Hoy, México es un país predominantemente urbano, con más del 75% de la población viviendo en zonas urbanas y con una poderosa clase obrera, incluyendo a 10 millones de obreros organizados en sindicatos. La tarea es luchar por construir una dirección marxista del movimiento obrero que pueda llevar a las masas a la victoria. Los revolucionarios de hoy aprendemos de las luchas del pasado y las retomamos para avanzar en la lucha por el socialismo, única forma de llevar al triunfo la lucha que otras generaciones ya iniciaron.
El régimen de Porfirio Díaz
Para comprender la revolución mexicana de 1910 es necesario analizar cuál era el contexto económico, social y político del México de finales del siglo XIX.
El 97% del territorio nacional era propiedad de 830 latifundistas, en un lapso de 20 años el 90% de los ejidos desapareció. Para 1910, la masa campesina se dividía de la siguiente forma: 479,074 campesinos libres, 591,752 obreros asalariados sujetos económicamente a la hacienda (peones), 430,896 trabajadores en otras ocupaciones.
En contexto, la inversión productiva no tenía sentido para el hacendado, quien lo que deseaba era tener mayores beneficios, sin importar la muerte por cansancio o la miseria de sus trabajadores. En un momento dado, la hacienda se conforma como una unidad económica autónoma o casi autónoma, que tiene sujetos a sus trabajadores por medio de la coerción directa o indirecta. El cultivo de los productos dedicados a la alimentación se restringe sólo a lo necesario para el sostenimiento de los peones, mientras que el que corresponde a los productos de demanda internacional se extiende de manera explosiva y estimula, en este caso sí, la introducción de tecnología avanzada, tanto en la producción como en el transporte de las mercancías. Se prioriza el henequén, el azúcar, el algodón, entre otros cultivos que dominan las zonas costeras. Algunos le llaman a esto economía de enclave; donde el núcleo de desarrollo está aislado del conjunto de la economía regional y de poco o nada sirve para la creación de un mercado interno, dado que la producción está destinada al comercio internacional y el gasto en mano de obra es apenas el mínimo indispensable para evitar la muerte por hambre.
Las ideas socialistas europeas llegaron relativamente tarde a nuestro país y desgraciadamente los primeros en difundir el socialismo fueron los anarquistas. En 1865 se crea un primer grupo socialista de tendencias anarquistas, ellos fueron los que impulsaron las primeras huelgas.
El papel de los trabajadores y activistas del Partido Liberal (surgido en 1901 y que rápidamente fue girando al anarquismo) fue ejemplar. En ningún caso arguyeron motivos estratégicos para hacerse a un lado del destino que la dictadura preparó para aquellos que osaran rebelarse, por lo que los pelotones de fusilamiento, las horcas, las cárceles siempre incluyeron una generosa cuota de activistas del Partido Liberal, que con el ejemplo querían acicatear la conciencia de los trabajadores.
Lamentablemente su sacrificio no se acompañó con un plan para involucrar a la mayoría de los trabajadores del país, es decir los campesinos, ante los cuales se adoptó una actitud sectaria que lamentablemente los fue aislando de las corrientes principales de la lucha.
No obstante, para los años a los que nos referimos, los movimientos sindicales que estallaron constituyeron el principal problema social para el régimen: en 1905 se realiza una huelga en Guadalajara, en 1906 las minas de Cananea son testigos de una histórica lucha obrera en la cual, los trabajadores son masacrados por un grupo de policías norteamericanos que cruzaron la frontera con el beneplácito de las autoridades porfiristas. En 1907 tocó al Gran Circulo de Obreros Libres, sindicato textil de Río Blanco, Veracruz, dar la batalla. En 1908 son los ferrocarrileros los que se levantan y también son reprimidos.
Para 1910, el repudio de los anarquistas a la política oficial era tal que tomaron la campaña de Madero como una más en la farsa electoral burguesa y de este modo profundizaron su aislamiento que a la larga los condenaría a no jugar un papel importante durante los episodios más importantes de la revolución.
