A diferencia de Keynes, que consideraba que el problema era la demanda efectiva durante la crisis, Hayek consideraba que el problema era la política monetaria relajada en el periodo anterior a la crisis En particular, Hayek argumentó que fue la interferencia del gobierno en la oferta monetaria, por ejemplo, mediante el establecimiento de tasas de interés bajas, la impresión de demasiado dinero y el fomento de la expansión del crédito, lo que creó burbujas y distorsionó el mercado, lo que llevó a una crisis cuando las burbujas estallaron y se consideró que el auge se basaba en gran medida en capital ficticio.
Al igual que Keynes, Hayek solo ve un lado del problema, es decir, el de la oferta, a diferencia de Keynes y el problema de la demanda. Y también como Keynes, Hayek no sigue su análisis hasta su conclusión lógica y plantea la pregunta obvia: ¿Qué pasaría si los gobiernos no hubieran intervenido fijando tasas de interés bajas y fomentando la expansión del crédito? Sin embargo, primero hay que plantearse la pregunta aún más sencilla de: ¿Qué es el crédito?
Marx explica el papel del crédito bajo el capitalismo en El Capital, explicando que el crédito realiza una doble función. Por un lado, el crédito a relativamente corto plazo es necesario para sobrellevar los cuellos de botella en la producción y mantener el flujo y la circulación de capital. Por ejemplo, las empresas necesitan pedir dinero prestado para pagar los salarios y las materias primas mientras esperan que los bienes producidos anteriormente lleguen al mercado y se vendan. Alternativamente, el crédito puede usarse para permitir que las empresas expandan la producción cuando no tienen el capital inicial para pagarlo.
Por otro lado, el crédito también juega el papel de expandir artificialmente el mercado, es decir, la demanda efectiva, y así ayudar a retrasar una crisis. Como se explicó anteriormente, bajo el capitalismo, la clase trabajadora nunca puede recomprar el valor total de las mercancías que crea, debido a la naturaleza fundamental del capitalismo como producción con fines de lucro. Como también se explicó anteriormente, el capitalismo tradicionalmente supera esta contradicción de la sobreproducción reinvirtiendo la plusvalía creada en nuevos medios de producción en la búsqueda de mayores ganancias. Esto, sin embargo, solo sirve para crear fuerzas productivas aún mayores y, por lo tanto, una masa aún mayor de mercancías que deben encontrar un mercado y, por lo tanto, en lugar de resolver la contradicción, solo impulsa la sobreproducción.
El crédito, formado por los ahorros y depósitos concentrados de individuos y empresas en los bancos, se utiliza para incrementar artificialmente la capacidad de consumo de las masas y así superar temporalmente la sobreproducción, permitiendo que las fuerzas productivas sigan expandiéndose. La expansión del crédito durante los últimos veinte años, y en particular desde el cambio de siglo, creó la burbuja crediticia más grande de la historia y fue el factor principal para retrasar el inicio de la crisis.
Esta expansión del crédito fue necesaria para superar la creciente proporción de riqueza destinada al capital en lugar de al trabajo, que se hizo cada vez más desigual con ataques a la clase trabajadora que siguieron a la crisis de la década de 1970 y continuó en la de 1980 con las políticas de Reagan, Thatcher y los demás representantes políticos del capitalismo. Esta explotación cada vez mayor de la clase trabajadora continuó en la década de 1990 y el siglo XXI a través de la intensificación de la semana laboral y el aumento de las horas extraordinarias, ataques a los salarios y las condiciones, y con muchos trabajadores que se vieron obligados a aceptar dos trabajos para simplemente seguir viviendo. Paralelamente a esta explotación creciente, el crédito se expandió masivamente mediante el uso de hipotecas, tarjetas de crédito, préstamos estudiantiles, etc.
