
Este año, el 8 de mayo se cumple el 80.º aniversario del «Día de la Victoria en Europa», en el que la Segunda Guerra Mundial en Europa llegó oficialmente a su fin.
Este acontecimiento histórico se conmemorará con todo tipo de celebraciones en muchos países. Sin embargo, en todos estos actos oficiales orquestados habrá una ausencia evidente: como de costumbre, Rusia no estará invitada.
El ejemplo más flagrante de esta maniobra cínica fue la reciente celebración de la liberación de Auschwitz. En su cobertura inicial, la BBC nos informó de que el famoso campo de exterminio nazi fue liberado por «fuerzas aliadas» anónimas. No se hizo referencia alguna a Rusia ni a la Unión Soviética.
La verdad es que la fuerza que liberó Auschwitz el 27 de enero de 1945 fue el Ejército Rojo soviético. Sin embargo, no se permitió la presencia de ningún representante ruso. Esto demuestra a cualquiera con dos dedos de frente que estas pomposas reuniones oficiales tienen mucho más que ver con la política actual que con los acontecimientos de hace 80 años.
Durante muchas décadas, hemos sido objeto de un aluvión de propaganda que sugiere que Hitler fue derrotado principalmente por los estadounidenses y los británicos. Las películas heroicas que muestran las supuestas hazañas de los aliados occidentales han sido el alimento básico de Hollywood desde 1945.
La verdad es que la participación de los estadounidenses y los británicos en la guerra en Europa solo comenzó realmente con los desembarcos del Día D en Normandía en el verano de 1944.
Antes de eso, la guerra en Europa se redujo a un conflicto titánico entre la URSS y la Alemania de Hitler, con las fuerzas productivas combinadas de Europa detrás. Y fue Rusia, o mejor dicho la Unión Soviética, la potencia más decisiva en esa lucha épica. Durante la mayor parte de la guerra, los estadounidenses y los británicos se mantuvieron como meros espectadores.
La URSS y la guerra
Ha habido muchos intentos de retratar a Stalin como un «gran líder de guerra». Eso es completamente falso. De hecho, las políticas de Stalin dejaron a la Unión Soviética a merced de Hitler, lo que casi llevó a la destrucción de la Unión Soviética en 1941.
Tras abandonar la política de internacionalismo revolucionario de Lenin, Stalin recurrió a una serie de maniobras con gobiernos extranjeros para evitar verse involucrado en una guerra.
Pero debemos tener en cuenta que las llamadas democracias occidentales estaban involucradas en maniobras, apaciguando constantemente a Hitler para animarlo a que se dirigiera al este y atacara la Unión Soviética.
Al darse cuenta de esto, Stalin contraatacó firmando un pacto de no agresión con la Alemania nazi: el pacto Hitler-Stalin. De hecho, se trataba de una medida defensiva por parte de Rusia, destinada a evitar el ataque alemán a la Unión Soviética.
En principio, una maniobra diplomática de este tipo podría estar justificada por motivos prácticos a corto plazo. Pero no proporcionó una defensa real a largo plazo para la Unión Soviética, como demostraron los acontecimientos posteriores.
Stalin depositó una confianza tan ciega en su «inteligente» maniobra con Hitler que ignoró numerosos informes de que los alemanes se estaban preparando para atacar. Como resultado, en el momento de la verdad, la URSS se encontró indefensa ante la agresión nazi.
Cuando los generales de Hitler expresaron su oposición a la invasión de Rusia, él respondió que, como resultado de las purgas de Stalin, el Ejército Rojo ya no tenía generales capaces.
Se jactó de que todo lo que se necesitaba era una buena patada y todo el edificio podrido se derrumbaría. En los primeros meses posteriores a la invasión alemana en el verano de 1941, esta predicción pareció justificarse.
Cuando Hitler invadió, Stalin se negó a creerlo. Temiendo una provocación, ordenó al ejército que no se resistiera. El resultado fue una catástrofe militar.