El maderismo
Lenin decía que para que una revolución estalle es necesario que las masas oprimidas no soporten continuar viviendo como hasta ese momento y que estén decididas a luchar contra el sistema, además, que exista una crisis en el seno de las clases poseedoras de tal modo que les sea imposible continuar gobernando como hasta ese momento, es decir que exista una crisis en el sistema político que se exprese en enfrentamientos en el seno mismo de la elite dominante. En ese sentido para 1910 las contradicciones eran cada vez más evidentes. Dentro de diversos círculos burgueses y pequeñoburgueses se comenzaron a formar grupos que poseían el común denominador de estar en contra de la reelección de Díaz. Francisco I. Madero, miembro de una de las familias más acaudaladas de Coahuila fue el más decidido, lanzándose como candidato a la presidencia.
La campaña de Madero se convertió en un punto de referencia para toda la oposición. Esta situación obligó a Porfirio Díaz a tomar medidas para que la candidatura de Madero no siguiera creciendo, por lo que mandó detenerlo en Monterrey. Entonces, como ahora, la burguesía en el poder no vacila en violar el juego democrático si las masas se vuelcan en torno al candidato “equivocado”, poniendo de este modo en riesgo la estabilidad del sistema.
Madero logró escapar de la cárcel y una vez enterado de los detalles del descomunal fraude que se orquestó, se ve en la necesidad de convocar a la rebelión, planteando un levantamiento en armas para el día 20 de noviembre. La actitud de Madero al llamar a la rebelión contrasta con la actitud conciliadora que le caracterizó antes, pero también después del estallido. Da la impresión de que aún confiaba en que el llamado al levantamiento sería suficiente para que el gobierno lo llamara a negociar. Prueba de ello es que no había una coordinación nacional en los preparativos rebeldes para el 20 de noviembre y que el propio Madero no ingresó al país sino hasta algún tiempo después.
Los únicos que acudieron puntuales al llamado fueron los campesinos de Chihuahua. El día 14 de noviembre, el dirigente campesino Toribio Ortega, junto con algunas decenas de compañeros, se levantó en armas en el pueblo de Cuchillo Parado. Los demás revolucionarios chihuahuenses lo hicieron en torno a la fecha convenida del 20 de noviembre. Abraham González, el hombre de confianza de Madero en Chihuahua, logró unir a la causa a Pascual Orozco, un antiguo arriero y comerciante con fuertes vínculos en diversos poblados y a Francisco Villa, un campesino obligado por azares del destino a sobrevivir al margen de la ley.
La marca del movimiento revolucionario de Chihuahua era la del campesino que transitaba vertiginosamente hacia la proletarización. El crecimiento de las haciendas, particularmente las del clan Terrazas-Creel, se hacía a costa de las tierras de los pueblos, muchos de las cuales tenían tradiciones de defensa armada desde los tiempos de la lucha contra los apaches. Así que los campesinos pasaban a trabajar en las minas, ferrocarriles o en las cosechas de los hacendados o en la ganadería según se diera su suerte en el transcurso del año.
Cuando se levantaron en noviembre de 1910, tenían muy poco que agradecer al régimen y a la vez muy poco que pactar con él.
Para los campesinos bastaba la promesa vaga de restitución de tierras para que el levantamiento se generalizara, no hay que olvidar que durante el porfirismo el 90% de las tierras comunales fueron arrebatadas a los campesinos.
Madero a duras penas logra integrarse a los contingentes campesinos armados que aún en contra de su voluntad toman Ciudad Juárez en la frontera con Estados Unidos. El régimen porfirista cayó como un castillo de naipes.