Las ideas de Hayek contienen un elemento de verdad al decir que la expansión del crédito provoca una crisis. En realidad, sin embargo, la expansión del crédito no causa la crisis; más bien retrasa la crisis al expandir artificialmente el mercado a corto plazo, a expensas de exacerbar el problema de la sobreproducción, lo que lleva a una crisis aún mayor en el futuro. De manera similar, se utilizaron tasas de interés bajas para impulsar el auge más allá de sus límites al fomentar la inversión y el gasto de los consumidores, un consumo que, nuevamente, dependía del crédito.
La expansión del crédito, sin embargo, es un proceso dialéctico: la expansión del crédito permite que crezcan las fuerzas productivas; el crecimiento de las fuerzas productivas alimenta la expansión del crédito. Como explica Marx:
“En estos casos es, pues, inexcusable recurrir al crédito; crédito cuya extensión crece al crecer el volumen de valor de la producción y cuya duración se prolonga al aumentar el alejamiento de los mercados. Es un juego de acciones y reacciones. El desarrollo del proceso de producción hace que se extienda el crédito, y el crédito se traduce en la extensión de las operaciones industriales y mercantiles.” (El Capital, Vol. III, capítulo 30; Marx)
Durante el boom, nadie cuestiona este círculo aparentemente virtuoso. La burguesía está llena de optimismo. Todo es para lo mejor en el mejor de los mundos posibles. Pero como ocurre con todos los procesos dialécticos, en cierto punto debe haber una transformación de cantidad en calidad: el vasto préstamo de crédito por un lado aparece ahora como una enorme pila de deudas por el otro; el consumo restringido de las masas vuelve a ser evidente y los límites de las fuerzas productivas para expandirse se reafirman; la sobreproducción es evidente y estalla la crisis. Como explica Marx, esta sobreproducción es, en última instancia, la causa de la crisis:
“La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad.” (El Capital, Vol. III, capítulo 30; Marx)
Marx también respondió hace mucho tiempo a quienes afirman que es el agotamiento del crédito, conocido hoy familiarmente como la «crisis crediticia», lo que causa la crisis, señalando que, de hecho, no es la falta de crédito la responsable de la crisis, sino que es la crisis la que conduce a la falta de crédito:
“Mientras el proceso de reproducción se mantiene en marcha y, por tanto, se halla asegurado el reflujo del capital, este crédito dura y se extiende, y su extensión se basa en la extensión del mismo proceso de reproducción. Tan pronto como se produce una paralización porque se dilate el reflujo del capital, se abarroten los mercados o bajen los precios, se producirá una plétora de capital industrial, pero bajo una forma que le impedirá cumplir sus funciones. Habrá una masa de capital–mercancías, pero invendible. Una masa de capital fijo, pero ociosa en gran parte por el estancamiento de la reproducción. El crédito se restringirá 1º porque este capital permanecerá inactivo, es decir, paralizado en sus fases de reproducción, ya que no podrá consumar su metamorfosis; 2º porque se quebrantará la confianza en la fluidez del proceso de reproducción; 3º porque disminuirá la demanda de este crédito comercial.
“…Por consiguiente, al verse entorpecida esta expansión o, simplemente, la tensión normal del proceso de reproducción, se produce también una escasez de crédito; resulta difícil obtener a crédito mercancías. La exigencia del pago al contado y las precauciones en las ventas a crédito son, especialmente, características de aquella fase del ciclo industrial que sigue a los cracks.
“… Las fábricas dejan de funcionar, las materias primas se acumulan, los productos terminados se amontonan como mercancías en el mercado.” (El Capital, Vol. III, capítulo 30; Marx)
Por lo tanto, no es la expansión del crédito durante el boom ni la contracción del crédito lo que es responsable de la crisis. La expansión del crédito simplemente retrasa la crisis de sobreproducción; la contracción del crédito es simplemente una manifestación cualitativa de esta misma superproducción.