La Fuerza Aérea Soviética fue destruida en tierra. Millones de soldados del Ejército Rojo, incapaces de ofrecer una resistencia efectiva, fueron rodeados, capturados y enviados a campos de exterminio, donde la mayoría pereció.
Los líderes soviéticos estaban desorientados. Stalin inicialmente entró en pánico y se escondió. Sus acciones equivalieron a un fracaso abyecto y a una traición a la Unión Soviética, que se vio en peligro de muerte por sus políticas imprudentes.
La verdad es que la guerra la ganaron los obreros y campesinos soviéticos, no gracias al régimen de Stalin, sino a pesar de él.
La Unión Soviética se recupera
Pero Hitler había calculado mal. Cegado por sus éxitos fáciles en Occidente, Hitler subestimó seriamente el potencial militar de la URSS. A pesar de las políticas criminales de Stalin, la Unión Soviética fue capaz de recuperarse rápidamente y reconstruir su capacidad industrial y militar.
Los nazis, con todos los vastos recursos de Europa a su favor, intensificaron la producción, produciendo enormes cantidades de tanques, cañones de asalto y aviones. Pero en 1943 la URSS había logrado superar en producción y armamento a la poderosa Wehrmacht, movilizando el inmenso poder de la economía planificada.
El equipo y las armas producidas por la URSS eran de primera calidad y superiores a los utilizados por los alemanes, o los británicos y estadounidenses. Esto desmiente la afirmación tan repetida de que una economía nacionalizada planificada no es capaz de producir bienes de alta calidad.
Pero hubo otra razón para el asombroso éxito soviético en la guerra: el formidable espíritu de lucha del Ejército Rojo. La clase obrera soviética luchaba para defender lo que quedaba de las conquistas de la Revolución de Octubre.
A pesar de los monstruosos crímenes de Stalin y la burocracia, la economía planificada nacionalizada representaba una enorme conquista histórica. Comparado con la barbarie del fascismo, la esencia destilada del imperialismo y el capitalismo monopolista, estas eran cosas por las que valía la pena luchar y morir.
Los trabajadores de la URSS hicieron ambas cosas a la escala más espantosa. Por lo tanto, la extraordinaria valentía de la clase obrera soviética y su Ejército Rojo fue el elemento decisivo en la derrota de la Alemania nazi.
La razón por la que Occidente está tan ansioso por falsificar el registro histórico e ignorar el papel decisivo de la Unión Soviética es muy clara. La gloriosa victoria del Ejército Rojo es un testimonio de la colosal superioridad de una economía planificada nacionalizada que permitió a la URSS sobrevivir a los primeros desastres y reorganizar las fuerzas productivas más allá de los Urales.
Sobre la base de terribles sacrificios, demostraron sin lugar a dudas la viabilidad de las nuevas relaciones de propiedad establecidas por la Revolución de Octubre.
La existencia de una economía nacionalizada planificada dio a la URSS una enorme ventaja en la guerra.
Pero el pueblo de la Unión Soviética pagó un precio terrible por la guerra, con 27 millones de muertos y una destrucción total de las fuerzas productivas.
La exigencia de un segundo frente
Tras la invasión alemana, los soviéticos exigieron en repetidas ocasiones la apertura de un segundo frente contra Alemania. Pero Churchill no tenía prisa por complacerlos. La razón de esto no era tanto militar sino política.
Las políticas y tácticas de la clase dominante británica y estadounidense en la Segunda Guerra Mundial no estaban en absoluto dictadas por el amor a la democracia o el odio al fascismo, como la propaganda oficial quiere hacernos creer, sino por un puro interés de clase.
Cuando Hitler invadió la URSS en 1941, la clase dirigente británica se felicitaba a sí misma. Calculaban que la Unión Soviética sería derrotada rápidamente por Alemania. En el proceso, Alemania se debilitaría tanto que sería posible intervenir y matar dos pájaros de un tiro.
