El 31 de diciembre de 1958, el dictador cubano Fulgencio Batista se había reunido para celebrar el fin de año con un número reducido de sus allegados en el campamento de Columbia.
Allí se representó un teatro acordado de antemano con el dictador en el que el general Eulogio Cantillo, en nombre de las fuerzas armadas, pidió a Batista su renuncia “para restablecer la paz que tanto necesita el país”. El dictador, antes de huir del país, nombró a Cantillo como jefe supremo de las fuerzas armadas. El régimen batistiano, ya en sus estertores de muerte, trataba de cambiar de cara para salvar a Cuba para los EEUU y sus lacayos locales. Pero todo era ya inútil.
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