Volviendo a Hayek y la pregunta original que los hayekianos no consideran: ¿qué pasaría si los gobiernos no intervinieran en la economía y el crédito no se expandiera? ¿Se evitarían las crisis con la mano mágica invisible del mercado? Los hayekianos de hoy en día imaginan que, sin la interferencia del gobierno, las fuerzas del mercado de oferta y demanda, con las señales de precios que las acompañan, habrían resuelto todos los problemas; que aún puede haber ocurrido una crisis, pero hubiera sido un pequeño bache en comparación con la profunda recesión que estamos experimentando ahora debido a una burbuja crediticia enormemente inflada.
Pero como hemos explicado anteriormente, el crédito no crea una crisis, sino que simplemente la retrasa. En ausencia de la expansión del crédito, la crisis de la década de 1970 simplemente habría continuado y se habría desarrollado en un nuevo plano. La expansión del crédito era necesaria para mantener la capacidad de consumo de la clase trabajadora frente a los ataques a los salarios – es decir, al poder adquisitivo – de estos mismos trabajadores, todo bajo la bandera de mantener las ganancias para los capitalistas. Sin la expansión del crédito, la expansión de las fuerzas productivas se habría enfrentado con un mercado limitado, es decir, una falta de demanda efectiva, en una fecha mucho más temprana. Las empresas habrían dejado de expandir la producción ante la caída de la demanda de bienes de consumo; el desempleo habría aumentado; se habría iniciado el círculo vicioso de la recesión.
En lugar de encontrar un equilibrio estable, la solución de los hayekianos – eliminar cualquier interferencia en el mercado y permitir que la oferta monetaria se regule – simplemente conduciría a un sistema cada vez más volátil y turbulento; a una economía que se sale de control; es decir, a una situación que se asemeja a la del período actual.
Una vez más, vemos que el fallo de los hayekianos, como de los keynesianos, es su enfoque en un solo lado de un problema con muchos lados. Al tratar de resolver una contradicción, los capitalistas simplemente crean nuevas contradicciones en otros lugares a mayor escala.
En realidad, a pesar de su fe ciega en el libre mercado, Hayek nunca fue realmente aceptado por los representantes políticos del capitalismo, quienes no podían tragarse su credo de que no debería haber ninguna interferencia del gobierno en la economía. Frente a la crisis, los políticos burgueses siempre se han doblegado, desechando todo discurso sobre el «libre mercado» y haciendo, en cambio, lo que sea necesario para salvar al capitalismo de sus propias contradicciones. De ahí la preferencia de políticos burgueses como Thatcher y Reagan por Milton Friedman, un hombre que predicaba las virtudes del libre mercado, pero que no temía defender el brazo fuerte del Estado para guiar la mano invisible. De ahí también la aceptación de las ideas keynesianas en períodos de crisis, como ahora, por parte de ciertos elementos de la burguesía, quienes, como Keynes, ven la necesidad de que el estado intervenga en el funcionamiento y regulación del capitalismo.
Keynesianismo hoy
La macroeconomía moderna, basada en las ideas de Keynes en la Teoría General, cita cuatro fuentes principales de producción, demanda y crecimiento para una economía nacional: consumo, inversión, el gasto público y las exportaciones. En tiempos “normales”, se espera que una contracción de una sección sea compensada, con suerte, por otra. Pero hoy estos cuatro sectores están retenidos.
El consumo está restringido por las enormes cantidades de deuda privada, e incluso los llamados países «ricos» del norte de Europa experimentan enormes deudas domésticas; por ejemplo, como porcentaje de los ingresos, la deuda de los hogares en Dinamarca y los Países Bajos es del 268% y 249% respectivamente, mientras que el Reino Unido tiene una cifra del 143%. Un artículo del Wall Street Journal titulado «Private debt will likely weigh on growth for years» (La deuda privada probablemente pesará sobre el crecimiento durante años) [13-15 de abril de 2012] afirma que:
“La deuda pública ha recibido la mayor parte del protagonismo desde que estalló la crisis de la deuda europea hace más de dos años. Pero la deuda del sector privado es, sin duda, un problema más difícil de resolver.”