Pero los planes de los círculos gobernantes británicos y estadounidenses tenían fallos fundamentales. En lugar de ser derrotada por la Alemania nazi, la Unión Soviética contraatacó e infligió una derrota decisiva a los ejércitos de Hitler.
Los intereses del imperialismo británico y estadounidense eran diferentes, e incluso mutuamente antagónicos. Los conflictos entre Churchill y Roosevelt sobre la cuestión del Día D reflejaban esta tensión.
El imperialismo estadounidense no quería que Hitler triunfara porque eso habría creado un poderoso rival para EE. UU. en Europa. Por otro lado, al imperialismo estadounidense le interesaba debilitar a Gran Bretaña y su imperio, porque su objetivo era reemplazar a Gran Bretaña como potencia dirigente en el mundo después de la derrota de Alemania y Japón.
Washington, aunque formalmente era el aliado de Londres, tenía como objetivo utilizar la guerra para debilitar la posición de Gran Bretaña en el mundo y, en particular, para romper su dominio sobre la India y África.
Churchill quería limitar la guerra de los Aliados al Mediterráneo: en parte con la vista puesta en el Canal de Suez y la ruta a la India británica; y en parte porque estaba contemplando una invasión de los Balcanes para bloquear el avance del Ejército Rojo allí.
En otras palabras, sus cálculos se basaban exclusivamente en los intereses estratégicos del imperialismo británico y en la necesidad de defender el imperio británico. Además, Churchill aún no había abandonado del todo la esperanza de que Rusia y Alemania se agotaran mutuamente, creando un punto muerto en el Este.
Finalmente, los acontecimientos en el Este forzaron su mano.
La distracción italiana
Roosevelt presionaba para que se abriera el segundo frente en Francia. Pero Churchill insistía constantemente en que se retrasara. Esto provocó graves fricciones entre Londres y Washington.
En un momento en que el Ejército Rojo estaba enfrascado en una lucha mortal con la Wehrmacht en Kursk, los británicos y los estadounidenses desembarcaron en las playas de Sicilia.
La invasión de Italia fue en realidad una distracción del esfuerzo bélico principal. La mayor parte de los combates con la Alemania nazi continuaban en el Frente Oriental, donde el Ejército Rojo se enfrentaba a unas 200 divisiones alemanas. En cambio, en Sicilia, las fuerzas de Gran Bretaña y Estados Unidos se enfrentaban a solo dos divisiones alemanas.
En vano, Mussolini suplicó a Hitler que le enviara refuerzos. La atención de Hitler estaba centrada en el frente oriental. Pero el argumento de Churchill de que Italia iba a ser el «vientre blando de Europa» resultó ser falso.
Las torpes evasivas de los generales estadounidenses dieron tiempo a Hitler para reforzar el frente italiano, creando las condiciones para la sangrienta batalla de Montecassino.
Las operaciones en Italia se complicaron aún más por la desagradable noticia de que, tras el derrocamiento de Mussolini en 1943, el poderoso movimiento de resistencia liderado por los comunistas italianos estaba en condiciones de tomar el poder.
La respuesta de la Real Fuerza Aérea británica fue lanzar inmediatamente una feroz campaña de bombardeos contra las ciudades del norte de Italia, con el fin de evitar que los comunistas italianos tomaran el poder.
Los británicos y estadounidenses estaban preocupados de que los partisanos pudieran llegar al poder mucho antes de la llegada de las fuerzas aliadas. Su opinión era que era mejor dejar que los nazis combatieran contra los partisanos y así debilitar las fuerzas de la resistencia.
Así, mientras los aliados luchaban contra los alemanes en Italia, existía un acuerdo tácito y no declarado entre las dos partes para detener al enemigo de clase común, en este caso la clase obrera italiana.
Por lo tanto, incluso en el punto álgido de la guerra, la cuestión de clase (el miedo a la revolución) siguió pesando mucho en los cálculos de la clase dominante. Y esto se hizo aún más evidente tras el cese de las hostilidades.
