En la historia de México el cardenismo es reconocido como la época fundamental en la instauración de un sistema político que permaneció intacto los siguientes sesenta años.
Para la burguesía fue una época en donde los gritos histéricos sobre el carácter comunista de la política de Lázaro Cárdenas se mezclaban con amenazas de boicot económico y una abierta simpatía por el fascismo.
Para los trabajadores fue una época de luchas y esperanza. Como se verá en las siguientes líneas, el desarrollo de la lucha de clases en la primera mitad de los años treinta del siglo pasado apuntaba a una ruptura con el capitalismo. Las masas tenían confianza en sí mismas y en sus organizaciones, incluido el partido comunista, que crecían de forma vertiginosa.
Etapa previa
La razón del crecimiento de la inestabilidad se encontraba en el compromiso que había asumido tanto Plutarco Elías Calles como Álvaro Obregón para dejar sin efectos los elementos sociales más importantes de la Constitución de 1917. Por ejemplo, los latifundios seguían siendo la principal forma de propiedad de la tierra. Desde el gobierno de Carranza hasta el de Abelardo Rodríguez a finales de 1934, el total de tierra repartida fue de aproximadamente 7 millones de hectáreas, es decir, durante 17 años no se había repartido ni el 20% de la tierra en manos de latifundios. Otro aspecto fue el caso de las compañías extranjeras que explotaban la industria, las materias primas y los recursos naturales como el petróleo. Los pactos para declarar la no retroactividad en las propiedades extranjeras, especialmente norteamericanas, eran la condición para que se le concediera al gobierno el reconocimiento internacional y esa condición era cumplida cabalmente por los gobiernos tanto de Obregón como de Calles. No señalamos a los individuos que ocuparon la presidencia durante la hegemonía de dichos caudillos porque en términos reales, sólo eran operadores políticos de Calles.
Las masas trabajadoras del campo y la ciudad se habían levantado en armas en contra de un régimen que mantenía muchas semejanzas en el terreno económico con el posrevolucionario. Al no ser cubierta la mayoría de sus necesidades, había amplias posibilidades para que los estallidos sociales se convirtieran en rebeliones abiertas contra el régimen. Por esta razón, el Partido Comunista Mexicano (PCM) había tenido importantes avances en todos los terrenos y, pese a ser una organización relativamente pequeña, contaba ya con importantes posiciones tanto en el terreno sindical con la Confederación Sindical Unitaria de México, como en el campo con las Ligas Campesinas. Los jóvenes comunistas, pese a tener una política ultraizquierdista, derivada de la política del tercer periodo estalinista (todo era reaccionario menos ellos), dirigían huelgas y tomas de tierras y eran ya el principal objetivo de las detenciones políticas.
Las huelgas se intensificaban; en 1933 estallaron 13 huelgas mientras que en 1934 fueron 202, esto sucedía mientras que los comunistas se posicionaban y las centrales oficiales como la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) y la Confederación General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM) no lograban recuperar el control del movimiento que habían tenido años atrás.
En este escenario se gestó una pugna dentro de la “familia revolucionaria”, por un lado el callismo que representaba la alianza de la burguesía nacional con la dupla oligarquía-imperialismo y por el otro los sectores de izquierda del constitucionalismo como Cárdenas y Francisco J. Mújica, más proclives a buscar la estabilidad del régimen basándose en controlar al movimiento social que a enfrentarlo, como lo estaba haciendo Calles cuando expidió una Ley Federal del Trabajo de corte semi-fascista en 1930.
El desgaste de Calles se manifestó en la llegada de Cárdenas a la presidencia. Este último, si bien había sido funcionario del gobierno durante el callismo, nunca rompió nexos con la izquierda constitucionalista y podía ser considerado como un elemento neutral, que le sirviera al jefe máximo como intermediario con el ala izquierda del Partido Nacional Revolucionario.