Realmente los acuerdos que llevaron a la salida de Porfirio Díaz no correspondían al tamaño de la derrota. Madero no sólo no procedió a depurar el aparato del Estado, sino que prácticamente lo dejó intacto, en realidad se ofrecía a los dirigentes campesinos entregar las armas a cambio de nada. El desconcierto no dejó de expresarse en actitudes de inconformidad e incluso de rebelión. Villa y Orozco muestran hostilidad hacia Madero a tal grado que el primero es obligado al retiro.
En la medida en que la rebelión fue en su abrumadora mayoría un asunto campesino y no había ninguna medida para devolver las tierras, los revolucionarios eran reticentes a entregar las armas. En el caso de Morelos, donde los campesinos habían recuperado directamente sus tierras y quemado algunas haciendas, la negativa tomó carácter de enfrentamiento.
Zapata, su dirigente, tenía una larga historia como defensor de los intereses de su pueblo y no estaba dispuesto a entregar las armas como reclamaban los maderistas, sino hasta que se materializara la promesa de la devolución de las tierras.
Entre julio y agosto de 1911 se llevan a cabo pláticas entre Madero y Zapata, que se suspenden ante la constatación por parte de los revolucionarios del sur que mientras sucedían las conversaciones, el ejército federal amenazaba con cercarlos. La ofensiva militar del ejército federal, comandado por Victoriano Huerta, obligó a los zapatistas a esconderse en las montañas.
Los procesos revolucionarios, una vez que han sido activados provocan una gran polarización entre las distintas clases, a tal grado que la violencia se vuelve cotidiana, la lucha se extiende en medio de ascensos y reflujos de la marea revolucionaria, los cuales pueden durar días, meses o años, hasta que una de las clases impone su hegemonía a las demás, rompiendo las trabas que limitaban su desarrollo. En el caso de México, en 1911 el proceso apenas iniciaba. La burguesía que provenía de las capas medias del porfirismo, vivía del extranjero y de los grandes latifundistas, precisamente los obstáculos para su desarrollo como clase, esta situación de dependencia los colocaba como un grupo más bien expectante al inicio del proceso. El proletariado, también de reciente origen, no tenía organizaciones políticas de importancia.
La clave de la revolución mexicana fue el movimiento campesino y tenía un carácter básicamente anti feudal por estar dirigida en contra de los grandes terratenientes, pero al mismo tiempo tenia un aspecto anticapitalista en la medida de que afectaba directamente los intereses de los inversionistas extranjeros, uno de los principales propietarios de tierras y explotaciones mineras.
El movimiento campesino, al rebelarse, no elaboraba un programa que aglutinara a los descontentos, más bien en un inicio aprovechaba el programa democrático burgués para tratar, por medio de él, de alcanzar sus objetivos. Pero en la medida en que la burguesía, por sus compromisos, origen y forma de ser estaba más cerca de la oligarquía que de los campesinos pobres, se generaba en el campesinado una abierta insatisfacción ante los distintos gobiernos burgueses que se mostraban incapaces de resolver el problema de la tierra.
Entre 1911 y 1912 se sucedieron levantamientos en Sinaloa, Nayarit, Tlaxcala, Jalisco, Tamaulipas y por supuesto, Morelos.
Madero era un burgués, firme creyente en que los pobres e ignorantes campesinos eran una amenaza y por ello no vaciló en actuar contra ellos, aunque su actitud distaba mucho de parecerse a la de Díaz. La gran burguesía terminó por achacar los disturbios a su falta de energía y fue fraguando en su seno la idea de sustituirlo. Para la oligarquía y sus socios del extranjero, era necesario eliminarlo, no porque fuera demasiado revolucionario, sino porque no era lo suficientemente contrarrevolucionario.
Los caudillos campesinos y el auge de la revolución
A principios de 1913, la reacción decide finalmente deshacerse de Madero. El 9 de febrero los grupos más representativos de la oligarquía concluyen la elaboración de un plan para dar un golpe de Estado, el cual se ejecuta culminando con el asesinato de Madero y la llegada al gobierno del jefe del ejército Victoriano Huerta.
