Alan Woods, editor de marxist.com, analiza el tumultuoso estado del mundo a principios de 2021. El capitalismo está en una profunda crisis. Mientras que un puñado de multimillonarios se enriquece, la gran mayoría está atrapada entre la pandemia del coronavirus y la pobreza. Pero los marxistas siguen siendo optimistas. La clase trabajadora y la juventud están empezando a estirar los músculos en preparación para las batallas que se avecinan.
«El que ríe aún no ha escuchado las malas noticias». (Berthold Brecht)
“La esperanza brota eternamente en el pecho humano”. Las célebres palabras del gran poeta inglés del siglo XVIII Alexander Pope contienen una profunda verdad sobre la psique humana. En última instancia, es la esperanza lo que nos hace seguir adelante. Es lo que nos sostiene a través de las pruebas y tribulaciones de la vida.
Incluso en los momentos más oscuros, cuando nos sentimos abrumados por las dificultades de todos los lados, es esta obstinada creencia de que las cosas eventualmente mejorarán lo que nos proporciona la fuerza moral necesaria para seguir viviendo y luchando, incluso cuando todas las probabilidades parecen estar en contra nuestra.
Pero, ¿qué pasaría si se extinguiera toda esperanza? Un mundo sin esperanza sería ciertamente un lugar oscuro. Sería imposible vivir en un mundo así. Y si le quitas a la gente la esperanza de un futuro mejor, le quitas todo lo que queda de su humanidad y dignidad.
La eliminación de la esperanza deja solo una respuesta posible, y esa respuesta es la desesperación. Las personas pueden responder a la desesperación de diferentes formas. Básicamente, solo tienen abiertos dos caminos. Uno es el camino de la pasividad, la apatía y, en última instancia, la conclusión de que no vale la pena vivir la vida. Pero hay otro camino. Los seres humanos son criaturas muy tercas y no llegarán voluntariamente a la conclusión de que no hay salida. El segundo camino es el camino de la revolución.
¿Feliz año nuevo?
Con las campanadas de medianoche, cuando el 31 de diciembre se convierte en el 1 de enero, es costumbre desear a los amigos y familiares un feliz año nuevo. Este año no habrá sido diferente. El viejo Pope tenía razón: la esperanza brota eternamente en el pecho humano.
Así que, como de costumbre, levantamos nuestras copas y deseamos a todos un año feliz, saludable y próspero, con la esperanza de que 2021 sea mejor que 2020. Después de todo, ¡difícilmente podría ser peor!
Y aún así, aún así… en el fondo de nuestro corazón, ¿cuántos de nosotros realmente creímos en esta predicción optimista? A decir verdad, hay muy poca evidencia empírica que la justifique.
La pandemia todavía está descontrolada y somete a millones de personas sufrimiento y muertes innecesarios. El número total de casos de coronavirus a escala mundial al cierre de 2020 era de 82.421.447. Y el número total de muertes registradas era de 1.799.076.
Sin embargo, no hay duda de que estas cifras oficiales subestiman la situación real en una cantidad considerable. ¿Quién en su sano juicio puede creer las estadísticas oficiales de personas que han muerto a causa de esta terrible enfermedad, en la India por ejemplo?
Es suficiente señalar la flagrante falsificación de estadísticas para minimizar el número de muertes por COVID-19, en Gran Bretaña y otros países que se llaman avanzados, para subrayar el punto.
Y dado que los virus no respetan las fronteras nacionales, ni siquiera los Estados más ricos pueden evitarlos. Algunas de las peores estadísticas de todo el mundo se encuentran en los Estados Unidos, donde Florida es actualmente el epicentro de la epidemia.
Un hospital de Los Ángeles estaba tan abrumado con casos de COVID-19 que se vio obligado a atender a las víctimas de la enfermedad en la tienda de regalos. Tal es la situación real en el país más rico del mundo.
Una cuestión de clase
Trotsky dijo en una ocasión, usando las palabras del gran filósofo Spinoza, que nuestra tarea es: «ni llorar ni reír, sino comprender».
Constantemente se nos dice que debemos unirnos para enfrentarnos a un enemigo común: un enemigo despiadado, inexorable e invisible llamado COVID-19. “Estamos todos en el mismo barco”, esa es la falsa e hipócrita consigna con la que los ricos y poderosos tratan de desviar nuestra atención del hecho evidente de que la actual pandemia es también una cuestión de clase.
Simplemente no es el caso de que «estamos todos en el mismo barco». En realidad es justo lo contrario. La pandemia ha servido para exponer las profundas divisiones entre ricos y pobres: la verdadera línea divisoria que divide a la sociedad entre los que están condenados a enfermarse y sufrir una muerte horrible, y los que no lo están.
