El 9 de abril de 1952 se produjo en Bolivia una de las revoluciones de mayor calado y con un mayor contenido proletario de toda la historia del continente. En espacio de unas horas, los trabajadores fabriles, la población de la ciudad y los mineros armados, derrotaron y humillaron al aparato del estado burgués y destruyeron físicamente al ejército de la clase dominante que tardaría años en volver a consolidarse.
Sin embargo, el ciclo revolucionario que se abre con la revolución del 9 abril finaliza en 1964 con un golpe militar y la instauración de la dictadura de Ovando y Barrientos.
Ahora que Bolivia se encuentra inmersa en un nuevo ciclo revolucionario es importante que los militantes más avanzados de la clase trabajadora y de la juventud absorban las lecciones de la historia para no volver a repetir los mismos errores.
Un país rico y extremadamente atrasado
Bolivia, a principios del siglo XX era un país extremadamente atrasado desde un punto de vista económico, cuya economía dependía fundamentalmente de la minería y la agricultura. El atraso y la pobreza de Bolivia (que antes de la segunda guerra mundial tenía el segundo menor ingreso per capita del continente después de Haití), de manera contradictoria, era también el resultado de la enorme riqueza mineral de su subsuelo.
En el campo, los terratenientes agrarios, gamonales, poseían cientos de miles de hectareas de tierra, que cultivaban usando los métodos semi-feudales del pongueaje, una institución heredada del reino de los incas pero que los colonizadores españoles habían adaptado a sus necesidades. El 8 % de los propietarios de tierras poseían más del 95% del suelo cultivable. Entre ellos, 615 propietarios de tierras con extensiones mayores a 10.000 hectareas, poseían la mitad de todo el suelo cultivable del país. Cientos de miles de campesinos se veían obligados a prestar servicio, en la mayor parte de los casos gratuïto, a los gamonales, y dos millones de campesinos sobrevivían fuera de la economía monetaria sobre la base de la agricultura de subsistencia.
La inmensa mayoría de la población era indígena, y el 80% de ésta no hablaba otro idioma que el propio (quedando por lo tanto al margen de toda la actividad pública oficial que se realizaba únicamente en español), y el 90% eran analfabetos.
Al mismo tiempo, el carácter desigual y combinado del desarrollo de Bolivia había creado un poderoso sector capitalista de exportación. La minería, que empleaba al 3.2% de la población activa, producía el 25% del PIB. Tres familias (Patiño, Aramayo y Hochschild) controlaban el 80% de una industria que representaba el 80% de las exportaciones nacionales. Durante la segunda guerra mundial, el estaño boliviano llegó a representar el 50% de la producción mundial. Los barones del estaño, popularmente conocidos como la rosca controlaban todos los aspectos de la vida social, económica y política del país en alianza con los gamonales: poseían los principales bancos, publicaban los periódicos más importantes, ponían y quitaban gobiernos y compraban políticos y presidentes.
Ésta clase dominante no tenía ningún interés en desarrollar un mercado interno, mejorando las condiciones de vida de las masas. Los terratenientes necesitaban la continuación del régimen de explotación semi-feudal en el campo, mientras que los barones mineros exportaban sus productos al mercado mundial. De esta manera, las estructura económica de Bolivia planteaba de manera extremadamente aguda una serie de contradicciones que sólo podían ser resueltas con la llegada al poder de los trabajadores a la cabeza de la nación oprimida, resolviendo de manera revolucionaria el problema de los recursos naturales y el problema de la tierra.
El proletariado minero, que alcanzó la cifra de 53.000 en los años de la guerra, vivía y trabajaba en condiciones horribles de explotación. Los campos mineros generalmente se encontraban en zonas remotas y mal comunicadas, y los mineros dependían completamente de las compañías para la vivienda y la compra de alimentos en las pulperías. Las condiciones en las minas eran de humedad extrema, algunas de ellas inundadas hasta la cintura, y de calor insoportable. La mayoría de los mineros sufrían de silicosis y su esperanza de vida era aún menor que la media del país que apenas alcanzaba en aquél entonces los 50 años. Estas condiciones habían fortalecido los lazos de solidaridad y de combatividad del proletariado minero durante las primeras décadas del siglo 20. Los campos mineros estaban por lo general vigilados por acuartelamientos del ejército que no dudaban en masacrar a los trabajadores para imponer la disciplina de la explotación capitalista más brutal.