De esta forma, los representantes de la contrarrevolución asumen el control del gobierno de forma temporal. Huerta instaura una dictadura militar sostenida por la oligarquía porfirista, los Estados Unidos y algunos generales oportunistas.
La misión de la dictadura era restablecer el orden perdido luego del levantamiento de 1910. Consideraban que Madero, al ser demasiado débil de carácter, estaba permitiendo que la rebelión se desarrollara. Ellos, en cambio, aplicaron una feroz represión. Sin embargo, los resultados fueron totalmente contrarios a los esperados.
Por un lado, los campesinos como Zapata no podían tener ninguna confianza en el regreso de los “científicos”, especialmente si su jefe era Huerta. Por otro lado, otros movimientos que habían tolerado al régimen de Madero por considerarlo un gobierno legítimo ya tuvieron más pretextos y se lanzaron a la lucha.
Algunos sectores de la burguesía nacional que permanecían expectantes decidieron entrar en acción. La caída de Madero, con quien tenían una alianza, significaba un paso atrás en sus aspiraciones de ir logrando espacios de poder. Ante la disyuntiva de enfrentarse al poderoso movimiento popular que se estaba desencadenando o tratar de encabezarlo, optaron por esto último, tratando de darle continuidad a la lógica maderista de democracia sin reformas sociales.
El 26 de marzo de 1913 se dio a conocer el Plan de Guadalupe, en el que Venustiano Carranza, un viejo amigo de los Madero y porfirista adaptado a los nuevos tiempos, se autoproclamó “primer jefe del ejército”.
Pese que algunas de sus principales cabezas tenían antecedentes dentro del régimen porfirista, el Plan de Guadalupe constituye un claro ejemplo del proceder de la burguesía, la cual sin justificación alguna se proclama representante legal del pueblo y se la autoridad de declarar legal o ilegal a algún otro movimiento que, como el zapatista, no lo aceptara como mando supremo.
Entre aquellos que se sumaron a los carrancistas estaban algunos miembros de la pequeña burguesía norteña que ya comenzaba a destacarse por su gran ambición de poder y dinero. Eran estos, elementos lo suficientemente faltos de poder económico y político como para luchar en contra de la oligarquía, pero lo suficientemente acomodados como para temer seriamente las aspiraciones obreras y campesinas de transformación social. Precisamente estos elementos, en el río revuelto de la revolución, podían aprovechar las circunstancias para situarse en posiciones inimaginables fuera de ella. Éste fue el caso de los Obregón, Serrano, Calles, De la Huerta, que serían conocidos en el futuro como los sonorenses.
El aparente radicalismo liberal de su discurso cumplía más bien el papel de cubrir la ausencia de convicciones políticas firmes, como no fuera la fidelidad a sus propias personas. Los obregonistas estaban con Carranza porque en este bando podían satisfacer sus apetitos de poder y dinero. Ni Villa, ni Zapata eran para ellos más que la posibilidad de expropiaciones para su propia clase y en el fondo, esto hacía imposible una alianza duradera con dichos bandos.
Al lado de los constitucionalistas, pero en el fondo de una naturaleza muy distinta, se encontraban los villistas. Villa aún antes de la muerte de Madero había logrado escapar de su reclusión en la Ciudad de México. Le habían dado a conocer el plan para asesinar al presidente y si permanecía en prisión, su fusilamiento a manos de Huerta hubiera sido inevitable. Ya en la frontera, entró a México en la zona de Ciudad Juárez con apenas nueve hombres y rápidamente formó un grupo de cientos de campesinos. De forma similar, otros campesinos como Toribio Ortega, Calixto Contreras, Maclovio Herrera, sumaron fuerzas de cientos de personas que se agruparon en torno a las que ya poseía Villa. En septiembre de 1913, los campesinos, convertidos en generales, proclamaron a Villa como jefe de la División del Norte, la maquinaría de guerra que derribó al régimen huertista.