Al inicio del mandato de Cárdenas la continuación de las políticas de Calles no hizo sino empeorar las cosas. El 12 de diciembre de 1934 los trabajadores de Tampico estallan una huelga general que rápidamente se extiende por 11 estados, incluyendo a muchos sindicatos importantes del Distrito Federal. Para 1935, las huelgas estalladas fueron 642 con casi 150 mil obreros en lucha.
La batalla por la dirección obrera
En este marco las centrales obreras oficiales estaban paralizadas, mientras que los comunistas y los burócratas contrarios a Calles formaron el día 6 de junio un frente único llamado Comité Nacional de Defensa Proletaria (CNDP), que en la práctica dejaba como cascarón vacío a la CROM oficialista y amenazaba con la posibilidad de la constitución de una nueva central obrera con gran influencia comunista.
Cárdenas y su corriente no tenían opción, o se hundían en el barco en el que Calles estaba empecinado a quedarse, o rompían con él para sobrevivir. Sólo apoyándose en el movimiento de masas podían lograrlo. Cárdenas tomó la decisión de deshacerse de todos los funcionarios callistas, cuestión que fue asumida como un triunfo en el seno del movimiento obrero.
Por supuesto, la pérdida de hegemonía del gobierno sobre el movimiento obrero significaba un triunfo histórico para las masas y un severo golpe a la burguesía, la cual no tenía más alternativa que ver con impotencia cómo la clase obrera estaba tomando un protagonismo inusitado. El gobierno cardenista por su parte, estaba decidido a establecer un control sobre dicho movimiento y para ello se veía obligado a apoyarlo, aun a pesar de afectar los intereses inmediatos de la burguesía.
Fidel Velázquez y sus socios, conocidos como los “5 lobitos” eran un grupo de burócratas oficialistas que provenían de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) la cual habían dividido por órdenes de Calles a finales de los años treinta, ante el crecimiento del Comité Nacional de Defensa Proletario impulsado por los comunistas. Éstos, junto con Vicente Lombardo Toledano, decidieron sumarse a la iniciativa comunista junto con la Confederación General Obrera Campesina de México (CGOCM).
Lombardo por su parte era un abogado laboralista que de manera oportunista cortejaba las centrales sindicales empleando un prestigio intelectual bastante cuestionable. Para esos años estaba convertido en todo un “amigo de la URSS” y al mismo tiempo se ofrecía ante el estado como la única alternativa para frenar a los comunistas.
Al mismo tiempo, el Partido Comunista, que tenía la mayor autoridad moral del movimiento obrero, se veía bajo fuertes presiones. La internacional estalinista, en su etapa frentepopulista, le había ordenado llegar a acuerdos con la burguesía mexicana. Pese a ello, sus militantes formados en la lucha contra Calles, tenían muchas dificultades en adoptar la política de sumisión que los obligaba a dejar posiciones legítimamente ganadas y estratégicas para el desarrollo independiente de la clase obrera. No obstante, ya desde noviembre de 1935, el Comité Central del PCM había iniciado un profundo giro en su política.
El día 26 de febrero de 1936, se funda la Confederación de Trabajadores de México (CTM), como una organización emanada de la lucha contra los patrones y los sectores más reaccionarios del gobierno, su declaración programática afirmaba:
- La finalidad de la clase obrera sería el establecimiento del régimen socialista.
- Se trataría a toda costa de conservar la independencia del movimiento proletario.
- Se combatirían las teorías reformistas de la colaboración de clases.
- El proletariado mexicano reconoce el carácter internacional del movimiento obrero y campesino y la lucha por el socialismo.
- Su lema fue “Por una sociedad sin clases”.
La mayoría de los delegados asistentes no sólo consintieron en adoptar un programa radical, también estuvieron de acuerdo en colocar a los militantes comunistas en las posiciones claves de la nueva central. De este modo, la aplastante mayoría de los delegados eligieron al comunista Miguel Ángel Velasco para la cartera de Organización, en contra del candidato oficialista Fidel Velázquez.
La histeria cundió en Vicente Lombardo Toledano y sus socios, que amenazaron con romper la unidad y finalmente los comunistas, obligados incluso por sus dirigentes, aceptaron, cediendo el puesto a Fidel Velázquez.
