¿Oro? ¿Oro amarillo, brillante, precioso?…
Este oro podría volver blanco lo que es negro, hermoso lo que es feo,
justo lo que es injusto, noble lo que es vil, joven lo que es viejo, valiente lo que es cobarde.
…Dioses, ¿a qué viene esto? ¿Qué es esto, dioses?
Esto alejará de vosotros a vuestros sacerdotes y a vuestros servidores,
y quitará la almohada en que reposa el enfermo.
Este esclavo amarillo
consagrará promesas para infringirlas; bendecirá al maldito;
hará adorar la podredumbre de la lepra; sentará a ladrones
en el banco de los senadores, confiriéndoles títulos,
homenajes y alabanzas. Él será
quien obligue a casarse en nuevas nupcias a la viuda desolada.
… ¡Condenado metal!
puta de la humanidad,
(Shakespeare. «Timón de Atenas». Acto 4, Escena 3)
Habiendo analizado los conceptos de mercancía y valor en el Capítulo 1, Marx ahora centra su atención en la cuestión del dinero explicando los diversos roles y funciones que desempeña en la producción y el intercambio de mercancías, y la relación entre dinero, mercancías y valor.
Es importante destacar que el análisis de Marx se basa en un intento de comprender la cuestión del dinero desde una perspectiva materialista y dialéctica; es decir, en trazar la evolución del dinero desde sus orígenes históricos hasta su forma actual. Y, mientras tanto, explicar el papel esencial y dinámico del dinero en términos del movimiento general de la producción y el intercambio de mercancías que sustenta al capitalismo.
Naturaleza dual
Estas líneas del Timón de Atenas de Shakespeare que Marx cita en El Capital (capítulo 3, nota al pie 42) revelan cómo el dinero, y en particular el oro, ha ocupado a lo largo de la historia un lugar reverenciado dentro de la sociedad. Parece omnipresente y omnipotente, una fuerza mística ante la que nos inclinamos y que tiene poder sobre todos nosotros. Nuestras necesidades reales, tanto individuales como sociales, están relegadas a la necesidad de dinero: «puta de la humanidad».
Sin embargo, como se discutió anteriormente, Marx explica en el Capítulo 1 cómo el concepto de dinero es la necesidad lógica de un sistema generalizado y universal de producción de intercambio de mercancías; la conclusión de un sistema de propiedad privada en el que la producción ya no es para el consumo directo, sino para el intercambio, y en el que hombres y mujeres ya no se enfrentan como personas, sino como mercancías. La clave para entender la cuestión del dinero, por tanto, es analizar el desarrollo histórico de las mercancías: «El enigma que encierra el fetiche del dinero no es más, pues, que el enigma, ahora visible y deslumbrante, que encierra el fetiche de la mercancía«.(Karl Marx. El Capital. Libro primero. Sección 1a. Cap. II. México: Siglo XXI, 1988, p113)
En el Capítulo 1, Marx explica cómo las mercancías –productos del trabajo que se producen para el intercambio– tienen una naturaleza dual: por un lado, son valores de uso: cosas que tienen una utilidad en la sociedad. Por otro lado, tales mercancías deben tener un valor de cambio: una relación cuantitativa con otras mercancías. Pero esta naturaleza dual también conduce a una contradicción, una tensión y separación entre las mercancías como valores de uso y como valores de cambio.
“Su propia mercancía no tiene para él ningún valor de uso directo: caso contrario no la llevaría al mercado. Posee valor de uso para otros. Para él sólo tiene directamente el valor de uso de ser portadora de valor de cambio y, de tal modo, medio de cambio…Todas las mercancías son no-valores-de-uso para sus poseedores, valores de uso para sus no-poseedores. Por eso tienen todas que cambiar de dueño». (Ibíd. p104-105)
Para el propietario de una mercancía, por lo tanto, la producción es simplemente un medio para un fin, una forma de obtener otras mercancías que necesita. Lo que preocupa al propietario de una mercancía no es la utilidad de la mercancía per se, sino que esta mercancía puede intercambiarse por otras mercancías. «Las mercancías, pues, tienen primero que realizarse como valores antes que puedan realizarse como valores de uso«. (p105)
A este respecto, quienes participan en la producción dentro de un sistema de propiedad privada y producción para el intercambio, es decir, dentro de un sistema de mercancías, están constantemente alienados de su trabajo: las cosas que producen no les son útiles, sino simplemente para otros.