Y pisándole los talones a la pandemia llegó la recesión económica más profunda de los tiempos modernos. La crisis económica mundial ha golpeado duramente a Estados Unidos. 40 millones de estadounidenses solicitaron los trámites para el seguro de desempleo durante la pandemia. Como siempre, son los pobres los que más sufren.
En 2019, la Reserva Federal informó que cuatro de cada diez estadounidenses no tenían suficiente efectivo en sus cuentas bancarias para cubrir un gasto inesperado de 400 dólares. Y en los primeros meses de 2020, la situación empeoró dramáticamente.
Alarmada por el peligro que representaba esta situación, la clase dominante se vio obligada a tomar medidas de emergencia. El Estado, que de acuerdo con la teoría del libre mercado, debería jugar poco o ningún papel en la vida económica, ahora se convirtió en lo único que apuntalaba al sistema capitalista.
En marzo, los legisladores estadounidenses aprobaron más de $2,4 billones (1,9 billones de euros) en ayuda económica para empresas y hogares, en un intento de mitigar las dificultades económicas que sufren millones de familias. En realidad, la mayor parte de este dinero se gastó en generosas donaciones a los ricos. Pero el dinero entregado a los desempleados sirvió sin duda para paliar los efectos de la crisis en la parte más pobre y vulnerable de la sociedad.
Pero las ayudas han ido disminuyendo desde el verano y varios programas clave, incluidas las prestaciones sociales para los trabajadores precarios y las personas sin trabajo durante más de seis meses, debían expirar a finales de diciembre. A medida que el gobierno ha retirado el apoyo, un número creciente de personas se quedan sin comida adecuada o se atrasan en el pago del alquiler y otras facturas.
Hambre en Estados Unidos
Muchas personas se encuentran ahora en una situación desesperada. Habiendo perdido repentinamente sus trabajos, se enfrentan a la pérdida de sus hogares. No tienen ingresos ni dinero suficiente para poner comida en la mesa. En el país más rico del mundo, millones de familias pasan hambre.
La inseguridad alimentaria se ha duplicado desde el año pasado, alcanzando el nivel más alto desde 1998, cuando se recopilaron por primera vez datos sobre la capacidad de los hogares estadounidenses para obtener alimentos suficientes. En el mes de noviembre, uno de cada ocho estadounidenses informó que algunas veces o con frecuencia no tenía suficiente comida, según una encuesta reciente del censo.
El Banco de Alimentos de San Francisco-Marin, que opera en algunos de los condados más ricos de EE.UU. – San Francisco y Marin – ha estado sirviendo a unos 60.000 hogares, el doble de su nivel anterior al Covid. El 14 de diciembre, la BBC News informó:
“Aunque el hambre no es nueva en Estados Unidos, la pandemia ha tenido un impacto importante. La inseguridad alimentaria se ha convertido en un problema nacional generalizado que no perdona ni siquiera a algunas de las regiones más ricas.
“Desde principios de noviembre, no lejos del Trump National Golf Club en Virginia, en un área que solía tener algunas de las tasas de hambre más bajas del país, Loudoun Hunger Relief alimentó entre 750 y 1.100 hogares por semana, un aumento promedio del 225% desde su promedio semanal pre pandémico.
“’Vimos gente que nunca antes había necesitado acceder a este tipo de recurso’, dice la directora ejecutiva Jennifer Montgomery.
«Era obvio que estaban a sólo uno o dos meses de salario de estar en serios problemas».
«He perdido mi orgullo»
Miremos a Omar Lightner, un camionero de 42 años de Florida. Perdió su trabajo en febrero a causa de la pandemia. Desde entonces, vive de sus ahorros en un motel en Jacksonville con su esposa e hijos. Su dinero se está agotando rápidamente.
“Mis ahorros eran de $22.000 (18.100€) cuando vinimos a este motel”, dijo Lightner. “Esto nos costó unos 17.300 dólares. El resto lo gasté en cupones de alimentos. Eso ayudó mucho. Pero tenemos dos niños con autismo severo; hay medicamentos y terapias que pagar».
Mientras Lightner continúa buscando trabajo, su preocupación más grande e inmediata es cómo asegurar un hogar para su familia. Se han retrasado cuatro semanas en el pago del alquiler y ahora se enfrentan al desahucio.
Como parte de la política de desalojo del motel, se pueden retirar de su habitación los artículos que se consideren no esenciales. Esta semana, ha sido la televisión, algo que la pareja necesita desesperadamente para calmar a Jamal, cuyo autismo implica no poder hablar.