La guerra contra Huerta
El ejército villista aplastó las principales fuerzas huertistas en todo el territorio de Chihuahua, Coahuila y Durango. Al mismo tiempo las tropas de Pablo González y Obregón se mantenían relativamente estancadas, ello significaba un peligro para la jefatura de Venustiano Carranza, el cual estaba sumamente interesado en impedir que la revolución social que representaba el ejército villista alcanzara el triunfo definitivo sobre Huerta.
Por su parte los huertistas decidieron hacerse fuertes en Zacatecas, una ciudad rodeada por cerros desde los cuales sería posible, ellos pensaban, aniquilar cualquier ofensiva y de ese modo cambiar drásticamente el curso desfavorable que la guerra tenía hasta ese momento.
El 23 de junio Villa ordenó el ataque, el cual se centró en destruir las fortificaciones federales de los cerros de la Bufa y el Grillo. Una vez que esto se logró, se desató un avance contundente de la caballería, que terminó por generar el desconcierto y derrota del ejército federal. Se dice fácil, pero la maniobra fue dura y costó la vida de más de 6 mil soldados en un solo día.
Con esta derrota, la suerte de Huerta quedó echada y lo único que quedaba pendiente era a quién se rendiría el ejercito huertista, si a Obregón o a Villa.
El asunto se definió con la decisión de Carranza de hostigar las líneas de aprovisionamiento de la División del Norte y al mismo tiempo obligar a Obregón a que avanzara a marchas forzadas hacia la capital del país. Villa tenía la opción de enfrentarse directamente a Carranza, pero ello hubiera significado un respiro para las tropas huertistas que ningún revolucionario podía permitir.
La Convención Nacional Revolucionaria
Ambos bandos quedaron en resolver sus diferencias en una convención, luego de que comisiones de villistas y carrancistas se reunieron en Torreón, sin que Carranza rspetara lo allí acordado. La Convención se verificaría luego de la derrota definitiva de las tropas federales, cuando esto sucedió en agosto de 1914. Carranza se empecinó en que dicha Convención se realizara en la Ciudad de México y que en ella participaran exclusivamente las fuerzas que reconocieran su mando supremo.
Villa no sólo se opuso, sino que propuso integrar a la Convención a las fuerzas zapatistas. Muchos generales carrancistas amenazaron con romper con el jefe supremo si éste no accedía a la realización de la Convención, por lo que éste finalmente accedió y permitió que sus generales acudieran a la ciudad de Aguascalientes como la sede del encuentro, que se realizó en octubre de 1914.
La Convención Nacional Revolucionaria era en cierta forma la reunión más amplia de los jefes militares campesinos que se había realizado hasta ese entonces. Incluso los zapatistas hicieron su aparición interviniendo con gran efectividad.
La Convención aprobó un programa social que tenía como objeto atender las necesidades más urgentes de los campesinos y los obreros. Al mismo tiempo se declaró soberana, es decir en cierto sentido, desconoció a la autoridad de Carranza como presidente provisional.
En un momento determinado, presa del ambiente, Obregón y sus aliados optaron por aceptar la soberanía de la convención y por ello jugaron un papel determinante en los acuerdos fundamentales que fueron alcanzados. De hecho, la propuesta de Eulalio Gutiérrez como presidente de la república fue originada por los obregonistas. Los villistas cedieron a la propuesta de Obregón, la cual sonaba más o menos neutral.
Carranza declaró que no acataba dicho acuerdo y decidió retirarse a Veracruz. Las fuerzas militares que le eran fieles se reducían en esos momentos a las tropas de Pablo González. Cuando éstas iniciaron la retirada rumbo a Veracruz, sufrieron deserciones masivas. Por otro lado, los obregonistas, que habían participado en los acuerdos de la convención se retiraron hacia la región donde él se encontraba con el pretexto de convencer a Carranza. No obstante, ya lejos de la presión de la Convención, decidieron sumarse a Carranza.