Dentro de las comunidades primitivas, donde la producción es un proceso comunal, tal alienación no existe y la producción de mercancías se limita a aquellos objetos que se intercambian con otras comunidades. Pero la dinámica y las leyes de la producción y el intercambio de mercancías tienen una lógica propia que, una vez iniciada, se desenmaraña y se impone a través de la sociedad. Como señala Marx: «(…) no bien las cosas devienen mercancías en la vida exterior, también se vuelven tales, por reacción, en la vida interna de la comunidad». (p107)
En otras palabras, tan pronto como los productos del trabajo se comercializan externamente, comparando así los tiempos de trabajo relativos de dichos productos entre sí, se inicia necesariamente la misma comparación entre los productos del trabajo interno a una comunidad, productos que antes no eran intercambiados entre particulares sino que, en cambio, se producían como parte del bien común. Las leyes de las mercancías comienzan así a imponerse en la sociedad y se establece la separación entre valor de uso y valor de cambio.
“Con el paso del tiempo es forzoso que se produzca por lo menos una parte de los productos del trabajo con la intención de volcarlos al intercambio. A partir de ese momento se reafirma, por una parte, la escisión entre la utilidad de las cosas para las necesidades inmediatas y su utilidad con vistas al intercambio. Su valor de uso se desliga de su valor de cambio». (p107-108)
Si bien el propietario individual no ve su mercancía como un valor de uso para sí mismo, las mercancías deben, no obstante, tener un valor de uso para ser intercambiadas y, por lo tanto, tener un valor de cambio, “Ya que el trabajo humano empleado en ellas sólo cuenta si se lo emplea en una forma que es útil para otros. Pero que sea útil para otros, que su producto satisfaga necesidades ajenas, es algo que sólo su intercambio puede demostrar». (p105) El acto de intercambio, por lo tanto, es la única prueba de la necesidad social de cualquier trabajo dado.
Mientras tanto, es sólo a través de los múltiples actos de intercambio dentro de la sociedad que se establecen las relaciones cuantitativas entre las mercancías; es decir, los valores de cambio. “La proporción cuantitativa de su intercambio es, en un principio, completamente fortuita (…) la proporción cuantitativa según la cual se intercambian, pasa a depender de su producción misma. La costumbre las fija como magnitudes de valor«. (p107-108)
El análisis de Marx del desarrollo del dinero, por lo tanto, se basa en una comprensión del desarrollo de la mercancía, como se delineó arriba. En la medida en que la producción y el intercambio de mercancías llega a ser cada vez más generalizado, vemos emerger la forma general de valor. Cada productor individual desea intercambiar su producto particular con la multitud de productos que se encuentran en el mercado. Al hacerse este sistema universal, crece la necesidad social de un equivalente universal, de una única mercancía que actúe como un criterio de medición con el que se pueda comparar el valor de todas las otras mercancías. Este equivalente universal forma la base del dinero.
El concepto de dinero, entonces, es la forma definitiva de la alienación del productor de su trabajo. Ya no vemos producción para consumo directo, tampoco se producen mercancías como valores de cambio para el propietario, para ser simplemente intercambiadas directamente por otras mercancías que son valores de uso para quien las recibe. Ahora, en cambio, el productor exige dinero a cambio de sus productos; dinero que representa la forma de trabajo más abstracta y universal, desprovista de cualquier valor de uso para el propietario, salvo el de su capacidad para representar universalmente el valor de su propio trabajo.
“Esa cristalización que es el dinero constituye un producto necesario del proceso de intercambio, en el cual se equiparan de manera efectiva y recíproca los diversos productos del trabajo y por consiguiente se transforman realmente en mercancías. La expansión y profundización históricas del intercambio desarrollan la antítesis, latente en la naturaleza de la mercancía, entre valor de uso y valor. La necesidad de dar una expresión exterior a esa antítesis, con vistas al intercambio, contribuye a que se establezca una forma autónoma del valor mercantil, y no reposa ni ceja hasta que se alcanza definitivamente la misma mediante el desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero. Por consiguiente, en la misma medida en que se consuma la transformación de los productos del trabajo en mercancías, se lleva a cabo la transformación de la mercancía en dinero”. (p106)
Medio de intercambio
De modo que el dinero surge del desarrollo de la producción y el intercambio de mercancías. Pero, ¿qué determina el surgimiento de una mercancía en particular como equivalente universal? «La dificultad», afirma Marx, «no estriba en comprender que el dinero es mercancía, sino en cómo, por qué, por intermedio de qué una mercancía es dinero». (p112)
«Una mercancía no parece transformarse en dinero porque todas las demás mercancías representen en ella sus valores, sino que, a la inversa, éstas parecen representar en ella sus valores porque ella es dinero«. (p113)
Aunque la cristalización de una mercancía como dinero «(…) es, en un comienzo, un hecho fortuito» (p108), Marx explica cómo existe, sin embargo, una base material para el desarrollo de ciertas mercancías como dinero, en particular los metales preciosos como el oro y la plata. Dichos metales no se convirtieron en dinero por sus cualidades estéticas sino por factores objetivos: por un lado, son homogéneos y uniformes: el oro es oro. Por otra parte, se pueden dividir cuantitativamente y volver a ensamblar en pesos de magnitud variable y, por lo tanto, pueden representar cantidades variables de valor. Sumado a esto, los metales son duraderos: una mercancía más fácilmente perecedera claramente no bastaría como equivalente universal.
