La manifestación convocada por la llamada Plataforma Archipiélago para el 15 de noviembre es claramente una provocación reaccionaria que sirve a los intereses del imperialismo. Cuba se enfrenta a una situación económica extremadamente grave. Los convocantes de la marcha del 15 de noviembre (cuyo permiso ha sido denegado por las autoridades) pretenden aprovecharse de la misma para poner en marcha un proceso que lleve al derrocamiento de la revolución cubana, la restauración del capitalismo y la destrucción de la economía planificada. Ante esta situación, nosotros nos colocamos de manera clara e inequívoca en el campo de la defensa de la revolución cubana.
¿Qué representa la convocatoria del 15N?
Veamos. El principal promotor de la plataforma Archipiélago es el dramaturgo Yunior García Aguilera. Recientemente fue incorporado al “consejo deliberativo” de Cuba Próxima, una de tantas organizaciones dedicadas a promover la restauración capitalista (“el estado de derecho”) en Cuba. Para que se hagan una idea del carácter de este cenáculo, participa en su “comité asesor internacional” Esperanza Aguirre, la reaccionaria política española del PP salpicada por varios escándalos de corrupción. Pero eso no es lo peor. Entre otras “joyas”, el “consejo deliberativo” de Cuba Próxima incluye a Orlando Gutiérrez-Boronat, dirigente del llamado Directorio Democrático Cubano y la Asamblea de la Resistencia Cubana, ambas organizaciones del exilio reaccionario en Miami que reciben millones de dólares de diferentes agencias gubernamentales de EEUU (NED, USAID, IRI), etc. El 12 de julio de este año, Gutiérrez-Boronat bramaba desde Miami exigiendo una intervención militar de EEUU en Cuba, algo que ya había pedido en diciembre del año 2020.
La protesta convocada por Archipiélago ha recibido también el apoyo del recién creado “Consejo Para la Transición Democrática en Cuba” (que por sus objetivos y los que lo componen debería realmente llamarse “Consejo para la restauración del capitalismo y la anexión de Cuba a EEUU”). La organización agrupa a diversas organizaciones de la oposición restauracionista y anexionista en Cuba, y su presidente es, como no, José Daniel Ferrer, de la notoria y mal llamada Unión Patriótica Cubana, UNPACU.
Para que no quede duda, el programa de 50 medidas anunciado por el Consejo es bien explícito: “El fin último … debe ser convertir a Cuba en una economía de mercado en la que el sector privado, las empresas de titularidad privada, sean el eje de la economía”, lo que se lograría mediante un “proceso de privatización abierta y transparente de empresas, organismos y activos estatales, incluyendo la tierra productiva”. A este paquete de medidas restauracionistas y monetaristas añaden un “plan especial a la compensación por las expropiaciones del período revolucionario” que permitiría “la mejora de las relaciones con Estados Unidos” (léase “subordinación vasalla”).
Yunior García y Archipiélago, que recordemos, nos dicen que no son “ni de derechas, ni de izquierdas, ni de centro”, no tienen problema en estar en la misma organización con elementos reaccionarios, y anexionistas pagados por el gobierno de EEUU, ni tampoco en recibir el apoyo para su marcha de aquellos que prometen abiertamente restaurar el capitalismo y hacer recaer todo el peso de la crisis sobre las espaldas de la clase obrera. Suele suceder con los ni-ni.
Nada de esto sucede por casualidad. Yunior García Aguilera, ya fue en su día uno de los principales promotores de la protesta del 27N de 2020 en el Ministerio de Cultura contra la censura y en solidaridad con el Movimiento San Isidro, y posteriormente era parte de un grupo que durante las protestas del 11J exigió acceso a la televisión pública. Pues bien, Aguilera había participado ya en 2018 y en 2019 en talleres en Madrid y Buenos Aires, convocados a través de tapaderas académicas financiadas por EEUU para discutir “la transición en Cuba” y específicamente “el rol de la Fuerza Armada Revolucionaria” en esta ansiada “transición”.
El llamado a la protesta del 15N ha ido acompañado por una serie de declaraciones provocativas de voceros del imperialismo estadounidense, amenazando con más sanciones “si hay represión”. Tremenda hipocresía ¿Acaso Washington aplicó sanciones contra Lenín Moreno cuando reprimió a sangre y fuego la insurrección de octubre de 2019 en Ecuador? ¿EEUU condenó la brutal represión de Piñera contra el estallido chileno? ¿Acaso los voceros de la Casa Blanca denunciaron al gobierno de Duque en Colombia por el uso de la fuerza militar contra el Paro Nacional?.
A esto se añade el llamado de Archipiélago a que los embajadores de la UE “acompañen” la marcha ilegal del 15N, lo cual sería un acto intolerable de injerencia imperialista, por parte de una Unión Europea que reprime a los demandantes de asilo en sus fronteras en violación de normas internacionales de derechos humanos.