Para los momentos en que las fuerzas de la Convención ocuparon la Ciudad de México, tenían el control militar del 80% del territorio y la mayor parte de las tropas. De hecho, la retirada descompuesta de Pablo González para reunirse con su jefe en Veracruz lo había dejado prácticamente sin ejército. Las únicas fuerzas que ejercían un poder político y social real de parte de la Convención eran las de Villa y Zapata; una en Chihuahua, a más de 1000 kilómetros de la Ciudad y la otra en Morelos, en un área sólo circunscrita a los pueblos zapatistas. Villa y Zapata eran auténticos representantes y jefes de sus movimientos y aún a pesar de las influencias de intelectuales progresistas, eran ellos y su perspectiva campesina y regional la que definía su actuar.
La entrada de las tropas de Villa y Zapata a la Ciudad de México el día 6 de diciembre de 1914, marcó el punto más álgido del movimiento revolucionario campesino. Sin embargo, en términos de gobierno, pese a las crecientes dudas que suscitaba la actitud de Eulalio Gutiérrez, no hicieron previsiones importantes para enfrentar la traición que éste ya preparaba. De hecho su actitud de delegar a los elementos pequeño burgueses las tareas de gobierno facilitó la labor de elementos vacilantes, como José Vasconselos y Martín Luís Guzmán, entre otros.
En realidad, dichos elementos se pusieron del lado del campesinado pobre cuando el auge revolucionario parecía incontenible, pero cuando el auge de la lucha fue cediendo y llegó la hora de consolidar un programa, estos “funcionarios de gabinete” se dieron cuenta que se encontraban en un bando del que no había posibilidad de sacar provecho personales. En esas circunstancias comenzó a desarrollarse una desbandada que incluyó al propio Eulalio Gutiérrez, presidente de la Convención.
Zapata y Villa declararon sinceramente en Xochimilco que ellos no eran buenos para eso de los “gabinetes”. Hacía falta un movimiento con un programa muchísmo más profundo, que pudiera oponerse al de la burguesía carrancista o al reformismo de Obregón. Lamentablemente el movimiento obrero, representado en cuanto a fuerza organizada por la Casa del Obrero Mundial, tenía una dirección que combinaba el sectarismo hacia el movimiento campesino revolucionario con el oportunismo hacia el gobierno que le ofreciera mejores garantías de organización. Sobre las relaciones entre el zapatismo y el magonismo, se podría decir que no eran del todo malas, no obstante fuera de una correspondencia relativamente regular nunca hubo una colaboración real.
Una gran carencia, tal vez la más determinante, en el seno de la Convención fue la ausencia del movimiento obrero organizado y al mismo tiempo, de una organización basada en él, que le permitiera construir un programa revolucionario que los carrancistas fueran incapaces de disfrazar como suyo.
Las fuerzas militares de la convención eran originalmente muy superiores a las carrancistas, de hecho llegaron a ocupar por bastante tiempo la capital del país, no obstante, políticamente no tenían cohesión y tampoco un proyecto coherente con el cual enfrentar al de la burguesía.
Aquí vemos la diferencia crucial entre la revolución rusa de 1917, victoriosa, y la revolución mexicana de 1910, que terminó derrotada. La Rusia de 1917 tenía muchos puntos en común con el México de 1910: un proletariado pequeño en número, una burguesía débil y asustada, y una composición social predominantemente campesina. La diferencia crucial en Rusia fue la existencia de una dirección política de la clase trabajadora que fue capaz de conectar las aspiraciones democrático-nacionales del campesinado con una fuerza en las ciudades capaz de ofrecer una alternativa al poder de la burguesía.