Además de estas útiles propiedades de los metales preciosos, otro factor importante subyace en su surgimiento como mercancía por excelencia: el hecho de que, debido a la gran cantidad de trabajo requerido para producir una cantidad dada de oro o plata, pequeñas cantidades de dichos metales pueden emplearse para representar grandes cantidades de otras mercancías menos valiosas.
Tras este hecho yace un papel clave del dinero dentro de un sistema de producción e intercambio de mercancías: su rol como una medida de valor y un medio de intercambio. Es decir, como una medida universal del tiempo de trabajo socialmente necesario, encarnado en una mercancía.
“[El dinero] Funciona así como medida general de los valores, y sólo en virtud de esta función el oro, la mercancía equivalente específica, deviene en primer lugar dinero…”
“En cuanto medida de valor, el dinero es la forma de manifestación necesaria de la medida del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo”. (p115)
Con el tiempo, sin embargo, a medida que aumenta el valor total de las mercancías intercambiadas dentro de la sociedad y en la medida en que estos intercambios se hacen más frecuentes, la necesidad objetiva de dinero se vuelve tan grande que el valor real del metal precioso contenido en las monedas y su representación nominal del valor se divorcian: “El título del oro y la sustancia del mismo, el contenido nominal y el real, inician su proceso de disociación”. (p153)
El dinero, a partir de este punto, se convierte en una mera ficha, un símbolo de valor. Esto, a su vez, abre todo un nuevo mundo de posibilidades. Ahora no hay límite para la cantidad de dinero que se puede poner en circulación:
“Objetos que, en términos relativos, carecen de valor, billetes de papel, quedan pues en condiciones de funcionar sustituyendo al oro, en calidad de moneda. En las tarjas dinerarias metálicas el carácter puramente simbólico se halla aún, en cierta medida, encubierto. En el papel moneda hace su aparición sin tapujos. Como se ve, ce n’est que le premier pas qui coûte [sólo el primer paso es el que cuesta]”. (p154-155)
Hoy vemos la conclusión lógica de este proceso: no solo las monedas de oro y plata han sido reemplazadas por metales menos preciosos, no sólo las monedas mismas han sido reemplazadas por billetes de papel; sino que, ahora, representamos el dinero como mera información digital, como números en una pantalla. Ya no hay necesidad de fichas materiales de valor para que cambie de mano; a cambio, tenemos transferencias bancarias electrónicas.
La inflación y la oferta monetaria
El dinero, como equivalente universal del valor, juega así un rol simultáneo como medio de circulación, convirtiendo el acto de un simple intercambio en un proceso de dos polos: una venta en la que la mercancía (M) se intercambia por dinero (D), y una compra en la que el dinero (D) se usa para comprar otra mercancía (M). Por supuesto, la venta (M-D) de una es al mismo tiempo una compra (D-M) de la otra: todo vendedor es un comprador y todo comprador un vendedor. Finalmente, llegamos ahora al proceso de intercambio: M-D-M. Las mercancías entran y salen de circulación a través de los actos de producción y consumo, pero el dinero siempre se deja atrás: «La circulación constantemente exuda dinero». (p137)
El dinero, así, actúa como el lubricante para todo el flujo de producción e intercambio de mercancías, permitiendo el comercio y el intercambio universales entre individuos o comunidades que nunca necesitan encontrarse y rompiendo el acto de intercambio tanto en el tiempo como en el espacio. Así, proporciona movimiento y movilidad, dinamismo y cambio. Un paso tal, marca un poderoso salto en el potencial de expansión del mercado y, por lo tanto, de las fuerzas productivas.