Por estos motivos nos oponemos frontalmente a la manifestación del 15N que es una provocación reaccionaria, destinada a crear un incidente violento que justifique un nuevo asalto contra la revolución cubana.
La estrategia de Washington contra la revolución cubana
La política de Washington contra la revolución cubana tiene muchas facetas. Una de ellas es el asalto frontal, la financiación de actividades terroristas y las sanciones económicas y el bloqueo. Estas continúan, y de hecho se han endurecido bajo la administración Trump que aplicó 240 medidas diferentes para tratar de asfixiar la economía cubana, con un impacto brutal.
Pero esta agresión tiene también otras caras. En los últimos años, después de darse cuenta que los grupos contrarrevolucionarios directamente financiados por EEUU no lograban ningún apoyo, se dió un cambio sutil en la política de injerencia. Sin abandonar sus agentes tradicionales, se cambió el énfasis tratando de presentar – de manera totalmente hipocrita – una cara más “amable” de la contrarrevolución: los medios “independientes”, la “sociedad civil”, el activismo artístico y cultural, el diálogo y la inclusividad, e incluso han tratado de utilizar el activismo animalista, feminista, LGBT, el anti-racismo, como arietes contra la revolución.
Estos elementos tratan de presionar, tantear los límites, tratar de sobrepasarlos, y, utilizando las banderas de libertad de expresión y de creación como excusa, intentar crear una serie de incidentes que permitan crear un consenso social que la contrarrevolución nunca ha tenido en Cuba desde 1959. Esta estrategia ha tenido un cierto impacto y algunos éxitos. Los métodos de la burocracia, la censura, las arbitrariedades, el estalinismo, todo ello hace el juego a esta táctica del imperialismo y le permite agrupar a algunos sectores de la juventud descontenta.
Pero lo cierto es que no son las campañas del imperialismo y sus agentes pagados (que existen), ni el rechazo a la burocracia (que también existe) por sí mismos, los que provocaron las protestas del 11 de julio, aunque contribuyeron a las mismas. La cuestión central que sacó a la calle a un sector del pueblo a protestar contra el gobierno cubano fue el impacto de la crisis económica tan grave a la que se enfrenta la isla. Hay que precisar que ese sector fue pequeño, unas dos mil personas quizás en La Habana, pero sin embargo fue significativo. Sin duda. Era la primera vez que sucedía algo parecido desde el maleconazo de 1994.
Y lo más grave, esas protestas, que incluían a sectores golpeados y empobrecidos por la situación económica, estaban dominadas políticamente por consignas reaccionarias (patria y vida, abajo la dictadura, abajo el comunismo). No quiere decir que todos los que participaron las compartieran, pero el único sector político organizado presente fue abiertamente restauracionista y, por ser el único organizado, las dominó políticamente.
El 11J abre un debate necesario
Las protestas del 11J fueron por lo tanto un shock para todo el mundo, y también para los revolucionarios, muchos de los cuales salieron ese día también a las calles, llamados por el presidente Díaz-Canel, a defender la revolución.
La pregunta que muchos se hacen es la siguiente: ¿cómo es posible que esto haya pasado en Cuba? Quizás una de las expresiones más claras de este cuestionamiento es el artículo de Luís Emilio Aybar en La Tizza El día después no podrá ser el mismo, del 20 de julio. En el mismo, Aybar se pregunta cómo es posible que “una parte del pueblo, aquella a la que no le pagaron para manifestarse, ni pertenece a expresiones opositoras de articulación yanqui, asumió las consignas imperialistas durante las protestas.” Y la conclusión que saca es que “ lo sucedido este 11 de julio también se explica porque los comunistas y revolucionarios no combatimos con suficiente fuerza y eficacia las prácticas nocivas del Estado, defendimos la unidad de una manera que en realidad la perjudica, nos conformamos con plantear las cosas en el lugar correcto aunque la solución no llegara, acompañamos acríticamente a los líderes en lugar de rectificar el camino y nos dejamos disciplinar cuando lo que tocaba era pensar y actuar con cabeza propia.”
Es una crítica dura a la burocracia y sus métodos, y la conclusión que saca es bastante aguda: “Hay que comenzar a combatir con la fuerza popular a la contrarrevolución institucional” y añade que no hay que “temer a métodos más confrontativos o de agitación pública cuando sea evidente la falta de voluntad o la traba contrarrevolucionaria.” No solo es un llamado a la movilización desde la izquierda, sino que señala correctamente que la ausencia de la misma favorece a las fuerzas restauracionistas: “Ausentarnos de presionar al gobierno por la izquierda significa que la derecha llevará la iniciativa, erosionando la correlación de fuerzas a su favor, es decir, por más mercado y propiedad privada, menos educación y salud pública, y concesiones de todo tipo a las reglas de juego imperialistas.”