“..El origen del problema de la deuda privada son las hipotecas: los precios de los inmuebles se dispararon en varios países europeos y los bancos estaban dispuestos a prestar sumas cada vez mayores para la compra de viviendas. Desde entonces, el boom inmobiliario se ha ido al garete en gran parte de Europa, pero la deuda hipotecaria perdura como un albatros que se cierne sobre el cuello de los consumidores europeos.”
“Los economistas han encontrado un fuerte vínculo entre el consumo, los auges crediticios y la caída de los precios inmobiliarios: los países que experimentaron un fuerte aumento de la deuda de los hogares experimentarán una caída más pronunciada del consumo que las naciones donde la deuda no ha aumentado tan rápido. Si pidió prestado una gran cantidad de dinero para comprar su casa (y el terreno en el que descansa) y luego los precios bajan poco después, es más probable que desee pagar la deuda que salir a cenar, comprar un automóvil nuevo o renovar su casa.»
Mientras tanto, los bancos, que tienen deudas igualmente grandes en sus libros, están intentando «desapalancarse», es decir, reducir sus deudas. De ahí el aparente misterio de por qué ha habido tan poca inflación en los últimos tiempos, a pesar de las enormes cantidades de dinero que se han inyectado en la economía mundial a través de la flexibilización cuantitativa y otras políticas similares; en lugar de ingresar a la economía real y gastarse, los bancos simplemente usan este dinero para reducir sus deudas.
Por razones similares a las de los hogares, los gobiernos de los países capitalistas avanzados están restringidos en su capacidad para aumentar el gasto, dadas sus ya enormes deudas públicas. Lejos de aumentar el gasto público, la economía de EE. UU., la más grande del mundo, se enfrenta a un «precipicio fiscal», con recortes en el gasto público y aumentos en los impuestos por un valor total de aproximadamente el 5% del PIB que entrará en vigor a finales de 2012.
Dados los tiempos desesperados, se han propuesto medidas igualmente desesperadas. Olvidando todas las lecciones de la historia, varios analistas han sugerido que los gobiernos con una política monetaria independiente pueden simplemente imprimir dinero para pagar sus deudas, y la flexibilización cuantitativa es el primer paso en una pendiente resbaladiza hacia esto. En el mejor de los casos, estas políticas no contribuyen a resolver la crisis; en el peor de los casos, pueden conducir a la hiperinflación.
La inversión, como señalamos anteriormente, se encuentra en un mínimo histórico, ya que los capitalistas no están dispuestos a invertir en nueva producción cuando ya existe un exceso de capacidad, es decir, sobreproducción, en todo el sector. Finalmente, por tanto, nos quedamos con las exportaciones. Pero es una obviedad básica que no todos los países pueden ser exportadores netos. Por cada exportación debe haber un valor equivalente de importaciones; o, como en el caso de la eurozona en el momento actual, habrá un flujo de exportaciones de un país y una acumulación de deuda en otros.
Exportaciones, importaciones y desequilibrios comerciales
Los políticos de cada nación prometen exportar para salir de la crisis. En un mundo ideal, les gustaría hacer esto haciendo que las exportaciones de su país sean más competitivas manteniendo bajos los salarios mientras esperan que todos los demás países aumenten sus importaciones pagando más a sus trabajadores. Pero los capitalistas y representantes políticos de todos los países están intentando hacer lo mismo. Así llegamos al patrón general de sobreproducción, pero ahora visto a escala internacional, con la competencia entre los capitalistas de diferentes naciones que lleva a recortes de salarios en todos los ámbitos, caída de la demanda y contracción del mercado.
Esto lo vemos hoy reflejado en los llamamientos de los analistas keynesianos de varios países, quienes exclaman que “¡debemos ser más como Alemania y China!”.; «¡Debemos invertir, ser más competitivos y exportar!» Pero no todo el mundo puede ser como Alemania y China. Basta con hacerse la simple pregunta de: ¿exportar a quién? En un momento en que los gobiernos de todo el mundo están aplicando medidas de austeridad, ¿dónde está la demanda de mayores importaciones? De ahí los llamamientos de políticos y comentaristas políticos para que Alemania y China “reequilibren” sus economías, es decir, que aumenten los salarios, reduciendo así la competitividad de las exportaciones y proporcionando los medios para un mayor consumo de importaciones. Pero, ¿por qué querría la burguesía en Alemania y China hacer algo así cuando se están beneficiando bastante de la situación actual?