Fue quizás la guerra del Chaco en 1932-35 el acontecimiento que sacó a la luz todas las contradicciones acumuladas en las sociedad boliviana y sobretodo la podredumbre de su clase dominante. La guerra entre Bolivia y Paraguay, instigada por los intereses de las compañías petroleras (Standard Oil del lado boliviano y Shell de la parte de Paraguay), fue un desastre absoluto para Bolivia. Decenas de miles de hombres (hasta un total de 250.000 de una población que no alcanzaba los 3 millones) fueron trasladados a miles de kilómetros de sus hogares, a un ambiente inhóspito con un clima que no conocían a luchar por un país del que apenas habían oído hablar. Para decenas de miles de campesinos indígenas, esa fue su primera experiencia fuera de sus comunidades. Más soldados bolivianos murieron por enfermedades, por no soportar el
clima del Chaco y por la ineptitud de los generales que por las balas enemigas. La derrota humillante de la guerra del Chaco marcó la conciencia de toda una generación de bolivianos de todas las clases sociales.
La radicalización que siguió a la guerra del Chaco, dio lugar a los gobiernos de “socialismo militar” de Toro y Busch, que a pesar de nacionalizar el petroleo fueron incapaces de solucionar ninguno de los problemas a los que se enfrentaban las masas. Los gobiernos nacionalistas burgueses o pequeño burgueses que trataban de enfrentarse a los intereses del imperialismo y de la rosca en nombre de la nación, eran incapaces de llevar ese enfrentamiento hasta sus últimas consecuencias, pues eso hubiera significado la expropiación de las barones del estaño y de los gamonales y les hubiera dejado a la merced del impulso revolucionario de las masas, sin una base de apoyo propia. Esta impotencia quedó finalmente cristalizada en el suicidio de Busch en agosto de 1939.
En 1940 se fundó el Partido de Izquierda Revolucionaria, bajo la influencia de la estalinizada Internacional Comunista. Ya en 1941, el PIR adopta una política de “democracia vs. Fascismo”, es decir, de apoyo a las potencias capitalistas aliadas en la Segunda Guerra Mundial, que en aquel momento estaban en el mismo bando que la URSS. En la práctica, en Bolivia, ésta línea política llevaba al PIR a ponerse del mismo lado, e incluso colaborar en gobiernos, de la oligarquía rosquera y de la embajada de los EEUU. Ésta política criminal, paralela a la de los partidos comunistas en Argentina y en Cuba, por mencionar sólo los dos ejemplos más llamativos, minó la base obrera que el PIR había conquistado, dejando el campo libre para que el Movimiento Nacionalista Revolucionario lograra una base entre los trabajadores.
El MNR, fundado en 1941, era un clásico partido nacionalista pequeño-burgués, con un lenguaje radical, antiimperialista, patriótico e incluso “socialista” de palabra, su principal consigna era la de la “Revolución Nacional”, nacional en oposición a socialista o proletaria. El MNR, por su ideología confusa, contenía dentro de sí, desde elementos de extrema derecha hasta aquellos que bajo la presión de las masas iban a usar un lenguaje extremadamente radical.
La tesis de Pulacayo
Pero dentro del movimiento revolucionario en Bolivia existía otra posición política, que rechazaba de igual manera la colaboración con el “imperialismo democrático” y la idea de que todas las clases de la nación, unida, podían resolver los problemas a los que se enfrentaba. Esta era la postura del POR trotskysta, fundado en 1935, pero que había tenido una existencia más o menos letárgica durante sus primeros años de vida. La posición de Trotsky, explicada magistralmente en su libro “La Revolución Permanente” en que saca las conclusiones teóricas de la Revolución Rusa es clara:
“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas.”
En 1946, las posiciones del POR fueron adoptadas por el congreso de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, en su congreso de Pulacayo en 1946. Las Tesis de Pulacayo, aún con sus limitaciones, son esencialmente, la aplicación del Programa de Transición de Trotsky a la realidad boliviana. Las Tesis de Pulacayo, cuyas ideas principales siguen todavía hoy vigentes, establecen en primer lugar el carácter de Boliva como país capitalista, parte del sistema capitalista mundial y en el que todavía existen tareas democrático burguesas pendientes:
“Bolivia es un país capitalista atrasado. Dentro de la amalgama de los más diversos estadios de la evolución económica, predomina cualitativamente la explotación capitalista. … Bolivia a pesar de ser un país atrasado, sólo es un eslabón de la cadena capitalista mundial. Las particularidades nacionales representan en sí una combinación de los rasgos fundamentales de la economía mundial”. De ahí, las Tesis deducen el papel dirigente del proletariado en la revolución:
“El proletariado se caracteriza por tener la suficiente fuerza como para realizar sus propios objetivos e incluso los ajenos. Su enorme peso específico en la política está determinado por el lugar que ocupa en el proceso de la producción y no por su escaso número.” Y finalmente se explica que la revolución no se puede detener en su etapa democrático burguesa:
“El proletariado de los países atrasados está obligado a combinar la lucha por las tareas demo-burguesas con la lucha por las reivindicaciones socialistas. Ambas etapas – la democrática y la socialista – no están separadas en la lucha por etapas históricas sino que surgen inmediatamente las unas de las otras”
No se puede subestimar la importancia que el sector decisivo de la clase obrera boliviana, ya en 1946 se colocara firmemente sobre la perspectiva de que sólo la toma del poder por parte de los trabajadores podría solucionar las tareas pendientes de la revolución democrática (“la revolución agraria y la independencia nacional), y que éstas tareas estaban íntimamente ligadas a la lucha por el socialismo.