“La circulación derriba las barreras temporales, locales e individuales opuestas al intercambio de productos, y lo hace precisamente porque escinde, en la antítesis de venta y compra, la identidad directa existente aquí entre enajenar el producto del trabajo propio y adquirir el producto del trabajo ajeno». (p138)
Del mismo modo, las transferencias electrónicas de hoy han abierto el mercado a una escala verdaderamente global, con una gran cantidad de productores repartidos por todo el mundo que ahora pueden encontrar un comprador para sus productos a través de Amazon o eBay. La historia del dinero, entonces, es la de la necesidad objetiva de desarrollar y expandir las fuerzas productivas.
Aunque no existe un límite aparente para la cantidad de dinero que se puede poner en circulación es claro, empero, que esta cantidad no es arbitraria. El dinero, en su función como medio de intercambio, es una medida de valor, la medida universal de valor. La cantidad de dinero en circulación, por tanto, debe estar ligada en última instancia al valor total de las mercancías en circulación –equivalente en términos monetarios al total de los precios– y a la velocidad –la rapidez o rotación– con la que este dinero cambia de manos. Si la cantidad de mercancías permanece constante pero la cantidad de billetes en circulación se duplica, entonces el precio de cada artículo también se duplicará.
En este sentido, la cantidad generalmente limitada y estable de oro que circula en el mercado mundial ayudó a reforzar el papel del oro como un estándar confiable de precios. «El patrón de los precios, por ende, desempeñará tanto mejor su función cuanto más invariablemente una y la misma cantidad de oro oficie como unidad de medida». (p120)
Sin embargo, el uso de metales preciosos como mercancía dineraria o como tipo de cambio fijo no garantiza la estabilidad de los precios. Así lo demuestra el ejemplo del Imperio Español en el siglo XVI, donde, luego de inundar el país con abundancia de oro y plata, los gobernantes se encontraron con una situación inestable de alta inflación y baja inversión que, finalmente, condujo al colapso de la economía hispana. “Todo es caro en España excepto la plata”.
Asimismo, hoy en día hay quienes imaginan que un retorno al patrón oro, es decir, a un sistema en el que las monedas estén vinculadas a una cantidad fija de oro, sería una defensa infalible contra los peligros de la inflación. Pero el patrón oro no es una panacea. En última instancia, se imponen las necesidades de la producción y el intercambio de mercancías. Surge la necesidad de una mayor circulación de dinero, y el vínculo rígido entre la oferta monetaria y una sola mercancía, ya sea oro o cualquier otra cosa, se convierte en una barrera para el crecimiento de la economía y el desarrollo de las fuerzas productivas. Esto es lo que obligó al desarrollo de las monedas de oro y plata, conocidas como patrón de especie oro, a un sistema monetario de billetes respaldados por oro; y esto es lo que ha llevado al abandono total del patrón oro en la actualidad.
El valor del dinero, por tanto, aunque es una expresión cuantitativa relacional, no es arbitrario ni accidental, sino que se sustenta en una base material objetiva: como una representación del tiempo de trabajo socialmente necesario. Este importante hecho tiene, asimismo, consecuencias importantes, particularmente en relación con el tema de la inflación y la oferta monetaria que vemos hoy.
A nivel internacional, tras el abandono del patrón oro durante la Gran Depresión, se estableció el sistema de Bretton Woods, en el que las monedas nacionales se fijaban frente al dólar estadounidense que, a su vez, era «tan bueno como el oro» debido a que dos tercios del oro del mundo reposaba en las bóvedas de Fort Knox. Sin embargo, tras la crisis económica mundial de la década de 1970, el acuerdo de Bretton Woods se vino abajo. Los tipos de cambio fijos –como con la adhesión británica a un patrón oro sobrevalorado en la década de 1920, o con la economía griega en relación con el euro hoy– se volvieron políticamente imposibles a raíz del declive de la competitividad. En lugar de una devaluación, bajo un tipo de cambio fijo, los trabajadores se verían obligados a pagar por la competitividad de sus economías nacionales aceptando recortes salariales. Ahora los tipos de cambio de las monedas pueden flotar entre sí, y los bancos centrales tienen libertad para imprimir dinero; mientras tanto, los trabajadores pagan por la devaluación al ver que el precio de las importaciones aumenta y, por lo tanto, los salarios reales, de todas formas, disminuyen.