El movimiento comunista, gracias al ambiente general de radicalización de las masas, estaba en franco avance. En un informe del 25 de enero de 1937 en el VI congreso nacional se señalaba: “no somos ya los 500 conspiradores de 1930 relegados en 5 o 6 regiones del país; sino un partido político nacional, con organización en todos los estados y territorios de la república y con más de 10 mil miembros, en buena parte ligados a las masas, organizando y dirigiendo sus luchas”. Sólo en los últimos tres meses de 1936, el PCM había reclutado a 700 nuevos militantes en el Distrito Federal.
También tenemos que decir que este crecimiento tan rápido se debió, entre otros factores, a la legalización del partido y el giro que el PCM dio en su política, de tener un planteamiento totalmente sectario del tercer periodo, el cual les hacia caracterizar al gobierno de Cárdenas como un gobierno burgués semi-fascista, giraron, bajo lineamientos internacionales, a la postura del frente popular, el cual signaba la alianza del partido con la burguesía “progresista” nacional. Así el PCM dio un giro de 180 grados y paso del sectarismo al oportunismo, esto implicó que en muchas ocasiones se desvaneciera el programa comunista bajo la bandera de la burguesía radicalizada. El PCM amarró las manos a los obreros para no luchar por su independencia política, subordinándolos a las promesas de la burguesía nacional.
La verdadera posición de Cárdenas
Cárdenas, pese a sus discursos a favor de la independencia de los trabajadores, siempre tuvo como prioridad el establecer un control gubernamental del movimiento campesino. Para ello combinó una política agresiva de reparto de tierras con un activismo interno para consolidar el control de la Central Campesina de México y al mismo tiempo absorber a todos los grupos campesinos posibles. Por todo esto, a partir del 9 de junio de 1935, estableció en el seno del Partido Nacional Revolucionario la directiva de fusionar todas las organizaciones campesinas locales en Ligas de Comunidades Agrarias con las que 3 años después se conformaría, en el seno del Partido de la Revolución Mexicana (el nombre que Cárdenas le dio al partido oficial), la Confederación Nacional Campesina (CNC).
La desconfianza de Cárdenas respecto a lo que pudiera suceder en la CTM, en donde la purga contra los comunistas era aún un tema pendiente, hizo que la orden estricta del nuevo gobierno hacia las organizaciones campesinas fuera la de no establecer vínculos orgánicos con la CTM.
Las organizaciones campesinas no tuvieron inconveniente, a pesar de que era una política de los comunistas integrar a las organizaciones de jornaleros a las centrales obreras, como sucedía en La Laguna, Veracruz, Michoacán y otras regiones. En este caso, el gobierno siempre tuvo la hegemonía y se consolidó con el reparto de casi 18 millones de hectáreas durante todo el sexenio. En la mayoría de los casos, los repartos estaban precedidos por invasiones de tierras y el gobierno se limitaba a apoyar a los movimientos campesinos y a legitimar actos consumados. La movilización campesina fue en el fondo la principal base de apoyo del cardenismo y constituía una reserva importante frente a lo que pudiera suceder con el aún incontrolable movimiento obrero. Las masas obreras en franca ofensiva, continuaban con movilizaciones y huelgas en todo el país.
La política de Cárdenas claramente se vio expresada en un discurso el 9 de febrero de 1936 en Monterrey en el cual declara: “Sé muy bien en qué condiciones explota la ira popular. Recomiendo a los empresarios, como clase, cumplir por la propia voluntad la ley, no interviniendo más en la organización de los sindicatos y satisfaciendo las demandas de los obreros en los límites de la capacidad económica de las empresas, ya que la opresión, la tiranía industrial, la insatisfacción de las exigencias, constituyen un material flamable… que en un momento puede provocar ese descontento que tanto temen”.