La revolución de abril
Así, y con estos actores, llegamos a la revolución de abril de 1952. El origen inmediato de los acontecimientos se puede encontrar en el intento de los dirigentes del MNR de dar un golpe de estado en combinación con elementos del ejército y la policía, contra el régimen militar que había anulado las elecciones de 1951 que el MNR había ganado. Debido a la improvisación de los complotados, el intento de golpe de mano fue derrotado y sus dirigentes se dieron a la fuga. Sin embargo, en esos momentos de confusión, las masas entraron en la escena. En todo el país, los trabajadores se armaron y enfrentaron al ejército. En Cochabamba, Oruro, Potosí, los obreros se armaron y marcharon hacia la capital La Paz. Los mineros de Milluni ocuparon la estación de ferrocarril, se apoderaron de un tren de suministros militares y también marcharon hacia La Paz. Su llegada a la capital (al igual que durante el October Rojo de 2003) decidió la lucha. El ejército es completamente derrotado, los prisioneros capturados por los trabajadores son humillados y forzados a marchar por el centro de la capital en paños menores. El 11 de abril ya no existe el ejército burgués en Bolivia. La única fuerza armada en el país la constituyen entre 50 y 100,000 hombres organizados en milicias armadas por parte de los sindicatos. El poder real está en manos de los trabajadores.
El 15 de abril regresa al país el dirigente del MNR Paz Estenssoro que habrá de convertirse en el nuevo presidente. Una multitud de trabajadores armados le recibe con vítores y gritos de “Nacionalización de las minas” y “Reforma Agraria”. Para las masas, Paz Estenssoro era el hombre que iba a asestar un golpe de muerte a los terratenientes, el imperialismo y los capitalistas mineros. Nada más lejos de su intención.
El 17 de abril se formó la Central Obrera Boliviana, a iniciativa del militante PORista Miguel Alandia. Nacida en medio del fervor revolucionario, la COB adquirió desde el inicio ciertos elementos soviéticos, es decir de poder real. Así lo describe Liborio Justo en su libro sobre la revolución boliviana:
“Desde el primer momento, la COB … se presentó como la legítima representación de los trabajadores organizados en las milicias armadas que controlaban el país y eran el único y efectivo poder existente en Bolivia. El “camarada presidente” … era un virtual prisionero del proletariado y sus milicias, custodiado y vigilado en el Palacio Quemado”
y lo más importante:
“No tenía para resistir cualquier imposición obrera ningún apoyo, ya que el principal con el que podía haber contado, el ejército burgués, había sido destruido en las jornadas del 9 al 11 de abril de 1952, por el proletariado en armas y éste era la única autoridad efectiva”
En un espacio breve de tiempo el movimiento llegó a los campesinos, que ocuparon las tierras, crearon sus propios “sindicatos” (que se incorporaron también a la COB) y sus propias milicias armadas. Guillermo Lora, el dirigente histórico del POR, describe cómo los sindicatos tomaron el poder en sus manos:
“A partir del 9 de abril, los sindicatos más importantes tomaron sencillamente en sus manos la resolución de los problemas vitales y las autoridades, sino eran destituidas, no tenían más remedio que someterse a sus decisiones. … Directores de la vida diaria de las masas, rodearon de atribuciones legislativas y ejecutivas (poseen fuerza para ejecutar las decisiones) e incluso llegaron a administrar justicia. La asamblea sindical se conviritó en la suprema ley, en la suprema autoridad.”