«Somos una familia de cinco, no hay albergues disponibles a los que podamos ir en este momento», dijo Lightner.
«He perdido el orgullo. Ahora somos prácticamente personas sin hogar. Y yo era un hombre que siempre tenía mucho orgullo. Trabajé toda mi vida. Siempre tuvimos una linda casa y buenos vehículos.
“Sé cómo crecí, tuve que trabajar para conseguir esas cosas. Y me lo han quitado por causas ajenas a mí.“
Ese es el rostro real y brutal del capitalismo en el siglo XXI. No existe otro. El primero de enero de 2021, para al menos 12 millones de ciudadanos estadounidenses, las palabras Feliz Año Nuevo tenían un sonido amargo y hueco.
Feliz año nuevo para los ricos
Pero, ¡eh…! No nos pongamos demasiado tristes. No todo fueron malas noticias. En medio de este mar interminable de miseria humana, sufrimiento, hambre y muerte, a algunos les fue muy bien.
Al mismo tiempo que más de 40 millones de estadounidenses solicitaban los trámites del desempleo, los multimillonarios vieron aumentar su riqueza en más de medio billón de dólares. Para esas personas, 2020 fue un año muy feliz. Y no hay absolutamente ninguna razón para dudar de que 2021 será aún más feliz.
Miremos el caso del propietario de Amazon, Jeff Bezos, que se convirtió en la primera persona con una riqueza total declarada de más de $200 mil millones. Desde principios de marzo, cuando Estados Unidos vio sus primeras muertes por coronavirus, la riqueza de Bezos aumentó en 74.000 millones de dólares. ¡Tiene motivos para celebrar!
Bezos ahora gana más dinero por segundo de lo que gana el trabajador estadounidense típico en una semana. Un hombre estadounidense promedio con una licenciatura ganará alrededor de $2,2 millones en su vida; Bezos gana alrededor de $2,2 millones en 15 minutos.
Con sus $200 mil millones, es tan rico que un estadounidense promedio que gasta $1 es comparable al CEO de Amazon cuando gasta $2 millones. Su fortuna es más del doble que la de toda la monarquía británica y es tan grande como el PIB de países enteros.
Y estaba solo en su buena suerte. El magnate de los casinos Sheldon Adelson vio aumentar su riqueza en $5 mil millones, mientras que la de Elon Musk aumentó en $17,2 mil millones. Al sumar las cifras, los multimillonarios en los Estados Unidos han aumentado su patrimonio neto total en $637 mil millones durante la pandemia de COVID-19 por ahora.
Como hemos señalado, una gran parte de su nueva riqueza provino directamente de las generosas dádivas del erario público. De la enorme cantidad de dinero entregada por el gobierno para contrarrestar la crisis, la mayor parte fue directamente a los bolsillos del uno por ciento más rico de la sociedad.
Las leyes fiscales favorables a los ricos y las lagunas legales mantienen a esos multimillonarios en la cima. Y esas son solo las vías legales que usan los ricos para evitar pagar impuestos. En 2017, los investigadores estimaron que alrededor del 10% del PIB mundial estaba escondido en paraísos fiscales en el extranjero. Un estudio realizado en 2012 reveló que las personas más ricas del mundo mantenían hasta 32 billones de dólares en paraísos fiscales.
La brecha que separa a los que tienen de los que no tienen se ha ensanchado hasta convertirse en un abismo infranqueable, profundizando la polarización social y política y creando un estado de ánimo explosivo en la sociedad. Este hecho fue subrayado sorprendentemente por los acontecimientos en Washington en los últimos días.
La última resistencia de Donald J. Trump
Obtener una visión racional del funcionamiento del intrincado cerebro de Donald Trump es una tarea digna de un intelecto mucho mayor que el que posee el autor de este artículo. Sin embargo, no es del todo imposible hacer una suposición fundamentada sobre sus motivos en el presente caso.
El Congreso había estado estancado desde el verano en un nuevo paquete de estímulo para el coronavirus que se suponía ayudaría a unos 12 millones de trabajadores que se enfrentaban a la retirada de las ayudas el 31 de diciembre.
Los Republicanos y Demócratas finalmente acordaron un proyecto de ley de compromiso que extendería la ayuda por desempleo hasta fines de marzo, entre otras medidas de alivio. Pero para sorpresa de todos, el presidente se negó a firmar. Trump ahora protestaba porque la cantidad de dinero que se les iba a dar a los destinatarios era demasiado tacaña, lo cual era evidentemente cierto, y que él estaba del lado de los estadounidenses pobres contra un Congreso tacaño, lo cual era evidentemente falso.