Hoy, con la crisis más profunda en la historia del capitalismo, los bancos centrales han recurrido a la medida desesperada de la “flexibilización cuantitativa”: comprar activos financieros y así aumentar la oferta monetaria. En efecto, tal expansión cuantitativa (EC) es solo otra forma de imprimir dinero, planteando la amenaza de una inflación creciente como con «La falsificación de dinero por parte de los príncipes, practicada secularmente, que del peso originario de las piezas monetarias no dejó en pie, de hecho, más que el nombre». (p122)
Más que llevar a una inflación más alta, la EC simplemente se ha sumado a la inestabilidad de la economía global con este dinero barato, inundando los mercados e inflando burbujas especulativas, particularmente en las economías emergentes. Una vez más, esto vuelve a la cuestión fundamental con respecto a la oferta monetaria: el dinero en circulación debe tener una base material –en última instancia, una base en términos del valor real– es decir, tiempo de trabajo socialmente necesario, incorporado dentro de las mercancías en circulación.
Medios de pago
Como se discutió anteriormente, como medio de circulación, el dinero abre un mundo de posibilidades para la producción y el intercambio de mercancías. Ahora, el productor individual puede intercambiar su producto particular de trabajo por la forma de trabajo más general y abstracta: el equivalente universal. Esto, a su vez, permite almacenar y acumular valor, en lugar de gastarlo inmediatamente. El dinero se puede ahorrar y acumular para permitir compras más grandes y el consumo durante el año puede suavizarse frente a la naturaleza siempre fluctuante de la producción.
Paralelamente, el dinero adquiere un nuevo papel como “medio de pago”, actuando como una promesa por parte del comprador de pagar en el futuro. “Compra, pues, antes de pagar. Un poseedor de mercancías vende una mercancía ya existente; el otro compra como mero representante del dinero, o como representante de un dinero futuro. El vendedor deviene acreedor; el comprador, deudor«. (p165)
La capacidad de acumular y ahorrar, de prestar y pedir prestado, introduce un movimiento dialéctico en la dinámica general de la producción, intercambio y circulación de mercancías. Ahora es posible comprar sin haber vendido antes; poseer sin tener que pagar nada a cambio. Entonces hay una desconexión entre las manos que intercambian mercancías y la capacidad real de pagar por ellas. «El comprador, antes de haber transformado la mercancía en dinero, vuelve a convertir el dinero en mercancía (…)» (p166)
Esta desconexión destruye la «Ley de Say», la idea que se sostenía antes de Marx de que el mercado siempre debería estar en equilibrio. Según la Ley de Say, las crisis generales de sobreproducción deberían ser imposibles, ya que todo vendedor es también comprador; cada venta, por lo tanto, debe traer una compra equivalente al mercado. Ahora, sin embargo, vemos que los vendedores pueden acaparar. Sus ahorros, a su vez, forman la base del crédito para los préstamos de los compradores que piden prestado.
Vemos, a lo largo de la historia, cómo el préstamo de dinero en forma de crédito se usa para expandir artificialmente el mercado, para permitir que las fuerzas productivas sigan expandiéndose, para posibilitar la capacidad de la sociedad de producir hasta superar la limitada capacidad de consumo de las masas. Sin embargo, el sistema no puede exceder sus límites por siempre. En algún momento, como en la crisis financiera de 2008, una banda elástica estirada debe retroceder o romperse. Con el incumplimiento de las deudas la anarquía y el desorden dentro de la balanza de pagos se hacen evidentes. Los acreedores exigen sus reembolsos y se niegan a prestar más. Las promesas de pago pierden todo significado: sólo bastará el dinero en efectivo. Se refrena el crédito, llevando el movimiento de circulante –y asimismo la producción– a detenerse. La falta de crédito no provoca una crisis: la crisis provoca una falta de crédito.
“Dicha contradicción estalla en esa fase de las crisis de producción y comerciales que se denomina crisis dineraria. La misma solo se produce allí donde la cadena consecutiva de los pagos y un sistema artificial de compensación han alcanzado su pleno desarrollo. Al suscitarse perturbaciones más generales de ese mecanismo, procedan de donde procedan, el dinero pasa, de manera súbita y no mediada, de la figura puramente ideal del dinero de cuenta a la del dinero contante y sonante. Las mercancías profanas ya no pueden sustituirlo. El valor de uso de la mercancía pierde su valor y su valor se desvanece ante su propia forma de valor». (p168-169)
Con el rol del dinero como medio de pago, entonces, vemos cómo el dinero mismo se convierte en una fuente de poder. Aquellos que acumulan y prestan ganan preponderancia sobre aquellos que piden prestado y gastan. El deudor debe sucumbir al dictado del acreedor. Por ejemplo, los monarcas del pasado eventualmente perdieron su poder ante la burguesía emergente –los dueños del capital– tras endeudarse por hacer guerras. Pero en ninguna parte es más claro este rol del dinero como relación social que hoy, cuando los bancos y los mercados financieros agarran a toda la sociedad del cuello, imponiendo austeridad a cada gobierno y a cada pueblo.