Lo mismo sucedía en el campo, en algunos casos de manera incluso más profunda, como relata el propio Lora:
“Los sindicatos campesinos – sindicatos sólo por no haber encontrado un mejor nombre para designarlos en la vorágine revolucionaria – presentan siempre en la primera época de la revolución, las características esenciales de un consejo y actúan como la única autoridad (legislativa, ejecutiva y judicial) de su comarca. Las milicias armadas de los campesinos imponían sencillamente las decisiones de los comandos sindicales, que reglaban incluso la vida diaria de los habitantes” (La revolución boliviana)
Claramente lo que existía en Bolivia en abril de 1952 era una situación de doble poder: el poder real estaba en manos de los trabajadores y campesinos, a través de sus organizaciones, coordinadas en la COB y apoyados en sus milicias armadas, y por otra parte estaba el poder “oficial” del gobierno que no tenía ninguna fuerza real en la sociedad. Esta situación era muy parecida a la que se produjo en Rusia después de la revolución de febrero de 1917 o en España después que los trabajadores derrotaran el alzamiento fascista en julio de 1936. En ambos casos, los trabajadores tenían el poder (en forma de soviets en Rusia, y de Comités de Milicias Antifascistas en España), pero a su lado seguía existiendo un poder oficial (el gobierno provisional en Rusia y el gobierno republicano en España). En Rusia esa situación se resolvió a favor de los trabajadores en menos de 9 meses, con la toma del poder por parte de los soviets en octubre de 1917. En España la situación se resolvió a favor del gobierno de la república, que gradualmente fue recuperando el poder real, desarmando las milicias obreras y desarticulando cualquier elemento de poder obrero ya para mayo de 1937, lo que llevó directamente al triunfo del fascismo en la guerra civil.
En Bolivia los acontecimientos siguieron un curso parecido al de la revolución española y acabaron también con el aplastamiento de los trabajadores por parte de los militares. Para poder lograrlo, el gobierno del MNR utilizó una táctica inteligente de retrasar la aplicación de las principales reivindicaciones de las masas, de aguarlas y vaciarlas de contenido real, y poco a poco creando de nuevo un ejército burgués que le permitiera enfrentarse a las milicias obreras y campesinas.
Así, mientras la COB exigía la nacionalización inmediata de las minas, sin indemnización y bajo control obrero, Paz Estenssoro creó, el mismo 13 de mayo de 1952, una comisión de investigación sobre la nacionalización, que tenía que dar un informe en el plazo de … !cuatro meses! Cuando finalmente se decretó la nacionalización de las minas el 31 de octubre de 1952, ésta era una nacionalización burguesa, en realidad muy favorable a los intereses de los barones del estaño, con indemnización y concesiones para las empresas estadounidenses. Pero para aquél entonces ya el fervor revolucionario de los primeros días había entrado en una fase descendente.
Algo parecido sucedió con la reforma agraria. La radicalización en el campo, como hemos visto anteriormente, había llegado, con algo de retraso, a un nivel incluso superior a la radicalización de los trabajadores de las ciudades y las minas. Particularmente a partir de 1953, los campesinos tomaron la iniciativa y ocuparon las tierras de los gamonales.
Un autor americano citado en el libro de L Justo lo describe de esta manera:
“El campesinado no tuvo ninguna participación en la revolución de abril de 1952, pero una ver en el poder el MNR, llevó a cabo su propia revolución. Sus miembros se apoderaron de las fincas y las distribuyeron entre ellos. Para hacerla así tuvieron que lanzarse a una verdadera guerra contra los propietarios … En 1953, las zonas rurales de los grandes valles de Cochabamba, densamente poblados de indios quechuas, constituían una región herméticamente cerrada para los antiguos propietarios, para todas las personas sospechosas de pertenecer a la rosca y para los extranjeros.”
La ley de reforma agraria, de agosto de 1953 (después de otra comisión de investigación de cuatro meses) simplemente legalizó lo que las masas ya habían hecho e hizo todo lo posible para establecer indemnización para los antiguos propietarios y además para garantizar legalmente lo que quedaba del latifundio. Así por ejemplo no se consideraba latifundo a las tierras en que el propietario hubiera invertido y se fijaba la cantidad máxima de tierra en las zonas tropical y subtropical en 50.000 ha.
Sin embargo, los logros en el terreno de la reforma agraria (resultado de la acción directa de los campesinos), fueron más duraderos que en otros terrenos y permitieron al MNR consolidar una base de apoyo en el campo. Aún así, sin acceso a crédito, maquinaria y otros implementos, muchos de estos pequeños propietarios rurales creados por la reforma agraria se vieron forzados, en un periodo de décadas, a vender o abandonar sus tierras, produciéndose un nuevo ciclo de concentración de propiedad agraria en pocas manos.