El hecho es que la miserable cantidad decidida fue el resultado de las tácticas de bloqueo de los Republicanos, es decir, del propio partido de Donald Trump. Si se oponía a esto, podría haber aclarado sus puntos de vista mucho antes, ahorrando así mucho tiempo y problemas. Pero no lo hizo.
De hecho, respaldó la propuesta original y guardó silencio hasta el último momento cuando el proyecto de ley aterrizó en su escritorio, solo unas semanas antes de que le entregaran una orden de desalojo para que abandonara la Oficina Oval. Las dos cosas claramente estaban relacionadas.
Aquí hay dos cosas muy claras. La primera es que Donald J. Trump está muy apegado a su posición como presidente de la mayor potencia del mundo y no tiene ninguna prisa por hacer las maletas. Al contrario, pretende aferrarse al poder hasta el último momento, con la misma desesperación con la que una persona desesperada se agarra a un clavo ardiendo.
Desafortunadamente, el suministro de clavos ardientes del presidente ha disminuido drásticamente en las semanas posteriores a las elecciones. En una acción desesperada de retaguardia, que recuerda a la última resistencia del General Custer, Donald Trump hizo sonar un último y desafiante toque de corneta para pasar revista a su tropa.
Para su inmenso disgusto, solo un puñado de senadores republicanos respondió a la llamada. Incluso sus partidarios más leales en la jerarquía del Partido Republicano, sopesando el equilibrio de fuerzas, llegaron a la conclusión lógica de que la discreción es la mejor parte del valor.
Para colmo de males, algún delator astuto (sus números se multiplican por día) publicó una grabación del presidente donde intentaba intimidar al Secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, para que «encontrara» 11.780 votos que anularan la victoria de Joe Biden allí. Ese fue probablemente un factor en la toma de decisiones de los senadores Republicanos. Lo abandonaron como las ratas huyen de un barco que se hunde.
Tales actos de deslealtad cobarde son profundamente ofensivos para un hombre que hace tiempo que no está acostumbrado a la insubordinación de ningún tipo. Imaginar que una traición de esta magnitud quedaría impune era absolutamente impensable. Y así, mientras otros estaban ocupados envolviendo sus regalos de Navidad, nuestro Donald estaba preparando una última sorpresa navideña para sus antiguos amigos y aliados, una que no olvidarían rápidamente.
Incluso si eso significara que millones de estadounidenses pobres pasarían hambre, él pasaría a la historia como el presidente que quería dar más dinero a los pobres. Eso era mentira, por supuesto, ya que este presidente ha elevado el arte de mentir a niveles completamente nuevos.
Pero lo principal no es lo que es verdad, sino lo que la gente cree que es verdad. Y lo que la gente cree resultará muy útil en las próximas elecciones presidenciales, cuando Donald J. Trump, a diferencia del general Custer, vuelva a cabalgar.
Uno puede imaginarse su sensación de júbilo malicioso cuando el presidente de repente retiraba la mano del documento ofensivo, lanzando así una granada de mano contra las conmocionadas filas de los Republicanos del Congreso.
“¡Aquí tenéis, mis buenos amigos! ¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo! “
Donald J. Trump tuvo la satisfacción de saber que, aunque se viera obligado a salir de la Casa Blanca, lo habría hecho con una explosión, no con un quejido. La jugada causó consternación en el Congreso. Pero esto no era nada comparado con lo que estaba por venir.
La hora de la verdad
La democracia burguesa es una planta muy frágil, que solo puede florecer en ciertos suelos bien nutridos. Históricamente, es un privilegio que solo tienen las naciones capitalistas más avanzadas y prósperas, donde la clase dominante posee suficiente riqueza excedente para hacer concesiones a la clase trabajadora, desfilando así las agudas aristas de la lucha de clases y previniendo un conflicto abierto entre ricos y pobres.
Durante mucho tiempo, más de 100 años en el caso de países como Estados Unidos y Gran Bretaña, la clase dominante logró establecer un cierto grado de equilibrio político y social, gobernando no por el uso de la fuerza directa, sino por una especie de pacto de caballeros, un compromiso entre las clases antagónicas.
En el caso de Gran Bretaña, esto se logró mediante un sistema de dos partidos, los partidos Conservador y Laborista, que se alternaban en el gobierno a intervalos regulares, sin desafiar nunca el dominio del Capital. En Estados Unidos existía un arreglo similar con el reparto del poder entre republicanos y demócratas.
En realidad, este compromiso era una máscara que sirvió para ocultar las divisiones fundamentales de la sociedad y evitar un serio desafío al statu quo. En palabras del gran escritor estadounidense Gore Vidal: «Nuestra república tiene un partido, el partido de la propiedad, con dos alas de derechas». Pero la crisis del capitalismo lo ha cambiado todo. La marcada y creciente división entre ricos y pobres ha provocado la ruptura del antiguo consenso.