El futuro del dinero
Como puede verse en tantas áreas de la sociedad, la política y la economía, la naturaleza conservadora de la clase dominante –que siempre y en todas partes desea mantener el status quo que funciona en su beneficio– con demasiada frecuencia envolverá los fenómenos en un aire de misticismo atemporal. Como era al principio, es ahora y será siempre: este es el himno de los explotadores que se esfuerzan por reforzar la ilusión de que el estado actual de las cosas representa el orden “natural” e “ideal” y, por ende, eterno e inmutable.
Los marxistas, por el contrario, pretenden ser los materialistas más rigurosos al entender los orígenes de los fenómenos en términos de las condiciones materiales concretas y trazando su desarrollo histórico de cambio a través de la contradicción. A través de un método tal, se puede, no sólo explicar las leyes internas reales y el movimiento de un proceso sino, también, comprender cómo tales fenómenos serán afectados por los desarrollos en otras partes de la sociedad.
En los Capítulos 2 y 3 de El Capital, vol. I, Marx aplica rigurosamente este método a la cuestión del dinero, despojándole de sus cualidades aparentemente místicas y mágicas para revelar su verdadera naturaleza subyacente. En lugar de cualquier reverencia al dinero, Marx descubre su base material y así lo expone por lo que es: el resultado necesario de la producción y el intercambio de mercancías en una determinada etapa de desarrollo.
Entonces, ¿cuál es el futuro del dinero? ¿Habría dinero en una sociedad socialista?
Para responder a esta pregunta debemos recordar que el dinero surge como parte de un sistema de producción e intercambio de mercancías. La existencia de mercancías, a su vez, implica la existencia de propiedad privada, de la propiedad privada sobre el producto del trabajo. Los primeros pasos de una sociedad socialista, en todo caso, serían tomar las palancas clave de la economía –los bancos, los grandes monopolios, la infraestructura y la tierra– y someterlas a un plan de producción racional y democrático. Es decir, socializar la producción y poner la riqueza de la sociedad en manos públicas.
Con un paso tal, la gran mayoría de los valores de uso de la sociedad serían, a partir de ahí, producidos y poseídos de manera social. Ya no sería necesario el intercambio de bienes y servicios. En cambio, la gente contribuiría a la sociedad con su trabajo «de acuerdo a su capacidad» y tomaría de la olla común «de acuerdo a su necesidad». Los productos del trabajo, elaborados y poseídos socialmente, perderían así su estatus anterior de mercancías.
Sin duda, la producción y el intercambio de mercancías seguirían existiendo parcialmente en las primeras etapas de una sociedad socialista ya que toda la economía no se puede someter a un plan democrático común de golpe. Los pequeños productores y propietarios –la pequeña burguesía– seguirían existiendo durante un tiempo. Pero las principales «posiciones de mando» de la economía serían parte de un plan de producción socialista y, por lo tanto, la mayor parte de la riqueza no estaría en forma de mercancías. Y con el tiempo, como lo demuestra la eficiencia y superioridad de la economía democráticamente planificada, los pequeños productores estarían convencidos e incentivados para unirse a este plan social y, así, todos los remanentes de la producción de mercancías se desvanecerían.
Junto con este desvanecimiento de la producción y el intercambio de mercancías también desaparecería la necesidad de dinero. Más que actuar como una representación del valor de cambio –es decir, del tiempo de trabajo socialmente necesario– podrían entregarse fichas para indicar el derecho a los productos comunes del trabajo. Con la tecnología actual las fichas materiales podrían reemplazarse por mera información digital. El tremendo nivel de planificación que se observa actualmente en las gigantescas multinacionales en nombre de las ganancias, podría ahora implementarse a escala global para librarnos de la anarquía y el caos de la mano invisible, y garantizar un mundo de abundancia para todos. Y con las enormes fuerzas productivas a nuestro alcance, a escala mundial, no hay razón por la que no podamos pasar rápidamente a una sociedad de superabundancia en la que todas nuestras necesidades sean libres de llevarse a voluntad, sin necesidad de dinero, seguros en el conocimiento de que la escasez es una aberración histórica del pasado.