En realidad Cárdenas planteaba las cosas de manera muy simple; hay que ceder hoy porque esa será la única forma de evitar que las cosas estallen y salgan totalmente del control. Ya antes había señalado que los empresarios que estuvieran cansados podían entregar sus empresas al gobierno o a los trabajadores, pero ello de ninguna manera significaba una ruptura con la burguesía, todo lo contrario, era una forma de descargarle un peso demasiado grande para sus exiguas fuerzas.
Por esta razón, Cárdenas decidió dar su apoyo a los movimientos huelguísticos, entre los cuales destacó la lucha del Sindicato Mexicano de Electricistas que estalló en huelga el día 16 de julio de 1936. La reacción de las masas, ello incluye a la CTM, fue de apoyo masivo y se tradujo en movilizaciones exigiendo la expropiación. La advertencia de Cárdenas a los empresarios se corroboró con la radicalización de las masas frente a la intransigencia de los empresarios de la industria eléctrica. Como es común en este tipo de movimientos, la burguesía hizo frente común lanzando una frenética campaña de desprestigio, pero cada acción sólo lograba poner en evidencia ante las masas lo justo del movimiento y los negocios que los burgueses hacían con las necesidades del pueblo. Así, el 25 de julio los electricistas logran una victoria total en cuanto a sus demandas, pero en el seno de los trabajadores la idea de la expropiación pasa de ser una simple consigna a una demanda inmediata.
De forma paralela a la movilización obrera, se urdía un plan para separar a los dirigentes comunistas de la CTM la cual, como hemos señalado, lejos de resolverle los problemas al Estado le planteaba retos ya que cada huelga o movilización importante se convertía, gracias a la CTM, en una movilización de todo el pueblo trabajador, lo que ponía a la burguesía en una situación de extrema debilidad.
Por tal razón, Vicente Lombardo Toledano junto con Fidel Velázquez y sus socios, maniobraban para tratar de limitar a los cuadros más radicales e impulsar a los oficialistas. De hecho, los representantes comunistas de los comités locales electos por sus bases son rechazados por otros que, pese a haber sido derrotados, eran proclives a Lombardo y Velázquez.
El frente popular y la debacle comunista
No obstante, el PCM ya estaba sumido en la política suicida del frente popular; éste era el nombre que se le había dado a coaliciones electorales y de gobierno, conformadas por organizaciones de masas, la mayoría comunista y socialista, cediendo su dirección a dirigentes burgueses o reformistas. En el frente popular las organizaciones obreras ponían a las masas y a los muertos si había enfrentamientos con los fascistas, mientras que los reformistas y burgueses ponían los parlamentarios y gobernantes, así como el programa.
El frente popular, que era en sí mismo una traición a las aspiraciones revolucionarias de las masas, era posible porque la burguesía europea, en crisis e incapaz de controlar ningún movimiento de masas, aceptaba a los socialistas y comunistas bajo la garantía de que así se impedía la revolución; mientras tanto en México no había nada que llevar a los burgueses a buscar un frente popular con los comunistas.
La directiva de formar un frente popular en México llevó a los comunistas a buscarlo en el seno del PNR. Para la burguesía mexicana, los comunistas eran un problema real, y no estaban dispuestos a llegar a ningún tipo de colaboración que no fuera la desaparición del comunismo mismo. Por tal motivo el PNR cortó toda posibilidad de postular candidatos comunistas en su seno.
Cárdenas se opuso abiertamente a que más organizaciones dirigidas por comunistas se integraran a la CTM. En esta tónica, Velázquez desconoce a la Federación de Maestros. Para abril de 1937 los dirigentes comunistas en el Comité Ejecutivo de la CTM hacen público su rechazo a la purga anticomunista dirigida por Lombardo y Velázquez. La dirección del SME los apoya y se desata una feroz lucha interna. Nuevamente la mayoría de las organizaciones integrantes de la CTM toman partido a favor de los dirigentes comunistas Velasco y Morales que abandonan el IV Consejo. En la polémica entra el dirigente del PC norteamericano Earl Browder quien en público y en privado, a nombre de la Internacional Comunista, exige la total capitulación ante la dirección oficial de la CTM de los militantes comunistas. Para junio logra su objetivo, en una declaración del Comité Central, el PC señala: “la unificación deja de ser una necesidad revolucionaria para convertirse en una necesidad imprescindible”.