En todas partes, bajo la aparente calma superficial, hay un descontento hirviente, que se revela en estallidos periódicos de ira popular contra el viejo orden, sus instituciones, sus partidos políticos, sus líderes, su moral y sus valores. Este descontento, es cierto, carece de una expresión política clara. Es confuso, incoherente y, en ocasiones, puede incluso adquirir un aspecto reaccionario.
Esta falta de claridad no es de extrañar. Es el resultado de la debilidad del factor subjetivo: el hecho de que las fuerzas del marxismo genuino han retocedido durante todo un período histórico, dejando el campo abierto a todo tipo de reformistas confusos y reformistas de izquierda que, como no tienen ideas propias claras, son orgánicamente incapaces de proporcionar soluciones a los problemas candentes que enfrentan las masas.
En su desesperación por encontrar una salida a la crisis, las masas buscan una expresión y una salida a su ira por las injusticias del actual orden social y político desacreditado. Este descontento puede ser aprovechado por demagogos de derecha sin escrúpulos del tipo de Donald Trump.
Pero en movimientos tan confusos y heterogéneos, es fundamental que aprendamos a distinguir lo reaccionario de lo que es reflejo de una protesta incoherente contra el statu quo, y no dejarnos desviar por factores secundarios y el impresionismo emocional.
Impresionistas superficiales como Paul Mason en Gran Bretaña y muchos otros de la llamada izquierda a nivel internacional solo ven los elementos reaccionarios en el trumpismo, que tontamente identifican con el fascismo, sin mostrar la más mínima comprensión de lo que realmente es el fascismo. Tal confusión no puede ayudarnos a comprender el significado real de los fenómenos importantes.
Estos disparates les llevan directamente al pantano de las políticas de colaboración de clases. Al promover la falsa idea del “mal menor”, invitan a la clase obrera y sus organizaciones a unirse con el enemigo de clase, los liberales burgueses que supuestamente defienden la “democracia”.
Peor aún, al insistir constantemente sobre el supuesto peligro del fascismo, potencialmente desarman a la clase trabajadora cuando se enfrenten a genuinas formaciones fascistas en el futuro. Como veremos, los estrategas serios del capital entienden lo que está sucediendo mucho mejor que los falsos izquierdistas ignorantes y ex-marxistas como Paul Mason.
Pero volvamos a los acontecimientos de Washington. En el fondo, lo que indican es el hecho de que la polarización en la sociedad ha llegado al punto crítico donde las instituciones de la democracia burguesa están siendo puestas a prueba hasta la destrucción. Es por eso que la clase dominante y sus representantes políticos en todas partes están horrorizados por la conducta de Donald J. Trump.
Como estratega político, a Trump no se le puede tomar en serio. Es un empirista ignorante, cuyo único objetivo en la vida es la auto proyección y aferrarse al poder y al prestigio. Esta es realmente una receta muy simple para un hombre que no tiene principios identificables de ningún tipo. Y aunque no es particularmente inteligente, su Creador le ha dotado de una dosis inalienable de astucia animal cretina.
Trump nunca se reconcilió con la idea de perder el cargo en algo tan vulgar como una elección. Ya había decidido de antemano que los resultados estaban amañados (¿qué otra posible explicación podría haber por el fracaso?) Sus acciones consiguientes eran, por tanto, completamente predecibles.
Sintiéndose traicionado por sus compañeros líderes republicanos (muchos de los cuales lo odian, pero todos le temen), recurrió a su único punto confiable de apoyo: su base de masas, que, a pesar de todo, permanece inquebrantablemente leal al hombre que ven como su portavoz y su única esperanza en un Washington irremediablemente corrupto y cínico.
Por lo tanto, no fue sorprendente que intentara movilizar esta base de masas en lo que probablemente sea la última jugada de un apostador desesperado. Sin duda, esto fue algo arriesgado, pero nuestro Donald, como todos los jugadores, parece crecerse con movimientos arriesgados, especialmente cuando hay mucho en juego.
Sin embargo, esto tiene consecuencias. El hombre que, con sus acciones, ha profundizado todas las grietas en la sociedad estadounidense y creado algo muy parecido a un estado de guerra civil entre demócratas y republicanos, ahora ha declarado la guerra a su propio partido, amenazando con dividir al partido republicano de arriba a abajo.
Sus discursos maníacos tenían claramente la intención de incitar a la multitud ya furiosa fuera de la Casa Blanca a atacar al Congreso y así (esperaba) evitar la confirmación de la victoria electoral de Joe Biden. Pero se notaba que su principal objetivo no eran los demócratas sino precisamente los republicanos en el Congreso, y en particular el vicepresidente Mike Pence, a quien instó a impedir que se llevara a cabo la sesión.