La derrota de la Convención y triunfo de la burguesía
Mientras la crisis política se desataba en el bando convencionista, los carrancistas se reorganizaban política y militarmente para emprender la contraofensiva. Políticamente se implementaron una serie de iniciativas demagógicas con el fin de arrebatar a los ejércitos campesinos las banderas agraristas, por supuesto todo sería después del triunfo. Al mismo tiempo, se tildaba de reaccionarios a los ejércitos campesinos.
El 6 de enero de 1915 se da a conocer una ley agraria que pretendía contrarrestar el Plan de Ayala zapatista, que había sido asumido por la Convención. Carranza por fin había cedido a los consejos de algunos de sus generales y al de su maquiavélico asesor Luís Cabrera. Prometer no empobrece, sería tal vez la idea prevaleciente en el campo carrancista. Del mismo modo se iniciaba una ofensiva de las tropas de Obregón hacia Puebla. La decisión de Villa fue el retirarse de la ciudad y entablar a las batallas en zonas más cercanas a sus líneas de abastecimiento.
Al final Obregón logra ocupar la capital, mientras que las fuerzas convencionistas se retiran con los zapatistas a Morelos.
Pese a que el despliegue de las fuerzas de la convención era enorme, era notable que la única fuerza que tenía cierta consistencia en la lucha contra los carrancistas era la proveniente de la División del Norte. La mayoría de aquellos que habían votado los acuerdos de la Convención, en su mayoría elementos pequeño burgueses, tanto civiles como militares, estaban desertando. Al mismo tiempo, los Estados Unidos, sin que Villa lo supiera, estaban dando todas las facilidades a Carranza para dotarse de recursos militares. El único bando consecuente con el que contaba el villismo era el zapatismo, pero este no sabía combatir fuera de su zona de influencia y ello lo tornaba un tanto inútil en la proximidad de la batalla final en contra de Carranza.
De Marzo a Junio de 1915 se desataron las batallas decisivas de la revolución, decenas de miles de campesinos de ambos bandos quedaron sembrados en las tierras del centro de México. Militarmente la causa definitiva de la derrota fue la ausencia de material de guerra. Los Estados Unidos habían cambiado de bando surtiendo al bando carrancista y cortando los suministros a los villistas, que veían con frustración como muchas de sus armas estaban cargados con balas de salva. A finales de año Villa iba en retirada hacia el norte, estaba debilitado pero aún no derrotado. Una nueva traición norteamericana lo decidiría todo.
Villa intentó una ofensiva hacia los terrenos de origen de los mandos obregonistas: Sonora. La idea era atacar por sorpresa las ciudades fronterizas de Sonora como Aguaprieta y desde ahí reiniciar una ofensiva. La idea era buena, sin embargo no contaba con que Obregón conocía esos planes y que el gobierno norteamericano permitió a las fuerzas de Obregón trasladar en tren a más de 3000 hombres de refuerzo para Calles, el jefe obregonista en Sonora en esos momentos. Cuando las fuerzas villistas atacaron se dieron cuenta que habían caído en una emboscada y tuvieron que retroceder.
El desenlace
La derrota de la división del norte en 1915 marcó el final de la fase ascendente de la revolución. Un año antes los campesinos tenían a la burguesía de espaldas al suelo. No obstante no pudieron consolidar un régimen alternativo al de la burguesía y ello determinó su derrota a la larga. Los siguientes años hubo nuevos protagonistas, tanto obreros como campesinos, no obstante, nunca hubo un año como 1914 cuando los campesinos pobres, desde jornaleros hasta peones, tuvieron el control casi total del país. Con un ejercito que ellos mismos habían inventado, la División del Norte, habían destruido el ejercito Federal y buscaban a ciegas pero sinceramente un destino distinto al que el capitalismo ofrecía. Hoy a casi 100 años de esos acontecimientos debemos retomar el estandarte, luchar por construir las bases para una revolución que cumpla con las aspiraciones por las que cientos de miles de hombres y mujeres entregaron su vida: acabar con la explotación.