Mientras tanto, los acontecimientos daban un giro dramático en el frente oriental.
Stalingrado y Kursk
Tras una feroz batalla, la resistencia alemana en Stalingrado se había derrumbado a finales de enero de 1943. Para furia de Hitler, que había ordenado al Sexto Ejército «luchar hasta la muerte», el general Paulus se rindió al Ejército Rojo.
Incluso Churchill, ese anticomunista rabioso, se vio obligado a admitir que el Ejército Rojo había «arrancado las entrañas del ejército alemán» en Stalingrado.
Pero detrás de estas palabras de elogio, los líderes británicos estaban atenazados por un miedo mortal, que se hacía más fuerte cada día, incluso cada hora.
Los alemanes perdieron un total de 500.000 hombres durante la campaña de Stalingrado, incluidos 91.000 prisioneros. Esta devastadora derrota fue seguida por un acontecimiento aún más decisivo en el verano de 1943: la batalla de Kursk, la mayor batalla de tanques de la historia, en la que participaron unos 10.900 tanques, 2.600.000 soldados y 5.000 aviones. Probablemente fue la más decisiva de toda la guerra.
Las victorias soviéticas en Stalingrado y Kursk abrieron el camino para el dramático avance del Ejército Rojo, que obligó a los británicos y estadounidenses a actuar.
La carrera por el Día D
A partir de finales de 1943, quedó claro para los estadounidenses que la URSS estaba ganando la guerra en el Frente Oriental y que, si no se hacía nada, el Ejército Rojo simplemente arrasaría Europa.
Churchill se vio obligado a ceder a regañadientes ante las insistentes demandas del presidente estadounidense. Aun así, la apertura del segundo frente se retrasó hasta la primavera de 1944.
Solo en el verano de 1944, cuando el Ejército Rojo avanzaba rápidamente hacia Berlín, lanzaron apresuradamente el segundo frente con la invasión de Normandía. Si no lo hubieran hecho, se habrían encontrado con el Ejército Rojo en las costas del Canal de la Mancha.
Los imperialistas estaban tan preocupados que elaboraron un nuevo plan, la Operación Rankin, que implicaba un aterrizaje de emergencia en Alemania en caso de que colapsara o se rindiera. Estaban decididos a llegar a Berlín antes que el Ejército Rojo.
«Deberíamos llegar hasta Berlín», dijo Roosevelt a sus jefes de Estado Mayor. «Los soviéticos podrían entonces tomar el territorio al este de la misma. Estados Unidos debería tener Berlín».
Pero las cosas resultaron de otra manera. Los ejércitos británico y estadounidense llegaron hasta las fronteras de Alemania, pero allí se detuvieron. Por otro lado, el avance del Ejército Rojo fue el más espectacular de toda la historia de la guerra.
El Ejército Rojo se acercó a Berlín el 25 de abril de 1945.
La guerra termina
Casi hasta el final, Hitler siguió dando órdenes a tropas inexistentes y moviendo aviones y divisiones imaginarios. Pero el ocaso de los dioses había llegado. Se suicidó el 30 de abril. Su cuerpo fue empapado en gasolina y quemado.
Mientras su cadáver ardía en llamas, se oyó el sonido de los cañones rusos en el corazón de Berlín. El 2 de mayo, la bandera soviética fue izada sobre el Reichstag. Al día siguiente, las fuerzas soviéticas tenían el control total de la capital alemana. Cinco días después, Alemania se rindió.
Churchill escribió al gobierno soviético que los logros del Ejército Rojo merecían un «aplauso sin reservas», y que las generaciones futuras reconocerían su deuda con ellos «tan incondicionalmente como lo hacemos nosotros, que hemos vivido para presenciar estos orgullosos logros».