Para entonces, sin embargo, Pence y los demás líderes principales de los republicanos habían decidido que ya era suficiente. En efecto, rompieron con Trump, y Trump ha roto con ellos. Estas acciones han infligido profundas heridas al Partido Republicano, que no se curarán fácilmente. No es en absoluto descartable una escisión abierta de los republicanos.
Es difícil prever si Trump tiene otros ases debajo la manga antes de la investidura del nuevo presidente. Por su reacción inicial, parecería que ha perdido el equilibrio por el aluvión de ataques de todos los lados y está tratando retirarse rápidamente. Eso confundirá a su base, sin satisfacer a sus enemigos en el Congreso que exigen su destitución inmediata.
Una cosa está clara. A la clase dominante no le hizo gracia su última artimaña, para la que la policía (por razones que no están claras) parecía no estar preparada. Podemos estar bastante seguros de que el día de la investidura, las fuerzas del orden se movilizarán para garantizar que no se repita el caos de ayer, que cualquiera que intente aguar la fiesta será recompensado con una fractura de cráneo.
Donald Trump, al darse cuenta por fin de que el juego ha terminado, promete que se irá en silencio. Lo hace con plena conciencia de que la alternativa es ser escoltado fuera del edificio por los chicos de azul hasta el vehículo policial disponible más cercano. Siempre asumiendo que no haya sido cesado previamente por un nuevo juicio político, esta vez por la acusación más grave de “insurrección” contra la República.
Desde luego, esto no es el final del asunto. Al contrario, el verdadero drama apenas ha comenzado. Habiendo ganado dos escaños de Georgia en el Senado, Joe Biden ahora tendrá un control bastante seguro del Congreso. No tendrá excusa para no llevar a cabo las políticas que esperan sus seguidores.
Pero la profundización de la crisis económica, agravada por una deuda colosal, significa que la administración de Biden decepcionará muy rápidamente las esperanzas de aquellos millones que votaron por ella como “el mal menor”. Ahora se abrirá un nuevo y tormentoso período de lucha de clases, que transformará la sociedad estadounidense de arriba a abajo, abriendo el camino para desarrollos revolucionarios.
Los estrategas del capital sacan conclusiones
Las consecuencias de esto son cada vez más evidentes para los representantes más sagaces de la clase dominante, que tienen una comprensión mucho más clara de las perspectivas que los estúpidos e impresionistas “izquierdistas” que no pueden ver más allá de la punta de sus narices.
El Financial Times publicó el 29 de diciembre un artículo con el título: «Una mejor forma de capitalismo es posible». Iba firmado por el comité de redacción y, por tanto, lleva el sello de aprobación editorial de una de las publicaciones más autorizadas de la burguesía. Por eso, vale la pena citar el artículo en profundidad.
En este editorial leemos lo siguiente:
“La tranquilidad de la época navideña es un momento para recordar cómo la historia de la Natividad describe a la familia de Jesús: enviada a la carretera por absurdas reglas administrativas, sin alojamiento y dando a luz en condiciones indignas.
“Podríamos notar lo bien que su precariedad también podría describir una clase marginal en las sociedades más ricas que la humanidad haya conocido. La pandemia ha arrojado una luz dura sobre las partes vulnerables de los mercados laborales de los países ricos.
“La mayoría de nosotros dependemos, a veces literalmente para nuestras vidas, de personas que abastecen estantes, entregan alimentos, limpian hospitales, cuidan a los ancianos y enfermos. Sin embargo, muchos de estos héroes anónimos están mal pagados, con exceso de trabajo y sufren oportunidades laborales impredecibles e inseguridad en el empleo.
“Un neologismo acuñado para describirlos – el ‘precariado’ – es apropiado. Durante las últimas cuatro décadas, el trabajo no ha logrado asegurar ingresos estables y adecuados para un número creciente de personas. Esto se manifiesta en salarios estancados, ingresos erráticos, amortiguadores financieros inexistentes para emergencias, baja seguridad laboral y condiciones de trabajo brutalizadas, hasta el punto de episodios tan grotescos como la mujer que da a luz en un cubículo de baño por temor a perder un turno.
“Muchos sufren un riesgo creciente de quedarse sin hogar y epidemias de enfermedades relacionadas con las drogas y el alcohol. Los sistemas de ayudas sociales pueden ayudar, pero también pueden atrapar a personas que ya son vulnerables en laberintos administrativos de círculo vicioso.