Para agosto la debacle se desata. Las organizaciones sindicales que habían actuado contra la dirección oficialista de la CTM se reintegran humilladas. Los comunistas se autoexcluyen de los puestos de dirección y se disuelve el fantasmagórico Frente Popular Mexicano. Toda la fuerza moral con la que contaban desapareció como si nunca hubiera existido. Tan sólo el SME se niega a reintegrarse a la CTM. Los resultados son catastróficos. Paulatinamente la purga se extiende a todos los mandos de la central casi con el beneplácito de los comunistas, que todo lo justifican en aras de evitar el peligro fascista–¡una verdadera locura!–. Un ejemplo de la caída se puede observar en el periódico del PCM, El Machete, el cual en 1937, antes de la capitulación, tiraba 50 mil ejemplares, para enero de 1938 se había reducido a 38 mil y para septiembre el periódico emblema de los mejores tiempos del comunismo mexicano deja de existir. A partir de entonces el PCM quedó marginado para siempre de la dirección del movimiento obrero organizado, dejando todo en manos de los burócratas oficialistas aliados a Cárdenas.
Las expropiaciones
La debacle del PC sobrevino como mandada del cielo para Cárdenas, ya que, aunque el movimiento obrero continuaba en pujanza, el gobierno podía tomar medidas con mayor seguridad, sabedor de que la Central Obrera más importante estaba bajo su control y que cualquier proceso de lucha podía ser limitado a escenarios políticamente manejables.
En este ambiente se decretó la expropiación de los ferrocarriles el 23 de julio de 1937, 5 días después de que estallara una imponente huelga general de 1 hora en apoyo a los ferrocarrileros, que ya desde 1933 habían formado un sindicato nacional y tendían una notable y valerosa organización. Cárdenas cedió la administración de la empresa expropiada a los trabajadores, pero más que una concesión era una maniobra; la empresa estaba en bancarrota y difícilmente podría por sí misma sobrevivir. Al final, éste fue el pretexto para hacer de los Ferrocarriles Nacionales una empresa descentralizada y contener momentáneamente las luchas sindicales en Ferrocarriles, que no se podían hacer contra sus propios representantes.
También el conflicto en el terreno petrolero pudo ser asumido por parte de Cárdenas con cierta tranquilidad. Desde el 20 de julio de 1936, los petroleros contaban con un Sindicato Nacional; éste, a diferencia de otros movimientos como el electricista, no tenía antecedentes históricos de lucha independiente y estaba, en cierta forma, creado bajo los auspicios del gobierno.
El movimiento era muy radical en cuanto a sus demandas económicas, pero políticamente estaba bajo la influencia del cardenismo, de tal modo que constituía en el fondo un conflicto entre el gobierno y las empresas extranjeras. Una industria petrolera bajo el control del Estado era clave en el marco de las crecientes necesidades energéticas de desarrollo de la industria y de la burguesía nacional.
La primera huelga importante de los trabajadores petroleros estalló el 28 de mayo de 1937. Para el 9 de junio, bajo la asesoría de Lombardo Toledano, se acuerda levantar la huelga. El sindicato acepta la colaboración del gobierno para entablar una especie de debate público con las empresas al respecto de la justeza o no de las demandas. Se forma una comisión gubernamental presidida por los principales secretarios del área económica de Cárdenas, que concluye que la industria petrolera obtiene enormes ganancias; de hecho los beneficios anuales de los últimos tres años representaban casi el 600% de la inversión. De esta forma, bajo los auspicios del gobierno, se vuelve a demandar a la empresa y consecuentemente la junta federal de conciliación y arbitraje resuelve a favor del sindicato.