Pero estas palabras apestaban a hipocresía. En realidad, Churchill no estaba nada contento con la victoria soviética. Inmediatamente comenzó a hacer planes para preparar una nueva guerra: la llamada Guerra Fría contra la Unión Soviética.
No se suele tener en cuenta que la derrota de Japón se produjo en realidad por el golpe demoledor que la Unión Soviética asestó a su ejército en Manchuria. Tras derrotar al ejército japonés en un ataque relámpago, el Ejército Rojo arrasó rápidamente Manchuria, dirigiéndose directamente a Japón.
El 6 de agosto de 1945 se lanzó una bomba atómica por primera vez en la historia, sobre el centro de Hiroshima, seguida tres días después por otra sobre Nagasaki, matando a 246.000 personas. Esta acción no estaba dirigida realmente contra Japón, que ya estaba de rodillas y suplicando la paz. Se pretendía advertir a la Unión Soviética de que no siguiera adelante. Si los estadounidenses no lo hubieran hecho, nada habría impedido que el Ejército Rojo ocupara el propio Japón.
Esta fue la primera indicación clara del conflicto entre el imperialismo estadounidense y la URSS, que dominó el mundo durante décadas después de 1945. Se estaban sembrando las semillas de la Guerra Fría.
Nuevo orden mundial
Poco antes de morir, Trotsky expresó la opinión de que era poco probable que, bajo el régimen estalinista, la Unión Soviética pudiera sobrevivir a la guerra. Pero como explicó Napoleón, la guerra es la más compleja de todas las ecuaciones.
El pronóstico de Trotsky fue desmentido por la historia. Pero ni siquiera el mayor genio podría haber previsto la peculiar evolución de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, las perspectivas de Stalin, Hitler, Roosevelt y Churchill resultaron ser radicalmente falsas, con resultados catastróficos.
La espectacular victoria de la URSS en la guerra transformó por completo la situación. Condujo a un fortalecimiento del régimen estalinista durante todo un período.
Mientras tanto, una ola revolucionaria arrasaba el resto de Europa. Fue la traición de los estalinistas y reformistas lo que impidió que la clase trabajadora tomara el poder en una serie de países. Esto sentó las condiciones políticas para la recuperación del capitalismo después de la guerra.
Pero el elemento decisivo fue el hecho de que el imperialismo estadounidense se vio obligado a intervenir para apuntalar el capitalismo en Europa y Japón. Aterrorizados por el espectro del comunismo, los imperialistas estadounidenses se vieron obligados a respaldar el sistema capitalista.
Estados Unidos nunca sufrió el tipo de bombardeos que devastaron las economías de Europa y Japón. Al final de la guerra, dos tercios del oro del mundo estaban en Fort Knox. El dólar era literalmente tan bueno como el oro.
Esta fortaleza económica permitió a los estadounidenses proporcionar una enorme ayuda económica a Europa en forma del Plan Marshall, que proporcionó las condiciones materiales para un repunte económico y el restablecimiento del equilibrio social y político.
En estas circunstancias, el mundo entero estaría dominado por dos gigantes: el imperialismo estadounidense y la poderosa Unión Soviética estalinista. Esto se conoció como la Guerra Fría, y duró décadas. Esta edición de América Socialista – en defensa del marxismo aborda estos acontecimientos desde varios ángulos diferentes.
Ahora la gran rueda de la historia ha girado una vez más. El poder del imperialismo estadounidense se ve desafiado por una Rusia resurgente, que se ha recuperado del colapso económico que sufrió tras la restauración del capitalismo en la década de 1990, y por la poderosa economía industrializada del imperialismo chino en ascenso.
El viejo equilibrio inestable ha sido destruido. Están surgiendo rápidamente nuevas contradicciones. Ha comenzado un nuevo y tormentoso período en la historia. Habrá muchas derrotas y reveses, pero en medio de la tormenta surgirán las condiciones para una intensificación de la lucha de clases. Tarde o temprano, en un país u otro, la revolución socialista estará en el orden del día.