“Este es un problema de larga duración, pero se intensificó drásticamente en 2020. La mayoría de los empleos en el precariado requieren presencia física para trabajo de servicio manual, lo que deja a los trabajadores más expuestos tanto al contagio del coronavirus como a la pérdida de ingresos debido a los confinamientos».
El problema central se plantea aquí con admirable claridad. Pero ¿cuál es la solución? El autor nos informa que:
“Es un imperativo moral ayudar a los más necesitados. Pero sacar a las personas de la precariedad económica también redunda en gran medida en el interés propio de los más pudientes».
¡Sentimientos dignos de alabanza! Estas líneas recuerdan la famosa historia de Charles Dickens Cuento de Navidad: donde el capitalista misántropo y acaparador de dinero Scrooge es gradualmente convencido de enmendar su forma de vivir, compartir parte de su riqueza con los pobres y vulnerables y convertirse en general en un anciano caballero completamente agradable y amable.
Este final sentimental es, sin duda, la parte más débil de la historia y transmite sólo los deseos piadosos y las ensoñaciones del autor. La parte realmente valiosa es su comienzo, que describe con precisión la verdadera moralidad del capitalismo.
Los autores del artículo del Financial Times parecen incómodamente conscientes de la inutilidad de cualquier intento de apelar a la mejor naturaleza de la minoría obscenamente rica que domina la sociedad sobre la base de un supuesto “imperativo moral de ayudar a los más necesitados”.
Esto ya era evidente para Charles Dickens, quien describe los vanos intentos de personas bien intencionadas de obtener un donativo de Scrooge para una caridad navideña:
«¿Ya no hay cárceles?», preguntó Scrooge.
«Está lleno de cárceles», dijo el caballero volviendo a posar la pluma.
«¿Y los asilos de trabajo?», inquirió Scrooge. «¿Siguen en activo?»
«Sí, todavía siguen», afirmó el caballero, «y desearía poder decir que no».
«Muchos no pueden ir; y muchos preferirían la muerte antes de ir».
«Si preferirían morirse, que lo hagan; es lo mejor. Así descendería el exceso de población»..
Aquí tenemos la voz auténtica del capitalismo: la voz fría y calculadora de la economía de mercado, del reaccionario Malthus: la verdadera voz mezquina, codiciosa, egoísta y cruel de los hombres y mujeres del dinero, que ha permanecido inalterada desde la época de Dickens hasta la actualidad.
Al darse cuenta de la inutilidad de apelar a los instintos más nobles de los capitalistas, el editorial apela a sus propios intereses (su codicia y egoísmo). ¡Aquí estamos en un terreno más firme!
“No se trata solo de que los más acomodados tienen más que perder si la continua polarización económica conduce al rechazo del capitalismo. También tienen mucho que ganar abordandola».
Pero ninguna cantidad de prédica moral tendrá ningún efecto en estas criaturas, al igual que no tuvo ningún efecto en Scrooge. Lo que lo hizo cambiar de opinión no fueron los imperativos morales, sino el miedo, el miedo y la ansiedad producidos por los fantasmas que Dickens envió para perseguirlo.
Por eso, el autor del artículo del FT toma la sabia decisión de asustar a los burgueses enfrentándolos a las inevitables consecuencias de la situación actual. Es una perspectiva mucho más aterradora que el Fantasma de la Navidad del Futuro:
“Los grupos que quedaron atrás por el cambio económico están concluyendo cada vez más que a los que están a cargo no les importa su situación o, peor aún, han manipulado la economía en su propio beneficio contra los marginados.
“Lento pero seguro, eso está poniendo en tensión el capitalismo y la democracia. Desde la crisis financiera mundial, este sentido de traición ha alimentado una reacción política contra la globalización y las instituciones de la democracia liberal.
“El populismo de derecha puede prosperar con esta reacción mientras deja los mercados capitalistas en su lugar. Pero como no puede cumplir sus promesas a los económicamente frustrados, es solo cuestión de tiempo antes de que se levanten las horcas contra el propio capitalismo y la riqueza de quienes se benefician de él». (Mi énfasis, AW)
Oh, sí, los estrategas burgueses serios comprenden las implicaciones revolucionarias mucho mejor que los reformistas miopes. Pueden ver que los violentos giros de la opinión pública hacia la derecha pueden fácilmente ser la preparación de giros aún más violentos hacia la izquierda, que las masas descontentas (armadas con horcas, para sugerir analogías con la Revolución Francesa o la Revuelta Campesina de 1381) pueden girar en una dirección anti-capitalista.