En realidad, los intentos de superar las crisis mediante las exportaciones sólo conducen a una espiral descendente; a guerras comerciales, proteccionismo cada vez mayor y un empeoramiento de la crisis para todos en última instancia. Keynes, de hecho, entendía los peligros de los grandes desequilibrios comerciales en una economía global y estaba deseoso de llegar a un acuerdo en el marco del sistema de Bretton Woods de la posguerra, que limitara los desequilibrios entre países. En un mundo donde todas las economías están unidas entre sí por mil hilos, la crisis en un país afecta a todos. Por tanto, nos encontramos hoy en la situación en la que la crisis de los países periféricos de la eurozona ha provocado una ralentización de las economías de Alemania y China, cuyo crecimiento dependía de las exportaciones a Europa. A su vez, países como Australia, Brasil y Sudáfrica, que dependen de la exportación de materias primas a China, también han experimentado una desaceleración.
El crecimiento impulsado por las exportaciones de China ya no es una realidad. En su lugar, el gobierno chino se ha visto obligado a emprender uno de los experimentos keynesianos más grandes de la historia, invirtiendo en vivienda, infraestructuras y nuevos medios de producción. Pero como todos los experimentos keynesianos, esto solo está preparando el camino para una crisis de sobreproducción aún mayor en el futuro.
En el fondo, los desequilibrios comerciales, con déficits en un extremo y superávits en el otro, no son la causa de la crisis, sino una manifestación de ésta. Los enormes déficits comerciales de los países periféricos de Europa – Grecia, España, Portugal, etc. – son la otra cara de la moneda de los superávits comerciales en Alemania. Los salarios se han mantenido bajos en Alemania y China, mientras que las fuerzas productivas se han expandido. Las mercancías no tienen cabida en el mercado interno, sino que han encontrado un mercado en el extranjero. La vasta riqueza de las exportaciones alemanas y chinas es, por tanto, simplemente una expresión de la enorme sobreproducción que existe dentro de estos países.
Marx entendió y lo explicó en El capital:
“En lo que se refiere a las importaciones y exportaciones, hay que observar que todos los países se ven arrastrados unos tras otros a la crisis y que luego se pone de manifiesto que todos ellos, con muy pocas excepciones, han importado y exportado más de lo debido. El problema no reside, por tanto, en realidad, en la balanza de pagos misma…
“Luego, le llega la vez a otro país. La balanza de pagos era, momentáneamente, favorable a él; pero ahora desaparece o se acorta a causa de la crisis el plazo que en tiempos normales existía entre la balanza de pagos y la balanza de comercio y todos los pagos deben ser hechos efectivos inmediatamente. Y vuelve a repetirse aquí la misma historia de antes… Lo que en un país aparece como exceso de importaciones aparece en el otro país como exceso de exportaciones y viceversa. Pero la realidad es que en todos los países se produce un exceso de importaciones y de exportaciones… es decir, superproducción, estimulada por el crédito y la inflación general de precios que lo acompaña…
«La balanza de pagos, en tiempos de crisis, es contraria a todo país, por lo menos a todo país comercialmente desarrollado, pero siempre a uno tras otro, como en los incendios de gavillas, tan pronto como les va llegando el turno del pago; y la crisis, una vez que ha estallado… Entonces se revela que todos los países se han excedido al mismo tiempo en las exportaciones (es decir, en la producción) y en las importaciones (es decir, en el comercio), que en todos ellos se han exagerado los precios y se ha forzado el crédito. Y en todos sobreviene la misma bancarrota. El fenómeno del reflujo del oro va presentándose en todos, uno tras otro, y demuestra precisamente por su carácter general: 1º que el reflujo del oro es, simplemente, una manifestación de la crisis, y no su causa; 2º que el orden por el que se presenta en los diversos países sólo indica cuando le llega a cada uno de ellos el turno de ajustar sus cuentas con el ciclo, cuando vence en él el plazo de las crisis y se ponen en acción los elementos latentes de ésta.» (Capital, Volumen III, capítulo 30; Marx – énfasis en el original)