En realidad la idea del gobierno cardenista era de establecer un control sobre la producción de las empresas extranjeras, pero éstas, conscientes de los enormes beneficios que implicaba esa industria, sobre todo de cara al advenimiento de la segunda guerra mundial, no estaban dispuestas a ceder y, de hecho, públicamente despreciaron los ofrecimientos del gobierno para llegar a un acuerdo. De no haber procedido a la expropiación, el gobierno cardenista hubiera quedado muerto políticamente; los trabajadores hubieran tomado la claudicación como una traición y todo el trabajo de consolidación del Estado durante el sexenio se habría venido abajo. Tal como pensaba Cárdenas, las masas no se levantan sino tienen pretexto y él no se los iba a dar. De tal modo que, el 18 de marzo de 1938, procedió a la expropiación de toda la industria petrolera.
Ése fue el momento cumbre de la política cardenista. La ardua tarea de asimilar al movimiento de masas a organizaciones vinculadas con el Estado, aún a costa de realizar ciertos sacrificios, había sido realizada y tuvo su punto de realización práctica el día 30 de marzo, tan sólo una semana y media después de la expropiación, con la conformación del Partido de la Revolución Mexicana (PRM), el cual se integró por cuatro sectores sociales además del aparato del anterior PNR: el campesino conformado por lo que después sería la CNC, el obrero conformado por la CTM, el popular y el militar. Los comunistas, que luego de las claudicaciones anteriores ya no tenían el menor asomo de dignidad pidieron: “que se nos señale el sitio y las condiciones en que dentro del gran Partido de la Revolución Mexicana podemos cumplir con nuestro deber”.
La función histórica del Cardenismo
La función del cardenismo, desde el punto de vista político, fue asimilar organizativamente al Estado, por medio de un partido, al conjunto del movimiento de masas organizado, tanto obrero como campesino, al que no podía aplastar.
Sin duda, algunos podrán considerar que durante su régimen se asestaron severos golpes a los capitalistas y sobre todo a los intereses imperialistas, y que los documentos fundacionales del PRM e incluso el propio PCM hablaban de socialismo. En realidad el cardenismo solo podía gobernar apoyándose en las masas organizadas, por ello, el uso de una retórica socialista refleja de manera inconsciente las aspiraciones más profundas de estas.
Sin embargo, lejos de abolir el capitalismo, el cardenismo lo que hizo fue crear algunas de las condiciones para su desarrollo. Incluso el papel de la industria nacionalizada, en los marcos del capitalismo, sólo es útil para suministrar materia prima y recursos energéticos baratos que de otra forma estrangularían a la naciente burguesía nacional, esto mismo pasó con la llamada Educación Socialista, en realidad lo que se buscaba era cualificar una mano de obra acorde a las necesidades de la burguesía nacional. No se podía aspirar a una educación socialista sin transformar de fondo las bases económicas y sociales de la sociedad.
Lo que se conoce como populismo en una serie de países de América Latina, es el resultado de la debilidad de la burguesía nacional para llevar a cabo las tareas propias de la revolución democrático nacional al verse enfrentada a un imperialismo dominante por una parte y a una clase obrera poderosa y en ascenso y, en el caso de México, a un campesinado revolucionario todavía no desmovilizado que amenazan a sus intereses. De ahí, la participación directa del Estado en sectores estratégicos de la economía para apuntalar al capitalismo. Ante la ausencia de una dirección independiente de la clase obrera (por la traición del estalinismo) un sector del aparato del estado se apoya en movilizaciones populares económicas y políticas, pero manteniéndolas siempre dentro de determinados límites.
Los tiempos han cambiado y el margen de maniobra para una política económica de concesiones importantes a las masas que pudieran consolidar un fenómeno populista hoy en día ya no existe. La dominación del imperialismo es, si cabe, mayor hoy que hace 75 años. La cuestión clave es construir una dirección de clase independiente que plantee claramente la alternativa: hoy en día, incluso las tareas pendientes de la revolución democrático-nacional solo se pueden llevar a cabo mediante la llegada del proletariado al poder, la abolición del orden capitalismo, y la extensión de la revolución a nivel internacional.