El artículo continúa:
“La epidemia de empleos inseguros y mal pagados refleja una falla en la difusión de los métodos de producción más avanzados desde la frontera de la economía hacia su interior. La mera existencia de un precariado demuestra que se están desperdiciando recursos – humanos, físicos y organizativos -”.
«Una economía polarizada no solo es injusta, sino ineficiente».
Sí, todo esto es perfectamente cierto. El sistema capitalista es, de hecho, derrochador e ineficiente. Esto lo sabemos desde hace mucho tiempo. Por lo tanto, debe ser reemplazado por un sistema diferente, uno que se base en una economía armoniosa y racionalmente planificada en la que la fuerza motriz sea la satisfacción de las necesidades de la mayoría, no la carrera loca por obtener riquezas obscenas para unos pocos.
Esa conclusión es absolutamente ineludible. Pero está completamente fuera del alcance de nuestro autor bien intencionado, quien concluye (sin aportar ninguna razón) que: “las alternativas son peores para todos”.
Nunca se explica por qué debería ser así. El autor no puede ver nada más allá del sistema capitalista existente y, por lo tanto, sueña con reformarlo para convertirlo en algo mejor. Pero el capitalismo no se puede reformar, como imaginan los estúpidos reformistas. Se consideran realistas. En realidad, son el peor tipo de utópicos.
Para salvar al capitalismo, dice, sus seguidores deben «limar sus aristas más ásperas».
«Los vientos están cambiando», anuncia triunfalmente:
“Los políticos desde Joe Biden hasta Boris Johnson tienen el mandato de ‘reconstruir mejor’; los guardianes de la ortodoxia económica han abandonado la idea de que la desigualdad es el precio del crecimiento. Se puede hacer que el capitalismo garantice la dignidad a todos”.
¡Qué foto más bonita!
Por tanto, todo se reduce a soñar con un tipo diferente de capitalismo: un capitalismo más agradable, más bondadoso y más humano, tal como Dickens soñó con un Scrooge más agradable, más bondadoso y más humano. No hace falta decir que un sueño es tan inútil y utópico como el otro.
Por qué somos optimistas.
«En conjunto, la crisis ha ido cavando por debajo de la superfície como el buen viejo topo que es». Marx a Engels, 22 de febrero de 1858
El sistema capitalista está enfermo, enfermo de muerte. Los síntomas de esto son muy claros. Por debajo de la superficie, en todas partes hay una rabia hirviente, ira, amargura y odio hacia el sistema existente y su moralidad hipócrita, injusticia, desigualdad intolerable e indiferencia hacia el sufrimiento humano.
Las viejas instituciones, que alguna vez fueron consideradas con respeto, ahora son vistas con total desprecio por las masas, que se sienten traicionadas y olvidadas. Los políticos, los jueces, la policía, los medios de comunicación, las iglesias, todos son considerados ajenos y corruptos.
Las instituciones de la democracia burguesa formal se basaban en el supuesto de que se podía contener dentro de límites manejables el abismo entre ricos y pobres. Pero el continuo crecimiento de la desigualdad de clases ha creado un nivel de polarización social sin precedentes en décadas que está poniendo a prueba los mecanismos tradicionales de la democracia burguesa hasta sus propios límites, y más allá de esos límites. Esto se vio muy claramente en los eventos en los Estados Unidos durante el último año.
Los levantamientos espontáneos que asolaron el país tras el asesinato de George Floyd y los sucesos sin precedentes que precedieron y siguieron a las elecciones presidenciales marcaron un punto de inflexión en toda la situación. Aquí, en embrión, tenemos el esquema de desarrollos revolucionarios en el futuro.
El año 2021 será un año como ningún otro. ¿Será un feliz año nuevo, como predicen los optimistas? Por supuesto, será un feliz año nuevo para esta pequeña minoría que tiene motivos para ser feliz: menos del 1% de la población que disfruta de un control ilimitado sobre la riqueza producida por la gran mayoría.
Pero para esa mayoría no se puede hablar de un feliz año nuevo. Para ellos, el futuro bajo el capitalismo solo puede ser sombrío. Sin embargo, seguimos siendo obstinadamente y desafiantemente optimistas en el futuro, no el futuro del sistema capitalista, sino el futuro de la lucha de clases revolucionaria que está destinada a derrocar el sistema de una vez por todas.
El camino hacia un futuro feliz depende de una ruptura fundamental con el pasado. El camino que tenemos ante nosotros será difícil. La clase trabajadora entrará en una escuela muy dura. Pero de esa escuela sacará las lecciones necesarias.
Después de un largo período de relativa inactividad, la clase obrera está estirando sus extremidades, como un atleta que se prepara para entrar en una contienda decisiva. Eso, y solo eso, nos da esperanza y optimismo en el futuro de la humanidad.