Éste proceso de ir vaciando de contenido la revolución por la que las masas habían combatido en abril de 1952 lo que llevó a una creciente desilusión, la burocratización de las instituciones revolucionarias (empezando por la propia COB) y finalmente el golpe de estado de Barrientos en 1964. En todo esto, el MNR tuvo la inestimable ayuda de Lechín, el dirigente de la COB y del MNR, un burócrata sindical muy astuto que sabía cuando tenía que radicalizar su discurso para estar en sintonía con las masas.
Faltó una dirección revolucionaria
No podemos dejar de mencionar el papel que jugó en todo este proceso el POR, la única fuerza política que tenía una idea clara de las tareas y la estrategia para la revolución en un país atrasado como Bolivia, pero a la hora de la verdad su dirección aplicó una política seguidista hacia el ala de izquierda lechinista del MNR. El POR tenía una influencia decisiva en el proletariado, particularmente entre los mineros pero también en la cúpula de la COB.
Según James Dunkerley, el POR jugó un papel clave en la fundación de la COB: “gran parte del trabajo preparatorio recayó sobre los representantes del POR, Edwin Moller y José Zegada.” Dunkerley añade que el POR controlaba por lo menos la mitad del Comité Central de la COB (Rebelión en las venas). El estalinista Waldo Álvarez estima que de los cinco principales dirigentes de la insurrección del 9 de abril, uno pertenecía al ala derecha del MNR, uno a su ala izquierda y tres eran del POR (Memorias del primer ministro obrero).
¿Qué política debería de haber adoptado ante una situación de doble poder cómo la que se abrió en abril de 1952? La política de los bolcheviques en Rusia, que les permitió resolver el doble poder en favor de los trabajadores, fue clara: “Todo el poder a los Soviets”, y ésta les permitió ganar una mayoría dentro de estos en la medida en que las masas se daban cuenta de que el gobierno provisional no solucionaba sus necesidades más urgentes (paz, pan y tierra).
La política correcta en Bolivia hubiera sido abogar por “Todo el poder a la COB” para conseguir las reivindicaciones más inmediatas (“las minas al estado, la tierra al indio”). Desgraciadamente, el POR nunca levantó esa consigna en los momentos clave, sino que llegó a proponer que la izquierda del MNR tomara el poder en coalición con el POR. En la práctica, la dirección del partido se convirtió en asesor de izquierda de la izquierda del MNR representada por Lechín. El astuto burócrata sindical fue durante un tiempo militante “secreto” del POR, y sus dirigentes escribían sus discursos.
El propio Lora lo reconoció en 1963: “El POR usó estos acontecimientos para lanzar la consigna de ‘control total del gabinete por la izquierda (…) La consigna, sin embargo, contenía los signos de un error ideológico enorme: creer que los trabajadores podían alcanzar el poder vía Lechín. Habría sido más correcto movilizar a las masas tras la consigna de ‘todo el poder a la COB’ (…) El lema de todo el poder a la COB podría haber conducido a la victoria de los trabajadores en dos ocasiones excepcionalmente favorables. La primera fue cuando la agitación alrededor de la nacionalización inmediata de las minas sin compensación y bajo el control obrero alcanzó su punto más alto (primera mitad de 1952). La segunda surgió con la derrota del golpe de estado de 6 de enero de 1953. No tomar la debida ventaja de estas oportunidades u adaptarse a marchar por detrás voceando las consignas de la izquierda del MNR, fueron loe errores más grandes del POR” (La revolución boliviana: análisis crítico)
Los dirigentes de POR pensaban poder usar a Lechín y presionar a la izquierda del MNR hacia una posición revolucionaria consecuente. En realidad era Lechín el que estaba usando el prestigio y la autoridad política del POR para solidificar su apoyo entre los trabajadores sobre la base de una fraseología revolucionaria, pero aplicando en la práctica una política que desactivaba la situación de doble poder en favor de la clase dominante.
La dirección de la mal llamada “Cuarta Internacional” tiene gran parte de responsabilidad en los errores de la dirección del POR, errores que fluían de manera lógica de su política oportunista y a los que además dieron su sello de aprobación.
Así pues, la principal limitación de la revolución boliviana de 1952 vino dada por la ausencia de una dirección revolucionaria que aplicara una política revolucionaria consecuente. La mayoría de las tareas que se planteaban en 1952 siguen pendientes de resolver. Para asegurar que se resuelven es necesario crear una fuerte corriente marxista, con arraigo en las organizaciones de masas del proletariado boliviano y con una perspectiva clara: el capitalismo ha sido incapaz de resolver ninguno de los problemas de atraso, subdesarrollo y dominación imperialista – sólo la expropiación de la oligarquía, los capitalistas, terratenientes e imperialistas por parte de la clase trabajadora puede abrir el camino para empezar a atacarlos de raíz.