Las causas de la crisis económica
El análisis es justo en sus líneas generales: los elementos legítimos de la protesta han sido capturados por la derecha, porque la izquierda estaba ausente. Por lo tanto, es necesaria una crítica por la izquierda que no se limite a los límites de lo permitido sino que no tema en utilizar métodos “confrontativos” de “agitación pública”, es decir, que se movilice de manera decidida contra la restauración capitalista y contra la burocracia.
Los problemas a los que se enfrenta la revolución cubana son múltiples y tienen diferentes orígenes. Por una parte está el bloqueo y la agresión imperialista. A esto se añade el impacto tan fuerte de la pandemia en una economía altamente dependiente del turismo (Cuba habrá perdido el ingreso turístico completo de 12 meses o más, unos $3.000 millones, equivalente al 150% de las importaciones de comida en el mismo período).
Pero no es menos cierto (y lo señala en parte Aybar en su artículo), que a estos problemas graves hay que sumar el problema de la gestión burocrática de la economía, que genera ineficiencia, corrupción, desidia, apatía, desánimo y que representa la presión del mercado mundial capitalista sobre la revolución aislada en una pequeña isla con recursos limitados. Hay muchos ejemplos, algunos bastante graves, del impacto negativo de los métodos burocráticos, de arriba abajo sin ningún control por parte de los trabajadores, de planificación de la economía.
Y por último, es necesario señalar el impacto negativo del Ordenamiento, el conjunto de medidas económicas aplicadas por el gobierno a principios de año. La unificación monetaria y cambiaria y la introducción de incentivos salariales y mecanismos de mercado en la gestión de las empresas estatales en un contexto de fuerte contracción económica (el PIB ha caído un 13% en 2020 y la primera mitad de 2021)y de contracción brusca de la llegada de las remesas, llevó inevitablemente al aumento de la diferenciación social, golpeó a los sectores más vulnerables y provocó una inflación desatada y escasez de productos básicos a precios asequibles.
El Ordenamiento y otras medidas asociadas han acelerado el proceso de acumulación de capital privado a costa de la clase trabajadora, particularmente de los sectores más desprotegidos.
Defender la revolución – ¿cómo y contra quien?
La pregunta es ¿cómo se puede defender la revolución? ¿Con qué programa? Hay un sector importante en la dirigencia cubana (quizás mayoritario o dominante) que desde ya hace algún tiempo ha adoptado una estrategia “vietnamita”, es decir, la restauración del capitalismo a ritmo lento y controlada desde arriba, de tal manera que la burocracia se mantenga en el poder.
Está claro que hay resistencia a esta estrategia y eso ha hecho que las medidas que se han tomado en esa dirección sean muy lentas provocando la protesta impaciente de los medios burgueses. Las protestas del 11 de julio en la práctica tuvieron el efecto de acelerar algunas de ellas como, por ejemplo, la legalización de Micro, Pequeñas y Medianas Empresas, que pueden tener hasta 100 trabajadores. Es otro paso importante más en la dirección de la restauración del capitalismo y permite un cierto grado de acumulación de capital privado.
La combinación de medidas de mercado, que aumentan la desigualdad social y erosionan las conquistas de la revolución, con métodos burocráticos de gestión política y económica, es la peor de las recetas posibles. Por ese camino no solamente se ponen en marcha mecanismos que empujan inexorablemente hacia el capitalismo, sino que además se destruye la legitimidad y la base de apoyo social a la revolución, desbrozando los obstáculos para la restauración capitalista. La propia existencia de la burocracia lleva a la restauración capitalista. Los administradores de las empresas quieren convertirse en sus dueños, particularmente aquellos que están más en contacto directo con los socios capitalistas, por ejemplo en la industria turística.
¿Cómo se pueden defender las conquistas de la revolución entonces? En nuestra opinión, y lo hemos repetido muchas veces, los dos elementos clave son la auténtica democracia obrera y el internacionalismo proletario.
En un artículo anterior el propio Aybar apuntaba en esta dirección: “Es necesario adicionar, al control desde arriba, el control desde abajo sobre los cuadros intermedios y los dirigentes nacionales, con un mayor poder en manos del pueblo y la clase trabajadora, expresado en capacidad para vetar decisiones, revocar cargos, construir y plebiscitar programas de acción.” Nosotros diríamos que no se trata de “adicionar el control desde abajo”, no se trata de dar “un mayor poder”, sino que la auténtica democracia obrera se basa justamente sobre este principio, el de la participación democrática y vinculante de la clase obrera en la toma de decisiones, en la gestión de todos los asuntos comunes. Todo el poder debe de estar en manos de la clase trabajadora.
