta ahora mujer ama de casa y empujarla a salir fuera del hogar como persona económicamente independiente de su pareja.
Debemos explicar a la clase obrera, y a la mujer trabajadora en particular, que sólo bajo un sistema socialista que convierta en propiedad colectiva las palancas económicas fundamentales de la sociedad, gestionadas democráticamente por los trabajadores, podremos alcanzar tal socialización integral del trabajo doméstico.
Como explica Engels:
“En cuanto los medios de producción pasen a ser propiedad común, la familia individual dejará de ser la unidad económica de la sociedad. La economía doméstica se convertirá en un asunto social; el cuidado y la educación de los hijos, también.” (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado)
De esta manera, combinando los avances de una economía socialista planificada, el trabajo colectivo, la supresión del lucro en cualquier actividad humana, un verdadero amor al prójimo desprovisto de toda hipocresía religiosa y de cualquier interés personal, más la técnica y la ciencia más avanzada, la sociedad socialista haría desaparecer todo vestigio de esclavitud doméstica y de sumisión de la mujer al hombre, para que ésta alcance la verdadera estatura que le ha negado la sociedad de clases durante miles de años.