Las elevadas deudas públicas en las economías más débiles de la eurozona, como Grecia y Portugal, son igualmente un síntoma de este mismo proceso. La creación del euro fue más beneficiosa para los capitalistas alemanes, que utilizaron la moneda única como medio de dominación económica sobre el resto de Europa. El capitalismo alemán, que era (y sigue siendo) de mayor competitividad, debido a una combinación de bajos salarios y alta productividad, supo utilizar el euro para incrementar el flujo de exportaciones hacia los países periféricos más débiles de la eurozona. Pero estos países no tenían nada que ofrecer a cambio, y sólo podían pagar estas importaciones a través del crédito –principalmente provisto por bancos alemanes– que se había vuelto mucho más barato gracias a las bajas tasas de interés que ofrecía la pertenencia al euro. El resultado fue un aumento de los beneficios en Alemania y un aumento de las deudas en Grecia, Portugal y otros lugares.
La deuda pública, por tanto, no es una causa de la crisis, sino un síntoma más de la crisis de sobreproducción. Esto se pone de relieve con el ejemplo de España, un país que antes de la crisis tenía una deuda pública de solo el 36% del PIB y tenía un superávit presupuestario estable, y que todavía hoy tiene una deuda pública de sólo el 69%. Pero, sin embargo, España se encuentra en una profunda crisis económica. Su auge anterior a la crisis se basó en una enorme burbuja inmobiliaria, que a su vez fue alimentada con crédito barato, y ahora estas burbujas han estallado dejando la contradicción de casas vacías junto a miles de personas sin hogar.
Los analistas burgueses se refieren a menudo a la crisis del euro simplemente como un problema de competitividad. Pero como hemos explicado anteriormente con respecto a las importaciones, las exportaciones y los desequilibrios comerciales, la competitividad internacional no es fundamentalmente diferente de la competencia entre diferentes empresas capitalistas: bajo el capitalismo siempre habrá ganadores y perdedores. No todos pueden situarse en la cima de la pirámide de la competitividad. La competencia siempre es relativa. La principal diferencia es que cuando se trata de la competencia entre empresas, las compañías más débiles se hundirán y serán avasalladas por las más fuertes. En el plano internacional, las economías nacionales menos competitivas no pueden asimilarse simple y llanamente, aunque esa es, en esencia, la propuesta de una unión fiscal dentro de la eurozona: de una zona económica única en la que las economías más débiles estén bajo el control directo de las más fuertes, es decir, del capitalismo alemán.
Pero al igual que con la competencia entre empresas capitalistas, la competencia entre naciones capitalistas es en última instancia una espiral descendente en la que los capitalistas están cortando la rama en la que están sentados: para tratar de ganar competitividad, deben recortar los salarios de la clase obrera, y así recortar el mercado de las mercancías que producen; o deben invertir en productividad y así expandir las fuerzas productivas. En cualquier caso, la crisis de sobreproducción se agrava. Una vez más, lo que tiene sentido desde la perspectiva de un capitalismo nacional particular – recortar salarios, aumentar la productividad, ganar competitividad y exportar al exterior – es, en última instancia, destructivo para la economía internacional en su conjunto.
Esto, una vez más, demuestra las barreras fundamentales para el crecimiento de las fuerzas productivas: la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nación, los cuales se han convertido en los más monstruosos grilletes para el desarrollo de la ciencia, la tecnología, la cultura, y de la sociedad en general.