En realidad, no se trata de una cuestión puramente política sino sobre todo económica. La clase obrera sabe cómo se produce, conoce dónde están los problemas, los cuellos de botella, la ineficiencia burocrática. La participación directa de la clase obrera en la planificación democrática de la economía sería la única manera de “liberar las fuerzas productivas”, una consigna que en realidad se usa para justificar el dominio del mercado capitalista por encima de la planificación económica. Es la única manera de que los trabajadores sean realmente y se sientan dueños de los medios de producción, más allá de lo que diga en el papel la Constitución.
En la misma línea, en una intervención en un programa de televisión sobre socialismo y democracia, Luís Emilio Aybar señalaba dos cuestiones cruciales. Por una parte, el hecho de que la unidad, necesaria para defender la revolución, decía que esta no puede ser “unidad en torno al burocratismo, la corrupción, con la injusticia, sino para combatirlas”.
Y luego añadía la necesidad de confiar en el pueblo, por ejemplo, dando poder vinculante a los colectivos de trabajadores en las empresas:
Lenin, basándose en la experiencia de la Comuna de París establecía los principios de un estado obrero: la elección y revocabilidad en todo momento de los funcionarios públicos, que ningún funcionario tuviera un salario mayor al de un obrero cualificado, la rotatividad general de los cargos (si todos somos burócratas, nadie es burócrata) y el armamento general del pueblo.
Democracia obrera y socialismo internacional
Cuando hablamos de democracia obrera nos referimos a este tipo de democracia, como la de la Comuna y como la democracia soviética de los primeros años después de la revolución de octubre en Rusia. Nada que ver con la “democracia” burguesa liberal que nos prometen los abogados de la “transición”. En esa “democracia” son los dueños de los medios de producción los que deciden. Pero la economía planificada necesita de la participación democrática de los trabajadores como el cuerpo humano necesita del oxígeno, decía Trotsky.
El pueblo trabajador en los barrios conoce cuales son las dificultades y puede, de manera colectiva, organizar algunas soluciones. Dónde sea posible hay que llenar de contenido las organizaciones existentes, que a través de los CDR y mediante asambleas de masas se tome el control de la distribución de productos básicos y se lance un combate contra los especuladores, la corrupción y el mercado negro. Que no se dejen perder cosechas por errores burocráticos. Que se discuta abierta y públicamente qué inversiones son más necesarias y más importantes en el corto, medio y largo plazo, con los limitados recursos disponibles. Que se haga un inventario de recursos ociosos (tierras, terrenos, almacenes, parque motriz) y se pongan en funcionamiento bajo control y supervisión de los propios trabajadores en beneficio de la mayoría. Que se libere la capacidad creativa de la clase trabajadora para enfrentar esta crisis.
Pero debería ser obvio incluso para el observador más superficial, que incluso las medidas más avanzadas de control obrero no resolverían los graves problemas a los que se enfrenta la revolución cubana, aunque podrían aliviarlos parcialmente. En última instancia su destino se decidirá en el terreno de la lucha de clases internacional, por eso señalamos también la necesidad del internacionalismo proletario.
La revolución cubana no puede tener una postura meramente diplomática en el terreno internacional. Al contrario, debe promover activamente, sobre la base de su propio ejemplo, la revolución socialista, empezando por el continente americano. Cierto, el estado cubano, sometido al asalto imperialista, tiene el derecho y el deber de establecer relaciones diplomáticas y comerciales con todos aquellos que estén dispuestos. Pero al mismo tiempo, la revolución cubana debe de tener una política internacional revolucionaria. Los comunistas cubanos deben de participar en los debates acerca de la estrategia revolucionaria en otros países, con un punto de vista claramente de revolución socialista.
En un artículo muy interesante de Frank Josué Solar Cabrales en Granma acerca de la unidad latinoamericana, se explicaba claramente que “la revolución socialista es la condición en nuestro continente para el desarrollo y la solución a los problemas acuciantes de nuestros pueblos”. Añadía Frank que “no puede ser que el horizonte de las fuerzas revolucionarias sea únicamente llegar al gobierno para gestionar el capitalismo con una mayor redistribución de las riquezas.”
Es necesario que estos debates que se están dando entre los comunistas cubanos se profundicen. La hora es grave. La revolución cubana está en una encrucijada decisiva. Para defenderla es necesario abrir la discusión y rearmar ideológicamente la vanguardia, particularmente la juventud. Hay que exigir que todas las corrientes de opinión revolucionarias tengan cabida en los medios de comunicación públicos. Para enfrentar a la contrarrevolución es indispensable confrontar a la burocracia con “métodos confrontativos” y “de agitación pública”. Hay que pasar de las palabras a los hechos. No hay tiempo que perder.