«El hada del crecimiento no existe»
Hoy está claro que ni los keynesianos ni los monetaristas tienen una propuesta real. A diferencia del optimismo que sentía la burguesía en los años del boom, ahora no hay más que pesimismo entre la clase dominante. Tanto los monetaristas como los keynesianos están equivocados y tienen razón; pero ambos sólo ven un aspecto del problema. Está claro que la austeridad no está funcionando, pero a su vez no queda dinero para que los gobiernos estimulen la economía y por otro lado los mercados financieros exigen recortes. La verdadera respuesta es que no hay solución posible bajo el capitalismo.
Pero la dicotomía de «austeridad contra crecimiento» es, en última instancia, falsa. Como destacó The Economist (5 de mayo de 2012), «Pedir crecimiento es como defender la paz mundial: todo el mundo está de acuerdo en que es algo bueno, pero nadie está de acuerdo en cómo hacerlo.» En pocas palabras: los partidarios de la austeridad creen que el sector privado saldrá al paso con inversiones que generarán crecimiento económico, pero que primero deben reducirse las deudas y los déficits y que deben llevarse a cabo «reformas» estructurales para eliminar cualquier «barrera» a la flexibilidad del mercado laboral, por ejemplo, sindicatos, derechos de los trabajadores, normas de salud y seguridad, etc. Los keynesianos creen que es el gobierno el que debe intervenir para estimular la economía con inversiones en nuevas infraestructuras y vivienda.
Los keynesianos tienen bastante razón cuando señalan que la austeridad no es la respuesta y que los recortes simplemente agravan las recesiones en toda Europa. Sin embargo, las promesas keynesianas de «crecimiento» en lugar de recortes son igualmente utópicas. Bajo el capitalismo el crecimiento no puede surgir de la nada. Como dijo acertadamente The Economist (12 de mayo de 2012), “el hada del crecimiento no existe”.
François Hollande, el presidente de Francia recién electo, se ha postulado como el vocero de la “alternativa a la austeridad”, en contraste con Merkel, quien es vista como la insensible representante de los recortes. Los partidos de oposición de toda Europa se han alineado para apoyar los llamamientos de Hollande a un “pacto de crecimiento”: Tsipras, el líder de SYRIZA en Grecia, insta a una renegociación del memorando de austeridad; Izquierda Unida en el Estado español reivindica igualmente la “inversión” y el “crecimiento”; Ed Miliband y los demás dirigentes laboristas en Gran Bretaña han aplaudido la elección de Hollande y su oposición a la austeridad «excesiva».
Pero detrás de los tópicos y la retórica grandilocuente, estos mismos dirigentes entienden la verdadera gravedad de la crisis y, de hecho, aceptan la necesidad de la austeridad. Por ejemplo, mientras de boquilla clama contra los recortes, Hollande ha prometido reducir el déficit presupuestario francés al 3% para finales de 2013 y eliminarlo por completo para 2017. Curiosamente, estos son los mismos objetivos que se ha puesto el Partido Conservador en Gran Bretaña, que defiende orgullosamente la austeridad. Mientras tanto, Miliband ha admitido que el Partido Laborista no se puede comprometer a revertir ninguno de los recortes de los conservadores si ganan las próximas elecciones en 2015.
Estos dirigentes están atrapados entre la espada y la pared; entre las presiones colosales de los mercados financieros y las masas radicalizadas de trabajadores y jóvenes. Por un lado, deben ofrecer alguna esperanza a las masas a las que dicen representar y que se han dirigido a estos dirigentes en búsqueda de una alternativa. Pero, por otro lado, estos mismos líderes hacen todo lo posible por asegurar a los mercados que son estadistas «responsables». En el fondo, entienden que los recortes no son una cuestión ideológica y que bajo el capitalismo no hay alternativa. No se cuestiona la necesidad de la austeridad, simplemente el alcance y la velocidad de estos recortes.
El resultado es la política económica denominada de «Ricitos de Oro», que defienden el FMI y otras instituciones burguesas: algunos recortes a corto plazo (¡pero no demasiados!), acompañados de políticas públicas de estímulo al crecimiento, de la mano de planes a largo plazo para la reducción del déficit y de la deuda. Como afirma The Economist:
“El mito de una contracción fiscal expansiva, la idea de que la reducción del déficit impulsaría el crecimiento, se ha desvanecido en gran medida. La última evidencia muestra que, en una recesión, el efecto multiplicador del ajuste fiscal puede conducir a una recesión más profunda, lo que hace que sea aún más difícil reducir el déficit. En la zona euro, además, los países no pueden mitigar fácilmente el impacto de la crisis mediante una política monetaria más flexible o una devaluación monetaria. Las reformas estructurales pueden impulsar el crecimiento, pero sobre todo a medio plazo.
“Sin embargo, si los altos déficits fueran la respuesta, Grecia y España deberían estar en auge. Muchos países de la zona euro no tuvieron más remedio que la austeridad para intentar calmar los mercados de bonos que los estaban empujando a la quiebra. Otros recortaron por miedo a sufrir la misma suerte. La deuda en las economías avanzadas ha alcanzado niveles sólo superados durante la Segunda Guerra Mundial, y la evidencia es que una deuda elevada puede ahogar el crecimiento a largo plazo. Tarde o temprano, la mayoría de los países europeos tienen que empezar a reducir su deuda. Por tanto, el dilema no es realmente entre la austeridad y el crecimiento, sino el momento y la velocidad de la reducción del déficit y la combinación adecuada de reformas estructurales.
«La política Ricitos de Oro, como la llama el FMI, insta a los países a emprender un ajuste fiscal gradual en el corto plazo, si los mercados lo permiten, junto con un plan creíble de reducción de la deuda a medio plazo.»
Tal «plan» es completamente utópico y sencillamente pone de manifiesto la total confusión y pesimismo de la burguesía que, en ausencia de un análisis adecuado de la crisis y del capitalismo, se ve obligada a reaccionar empíricamente a los acontecimientos, tropezando de un desastre a otro a lo largo del camino.
La necesidad del socialismo
A los dirigentes sindicales también les encanta hablar de “empleo, inversión y crecimiento”. Se proponen políticas keynesianas, pero se disfrazan y se endulzan con el lenguaje del socialismo. Len McCluskey, el secretario general de Unite, el sindicato más grande de Gran Bretaña, habla sobre el «socialismo del siglo XXI», pero es intencionadamente vago sobre lo que significa. Son frases huecas sin contenido real, que actúan como una botella vacía, que se pueden rellenar con cualquier cosa.
McCluskey tiene razón cuando plantea la necesidad del socialismo. El movimiento obrero en todos los países necesita un programa socialista. Pero este socialismo debe definirse claramente: la nacionalización de los bancos y demás palancas de la economía como parte de un plan democrático de producción. En resumen: la abolición del capitalismo y la transformación de la sociedad.
El potencial de tal plan de producción queda claro ante la enorme cantidad de fábricas ociosas, casas vacías y trabajadores desempleados que se sientan de brazos cruzados debido a la crisis de sobreproducción y las fallas de un sistema en el que el lucro rige la producción. Si se pusieran en movimiento estos recursos humanos y materiales, no se hablaría de escasez ni de pobreza. Los niveles de vida podrían mejorarse drásticamente, la jornada laboral podría reducirse a unas pocas horas, se sentarían la bases materiales para que todo el mundo participe plenamente en la gestión democrática de la sociedad.
Las inspiradoras luchas sociales en Grecia, España y Portugal muestran la voluntad que existe de luchar por una alternativa. Sin embargo, en cada ocasión, los dirigentes del movimiento no han estado a la altura del desafío. La situación se asemeja a la que se da antes de que estalle un incendio forestal: el suelo está seco y una simple chispa podría desatar un enorme fuego. Los trabajadores y los jóvenes de todos los países se miran unos a otros. Todo lo que se necesita es un ejemplo que marque el camino a seguir para los demás. La consigna debe ser: ni austeridad ni keynesianismo, sino la transformación socialista de la sociedad.